domingo, 3 de noviembre de 2013

MILAGROS DE SAN MARTÍN DE PORRES, 03 DE NOVIEMBRE

VIDA E INICIOS DEL FRAY MARTÍN DE PORRES

Casa de San Martín de Porres.

San Martín de Porres nació el 9 de diciembre de 1579, en el barrio limeño de San Sebastián, que quedaba muy cerca de la actual iglesia San Sebastián, en el Cercado de Lima, iglesia en donde fue bautizado.

Martín fue hijo de un caballero cruzado de la orden de Alcántara, llamado don Juan de Porres, español, natural de Burgos; y de Ana Velazquez, morena liberta, nacida en Panamá. Según consta en la partida de bautismo de Martín, Juan de Porres no reconoció a su hijo. Esto dice la partida de bautismo de San Martín de Porres. “Miércoles 9 de diciembre de 1579, bauticé a Martin, de padre no conocido, y de Ana Velazquez, libre. Fueron padrinos Juan de Huesca, y Ana de Escurcena, firmólo Antonio Polanco”.

Además, Juan tuvo otro hijo con Ana Velazquez, una niña llamada Juana de Porres. Hacia 1586, don Juan llevó a sus hijos a Guayaquil. Se dice que allí, cuando un capitán le preguntó quiénes eran esos niños mulatos que le acompañaban, Juan no tuvo más remedio que reconocerlos, por lo menos, socialmente, aceptando que eran sus hijos. Luego, en su testamento, Juan, los reconocería como hijos suyos.

Tiempo después, Juan tuvo que volver a Lima, y encargó a su hijo al cuidado de su tío, Diego Miranda, y a su hija, la entregó en matrimonio. Luego Juan tuvo que viajar a Panamá, pues se le había encomendado el gobierno de esta ciudad, y dejó el cuidado de su hijo a su esposa, Ana Velazquez con la misión de que recibiera el sacramento de la Confirmación, que le continuara educando (sobre todo leer y escribir), y que una vez concluida su enseñanza, se dedicase al oficio de barbero.

Martín se dedicó al estudio de la barbería en la calle Malambo (barrio de San Lázaro, ubicada actualmente en el Rímac). Esta calle era conocida ya en la Lima antigua como un barrio sumamente pobre y habitado por muchos enfermos, sobre todo leprosos. Gracias a este estudio, Martín no solo aprendió el oficio de la barbería, sino que como esta actividad resultaba ser muchas veces sangrienta (sobre todo por el uso de la navaja) aprendió también a la curación de heridas externas, y la preparación de algunas medicinas sobre todo basadas en hierbas. Algo que lo ayudaría y le serviría en su posterior vida religiosa.

Se dice que en este tiempo Martín ya solía ayudar en las misas de la Parroquia de San Lázaro, también se dice que solía tener un cuarto apartado en su casa en donde se dedicaba a la oración, y que cuando su madre lo mandaba a hacer las compras para la comida, Martín, solía repartir parte de los víveres entre los mendigos, pobres y enfermos. Evidentemente, su madre solía reprenderlo duramente, sin embargo, el niño continuaba realizando estos repartos. Asimismo se dice que repartía su salario de barbero, entre los pobres.

En el libro “Vida admirable del Fray Martin de Porres” publicado en 1863 por el doctor Don José Manuel Valdez, catedrático de medicina de la Universidad de San Marcos, se narra justamente una de las anécdotas que tiene mucho que ver con la pobreza con la vivía Martín debido a sus limosnas y de su temprana vocación.

“Reducido á extremada pobreza por sus limosnas, y no teniendo las mas veces con que alumbrarse de noche, solía pedir á la señora de la casa que le socorriese con un pedazo de vela. En una de esas noches, después de haber cerrado Martín la puerta de su cuarto, se puso la señora en acecho para observar lo que hacía, y por las rendijas de la puerta lo vió arrodillado delante de un Crucifijo, derramando muchas lágrimas; por lo que, confusa y avergonzada, le dijo al día siguiente, que le daría una vela entera todas las noches que la necesitase. La simple curiosidad, ó una maligna sospecha, contribuyeron á la manifestación de esta santa práctica, en que Martín se ocupaba todas las noches”.

Uno de los primeros milagros atribuidos a San Martín de Porres, ocurrió justamente en esta casa. Se dice que en el jardín de su vivienda se había plantado un limonero que dio frutos durante todo un año. Se dice que de esto hubo muchos testigos, y que incluso, 50 años después de la muerte de este santo, el limonero continuaba dando frutos de manera continua tanto que el árbol fue llamado “limón de Fray Martín”.

A la edad de quince años, Martín decide tomar el hábito. Se desconoce por qué eligió la orden de Santo Domingo, algunos dicen que lo hizo seguramente por su vocación a la Virgen María, ya que esta orden era la única en ese entonces que le rendía un culto principal a la Virgen.  Esto es lo que dice José Manuel Valdez sobre esta elección:

“No puede dudarse de que la religión dominicana es, á lo menos en Lima, la predilecta de María; bien sea porque ninguna otra le rinde tanto cultor, pues desde muy de mañana hasta las nueve de la noche concurre el pueblo á rezar el rosario; ó bien porque habiendo sido la primera que derramó la semilla del evangelio en el Perú, era justo que ella recogiese sus primeros frutos”.

Asimismo, es común la imagen desde aquellos tiempos, del fray Martín llevando colgado en el cuello un rosario o si no, cargándolo en la mano.

Martín de Porres ingresó a la orden de Santo Domingo como “donado”, es decir, como un criado o sirviente, esto debido principalmente a su raza mulata y porque era un hijo ilegítimo. Se dice que ambas decisiones, el hecho de ingresar a un convento y además, ingresar como “donado”, disgustó mucho a su padre, tanto que pidió a los prelados de la orden que le dieran a Martín una capilla pese a su condición social. Los clérigos aceptaron y le ofrecieron a Martín una capilla, sin embargo, Martín se negó, algo que sorprendió tanto a su padre como a los prelados.

Martín fue aceptado como hermano de la orden en 1603 a los 24 años de edad y tomó los votos de pobreza, castidad y obediencia, en 1606.




HECHOS EXTRAORDINARIOS EN LA VIDA DEL FRAY MARTÍN

Iglesia de Santo Domingo, ubicada en Lima.


Pero vayamos a los hechos extraordinarios e inexplicables que vivió el fray Martín de Porres. En el libro “Vida admirable del Fray Martin de Porres” se cuenta lo que le pasó un día a Martín de Porres cuando fue a confesar a una mujer.

“Fue llamado para confesar á una morena moribunda, que vivía distante de su convento, en el barrio donde está el hospicio de Incurables. Voló el siervo de Dios á cumplir con su ministerio; y concluida la confesión, oyó en un muladar inmediato los alarido de un pobre que lamentaba su estado. Acercósele, y viéndole tendido en ese asqueroso lugar, le dijo: Hermano de mi alma, ¿qué hace aquí? Respondió el enfermo acongojado: Padre, mi gran pobreza, la incurabilidad de mis males, y el desamparo en que me hallo, no me han permitido otro lugar de reposo. Díjole entonces el padre anegado en lágrimas: hijo mío, procure levantarse y venga conmigo que, aunque pobre religioso, le proporcionaré su alivio con el socorro de Dios. Padre mío, respondió el pobre: es imposible que yo me levante, por mi suma flaqueza y agudísimos dolores. El caritativo padre al oír esta respuesta, levantó con sus brazos al enfermo, púsole sobre sus hombres, y sin sentir el peso de la carga, caminando ligeramente hasta llegar á su celda, colocó en su propia cama al afligido doliente. Quiso levarle primero los pies, suponiéndolos cubiertos de inmundicia; para alzarlos con sus manos, los vió mas limpios y blancos que la nieve, y en cada pie una llaga bermega y resplandeciente. Abrasado su corazón en las llamas de puro y ardiente amor, levantó la cabeza para ver el rostro del aparente enfermo, y este, con la mas tierna y amorosa dulzura le dijo las siguientes palabras, de las cuales las primeras están contenidas en el Salmo 31: “Tú eres mi refugio en mi grande tribulación: tal es la que padecen los pobres enfermos incurables, que son los que mas vivamente representan en este mundo mis trabajos.” Digo esto desapareció, dejando á su siervo estático de amor”.

