Novena a los Santos Luis y Zelia Martin
Oraciones para cada día de la novena, la puedes hacer tantas veces desees, de manera especial los días previos a la festividad (4 al 12 de julio)
Por: n/a | Fuente: steresita.com
Oración inicial:
Dios de eterno amor, nos has dado en los esposos Luis y Zelia de Martín un hermoso ejemplo de santidad vivida en el matrimonio. Los dos conservaron su fe y su esperanza en medio de los trabajos y dificultades de la vida, y educaron a sus hijos para que llegaran a ser santos. Te pedimos nos concedas vivir la vocación matrimonial como ellos y poder llevar al Cielo a todas nuestras familias. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Oración final:
Dios, Padre nuestro, te damos gracias por habernos dado a Luis Martin y a su esposa Zelia. En la unidad y fidelidad del matrimonio nos ofrecieron el testimonio de una vida cristiana ejemplar, cumpliendo las tareas cotidianas según el espíritu del Evangelio. Educando a una familia numerosa, a través de pruebas, muertes y sufrimientos, manifestaron su confianza en Ti y aceptaron generosamente tu Voluntad. Concédenos matrimonios tan santos como ellos para que sean luz en el mundo de hoy. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
DÍA PRIMERO: La persona de Luis Martín.
Nacido el año 1823 en Burdeos (Francia), fue educado en ambientes militares debido a la profesión de su padre, lo cual le hizo ser un hombre muy disciplinado. Eligió como profesión el no arte de la relojería, y cuando se vio en la necesidad de elegir entre la vocación matrimonial o la religiosa, escogió ésta. Llegó al monasterio de los cartujos en Suiza y el Prior lo recibió con agrado, pues la mirada de este joven tenía gran pureza y fervor. Pero al comprobar que no sabía latín, lo invitó a volver a su casa y terminar estos estudios. Así lo hizo Luis Martín, pero como no se vio muy animado por el Prior, se dio cuenta de que esa no era su vocación y se fue a París a perfeccionar su profesión. En 1850 instala su taller de relojería en Alencón, en la casa de sus padres, y combina su trabajo con una vida de gran piedad, a la espera de que Dios le hiciera ver la escogida para su matrimonio, aquella persona con la cual poder ser santo.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Pidamos la gracia que deseamos obtener por la intercesión de los
santos Luis y Zelia y rezamos la oración final.
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DÍA SEGUNDO: La persona de Zelia Guerín.
Nacida el año 1831 en Alencon (Francia), fue educada en un ambiente de piedad pero demasiado austera y seca. Zelia dirá después que su infancia fue triste como un “lienzo mortuorio”. Un ejemplo significativo fue que jamás en su niñez le compró su mamá una muñeca, a pesar de lo mucho que lo deseaba. Al terminar la secundaria sintió la vocación religiosa y se dirigió a las Hermanas de San Vicente de Paúl; pero la superiora la disuadió a causa de su salud. Es entonces cuando, desilusionada, hizo esta oración: “Dios mío, ya que no soy digna de ser tu esposa, me casaré para cumplir tu Santa Voluntad. Entonces, te ruego darme muchos hijos y que todos te sean consagrados”. Y por inspiración de la Virgen María, se dedicó a la costura y puso su propio taller en Alencon. No le gustaban las mundanidades y rechazó incluso viajes a París. Ella sabía que Dios le tenía reservado el escogido para la vida de santidad que deseaba.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Pidamos la gracia que deseamos obtener por la intercesión de los
santos Luis y Zelia y rezamos la oración final.
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DÍA TERCERO: Noviazgo y matrimonio.
Una de las clientes más asiduas del taller de Zelia era la mamá de Luis Martín; y esta señora, prendada de las muchas virtudes de la joven, rezaba mucho para que ambos se pudieran conocer y casar. Un día, Zelia pasaba por el puente de San Leonardo y se cruzó con un hombre joven, lleno de dignidad, y se impresionó. Una voz interior le susurró que “Este es el hombre que preparé para ti”. Se trataba de Luis Martín. Entretanto, y por la intervención de la madre de Luis, los dos jóvenes se conocieron y no tardaron en apreciarse y amarse. A los tres meses de conocerse ya eran novios, y se casaron el 13 de Julio de 1858 en una ceremonia de gran sencillez e intimidad. Luis le hizo saber a Zelia sus deseos de santidad, de ser como San José y la Virgen María, y ella aceptó la invitación renunciando a su deseo de tener muchos hijos.
