martes, 4 de junio de 2013

TENER IMÁGENES Y ORAR POR LOS DIFUNTOS

Autor: P. Paulo Diercks y P. Miguel Jordá | Fuente: Catholic.net
10. Los Santos y nosotros. ¿Podemos tener imágenes? ¿Orar por los difuntos?
Curso que dará argumentos sólidos a quienes no saben responder a objeciones sobre críticas de la fe y de esta manera fortalecer la identidad católica
 
10. Los Santos y nosotros. ¿Podemos tener imágenes? ¿Orar por los difuntos?
10. Los Santos y nosotros. ¿Podemos tener imágenes? ¿Orar por los difuntos?
a) Los Santos y nosotros

Queridos hermanos católicos:
El Santo Padre ha beatificado y canonizado a una gran cantidad de hombres y mujeres a lo largo de toda la Iglesia Universal. Con esto la Iglesia ha reconocido oficialmente su testimonio de santidad. De esta forma ellos se convierten para los creyentes en un modelo de santidad y en intercesores en favor nuestro. Por supuesto la Iglesia Católica a nadie obliga a invocar y tener devoción a los santos. Solamente los propone como modelos para ser imitados.

Ahora bien, muchos católicos se dan cuenta de que los hermanos no católicos rechazan enérgicamente a los santos diciendo que no necesitamos otros modelos de santidad, ya que tenemos el modelo de Jesús. Y menos necesitamos a los santos como intercesores, pues Cristo es el Unico mediador ante el Padre. Muchos católicos no saben qué contestar y están dudosos frente a estas opiniones.

1. ¿Qué debemos contestar a los que piensan así?
Los hermanos evangélicos dicen: No necesitamos otro modelo de santidad si ya tenemos el modelo del propio Jesús.
Queridos hermanos: Esta es una verdad a medias. Y enseguida me vienen a la mente los textos bíblicos del Apóstol Pablo: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte es ganancia... Hermanos, sigan mi ejemplo y fíjense también en los que viven según el ejemplo que nosotros les hemos dado a ustedes» (Fil. 1, 21 y 3, 17).

En otra parte dice el Apóstol: "Sigan ustedes mi ejemplo como yo sigo el ejemplo de Cristo Jesús" (1 Tim. 1, 16).
En estos textos vemos claramente que Pablo se pone a sí mismo como ejemplo de seguidor de Cristo, e incita a los creyentes a ser sus imitadores, como él lo es de Cristo.

Tomemos otro ejemplo de la Biblia: María, la Madre de Jesús.
Ella es la mujer «que Dios ha bendecido más que a todas las mujeres» (Lc. 1, 28 y 1, 42), como dijeron el ángel Gabriel y su prima Isabel. Y en el cántico de María (Lc. 1, 46-55); ella se presenta también como ejemplo de humilde servidora y de esclava, «en adelante todos los hombres me llamarán bienaventurada» (Lc. 1, 48).

La Biblia, entonces, pone claramente a María como modelo de santidad para todas las generaciones. Y es eso lo que celebra la Iglesia Católica al venerar a María. La veneración a María nunca puede ser culto de adoración; la veneración es un culto de honra y de profundo respeto hacia la Madre de Jesús.

Cuando leemos con atención las Escrituras, nos damos cuenta de que la Biblia nos ofrece muchos modelos de santidad; por ejemplo: al apóstol Tomás, que era un hombre con grandes dudas sobre la fe pero que al fin proclamó a Jesús como su Señor y su Dios (Jn. 20, 26-28).

Así también la Iglesia católica presenta el ejemplo de Juan Bautista que con gran valentía dio testimonio de Jesús hasta derramar su sangre por el Señor (Mt. 14, 1-12).
De igual manera, la Iglesia Católica presenta ahora a los santos de nuestros tiempos como ejemplos de fe cristiana. Ellos nos señalan un camino y muchos ven en ellos la gracia del Señor Jesús, que fue tan eficaz en sus vidas. Los santos son para nosotros verdaderos modelos a imitar. Ellos tuvieron una clara prioridad en su vida: Jesucristo. Y es este modelo de fe cristiana el que tocó de diversas maneras el corazón de mucha gente. La fe en los santos no es, de ninguna manera, un obstáculo a la fe en Jesucristo, como piensan los hermanos evangélicos, sino un estímulo para seguir a Cristo. Son tres distintos modelos de santidad que Dios ha regalado a su Iglesia en este último tiempo.

Por supuesto debemos evitar excesos, los santos no son semidioses y la santidad de tal o cual persona nunca puede oscurecer el seguimiento de Cristo. Al contrario, la verdadera santidad de los santos siempre anima hacia una mayor búsqueda de Dios.

