SAN JOSÉ MARÍA DE YERMO Y PARRES
20 septiembre
San José María de Yermo y ParresNació en la Hacienda de Jalmolonga, municipio de Malinalco, Estado de México, el 10 de noviembre de 1851. Hijo del abogado Manuel de Yermo y Soviñas y de María Josefa Parres. De nobles orígenes. Fue educado cristianamente por su padre y su tía Carmen, ya que su madre murió a los 50 días de su nacimiento.
Muy pronto descubrió su vocación al sacerdocio, y a la edad de 16 años dejó la casa paterna para ingresar en el noviciado de los religiosos de la Congregación de la Misión, en la Ciudad de México. Después de una fuerte crisis vocacional dejó la familia religiosa de los Paúles y continuó su camino al sacerdocio en la Diócesis de León en donde recibió la ordenación presbiteral el 24 de agosto de 1879. Sus primeros años de sacerdocio fueron fecundos de actividad y celo apostólico.
Fue un elocuente orador y ejerció este ministerio con gran provecho para los fieles. Fue además, excelente director de almas y gran divulgador del culto al Sagrado Corazón de Jesús y a la Santísima Virgen en su advocación de Madre Santísima de la Luz. Promovió la catequesis juvenil y desempeñó con esmero algunos cargos de importancia en la curia. Una larga y penosa enfermedad lo apartó de una brillante carrera eclesiástica.
Su obispo le encomendó el cuidado pastoral de dos capellanías situadas en la periferia de la ciudad: el Calvario y el Santo Niño. En tan humilde oficio delineó su vocación de padre de los pobres y fundador de una comunidad religiosa. La comunidad del Calvario, humilde y pobrísima, lo acercó a los indigentes, los enfermos, los niños y los ancianos.
Un día, mientras se dirigía a capellanía del Calvario, se encontró de improviso ante una escena terrible: unos cerdos estaban devorando a dos niños recién nacidos. Estremecido por aquella tremenda escena, se sintió interpelado por Dios, y en su corazón ardiente de amor, concibió la fundación de una casa de acogida para los abandonados y necesitados. Obtenida la autorización de su obispo puso mano a la obra y el 13 de diciembre 1885, después de vencer innumerables dificultades, seguido por cuatro valientes jóvenes, fundó en la cima de la colina del Calvario, el Asilo del Sagrado Corazón. Este día es también el inicio de la nueva familia religiosa las “Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres”.
Él mismo explica su conversión: “Quiero imitar a Cristo, que vino a enseñarnos con su palabra y con su ejemplo, el amor preferencial para con los pobres”. Rubricó sus deseos con acciones elocuentes: renunció al cuantioso caudal paterno a favor de los desheredados.
Desde ese día puso el pie sobre el primer peldaño de una larga y constante escalada de entrega al Señor y a los hermanos, que sabe de sacrificio y abnegación, gozo y sufrimiento, paz y desconciertos, pobrezas y miserias, aprecios y calumnias, amistades y traiciones, obediencias y humillaciones. Su vida fue muy atribulada, pero aunque las tribulaciones y dificultades se alternaban a ritmo casi vertiginoso, no lograron nunca abatir el ánimo ardiente del apóstol de la caridad evangélica.
La terrible inundación que destruyó la ciudad de León en 1888 le permitió manifestarse como “campeón de la caridad”, título que le dio el gobernador de Guanajuato, general Manuel González. La nueva familia religiosa y su fundador buscaron acogida en Puebla, a donde llegó la obra el 6 de julio de 1889 y en donde se estableció la casa generalicia y el noviciado, quedando en León la casa del Calvario, atendida por algunas hermanas. En febrero de 1891 el padre Yermo fue agregado al clero de Puebla.
En su vida fundó escuelas, hospitales, casas de descanso para ancianos, orfanatos, una casa muy organizada para la regeneración de la mujer, y poco antes de su muerte, acontecida el 20 de septiembre de 1904 en la ciudad de Puebla de los Ángeles, llevó a su familia religiosa a la difícil misión entre los indígenas tarahumaras del norte de México.
Un mes antes de su muerte pudo celebrar sus bodas de plata sacerdotales. Toda su vida fue un himno a la caridad heroica: “Soy sacerdote –escribió alguna vez–, estoy obligado al amor perfecto en el servicio de Dios y de las almas, especialmente entre los pobres y más desamparados”.