Pero después de varios meses de vida casta en común, un sacerdote amigo de ellos se enteró de esto y les hizo ver que su santidad matrimonial estaba precisamente en lo contrario, y les animó a ser santos en la generosidad. Ambos lo entendieron y se dedicaron a cumplir la Voluntad de Dios en la procreación generosa para tener hijos santos y que fueran consagrados a Dios. Nuestro Señor les bendijo con nueve hijos.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
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santos Luis y Zelia y rezamos la oración final.
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DÍA CUARTO: Los hijos.
Aceptar una familia numerosa era, en aquellos tiempos como en los actuales, una vocación al heroísmo; y los esposos Martín no se echaron para atrás frente a esta perspectiva. Tenían profunda fe en que los hijos son un don de Dios y que El los ayudaría a sacarlos adelante. Los hijos nacían y ellos los acogían como una bendición del Cielo. Luego, se las arreglaban para alimentarlos, vestirlos, educarlos y prepararlos para enfrentar la vida, lo cual requería mucho esfuerzo y sacrificio, pero a la vez era la fuente de su alegría. En las cartas de Zelia se percibe la alegría de ser madre. No tenía miedo de los embarazos. Lo manifiesta claramente cuando al saber que una mujer había tenido trillizos, dijo: “¡Oh, feliz madre... si yo tuviera aunque fuera mellizos! Pero no conoceré esa felicidad. Me gustan los niños hasta la locura. Es tan lindo dedicarse a los niñitos”. Después de cada nacimiento, Zelia hacía la siguiente oración: “Señor, concédeme la gracia de que este niño te sea consagrado y que nada venga a empañar la pureza de su alma. Si ha de perderse, prefiero que Tú te lo lleves enseguida”. También supieron de la cruz y el dolor por los hijos... sobre todo el más grande: verlos morir. De los nueve hijos se le murieron cuatro. Nos cuenta Zelia en una carta cómo fue el fallecimiento de su primera hija, Elena, a los cinco años de edad, por causa de una enfermedad que duró solo un día: “Yo la miraba tristemente, sus ojos estaban sin vida. Y me largué a llorar... Entonces ella me rodeó con sus bracitos y me consoló, y todo el día no dejaba de repetir: 'mi pobre mamacita, que ha llorado'. A la noche, tras tomar su medicina, su cabecita cayó sobre mis hombros y sus ojos se cerraron... El dolor profundo embargó mi corazón. Luego, la ofrecimos al Señor...”
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
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santos Luis y Zelia y rezamos la oración final.
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DÍA QUINTO: La educación de los hijos.
“Nuestra madre -dice Celina- se preocupaba activamente de nuestra educación. Yo recuerdo que nos ayudaba a hacer las oraciones de la mañana y de la noche. Vigilaba constantemente sobre nosotras, alejando la sombra del mal. Nos enseñaba a obedecer por amor, para dar gusto a Jesús, haciendo pequeños sacrificios. Cuidaba nuestra imagen, quería que fuéramos decentes, usando los vestidos por debajo de las rodillas. Reprimía en nosotras la menor tendencia defectuosa. Y le gustaba vernos alegres y animosas, e incluso se divertía gustosa con nosotras, con el riesgo de tener que prolongar su jornada de trabajo hasta pasada la medianoche”.
Cuando María salió del internado, no quiso buscarle amistades mundanas y se negó a dejarla participar en pequeñas estas bailables. Y no dejaba de enseñar a las hijas a practicar la caridad con los desdichados y a respetarlos.
Se veían frecuentemente pobres en su casa, a los cuales ella daba alimentos y vestidos. El día de la Primera Comunión de Leonia, quiso vestir de blanco a una niña pobre y hacerle participar de la comida familiar en un lugar de honor.