2. Los santos como intercesores:
Muchos hermanos evangélicos tienen problemas para aceptar a los santos como intercesores en favor nuestro. Simplemente dicen que Jesucristo es el único Mediador entre Dios y los hombres y que no necesitamos nuevos intercesores: «Hay un solo Dios, y un solo Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús» (1 Tim. 2, 5; Hebr. 8, 6 y 9, 11-14).

Nosotros, los católicos, proclamamos también que Jesucristo es el Unico Mediador entre Dios y los hombres. Pero los santos no son un obstáculo para dirigirnos directamente a Jesucristo, a Dios Padre o al Espíritu Santo. Los santos no nos alejan de Dios; simplemente ellos con sus ejemplos de fe cristiana nos estimulan a acercarnos a Dios con la sola mediación de Jesucristo.

Ahora bien, cuando la Iglesia Católica dice que los santos son intercesores nuestros delante de Jesucristo, eso no quiere decir que ellos son los que hacen los milagros. Es siempre Dios Padre, Jesucristo o el Espíritu Santo, quienes obran maravillas entre nosotros, aunque sí puede ser que los milagros sean hechos “por intercesión” de estos santos.

3. El ejemplo de María
Veamos el ejemplo de María en las bodas de Caná. Es María la Madre de Jesús la que invita discretamente a su Hijo a hacer un milagro diciendo: “Ya no tienen vino”. Y Jesús le hace entender que la hora de hacer signos no ha llegado todavía. Sin embargo, por la intercesión de su Madre María, Jesús hace su primer milagro (Jn. 2, 1-12).

Este es el sentido bíblico de la intercesión de los santos. Hay muchos ejemplos más de la intercesión de los santos ante Dios. Veamos algunos textos: Moisés ora a Dios por intercesión de Abraham, Isaac y de Jacob (Ex. 32, 11-14).
Jesús manda a sus Apóstoles a sanar enfermos, a resucitar muertos, a limpiar leprosos y echar demonios (Mt. 10, 8). Pedro y Juan, en nombre de Jesús, sanan a un hombre tullido (Hech. 3, 1-10).

En el pueblo de Troáda, el apóstol Pablo devuelve la vida a un joven accidentado (Hech. 20, 7-11).

Cuando el apóstol Pedro pasaba por la calle, la gente sacaba a los enfermos y los ponía en camillas para que, al pasar Pedro, por lo menos su sombra cayera sobre algunos de ellos, y todos eran sanados (Heh. 5, 15-16). Dios hacía grandes milagros por medio de Pablo, tanto que hasta los pañuelos o las ropas que habían sido tocados por su cuerpo eran llevadas a los enfermos y los espíritus malos salían de éstos (Hech. 19, 11-12).

Todos estos textos nos dicen que Jesucristo hacía milagros por medio de sus discípulos. “Ustedes han recibido este poder sin costo; úsenlo sin cobrar”, dijo Jesús (Mt. 10, 8).

4. Dios acepta la oración de los santos
La Biblia nos enseña también que debemos ayudarnos mutuamente con la oración. “La oración de los santos es como perfume agradable ante el trono de Dios” (Apoc. 8, 4).

“Ahora me alegro, dice el Apóstol Pablo, en lo que sufro por ustedes, porque de esta manera voy completando en mi propio cuerpo lo que falta a los sufrimientos de Cristo por la Iglesia, que es su cuerpo»” (Col. 1, 24).

“La oración fervorosa del hombre bueno tiene mucho poder. El profeta Elías era un hombre tal como nosotros, y cuando pidió en su oración que no lloviera, dejó de llover sobre la tierra durante tres años y medio y después cuando oró otra vez, volvió a llover y la tierra dio su cosecha” (Stgo. 5, 16-18).
“Los cuatro seres vivientes y los 24 ancianos se pusieron de rodillas delante del Cordero. Cada uno de los ancianos tenía un arpa, y llevaban copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los que pertenecen a Dios” (Apoc. 5, 8).

En todos estos textos notamos que la oración fervorosa o la intercesión de los santos tiene mucho poder delante del trono de Dios. No podemos dudar de que estos santos, que ahora están delante de Dios, van a interceder por nosotros, como lo hizo Moisés al hablar con Dios para aplacar su ira invocando a Abraham, Isaac y Jacob (Ex. 32, 13).

Al invocar a los santos siempre contemplaremos las virtudes que obró Dios en ellos. Dios está siempre en el trasfondo de nuestra invocación o veneración a los santos. Los santos no nos alejan de Dios, sino que nos invitan a ponernos directamente en contacto con El, con la sola mediación de Jesucristo.

5. ¿Debemos evitar los excesos en la veneración de los santos?
Por supuesto que en nuestra veneración a los santos debemos evitar los excesos. Por ejemplo, hay gente que no busca a los santos como un modelo de fe cristiana, sino solamente como remedio a sus dolencias, angustias y dificultades, o para encontrar un objeto que se le ha perdido. Sabemos muy bien que hay gente que se acerca a los santos con una fe casi mágica. No nos corresponde juzgar los sentimientos de nuestros hermanos que tienen una fe débil. Pero estoy seguro de que Dios respeta la conciencia de cada uno.

