jueves, 15 de agosto de 2013

Los Santos de hoy jueves 15 de agosto de 2013

Los Santos de hoy jueves 15 de agosto de 2013
 Tarsicio, Mártir
Mártir, 15 de agosto. 
 Asunción de Nuestra Señora
"María, levántate, te traigo esta rama de un árbol del paraíso, para que cuando mueras la lleven delante de tu cuerpo, porque vengo a anunciarte que tu Hijo te aguarda". 15 de agosto
 María Sagrario de San Luis Gonzaga, Beata
Religiosa Mártir, 15 de agosto
 Alipio de Tagaste, Santo
Obispo, 15 de agosto
 Alfredo, Santo
Obispo, 15 de agosto
 Estanislao de Kostka, Santo
Seminarista, 15 de agosto
 Claudio (Ricardo) Granzotto, Beato
Religioso Franciscano, 15 de agosto
 Carmelo Sastre Sastre, Beato
Presbítero y Mártir, 15 de agosto
 Vicente Soler, Beato
Presbítero y Mártir, 15 de agosto
 Domingo María de Alboraya (Agustín Hurtado Soler), Beato
Presbítero y Mártir, 15 de agosto
 José María Peris Polo, Beato
Presbítero y Mártir, 15 de agosto
 Luis Batis Sáinz, Santo
Presbítero y Mártir, 15 de agosto
 Manuel Morales, Santo
Laico Mártir, 15 de agosto
 Salvador Lara Puente, Santo
Laico Mártir, 15 de agosto
 David Roldán Lara, Santo
Laico Mártir, 15 de agosto
 Isidoro Bakanja, Beato
Mártir Laico, 15 de agosto
 Mario (Luis) Ros Ezcurra, Beato
Sacerdote y Mártir, 15 de agosto 

ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA A LOS CIELOS - 15 DE AGOSTO

Autor: . | Fuente: Archidiócesis de Madrid
Asunción de Nuestra Señora
"María, levántate, te traigo esta rama de un árbol del paraíso, para que cuando mueras la lleven delante de tu cuerpo, porque vengo a anunciarte que tu Hijo te aguarda". 15 de agosto
 
Asunción de Nuestra Señora
Asunción de Nuestra Señora

Solemnidad

Solemnidad de la Asunción de la bienaventurada Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo, que, acabado el curso de su vida en la tierra, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria de los cielos. Esta verdad de fe, recibida de la tradición de la Iglesia, fue definida solemnemente por el papa Pío XII en 1950.
Un ángel se aparecía a la Virgen y le entregaba la palma diciendo: "María, levántate, te traigo esta rama de un árbol del paraíso, para que cuando mueras la lleven delante de tu cuerpo, porque vengo a anunciarte que tu Hijo te aguarda". María tomó la palma, que brillaba como el lucero matutino, y el ángel desapareció. Esta salutación angélica, eco de la de Nazaret, fue el preludio del gran acontecimiento.

Poco después, los Apóstoles, que sembraban la semilla evangélica por todas las partes del mundo, se sintieron arrastrados por una fuerza misteriosa que les llevaba a Jerusalén en medio del silencio de la noche. Sin saber cómo, se encontraron reunidos en torno de aquel lecho, hecho con efluvios de altar, en que la Madre de su Maestro aguardaba la venida de la muerte. En sus burdas túnicas blanqueaba todavía, como plata desecha, el polvo de los caminos: en sus arrugadas frentes brillaba como un nimbo la gloria del apostolado. Se oyó de repente un trueno fragoroso; al mismo tiempo, la habitación de llenó de perfumes, y Cristo apareció en ella con un cortejo de serafines vestidos de dalmáticas de fuego.

Arriba, los coros angélicos cantaban dulces melodías; abajo, el Hijo decía a su Madre: "Ven, escogida mía, yo te colocaré sobre un trono resplandeciente, porque he deseado tu belleza". Y María respondió: "Mi alma engrandece al Señor". Al mismo tiempo, su espíritu se desprendía de la tierra y Cristo desaparecía con él entre nubes luminosas, espirales de incienso y misteriosas armonías. El corazón que no sabía de pecado, había cesado de latir; pero un halo divino iluminaba la carne nunca manchada. Por las venas no corría la sangre, sino luz que fulguraba como a través de un cristal.

