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jueves, 5 de diciembre de 2013

JESÚS , YO EN LA CAMA Y TÚ EN LA CRUZ


JESÚS , YO EN LA CAMA Y TÚ EN LA CRUZ

¡Jesús, Jesús!
Yo en la cama y Tu en la cruz.

Yo en la cama, acostado;
Tu en la cruz, clavado.

Yo, la cabeza en blanda almohada;
Tu, la tuya, de espinas coronada.

Yo, quejándome;
Tu, animándome.

Yo, sin pensar que mis dolores unidos a los Tuyos,
tienen un valor infinito.

Tu, anhelando sufrir más
para pagar nuestros pecados.

Jesús, Jesús,
yo en la cama y Tu en la cruz.

Jesús, creo en ti.
Jesús, espero en ti.
Jesús, voy a ti.

viernes, 20 de septiembre de 2013

¿QUIERES ACABAR PARA SIEMPRE CON TU FE?

Autor: . | Fuente: Religión en Libertad
¿Quieres acabar para siempre con tu fe?
Un converso te ofrece diez formas infalibles de lograrlo
 
¿Quieres acabar para siempre con tu fe?
¿Quieres acabar para siempre con tu fe?
No se pasa de golpe del fervor a la tibieza, de la práctica habitual al ateísmo práctico. Es un proceso debido a errores que se pueden evitar.

El autor de estas recomendaciones es un bloguero. No hay mucho más que decir, la red tiene estas cosas. Se llama o hace llamar Jason L., alias El Haragán, tiene 28 años, estudia Teología, ama la cerveza Guinness (el esbozo de imagen le muestra con una buena pinta en las manos) y es periodista free-lance. Y, lo más importante: está "orgulloso" de haberse convertido a la fe católica.

En una reciente entrada de su blog Subida al Monte Carmelo, ha hecho un interesante elenco de Las diez mejores formas de matar tu fe, con reflexiones de índole espiritual que sirvan de guía al lector. Son, dice, a su juicio, "las diez formas más efectivas de arruinar por completo tu vida espiritual hasta una sequedad absoluta, o al menos hacerle un roto considerable". Así que, concluye, evítalas si quieres que tu vida espiritual crezca.

Veámoslas pues, siguiendo el consejo de Tomás de Kempis en la Imitación de Cristo (I, 5, 1): "No mires quién lo dice, sino atiende a lo que dice".

1. Admite que la Iglesia está acabada: escucha a quienes atacan a la fe sin estar seguro de que tu fe es lo bastante sólida para sostenerla. Así podrás empezar a sentirte aislado, a enfadarte y sentirte lejos de una fe que un día te pareció hermosa, y a asumir que la mayoría de los católicos de hoy están completamente fuera de juego.

2. Sé lo más escrupuloso posible: ante la imponente realidad de la Presencia Real y de la Santa Comunión, en vez de hacer un buen examen de conciencia y confesarte, si quieres llegar a un estado de locura como el de Nietzsche mira con lupa cada una de tus acciones y considera que todos los pecados son mortales. Vive atemorizado. Te garantizo que tu fe arderá en esas llamas.

3. Olvídate de la Misericordia, céntrate en la Justicia: tienes que llegar a la conclusión de que Dios no es misericordioso, de que se le hace la boca agua ante la idea de verte gritar en el infierno. Con ello, no solamente matarás tu fe y tu amor a Dios, sino que llegarás fácilmente al mundo opuesto de los anticristianos.

4. Céntrate en la vida espiritual de todo el mundo, salvo en la tuya: disecciona la de los demás, pero tú no trabajes en tu propia salvación con temor y temblor.

5. No mantengas conversaciones inteligentes sobre religión: sobre todo, discute mucho. Cada vez que alguien desafíe tu fe de alguna manera, comienza a echar humo por las orejas, ignora lo que está diciendo tu adversario y frústrate todo lo posible.

6. Haz el mínimo de los mínimos que se te exija, conviértete en un católico vago. Empieza por ir a misa sólo los domingos, luego procurar saltarte alguna, y antes de que te des cuenta estarás yendo solamente en Navidad y Pascua.

