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10. Los Santos y nosotros. ¿Podemos tener imágenes? ¿Orar por los difuntos? |
a) Los Santos y nosotros
Queridos hermanos católicos: El
Santo Padre ha beatificado y canonizado a una gran cantidad
de hombres y mujeres a lo largo de toda la
Iglesia Universal. Con esto la Iglesia ha reconocido oficialmente su
testimonio de santidad. De esta forma ellos se convierten para
los creyentes en un modelo de santidad y en intercesores
en favor nuestro. Por supuesto la Iglesia Católica a nadie
obliga a invocar y tener devoción a los santos. Solamente
los propone como modelos para ser imitados.
Ahora bien, muchos
católicos se dan cuenta de que los hermanos no católicos
rechazan enérgicamente a los santos diciendo que no necesitamos otros
modelos de santidad, ya que tenemos el modelo de Jesús.
Y menos necesitamos a los santos como intercesores, pues Cristo
es el Unico mediador ante el Padre. Muchos católicos no
saben qué contestar y están dudosos frente a estas opiniones.
1.
¿Qué debemos contestar a los que piensan así? Los hermanos
evangélicos dicen: No necesitamos otro modelo de santidad si ya
tenemos el modelo del propio Jesús. Queridos hermanos: Esta es
una verdad a medias. Y enseguida me vienen a la
mente los textos bíblicos del Apóstol Pablo: «Para mí la
vida es Cristo, y la muerte es ganancia... Hermanos, sigan
mi ejemplo y fíjense también en los que viven según
el ejemplo que nosotros les hemos dado a ustedes» (Fil.
1, 21 y 3, 17).
En otra parte dice el
Apóstol: "Sigan ustedes mi ejemplo como yo sigo el ejemplo
de Cristo Jesús" (1 Tim. 1, 16). En estos textos
vemos claramente que Pablo se pone a sí mismo como
ejemplo de seguidor de Cristo, e incita a los creyentes
a ser sus imitadores, como él lo es de Cristo.
Tomemos otro ejemplo de la Biblia: María, la Madre de
Jesús. Ella es la mujer «que Dios ha bendecido más
que a todas las mujeres» (Lc. 1, 28 y 1,
42), como dijeron el ángel Gabriel y su prima Isabel.
Y en el cántico de María (Lc. 1, 46-55); ella
se presenta también como ejemplo de humilde servidora y de
esclava, «en adelante todos los hombres me llamarán bienaventurada» (Lc.
1, 48).
La Biblia, entonces, pone claramente a María como
modelo de santidad para todas las generaciones. Y es eso
lo que celebra la Iglesia Católica al venerar a María.
La veneración a María nunca puede ser culto de adoración;
la veneración es un culto de honra y de profundo
respeto hacia la Madre de Jesús.
Cuando leemos con atención
las Escrituras, nos damos cuenta de que la Biblia nos
ofrece muchos modelos de santidad; por ejemplo: al apóstol Tomás,
que era un hombre con grandes dudas sobre la fe
pero que al fin proclamó a Jesús como su Señor
y su Dios (Jn. 20, 26-28).
Así también la Iglesia
católica presenta el ejemplo de Juan Bautista que con gran
valentía dio testimonio de Jesús hasta derramar su sangre por
el Señor (Mt. 14, 1-12). De igual manera, la Iglesia
Católica presenta ahora a los santos de nuestros tiempos como
ejemplos de fe cristiana. Ellos nos señalan un camino y
muchos ven en ellos la gracia del Señor Jesús, que
fue tan eficaz en sus vidas. Los santos son para
nosotros verdaderos modelos a imitar. Ellos tuvieron una clara prioridad
en su vida: Jesucristo. Y es este modelo de fe
cristiana el que tocó de diversas maneras el corazón de
mucha gente. La fe en los santos no es, de
ninguna manera, un obstáculo a la fe en Jesucristo, como
piensan los hermanos evangélicos, sino un estímulo para seguir a
Cristo. Son tres distintos modelos de santidad que Dios ha
regalado a su Iglesia en este último tiempo.
Por supuesto
debemos evitar excesos, los santos no son semidioses y la
santidad de tal o cual persona nunca puede oscurecer el
seguimiento de Cristo. Al contrario, la verdadera santidad de los
santos siempre anima hacia una mayor búsqueda de Dios.
2. Los
santos como intercesores: Muchos hermanos evangélicos tienen problemas para aceptar
a los santos como intercesores en favor nuestro. Simplemente dicen
que Jesucristo es el único Mediador entre Dios y los
hombres y que no necesitamos nuevos intercesores: «Hay un solo
Dios, y un solo Mediador entre Dios y los hombres,
Cristo Jesús» (1 Tim. 2, 5; Hebr. 8, 6 y
9, 11-14).
Nosotros, los católicos, proclamamos también que Jesucristo es
el Unico Mediador entre Dios y los hombres. Pero los
santos no son un obstáculo para dirigirnos directamente a Jesucristo,
a Dios Padre o al Espíritu Santo. Los santos no
nos alejan de Dios; simplemente ellos con sus ejemplos de
fe cristiana nos estimulan a acercarnos a Dios con la
sola mediación de Jesucristo.