Se dice que después de esta experiencia, fray Martín, decidió dedicarse a los llamados pobres incurables, que no eran admitidos en hospitales por las enfermedades que tenían y tampoco  tenían los recursos para conseguir una habitación. Fue entonces como Martín, logró conseguir el dinero suficiente para construir hospital que pudiera darles albergue y tratamiento a estas personas. El lugar fue llamado Refugio de Incurables y está ubicado en el actual jirón Ancash, en Lima.



EL DON DE LA BILOCACIÓN Y LAS LEVITACIONES DE SAN MARTÍN DE PORRES

Otra de las historias extrañas ligadas al fray Martín de Porres, tiene que ver con el llamado don de la bilocación, es decir, estar en dos lugares, de manera física, a la vez. Se dice que una pareja de matrimonio se encontraba en una hacienda de descanso muy lejos de Lima. Esta pareja, por un motivo menor, habían peleado, y tal fue la pelea que tanto ellos como sus hijos decidieron volver a la capital. Justo en el momento en que estaban ensillando los caballos, recibieron la visita del fray Martín, que llevaba un báculo en la mano. Éste saludo a la familia diciéndoles: La paz de Dios sea en esta casa ¿Qué hay hermanos? ¿Vosotros solos queríais divertiros? Yo vengo también a entretenerme y regalarme. Luego Martín, le dijo a la pareja los motivos de su discusión, algo que a ellos les sorprendió porque era imposible que Martín de Porres conociera esos detalles. Luego, conversó con ellos y los reconcilió acompañándolos hasta altas horas de la noche. Según la pareja, el fray Martín, se marchó a pasar la noche en una montaña cercana, y volvió al día siguiente, en la mañana, se despidió de ellos y les dijo que tenía que volver al convento.

La historia se dio a conocer rápidamente en Lima, y lo curioso del caso es que los enfermos y miembros de la enfermería del convento, señalaron que el fray Martín estuvo con ellos durante todo ese día. Que en ningún momento había dejado la enfermería ni había viajado a ninguna hacienda. Muy por el contrario, trabajaba normalmente y lo había hecho llegando a los lugares con la puntualidad de siempre. Con este testimonio, la figura de Martín de Porres, comenzaba a crecer dentro de la ciudad.

Pero San Martín de Porres no solo “iba” a lugares alejados de Lima, sino que incluso, pudo estar, según testigos, en varios países del mundo.

Uno de los testigos es Francisco de Vega Montoya, quien declaró, bajo juramente que cuando él se encontraba cautivo en Argelia conoció a un religioso que curaba a los prisioneros enfermos, dando alimento a los pobres, y vestido a los desnudos. Es más, asegura que él fue una de las personas a las que este hombre ayudó. En ese momento no supo de qué país o quién era esta persona, sin embargo, una vez que llegó a Lima, se encontró con el fray Martín de Porres, y no tuvo dudas: Él era el hombre que conoció en ese país.

Cuenta Francisco que al ver al fray, corrió para abrazarlo y le preguntó por la fecha de su llegada. Sin embargo, Martín, le hizo con señas para que callase y una vez que estuvieron solos, le suplicó que no hablara del tema de Argelia con las demás personas. El hombre cumplió con su palabra, no obstante, tiempo después, se enteró que el fray Martín, solo salía de Lima para ir a Limatambo o al Puerto del Callao, fue entonces cuando comenzó a contar la historia de Argelia y la extraña presencia del fraile en ese lejano país.

Otros testimonios aseguran que una de las pruebas de la presencia de este santo en otras tierras, era su conocimiento de distintas lenguas. Uno de estos testigos es Francisco Ortiz, quien aseguró que una vez fue a visitar al fray Martín de Porres al convento y éste le recibió hablándole en chino. Lengua que Ortiz conocía muy bien, pues había residido por mucho tiempo en Manila (Filipinas), y allí había tratado con muchos chinos. Otro testigo, fray Francisco Arce, aseguró que un religioso muy respetado le dijo que había visto con frecuencia al fray Martín, en Japón, lugar en donde enseñaba la palabra de Jesucristo.

A estas pruebas se le suman también testimonios que aseguran haber visto al fray Martín, levitando. Uno de estos testimonios es la de uno de los tantos hombres que el santo, daba cobijo en su celda. Cuenta este testigo que lo vio dos veces suspendido en el aire, haciendo oración con las rodillas dobladas y las manos juntas. Otro testimonio indica que una tarde, un hombre lo vio en su celda de rodillas frente al crucifijo, con los brazos puestos en cruz, los ojos concentrados en la imagen, y con el cuerpo elevado en el aire. De esto también fue testigo un fray llamado Fernando Aragonés, que cuenta que una vez mientras se encontraban en una loma cercana a la ciudad, sembrando plantas medicinales, acompañado por el fray Martín, lo vio a éste elevarse en el aire a una altura de 3 metros por un tiempo de hora y media. Otro asegura que una vez ingresó a la celda del santo y no lo encontró allí, sin embargo, alzó la mirada y vio al fray Martín, elevado sobre la puerta de la celda, tal era la altura que el  hombre tenía sobre su cabeza los pies del santo.

Otro testimonio de religiosos, afirman que estas levitaciones iban acompañadas con “globos de fuego” que le cubría el rostro y terminaba en la cabeza. De estos casos han sido testigos diversos hermanos de la orden, así como visitantes laicos, e incluso profesionales, sobre todo médicos que visitaban el convento.



EL DON DE TRANSFORMACIÓN E INVISIBILIDAD DE SAN MARTÍN DE PORRES

Otro de esos extraños hechos que rodearon al santo incluyen historias de transformación de cuerpos e incluso de invisibilidad. Se cuenta que un día, dos delincuentes peligrosos, huyendo de las autoridades, ingresaron al convento y llegaron hasta la celda del fray Martín. Estos le pidieron y rogaron que les dejara esconderse en su celda debido a que temían por su vida. Martín de Porres, aceptó esconderlos con la condición de que orasen de rodillas, junto con él. Los delincuentes aceptaron y comenzaron a orar. Se dice que las autoridades, quizá porque vieron a los delincuentes ingresar al convento o porque alguien les dio aviso, dieron con la celda del fray Martin, ingresaron en ella, y buscaron en cada rincón del pequeño lugar para buscar a los dos delincuentes. Lo único que encontraron fueron 3 colchones. Al parecer, tanto Martín de Porres, como los dos delincuentes, durante su oración, habían recibido la gracia de transformarse en colchones para no ser hallados por las autoridades.

En cuanto a la invisibilidad, se dice que San Martín de Porres, solía “desaparecer” después de comulgar. La versión popular de la época indicaba que esto lo hacía Dios para que no perturbaran la oración del fraile. Asimismo, como vamos a ver en muchos ejemplos, era común que Martín desapareciera de un lugar para aparecer en otro de manera inmediata sin que hubiera la posibilidad de que haya pasado por puerta o entrada alguna. De esto, dicen los documentos que fueron testigos todos los miembros de su orden (se dice que 300 religiosos dieron fe de esta extraña habilidad del santo). Un ejemplo de esto, ocurrió un día cuando el fray Martín, se encontraba con otro hermano, curando a un enfermo. Luego, ambos religiosos escucharon que otro paciente solicitaba ayuda para cambiarse la ropa, puesto que seguramente estaba empapada de sudor. El otro fraile decidió ir a ayudar a aquel enfermo, dejó en la habitación al fray Martín y cuando ingresó a la otra habitación, ya estaba el santo atendiendo al enfermo y cambiándole la camisa. El hermano quedó atónito puesto que no había otra puerta, sino por la que él pasó, por donde el fray Martín pudo haber pasado.

