miércoles, 21 de octubre de 2020

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN EL ENCUENTRO DE ORACIÓN POR LA PAZ - 20 OCTUBRE 2020

 

























 Encuentro de Oración por la Paz: Homilía del Papa

“La cruz nos hace hermanos”

Larissa I. López - Zenit


(zenit – 19 oct. 2020)-. Dios “no viene tanto a liberarnos de los problemas, que siempre vuelven a presentarse, sino para salvarnos del verdadero problema, que es la falta de amor”, dijo el Papa Francisco en la homilía del Encuentro de Oración por la Paz en el Espíritu de Asís.

Para el Santo Padre, esta carencia de amor es “la causa profunda de nuestros males personales, sociales, internacionales, ambientales. Pensar solo en sí mismo es el padre de todos los males”. 

“Nadie se salva solo – Paz y Fraternidad”, es el título del 34º Encuentro de Oración por la Paz promovido por la Comunidad de Sant’Egidio, que se ha llevado a cabo en Roma hoy, 20 de octubre de 2020.


Ausencias por la pandemia

La iniciativa de este año se desarrolló con presencia limitada de personas debido a las medidas anticontagio por el coronavirus y fue transmitida en streaming. Además, a causa de la pandemia, algunos representantes religiosos no pudieron asistir, como es el caso de gran imán de al-Azhar, Ahmed al-Tayyeb y del arzobispo de Canterbury Justin Welby.

En torno a las 16 horas de la tarde en Roma, los líderes de las grandes religiones del mundo rezaron en lugares separados dentro de la Ciudad Eterna para después congregarse en la ceremonia común celebrada en la plaza del Capitolio.

El Papa y cristianos de otras confesiones rezaron junto con el patriarca de Constantinopla Bartolomé I y los representantes de las diversas iglesias ortodoxas y protestantes.


“Sálvate a ti mismo”

Francisco, en la homilía que pronunció durante el momento de oración, tras mencionar el pasaje bíblico sobre la Pasión de Jesús, habló de la tentación del “Sálvate a ti mismo”, esto es, “la tentación de pensar solo en protegerse a sí mismo o al propio grupo, de tener en mente solamente los propios problemas e intereses, mientras todo lo demás no importa”.

Repasando varios momentos en los que las personas llaman a Jesús a salvarse a sí mismo por egoísmo, Francisco destaca que “el ‘evangelio’ del sálvate a ti mismo no es el Evangelio de la salvación. Es el evangelio apócrifo más falso, que carga las cruces sobre los demás. El Evangelio verdadero, en cambio, carga con las cruces de los otros”.


“La cruz nos hace hermanos”

En este sentido, el Pontífice recordó que en el Calvario tuvo lugar “el gran duelo entre Dios que vino a salvarnos y el hombre que quiere salvarse a sí mismo; entre la fe en Dios y el culto al yo; entre el hombre que culpa y Dios que perdona”.

De la cruz, “brota el perdón, renace la fraternidad: ‘La cruz nos hace hermanos’”, aclaró, y los brazos de Jesús, abiertos en la cruz, “marcan un punto de inflexión, porque Dios no señala con el dedo a nadie, sino que abraza a todos”.

“Porque solo el amor apaga el odio, solo el amor vence a la injusticia. Solo el amor deja lugar al otro. Sólo el amor es el camino para la plena comunión entre nosotros”, subrayó.

Por todo ello, el Obispo de Roma exhortó a pedir al crucificado “la gracia de estar más unidos, de ser más fraternos” y a que cuando estemos tentados de seguir la lógica del mundo, “recordemos las palabras de Jesús: ‘Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará’ (Mc 8,35)”.


“Hacernos otros” para salvarnos

“Lo que a los ojos de los hombres es una pérdida, para nosotros es salvación. Aprendamos del Señor, que nos ha salvado despojándose de sí mismo, haciéndose otro”.

También a nosotros, el Señor nos invita a “hacernos otros”, a ir al encuentro de los demás, pues “cuanto más unidos estemos al Señor Jesús, seremos más abiertos y ‘universales’”, porque nos sentiremos “responsables de los demás”.

De este modo, “el otro será el camino para salvarse a sí mismo: cada semejante, cada ser humano, cualquiera sea su historia o su religión”, comenzando por los pobres, los más parecidos a Jesús.


A continuación, sigue la homilía completa del Papa.

***

Homilía del Santo Padre

Es un don rezar juntos. Agradezco y saludo con afecto a todos vosotros, en particular a Su Santidad el Patriarca Ecuménico, mi hermano Bartolomé y al querido Obispo Heinrich, Presidente del Consejo de la Iglesia Evangélica en Alemania. Desafortunadamente, el Reverendísimo Arzobispo de Canterbury Justin no pudo venir debido a la pandemia.

El pasaje de la Pasión del Señor que hemos escuchado se sitúa poco antes de la muerte de Jesús y habla de la tentación que se cierne sobre Él, exhausto en la cruz. Mientras vive el momento del dolor y del amor más extremo, muchos, sin piedad, lanzan unas palabras contra Él: “Sálvate a ti mismo” (Mc 15,30). Es una tentación crucial, que nos amenaza a todos, también a nosotros, cristianos. Es la tentación de pensar sólo en protegerse a sí mismo o al propio grupo, de tener en mente solamente los propios problemas e intereses, mientras todo lo demás no importa. Es un instinto muy humano, pero malo, y es la última provocación al Dios crucificado.