Ahora bien, cuando la Iglesia Católica
dice que los santos son intercesores nuestros delante de Jesucristo,
eso no quiere decir que ellos son los que hacen
los milagros. Es siempre Dios Padre, Jesucristo o el Espíritu
Santo, quienes obran maravillas entre nosotros, aunque sí puede ser
que los milagros sean hechos “por intercesión” de estos santos.
3. El ejemplo de María Veamos el ejemplo de María
en las bodas de Caná. Es María la Madre de
Jesús la que invita discretamente a su Hijo a hacer
un milagro diciendo: “Ya no tienen vino”. Y Jesús le
hace entender que la hora de hacer signos no ha
llegado todavía. Sin embargo, por la intercesión de su Madre
María, Jesús hace su primer milagro (Jn. 2, 1-12).
Este
es el sentido bíblico de la intercesión de los santos.
Hay muchos ejemplos más de la intercesión de los santos
ante Dios. Veamos algunos textos: Moisés ora a Dios por
intercesión de Abraham, Isaac y de Jacob (Ex. 32, 11-14).
Jesús manda a sus Apóstoles a sanar enfermos, a resucitar
muertos, a limpiar leprosos y echar demonios (Mt. 10, 8).
Pedro y Juan, en nombre de Jesús, sanan a un
hombre tullido (Hech. 3, 1-10).
En el pueblo de Troáda,
el apóstol Pablo devuelve la vida a un joven accidentado
(Hech. 20, 7-11).
Cuando el apóstol Pedro pasaba por la
calle, la gente sacaba a los enfermos y los ponía
en camillas para que, al pasar Pedro, por lo menos
su sombra cayera sobre algunos de ellos, y todos eran
sanados (Heh. 5, 15-16). Dios hacía grandes milagros por medio
de Pablo, tanto que hasta los pañuelos o las ropas
que habían sido tocados por su cuerpo eran llevadas a
los enfermos y los espíritus malos salían de éstos (Hech.
19, 11-12).
Todos estos textos nos dicen que Jesucristo hacía
milagros por medio de sus discípulos. “Ustedes han recibido este
poder sin costo; úsenlo sin cobrar”, dijo Jesús (Mt. 10,
8).
4. Dios acepta la oración de los santos La
Biblia nos enseña también que debemos ayudarnos mutuamente con la
oración. “La oración de los santos es como perfume agradable
ante el trono de Dios” (Apoc. 8, 4).
“Ahora me
alegro, dice el Apóstol Pablo, en lo que sufro por
ustedes, porque de esta manera voy completando en mi propio
cuerpo lo que falta a los sufrimientos de Cristo por
la Iglesia, que es su cuerpo»” (Col. 1, 24).
“La
oración fervorosa del hombre bueno tiene mucho poder. El profeta
Elías era un hombre tal como nosotros, y cuando pidió
en su oración que no lloviera, dejó de llover sobre
la tierra durante tres años y medio y después cuando
oró otra vez, volvió a llover y la tierra dio
su cosecha” (Stgo. 5, 16-18). “Los cuatro seres vivientes y
los 24 ancianos se pusieron de rodillas delante del Cordero.
Cada uno de los ancianos tenía un arpa, y llevaban
copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones
de los que pertenecen a Dios” (Apoc. 5, 8).
En
todos estos textos notamos que la oración fervorosa o la
intercesión de los santos tiene mucho poder delante del trono
de Dios. No podemos dudar de que estos santos, que
ahora están delante de Dios, van a interceder por nosotros,
como lo hizo Moisés al hablar con Dios para aplacar
su ira invocando a Abraham, Isaac y Jacob (Ex. 32,
13).
Al invocar a los santos siempre contemplaremos las virtudes
que obró Dios en ellos. Dios está siempre en el
trasfondo de nuestra invocación o veneración a los santos. Los
santos no nos alejan de Dios, sino que nos invitan
a ponernos directamente en contacto con El, con la sola
mediación de Jesucristo.
5. ¿Debemos evitar los excesos en la
veneración de los santos? Por supuesto que en nuestra veneración
a los santos debemos evitar los excesos. Por ejemplo, hay
gente que no busca a los santos como un modelo
de fe cristiana, sino solamente como remedio a sus dolencias,
angustias y dificultades, o para encontrar un objeto que se
le ha perdido. Sabemos muy bien que hay gente que
se acerca a los santos con una fe casi mágica.
No nos corresponde juzgar los sentimientos de nuestros hermanos que
tienen una fe débil. Pero estoy seguro de que Dios
respeta la conciencia de cada uno.