7. Ignora tu fe: lo mejor para abandonarla es no haberla conocido nunca. No leas las Escrituras, ni a los Santos Padres, no leas libros de teología ni estudies historia. Así, cuando alguien te plantee dudas o ataque la fe, cederás inmediatamente.

8. Procura no comulgar con frecuencia, porque eso sería lo que más podría ayudar a tu vida cristiana. Si realmente quieres crecer débil, procura no comulgar, porque si no, cada vez que lo hagas te sentirás limpio y rejuvenecido.

9. Asústate cada vez que veas un desafío contra la fe: miente, escóndete, huye. Esto es fundamental: cada vez que alguien objete tu fe, da media vuelta y corre. O aún mejor, discúlpate y avergüénzate. Esto te hará sentirte falso en tu fe, desleal, indigno de comulgar, cobarde. Si realmente quieres perder la fe, te aconsejo vivamente que te acobardes ante ella.

10. Por encima de todo: ¡no reces nunca! No rezar te aleja de la conversación con Dios. Si en verdad deseas matar tu fe, ésta es la vía. La oración es el agua que mantiene vivo el árbol: rechaza el agua, y verás cómo se seca.

jueves, 5 de septiembre de 2013

TERESA DE CALCUTA, UNA MUJER, UNA VERDADERA HEROÍNA

Autor: Marcelino de Andrés y Juan Pablo Ledesma
Una mujer, una verdadera heroína
Historia de amor.. Madre Teresa de Calcuta.
 
Una mujer, una verdadera heroína
Una mujer, una verdadera heroína
Bengala no tiene mar. Es un océano de miseria y pobreza humana. Teresa Bojaxhiu, más conocida comoMadre Teresa, describe con su puño y letra...

“Muchos vienen de lejos, a veces caminando durante horas. Rostros macilentos, cuerpos cansinos, condecorados de llagas en las orejas y en los pies. Por sus espaldas corren surcos de sangre y de pústula. No basta acoger y compadecerse.

Es necesario explicarles al menos tres veces cómo se toma una medicina, y contestar al menos tres veces a las mismas preguntas. La mesa de operaciones es muy sencilla: un cajón viejo. Han llegado algunas mujeres con sus hijos. Hay que cortar, apretar y vendar sus heridas. De una joven mujer cuelga un brazo fracturado. Entre el grupo del fondo se adelanta un joven que durante una lucha con un delincuente -asegura él- ha recibido una cuchillada en la espalda.

También se acerca un hombre con un paquete del cual penden, como dos ramas secas, las piernecitas de un niño. Admiración ante el bulto que ahora desenvuelve. ¡Sorpresa! Es un chiquillo. Parece muy débil.

-Pronto entrará en la eternidad-, susurra una voz lastimera.

-Quizás ya sea demasiado tarde-, cuchichean alrededor. Ni corta ni perezosa, una hermana corre a acercar unas gotas de agua bendita entre sus manos... El hombre parece ni entender la trascendencia de estos instantes y, recogiendo su envoltorio, unas simples páginas de periódico arrugado, teme que no se quiera al niño y dice a voz en grito:

-Si no lo quieren, lo echaré en cualquier parte, en cualquier basurero.¡Seguro que las ratas o los perros no lo despreciarán!

A todos se les hiela el corazón.¡No! ¡Pobre criatura! Débil y ciego, manojo de carne que apenas resiste la vida. Ciego, completamente ciego.

Con mucha piedad y cariño la hermana toma al niño entre sus tiernos brazos. Lo tiene en el regazo. El pequeño ha encontrado una segunda madre. Otra hermana, emocionada, susurra unas palabras del Evangelio: "Quien acoge a un niño como éste, me acoge a mí".

Esta es una historia de amor. No me la he inventado. Sucedió Una historia real que se repite cada día, en cada corazón generoso y abierto. Esta historia no tiene tiempo, porque puede ser la tuya, la de tu amigo, la de... Tampoco tiene un espacio o un lugar concreto, porque se puede representar en cualquier escenario de la vida. Basta tener corazón, aprenderse el papel de bueno y salir al encuentro.