Pero de casos como estos veremos más adelante cuando hablemos de las visitas nocturnas de San Martín de Porres.



EL DINERO DEL FRAY MARTÍN DE PORRES

Además de gran mediador y de hacedor de hechos maravillosos, Martín de Porres era considerado como un hombre que se preocupaba por los más desvalidos. Se dice que salía todos los días a recorrer las calles de Lima para pedir limosna para los más pobres. El dinero que recogía los martes y miércoles, lo destinaba para las familias de escasos recursos, la de los jueves y viernes, para los estudiantes y clérigos pobres, la de los domingos para vestir a los indios y negros que se hallaban desnudos, y con lo recogido los sábados y lunes, pagaba misas por las almas del purgatorio. Asimismo solía dar comida a los indigentes, incluso, se privó de su propio sustento muchas veces para alimentarlos. También, plantó varios árboles de fruta en las afueras de la ciudad, según él, para que los pobres no tengan que robar de los árboles de las haciendas. Se dice que estos árboles daban los frutos más ricos de la ciudad.

Sin embargo, esta forma caritativa de ver y entender la vida, levantó algunas sospechas en la vieja Lima. Hubo algunos que se extrañaron de la manera en que el fray Martín de Porres, lograba conseguir el dinero suficiente como para repartirlo entre los pobres, a veces incluso, dotándolos de grandes cantidades y a familias necesitadas específicas. Debido a estas sospechas, se dice por ejemplo que en una oportunidad, un solado que estaba preso en la cárcel del Callao, y que había dejado desamparada a su familia, pidió ayuda a Martín de Porres, el fraile, decidió ayudarle visitándole todas las mañanas, entregándole en cada visita la suma de dos reales. Esto levantó muchas sospechas incluso en su propia orden, se investigó entonces las cuentas del convento para ver si faltaba algún dinero, y luego de todas estas investigaciones (que según se dice se hicieron escrupulosamente), el fray Martín, salió limpio de toda culpa.

Salvo estas sospechas, algunos dan como explicación que en esa época, Lima era una ciudad sumamente próspera y sus habitantes, por cuestiones religiosas, solían creen en el sentido de las limosnas, y por lo general, estas limosnas iban a las manos de Martín de Porres, quien era ya muy conocido en su tiempo por su humildad, honradez y preocupación de los más necesitados. Tal era la reputación del fraile, que el propio virrey Luis Fernandez de Bobadilla, conde de Chinchon, le daba cien pesos mensuales a Martín de Porres para sus obras, lo mismo hacían muchas personas adineradas de la capital.




EL VISITANTE NOCTURNO

Altar levantado en honor a San Martín de Porres. Este se construyó en la celda del santo.


Uno de los hechos más increíbles y a la vez, más documentados de la vida de San Martín de Porres, son las continuas visitas nocturnas que hacía, de manera inexplicable, a los enfermos de su orden. Una de estas historias ocurrió cuando hubo una gran epidemia de sarampión en Lima y que afectó a toda la población incluyendo a los religiosos. Se cuenta que el fray Martín, en medio de la noche, solía visitar a los novicios enfermos. Se dice que les cambiaba las ropas que se encontraban mojadas por el sudor, les daba agua a los que tenían la fiebre muy alta, entre otras actividades, lo curioso de todo esto, es que aquellas habitaciones se encontraban con llave y el único que tenía la llave era el maestro del convento. Así que según los novicios, era imposible que el fray Martín, pudiera ingresar a este lugar sin permiso alguno.

Otra historia vinculada con el poder sanador del fray Martín, la dio el fray Francisco Velasco, que señaló y declaró jurídicamente, que siendo novicio, y ya dado por muerto por su médico, vio a la una de la mañana, en su celda, a Martín de Porres. Este llevaba en la mano un vaso viejo lleno de carbones encendidos, una camisa bajo el brazo y ramas de romero en la manga. Martín se acercó a su cama, lo levantó, y lo sentó en un banco. Lo cubrió con la frazada, y calentó el romero con las brasas. El novicio, extrañado por la presencia del fray, le preguntó cómo había hecho para entrar a su celda tan tarde. Éste le respondió: “¿Quién te mete en querer saber eso?”, y dándole un suave bofetón le dijo: “no seas tan bachiller, ni tan vivo”. Luego volteó el colchón para esconder la parte mojada, hizo la cama, le quitó la camisa vieja y se la cambió por una sahumada con romero. El novicio le preguntó si iba a morir por esa enfermedad. El fray Martín le preguntó: “muchacho ¿tú quieres morir?”, “No”, respondió Francisco Velasco. “Pues no morirás”, le aseguró Martín de Porres. Luego de decir esto, desapareció de la celda.

El joven novicio a los cuatro días se recuperó completamente y curioso por lo que le había ocurrido, le preguntó al maestro de los novicios, el fray Andres Lizon, quién tenía las llaves de las celdas, y el fraile le respondió que el único que tenía las llaves era él, y que incluso las guardaba siempre cada noche, debajo de su almohada. Francisco le contó entonces la historia de la visita del fray Martín y le enseñó la camisa con el sello de la enfermería con el que el fray le vistió, a lo que Lizon le respondió que eso era algo muy común, y le dijo: “No me toma de nuevo, porque esto sabe hacer ese mulato, cuando quiere y conviene. Hace poco tiempo que hizo lo mismo con otros religiosos: él es un santo y ama a sus hermanos como si fueran sus hijos”. Y esto fue cierto, porque muchos más testigos, sobre todo clérigos, contaron la misma historia, de las extrañas visitas nocturnas del fray Martín, que aparecía de la nada en las celdas, cargando braseros y sahumadores, y luego desaparecía de manera igual de inexplicable. Las historias de las sanaciones del fray Martín se hicieron sumamente populares en su tiempo, tanto que algunos religiosos simplemente mencionaban el nombre del fray Martín de Porres y le pedían socorro para que este apareciera de pronto llevando consigo lo que el paciente le había pedido: agua, frutas, muda de ropa, y demás.

Eran tan extraordinarias estas historias, que el mencionado maestro de los novicios, Andres Lizon, quiso comprobar por él mismo si eran verdad o simples alucinaciones de pacientes con fiebre alta. Entonces pidió que le avisaran cuando alguno de los pacientes fuera visitado por el fray Martín. Y así lo hicieron. Una noche el fray Martín se presentó en una de las celdas, inmediatamente le dieron aviso a Lizon y éste, cogió las llaves del noviciado y notó que todas las puertas estaban cerradas. Las abrió y se acercó, escondido, a la celda en donde estaba el fray. Y efectivamente, allí estaba Martín, atendiendo al novicio. Cubierta esta primera curiosidad, la del ingreso inexplicable del fray, decidió esperarlo en la puerta principal del noviciado cuando éste saliera, sin embargo, Martín nunca fue por allí, había desaparecido de la celda, sin salir por ninguna de las puertas.

Sin embargo, esta costumbre que tenía el fray Martín para curar a los enfermos, no solo se limitaba a los hermanos de la orden sino a los desvalidos y pobres que encontraba en la calle. El fray Martín los recogía y los llevaba hasta su propia celda. Esto le trajo muchos problemas incluso con los hermanos de su orden, sobre todo, por los malos olores que esta gente dejaba luego de morir o de ser sanados. Se cuenta que una vez, un fray le increpó a Martín el hecho de que luego de sanar a un viejo enfermo de la calle, sus sábanas emanaban un olor insoportable. Ante esto Martín le respondió: “Hermano mío, yo quisiera veros más caritativo con el prójimo, que cuidadoso por tener siempre limpia y aseada la ropa. Las manchas de esta, con agua y jabón se quitan; mas las que afean el alma por defecto de caridad con los pobres, solo pueden limpiarse con lágrimas de profunda humillación y amargo arrepentimiento”.