Pienso en aquella mujer
de la Biblia que sufría hemorragias de sangre durante tantos
años, la que se acercó a Jesús tal vez con
una fe mágica, pensando que con sólo tocar su manto
sanaría, y la señora con esta fe que a nosotros
nos parece medio mágica sanó. Pero luego Jesús buscó a
aquella mujer y quiso darle más que un simple remedio
a sus dolencias. Jesús deseaba un encuentro personal con aquella
enferma y aclarar la verdadera razón de su sanación: La
fe. "Hija, has sido sanada porque creíste" (Lc. 8, 43-48).
Creo que hay mucha gente católica, entre nosotros que se
acerca a Cristo y a los santos con esta actitud
tímida, con esta fe no muy clara, tal vez con
creencias medio mágicas. Pero no tenemos derecho a humillar o
aplastar esta poca fe que tiene la gente sencilla. Es
un pecado muy grave burlarse de la fe débil de
uno de nuestros hermanos. Debemos ayudarles con mucho amor a
purificar su fe, como lo hizo Jesús con aquella mujer
enferma. Un poco de fe basta para que Dios actúe.
Queridos hermanos católicos, termino esta carta dando gracias a Dios
por las grandes maravillas que obró en los santos, y
por habernos hecho el hermoso regalo de nuestros santos latinoamericanos.
Ojalá que nosotros, contemplando sus ejemplos logremos también la santidad.
Y termino recordando que la Iglesia no obliga a nadie
a invocar y tener devoción a los santos. Esto depende
del gusto, de la cultura y de la libertad de
cada cristiano. Es un camino que se ofrece, y dichosos
de nosotros si lo aceptamos con humildad y agradecimiento.
Dice
el CATECISMO ¿Somos todos llamados a la santidad? Sí, todos los
bautizados, ya pertenezcan a la Jerarquía, a los laicos, todos
somos llamados a la santidad.
¿Quiénes son los santos ?
Los que llegaron ya a la patria y gozan de
la presencia del Señor. Ellos no cesan de interceder por
nosotros presentando a Dios por medio del único Mediador Jesús
(1, Tim. 2, 5), los méritos que en la tierra
alcanzaron.
¿A qué nos llama Dios? Dios nos llama a
responder al deseo natural de felicidad que El mismo ha
puesto dentro de nosotros. Y esta felicidad sólo la podemos
lograr con la santidad de vida.
¿Qué es la comunión
de los santos? La comunión de los santos significa que
así como todos los creyentes forman entre sí un solo
cuerpo, así también el bien de unos se comunica a
otros.
¿Interceden los santos por nosotros? Sí, ellos interceden por
nosotros al presentar, por medio del Unico Mediador Jesús, los
méritos que adquirieron en la tierra.
b) ¿Podemos
tener imágenes?
Queridos hermanos católicos: Cuántas veces hemos escuchado esta acusación
de parte de nuestros hermanos evangélicos: “Los católicos hacen imágenes
para adorarlas, mientras que la Biblia lo tiene estrictamente prohibido”.
Muchos hermanos nuestros católicos no saben qué contestar, otros se
dejan influenciar fácilmente por estas verdades a medias y algunos
sienten la tentación de botar las imágenes de las capillas.
Les quiero aclarar este tema acerca de las imágenes, pero
con la Biblia en la mano. Antes que nada, debemos
hacer una clara distinción entre una imagen, un cuadro, un
adorno religioso y un ídolo, que es “la imagen de
un falso dios”. La Biblia sí que rechaza enérgicamente el
culto de adoración a los ídolos (falsos dioses), pero la
Biblia nunca ha rechazado las imágenes como signos religiosos.
¿Qué
es un ídolo según la Biblia? Muchos años antes de
Jesús, en tiempo de Moisés, Dios comenzó a formar a
su pueblo elegido, el pueblo de Israel. Era gente muy
primitiva que Dios había sacado del politeísmo para llevarla al
monoteísmo. Todos estos pueblos antiguos tenían infinidad de dioses, los
que adoraban y representaban a través de imágenes de baales,
que tenían la forma de un toro, de un león
o de otros animales. A esas imágenes, el pueblo de
Moisés las llamaba “ídolos” o falsos dioses. La gente de
aquel tiempo pensaba que estas imágenes tenían un poder mágico
o una fuerza milagrosa. En el fondo estos ídolos eran
representaciones de poderes o vicios del hombre mismo. Por ejemplo
la imagen del becerro de oro que aparece en Exodo
32, era la expresión de la fuerza bruta de la
naturaleza. También podía representar la encarnación del poder sexual desorientado
y vicioso. Y el oro del becerro significaba el poder
de la riqueza que explota y aplasta al hombre, es
decir, el hombre con sus vicios, representados en el becerro
de oro, quiere ser dios y no quiere dejar lugar
al único y verdadero Dios.
Dios llamó al pueblo hebreo
a avanzar por la senda del monoteísmo, dejando atrás los
ídolos y dando adoración al verdadero Dios. Pero los israelitas
de aquel tiempo atraídos por las prácticas de los pueblos
paganos querían, a veces, volver al politeísmo y a la
adoración de ídolos. Entonces Moisés, inspirado por Yavé-Dios les prohibió
estrictamente hacer estos ídolos: “No tengas otros dioses fuera de
mí, no te hagas estatua, ni imagen alguna de lo
que hay en el cielo ni en la tierra ni
te postres ante esos “ídolos”, no les des culto”.
