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miércoles, 21 de febrero de 2024
martes, 20 de febrero de 2024
EL EVANGELIO DE HOY MARTES 20 DE FEBRERO DE 2024
Martes 1 de Cuaresma
martes 20 de febrero de 2024
1ª Lectura (Is 55,10-11): Esto dice el Señor: «Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo».
Salmo responsorial: 33
R/. El Señor libra de sus angustias a los justos.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias.
Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. El afligido invocó al Señor, Él lo escuchó y lo salvó de sus angustias.
Los ojos del Señor miran a los justos, sus oídos escuchan sus gritos; pero el Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su memoria.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias; el Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos.
Versículo antes del Evangelio (Mt 4,4): No de sólo pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Texto del Evangelio (Mt 6,7-15): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo.
»Vosotros, pues, orad así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal’. Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».
«Al orar, no charléis mucho (...) porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis»
Rev. D. Joaquim FAINÉ i Miralpech
(Tarragona, España)
Hoy, Jesús —que es el Hijo de Dios— me enseña a comportarme como un hijo de Dios. Un primer aspecto es el de la confianza cuando hablo con Él. Pero el Señor nos advierte: «No charléis mucho» (Mt 6,7). Y es que los hijos, cuando hablan con sus padres, no lo hacen con razonamientos complicados, ni diciendo muchas palabras, sino que con sencillez piden todo aquello que necesitan. Siempre tengo la confianza de ser escuchado porque Dios —que es Padre— me ama y me escucha. De hecho, orar no es informar a Dios, sino pedirle todo lo que necesito, ya que «vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo» (Mt 6,8). No seré buen cristiano si no hago oración, como no puede ser buen hijo quien no habla habitualmente con sus padres.
El Padrenuestro es la oración que Jesús mismo nos ha enseñado, y es un resumen de la vida cristiana. Cada vez que rezo al Padre nuestro me dejo llevar de su mano y le pido aquello que necesito cada día para llegar a ser mejor hijo de Dios. Necesito no solamente el pan material, sino —sobre todo— el Pan del Cielo. «Pidamos que nunca nos falte el Pan de la Eucaristía». También aprender a perdonar y ser perdonados: «Para poder recibir el perdón que Dios nos ofrece, dirijámonos al Padre que nos ama», dicen las fórmulas introductorias al Padrenuestro de la Misa.
Durante la Cuaresma, la Iglesia me pide profundizar en la oración. «La oración, el coloquio con Dios, es el bien más alto, porque constituye (...) una unión con Él» (San Juan Crisóstomo). Señor, necesito aprender a rezar y a sacar consecuencias concretas para mi vida. Sobre todo, para vivir la virtud de la caridad: la oración me da fuerzas para vivirla cada día mejor. Por esto, pido diariamente que me ayude a disculpar tanto las pequeñas molestias de los otros, como perdonar las palabras y actitudes ofensivas y, sobre todo, a no tener rencores, y así podré decirle sinceramente que perdono de todo corazón a mis deudores. Lo podré conseguir porque me ayudará en todo momento la Madre de Dios.
SANTA JACINTO Y FRANCISCO MARTO, VIDENTES DE FÁTIMA - 20 DE FEBRERO
Hoy la Iglesia celebra a San Francisco y Santa Jacinta Marto, los pastorcitos de Fátima
Cada 20 de febrero, la Iglesia Católica celebra a los hermanos San Francisco y Santa Jacinta Marto, dos de los pequeños pastorcitos videntes de Fátima. Ambos nacieron en Aljustrel, un pequeño pueblo situado a menos de 1 km de la localidad de Fátima (Portugal).
Francisco nació en 1908 y Jacinta dos años después. Desde pequeños, los hermanos aprendieron a cuidarse el uno al otro y a acompañar a su prima Lucía dos Santos, quien solía hablarles de Jesús.