Sin embargo y pese al bien que hacía, se le prohibió al fray Martín realizar sus curaciones y cuidados de los enfermos en su propia celda. Sin embargo, convenció a su hermana Juana, quien ya estaba casada, a habilitar una habitación en su casa para llevar allí a los enfermos.



FRAY MARTÍN DE PORRES Y LOS ANIMALES

Pero el fray Martín de Porres, no sólo curaba o se ocupaba de los hombres o mujeres enfermos, sino que sentía la misma devoción con los animales. Se decía que solía llamarles “hermanos” y hacía diversos tipos de milagros para socorrerlos o ayudarles en momentos de tragedia o peligro.

Es muy conocida por ejemplo la historia de que hizo comer en un solo plato a perro, gato y pericote, sin embargo, hay otras historias que hablan sobre la relación del fray con los animales. Se cuenta por ejemplo, que una vez, la enfermería del convento estaba sufriendo la presencia de ratas. Estos, solían roer los vestidos y demás ropas de este establecimiento, por ello, se decidió colocar trampas para capturar y matar a estos animales. Una vez, una rata cayó en una de estas trampas, Martín, al ver esto, se acercó a la trampa y liberó al roedor, diciéndole que no vuelvan a malograr las ropas de la enfermería y que a cambio, él se ofrecía a llevarles la comida que quisieran a la huerta de la enfermería. Y así cumplieron las ratas y el fray Martín. Ninguna prenda volvió a destrozarse en la enfermería y las ratas solo aparecían en la huerta, cada vez que el fray Martín iba para darles de comer.

Asimismo se cuentan historias de cómo lavaba y cosía las heridas de los perros de la calle. Solía cuidarlos en su celda hasta el momento en que estos se recuperaban. Sin embargo una de las historias más increíbles es la que cuenta el libro “Vida admirable del Fray Martin de Porres” en la que dice que un día, el padre procurador de un convento, mandó a sus esclavos matar a un perro viejo, que le había servido por dieciocho años. Los esclavos cumplieron con la orden, sin embargo, el fray Martín, al enterarse de esto, recriminó a los sirvientes y les pidió que le llevaran el cadáver del perro a su celda. Se dice que el fray comenzó a orar y pidió a Dios que le devolviera la vida al animal si así lo quisiera. No se puede saber a ciencia cierta si el hecho fue real, pero lo que se sabe es que a vista de muchos testigos, vieron cómo el fray salió de su celda acompañado del perro, que se veía además sumamente saludable, y frente a todos el fray le ordenó al perro que no vaya nunca más a la procuración que era donde trabajaba su antiguo amo, cosa que según dicen, el perro obedeció y además, cada vez que veía al procurador en cualquier lugar del convento, este perro, huía despavoridamente.

Otra historia cuenta que una vez, el fray Martín, se encontró con una mula que había sido abandonada por su dueño no solo porque era vieja sino porque tenía una pierna rota. Al verla, el fraile le dijo que se pusiera sana, el animal inmediatamente se paró, y caminó sin mostrar cojera alguna. Esta mula comenzó a servir a los hermanos del convento por muchos años. Tal fue la fama del fray Martin de curar a los animales, que tal como sucedió con los humanos, estos solían buscarle. Iban a la casa de su hermana animales de todo tipo, desde perros, gatos y pericotes, hasta aves de diversos tamaños y especie. Fue tanta la presencia de estos animales que un día, la hermana Juana cansada del bullicio y la suciedad que dejaban en su casa, le pidió a su hermano que los echara del lugar. El fray Martin habló con los animales y les pidió que no volvieran a la casa, pedido que según dicen, los animales siguieron al pie de la letra y nunca más volvieron.



SUS ENCUENTROS CON EL DEMONIO

 Claustro del convento de Santo Domingo.

Tales eran las virtudes de santidad que mostraba el fray Martín en vida, que se cuenta que, tal como sucede con muchos hombres y mujeres santas, durante muchos años sufrió de los ataques del demonio. Heridas en su cuerpo, sueños y pesadillas y visiones terribles, formaron parte de esta lucha diaria del fraile.

Cuentan una vez, que en una de sus visitas nocturnas a los enfermos del noviciado, el fray Martín se topó con el demonio. Éste se encontraba de pie en una escalera oscura. El fray Martín le ordenó que se retire, pero el demonio se negó, entonces el fray se sacó el cinturón y comenzó a golpear a la entidad. El demonio se sintió humillado por el castigo, pero no se fue, simplemente se apartó a un lado de la escalera. Al ver esto, el fray Martín tomó uno de los carbones (que siempre llevaba para visitar a los enfermos) y pintó una cruz en una de las paredes. El demonio al ver esto huyó atemorizado. Al día siguiente el fray Martín colgó una cruz de madera en el lugar en donde había pintado la cruz, y se dice que luego de la muerte del santo, los hermanos pintaron la imagen del diablo, para dejar constancia y memoria del suceso.

Otra historia la cuenta un sargento llamado Francisco de la Torre, que estaba escondido en el convento por alguna persecución. Este hombre cuenta que su celda quedaba al lado de la del fray Martín, y una noche, pudo oír cómo el santo ingresaba a su celda y cómo conversaba duramente con alguien. Pero eso no era todo, sino que el hombre comenzó a oír golpes y los gritos que en un momento el fray Martín comenzó a lanzar por la violencia de su interlocutor. Según él, parecía como si el cuerpo del fray Martín era lanzado como una pelota de pared a pared. Intentó ver quién era el hombre que acompañaba al santo sin embargo, no vio a nadie más que al fraile. Luego, vio cómo comenzó a incendiarse la celda, fue en ese momento que se acercó para ayudar a Martín para apagar el incendio, que ya había quemado varias de las ropas y muebles de la celda.

El incendió logró apagarse y ambos personajes se fueron a descansar. El dato curioso es que este hombre se levantó a las 4 de la mañana y fue donde Martín para ver su estado, lo extraño del asunto es que el hombre vio que los muebles y las ropas quemadas hacía unas horas, se veían intactas y que el olor a humo y quemado, había desaparecido.

Esa mañana, el fray Andres de Lizon, confesó a Martín de Porres, y éste le contó la lucha que había tenido con el demonio. La conversación duró muchas horas, y no se sabe muy bien qué se dijeron en ese encuentro, lo cierto es que luego el fray Lizon le dijo a varios religiosos: “Este mulato es santo, y por tal ha de ser venerado: anoche ha combatido fuertemente con el demonio, y lo ha vencido, como otras muchas veces”.



MÁS MILAGROS DE SAN MARTÍN DE PORRES

En este artículo especial en Expediente Oculto, sobre San Martín de Porres, hemos dado algunos de los milagros o hechos extraordinarios del santo peruano, sin embargo, hay tres milagros más que no quisiéramos dejar de lado, pues fueron sumamente comentados e importantes en su época.

Cuenta la historia que un día el fray Martín decidió sembrar plantas de olivo en Limatambo (se dice que cerca de 700), con el propósito de abastecer de aceite a un bajo costo a la ciudad. Se dice que en cuestión de horas, las plantaciones tuvieron un desarrollo milagroso. Así es contada esta historia:

“Plantó Fray Martín en Limatambo más de seis mil pies de olivo, los cuales al día siguiente de plantados, tenían retoños y hojas, sin que ninguno se malograse, los que han dado copiosísimos frutos para socorro de la comunidad”. Como es sabido, cada esqueje de olivo demora meses en retoñar, y un año en hojear, por lo cual “es claro que fue milagroso el desarrollo en pocas horas de todos los pies plantados por fray Martín”. Es más, todos los pies sin excepción prosperaron, y ninguno se malogró. “Llenó de admiración este suceso a cuantos fueron testigos de él, se probó la verdad con declaraciones auténticas, y para perpetuar su memoria, se le llamó desde entonces, el Olivar de fray Martín”.