Queridos
hermanos, estos textos bíblicos son muy claros en su prohibición
de hacer imágenes o estatuas de falsos dioses. Pero otra
cosa muy distinta es aplicar estos textos a las imágenes
como adornos o signos religiosos. Estos signos (imágenes) nunca han
sido prohibidos por Dios ni por la Biblia.
Textos aclaratorios:
La Sagrada Escritura siempre hace la distinción entre imágenes como
“ídolos” e imágenes como “adornos o signos religiosos”. Leamos algunos
textos en los cuales Dios mismo manda a Moisés hacer
imágenes como símbolos religiosos: “Harán dos querubines de oro macizo,
labrados a martillo y los pondrán en las extremidades del
lugar del perdón, uno a cada lado... Allí me encontraré
contigo y te hablaré desde el lugar del perdón, desde
en medio de los querubines puestos sobre el arca del
Testimonio...” (Ex. 25,18-22). Estos dos querubines parecidos a imágenes de
ángeles, eran adornos religiosos para el lugar más sagrado del
templo. Pues bien, estas imágenes, hechas por manos de hombres,
estaban en el templo, en el lugar más sagrado y
nunca fueron consideradas como ídolos, sino todo lo contrario, el
mismo Dios ordenó construirlos.
Leamos otro texto del A. T.:
Números 21, 8-9. Ahí se nos narra como en aquel
tiempo los israelitas murmuraban contra Dios y contra Moisés. Entonces
Dios mandó contra el pueblo serpientes venenosas que los mordían,
de modo que murió mucha gente.
Moisés intercedió por el
pueblo y Dios le respondió: “Haz una serpiente de bronce,
ponla en un palo y todo el que la mire
se salvará». Nos damos cuenta otra vez de que esta
serpiente de bronce era una imagen hecha por manos de
hombre, pero no para adorar, sino que era un «signo
religioso” para invocar a Dios con fe.
Hay otros textos
en la Biblia que nos hacen ver que en el
templo de Jerusalén había varias imágenes o esculturas que no
fueron prohibidas, menos aun consideradas como ídolos. Dice el Salmo
74, 4-5: “Tus enemigos rugieron dentro de tu santuario como
leñadores en el bosque, derribaron con hacha las columnas y
esculturas en el templo”. Eso significa que en el templo
de Jerusalén había también esculturas o imágenes.
Queridos hermanos católicos,
esas indicaciones de la Biblia son suficientes para decir que
la Biblia, sí, prohíbe la fabricación de imágenes como dioses
falsos, (ídolos) pero nunca ha prohibido las imágenes o esculturas
como adornos religiosos. Que nadie entonces los venga a molestar
por tener una imagen o adorno en su templo o
en su casa. Es por falta de conocimientos bíblicos, o
por mala voluntad, que los hermanos evangélicos les meten estas
cosas en la cabeza.
Las imágenes en nuestra vida diaria.
Ahora bien, hermanos, en nuestros tiempos vemos por todos lados
imágenes y estatuas. Cada país tiene sus propios símbolos patrios
y estatuas a sus héroes.
En nuestras casas tenemos cuadros
que representan la imagen de alguna persona. Tengo en mi
velador, por ejemplo, una foto de mi madre que ya
está en el cielo; y contemplando esta foto me acuerdo
de ella. Incluso puedo colocar esta foto en un lugar
bien bonito y adornarlo con una flor y una velita...
Y si alguien viene a mi casa a visitarme y
me dice, refiriéndose a la foto: «Qué mono más feo»,
por supuesto que me siento muy ofendido. Así también tenemos
cuadros e imágenes en nuestras capillas que representan algunas personas
religiosas, como la Virgen María, la Madre de Jesús, algún
santo patrono de nuestros pueblos. Y ningún católico va a
pensar que estas imágenes son ídolos o falsos dioses. Estas
imágenes simplemente nos hacen pensar en el mismo Jesús o
en tal o cual santo que está en la presencia
de Dios y nos ayudan a pensar en la belleza
de Dios.
La Iglesia Católica acepta el respeto y la
veneración a estas imágenes en nuestros templos, pero nunca ha
enseñado la adoración a una imagen. A veces, dicen los
hermanos de otra religión que nosotros adoramos a las imágenes.
Están muy, pero muy equivocados y debemos, eso sí, perdonarles
sus expresiones.
La Iglesia Católica acepta que guardemos imágenes o
cuadros en nuestros templos siempre que no sea en forma
exagerada. ¿Qué quiero decir con ello? Quiero decir que a
veces nuestras iglesias parecen una exposición de santos y en
algún caso están tan mal colocados, que no hay espacio
ni para la imagen de Cristo. Ahí sí que exageramos.
Por eso el Concilio Vaticano pidió que no se repitiera
más de una imagen por cada santo y que el
lugar central de la Iglesia, a ser posible, esté reservado
siempre para la imagen de Cristo.
