miércoles, 13 de julio de 2016

EL EVANGELIO DE HOY MIÉRCOLES 13 DE JULIO 2016


Padre, todo se lo revelaste a los pequeños
Tiempo Ordinario


Mateo 11, 25-27. Tiempo Ordinario. Ser sencillos, es lo que nos pide Dios para revelarnos muchas cosas. 


Por: José Fernández de Mesa | Fuente: Catholic.net 



De santo Evangelio según san Mateo 11, 25-27 
Por aquel tiempo tomó Jesús la palabra y dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeñuelos. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre y nadie conoce al Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

Oración introductoria
Gracias, Padre, por el don de mi fe que me lleva a buscarte humildemente en la oración. Busco la fuerza de voluntad para vivir auténticamente mi fe, porque te amo con todo mi corazón y con toda mi mente. Confío plenamente en que me mostrarás el camino para conocer la voluntad de Dios.
Petición
Señor, dame un corazón abierto a las inspiraciones de tu Santo Espíritu.

Meditación del Papa
Desde la encarnación del Verbo, el Misterio divino se revela en el acontecimiento de Jesucristo, que es contemporáneo a toda persona humana en cualquier tiempo y lugar por medio de la Iglesia, de la que María es Madre y modelo. Por eso, nosotros podemos hoy continuar alabando a Dios por las maravillas que ha obrado en la vida de los pueblos latinoamericanos y del mundo entero, manifestando su presencia en el Hijo y la efusión de su Espíritu como novedad de vida personal y comunitaria. Dios ha ocultado estas cosas a "sabios y entendidos", dándolas a conocer a los pequeños, a los humildes, a los sencillos de corazón.
Por su "sí" a la llamada de Dios, la Virgen María manifiesta entre los hombres el amor divino. En este sentido, Ella, con sencillez y corazón de madre, sigue indicando la única Luz y la única Verdad: su Hijo Jesucristo, que "es la respuesta definitiva a la pregunta sobre el sentido de la vida y a los interrogantes fundamentales que asedian también hoy a tantos hombres y mujeres del continente americano". Asimismo, Ella "continúa alcanzándonos por su constante intercesión los dones de la eterna salvación. Con amor maternal cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y se debaten entre peligros y angustias hasta que sean llevados a la patria feliz". Benedicto XVI, 12 de diciembre de 2011.

Reflexión
Es necesario ponerse las gafas de la fe para contemplar todas las maravillas y tesoros que Dios hizo para nosotros. Ríos, mares, montañas nevadas, amaneceres y atardeceres, el amor de una madre y la caricia de un padre. Sin embargo, es justo mirar estas maravillas de Dios para reconocer su misericordia y su amor. La luz, en virtud de las personas, circunstancias y acontecimientos adquiere un valor nuevo que nunca podrían tener. En efecto, viniendo al mundo y viviendo entre nosotros, Jesús siempre ha preferido la sencillez y la claridad, a la oscuridad y maldad.

Sin embargo, podemos decir que Dios es oscuro e incomprensible, hasta inexistente para los soberbios que tienen el corazón cerrado en sí mismos que piensan no tener necesidad de nadie, tampoco de Dios sino sólo de sí mismos. Es el mismo hombre quien se crea complicaciones mentales para hacer inaccesible el conocimiento y aceptación de la voluntad de Dios. Así, ¿cómo puede dar el salto a la fe si su corazón está recargado por el inútil equipaje de sus hipocresías y de sus muchas inquietudes? Aquella" sabiduría" es pesada a los que se consideran "sabios" del mundo pero es vital para el fiel cristiano, que se tira con los ojos cerrados en las manos de Dios. Aprendamos, por ello, a practicar la humildad del corazón y de la mente.

Liberémonos de los pesados fardos que nos oprimen y respiremos a pleno pulmón el aire fragante del conocimiento personal del amor de Dios.

Propósito
Imitar el modelo de evangelización de María: una fe recia, una esperanza viva y una caridad ardiente.

Diálogo con Cristo
Gracias, Espíritu Santo, por tus dones de entendimiento, sabiduría y ciencia. Permite que, siguiendo el ejemplo de Maria, los use para el bien, no para encerrarme en mi orgullo, autosuficiencia o soberbia, queriendo depender de mí mismo en vez de abandonarme en la misericordia de tu amor, con la confianza con que un niño se sosiega en los brazos de sus padres.