De la historia que acabas de leer, ¿quién te gustaría ser? ¿Ese corazón inundado de amor por los sufrimientos humanos? ¿Esa mano que abraza y sobrelleva la enfermedad de otros? ¿O el egoísmo vil y asesino, encarnado en indiferencia y desinterés que desenvuelve el paquete de la vida?

En el fondo, todos representamos y somos ese niño, pobre, indefenso, que lucha por vivir, por ser aceptado y amado. Y los demás, el prójimo, son uno u otro: o la mano amorosa o la garra asesina. No hay vuelta de hoja. Y es que hay enfermedades más terribles y espantosas que el cáncer, la lepra o el sida.

Casa en Santa Fe, Ciudad de México. Cerca de 200 niños enfermos. Para muchos una antesala de muerte, un horno de dolor humano. Se requiere de mucho temple y de gran coraje para entrar y mirar a estos... ¿niños? ¿desperdicios de persona? ¿monstruos de la naturaleza? Es preciso armarse de valor para visitarlos y no hundirse en el pozo del desaliento.

Es allí donde se encuentran y, al mismo tiempo, se enfrentan dos mundos muy reales y muy distintos. Los dos mundos que somos cada uno de nosotros: el mundo del egoísmo y el del amor.

No son enfermeras, profesoras, ni asistentes sociales. Son "ángeles en la tierra". Toda su vida es un "desafío valeroso del amor". Los enfermos y los pobres son su constante y cotidiana pasión. Los niños abandonados, los huérfanos y moribundos de los basureros de la Ciudad.

¿Cómo puede haber en la tierra personas tan buenas, tan generosas y desprendidas de sí? ¿Cómo se llega a ese grado de bondad? ¿Cómo se aprende a amar?

Amar es un arte y sólo se aprende a amar, amando. Este ejercicio requiere olvidarse de uno mismo; soltar amarras y mirar al mundo y ver a los hombres y mujeres de nuestro mundo: mapas del dolor.

Y ante esta realidad, poder decir con Madre Teresa: "Somos una gota en el océano de la miseria y del sufrimiento humano. Pero si no fuese por esa gota, la miseria y el sufrimiento serían todavía más grandes..."
 

miércoles, 4 de septiembre de 2013

LOS PADRES DE LOS SANTOS


LOS PADRES DE LOS SANTOS

A lo largo de la historia de la Iglesia se han sucedido ejemplos numerosos de padres cristianos que han ayudado a recorrer con su abnegación personal, los primeros pasos de la entrega de sus hijos.

 Son hombres y mujeres que han entendido con profundidad la grandeza de su misión: tener hijos para el cielo. Su paternidad se ha abierto hacia horizontes insospechados y han buscado "lo mejor para Dios", lo mejor para sus hijos, aunque fuese lo más duro para ellos, aunque tuviera que estar amasado con su sacrificio personal.

La  actitud de la madre de los apóstoles Santiago y Juan constituye su mejor ejemplo: "dispón –pide al Señor– que estos dos hijos míos tengan asiento en tu Reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda" (Mt, XX, 20–21). Jesucristo no rechaza esa audacia de madre, nacida del amor: sólo le aclara que eso lo concede su Padre celestial. 

No hay que remontarse a los primeros siglos del cristianismo, cuando la entereza con que los padres cristianos afrontaban el martirio era el mayor acicate para sus hijos: los testimonios de padres que han preparado con generosidad la entrega de sus hijos recorren 
todo el arco de la historia, en la que se suceden testimonios emocionantes de desprendimiento y generosidad. Te aseguro –escribía Santo Tomás Moro a su hija Margarita– que antes que por descuido mío se echen a perder mis hijos, capaz soy de gastar toda mi fortuna y despedirme de negocios y ocupaciones para dedicarme por entero a vosotros..." 

Esta realidad se observa de modo especialmente patente en la vida de los santos. La historia presenta una galería magnífica –y desconocida– de padres de santos, que con su ejemplo y su entrega silenciosa en favor de sus hijos hicieron, sin saberlo, un servicio 
inconmensurable a la Iglesia universal. 