Está claro, entonces, que
nunca podemos dar culto de adoración a una imagen, nunca
podemos ponernos de rodillas delante de una imagen para adorarla,
pero sí podemos ponernos de rodillas ante una imagen para
pedir perdón por nues-tros pecados y para suplicar que el
santo interceda ante Dios por nosotros.
En todas estas discusiones,
hermanos míos, guardemos el amor. ¿Quién eres tu para juzgar
a tú hermano? (Stgo. 4, 12). Cada uno puede arrodillarse
en cualquier parte para invocar a Dios, en el patio
de su casa, en el campo. En la noche antes
de acostarse uno puede arrodillarse delante de un crucifijo para
así hablar con Dios. A veces hay gente que piensa
que tal imagen es milagrosa y le atribuyen un poder
mágico. Debemos corregir estas actitudes y explicarles que sólo Dios
hace mila-gros. Por supuesto aceptamos que Dios puede actuar por
intercesión de los santos.
Hermanos: no aplastemos la fe de
nuestros hermanos que tal vez tienen poca formación cristiana, no
critiquemos y no hablemos mal de otros. Ofender al hermano
es un pecado muy grave. Es triste constatar el lenguaje
ofensivo de nuestros hermanos evangélicos hacia los católicos. Tratemos de
devolver bien por mal.
Martín Lutero, el fundador del protestantismo
y de las iglesias evangélicas, nunca rechazó las imágenes, todo
lo contrario él dijo que las imágenes eran “el Evangelio
de los pobres”. ¿A quién de nosotros no le gusta
contemplar un lindo cuadro o una hermosa imagen? Muchas veces
mirando un cuadro o una imagen podemos más fácilmente entrar
en oración y en un profundo contacto con Dios. ¿Quién
puede negar por ejemplo la belleza de la Piedad de
Miguel Angel? Pues bien, según los evangélicos habría que destruirla
porque va contra la Biblia ¡Qué disparate tan grande! Ello
es hacer decir a la Biblia lo que nunca la
Biblia ha dicho. Ello es una distorsión de lo que
Dios nos quiere decir en la Biblia. Una regla de
oro para interpretar la Biblia es mirar siempre el contexto
de una frase y no aferrarse a la letra, porque
en este caso, sin el contexto, hasta se puede hacer
decir a la Biblia que «Dios no existe» porque la
Biblia pone esta frase en labios del tonto (Sal. 10,
4).
Los falsos dioses o ídolos de este mundo moderno.
Hermanos, los ídolos o falsos dioses de este mundo moderno
no están en los templos, sino que son poderes que
dominan al hombre moderno por dentro. Son poderes falsos que
destruyen las buenas relaciones con el prójimo y con Dios.
Estos ídolos modernos están a veces en nuestras calles, en
nuestras instituciones, en nuestras comunidades y familias. Esta es la
idolatría que hemos de desterrar.
Pienso, por ejemplo, en el
falso dios del poder y de la dominación que quiere
aplastar tu libertad y engañar pueblos enteros; en el falso
dios «poder» que provoca guerras y matanzas de gente inocente.
Este es el «ídolo» moderno que se pasea por el
mundo. Pienso en el falso dios «dinero» que domina tu
corazón, que comienza con mentiras, engaños, robos, tráfico de drogas
etc. y que pareciera que en nombre de este dios
dinero todo está permitido. Pienso en el falso dios del
sexo desorientado, en el dios que destruye la unión familiar,
en el dios de la pasión que engaña al hombre
y a la mujer, es el falso dios que deja
los niños desamparados, en el falso dios que destruye el
verdadero amor y que se resiste a servir a una
comunidad.
El lugar desde donde estos falsos dioses comienzan a
brotar está en nuestro corazón. Es el demonio mismo que
quiere destruir nuestro corazón como templo de Dios. Y mucha
gente entre nosotros, sin darse cuenta, está bajo el poder
de estos falsos dioses y no dan lugar en su
corazón al único y verdadero Dios del amor.
Hermanos, no
debemos buscar ídolos o falsos dioses en cosas de madera
o de yeso, en imágenes o cuadros, sino en nuestro
corazón. Si volviera ahora Moisés a nosotros, no se referiría
a las imágenes ya que hoy no está el peligro
de la idola-tría, sino que gritaría: “No te hagas falsos
dioses dentro de tu corazón, destruye los vicios fuente de
toda idolatría”. Esto es lo que ya hicieron los profetas
que vinieron después de Moisés.
Los primeros misioneros que evangelizaron
América Latina trajeron de España y del Perú numerosas imágenes
del Señor, de la Virgen y de los santos. Son
imágenes religiosas cargadas de historia que penetraron hondamente en el
alma de nuestro pueblo y que aparte de su valor
escultórico tienen el mérito de que ante ellas oraron nuestros
antepasados. Y cada capilla tiene las imágenes de sus patronos.
