Hoy es el cuarto domingo de Cuaresma
Redacción ACI Prensa
Este 22 de marzo la Iglesia celebra el cuarto domingo de Cuaresma. El Evangelio del día corresponde a la lectura de Juan 9:1-41.
A continuación puede leer el Evangelio y la homilía del Obispo de Santa María de los Ángeles (Chile), Mons. Felipe Bacarreza Rodríguez:
Evangelio del día Juan 9:1-41
1 Vio, al pasar, a un hombre ciego de nacimiento.
2 Y le preguntaron sus discípulos: «Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?»
3 Respondió Jesús: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios.
4 Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar.
5 Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo.»
6 Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego
7 y le dijo: «Vete, lávate en la piscina de Siloé» (que quiere decir Enviado). El fue, se lavó y volvió ya viendo.
8 Los vecinos y los que solían verle antes, pues era mendigo, decían: «¿No es éste el que se sentaba para mendigar?»
9 Unos decían: «Es él». «No, decían otros, sino que es uno que se le parece.» Pero él decía: «Soy yo.»
10 Le dijeron entonces: «¿Cómo, pues, se te han abierto los ojos?»
11 El respondió: «Ese hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo: "Vete a Siloé y lávate." Yo fui, me lavé y vi.»
12 Ellos le dijeron: «¿Dónde está ése?» El respondió: «No lo sé.»
13 Lo llevan donde los fariseos al que antes era ciego.
14 Pero era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos.
15 Los fariseos a su vez le preguntaron cómo había recobrado la vista. El les dijo: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo.»
16 Algunos fariseos decían: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.» Otros decían: «Pero, ¿cómo puede un pecador realizar semejantes señales?» Y había disensión entre ellos.
17 Entonces le dicen otra vez al ciego: «¿Y tú qué dices de él, ya que te ha abierto los ojos?» El respondió: «Que es un profeta.»
18 No creyeron los judíos que aquel hombre hubiera sido ciego, hasta que llamaron a los padres del que había recobrado la vista
19 y les preguntaron: «¿Es éste vuestro hijo, el que decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?»
20 Sus padres respondieron: «Nosotros sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego.
21 Pero, cómo ve ahora, no lo sabemos; ni quién le ha abierto los ojos, eso nosotros no lo sabemos. Preguntadle; edad tiene; puede hablar de sí mismo.»
22 Sus padres decían esto por miedo por los judíos, pues los judíos se habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno le reconocía como Cristo, quedara excluido de la sinagoga.
23 Por eso dijeron sus padres: «Edad tiene; preguntádselo a él.»
24 Le llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: «Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.»
25 Les respondió: «Si es un pecador, no lo sé. Sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo.»
26 Le dijeron entonces: «¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos?»
27 El replicó: «Os lo he dicho ya, y no me habéis escuchado. ¿Por qué queréis oírlo otra vez? ¿Es qué queréis también vosotros haceros discípulos suyos?»
28 Ellos le llenaron de injurias y le dijeron: «Tú eres discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés.
29 Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ése no sabemos de dónde es.»
30 El hombre les respondió: «Eso es lo extraño: que vosotros no sepáis de dónde es y que me haya abierto a mí los ojos.
31 Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; mas, si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése le escucha.
32 Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento.
33 Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada.»
34 Ellos le respondieron: «Has nacido todo entero en pecado ¿y nos da lecciones a nosotros?» Y le echaron fuera.
35 Jesús se enteró de que le habían echado fuera y, encontrándose con él, le dijo: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?»
36 El respondió: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
37 Jesús le dijo: «Le has visto; el que está hablando contigo, ése es.»
38 El entonces dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante él.
39 Y dijo Jesús: «Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos.»
40 Algunos fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: «Es que también nosotros somos ciegos?»
41 Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: "Vemos" vuestro pecado permanece.»
Homilía de Mons. Bacarreza:
Dos domingos atrás la liturgia nos proponía el episodio de la Transfiguración de Jesús. En esa ocasión los apóstoles Pedro, Santiago y Juan fueron favorecidos con la visión de Jesús revestido de gloria: "Su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz" (Mt 17,2). Más tarde el apóstol San Pedro afirmaba: "Nosotros hemos visto con nuestros propios ojos su majestad" (2Ped 1,16). Pero cuando la visión cesó, "alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo" (Mt 17,8); se entiende, en su forma humana, despojada de su gloria.
"Creo, Señor". Y se postró ante él
Semana IV del Tiempo de Cuaresma - 22 de marzo de 2020
Dos domingos atrás la liturgia nos proponía el episodio de la Transfiguración de Jesús. En esa ocasión los apóstoles Pedro, Santiago y Juan fueron favorecidos con la visión de Jesús revestido de gloria: "Su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz" (Mt 17,2). Más tarde el apóstol San Pedro afirmaba: "Nosotros hemos visto con nuestros propios ojos su majestad" (2Ped 1,16). Pero cuando la visión cesó, "alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo" (Mt 17,8); se entiende, en su forma humana, despojada de su gloria.
La liturgia de este IV Domingo de Cuaresma nos presenta a un ciego de nacimiento, que después de recobrar la vista vio a Jesús solo y lo adoró como a su Señor. Podemos decir que cuando se trata de Jesús hay tres grados de visión: no ver nada, verlo como un mero hombre, verlo como nuestro Dios y Señor. El punto culminante lo formuló Jesús cuando afirmó: "El que me ve a mí ve al Padre" (Jn 14,9). Es obvio que no todos llegan a este último grado de visión. En el tiempo de Jesús muchos lo vieron y lo rechazaron: lo vio Pilato y lo entregó a la muerte, lo vio Herodes y se burló de él, lo vieron los Sumos Sacerdotes y pidieron que fuera crucificado. Pero lo vio el que había sido ciego y lo reconoce como su Señor postrándose ante él.
El ciego tiene un progreso en su visión de Jesús. Primero lo describe como un simple hombre al cual ha visto con la vista recobrada: "Ese hombre que se llama Jesús"; en un segundo momento, cuando le piden definirlo, dice: "Es un profeta". Israel había conocido muchos profetas, pero nadie se había postrado ante ellos. En el momento culminante Jesús se le presenta y le pregunta: "¿Tú crees en el Hijo del hombre?". Cuando el hombre indaga: "¿Quién es el Hijo del hombre?", Jesús le responde: "Lo estás viendo; el que está hablando contigo, ése es". Estaba viendo al mismo Jesús que ya había visto, pero ahora reacciona diciendo: "Creo, Señor". Y para expresar qué es lo que cree, "se postró ante él", es decir, hace un gesto de adoración que se reserva sólo a Dios. Ve a Jesús y confiesa a Dios. Este es el acto de fe supremo. Esta es la fe que salva: "Todo el que ve al Hijo y cree en él, tiene vida eterna" (Jn 6,40). Se trata de creer que él es el Hijo de Dios, Dios verdadero, hecho hombre.
Entre dos personas que tienen el sentido de la vista, ¿qué es lo que discrimina entre ver y no ver? La luz. Usando esta metáfora Jesús se define como luz: "Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas" (Jn 12,46; cf. 8,12). El que no cree en Jesús, aunque tenga la vista de este mundo y toda la ciencia de este mundo, está en las tinieblas respecto de las verdades que salvan al hombre: está ciego. En cambio, el que cree en Jesús "no camina en tinieblas, sino que tiene la luz de la vida" (Jn 8,12), de la vida eterna, que es la que da sentido al hombre. A esto se refiere la sentencia final de Jesús: "Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos".
Felipe Bacarreza Rodriguez
Obispo de Santa María de los Ángeles (Chile)