LOS SANTOS DE HOY MIÉRCOLES 13 DE JULIO 2016

Anacleto (Cleto), SantoAnacleto (Cleto), Santo
III Papa, 13 de julio
José Wang Guiji, SantoJosé Wang Guiji, Santo
Mártir, 13 de julio
Pablo Liu Jinde, SantoPablo Liu Jinde, Santo
Mártir, 13 de julio
Manuel Lê Van Phung, SantoManuel Lê Van Phung, Santo
Mártir, 13 de julio
Tomás Tunstal, BeatoTomás Tunstal, Beato
Sacerdote y Mártir, 13 de julio
Serapión, SantoSerapión, Santo
Máetir, 13 de julio
Esdras, SantoEsdras, Santo
Sacerdote, 13 de julio
Celia y Luis Martin, SantosCelia y Luis Martin, Santos
Memoria Litúrgica, 13 de julio
Silas (Silvano), SantoSilas (Silvano), Santo
Discípulo de los Apóstoles, 13 de julio
Clelia Barbieri, SantaClelia Barbieri, Santa
Virgen y Fundadora, 13 de julio
Fernando María Baccilieri, BeatoFernando María Baccilieri, Beato
Presbítero y Fundador, 13 de julio
Mariano de Jesús Euse Hoyos, BeatoMariano de Jesús Euse Hoyos, Beato
Sacerdote, 13 de julio
Enrique, SantoEnrique, Santo
Emperador, 13 de julio
Eugenio de Cartago, SantoEugenio de Cartago, Santo
Obispo, 13 de julio

SAN ENRIQUE II, EMPERADOR DE ALEMANIA, 13 DE JULIO


Hoy 13 de julio es la fiesta de Enrique II, único emperador declarado santo por la Iglesia
Por Diego López Marina


 13 Jul. 16 /  (ACI).- San Enrique II fue un rey alemán y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico entre el año 1014 y 1024; asimismo ha sido el único emperador declarado santo por la Iglesia Católica.

Es nieto de Carlomagno, y el último del linaje del emperador Otón I y de la dinastía sajona. También se le considera el más grande apóstol de la paz en los primeros 20 años del siglo XI y uno de los más destacados promotores de la civilización occidental, colaborando a la labor del Papado y de los monjes de Cluny.

Su santidad se fue cultivando desde pequeño al contar con una vasta familia religiosa. Su hermano Bruno fue Obispo, su hermana Brígida fue monja. Mientras que la otra hermana, Gisela, fue esposa de San Esteban, rey de Hungría.


San Enrique nació el 6 de mayo del 973 y sus padres fueron Enrique II el Pendenciero, duque de Baviera, y Gisela, hija del duque Conrado de Borgoña. Esta última lo confió desde muy joven a San Wolfgan, Obispo de Ratisbona, que formó su inteligencia y su voluntad con una esmerada educación cristiana y sólida piedad.

Tras la muerte de su padre heredó el ducado en el 995; y al morir su primo, el Emperador Otón III, sin dejar herederos, los príncipes electores juzgaron que ningún otro estaba mejor preparado para para ser rey Alemania que él. De esta forma fue elegido como soberano en 1002.

Doce años más tarde luego de consolidar sus fronteras sosteniendo campañas militares contra el Principado de Polonia; luchar contra los bizantinos; y restituir en el cargo al Papa Benedicto VIII; Enrique II fue coronado como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico junto con su esposa Santa Cunegunda en la basílica de San Pedro, en Roma.

Enrique II era llamado “el piadoso” porque siempre buscó extender la religión cristiana y el amor hacia Cristo.

Para conceder como esposa a su hermana Gisela al rey Esteban de Hungría, le puso como condición a dicho mandatario que propagara el catolicismo por todo su reino, lo cual cumplió de forma admirable.

Por todas partes levantaba templos, construía conventos para religiosos y apoyaba a cuantos se dedicaban a evangelizar.

Murió repentinamente el 13 de julio de 1024 a los 51 años y fue canonizado en el 1146 por el Papa Eugenio III. Pocos reyes tuvieron en vida tan buena fama, y muchos menos fueron venerados y gozaron del amor de sus súbditos como el nieto de Carlomagno. 