Los tres cuidaban ovejas en los hermosos campos de su región natal. Como muchos niños de su edad, pasaban gran parte del día intercalando el trabajo -indispensable para el sustento de sus empobrecidas familias- con el juego. Cuando no, también había tiempo para alguna oración. Y fue a estos tres que la Madre de Dios se les apareció y les dijo: "Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, pues muchas almas van al infierno porque no hay quien se sacrifique y pida por ellas".
Francisco y Jacinta murieron muy jóvenes, poco después de producidas las apariciones; mientras que Lucía les sobrevivió por muchos años, convirtiéndose en carmelita descalza.
Sor Lucía dos Santos falleció el 13 de febrero de 2005 a los 97 años en el convento del carmelo de Santa Teresa, en Coímbra.
Del 13 de mayo al 13 de octubre de 1917, María, Madre de Dios, se apareció en varias ocasiones a Francisco, Jacinta y Lucía, en Cova de Iría, Portugal. Fueron meses en los que abundó la gracia y la presencia de Dios, pero también un periodo en el que los corazones de los tres niños fueron puestos a prueba. Ellos soportaron con valentía calumnias, injurias, incomprensiones, e incluso la prisión. Sin embargo, nada de esto parecía perturbarlos demasiado. De vez en cuando se les oía decir: “Si nos matan, no importa; vamos al cielo”.
Después de las apariciones, Jacinta y Francisco retomaron sus vidas sencillas, al igual que Lucía. A esta última, la Virgen le pidió explícitamente que asistiera a la escuela. Lo propio hicieron Jacinta y Francisco cuando tuvieron edad para hacerlo.
Todos los días, de camino a la escuelita del pueblo, pasaban por la Iglesia y se detenían para saludar a Jesús Eucaristía, hincados de rodillas. Muchos solían acompañarlos con gozo, muy conscientes de quiénes eran: los niños que Dios eligió para hacer llegar su mensaje a la humanidad.
Tan solo tres niños
Francisco, a sabiendas de que no viviría mucho tiempo porque así le fue anunciado, le dijo un día a Lucía: “Vayan ustedes al colegio, yo me quedaré aquí con Jesús escondido”. Desde ese día, a la salida de la escuela, las niñas lo encontraban siempre en el templo, rezando en el lugar más cercano al Tabernáculo, en profundo recogimiento.
De los tres, el pequeño Francisco era el más dado a la oración pues quería, con sus rezos, consolar a Dios, tan ofendido por los pecados de los hombres.
En una ocasión Lucía le preguntó: "Francisco, ¿qué prefieres más, consolar al Señor o convertir a los pecadores?". Él respondió: "Yo prefiero consolar al Señor… ¿no viste qué triste estaba Nuestra Señora cuando nos dijo que los hombres no deben ofender más al Señor, que está ya tan ofendido? A mí me gustaría consolar al Señor y después convertir a los pecadores para que ellos no ofendan más al Señor". Al rato prosiguió: "Pronto estaré en el cielo. Y cuando llegue, voy a consolar mucho a Nuestro Señor y a Nuestra Señora".
Jacinta, por su lado, participaba diariamente de la Santa Misa. Su deseo era recibir la Eucaristía cuantas veces fuera posible. Todo lo ofrecía por la conversión de los pecadores y para reparar las ofensas hechas a Dios. Le atraía mucho estar con Jesús Sacramentado. "Cuánto amo el estar aquí, es tanto lo que le tengo que decir a Jesús", repetía.
Dolor redentor
Poco después de la cuarta aparición, Jacinta encontró una cuerda. Los niños acordaron cortarla en tres y ceñírsela a la cintura, sobre la piel, como expresión de sacrificio y mortificación. Esto les causaba un gran dolor, según contaría Lucía muchos años después. La Virgen entonces los consoló diciéndoles que Jesús estaba muy contento con sus sacrificios, pero que no quería que durmieran más con la cuerda. Y así lo hicieron.