Pienso en aquella mujer de la Biblia que sufría hemorragias de sangre durante tantos años, la que se acercó a Jesús tal vez con una fe mágica, pensando que con sólo tocar su manto sanaría, y la señora con esta fe que a nosotros nos parece medio mágica sanó. Pero luego Jesús buscó a aquella mujer y quiso darle más que un simple remedio a sus dolencias. Jesús deseaba un encuentro personal con aquella enferma y aclarar la verdadera razón de su sanación: La fe. "Hija, has sido sanada porque creíste" (Lc. 8, 43-48).

Creo que hay mucha gente católica, entre nosotros que se acerca a Cristo y a los santos con esta actitud tímida, con esta fe no muy clara, tal vez con creencias medio mágicas. Pero no tenemos derecho a humillar o aplastar esta poca fe que tiene la gente sencilla. Es un pecado muy grave burlarse de la fe débil de uno de nuestros hermanos. Debemos ayudarles con mucho amor a purificar su fe, como lo hizo Jesús con aquella mujer enferma. Un poco de fe basta para que Dios actúe.
Queridos hermanos católicos, termino esta carta dando gracias a Dios por las grandes maravillas que obró en los santos, y por habernos hecho el hermoso regalo de nuestros santos latinoamericanos. Ojalá que nosotros, contemplando sus ejemplos logremos también la santidad.

Y termino recordando que la Iglesia no obliga a nadie a invocar y tener devoción a los santos. Esto depende del gusto, de la cultura y de la libertad de cada cristiano. Es un camino que se ofrece, y dichosos de nosotros si lo aceptamos con humildad y agradecimiento.

Dice el CATECISMO
¿Somos todos llamados a la santidad?

Sí, todos los bautizados, ya pertenezcan a la Jerarquía, a los laicos, todos somos llamados a la santidad.

¿Quiénes son los santos ?
Los que llegaron ya a la patria y gozan de la presencia del Señor. Ellos no cesan de interceder por nosotros presentando a Dios por medio del único Mediador Jesús (1, Tim. 2, 5), los méritos que en la tierra alcanzaron.

¿A qué nos llama Dios?
Dios nos llama a responder al deseo natural de felicidad que El mismo ha puesto dentro de nosotros. Y esta felicidad sólo la podemos lograr con la santidad de vida.

¿Qué es la comunión de los santos?
La comunión de los santos significa que así como todos los creyentes forman entre sí un solo cuerpo, así también el bien de unos se comunica a otros.

¿Interceden los santos por nosotros?
Sí, ellos interceden por nosotros al presentar, por medio del Unico Mediador Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra.




b) ¿Podemos tener imágenes?

Queridos hermanos católicos:
Cuántas veces hemos escuchado esta acusación de parte de nuestros hermanos evangélicos: “Los católicos hacen imágenes para adorarlas, mientras que la Biblia lo tiene estrictamente prohibido”.

Muchos hermanos nuestros católicos no saben qué contestar, otros se dejan influenciar fácilmente por estas verdades a medias y algunos sienten la tentación de botar las imágenes de las capillas.

Les quiero aclarar este tema acerca de las imágenes, pero con la Biblia en la mano. Antes que nada, debemos hacer una clara distinción entre una imagen, un cuadro, un adorno religioso y un ídolo, que es “la imagen de un falso dios”. La Biblia sí que rechaza enérgicamente el culto de adoración a los ídolos (falsos dioses), pero la Biblia nunca ha rechazado las imágenes como signos religiosos.

¿Qué es un ídolo según la Biblia?
Muchos años antes de Jesús, en tiempo de Moisés, Dios comenzó a formar a su pueblo elegido, el pueblo de Israel. Era gente muy primitiva que Dios había sacado del politeísmo para llevarla al monoteísmo. Todos estos pueblos antiguos tenían infinidad de dioses, los que adoraban y representaban a través de imágenes de baales, que tenían la forma de un toro, de un león o de otros animales. A esas imágenes, el pueblo de Moisés las llamaba “ídolos” o falsos dioses. La gente de aquel tiempo pensaba que estas imágenes tenían un poder mágico o una fuerza milagrosa. En el fondo estos ídolos eran representaciones de poderes o vicios del hombre mismo. Por ejemplo la imagen del becerro de oro que aparece en Exodo 32, era la expresión de la fuerza bruta de la naturaleza. También podía representar la encarnación del poder sexual desorientado y vicioso. Y el oro del becerro significaba el poder de la riqueza que explota y aplasta al hombre, es decir, el hombre con sus vicios, representados en el becerro de oro, quiere ser dios y no quiere dejar lugar al único y verdadero Dios.