Después del primer estupor, se levantó Pedro y dijo a sus compañeros: "Obrad, hermanos, con amorosa diligencia; tomad ese cuerpo, más puro que el sol de la madrugada; fuera de la ciudad encontraréis un sepulcro nuevo. Velad junto al monumento hasta que veáis cosas prodigiosas". Se formó un cortejo. Las vírgenes iniciaron el desfile; tras ellas iban los Apóstoles salmodiando con antorchas en las manos, y en medio caminaba san Juan, llevando la palma simbólica. Coros de ángeles agitaban sus alas sobre la comitiva, y del Cielo bajaba una voz que decía: "No te abandonaré, margarita mía, no te abandonaré; porque fuiste templo del Espíritu Santo y habitación del Inefable". Acudieron los judíos con intención de arrebatar los sagrados despojos. Todos quedaron ciegos repentinamente, y uno de ellos, el príncipe de los sacerdotes, recobró la vista al pronunciar estas palabras: "Creo que María es el templo de Dios".

Al tercer día, los Apóstoles que velaban en torno al sepulcro oyeron una voz muy conocida, que repetía las antiguas palabras del Cenáculo: "La paz sea con vosotros". Era Jesús, que venía a llevarse el cuerpo de su Madre. Temblando de amor y de respeto, el Arcángel San Miguel lo arrebató del sepulcro, y, unido al alma para siempre, fue dulcemente colocado en una carroza de luz y transportado a las alturas. En este momento aparece Tomás sudoroso y jadeante. Siempre llega tarde; pero esta vez tiene una buena excusa: viene de la India lejana. Interroga y escudriña; es inútil, en el sepulcro sólo quedan aromas de jazmines y azahares. En los aires una estela luminosa, que se extingue lentamente, y algo que parece moverse y que se acerca lentamente hasta caer junto a los pies del Apóstol. Es el cinturón que le envía la virgen en señal de despedida.

Esta bella leyenda iluminó en otros siglos la vida de los cristianos con soberanas claridades.

Nunca la Iglesia quiso incorporarla a sus libros litúrgicos, pero la dejó correr libremente para edificación de los fieles. Penetró en todos los países, iluminó a los artistas e inspiró a los poetas. Parece que resurgió, una vez más, en el valle de Josafat, allá donde los cruzados encontraron el sepulcro en el que se habían obrado tantas maravillas y sobre el cual suspendieron tantas lámparas. Como la piedad popular quiere saber, pidiendo certezas y realidades, la leyenda dorada aparece con los rasgos con que el oriental sabe tejerlos entre el perfume del incienso y azahares, adornada con estallidos y decorada con ángeles y pompas del Cielo. Se difunde en el siglo V en Oriente con el nombre de un discípulo de San Juan, Melitón de Sardes, Gregorio de Tours la pasa a las Galias, los españoles la leen en el fervor de la reconquista con peregrinos detalles y toda la Cristiandad busca en ella durante la Edad Media alimento de fe y entusiasmo religioso.

Ni fecha, ni lugar. ¿Cómo fue el prodigio? Escudriñando la Tradición hay un velo impenetrable. San Agustín dice que pasó por la muerte, pero no se quedó en ella. Los Orientales gustan de llamarla Dormición con ánimo de afirmar la diferencia. ¿Tránsito? Separación inefable. Ni el Areopagita, ni Epifanio, ni Dante acertaron a describir lo real indescriptible, inefable: el último eslabón de la cadena que se inicia con la Inmaculada Concepción y, despertando secretos armónicos, apostilla la Asunción con la Coronación que el arte de Fra Angélico se atreve a plasmar con pasta conservada en el Louvre. La Iglesia celebra, junto al Resucitado Hijo triunfante, a la Madre, singularmente redimida, Glorificada desde la Traslación.

SAN TARCISIO, MÁRTIR, 15 DE AGOSTO


Autor: . | Fuente: Archidiócesis de Madrid
Tarsicio, Mártir
Mártir, 15 de agosto.
 



Tarsicio, Mártir
Mártir

Martirologio Romano: En Roma, en el cementerio de Calixto, en la vía Apia, conmemoración de san Tarsicio, mártir, que por defender la santísima Eucaristía de Cristo, que una furiosa turba de gentiles intentaba profanar, prefirió ser inmolado, muriendo apedreado antes que entregar a los perros las cosas santas (c. 257).


Murió mártir durante la persecución de Valeriano. Su figura de niño héroe cristiano ha servido de estímulo y ejemplo durante dieciocho siglos a las generaciones de bautizados desde que han ido despertando a la fe. Su generosidad en la ayuda al prójimo y su disposición al servicio, impregnado de un amor generoso a Jesucristo en la Eucaristía han ayudado a la fantasía de los creyentes posteriores a renovar su veneración al Santísimo Sacramento. También los mayores han aprendido de él a vivir con coherencia la fe eucarística y a vigorizar las actitudes de adoración y culto que secularmente han practicado los discípulos del Señor.

