Hoy es la fiesta de San Juan de Matera, monje eremita
Por Diego López Marina
20 Jun. 16 (ACI).- San Juan de Matera fue un monje italiano que fundó la Orden de Pulsano y vivió como eremita en las montañas del sur de Italia.
Su congregación formó parte de la gran familia benedictina, pero desde hace mucho tiempo desapareció.
El santo nació en la ciudad de Matera (que en aquel entonces pertenecía al reinado de Nápoles) en Italia hacia el 1070.
Cuando era todavía un niño, Juan soñó con vivir como ermitaño. Por tal motivo dejó la casa de sus padres y viajó hasta una isla, frente a Taranto, donde había un monasterio al que ingresó en calidad de pastor de rebaños de los monjes.
En Ginosa comenzó a predicar y a promover la restauración de la iglesia, que se convirtió en el núcleo de un convento. Un día se le acusó de haberse apropiado del bien de una iglesia y fue enviado a la cárcel tras ser acusado ante el gobernador de la provincia.
A poco de estar en la prisión, escapó en una forma que nadie podía explicarse, por lo que se dijo que había sido liberado por un ángel. Llegó hasta Cápua y tuvo que seguir su camino, porque los pobladores no le permitieron quedarse.
En Bari fue acusado de hereje por la austeridad que predicaba, pero fue liberado después de defenderse brillantemente en los tribunales.
En 1130, en el antiguo monasterio de San Gregorio de Pulsano, que reconstruyó, fundó una congregación monástica en la que le confirió la Regla de San Benito y fue abad durante 10 años.
En poco tiempo la comunidad ya tenía 50 monjes y se volvió muy conocida. Falleció el 20 de junio de 1139 en Foggia (Pulla), donde había ido para difundir la congregación.
San Juan de Matera
El fundador de la congregación benedictina en Pulsano, nació en Matera, una ciudad de la región de Basilicata, que formaba parte del reino de Nápoles. Cuando era todavía un niño, Juan soñaba con vivir como un ermitaño y, tan pronto como llegó a la mayoría de edad, decidió realizar su sueño: abandonó la casa paterna y viajó hasta una isla, frente a Taranto, donde había un monasterio al que ingresó en calidad de pastor de los rebaños de los monjes. Su carácter adusto, su retraimiento que le impedía unirse a los hermanos en cualquiera de sus diversiones o paseos, le valieron la antipatía y aun la hostilidad de los demás, hasta el grado de verse obligado a abandonar el monasterio y la isla para refugiarse en Calabria y luego en Sicilia. Poco tiempo después, en procura de realizar lo que él consideraba como un llamado divino, regresó a Italia y se quedó en Ginosa durante dos años y medio sin pronunciar una sola palabra y sin revelar su presencia a sus padres que, como consecuencia de las guerras, se habían refugiado en las vecindades de Ginosa. Por aquel entonces tuvo una visión de san Pedro, quien le pidió que reconstruyese una iglesia arruinada que llevaba su nombre y se encontraba a unos tres kilómetros de la ciudad. Gracias a la tenacidad de sus esfuerzos y a la ayuda de algunos compañeros, pudo llevar a cabo con éxito la tarea. Pero entonces se le acusó de haber descubierto un tesoro oculto en la vieja iglesia y de haberse apropiado de él. Los acusadores lo llevaron ante el gobernador de la provincia, quien no quiso creer en su inocencia y le mandó a la cárcel.
A poco de estar en la prisión, escapó en una forma que nadie podía explicarse, por lo que se dijo que había sido liberado por un ángel. Llegó hasta Cápua y tuvo que seguir su camino, porque los pobladores no le permitieron quedarse. En la soledad de la noche, oyó de nuevo la voz interior que le instaba a regresar a su comarca natal y así lo hizo. De nuevo en la Basilicata, consiguió ingresar en la comunidad religiosa de San Guillermo de Vercelli, en Monte Laceno. Ahí permaneció Juan hasta que un incendio destruyó las viviendas de los monjes; la mayoría se trasladó a la abadía de Monte Cagno, pero Juan se fue a Bari, donde comenzó a predicar con maravillosos resultados. Su éxito fue tan grande, que suscitó la envidia y, de nuevo, sus enemigos trataron de combatirlo con acusaciones falsas: aquella vez se le acusó de hereje. Sin embargo, se defendió brillantemente en los tribunales y, a fin de cuentas, salió libre de culpa y cargo entre las aclamaciones triunfales del pueblo. Después regresó a Ginosa, donde sus antiguos discípulos le dispensaron una calurosa bienvenida y, en la iglesia reconstruida de San Pedro, predicó una misión que rindió abundantes frutos. Sus constantes viajes estaban a punto de terminar: siempre dirigido por la misteriosa voz interior, se encaminó al Monte Gargano y, en Pulsano, a poco más de diez kilómetros del sitio bendecido por la aparición de san Miguel Arcángel, se dedicó a construir un monasterio. Desde todas partes acudieron los discípulos a ayudarle y, una vez terminado el edificio, albergó a sesenta monjes que tuvieron por superior a Juan hasta su muerte. Venerado por todos en razón de su ciencia, sus milagros, sus profecías y sus virtudes, pasó a mejor vida el 20 de junio de 1139. Posteriormente, otras casas de religión se afiliaron a la suya y, en una época, la congregación de Monte Pulsano formó parte de la gran familia Benedictina; pero desde hace mucho tiempo desapareció.