Sus figuras permanecen humildemente y eficazmente detrás en las biografías de sus hijos. Pero ninguno protestaría por esto: su vida fue, en gran medida, la de sus hijos; su vivir fue des–vivirse por ellos: la gloria de su hijos es su mejor gloria. Ahora, la luminaria de 
santidad de la vida de los santos nos deslumbra y casi nos impide ver a sus padres: pero fueron ellos en multitud de ocasiones los que cuidaron que esa luz, encendida en el alma de sus hijos por el Espíritu Santo, no se apagara. 

Resulta difícil elegir un ejemplo sobresaliente entre todos ellos. Hay emperatrices, reinas y madres de reyes, como Blanca de Castilla, madre de San Luis, Rey de Francia, o su hermana Berenguela, madre de Fernando III el Santo. Y también humildes padres de familia que no llegaron a conocer en la tierra la gloria de sus hijos. 


Un pobre alguacil de Riese 

Esto fue lo que le sucedió a un pobre alguacil de Riese, un pueblecito del Norte de Italia. Se llamaba Juan Bautista Sarto y vivía de lo que podía: de su trabajo en el Ayuntamiento –75 céntimos al día–, de los frutos de un pequeño huerto, y de lo que le proporcionaba el  cuidado de una vaca. Era un hombre humilde y su casa se le iba llenando de hijos: Giuseppe, Angelo, Rosa, Teresa, María, Antonia, Lucía, Ana, Pedro Cayetano... Su mujer, Margarita Sanson, trabajaba día y noche de costurera. El mayor, Beppino, parecía un chico despierto. 

Era una pena que esa inteligencia se perdiera, pero él no tenía dinero para darle estudios. Hasta que un día vino el coadjutor a verle: había que enviar a aquel chico, que prometía tanto, a estudiar a Castelfranco, a siete kilómetros de Riese. Beppi quería ser sacerdote. 

Juan Baustista Sarto se angustió: ¿qué podía hacer él, un pobre alguacil de pueblo, sin más recursos que su huerto y su vaca, con siete hijos a la mesa? El esperaba, además, que Beppi empezara a ayudarle pronto a sostener a la familia y...; pero estaba dispuesto a hacer 
cualquier sacrificio para que su hijo pudiera ser sacerdote, y, aunque fuera muy doloroso para él y para su hijo, no se le ocurrió otra solución que ésta: él tendría que redoblar su trabajo; y Beppino iría y volvería todos los días de Riese a Castelfranco... andando. 

Beppi salía de madrugada y volvía de noche. Castelfranco estaba a siete kilómetros. Venía con los pies ensangrentados: se quitaba las sandalias para no gastarlas. A su madre se le partía el corazón al verle así. Pero no había más remedio. Pasó el tiempo; Beppi terminó  sus estudios en Castelfranco, y tenía que seguir estudiando. Acudió al párroco: él quería sacar adelante la vocación de su hijo, pero ¿qué podía hacer? Don Fito tuvo una idea: escribirían al Patriarca de Venecia, que era de Riese y procedía también de una familia  pobre, como él. ¡Mamma mia! ¡El Patriarca de Venecia! Aquellas palabras sonaban imponentes y casi inaccesibles en los oídos del pobre alguacil. ¡El Patriarca de Venecia! Pero la escribió: ¿qué cosa hay que un padre no haga por un hijo que quiere ser sacerdote? 

Pasaron las semanas. Cuando llegó la carta no se atrevió a abrirla. Le temblaba el pulso; fue corriendo a buscar al cura. D. Fito leyó: ¡el Cardenal de Venecia concedía una beca para que su hijo estudiara en Padua! Aquello era un portillo de luz en medio de su pobreza, que seguía siendo agobiante: para hacerle la sotana, Margarita tuvo que llevar un viejo colchón al monte de Piedad de Castelfranco. 

Juan Bautista murió poco tiempo después. El joven Beppi vio, con el corazón destrozado, cómo su madre tuvo que trabajar aún más, de día y noche, para sacar adelante a la numerosa familia sin contar con su ayuda. Pero ella lo hizo gustosa por sacar adelante la vocación  de su hijo. Un hijo que un día llegaría a ser cardenal de Venecia; Papa, con el nombre de Pío X; y santo. 