Dios llamó al pueblo hebreo a avanzar por la senda del monoteísmo, dejando atrás los ídolos y dando adoración al verdadero Dios. Pero los israelitas de aquel tiempo atraídos por las prácticas de los pueblos paganos querían, a veces, volver al politeísmo y a la adoración de ídolos. Entonces Moisés, inspirado por Yavé-Dios les prohibió estrictamente hacer estos ídolos: “No tengas otros dioses fuera de mí, no te hagas estatua, ni imagen alguna de lo que hay en el cielo ni en la tierra ni te postres ante esos “ídolos”, no les des culto”.

Queridos hermanos, estos textos bíblicos son muy claros en su prohibición de hacer imágenes o estatuas de falsos dioses. Pero otra cosa muy distinta es aplicar estos textos a las imágenes como adornos o signos religiosos. Estos signos (imágenes) nunca han sido prohibidos por Dios ni por la Biblia.

Textos aclaratorios:
La Sagrada Escritura siempre hace la distinción entre imágenes como “ídolos” e imágenes como “adornos o signos religiosos”. Leamos algunos textos en los cuales Dios mismo manda a Moisés hacer imágenes como símbolos religiosos: “Harán dos querubines de oro macizo, labrados a martillo y los pondrán en las extremidades del lugar del perdón, uno a cada lado... Allí me encontraré contigo y te hablaré desde el lugar del perdón, desde en medio de los querubines puestos sobre el arca del Testimonio...” (Ex. 25,18-22). Estos dos querubines parecidos a imágenes de ángeles, eran adornos religiosos para el lugar más sagrado del templo. Pues bien, estas imágenes, hechas por manos de hombres, estaban en el templo, en el lugar más sagrado y nunca fueron consideradas como ídolos, sino todo lo contrario, el mismo Dios ordenó construirlos.

Leamos otro texto del A. T.: Números 21, 8-9. Ahí se nos narra como en aquel tiempo los israelitas murmuraban contra Dios y contra Moisés. Entonces Dios mandó contra el pueblo serpientes venenosas que los mordían, de modo que murió mucha gente.

Moisés intercedió por el pueblo y Dios le respondió: “Haz una serpiente de bronce, ponla en un palo y todo el que la mire se salvará». Nos damos cuenta otra vez de que esta serpiente de bronce era una imagen hecha por manos de hombre, pero no para adorar, sino que era un «signo religioso” para invocar a Dios con fe.

Hay otros textos en la Biblia que nos hacen ver que en el templo de Jerusalén había varias imágenes o esculturas que no fueron prohibidas, menos aun consideradas como ídolos. Dice el Salmo 74, 4-5: “Tus enemigos rugieron dentro de tu santuario como leñadores en el bosque, derribaron con hacha las columnas y esculturas en el templo”. Eso significa que en el templo de Jerusalén había también esculturas o imágenes.

Queridos hermanos católicos, esas indicaciones de la Biblia son suficientes para decir que la Biblia, sí, prohíbe la fabricación de imágenes como dioses falsos, (ídolos) pero nunca ha prohibido las imágenes o esculturas como adornos religiosos. Que nadie entonces los venga a molestar por tener una imagen o adorno en su templo o en su casa. Es por falta de conocimientos bíblicos, o por mala voluntad, que los hermanos evangélicos les meten estas cosas en la cabeza.


Las imágenes en nuestra vida diaria.
Ahora bien, hermanos, en nuestros tiempos vemos por todos lados imágenes y estatuas. Cada país tiene sus propios símbolos patrios y estatuas a sus héroes.

En nuestras casas tenemos cuadros que representan la imagen de alguna persona. Tengo en mi velador, por ejemplo, una foto de mi madre que ya está en el cielo; y contemplando esta foto me acuerdo de ella. Incluso puedo colocar esta foto en un lugar bien bonito y adornarlo con una flor y una velita... Y si alguien viene a mi casa a visitarme y me dice, refiriéndose a la foto: «Qué mono más feo», por supuesto que me siento muy ofendido. Así también tenemos cuadros e imágenes en nuestras capillas que representan algunas personas religiosas, como la Virgen María, la Madre de Jesús, algún santo patrono de nuestros pueblos. Y ningún católico va a pensar que estas imágenes son ídolos o falsos dioses. Estas imágenes simplemente nos hacen pensar en el mismo Jesús o en tal o cual santo que está en la presencia de Dios y nos ayudan a pensar en la belleza de Dios.

La Iglesia Católica acepta el respeto y la veneración a estas imágenes en nuestros templos, pero nunca ha enseñado la adoración a una imagen. A veces, dicen los hermanos de otra religión que nosotros adoramos a las imágenes. Están muy, pero muy equivocados y debemos, eso sí, perdonarles sus expresiones.