El relato de los hechos con todos los rasgos de verosimilitud histórica es así:

Los cristianos no podían vivir la fe con manifestaciones externas. No tenían derecho a expresar la jubilosa explosión de felicidad que tenían dentro por saberse hijos de Dios con un culto externo. Era preciso esconderse para alabar al único Dios verdadero como discípulos del Señor Jesucristo; por no disponer de locales amplios donde pudieran reunirse, lo hacían a la orilla del Tiber, en los cementerios. Galerías largas y muy entrecruzadas; de vez en cuando se ve una lámpara encendida donde recordaban que se encontraba el cadáver de un mártir, la lámpara era la señal. Ellos conocían bien los largos corredores y los múltiples vericuetos; allí, en un ensanchamiento han tenido el buen gusto de poner en la piedra alguna inscripción y la figura del Pastor cargando una oveja en sus hombros; más adelante, en otro lugar, puede verse en la roca algo que se parece a un cestillo lleno de panes y peces; son símbolos de una historia pasada que se hace viva cada domingo y da más vida, alegría y fuerza a los discípulos de Jesús. Ahora se ve una especie de sala espaciosa, agrandada por las galerías que en ella convergen, donde hay una mesa grande cubierta por manteles muy blancos, con unos cirios encendidos sobre unos candelabros de plata o al menos, así lo parece.

Es un día especial. Sixto es el sacerdote; sí, lo nombraron como sucesor del pontífice Esteban al que habían matado los perseguidores. Todos cantan salmos, en medio de un gran silencio se leen algunos trozos del Evangelio y hace Sixto una sabia reflexión. El diácono Lorenzo pone pan y vino sobre la mesa y el anciano sacerdote comienza la fórmula de la consagración. Antes de comulgar todos se dan el ósculo de la paz.

Poco antes de dispersarse hay un recuerdo para los encarcelados; son los confesores de la fe; no han querido renegar; aman a Jesús más que a sus vidas. Es conveniente rezar por ellos y ayudar a sus familiares en la tribulación. Es también preciso hacerles partícipes de los santos misterios para que le sirvan de fortaleza en la pasión y en los tormentos.

¿Quién puede y quiere afrontar el peligro? Hace falta un alma generosa. Todos quieren; lo piden con los ojos: ancianos, maduros, mujeres y muchachas jóvenes con el rostro cubierto con un velo. Delante del nuevo papa Sixto un niño ha extendido la mano; hay cierta extrañeza en el sacerdote que parece no comprender tamaña decisión, a simple vista disparatada. "¿Y por qué no, Padre? Nadie sospechará con mis pocos años".

Jesús eucaristizado es envuelto en un fino lienzo y depositado en las manos del niño Tarsicio que sólo tiene once años y es bien conocido en el grupo por su fe y su piedad; no se ha amilanado en la furia de la persecución por más que vió aquella noche cómo mataban al papa Esteban mientras hacía los misterios del Señor.

Por entre las alamedas del Tiber va como portador de Cristo, se sabe un sagrario vivo, es una sensación extraña en él -entre el gozo y el orgullo- que nunca había experimentado. Pasa, sin saludar, embelesado con su tesoro. Unos amigos le invitan a participar en el juego; Tarsicio rehúsa; ellos se le acercan; Tarsicio oprime el envoltorio; le hacen un cerco y llega la temida pregunta: "¿Qué llevas ahí? Queremos verlo". Aterrado quiere echar a correr, pero es tarde. Lo agarran y fuerzan a soltar el atadijo que cada vez agarra con más tesón y fuerza, lo zarandean y lo tiran al suelo, le dan pescozones y puntapiés pero no quiere por nada del mundo dejar al descubierto al Señor; entre las injurias y amenazas acompañadas de empellones y puños, Tarsicio sigue diciendo "¡Jamás, jamás!". Uno de los que se ha acercado al grupo del alboroto se hace cargo de la situación y dice: "Es un cristiano que lleva sortilegios a los presos". Pequeños y mayores emplean ahora, bajo excusa de la curiosidad, con furia y saña, palos y piedras.

Recogieron el cuerpo destrozado de Tarsicio y lo enterraron en la catacumba de Calixto.