“Papá no permitía una palabra grosera -nos cuenta Celina-. Era implacablemente prohibida. En la mesa exigía una postura correcta, y no le gustaban las muecas o tonterías semejantes. En la comida, no nos dejaba ser regodeonas, y nos decía: “Cuando no se come la sopa, no hay segundo”. Nos enseñaba a no postergar para mañana lo que se debía hacer hoy y a ser puntuales. No soportaba que nos endeudáramos. Deseaba vernos siempre ocupadas, buscando desarrollar nuestros talentos. Si no teníamos buenas notas mostraba su descontento y teníamos pena de causarle tristeza”.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
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DÍA SEXTO: Amor conyugal.
“La unión de mis padres -dirá una de sus hijas- era perfecta, incluso si ocurría que sobre un punto sus opiniones eran diferentes. Nuestra madre tenía para con mi padre tanta admiración como cariño, y lo dejaba ejercer plenamente una autoridad verdaderamente patriarcal. Mis hermanas afirmaron varias veces que su unión era sin falla, y los escritos de mi madre dan testimonio de esto”. Las cartas que Zelia escribe a su marido están llenas de afecto amoroso; dice que no puede vivir lejos de él, y las terminaba a menudo con frases como ésta, el eco de sus sentimientos: “Tu esposa que te ama más que a su vida”. Y le escribirá a una de sus hijas, Paulina, lo siguiente: “Tu padre me comprende siempre y me consuela de la mejor manera, pues tiene los mismos gustos míos. Nuestro cariño recíproco aumenta día a día, nuestros sentimientos están siempre al unísono, y es para mí el consuelo y el apoyo”.
La enfermedad y muerte de Zelia los unió, si cabe, aún más, y Luis fue el soporte firme y seguro para la esposa, pese a tener destrozado el corazón por el dolor. Zelia no quería contar su gravedad para no preocuparlo a él, y él no quería mostrar su dolor para no preocuparla a ella. Pero las hijas lo veían y lo percibían, y se amaban tanto que hizo exclamar a su hija Teresita: “Dios nos regaló unos padres más dignos del Cielo que de la tierra”. Tras la muerte de Zelia, Luis siempre la nombraba ante las hijas como “su santa madre”. En ellos dos se hicieron realidad las palabras del consentimiento matrimonial: fueron fieles en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y la pobreza, en lo favorable y lo adverso, hasta que la muerte... los unió más.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
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santos Luis y Zelia y rezamos la oración final.
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DÍA SÉPTIMO: Vida de fe y piedad.
“Mis padres tenían una vida de profunda piedad -comenta una de las hijas-. Cada mañana se les veía a los dos en la Misa de las 5h30 de la mañana donde juntos recibían la Santa Comunión; lo mismo el Domingo, donde nos reuníamos para ir a Misa y rezar Vísperas, y no les preocupaba tener que interrumpir visitas u otras ocupaciones con tal de no faltar y llegar puntuales. Mamá fue a Misa durante toda su enfermedad, a veces prácticamente arrastrándose, y sólo dejó de ir cuando ya no podía más”. Seguían al pie de la letra los mandamientos de la Iglesia, y hasta evitaban comprar en Domingo y hacer viajes. Se preocupaban de aliviar las penas de las almas del Purgatorio haciendo celebrar Misas para los difuntos. El amor a la Iglesia los llevaba a cooperar con la obra de la propagación de la fe, por la cual hacían generosas ofrendas. Igualmente se preocupaban de la caridad con los pobres y ayudaban diariamente a los necesitados, tanto en forma económica como espiritual, orientándolos hacia Dios. Para atraer las almas a Dios,
Zelia contaba primero con la eficacia de la gracia que pedía en la oración. Su arma personal era la irradiación de su bondad y alegría, que desarmaba a la gente. Asistían a todas las manifestaciones públicas de la fe católica, y se indignaban cuando veían los esfuerzos de la masonería para desacreditar con falsedades la fe y la actividad de la Iglesia. Su gran deseo era dar un hijo sacerdote al Señor y que fuera misionero. Dios les cumplió su deseo de una forma singular: haciendo que su última hija, Teresita, fuese proclamada Patrona de las Misiones. Vivían en el mundo, pero no eran del mundo: nos cuenta su hija María que la mamá siempre decía: “La verdadera felicidad no es de este mundo: uno pierde su vida buscándola aquí. Jamás el corazón que busca algo fuera de Dios queda satisfecho”. Decepcionada de los bienes de la tierra, se compadecía de los que se aferran a las cosas del mundo. Ella contaba que una señora a la cual quería mucho, después de haberse casado con hombre de buena posición, ya no la miró más; y decía: “Esto me desprende cada vez más del mundo, tan falso, y no quiero apegarme a nadie más que a Dios y a mi familia” . El alma ardiente de Zelia exclamaba con frecuencia: “¡Dios mío, qué triste una casa sin religión!”.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
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DÍA OCTAVO: El trabajo.