La Iglesia Católica acepta que guardemos imágenes o cuadros en nuestros templos siempre que no sea en forma exagerada. ¿Qué quiero decir con ello? Quiero decir que a veces nuestras iglesias parecen una exposición de santos y en algún caso están tan mal colocados, que no hay espacio ni para la imagen de Cristo. Ahí sí que exageramos. Por eso el Concilio Vaticano pidió que no se repitiera más de una imagen por cada santo y que el lugar central de la Iglesia, a ser posible, esté reservado siempre para la imagen de Cristo.

Está claro, entonces, que nunca podemos dar culto de adoración a una imagen, nunca podemos ponernos de rodillas delante de una imagen para adorarla, pero sí podemos ponernos de rodillas ante una imagen para pedir perdón por nues-tros pecados y para suplicar que el santo interceda ante Dios por nosotros.

En todas estas discusiones, hermanos míos, guardemos el amor. ¿Quién eres tu para juzgar a tú hermano? (Stgo. 4, 12). Cada uno puede arrodillarse en cualquier parte para invocar a Dios, en el patio de su casa, en el campo. En la noche antes de acostarse uno puede arrodillarse delante de un crucifijo para así hablar con Dios. A veces hay gente que piensa que tal imagen es milagrosa y le atribuyen un poder mágico. Debemos corregir estas actitudes y explicarles que sólo Dios hace mila-gros. Por supuesto aceptamos que Dios puede actuar por intercesión de los santos.

Hermanos: no aplastemos la fe de nuestros hermanos que tal vez tienen poca formación cristiana, no critiquemos y no hablemos mal de otros. Ofender al hermano es un pecado muy grave. Es triste constatar el lenguaje ofensivo de nuestros hermanos evangélicos hacia los católicos. Tratemos de devolver bien por mal.

Martín Lutero, el fundador del protestantismo y de las iglesias evangélicas, nunca rechazó las imágenes, todo lo contrario él dijo que las imágenes eran “el Evangelio de los pobres”. ¿A quién de nosotros no le gusta contemplar un lindo cuadro o una hermosa imagen? Muchas veces mirando un cuadro o una imagen podemos más fácilmente entrar en oración y en un profundo contacto con Dios. ¿Quién puede negar por ejemplo la belleza de la Piedad de Miguel Angel? Pues bien, según los evangélicos habría que destruirla porque va contra la Biblia ¡Qué disparate tan grande! Ello es hacer decir a la Biblia lo que nunca la Biblia ha dicho. Ello es una distorsión de lo que Dios nos quiere decir en la Biblia. Una regla de oro para interpretar la Biblia es mirar siempre el contexto de una frase y no aferrarse a la letra, porque en este caso, sin el contexto, hasta se puede hacer decir a la Biblia que «Dios no existe» porque la Biblia pone esta frase en labios del tonto (Sal. 10, 4).


Los falsos dioses o ídolos de este mundo moderno.
Hermanos, los ídolos o falsos dioses de este mundo moderno no están en los templos, sino que son poderes que dominan al hombre moderno por dentro. Son poderes falsos que destruyen las buenas relaciones con el prójimo y con Dios. Estos ídolos modernos están a veces en nuestras calles, en nuestras instituciones, en nuestras comunidades y familias. Esta es la idolatría que hemos de desterrar.

Pienso, por ejemplo, en el falso dios del poder y de la dominación que quiere aplastar tu libertad y engañar pueblos enteros; en el falso dios «poder» que provoca guerras y matanzas de gente inocente. Este es el «ídolo» moderno que se pasea por el mundo. Pienso en el falso dios «dinero» que domina tu corazón, que comienza con mentiras, engaños, robos, tráfico de drogas etc. y que pareciera que en nombre de este dios dinero todo está permitido. Pienso en el falso dios del sexo desorientado, en el dios que destruye la unión familiar, en el dios de la pasión que engaña al hombre y a la mujer, es el falso dios que deja los niños desamparados, en el falso dios que destruye el verdadero amor y que se resiste a servir a una comunidad.

El lugar desde donde estos falsos dioses comienzan a brotar está en nuestro corazón. Es el demonio mismo que quiere destruir nuestro corazón como templo de Dios. Y mucha gente entre nosotros, sin darse cuenta, está bajo el poder de estos falsos dioses y no dan lugar en su corazón al único y verdadero Dios del amor.

Hermanos, no debemos buscar ídolos o falsos dioses en cosas de madera o de yeso, en imágenes o cuadros, sino en nuestro corazón. Si volviera ahora Moisés a nosotros, no se referiría a las imágenes ya que hoy no está el peligro de la idola-tría, sino que gritaría: “No te hagas falsos dioses dentro de tu corazón, destruye los vicios fuente de toda idolatría”. Esto es lo que ya hicieron los profetas que vinieron después de Moisés.