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San Enrique
13 de Julio


Nacido en el año 972 y fallecido en 1024. Nieto de Carlomagno y sucesor de los tres Otones, fue el más grande apóstol de la paz en el segundo decenio del siglo XI y uno de los más destacados promotores de la civilización occidental, colaborando a la labor del Papado y de los monjes de Cluny, de cuyo abad San Odilón fue gran amigo.

Seguramente, a la primera impresión nadie habría creído que bajo la pesada armadura de aquel caballero que cabalgaba con sus numerosas tropas por las grandes llanuras del imperio alemán, se escondía un santo.

Pasada ya la gloriosa restauración de Carlomagno, Europa, en el siglo x, vive una época de dejadez y brutalidad. Empiezan a aparecer los desastrosos efectos del feudalismo, la jerarquía eclesiástica está corroída por las investiduras y por doquier impera la ley del más fuerte.

Parece imposible que aún vivan personas santas, y menos aún que lo sea uno de los numerosos príncipes feudales. Nos hallamos en la corte del duque de Baviera Enrique el Batallador y de su esposa Gisela de Borgoña. En el castillo ducal se celebran grandes festejos porque ha nacido el príncipe heredero. Se le impone, como a su padre, el nombre de Enrique.

Los primeros años pasan plácidamente, pero pronto es víctima de la persecución; su padre ha sido vencido en una de las interminables guerras familiares y se ha visto obligado a huir. Sin embargo, las cosas volverán a su lugar; el padre recobrará el ducado con todas sus posesiones y Enrique podrá dedicarse al cultivo de las Letras, bajo la dirección de Wolfgang, el santo obispo de Ratisbona.

Wolfgang no sólo forma su inteligencia, sino también su voluntad, dándole una esmerada educación cristiana y una sólida piedad.

A la muerte de su padre, hereda el ducado y se convierte en uno de los príncipes de más porvenir de Alemania. Con su carácter recto y justiciero atiende a las necesidades de su pueblo, gobierna con mano al mismo tiempo fuerte y suave. Sabe comprender y no es vengativo. Prefiere perdonar que castigar y busca antes el provecho de sus súbditos que sus propios intereses.

En el año 1002, los electores del Sacro Imperio Romano-Germánico le nombran para el cargo imperial. Acaba de morir Otón III, sin sucesión directa.

La fama de Enrique, su sinceridad y nobleza, son reconocidas por todos, y saben que será el emperador ideal. La ascensión al trono imperial es para el duque de Baviera una empresa difícil. Surgen contrincantes que ha de vencer, sublevaciones para dominar, querellas entre los señores feudales, que ha de sofocar, pero Enrique con su fiel ejército atiende a todo.

Vence al rey de Polonia, rechaza a los bizantinos, interviene en los Estados Pontificios defendiendo los derechos de Benedicto VIII, el legítimo sucesor de Pedro. Con su prodigioso genio militar sabe triunfar, pero, diferente de muchos otros de su tiempo, no abusa de la victoria. La justicia rige todos sus actos.

Su actividad se extiende también a la reforma espiritual del clero.

En el año 1007 convoca, de acuerdo con las costumbres de su tiempo, un Concilio general en Francfort. Acuden los numerosos obispos del Imperio, que dictan severas normas disciplinarias. Después, Enrique procurará que se cumplan. Restablecido el orden en el Imperio y protegidas las fronteras, Enrique empezó a reinar con todo su poder. En el año 1014, junto con su esposa, fue ungido y coronado rey por el propio pontífice, en Roma.

Seguramente pocos reyes tuvieron, ya en vida, tan buena fama y muchos menos fueron venerados y gozaron del amor de sus súbditos como este nieto de Carlomagno.

Muestra de su gran virtud es este ejemplo: Al sentirse morir llamó junto a sí a los grandes del reino y, tomando la mano de su esposa Cunegunda, también santa, dijo a los padres de ésta: "He aquí a la que vosotros me habéis dado por esposa ante Cristo; como me la disteis virgen, virgen la pongo otra vez en las manos de Dios y vuestras". Sus restos reposan en la catedral de Bamberg.

San Enrique realizó lo que a muchos puede parecer imposible: ser emperador, vivir continuamente ocupado en los problemas públicos y entre guerras, y llegar a santo.

Si Enrique de Baviera lo llevó a término fue porque en el ejercicio de su cargo vio un servicio al prójimo y a Jesucristo. La historia de Europa nos ofrece pocas vidas tan bellas y útiles como la de Enrique II, el Santo.

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