A Jacinta se le concedió la visión de los sufrimientos del Sumo Pontífice. "Yo lo he visto en una casa muy grande, arrodillado, con el rostro entre las manos, y lloraba. Afuera había mucha gente; algunos tiraban piedras, otros decían imprecaciones y palabrotas", contó ella.
Los niños tenían presente al Papa continuamente y ofrecían tres Avemarías por él después de cada Rosario. Su cercanía con la Madre de Dios había fortalecido inmensamente el poder intercesor de sus oraciones. Muchas personas -a veces familias enteras- acudían a ellos para que llevaran sus intenciones a la Virgen, y Ella obraba.
En una ocasión, una madre de familia le rogó a Jacinta que rece por un hijo que se había ido de casa cual hijo pródigo. Días después, el joven regresó, pidió perdón y le contó a su familia que después de haber gastado todo lo que tenía, robado y estado en la cárcel, algo inexplicable le tocó el corazón y decidió apartarse de todo, corriendo una noche rumbo al bosque para pensar. Sintiéndose perdido en ese momento, con la vida arruinada, se arrodilló llorando y rezó. En eso, tuvo una visión: Jacinta estaba frente a él, le tomó de la mano y lo condujo hasta un sendero.
Ese habría de ser el inicio del retorno a casa del muchacho. La historia llegaría a oídos de todos en el pueblo, hasta que alguien se atrevió a preguntarle a Jacinta si realmente se había encontrado con el muchacho, pero ella respondió que no, y que tampoco lo conocía. Eso sí -admitió la niña- había estado rogando y rogando a la Virgen para que regrese, tal y como aquella madre desconsolada se lo pidió.
De la tierra al cielo: “Yo me voy al Paraíso” (Francisco Marto)
El 23 de diciembre de 1918, Francisco y Jacinta enfermaron gravemente de bronconeumonía. Por entonces una epidemia asolaba muchas partes de Europa.
El buen Francisco se fue deteriorando poco a poco en las semanas siguientes. Pidió recibir la Primera Comunión para la que se preparó con ahínco. Aún enfermo guardó el ayuno con diligencia y se alistó para confesarse. La paz que irradiaba el día de su primera confesión contagió a todos a su alrededor.
“Yo me voy al Paraíso; pero desde allí pediré mucho a Jesús y a la Virgen para que os lleve también pronto allá arriba”, le dijo Francisco a Lucía y Jacinta. Al día siguiente, el 4 de abril de 1919, el niño partió a la casa del Padre.
De la tierra al cielo: “Pidan la paz al Inmaculado Corazón” (Jacinta Marto)
Jacinta sufrió mucho por la muerte de su hermano. Mientras tanto, su propia enfermedad se iba agravando. Llegó el día en que tuvo que ser llevada al hospital de Vila Nova. De aquel lugar volvería a casa con una “llaga en el pecho”. En medio de los dolores le confiaría a su prima: "Sufro mucho; pero ofrezco todo por la conversión de los pecadores y para desagraviar al Corazón Inmaculado de María".
Como no mejoraba, la niña sería trasladada al hospital de Lisboa. Antes de partir alcanzó a decirle a su prima Lucía: “Ya falta poco para irme al cielo… Di a toda la gente que Dios nos concede las gracias por medio del Inmaculado Corazón de María. Que las pidan a Ella, que el Corazón de Jesús quiere que a su lado se venere el Inmaculado Corazón de María, que pidan la paz al Inmaculado Corazón, que Dios le confió a Ella”.
A Jacinta se le aplicó un procedimiento quirúrgico en el que le quitaron dos costillas del lado izquierdo. En ese punto le quedó una llaga ancha del tamaño de una mano. Los dolores que sentía eran espantosos, pero aun así no cesaba de invocar a la Virgen y de ofrecerle su dolor por la salvación de los pecadores.
El 20 de febrero de 1920 pidió los últimos sacramentos, se confesó y rogó que le llevaran la comunión. Minutos después expiró -Jacinta solo tenía diez años de edad-.