Lo curioso es que parte de este olivar, perdura hasta nuestros días, y es nada menos que el llamado Olivar de San Isidro. Es más, uno de los olivos que plantó se llamó “Olivo de la felicidad”, olivo que aún perdura en este distrito limeño.

Otro milagro registrado y verificado por muchos testigos ocurrió en 1634, cuando el río Rímac (principal río que cruza la ciudad de Lima) se desbordó de tal manera que destruyó el muro que se había construido para controlar su cauce. El río, inmediatamente, afectó la llamada Iglesia de las Cabezas, que se encontraba en las riberas del río. Al ver esto, desde su convento, el fray Martín, acudió rápidamente a esta iglesia y entró en ella con tres piedras en la mano. Luego de asegurar a los religiosos de la iglesia que las aguas del río no harían más daño a las pinturas ni a la infraestructura de la iglesia, arrojó las piedras una por una al río, la primera hacia arriba, otra hacia abajo y otra en el medio. Invocó a la Santísima Trinidad (Padre, Hijo, y Espíritu Santo) y el río inexplicablemente se retiró de la iglesia, bajó, y se contuvo en su cauce normal. Todos los religiosos que se encontraban en ese momento, fueron testigos del hecho.

Otro milagro fue el que realizó a su amigo fray Tomás. Este había muerto por una grave enfermedad. Luego de fallecer, la comunidad le rezó en su dormitorio los salmos acostumbrados en estas ocasiones. En eso llegó el fray Martín con la intención de amortajarlo, sin embargo, se detuvo con el hábito en las manos, se arrodilló y comenzó a orar delante de un crucifijo que estaba en la cabecera del fallecido, luego que concluyó la oración, llamó al difunto tres veces por  su nombre, y luego, el hombre comenzó a dar señales de vida. Todo esto fue presenciado por el padre fray Fernando Aragonés, quien dio fe de este hecho. Asimismo, se dejó constancia de haber curado de un mal mortal al Arzobispo de México, Feliciano de la Vega, con solamente ponerle la mano en la parte afectada.



LAS PROFECÍAS DE SAN MARTÍN DE PORRES

Pero San Martín de Porres, no solo fue un gran sanador, y poseedor de dones como la bilocación o la manera de transformarse o desaparecer según el testimonio de los creyentes de la época, sino también tenía el don de la profecía.

Un día, mientras el fray Martín se alistaba para rasurar a los novicios, cumpliendo con su labor de barbero, estos le dijeron que primero afeitase al hermano fray Cipriano de Medina porque él era el más feo del grupo. Era verdad, se dice que era muy bajo y su cuerpo muy ancho, y su rostro era pequeño y muy velludo. Sin embargo, el fray Martín, al oír esto, llamó la atención de los novicios y les dijo: “¿Lo llamáis feo porque es pequeño? Él crecerá, será religioso de grande estatura y honor de nuestra religión”. Y esto se cumplió, al año de este episodio, el fray Cipriano cayó enfermo con fiebres durante cuatro o cinco meses y esto le hizo crecer de forma sumamente rápida y sorprendente, y muchos años después, el novicio obtuvo el cargo de Obispo de Guamanga.

Otra profecía cumplida, fue la que le dijo a uno de los hombres más adinerados de Lima, el regidor Juan de Figueroa, quien se dice tenía una renta anual de 23 mil pesos, además de tener 100 mil pesos en ahorros. Pues bien, un día este señor fue a visitar al fray Martín, y este le dijo con el rostro severo: “Prevéngase para padecer trabajos”. Al oír esto, el regidor se preocupó y fue a ver a la sierva de Dios, Luisa Sotomayor Melgarejo, para que lo consolara, sin embargo, esta mujer, ni bien lo vio, le dijo la misma predicción: “Prevéngase para padecer trabajos”. El hombre al recibir la misma advertencia dos veces y por dos personas distintas, se preocupó sumamente. Prontamente, al hombre le vinieron muchas pérdidas económicas que lo dejaron casi sin un centavo. Sin embargo, luego, el fray de Martín, le dijo: “No perderá el dinero que trajo a esta ciudad y algo más le quedará”. Y eso fue lo que ocurrió.

Justamente, a este mismo hombre le hizo otra profecía, que a la vez tiene relación con la muerte del propio San Martín. El señor Figueroa, visitó un día al fray en su celda para decirle que tenía la intención de comprar una capilla, entierro y asiento, en la Iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes. El fray Martín le dijo que comprara el asiento, pero no el entierro, porque aquí (y le señaló el piso de su celda) “nos han de enterrar a los dos”. San Martín de Porres falleció dos años después de esa visita, y los religiosos decidieron construir allí una capilla en la celda para que reposara allí sus restos. En ese entonces, el fray Gaspar Saldaña, conocía la estrecha amistad que tenía el regidor Figueroa con el fray Martín, así que le ofreció el Patronato de la capilla y el entierro en ella para él y sus herederos. Y así fue. Al momento de su muerte, fue enterrado al lado de su buen amigo.

Una vez, una madre llamada Bernarda de Sierra, le pidió al fray Martín que curara al mayor de cinco hijos. Sin embargo, San Martín le dijo que rogaría a Dios para que curase la enfermedad de ese niño, sin embargo, cuatro de sus hijos morirían, y solo sobreviviría el menor de ellos, llamado Pedro Quijano. Efectivamente, en pocos días, los cuatro hijos murieron y solo sobrevivió Pedro.

También le dijo al padre fray Fernando Aragonés que el motivo de su preocupación (el no ser elegido para funciones importantes) desaparecería en 14 años, pues allí conseguirá “su corona”, pero cuando esto ocurra, el fray Martín, ya estaría muerto. Efectivamente, 14 años después, el fray Aragonés, fue ordenado presbítero fray Fernando en Santiago de Chile, y cuando volvió a Lima, el fray Martín ya había muerto. Curiosamente, este mismo fraile murió de la misma manera como había anunciado el fray Martín, pues éste le dijo que moriría de un dolor que sufría en un costado del abdomen,  enfermedad que tiempo atrás le había curado. Y nuevamente, San Martín acertó, pues el fray murió de la misma enfermedad que la afectó tiempo atrás.

Otro de sus anuncios de muerte, se dio cuando debido a una epidemia, dos religiosos se encontraban curándose en el convento, uno de ellos, un novicio, que se llamaba fray Francisco Martínez, que se encontraba más sano que el otro, se comenzó a burlar de su compañero porque este comenzaba a delirar y a hablar sin sentido. El fray Martín, al oírlo, le dijo: “Hermano, encomiéndese a Dios porque en breve morirá. Su hermano sanará, aunque parece de mayor peligro”. Pocos días después, falleció el novicio y se sanó completamente el otro.

Otra de las historias tiene relación con un delincuente que salvó de morir. Se cuenta que el Fray Martín se encontraba un día caminando por una de las cárceles de la antigua Lima. En una de estas cárceles, en una capilla, vio a un preso español llamado Juan Gonzalez, que estaba sentenciado a muerte y debía ser ahorcado al día siguiente. El reo le suplicó a Martín de Porres, que lo encomendase a Dios para morir como cristiano. El fray le dijo que no se preocupase y que oraría por él. Luego, Martín le envió decir que no se preocupara, que no moriría en esta ocasión. Se dice que el reo fue llevado por las calles de la ciudad para ser trasladado hasta el patíbulo (una costumbre de la época), y que llegando al patíbulo, estando al pie de la horca, antes de subir por las escaleras, la virreina, la condesa de Chinchon, salió de su balcón y mostró un pañuelo blanco, señal de que había indultado al delincuente y le había perdonado la vida. El hombre se salvó, fue restituido a la cárcel, y en agradecimiento le envió al fray Martín treinta pesos, una camisa y calzones de lienzo, para que remediase sus necesidades.