Los primeros misioneros que evangelizaron América Latina trajeron de España y del Perú numerosas imágenes del Señor, de la Virgen y de los santos. Son imágenes religiosas cargadas de historia que penetraron hondamente en el alma de nuestro pueblo y que aparte de su valor escultórico tienen el mérito de que ante ellas oraron nuestros antepasados. Y cada capilla tiene las imágenes de sus patronos. Todas ellas nos recuerdan los misterios centrales de la encarnación e ilustran de alguna manera la Historia de la Salvación realizada por Dios a favor nuestro.

Así que cuando lleguen los evangélicos a las puerta de sus casas y les digan que los católicos somos unos idólatras porque adoramos las imágenes ya saben qué contestarles. Díganles que no es correcto sacar frases de la Biblia fuera de su con-texto para hacer decir a la Biblia lo que nunca dijo. Y que la Biblia nunca ha prohibido las imágenes como adornos religiosos.

Finalmente hay que tener presente que en el A. T. no podía representarse a Dios porque el Verbo no había tomado cuerpo ni forma humana. Pero en el N. T. es distinto. Con la Encarnación, el Verbo Dios tomó forma humana y si El mismo se hizo hombre hace dos mil años y nos mandó guardar su memoria es que quiere que nosotros lo representemos así, como hombre, para recordar que “el Verbo se encarnó y habitó entre nosotros”. Y si representarlo en una pintura o en una imagen ayuda a recordar su memoria ¿qué de malo hay en ello?

Pero por sobre todo hay que entender la evolución gradual que hay entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Algunas sectas dan la impresión que quedaron petrificadas en el Antiguo Testamento y sólo por ignorancia o mala voluntad pueden decir lo que dicen. Es decir, se aferran de textos aislados, los sacan de su verdadero contexto, y confunden a los no iniciados en la Biblia. Y aquí le viene recordar que el mismo Jesús confirmó esta progresiva evolución entre el Antiguo y el Nuevo Testamento cuando dijo: “Antes se les dijo... ahora les digo”.



c) ¿Podemos orar por los difuntos?

Queridos hermanos:
Les voy a contar un caso que me sucedió hace algún tiempo. Un día se murió un amigo mío que en cuanto a religión no era ni chicha ni limonada, unas veces iba a misa y otras iba al culto de los evangélicos. Cuando murió, los evangélicos lo velaron con muchos cantos y alabanzas, y al día siguiente lo llevaron al cementerio. Como era amigo mío, quise ir al cementerio a orar por él. Una vez allá, le pregunté al pastor, si me dejaba hacerle un responso, y me contestó: “El finado era oveja de nuestro rebaño y nosotros no les rezamos a los muertos porque a estas alturas de nada le sirven las oraciones”. Total que no me permitieron rezarle el responso y tuve que contentarme con orar en silencio.

Esta anécdota nos da pie para preguntarnos: ¿Podemos orar por los difuntos? ¿Les sirven nuestras oraciones? ¿Cuál es la doctrina católica y la evangélica al respecto?

La Doctrina católica
La Biblia nos dice que después de la muerte viene el juicio: “Está establecido que los hombres mueran una sola vez y luego viene el juicio” (Hebr. 9, 27). Después de la muerte viene el juicio particular donde “cada uno recibe conforme a lo que hizo durante su vida mortal” (2 Cor. 5, 10).

Al fin del mundo tendrá lugar el “juicio universal” en el que Cristo vendrá en gloria y majestad a juzgar a los pueblos y naciones.

Es doctrina católica que en el juicio particular se destina a cada persona a una de estas tres opciones: Cielo, Purgatorio o Infierno.

-Las personas que en vida hayan aceptado y correspondido al ofrecimiento de salvación que Dios nos hace y se hayan convertido a El, y que al morir se encuentren libres de todo pecado, se salvan. Es decir, van directamente al Cielo, a reunirse con el Señor y comienzan una vida de gozo indescriptible “Bienaventurados los limpios de corazón -dice Jesús- porque ellos verán a Dios” (Mt. 5, 8).

-Quienes hayan rechazado el ofrecimiento de salvación que Dios hace a todo mortal, o no se convirtieron mientras su alma estaba en el cuerpo, recibirán lo que ellos eligieron: el Infierno, donde estarán separados de Dios por toda la eternidad.

-Y finalmente, los que en vida hayan servido al Señor pero que al morir no estén aún plenamente purificados de sus pecados, irán al Purgatorio. Allá Dios, en su misericordia infinita, purificará sus almas y, una vez limpios, podrán entrar en el Cielo, ya que no es posible que nada manchado por el pecado entre en la gloria: “Nada impuro entrará en ella (en la Nueva Jerusalén)” (Ap. 21, 27).

Aquí surge espontánea una pregunta cuya respuesta es muy iluminadora: ¿Para qué estamos en este mundo? Estamos en este mundo para conocer, amar y servir a Dios y, mediante esto, salvar nuestra alma. Dios nos coloca en este mundo para que colaboremos con El en la obra de la creación, siendo cuidadores de este «jardín terrenal» y para que cuidemos también de los hombres nuestros hermanos, especialmente de aquellos que quizás no han recibido tantos dones y «talentos» como nosotros. Este es el fin de la vida de cada hombre: Amar a Dios sobre todas las cosas y salvar nuestra alma por toda la eternidad.