El mensaje de Fátima: “Haced penitencia”
Antes de morir, la pequeña Jacinta, alcanzó a decir algunas cosas que fueron escritas por su madrina, con quien vivía:
“Los pecados que llevan más almas al infierno son los de la carne. Las guerras son consecuencia del pecado del mundo. Es preciso hacer penitencias para que se detengan.
No hablar mal de nadie y huir de quien habla mal.
Tener mucha paciencia porque la paciencia nos lleva al cielo”.
Dos niños santos, tesoros de la Iglesia
Los cuerpos de Francisco y Jacinta fueron trasladados al Santuario de Fátima, donde se encuentran sepultados sus restos. Años más tarde, se producirían las exhumaciones.
Cuando se abrió el sepulcro de Francisco, se podía apreciar que el Rosario que le colocaron sobre el pecho el día de su entierro estaba enredado entre los dedos de sus manos. El cuerpo de Jacinta, exhumado quince años después de su muerte, fue hallado incorrupto.
"Contemplar como Francisco y amar como Jacinta", fue el lema con el que estos dos videntes de la Virgen de Fátima fueron beatificados por San Juan Pablo II, el 13 de mayo del año 2000. El Papa Francisco los canonizó el 13 de mayo de 2017 en Fátima, en el marco de las celebraciones por el centésimo aniversario de las apariciones de la Virgen.
¡Francisco y Jacinta, rogad por nosotros, pecadores!
SANTOS DEFENSORES DE LA JUSTICIA - DÍA MUNDIAL DE LA JUSTICIA SOCIAL - 20 DE FEBRERO
jueves, 15 de febrero de 2024
EL EVANGELIO DE HOY JUEVES 15 DE FEBRERO DE 2024
Jueves después de Ceniza
jueves 15 de febrero
1ª Lectura (Dt 30,15-20): Moisés habló al pueblo, diciendo: «Mira: hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Pues yo te mando hoy amar al Señor, tu Dios, seguir sus caminos, observar sus preceptos, mandatos y decretos, y así vivirás y crecerás y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para poseerla. Pero, si tu corazón se aparta y no escuchas, si te dejas arrastrar y te postras ante otros dioses y les sirves, yo os declaro hoy que moriréis sin remedio; no duraréis mucho en la tierra adonde tú vas a entrar para tomarla en posesión una vez pasado el Jordán. Hoy cito como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra. Pongo delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, para que viváis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, adhiriéndote a él, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra que juró dar a tus padres, Abrahán, Isaac y Jacob».
Salmo responsorial: 1
R/. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.
Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche.
Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin.
No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal.
Versículo antes del Evangelio (Mt 4,17): Haced penitencia, dice el Señor; se ha acercado el Reino de los cielos.
Texto del Evangelio (Lc 9,22-25): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día». Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?».
«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame»
Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM
(Barcelona, España)
Hoy es el primer jueves de Cuaresma. Todavía tenemos fresca la ceniza que la Iglesia nos ponía ayer sobre la frente, y que nos introducía en este tiempo santo, que es un trayecto de cuarenta días. Jesús, en el Evangelio, nos enseña dos rutas: el Via Crucis que Él ha de recorrer, y nuestro camino en su seguimiento.
Su senda es el Camino de la Cruz y de la muerte, pero también el de su glorificación: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado (...), ser matado y resucitar al tercer día» (Lc 9,22). Nuestro sendero, esencialmente, no es diferente del de Jesús, y nos señala cuál es la manera de seguirlo: «Si alguno quiere venir en pos de mí...» (Lc 9,23).
Abrazado a su Cruz, Jesús seguía la Voluntad del Padre; nosotros, cargándonos la nuestra sobre los hombros, le acompañamos en su Via Crucis.