Por último tenemos otra historia corroborada por el propio involucrado. Un día el fray Martín se halló con un amigo en la calle. Este hombre iba a ir a visitar a su amante. El fray Martín, se puso a conversar con el tipo durante varias horas hasta que comenzó a anochecer. Al final, antes de despedirse, el fray Martín le dijo: “vaya usted y conocerá que Dios lo ha librado, no solo de la muerte temporal sino también de la eterna”. Cuando el hombre llegó a la casa de la mujer la encontró muerta, el techo de la vivienda se había desplomado.



EL MOMENTO DE SU MUERTE

Cráneo de San Martín de Porres, considerado como una reliquia religiosa.

Pero la historia del fray Martín, por lo menos en esta vida, llegó a su fin. Un día, enfermó con una aguda fiebre, hecho que le obligó a estar en cama. Se dice que al verse en ese estado, el fray Martín había anunciado a sus compañeros e incluso al médico del convento, Francisco Navarro, no sólo su muerte, sino el día y la hora en la que esta ocurriría.

De dice que en sus últimas horas, el fray Martín parecía tener una última lucha contra el demonio, esa última tentación que muchos hombres rodeados de santidad parecen vivir ante la cercanía de la muerte. Fue entonces cuando uno de los hermanos que lo acompañaba en su lecho, le dijo que no luche contra el demonio, pues este era muy astuto, y le sugirió que solo confíe en la sangre de Jesucristo y en su misericordia. Entonces el fray Martín le respondió: “Padre nuestro, los teólogos deben temer esas disputas y argumentos con el demonio, porque, como á sabios, se valdrá de su angélica profundidad para tentarlos; pero Satanás es tan soberbio, que no se servirá de agudezas para turbar y combatir á un pobre donado barbero”.

Luego de quedarse sin habla y de continuar sufriendo fiebres y algunos espasmos, el fray Martín falleció un 3 de noviembre de 1639, entre las ocho y nueve de la noche, a la edad de sesenta años.

Se dice que una vez muerto, el cuerpo del fray Martín se puso sumamente rígido (en el común rigor mortis), algo que imposibilitaba a sus compañeros vestirlo, dicen que estaba tan tieso como un tablón de madera. Fue entonces cuando uno de ellos le pidió, hablándole, que sea flexible para que pudieran prepararlo para ser visitado por los limeños que querían darle el último adiós, y en ese momento, el cuerpo del fallecido, se volvió sumamente frágil y flexible, según dicen, incluso más que cuando estaba vivo.

Asimismo se dice que su cuerpo comenzó a exhalar fragancias sumamente agradables que eran percibidas no solo por los que estaban cercanos a la celda, sino en todo el convento. Este olor continuó cuando fue llevado a la iglesia para ser mostrado ante toda la comunidad siendo percibido por todos los presentes, y ya que no había ni flores ni sahumerios en la iglesia en ese momento, que pudieran originar el aroma, nadie dudó que aquello era un signo de santidad de aquel hombre.

Muchos de los que se acercaban solían besarle las manos y pies, algunos acercaban y juntaban a su cuerpo medallas, cruces y rosarios, e incluso, hubo quienes desgarraban su hábito para llevárselo como reliquia, tanto así, que aseguran que fue necesario cambiarle la vestidura muchas veces. Asimismo hubo muchas personas que al acudir a la iglesia y al acercarse al cuerpo del fray Martín curaron graves enfermedades. Registrado está el caso de doña Catalina Gonzales, que desde hace 12 años tenía una enfermedad que le impedía mover uno de sus brazos. Los médicos habían declarado su mal como incurable, fue por eso que doña Catalina fue a la iglesia para pedirle un último favor al fray Martín, se acercó al féretro, tocó el cuerpo, y al instante quedó completamente sana. De la misma manera, muchos religiosos días después, aseguraron que ya sea pidiendo la ayuda del fray Martín, o viéndolo en sueños o en sus habitaciones, lograron curar de diversos males.

El fray Martín de Porres, fue beatificado en 1837 por el Papa Gregorio XVI, y canonizado, el 6 de mayo de 1962 por el pontífice Juan XXIII, es considerado como el primer santo negro de América. Es patrono Universal de la Paz, de la Justicia social, de los enfermos, Protector de los pobres, patrón de los barberos, de los barrenderos, y patrón de la intercesión de los animales. En nuestro país, es patrón de los químicos farmacéuticos, de la sanidad de las fuerzas policiales, de la compañía de bomberos voluntarios “San Martín de Porres”, patrón de los trabajadores municipales, entre otros.

Este fue pues, un recuento de los hechos extraordinarios más destacables de la vida de este santo peruano, de parte de los muchísimos milagros que se le atribuyen y de su obra, sobre todo a favor de los más pobres y desvalidos de la ciudad de la antigua Lima.

SAN MARTÍN DE PORRES, RELIGIOSO DOMINICO, 03 DE NOVIEMBRE

Autor: . | Fuente: Archidiócesis de Madrid
Martín de Porres, Santo
Religioso dominico, noviembre 3
 
Martín de Porres, Santo
Religioso dominico, peruano



El racismo, esa distinción que hacemos los hombres distinguiendo a nuestros semejantes por el color de la piel es algo tan sinsentido como distinguirlos por la estatura o por el volumen de la masa muscular. Y lo peor no es la distinción que está ahí sino que ésta lleve consigo una minusvaloración de las personas -necesariamente distintas- para el desempeño de oficios, trabajos, remuneraciones y estima en la sociedad. Un mulato hizo mayor bien que todos los blancos juntos a la sociedad limeña de la primera mitad del siglo XVII.

Fue hijo bastardo del ilustre hidalgo -hábito de Alcántara- don Juan de Porres, que estuvo breve tiempo en la ciudad de Lima. Bien se aprecia que los españoles allá no hicieron muchos feos a la población autóctona y confiemos que el Buen Dios haga rebaja al juzgar algunos aspectos morales cuando llegue el día del juicio, aunque en este caso sólo sea por haber sacado del mal mucho bien. Tuvo don Juan dos hijos, Martín y Juana, con la mulata Ana Vázquez. Martín nació mulato y con cuerpo de atleta el 9 de diciembre de 1579 y lo bautizaron, en la parroquia de San Sebastián, en la misma pila que Rosa de Lima.

La madre lo educó como pudo, más bien con estrecheces, porque los importantes trabajos de su padre le impedían atenderlo como debía. De hecho, reconoció a sus hijos sólo tardíamente; los llevó a Guayaquil, dejando a su madre acomodada en Lima, con buena familia, y les puso maestro particular.

Martín regresó a Lima, cuando a su padre lo nombraron gobernador de Panamá. Comenzó a familiarizarse con el bien retribuido oficio de barbero, que en aquella época era bastante más que sacar dientes, extraer muelas o hacer sangrías; también comprendía el oficio disponer de yerbas para hacer emplastos y poder curar dolores y neuralgias; además, era preciso un determinado uso del bisturí para abrir hinchazones y tumores. Martín supo hacerse un experto por pasar como ayudante de un excelente médico español. De ello comenzó a vivir y su trabajo le permitió ayudar de modo eficaz a los pobres que no podían pagarle. Por su barbería pasarán igual labriegos que soldados, irán a buscar alivio tanto caballeros como corregidores.

Pero lo que hace ejemplar a su vida no es sólo la repercusión social de un trabajo humanitario bien hecho. Más es el ejercicio heroico y continuado de la caridad que dimana del amor a Jesucristo, a Santa María. Como su persona y nombre imponía respeto, tuvo que intervenir en arreglos de matrimonios irregulares, en dirimir contiendas, fallar en pleitos y reconciliar familias. Con clarísimo criterio aconsejó en más de una ocasión al Virrey y al arzobispo en cuestiones delicadas.