¿Qué acontece, entonces, con los que mueren?
Ya lo dijimos: Los que mueren en gracia de Dios se salvan. Van derechamente al cielo. Los que rechazan a Dios como Creador y a Jesús como Salvador durante esta vida y mueren en pecado mortal se condenan. También aquí la respuesta es clara y coincidente entre católicos y evangélicos.

-Pero, ¿qué ocurre con los que mueren en pecado venial o que no han satisfecho plenamente por sus pecados? Ahí está la diferencia entre católicos y evangélicos. Los católicos creemos en el Purgatorio. Según nuestra fe católica, el Purgatorio es el lugar o estado por medio del cual, en atención a los méritos de Cristo, se purifican las almas de los que han muerto en gracia de Dios, pero que aún no han satisfecho plenamente por sus pecados. El Purgatorio no es un estado definitivo sino temporal. Y van allá sólo aquellos que al morir no están plenamente purificados de las impurezas del pecado, ya que en el cielo no puede entrar nada que sea manchado o pecaminoso.

Ahora bien, según los evangélicos no hay Purgatorio porque no figura en la Biblia y Cristo salva a todos, menos a los que se condenan.

Para nosotros, los católicos hay Purgatorio y en cuanto a su duración podemos decir que después que venga Jesús por segunda vez y se ponga fin a la historia de la humanidad, el Purgatorio dejará de existir y sólo habrá Cielo e Infierno.

Por consiguiente, según nuestra fe católica, se pueden ofrecer oraciones, sacrificios y Misas por los muertos, para que sus almas sean purificadas de sus pecados y puedan entrar cuanto antes a la gloria a gozar de la presencia divina. Los evangélicos insisten en que la palabra “Purgatorio” es una pura invención de los católicos y que ni siquiera este nombre se halla en la Biblia. Nosotros argumentamos que tampoco está en la Biblia la palabra “Encarnación” y, sin embargo, todos creemos en ella. Tampoco está la palabra “Trinidad” y todos, católicos y evangélicos, creemos en este misterio. Por tanto, su argumentación no prueba nada.

En definitiva, el porqué de esta diferencia es muy sencillo. Ellos sólo admiten la Biblia, en cambio para nosotros, los católicos, la Biblia no es la única fuente de revelación. Nosotros tenemos la Biblia y la Tradición. Es decir, si una verdad se ha creído en forma sostenida e ininterrumpida desde Jesucristo hasta nuestros días es que es dogma de fe y porque el Pueblo de Dios en su totalidad no puede equivocarse en materia de fe porque el Señor ha comprometido su asistencia. Es el mismo caso de la Asunción de la Virgen a los cielos, que si bien no está en la Biblia, la Tradición cristiana la ha creído y celebrado desde los primeros tiempos, por lo que se convierte en un dogma de fe. Además esto lo ha reafirmado la doctrina del Magisterio durante los dos mil de fe de la Iglesia Católica.


La Tradición de la Iglesia Católica
La Tradición constante de la Iglesia, que se remonta a los primeros años del cristianismo, confirma la fe en el Purgatorio y la conveniencia de orar por nuestros difuntos. San Agustín, por ejemplo, decía: “Una lágrima se evapora, una rosa se marchita, sólo la oración llega hasta Dios”. Además, el mismo Jesús dice que “aquel que peca contra el Espíritu Santo, no alcanzará el perdón de su pecado ni en este mundo ni en el otro” (Mt. 12, 32). Eso revela claramente que alguna expiación del pecado tiene que haber después de la muerte y eso es lo que llamamos el Purgatorio. En consecuencia, después de la muerte hay Purgatorio y hay purificación de los pecados veniales.

El Apóstol Pablo dice, además, que en el día del juicio la obra de cada hombre será probada. Esta prueba ocurrirá después de la muerte: «El fuego probará la obra de cada cual. Si su obra resiste al fuego, será premiado, pero si esta obra se convierte en cenizas, él mismo tendrá que pagar. El se salvará pero como quien pasa por el fuego” (1 Cor. 3, 15). La frase: “tendrá que pagar» no se puede referir a la condena del Infierno, ya que de ahí nadie puede salir. Tampoco puede significar el Cielo, ya que allá no hay ningún sufrimiento. Sólo la doctrina y la creencia en el Purgatorio explican y aclaran este pasaje. Pero, además, en la Biblia se demuestra que ya en el Antiguo Testamento, Israel oró por los difuntos. Así lo explica el Libro II de los Macabeos (12, 42-46), donde se dice que Judas Macabeo, después del combate oró por los combatientes muertos en la batalla para que fueran liberados de sus pecados. Dice así: “Y rezaron al Señor para que perdonara totalmente de sus pecados a los compañeros muertos». Y también en 2 Timoteo 1, 1-18, San Pablo dice refiriéndose a Onesíforo: «El Señor le conceda que alcance misericordia en aquel día”.