Todas ellas nos recuerdan los misterios centrales de la encarnación
e ilustran de alguna manera la Historia de la Salvación
realizada por Dios a favor nuestro.
Así que cuando lleguen
los evangélicos a las puerta de sus casas y les
digan que los católicos somos unos idólatras porque adoramos las
imágenes ya saben qué contestarles. Díganles que no es correcto
sacar frases de la Biblia fuera de su con-texto para
hacer decir a la Biblia lo que nunca dijo. Y
que la Biblia nunca ha prohibido las imágenes como adornos
religiosos.
Finalmente hay que tener presente que en el A.
T. no podía representarse a Dios porque el Verbo no
había tomado cuerpo ni forma humana. Pero en el N.
T. es distinto. Con la Encarnación, el Verbo Dios tomó
forma humana y si El mismo se hizo hombre hace
dos mil años y nos mandó guardar su memoria es
que quiere que nosotros lo representemos así, como hombre, para
recordar que “el Verbo se encarnó y habitó entre nosotros”.
Y si representarlo en una pintura o en una imagen
ayuda a recordar su memoria ¿qué de malo hay en
ello?
Pero por sobre todo hay que entender la evolución
gradual que hay entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.
Algunas sectas dan la impresión que quedaron petrificadas en el
Antiguo Testamento y sólo por ignorancia o mala voluntad pueden
decir lo que dicen. Es decir, se aferran de textos
aislados, los sacan de su verdadero contexto, y confunden a
los no iniciados en la Biblia. Y aquí le viene
recordar que el mismo Jesús confirmó esta progresiva evolución entre
el Antiguo y el Nuevo Testamento cuando dijo: “Antes se
les dijo... ahora les digo”.
c) ¿Podemos orar
por los difuntos?
Queridos hermanos: Les voy a contar un caso
que me sucedió hace algún tiempo. Un día se murió
un amigo mío que en cuanto a religión no era
ni chicha ni limonada, unas veces iba a misa y
otras iba al culto de los evangélicos. Cuando murió, los
evangélicos lo velaron con muchos cantos y alabanzas, y al
día siguiente lo llevaron al cementerio. Como era amigo mío,
quise ir al cementerio a orar por él. Una vez
allá, le pregunté al pastor, si me dejaba hacerle un
responso, y me contestó: “El finado era oveja de nuestro
rebaño y nosotros no les rezamos a los muertos porque
a estas alturas de nada le sirven las oraciones”. Total
que no me permitieron rezarle el responso y tuve que
contentarme con orar en silencio.
Esta anécdota nos da pie
para preguntarnos: ¿Podemos orar por los difuntos? ¿Les sirven nuestras
oraciones? ¿Cuál es la doctrina católica y la evangélica al
respecto?
La Doctrina católica La Biblia nos dice que después
de la muerte viene el juicio: “Está establecido que los
hombres mueran una sola vez y luego viene el juicio”
(Hebr. 9, 27). Después de la muerte viene el juicio
particular donde “cada uno recibe conforme a lo que hizo
durante su vida mortal” (2 Cor. 5, 10).
Al fin
del mundo tendrá lugar el “juicio universal” en el que
Cristo vendrá en gloria y majestad a juzgar a los
pueblos y naciones.
Es doctrina católica que en el juicio
particular se destina a cada persona a una de estas
tres opciones: Cielo, Purgatorio o Infierno.
-Las personas que en
vida hayan aceptado y correspondido al ofrecimiento de salvación que
Dios nos hace y se hayan convertido a El, y
que al morir se encuentren libres de todo pecado, se
salvan. Es decir, van directamente al Cielo, a reunirse con
el Señor y comienzan una vida de gozo indescriptible “Bienaventurados
los limpios de corazón -dice Jesús- porque ellos verán a
Dios” (Mt. 5, 8).
-Quienes hayan rechazado el ofrecimiento de
salvación que Dios hace a todo mortal, o no se
convirtieron mientras su alma estaba en el cuerpo, recibirán lo
que ellos eligieron: el Infierno, donde estarán separados de Dios
por toda la eternidad.
-Y finalmente, los que en vida
hayan servido al Señor pero que al morir no estén
aún plenamente purificados de sus pecados, irán al Purgatorio. Allá
Dios, en su misericordia infinita, purificará sus almas y, una
vez limpios, podrán entrar en el Cielo, ya que no
es posible que nada manchado por el pecado entre en
la gloria: “Nada impuro entrará en ella (en la Nueva
Jerusalén)” (Ap. 21, 27).
Aquí surge espontánea una pregunta cuya
respuesta es muy iluminadora: ¿Para qué estamos en este mundo?
Estamos en este mundo para conocer, amar y servir a
Dios y, mediante esto, salvar nuestra alma. Dios nos coloca
en este mundo para que colaboremos con El en la
obra de la creación, siendo cuidadores de este «jardín terrenal»
y para que cuidemos también de los hombres nuestros hermanos,
especialmente de aquellos que quizás no han recibido tantos dones
y «talentos» como nosotros. Este es el fin de la
vida de cada hombre: Amar a Dios sobre todas las
cosas y salvar nuestra alma por toda la eternidad.