La historia de los padres de San Pío X no es un caso aislado. Como ésta, podrían relatarse miles de historias en la que los padres cristianos han escrito, con sencillez, páginas admirables de callado heroísmo y de abnegación. Una abnegación que ha dado frutos de 
santidad en toda la Iglesia: en el amplio cuadro de renovación y de impulso espiritual que supuso el Pontificado de Pío X se recorta en la lejanía, con toda la grandeza de su humildad, la sencilla figura del pobre alguacil de Riese.

lunes, 5 de agosto de 2013

LA SONRISA DE MADRE TERESA, DIEZ AÑOS DESPUÉS

Autor: Monseñor José Ignacio Munilla Aguirre | Fuente: www.enticonfio.org
La sonrisa de Madre Teresa, diez años después
Diez años después, descubrimos que la sonrisa de la Madre Teresa no sólo es signo de amabilidad y ternura, sino que encierra una lección magistral sobre cómo conducirnos en tiempos de oscuridad interior.
 
La sonrisa de Madre Teresa, diez años después
La sonrisa de Madre Teresa, diez años después

El 5 de septiembre se han cumplido diez años de la muerte de la Madre Teresa, proclamada beata por Juan Pablo II en 2003. Su figura era tan popular y su obra al servicio de los más pobres, tan difundida, que muchos hubiesen podido pensar que poco más cabría añadir a lo ya conocido. Sin embargo, su proceso de beatificación permitió que saliese a la luz un mundo interior de Madre Teresa, que había permanecido desconocido incluso para sus más allegados, y que ella únicamente había manifestado a sus directores espirituales y al Arzobispo de Calcuta. Conservamos una carta de Madre Teresa, dirigida el 30 de marzo de 1957 a su Arzobispo, en la que le solicitaba permiso para destruir los documentos en los que ella había abierto anteriormente su corazón ante su pastor: “Deseo que el trabajo sea sólo suyo (de Jesús). Cuando se conozcan estos detalles, la gente pensará más en mí y menos en Jesús”.

Afortunadamente, el Arzobispo no hizo caso de este ruego, y gracias a ello ahora podemos conocer “por dentro” a esta mujer de Dios. Por lo demás, los temores de la Madre Teresa eran infundados: conocer su historia no nos distrae de Jesucristo. Muy al contrario, nos lo hace más cercano, y al mismo tiempo nos permite entender esa expresión que a ella tanto le gustaba repetir: “soy un pequeño lápiz en sus manos”.

+ Tiempo de consolación: Antes de abandonar la congregación de las religiosas de Loreto para comenzar su trabajo con los más pobres, ese mundo interior de Madre Teresa consistió en una maravillosa intimidad con Jesucristo. Fue un periodo de su vida espiritual lleno de consuelos espirituales, sintiéndose amada por el Señor con una ternura infinita. No faltaron las locuciones y visiones interiores, a través de las que Dios le fue manifestando sus planes para ella. Fruto de esta experiencia mística, fue el voto privado que realizó en 1942, a los 36 años de edad: se obligaba a sí misma a “no negarle nada a Dios” y a darle cualquier cosa que pudiese pedirle.

Está claro que el Señor le tomó la palabra, y cuatro años más tarde le pidió que pusiese en marcha la obra de las Misioneras de la Caridad. La Madre Teresa narraba con estas sencillas y profundas palabras la locución interior en la que se le manifestaba la voluntad divina: «Mi pequeñita, ven, llévame a los agujeros donde viven los pobres. Ven, sé mi luz. No puedo ir solo. Llévame contigo en medio de ellos…»

+ Tiempo de desolación: Después de la fundación de la nueva orden religiosa, sin embargo, el panorama de la vida interior de Madre Teresa cambió por completo. Se terminaron las consolaciones, y comenzó lo que los místicos describen como la “noche oscura del espíritu”. Dejó de sentir aquella intensa unión con Jesucristo que hasta entonces había experimentado, y comenzó una durísima prueba interior en la que padecía un gran sufrimiento ante la sensación de ausencia de Dios y de separación de Él. Su deseo de Dios seguía intacto, pero chocaba con un “silencio”, que ella, en ocasiones, experimentaba incluso como un rechazo. Por su fe, conocía que la presencia de Dios en su vida era indudable, pero su sensibilidad percibía lo contrario.