Alguna vez, quienes espiaban sus costumbres por considerarlas extrañas, lo pudieron ver en éxtasis, elevado sobre el suelo, durante sus largas oraciones nocturnas ante el santo Cristo, despreciando la natural necesidad del sueño. Llamaba profundamente la atención su devoción permanente por la Eucaristía, donde está el verdadero Cristo, sin perdonarse la asistencia diaria a la Misa al rayar el alba.

Por el ejercicio de su trabajo y por su sensibilidad hacia la religión tuvo contacto con los monjes del convento dominico del Rosario donde pidió la admisión como donado, ocupando la ínfima escala entre los frailes. Allí vivían en extrema pobreza hasta el punto de tener que vender cuadros de algún valor artístico para sobrevivir. Pero a él no le asusta la pobreza, la ama. A pesar de tener en su celda un armario bien dotado de yerbas, vendas y el instrumental de su trabajo, sólo dispone de tablas y jergón como cama.

Llenó de pobres el convento, la casa de su hermana y el hospital. Todos le buscan porque les cura aplicando los remedios conocidos por su trabajo profesional; en otras ocasiones, se corren las voces de que la oración logró lo improbable y hay enfermos que consiguieron recuperar la salud sólo con el toque de su mano y de un modo instantáneo.

Revolvió la tranquila y ordenada vida de los buenos frailes, porque en alguna ocasión resolvió la necesidad de un pobre enfermo entrándolo en su misma celda y, al corregirlo alguno de los conventuales por motivos de clausura, se le ocurrió exponer en voz alta su pensamiento anteponiendo a la disciplina los motivos dimanantes de la caridad, porque "la caridad tiene siempre las puertas abiertas, y los enfermos no tienen clausura".

Pero entendió que no era prudente dejar las cosas a la improvisación de momento. La vista de golfos y desatendidos le come el alma por ver la figura del Maestro en cada uno de ellos. ¡Hay que hacer algo! Con la ayuda del arzobispo y del Virrey funda un Asilo donde poder atenderles, curarles y enseñarles la doctrina cristiana, como hizo con los indios dedicados a cultivar la tierra en Limatombo. También los dineros de don Mateo Pastor y Francisca Vélez sirvieron para abrir las Escuelas de Huérfanos de Santa Cruz, donde los niños recibían atención y conocían a Jesucristo.

No se sabe cómo, pero varias veces estuvo curando en distintos sitios y a diversos enfermos al mismo tiempo, con una bilocación sobrenatural.

El contemplativo Porres recibía disciplinas hasta derramar sangre haciéndose azotar por el indio inca por sus muchos pecados. Como otro pobre de Asís, se mostró también amigo de perros cojos abandonados que curaba, de mulos dispuestos para el matadero y hasta lo vieron reñir a los ratones que se comían los lienzos de la sacristía. Se ve que no puso límite en la creación al ejercicio de la caridad y la transportó al orden cósmico.

Murió el día previsto para su muerte que había conocido con anticipación. Fue el 3 de noviembre de 1639 y causada por una simple fiebre; pidiendo perdón a los religiosos reunidos por sus malos ejemplos, se marchó. El Virrey, Conde de Chinchón, Feliciano de la Vega -arzobispo- y más personajes limeños se mezclaron con los incontables mulatos y con los indios pobres que recortaban tantos trozos de su hábito que hubo de cambiarse varias veces.

Lo canonizó en papa Juan XXIII en 1962.

Desde luego, está claro que la santidad no entiende de colores de piel; sólo hace falta querer sin límite.


¿Qué nos enseña su vida?

La vida de San Martín nos enseña:
A servir a los demás, a los necesitados. San Martín no se cansó de atender a los pobres y enfermos y lo hacía prontamente. Demos un buen servicio a los que nos rodean, en el momento que lo necesitan. Hagamos ese servicio por amor a Dios y viendo a Dios en las demás personas.
A ser humildes. San Martín fue una persona que vivió esta virtud. Siempre se preocupó por los demás antes que por él mismo. Veía las necesidades de los demás y no las propias. Se ponía en el último lugar.
A llevar una vida de oración profunda. La oración debe ser el cimiento de nuestra vida. Para poder servir a los demás y ser humildes, necesitamos de la oración. Debemos tener una relación intima con Dios
A ser sencillos. San Martín vivió la virtud de la sencillez. Vivió la vida de cara a Dios, sin complicaciones. Vivamos la vida con espíritu sencillo.
A tratar con amabilidad a los que nos rodean. Los detalles y el trato amable y cariñoso es muy importante en nuestra vida. Los demás se lo merecen por ser hijos amados por Dios.
A alcanzar la santidad en nuestra vidas. Por alcanzar esta santidad, luchemos...
A llevar una vida de penitencia por amor a Dios. Ofrezcamos sacrificios a Dios.

San Martín de Porres se distinguió por su humildad y espíritu de servicio, valores que en nuestra sociedad actual no se les considera importantes. Se les da mayor importancia a valores de tipo material que no alcanzan en el hombre la felicidad y paz de espíritu. La humildad y el espíritu de servicio producen en el hombre paz y felicidad.

Oración
Virgen María y San Martín de Porres, ayúdenme este día a ser más servicial con las personas que me rodean y así crecer en la verdadera santidad. 

viernes, 1 de noviembre de 2013

Los Santos de hoy sábado 2 de noviembre de 2013

Los Santos de hoy sábado 2 de noviembre de 2013
 Fieles difuntos
2 de noviembre, conoce el significado de las costumbres y tradiciones relacionadas con esta fiesta.
 Margarita de Lorena, Santa
Biografía 2 de noviembre
 Pio Campidelli, Beato
Religioso Pasionista, 2 Noviembre
 Acindino y compañeros, Santos
Mártires de Persia, 2 Noviembre
 Marciano de Siria, Santo
Ermitaño, 2 Noviembre
 Malaquías de Armagh, Santo
Obispo, 2 de noviembre 

ORACIÓN POR NUESTROS SERES QUERIDOS DIFUNTOS



ORACIÓN POR NUESTROS
SERES QUERIDOS DIFUNTOS

Oh buen Jesús, que durante toda tu vida te compadeciste de los dolores ajenos, mira con misericordia las almas de nuestros seres queridos que están en el Purgatorio. Oh Jesús, que amaste a los tuyos con gran predilección, escucha la súplica que te hacemos, y por tu misericordia concede a aquellos que Tú te has llevado de nuestro hogar el gozar del eterno descanso en el seno de tu infinito amor. Amén.

Concédeles, Señor, el descanso eterno y que les ilumine tu luz perpetua.

Que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.

FIELES DIFUNTOS, 02 DE NOVIEMBRE

Autor: Tere Fernández | Fuente: Catholic.net
Fieles difuntos
2 de noviembre, conoce el significado de las costumbres y tradiciones relacionadas con esta fiesta.
 
Fieles difuntos

Un poco de historia

La tradición de rezar por los muertos se remonta a los primeros tiempos del cristianismo, en donde ya se honraba su recuerdo y se ofrecían oraciones y sacrificios por ellos.

Cuando una persona muere ya no es capaz de hacer nada para ganar el cielo; sin embargo, los vivos sí podemos ofrecer nuestras obras para que el difunto alcance la salvación.

Con las buenas obras y la oración se puede ayudar a los seres queridos a conseguir el perdón y la purificación de sus pecados para poder participar de la gloria de Dios.

A estas oraciones se les llama sufragios. El mejor sufragio es ofrecer la Santa Misa por los difuntos.

Debido a las numerosas actividades de la vida diaria, las personas muchas veces no tienen tiempo ni de atender a los que viven con ellos, y es muy fácil que se olviden de lo provechoso que puede ser la oración por los fieles difuntos. Debido a esto, la Iglesia ha querido instituir un día, el 2 de noviembre, que se dedique especialmente a la oración por aquellas almas que han dejado la tierra y aún no llegan al cielo.