¿Qué acontece,
entonces, con los que mueren? Ya lo dijimos: Los que
mueren en gracia de Dios se salvan. Van derechamente al
cielo. Los que rechazan a Dios como Creador y a
Jesús como Salvador durante esta vida y mueren en pecado
mortal se condenan. También aquí la respuesta es clara y
coincidente entre católicos y evangélicos.
-Pero, ¿qué ocurre con los
que mueren en pecado venial o que no han satisfecho
plenamente por sus pecados? Ahí está la diferencia entre católicos
y evangélicos. Los católicos creemos en el Purgatorio. Según nuestra
fe católica, el Purgatorio es el lugar o estado por
medio del cual, en atención a los méritos de Cristo,
se purifican las almas de los que han muerto en
gracia de Dios, pero que aún no han satisfecho plenamente
por sus pecados. El Purgatorio no es un estado definitivo
sino temporal. Y van allá sólo aquellos que al morir
no están plenamente purificados de las impurezas del pecado, ya
que en el cielo no puede entrar nada que sea
manchado o pecaminoso.
Ahora bien, según los evangélicos no hay
Purgatorio porque no figura en la Biblia y Cristo salva
a todos, menos a los que se condenan.
Para nosotros,
los católicos hay Purgatorio y en cuanto a su duración
podemos decir que después que venga Jesús por segunda vez
y se ponga fin a la historia de la humanidad,
el Purgatorio dejará de existir y sólo habrá Cielo e
Infierno.
Por consiguiente, según nuestra fe católica, se pueden ofrecer
oraciones, sacrificios y Misas por los muertos, para que sus
almas sean purificadas de sus pecados y puedan entrar cuanto
antes a la gloria a gozar de la presencia divina.
Los evangélicos insisten en que la palabra “Purgatorio” es una
pura invención de los católicos y que ni siquiera este
nombre se halla en la Biblia. Nosotros argumentamos que tampoco
está en la Biblia la palabra “Encarnación” y, sin embargo,
todos creemos en ella. Tampoco está la palabra “Trinidad” y
todos, católicos y evangélicos, creemos en este misterio. Por tanto,
su argumentación no prueba nada.
En definitiva, el porqué de
esta diferencia es muy sencillo. Ellos sólo admiten la Biblia,
en cambio para nosotros, los católicos, la Biblia no es
la única fuente de revelación. Nosotros tenemos la Biblia y
la Tradición. Es decir, si una verdad se ha creído
en forma sostenida e ininterrumpida desde Jesucristo hasta nuestros días
es que es dogma de fe y porque el Pueblo
de Dios en su totalidad no puede equivocarse en materia
de fe porque el Señor ha comprometido su asistencia. Es
el mismo caso de la Asunción de la Virgen a
los cielos, que si bien no está en la Biblia,
la Tradición cristiana la ha creído y celebrado desde los
primeros tiempos, por lo que se convierte en un dogma
de fe. Además esto lo ha reafirmado la doctrina del
Magisterio durante los dos mil de fe de la Iglesia
Católica.
La Tradición de la Iglesia Católica La Tradición constante
de la Iglesia, que se remonta a los primeros años
del cristianismo, confirma la fe en el Purgatorio y la
conveniencia de orar por nuestros difuntos. San Agustín, por ejemplo,
decía: “Una lágrima se evapora, una rosa se marchita, sólo
la oración llega hasta Dios”. Además, el mismo Jesús dice
que “aquel que peca contra el Espíritu Santo, no alcanzará
el perdón de su pecado ni en este mundo ni
en el otro” (Mt. 12, 32). Eso revela claramente que
alguna expiación del pecado tiene que haber después de la
muerte y eso es lo que llamamos el Purgatorio. En
consecuencia, después de la muerte hay Purgatorio y hay purificación
de los pecados veniales.
El Apóstol Pablo dice, además, que
en el día del juicio la obra de cada hombre
será probada. Esta prueba ocurrirá después de la muerte: «El
fuego probará la obra de cada cual. Si su obra
resiste al fuego, será premiado, pero si esta obra se
convierte en cenizas, él mismo tendrá que pagar. El se
salvará pero como quien pasa por el fuego” (1 Cor.
3, 15). La frase: “tendrá que pagar» no se puede
referir a la condena del Infierno, ya que de ahí
nadie puede salir. Tampoco puede significar el Cielo, ya que
allá no hay ningún sufrimiento. Sólo la doctrina y la
creencia en el Purgatorio explican y aclaran este pasaje. Pero,
además, en la Biblia se demuestra que ya en el
Antiguo Testamento, Israel oró por los difuntos. Así lo explica
el Libro II de los Macabeos (12, 42-46), donde se
dice que Judas Macabeo, después del combate oró por los
combatientes muertos en la batalla para que fueran liberados de
sus pecados. Dice así: “Y rezaron al Señor para que
perdonara totalmente de sus pecados a los compañeros muertos». Y
también en 2 Timoteo 1, 1-18, San Pablo dice refiriéndose
a Onesíforo: «El Señor le conceda que alcance misericordia en
aquel día”.