A veces su sufrimiento era tan grande, que ella lo comparaba con el de los condenados al infierno: “En mi alma siento ese terrible dolor de la pérdida, que Dios no me quiere, que Dios no es Dios, que Dios no existe realmente”. Sin embargo, más allá de estas sensaciones, ella siguió caminando a la luz de la fe. En su entorno, nadie percibió ni llegó a suponer su calvario interior, siendo así que esta prueba duró hasta la misma hora de su muerte. Permaneció fiel en todo momento a su vida de oración y a todas las exigencias de la vida religiosa. Y, sobre todo, no dejó de esperar en el Señor.

Desde el atrevimiento tan grande que suele acompañar a la ignorancia religiosa, ha habido algunos escritores que se han hecho eco de esas pruebas interiores, interpretando que Madre Teresa tenía dudas de fe, o que Madre Teresa es una mujer de nuestro tiempo porque participó del agnosticismo de nuestra generación. Sin embargo, el fenómeno no es nada nuevo. La llamada “noche oscura del espíritu” la han vivido, aunque con diversos matices y con circunstancias distintas, la práctica totalidad de los santos.

Los sucesivos directores espirituales de Madre Teresa la acompañaron en todo momento, y le ayudaron a descubrir el sentido de la prueba interior que estaba afrontando. En una primera época –durante la década los 50- ella interpretaba su oscuridad interior como un camino de purificación de sus miserias y de transformación interior. Más tarde, Madre Teresa la entiende como una oportunidad de compartir los sufrimientos de Cristo. ¿Cómo no acordarnos del grito de Cristo en la Cruz? “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27, 26). En su experiencia de sentirse rechazada por Dios, se identifica plenamente con Jesucristo, en el momento de su supremo sacrificio en la Cruz.

Finalmente, llegó a entender que este sufrimiento era también “la parte espiritual de su apostolado”, ya que le ayudaba a identificarse con el sufrimiento de los pobres a los que atendía. ¡Cuántas veces se le oyó decir a Madre Teresa, en referencia al sufrimiento humano, que la mayor pobreza consiste en no ser amado por nadie! Su extraordinaria sensibilidad hacia el dolor del prójimo, estaba enraizada en su propia experiencia interior.

+ El legado espiritual de la noche oscura de la Madre Teresa: Lo más impresionante es que la beata Teresa de Calcuta vivió esta “noche oscura” sin perder en ningún momento la sonrisa. Leemos en las cartas escritas por Madre Teresa a sus directores espirituales en plena tempestad interior: “rece para que siga sonriendo”… Como podemos comprender, el hecho de que pudiese sobreponerse durante tantos años a unas pruebas interiores tan fuertes, sólo puede ser explicado por la fidelidad con la que vivió la virtud de la esperanza.

He aquí uno de los mayores legados que la espiritualidad de la Madre Teresa puede ofrecer al hombre de nuestro tiempo. Nosotros, ciertamente, no estamos en la “noche oscura del espíritu”, de la que habló San Juan de la Cruz. El origen de nuestras oscuridades es mucho más pedestre. No obstante, el ejemplo que Madre Teresa nos muestra al asomarnos ahora a su mundo interior, es todo un referente para que aprendamos a afrontar nuestras oscuridades; por una parte, venciendo la tentación tan generalizada, de acomodar nuestra vida espiritual a los altibajos de nuestros estados de ánimo; y por otra, cuidando no confundir “fe” con “sentimiento”. La fe no es “sentir”, como muchos hoy en día creen erróneamente; la fe es la obediencia que brota de la esperanza inquebrantable en el amor de Dios.