Cuando pasó la persecución, el papa Dámaso mandó poner sobre su tumba estos versos:

"Queriendo a san Tarsicio almas brutales
de Cristo el sacramento arrebatar,
su tierna vida prefirió entregar
antes que los misterios celestiales". 

miércoles, 14 de agosto de 2013

Los Santos de hoy miércoles 14 de agosto de 2013

Los Santos de hoy miércoles 14 de agosto de 2013
 Maximiliano Kolbe, Santo
Presbítero y Mártir, 14 de agosto
 Arnulfo de Soissons, Santo
Obispo, 14 de agosto
 Domingo Ibáñez de Erquicia y Francisco Shoyemon, Santos
Mártires, agosto 14
 Sante de Urbino Brancoisini, Beato
Laico Franciscano, 14 de agosto
 Antonio Primaldo y ochocientos compañeros, Santos
Mártires, 14 de agosto 

SAN MAXIMILIANO KOLBE, PRESBÍTERO Y MÁRTIR, 14 DE AGOSTO

Autor: . | Fuente: www.interrrogantes.net
Maximiliano Kolbe, Santo
Presbítero y Mártir, 14 de agosto
 



Maximiliano Kolbe, Santo
"No hay amor más grande que éste: dar la vida por sus amigos"
(Jn 15, 13).

Martirologio Romano: Memoria de san Maximiliano María (Raimundo) Kolbe, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores Conventuales y mártir, que fue fundador de la Milicia de María Inmaculada. Deportado a diversos lugares de cautiverio, finalmente, en el campo de exterminio de Oswiecim o Auschwitz, cerca de Cracovia, en Polonia, se ofreció a los verdugos para salvar a otro cautivo, considerando su ofrecimiento como un holocausto de caridad y un ejemplo de fidelidad para con Dios y los hombres (1941).

Maximiliano María Kolbe nació en Polonia el 8 de enero de 1894 en la ciudad de Zdunska Wola, que en ese entonces se hallaba ocupada por Rusia. Fue bautizado con el nombre de Raimundo en la iglesia parroquial.

A los 13 años ingresó en el Seminario de los padres franciscanos en la ciudad polaca de Lvov, la cual a su vez estaba ocupada por Austria. Fue en el seminario donde adoptó el nombre de Maximiliano. Finaliza sus estudios en Roma y en 1918 es ordenado sacerdote.

Devoto de la Inmaculada Concepción, pensaba que la Iglesia debía ser militante en su colaboración con la Gracia divina para el avance de la fe católica. Movido por esta devoción y convicción, funda en 1917 un movimiento llamado "La Milicia de la Inmaculada" cuyos miembros se consagrarían a la bienaventurada Virgen María y tendrían el objetivo de luchar mediante todos los medios moralmente válidos, por la construcción del Reino de Dios en todo el mundo. En palabras del propio San Maximiliano, el movimiento tendría: "una visión global de la vida católica bajo una nueva forma, que consiste en la unión con la Inmaculada."

Verdadero apóstol moderno, inicia la publicación de la revista mensual "Caballero de la Inmaculada", orientada a promover el conocimiento, el amor y el servicio a la Virgen María en la tarea de convertir almas para Cristo. Con una tirada de 500 ejemplares en 1922, en 1939 alcanzaría cerca del millón de ejemplares.

En 1929 funda la primera "Ciudad de la Inmaculada" en el convento franciscano de Niepokalanów a 40 kilómetros de Varsovia, que con el paso del tiempo se convertiría en una ciudad consagrada a la Virgen y, en palabras de San Maximiliano, dedicada a "conquistar todo el mundo, todas las almas, para Cristo, para la Inmaculada, usando todos los medios lícitos, todos los descubrimientos tecnológicos, especialmente en el ámbito de las comunicaciones."

En 1931, después de que el Papa solicitara misioneros, se ofrece como voluntario y viaja a Japón en donde funda una nueva ciudad de la Inmaculada ("Mugenzai No Sono") y publica la revista "Caballero de la Inmaculada" en japonés ("Seibo No Kishi").

En 1936 regresa a Polonia como director espiritual de Niepokalanów, y tres años más tarde, en plena Guerra Mundial, es apresado junto con otros frailes y enviado a campos de concentración en Alemania y Polonia. Es liberado poco tiempo después, precisamente el día consagrado a la Inmaculada Concepción. Es hecho prisionero nuevamente en febrero de 1941 y enviado a la prisión de Pawiak, para ser después transferido al campo de concentración de Auschwitz, en donde a pesar de las terribles condiciones de vida prosiguió su ministerio.