Resumiendo, entonces, digamos que con nuestras oraciones podemos
ayudar a los que están en el Purgatorio para que
pronto puedan verse libres de sus sufrimiento y ver a
Dios.
No obstante, como que en la práctica, cuando muere
una persona, no sabemos si se salva o se condena,
debemos orar siempre por los difuntos, porque podrían necesitar de
nuestra oración. Y si ellos no la necesitan, le servirá
a otras personas, ya que en virtud de la Comunión
de los Santos existe una comunicación de bienes espirituales entre
vivos y difuntos. Esto explica aquella costumbre popular de orar
“por el alma más necesitada del Purgatorio”.
Las catacumbas En
las catacumbas o cementerios de los primeros cristianos, hay aún
esculpidas muchas oraciones primitivas, lo que demuestra que los cristianos
de los primeros siglos ya oraban por sus muertos. Del
siglo II es esta inscripción: “Oh Señor, que estás sentado
a la derecha del Padre, recibe el alma de Nectario,
Alejandro y Pompeyo y proporciónales algún alivio”. Tertuliano (año 160-222)
dice: “Cada día hacemos oblaciones por los difuntos”. San Juan
Crisóstomo (344-407) dice: “No en vano los Apóstoles introdujeron la
conmemoración de los difuntos en la celebración de los sagrados
misterios. Sabían ellos que esas almas obtendrían de esta fiesta
gran provecho y gran utilidad” (Homilía a Filipo, Nro. 4).
Amigos y hermanos míos, creo que les quedará bien claro
este punto tan importante de nuestra fe. Quien se profese
católico no sólo puede sino que debe orar por sus
difuntos
Y aquí cabe una pregunta: ¿Cómo queremos que nos
recuerden nuestros amigos y familiares cuando nos muramos, con o
sin oración?
Por lo menos entre los católicos, todos dirán
que su deseo es que oren por ellos y que
se les recuerde con la Santa Misa, porque aunque un
católico muera con todos los sacramentos, siempre puede quedar en
su alma alguna mancha de pecado y por eso conviene
orar por ellos. Este es el sentir de la Iglesia
Católica desde sus comienzos.
En lo que se refiere al
Purgatorio hay que agregar que no es como una segunda
oportunidad para que la persona establezca una recta relación con
Dios. La conversión y el arrepentimiento deben darse en esta
vida.
Los católicos, pues, no nos contentamos solamente con cantar
alabanzas y glorificar a Dios, sino que elevamos plegarias a
Dios y a la Santísima Virgen por nuestros difuntos y
con más razón en los días inmediatos a su muerte.
La oración por los difuntos Los primeros misioneros que evangelizaron
América introdujeron la costumbre, que aún perdura en algunos lugares,
de reunirse y hacer un velorio que se prolonga por
una semana o nueve días. Se reza aún una Novena
en la que los familiares se congregan para acompañar a
los deudos y ofrecen a Dios oraciones por el difunto.
También la Iglesia, desde tiempo inmemorial, introdujo la costumbre de
celebrar el día 2 de Noviembre dedicado a los difuntos,
día en el que los católicos vamos a los cementerios
y, junto con llevar flores, elevamos una oración por nuestros
seres queridos.
Los evangélicos, por lo general, sólo alaban a
Dios por los favores que Dios le concedió al difunto.
Pocas son las sectas que oran por ellos. En materia
doctrinal, hay mucha variedad entre una secta y otra, ya
que, como interpretan la Biblia según su libre albedrío, cada
iglesia y cada persona tienen su propio criterio.
En cambio,
entre los católicos sabemos que cualquier texto de la Escritura
no debe ser objeto de interpretación personal, sino que la
Iglesia, inspirada por el Espíritu Santo, nos revela a través
de sus pastores el verdadero sentido de cada texto. Y
en este sentido, el Papa es el garante la verdad
revelada, es decir, del depósito de la Fe. Así, el
Papa nos confirma en que nuestra Fe es la misma
de los primeros cristianos, y la misma que perdurará hasta
el fin de los tiempos.
Digamos, para terminar, que los
católicos no sólo podemos orar por los difuntos, sino que
éste es un deber cristiano que obliga, especialmente, a los
familiares y a los amigos más cercanos.
Orar por los
vivos y por los difuntos es una obra de misericordia.
De la misma manera que ayudaríamos en vida a sus
cuerpos enfermos, así, después de muertos, debemos apiadarnos de ellos
rezando por el descanso eterno de sus almas.
Ente los
católicos la tradición es orar por los difuntos y en
lo posible celebrar la Santa Misa por su eterno descanso.
Dice la Liturgia: "dales, Señor, el descanso eterno y brille
para ellos la luz eterna"
Y san Agustín dijo:"Una lágrima
se evapora, una flor se marchita, sólo la oración llega
al trono de Dios".
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