Diez años después, descubrimos que la sonrisa de la Madre Teresa no sólo es signo de amabilidad y ternura, sino que encierra una lección magistral sobre cómo conducirnos en tiempos de oscuridad interior… Tal y como sentenció San Pablo: El justo vivirá de la fe” (Rm 1, 17).

lunes, 22 de julio de 2013

MARÍA MAGDALENA, LA ENAMORADA DE DIOS

Autor: Juan J. Ferrán, L.C. | Fuente: Catholic.net
María Magdalena, la enamorada de Dios
El amor de María Magdalena a Cristo fue un amor total. "Para mí la vida es Cristo"
 
María Magdalena, la enamorada de Dios
Realmente nos encontramos en el Evangelio a un personaje muy especial del que nos pareciera saberlo todo y del que casi no sabemos nada: María Magdalena. Magdalena no es un apellido, sino un toponímico. Se trata de una María de Magdala, ciudad situada al norte de Tiberíades. Sólo sabemos de ella que Cristo la libró de siete demonios (Lc 8, 2) y que acompañaba a Cristo formando parte de un grupo grande mujeres que le servían. Los momentos culminantes de su vida fueron su presencia ante la Cruz de Cristo, junto a María, y, sobre todo, el ser testigo directo y casi primero de la Resurrección del Señor. A María Magdalena se le ha querido unir con la pecadora pública que encontró a Cristo en casa de Simón el fariseo y con María de Betania. No se puede afirmar esto y tampoco lo contrario, aunque parece que María Magdalena es otra figura distintas a las anteriores. El rostro de esta mujer en el Evangelio es, sin embargo, muy especial: era una mujer enamorada de Cristo, dispuesta a todo por él, un ejemplo maravilloso de fe en el Hijo de Dios. Todo parece que comenzó cuando Jesús sacó de ella siete demonios, es decir, según el parecer de los entendidos, cuando Cristo la curó de una grave enfermedad.


María Magdalena es un lucero rutilante en la ciencia del amor a Dios en la persona de Jesús. ¿Qué fue lo que a aquella mujer le hechizó en la persona de Cristo? ¿Por qué aquella mujer se convirtió de repente en una seguidora ardiente y fiel de Jesús? ¿Por qué para aquella mujer, tras la muerte de Cristo, todo se había acabado? María Magdalena se encontró con Cristo, después de que él le sacara aquellos "siete demonios". Es como si dijera que encontró el "todo", después de vivir en la "nada", en el "vacío". Y allí comenzó aquella historia.

El amor de María Magdalena a Jesús fue un amor fiel, purificado en el sufrimiento y en el dolor. Cuando todos los apóstoles huyeron tras el prendimiento de Cristo, María Magdalena estuvo siempre a su lado, y así la encontramos de pié al lado de la Cruz. No fue un amor fácil. El amor llevó a María Magdalena a involucrarse en el fracaso de Cristo, a recibir sobre sí los insultos a Cristo, a compartir con él aquella muerte tan horrible en la cruz. Allí el amor de María Magdalena se hizo maduro, adulto, sólido. A quien Dios no le ha costado en la vida, difícilmente entenderá lo que es amarle. Amor y dolor son realidades que siempre van unidas, hasta el punto de que no pueden existir la una sin la otra.


El amor de María Magdalena a Cristo fue un amor total. "Para mí la vida es Cristo", repetiría después otro de los grandes enamorados de Cristo. Comprobamos este amor en aquella escena tan bella de María Magdalena junto al sepulcro vacío. Está hundida porque le han quitado al Maestro y no sabe dónde lo han puesto. La muerte de Cristo fue para María un golpe terrible. Para ella la vida sin Cristo ya no tenía sentido. Por ello, el Resucitado va enseguida a rescatarla. Se trata seguro de una de las primeras apariciones de Cristo. Era tan profundo su amor que ella no podía concebir una vida sin aquella presencia que daba sentido a todo su ser y a todas sus aspiraciones en esta vida. Tras constatar que ha resucitado se lanza a sus pies con el fin de agarrarse a ellos e impedir que el Señor vuelva a salir de su vida.

El amor de María Magdalena a Cristo fue un amor de entrega y servicio. Nos dice el Evangelio que María Magdalena formaba parte de aquel grupo de mujeres que seguía y servía a Cristo. El amor la había convertido a esta mujer en una servidora entregada, alegre y generosa. Servir a quien se ama no es una carga, es un honor. El amor siempre exige entrega real, porque el amor no son palabras solo, sino hechos y hechos verdaderos. Un amor no acompañado de obras es falso. Hay quienes dicen "Señor, Señor, pero después no hacen lo que se les pide". María Magdalena no sólo servía a Cristo, sino que encontraba gusto y alegría en aquel servicio. Era para ella, una mujer tal vez pecadora antes, un privilegio haber sido elegida para servir al Señor.