La Iglesia recomienda la oración en favor de los difuntos y también las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia para ayudarlos a hacer más corto el periodo de purificación y puedan llegar a ver a Dios. "No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos".

Nuestra oración por los muertos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión a nuestro favor. Los que ya están en el cielo interceden por los que están en la tierra para que tengan la gracia de ser fieles a Dios y alcanzar la vida eterna.

Para aumentar las ventajas de esta fiesta litúrgica, la Iglesia ha establecido que si nos confesamos, comulgamos y rezamos el Credo por las intenciones del Papa entre el 1 y el 8 de noviembre, “podemos ayudarles obteniendo para ellos indulgencias, de manera que se vean libres de las penas temporales debidas por sus pecados”. (CEC 1479)

Costumbres y tradiciones.

El altar de muertos

Es una costumbre mexicana relacionada con el ciclo agrícola tradicional. Los indígenas hacían una gran fiesta en la primera luna llena del mes de noviembre, para celebrar la terminación de la cosecha del maíz. Ellos creían que ese día los difuntos tenían autorización para regresar a la tierra, a celebrar y compartir con sus parientes vivos, los frutos de la madre tierra.

Para los aztecas la muerte no era el final de la vida, sino simplemente una transformación. Creían que las personas muertas se convertirían en colibríes, para volar acompañando al Sol, cuando los dioses decidieran que habían alcanzado cierto grado de perfección.

Mientras esto sucedía, los dioses se llevaban a los muertos a un lugar al que llamaban Mictlán, que significa “lugar de la muerte” o “residencia de los muertos” para purificarse y seguir su camino.

Los aztecas no enterraban a los muertos sino que los incineraban.
La viuda, la hermana o la madre, preparaba tortillas, frijoles y bebidas. Un sacerdote debía comprobar que no faltara nada y al fin prendían fuego y mientras las llamas ardían, los familiares sentados aguardaban el fin, llorando y entonando tristes canciones. Las cenizas eran puestas en una urna junto con un jade que simbolizaba su corazón.

Cada año, en la primera noche de luna llena en noviembre, los familiares visitaban la urna donde estaban las cenizas del difunto y ponían alrededor el tipo de comida que le gustaba en vida para atraerlo, pues ese día tenían permiso los difuntos para visitar a sus parientes que habían quedado en la tierra.

El difunto ese día se convertía en el "huésped ilustre" a quien había de festejarse y agasajarse de la forma más atenta. Ponían también flores de Cempazúchitl, que son de color anaranjado brillante, y las deshojaban formando con los pétalos un camino hasta el templo para guiar al difunto en su camino de regreso a Mictlán.

Los misioneros españoles al llegar a México aprovecharon esta costumbre, para comenzar la tarea de la evangelización a través de la oración por los difuntos.

La costumbre azteca la dejaron prácticamente intacta, pero le dieron un sentido cristiano: El día 2 de noviembre, se dedica a la oración por las almas de los difuntos. Se visita el cementerio y junto a la tumba se pone un altar en memoria del difunto, sobre el cual se ponen objetos que le pertenecían, con el objetivo de recordar al difunto con todas sus virtudes y defectos y hacer mejor la oración.

El altar se adorna con papel de colores picado con motivos alusivos a la muerte, con el sentido religioso de ver la muerte sin tristeza, pues es sólo el paso a una nueva vida.

Cada uno de los familiares lleva una ofrenda al difunto que se pone también sobre el altar. Estas ofrendas consisten en alimentos o cosas que le gustaban al difunto: dulce de calabaza, dulces de leche, pan, flores. Estas ofrendas simbolizan las oraciones y sacrificios que los parientes ofrecerán por la salvación del difunto.

Los aztecas fabricaban calaveras de barro o piedra y las ponían cerca del altar de muertos para tranquilizar al dios de la muerte. Los misioneros, en vez de prohibirles esta costumbre pagana, les enseñaron a fabricar calaveras de azúcar como símbolo de la dulzura de la muerte para el que ha sido fiel a Dios.

El camino de flores de cempazúchitl, ahora se dirige hacia una imágen de la Virgen María o de Jesucristo, con la finalidad de señalar al difunto el único camino para llegar al cielo.

El agua que se pone sobre el altar simboliza las oraciones que pueden calmar la sed de las ánimas del purgatorio y representa la fuente de la vida; la sal simboliza la resurrección de los cuerpos por ser un elemento que se utiliza para la conservación; el incienso tiene la función de alejar al demonio; las veladoras representan la fe, la esperanza y el amor eterno; el fuego simboliza la purificación.

Los primeros misioneros pedían a los indígenas que escribieran oraciones por los muertos en los que señalaran con claridad el tipo de gracias que ellos pedían para el muerto de acuerdo a los defectos o virtudes que hubiera demostrado a lo largo de su vida.

Estas oraciones se recitaban frente al altar y después se ponían encima de él. Con el tiempo esta costumbre fue cambiando y ahora se escriben versos llamados “calaveras” en los que, con ironía, picardía y gracia, hablan de la muerte.

La Ofrenda de Muertos contiene símbolos que representan los tres “estadios” de la Iglesia:

1) La Iglesia Purgante,
 conformada por todas las almas que se encuentran en el purgatorio, es decir aquéllas personas que no murieron en pecado mortal, pero que están purgando penas por las faltas cometidas hasta que puedan llegar al cielo. Se representa con las fotos de los difuntos, a los que se acostumbra colocar las diferentes bebidas y comidas que disfrutaban en vida.

2) La Iglesia Triunfante, que son todas las almas que ya gozan de la presencia de Dios en el Cielo, representada por estampas y figuras de santos.

3) La Iglesia Militante, que somos todos los que aún estamos en la tierra, y somos los que ponemos la ofrenda.
En algunos lugares de México, la celebración de los fieles difuntos consta de tres días: el primer día para los niños y las niñas; el segundo para los adultos; y el tercero lo dedican a quitar el altar y comer todo lo que hay en éste. A los adultos y a los niños se les pone diferente tipo de comida.

Cuida tu fe

Halloween o la noche de brujas: Halloween significa “Víspera santa” y se celebra el 31 de Octubre. Esta costumbre proviene de los celtas que vivieron en Francia, España y las Islas Británicas.

Ellos prendían hogueras la primera luna llena de Noviembre para ahuyentar a los espíritus e incluso algunos se disfrazaban de fantasmas o duendes para espantarlos haciéndoles creer que ellos también eran espíritus.

Podría distraernos de la oración del día de todos los santos y de los difuntos. Se ha convertido en una fiesta muy atractiva con disfraces, dulces, trucos, diversiones que nos llaman mucho la atención.

Puede llegar a pasar que se nos olvide lo realmente importante, es decir, el sentido espiritual de estos días.

Si quieres participar en el Halloween y pedir dulces, disfrazarte y divertirte, Cuídate de no caer en las prácticas anticristianas que esta tradición promueve y no se te olvide antes rezar por los muertos y a los santos.

Debemos vivir el verdadero sentido de la fiesta y no sólo quedarnos en la parte exterior. Aprovechar el festejo para crecer en nuestra vida espiritual.

Algo que no debes olvidar

La Iglesia ha querido instituir un día que se dedique especialmente a orar por aquellas almas que han dejado la tierra y aún no llegan al cielo.

Los vivos podemos ofrecer obras de penitencia, oraciones, limosnas e indulgencias para que los difuntos alcancen la salvación.

La Iglesia ha establecido que si nos confesamos, comulgamos y rezamos el Credo entre el 1 y el 8 de noviembre, podemos abreviar el estado de purificación en el purgatorio.

Oración

Que las almas de los difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz. Así sea. 
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