En Auschwitz, el régimen nazi buscaba despojar a los prisioneros de toda huella de personalidad tratándolos de manera inhumana e inpersonal, como un simple número: a San Maximiliano le asignaron el 16670. A pesar de todo, durante su estancia en el campo nunca le abandonaron su generosidad y su preocupación por los demás, así como su deseo de mantener la dignidad de sus compañeros.

La noche del 3 de agosto de 1941, un prisionero de la misma sección a la que estaba asignado San Maximiliano escapa; en represalia, el comandante del campo ordena escoger a diez prisioneros al hazar para ser ejecutados. Entre los hombres escogidos estaba el sargento Franciszek Gajowniczek, polaco como San Maximiliano, casado y con hijos.

San Maximiliano, que no se encontraba entre los diez prisioneros escogidos, se ofrece a morir en su lugar. El comandante del campo acepta el cambio, y San Maximiliano es condenado a morir de hambre junto con los otros nueve prisioneros. Diez días después de su condena y al encontrarlo todavía vivo, los nazis le administran una inyección letal el 14 de agosto de 1941.

Es así como San Maximiliano María Kolbe, en medio de la más terrible adversidad, dio testimonio y ejemplo de dignidad. En 1973 Pablo VI lo beatifica y en 1982 Juan Pablo II lo canoniza como Mártir de la Caridad. Juan Pablo II comenta la influencia que tuvo San Maximiliano en su vocación sacerdotal: "Surge aquí otra singular e importante dimensión de mi vocación. Los años de la ocupación alemana en Occidente y de la soviética en Oriente supusieron un enorme número de detenciones y deportaciones de sacerdotes polacos hacia los campos de concentración. Sólo en Dachau fueron internados casi tres mil. Hubo otros campos, como por ejemplo el de Auschwitz, donde ofreció la vida por Cristo el primer sacerdote canonizado después de la guerra, San Maximiliano María Kolbe, el franciscano de Niepokalanów." (Don y Misterio).

San Maximiliano nos legó su concepción de la Iglesia militante y en febril actividad para la construcción del Reino de Dios. Actualmente siguen vivas obras inspiradas por él, tales como: los institutos religiosos de los frailes franciscanos de la Inmaculada, las hermanas franciscanas de la Inmaculada, así como otros movimientos consagrados a la Inmaculada Concepción. Pero sobretodo, San Maximiliano nos legó un maravilloso ejemplo de amor por Dios y por los demás.

Con motivo de los veinte años de la canonización del padre Maximiliano Kolbe (10 de octubre de 1982), los Frailes Menores Conventuales de Polonia abrieron el archivo de Niepokalanow (Ciudad de la Inmaculada, a 50 kilómetros de Varsovia), construido por el mismo mártir de Auschwitz. Entre los manuscritos del santo, destaca la última carta que escribió y que acaba con besos a su madre. Una carta que refleja una ternura que no aparecía en otros escritos, y que hace pensar que el sacrificio con el que ofreció la vida voluntariamente en sustitución de un condenado a muerte fue algo que maduró a lo largo de su vida. Este es el texto del escrito: «Querida madre, hacia finales de mayo llegué junto con un convoy ferroviario al campo de concentración de Auschwitz. En cuanto a mí, todo va bien, querida madre. Puedes estar tranquila por mí y por mi salud, porque el buen Dios está en todas partes y piensa con gran amor en todos y en todo. Será mejor que no me escribas antes de que yo te mande otra carta porque no sé cuánto tiempo estaré aquí. Con cordiales saludos y besos, Raimundo Kolbe».

Juan Pablo II, un año después de su elección, en Auschwitz, dijo: «Maximiliano Kobe hizo como Jesús, no sufrió la muerte sino que donó la vida». La expresión remite a unas palabras escritas por el padre Kolbe unas semanas antes de que los nazis invadieran Polonia (1 de septiembre de 1939): «Sufrir, trabajar y morir como caballeros, no con una muerte normal sino, por ejemplo, con una bala en la cabeza, sellando nuestro amor a la Inmaculada, derramando como auténtico caballero la propia sangre hasta la última gota, para apresurar la conquista del mundo entero para Ella. No conozco nada más sublime».

Los radioaficionados lo consideran su santo patrón, ya que San Maximiliano durante 30 años estuvo activo con el indicativo SP3RN.

Escucha la fascinante historia de san Maximiliano Kolbe, "héroe personal" de Juan Pablo II y cuya fiesta se celebra hoy, 14 de agosto aquí. Mauricio I. Pérez 
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