Los dos trabajaban duro tanto en el taller de relojería como en el de los encajes. Los clientes amaban a los dos cónyuges ya que siempre eran atendidos con amabilidad y honestidad y eran cumplidores estrictos de la Ley. Pese a que el día domingo era el mejor para los negocios, no abrían al público para dar ese día a Dios y a la familia. Ambos se ayudaban en la contabilidad, en las compras de material, en las entregas a los clientes... Todo se hacía en total colaboración, con orden, honradez y conciencia profesional. Además, la asistencia a Misa cada mañana les enseñaba a centrar en Dios todo su deber de estado y a transformarlo en auténtica oración. Esta honradez, esta conciencia profesional dio sus frutos de prosperidad y aportó lo necesario para el hogar. La felicidad de esta familia no dependía de los bienes materiales; estos eran un medio para asegurar a sus hijos una buena educación. Pero sabían que la mejor educación es la que se da en la casa, y eso no se consigue con dinero, sino con fe y amor. Y eso les sobraba. Además, en el presupuesto estaba contemplada la parte de los pobres y también otras obras de misericordia. Por otro lado, si bien el derroche le repugnaba, no restringía gastos cuando estaba por medio el bien espiritual de las hijas. Decía: “El dinero no es nada cuando se trata de la santificación y la perfección de un alma”. Y no dudaba en mandar a sus hijas a retiros o charlas espirituales que tanto bien les hacían. Zelia era muy activa, y podía llevar a la vez su negocio, los trabajos hogareños, la atención al marido, el cuidado de las hijas, la contabilidad, etc. Ponía su confianza en Dios, y así podía con todo.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
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DÍA NOVENO: La Virgen María.
La familia Martín tenía una gran devoción a la Santísima Virgen, en especial a una imagen que Luis había recibido como regalo cuando aún estaba soltero. Zelia le contaba a su hermano que “tengo motivos para tener confianza en la Santísima Virgen, pues he recibido de Ella favores que solamente yo conozco”. Por eso, la estatua de la Inmaculada -aquella que iba a sonreír a Teresita y lograr el milagro de su curación-, estaba rodeada de honor. A los pies de esta Virgen la Sra. Martín hacía rezar a sus hijas. Toda la familia asistía al mes de María en la Iglesia, y Zelia lo hacía igualmente en la casa. El día 8 de Diciembre era la primera en levantarse y acudir a la Iglesia, prendía una vela a los pies de la Virgen y le contaba todos sus deseos.
La hija Celina nos cuenta una situación especial: “Después de la muerte de nuestra hermanita Elena, de cinco años, mi madre se reprochaba amargamente no haberla llevado a confesar una falta leve que había cometido, temiendo que la expíe en el Purgatorio. Sucedió que, cuando estaba en oración delante de la Virgen confiándole esta angustia, una voz celestial le susurró con dulzura infinita: 'Está aquí, cerca de mí'. Con esta respuesta de la divina Madre, una alegría inexpresable eliminó su angustia”.
Era devotísima del rezo diario del Santo Rosario -todavía se conserva el rosario con el que ella rezaba-, y supo inculcar en sus hijas este amor tierno a la Madre del Cielo. Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Pidamos la gracia que deseamos obtener por la intercesión de los
santos Luis y Zelia y rezamos la oración final.
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