El camino de Jesús se resume en tres palabras: sufrimiento, muerte, resurrección. Nuestro sendero también lo constituyen tres aspectos (dos actitudes y la esencia de la vocación cristiana): negarnos a nosotros mismos, tomar cada día la cruz y acompañar a Jesús.
Si alguien no se niega a sí mismo y no toma la cruz, quiere afirmarse y ser él mismo, quiere «salvar su vida», como dice Jesús. Pero, queriendo salvarla, la perderá. En cambio, quien no se esfuerza por evitar el sufrimiento y la cruz, por causa de Jesús, salvará su vida. Es la paradoja del seguimiento de Jesús: «¿De qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?» (Lc 9,25).
Esta palabra del Señor, que cierra el Evangelio de hoy, zarandeó el corazón de san Ignacio y provocó su conversión: «¿Qué pasaría si yo hiciera eso que hizo san Francisco y eso que hizo santo Domingo?». ¡Ojalá que en esta Cuaresma la misma palabra nos ayude también a convertirnos!
MAMÁ ANTULA, PRIMERA SANTA ARGENTINA - CANONIZADA 11 DE FEBRERO 2024
11 febrero 2024.
El Santo Padre presidió en la Basílica de San Pedro la celebración Eucarística con el rito de canonización de la beata María Antonia de San José de Paz y Figueroa, más conocida como Mama Antula.
Fotos: Daniel Ibáñez.
CUARESMA ES VOLVER AL SEÑOR
Comienza la Cuaresma y, en este periplo hacia la Pascua, se nos recuerda lo que tal vez ya intuimos, reconocemos o sabemos de antemano:
- Hay que rezar más.
- Hay que comer menos.
- Hay que ejercitar la caridad.
Pero, como siempre, surge un interrogante ¿Cómo volver hacia el Señor? ¿Es suficiente el rezar? ¿Basta con dar una limosna? ¿Aporta algo el ayuno si no va acompañado de un sentimiento solidario?
El miércoles de ceniza nos anima a muchas cosas.
✸ Primero: a cambiar en algo y, si puede ser, a mejor. La Pascua la viviremos con más vida si, nuestra existencia, la sabemos perfeccionar en estos cuarenta días que quedan por delante.
✸ Segundo: a recuperar nuestra amistad con Cristo. Muchas veces nos ocurre como con los amigos de a pie. Sabemos que están ahí pero apenas los recordamos. ¿Seremos capaces de sensibilizar nuestro interior ante lo que Jesús hizo por nosotros? ¿Somos conscientes de que subirá a la cruz por nosotros?
✸ Tercero: este miércoles de ceniza nos invita a desplegar las actitudes del perdón y de la alegría, de la paz y de la reconciliación y, sobre todo, a arrojar de nosotros todo aquello que nos impide estar en armonía con Dios.
- Ojalá pudiéramos proponernos, durante este tiempo de gracia que es la Cuaresma, un buen discernimiento, una buena reflexión para llegar a la Semana Santa con una sentida confesión, personal y sincera, emotiva y transparente, diáfana y con afán de mudar aires de verdad.
- Ojalá que, la ceniza (el polvo que queda de una combustión) sea reflejo de lo que deseamos hacer de esa materia que nos impide llegarnos hasta Dios.
- Ojalá que, la ceniza, sea una llamada a reconocer que sólo Dios permanece y que, nosotros, un día seremos redimidos por la cruz del Señor.
- Ojalá que, la ceniza, sea una reclamación a ponernos en marcha. A liberarnos de tantos eslabones que nos atan y no nos dejan margen para ser libres, para pensar en Dios o para vivir con entusiasmo nuestra fe cristiana.
Que este miércoles de ceniza sea un impulso a superarnos a nosotros mismos. A sentirnos pueblo peregrino que camina hacia esa Pascua en la que, Dios, nos mostrará su poder y su gloria, su amor y su vida, su triunfo y el futuro que nos espera. Adelante, que Jesús comienza a subir la cruz para que, nosotros, tengamos una vida eterna.