Sálvate a ti mismo. Lo dicen primero “los que pasaban” (v. 29). Era gente común, que había escuchado hablar a Jesús y lo habían visto hacer prodigios. Ahora le dicen: “Sálvate a ti mismo bajando de la cruz”. No tenían compasión, sino ganas de milagros, de verlo bajar de la cruz. Quizás también nosotros preferiríamos a veces un dios espectacular más que compasivo, un dios potente a los ojos del mundo, que se impone con la fuerza y desbarata a quien nos odia. Pero esto no es de Dios, es nuestro yo. Cuántas veces queremos un dios a nuestra medida, más que llegar nosotros a la medida de Dios; un dios como nosotros, más que llegar a ser nosotros como Él. Pero así, en vez de la adoración a Dios preferimos el culto al yo. Es un culto que crece y se alimenta con la indiferencia hacia el otro. A los que pasaban, de hecho, Jesús les interesaba sólo para satisfacer sus antojos. Pero, reducido a un despojo en la cruz, ya no les interesaba más. Estaba delante de sus ojos, pero lejos de su corazón. La indiferencia los mantenía distantes del verdadero rostro de Dios.

Sálvate a ti mismo. En un segundo momento, dan un paso al frente los jefes de los sacerdotes y los escribas. Eran los que habían condenado a Jesús porque representaba un peligro. Pero todos somos especialistas en colgar en la cruz a los demás con tal de salvarnos a nosotros mismos. Jesús, en cambio, se deja clavar para enseñarnos a no descargar el mal sobre los demás: “A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar” (v. 31). Conocían a Jesús, recordaban sus curaciones y las liberaciones que había realizado, y relacionan todo esto con malicia: insinúan que salvar, socorrer a los demás no conduce a ningún bien; Él, que se había entregado tanto por los demás, se está perdiendo a sí mismo. La acusación es sarcástica y se reviste de términos religiosos, usando dos veces el verbo salvar. Pero el “evangelio” del sálvate a ti mismo no es el Evangelio de la salvación. Es el evangelio apócrifo más falso, que carga las cruces sobre los demás. El Evangelio verdadero, en cambio, carga con las cruces de los otros.

Sálvate a ti mismo. Al final, incluso los crucificados que estaban junto a Jesús se unen al clima de hostilidad contra Él. ¡Qué fácil es criticar, hablar en contra, ver el mal en los demás y no en uno mismo, hasta llegar a descargar las culpas sobre los más débiles y marginados! Pero, ¿por qué los crucificados se ensañan con Jesús? Porque no los quita de la cruz. Le dicen: “Sálvate a ti mismo y a nosotros” (Lc 23,39). Sólo buscan a Jesús para resolver sus problemas. Pero Dios no viene tanto a liberarnos de los problemas, que siempre vuelven a presentarse, sino para salvarnos del verdadero problema, que es la falta de amor. Esta es la causa profunda de nuestros males personales, sociales, internacionales, ambientales. Pensar sólo en sí mismo es el padre de todos los males. Pero uno de los ladrones observa a Jesús y ve en Él el amor humilde. Y obtiene el cielo haciendo una sola cosa: cambiando la atención de sí mismo a Jesús, de sí mismo a quien estaba a su lado (cf. v. 42).

Queridos hermanos y hermanas: En el Calvario tuvo lugar el gran duelo entre Dios que vino a salvarnos y el hombre que quiere salvarse a sí mismo; entre la fe en Dios y el culto al yo; entre el hombre que culpa y Dios que perdona. Y llegó la victoria de Dios, su misericordia descendió en el mundo. De la cruz brota el perdón, renace la fraternidad: “La cruz nos hace hermanos” (Benedicto XVI, Palabras al final del Vía Crucis, 21 marzo 2008). Los brazos de Jesús, abiertos en la cruz, marcan un punto de inflexión, porque Dios no señala con el dedo a nadie, sino que abraza a todos. Porque sólo el amor apaga el odio, sólo el amor vence a la injusticia. Sólo el amor deja lugar al otro. Sólo el amor es el camino para la plena comunión entre nosotros.

Miremos a Dios crucificado, y pidámosle a Dios crucificado la gracia de estar más unidos, de ser más fraternos. Y cuando estemos tentados de seguir la lógica del mundo, recordemos las palabras de Jesús: “Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará” (Mc 8,35). Lo que a los ojos de los hombres es una pérdida, para nosotros es la salvación. Aprendamos del Señor, que nos ha salvado despojándose de sí mismo (cf. Flp 2,7), haciéndose otro: de Dios hombre, de espíritu carne, de rey siervo. También a nosotros nos invita a “hacernos otros”, a ir al encuentro de los demás. Cuanto más unidos estemos al Señor Jesús, seremos más abiertos y “universales”, porque nos sentiremos responsables de los demás. Y el otro será el camino para salvarse a sí mismo: cada semejante, cada ser humano, cualquiera sea su historia o su religión. Comenzando por los pobres, por los más parecidos a Cristo. El gran arzobispo de Constantinopla, san Juan Crisóstomo escribió que “si no hubiera pobres, en gran parte sería destruida nuestra salvación” (Sobre la 2.a Carta a los Corintios, 17,2). Que el Señor nos ayude a transitar juntos el camino de la fraternidad, para ser testimonios creíbles del Dios vivo.


(C) Librería Editora Vaticana

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