Resumiendo, entonces, digamos que con nuestras oraciones podemos ayudar a los que están en el Purgatorio para que pronto puedan verse libres de sus sufrimiento y ver a Dios.

No obstante, como que en la práctica, cuando muere una persona, no sabemos si se salva o se condena, debemos orar siempre por los difuntos, porque podrían necesitar de nuestra oración. Y si ellos no la necesitan, le servirá a otras personas, ya que en virtud de la Comunión de los Santos existe una comunicación de bienes espirituales entre vivos y difuntos. Esto explica aquella costumbre popular de orar “por el alma más necesitada del Purgatorio”.


Las catacumbas
En las catacumbas o cementerios de los primeros cristianos, hay aún esculpidas muchas oraciones primitivas, lo que demuestra que los cristianos de los primeros siglos ya oraban por sus muertos. Del siglo II es esta inscripción: “Oh Señor, que estás sentado a la derecha del Padre, recibe el alma de Nectario, Alejandro y Pompeyo y proporciónales algún alivio”. Tertuliano (año 160-222) dice: “Cada día hacemos oblaciones por los difuntos”. San Juan Crisóstomo (344-407) dice: “No en vano los Apóstoles introdujeron la conmemoración de los difuntos en la celebración de los sagrados misterios. Sabían ellos que esas almas obtendrían de esta fiesta gran provecho y gran utilidad” (Homilía a Filipo, Nro. 4).

Amigos y hermanos míos, creo que les quedará bien claro este punto tan importante de nuestra fe. Quien se profese católico no sólo puede sino que debe orar por sus difuntos

Y aquí cabe una pregunta: ¿Cómo queremos que nos recuerden nuestros amigos y familiares cuando nos muramos, con o sin oración?

Por lo menos entre los católicos, todos dirán que su deseo es que oren por ellos y que se les recuerde con la Santa Misa, porque aunque un católico muera con todos los sacramentos, siempre puede quedar en su alma alguna mancha de pecado y por eso conviene orar por ellos. Este es el sentir de la Iglesia Católica desde sus comienzos.

En lo que se refiere al Purgatorio hay que agregar que no es como una segunda oportunidad para que la persona establezca una recta relación con Dios. La conversión y el arrepentimiento deben darse en esta vida.

Los católicos, pues, no nos contentamos solamente con cantar alabanzas y glorificar a Dios, sino que elevamos plegarias a Dios y a la Santísima Virgen por nuestros difuntos y con más razón en los días inmediatos a su muerte.


La oración por los difuntos
Los primeros misioneros que evangelizaron América introdujeron la costumbre, que aún perdura en algunos lugares, de reunirse y hacer un velorio que se prolonga por una semana o nueve días. Se reza aún una Novena en la que los familiares se congregan para acompañar a los deudos y ofrecen a Dios oraciones por el difunto. También la Iglesia, desde tiempo inmemorial, introdujo la costumbre de celebrar el día 2 de Noviembre dedicado a los difuntos, día en el que los católicos vamos a los cementerios y, junto con llevar flores, elevamos una oración por nuestros seres queridos.

Los evangélicos, por lo general, sólo alaban a Dios por los favores que Dios le concedió al difunto. Pocas son las sectas que oran por ellos. En materia doctrinal, hay mucha variedad entre una secta y otra, ya que, como interpretan la Biblia según su libre albedrío, cada iglesia y cada persona tienen su propio criterio.

En cambio, entre los católicos sabemos que cualquier texto de la Escritura no debe ser objeto de interpretación personal, sino que la Iglesia, inspirada por el Espíritu Santo, nos revela a través de sus pastores el verdadero sentido de cada texto. Y en este sentido, el Papa es el garante la verdad revelada, es decir, del depósito de la Fe. Así, el Papa nos confirma en que nuestra Fe es la misma de los primeros cristianos, y la misma que perdurará hasta el fin de los tiempos.

Digamos, para terminar, que los católicos no sólo podemos orar por los difuntos, sino que éste es un deber cristiano que obliga, especialmente, a los familiares y a los amigos más cercanos.

Orar por los vivos y por los difuntos es una obra de misericordia. De la misma manera que ayudaríamos en vida a sus cuerpos enfermos, así, después de muertos, debemos apiadarnos de ellos rezando por el descanso eterno de sus almas.

Ente los católicos la tradición es orar por los difuntos y en lo posible celebrar la Santa Misa por su eterno descanso.

Dice la Liturgia: "dales, Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz eterna"

Y san Agustín dijo:"Una lágrima se evapora, una flor se marchita, sólo la oración llega al trono de Dios".

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