El amor de María Magdalena a Cristo constituye para nosotros una lección viva y clarividente de lo que debe ser nuestro amor a Dios, a Cristo, al Espíritu Santo, a la Trinidad. Hay que despojar el amor de contenidos vacíos y vivirlo más radicalmente. Hay que relacionar más lo que hacemos y por qué lo hacemos con el amor a Dios. No debemos olvidar que al fin y al cabo nuestro amor a Dios más que sentimientos son obras y obras reales. El lenguaje de nuestro amor a Dios está en lo que hacemos por Él.

En primer lugar, podemos vivir el amor a Dios en una vida intensa y profunda de oración, que abarca tanto los sacramentos como la oración misma, además de vivir en la presencia de Dios. En estos momentos además nuestra relación con Dios ha de ser íntima, cordial, cálida. Hay que procurar conectar con Dios como persona, como amigo, como confidente. Hay que gozar de las cosas de Dios; hay que sentirse tristes sin las cosas de Dios; hay que llegar a sentir necesarias las cosas de Dios.

En segundo lugar, tenemos que vivir el amor a Dios en la rectitud y coherencia de nuestros actos. Cada cosa que hagamos ha de ser un monumento a su amor. Toda nuestra vida desde que los levantamos hasta que nos acostamos ha de ser en su honor y gloria. No podemos separar nuestra vida diaria con sus pequeñeces y grandezas del amor a Dios. No tenemos más que ofrecerle a Dios. Ahí radica precisamente la grandeza de Dios que acoge con infinito cariño esas obras tan pequeñas. De todas formas la verdad del amor siempre está en lo pequeño, porque lo pequeño es posible, es cotidiano, es frecuente. Las cosas grandes no siempre están al alcance de todos. Además el que es fiel en lo pequeño, lo será en lo mucho.


Y en tercer lugar, tenemos que vivir el amor a Dios en la entrega real y veraz al prójimo por Él. "Si alguno dice: Yo amo a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no pude amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4,20). El amor a Dios en el prójimo es difícil, pero es muchas veces el más veraz. Hay que saber que se está amando a Dios cuando se dice NO al egoísmo, al rencor, al odio, a la calumnia, a la crítica, a la acepción de personas, al juicio temerario, al desprecio, a la indiferencia, a etiquetar a los demás; y cuando se dice SÍ a la bondad, a la generosidad, a la mansedumbre, al sacrificio, al respeto, a la amistad, a la comprensión, al buen hablar. La caridad con el prójimo va íntimamente ligada a la caridad hacia Dios. Es una expresión real del amor a Dios.

Preguntas y comentarios al autor de este artículo

martes, 18 de junio de 2013

¿INTERCEDEN LOS SANTOS POR NOSOTROS?

Autor: Aci Digital
¿Interceden los santos por nosotros?
Por el hecho que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad... no dejan de interceder por nosotros ante el Padre
 
Una de las mayores dudas que se crean con la figura de los santos es su capacidad de ser mediadores entre Dios y los hombres. Debido al pasaje bíblico de 1 Tim 2:5 muchos han hecho una interpretación errada. Ahí se dice: "porque hay un sólo Dios, y también un sólo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre". La primera interpretación nos diría que no cabe duda de que solo Jesús es el mediador entre Dios y los hombres, por lo tanto, afirmar que la intercesión de los santos es posible sería algo anti-bíblico, pero, la realidad es que no la contradice.

Muchos de estas interpretaciones se basan en prejuicios contra la Iglesia y la gran mayoría de interpretadores fundamentalistas terminan contradiciéndose. Esto también se debe a la ignorancia sobre lo que enseña la Iglesia Católica.

En 1 Tim 2, 5 se utiliza la palabra "mesités" (mediador) y también en otros pasajes del Nuevo Testamento de la Biblia en griego, un término que mayormente aparece junto a "alianza": Jesús es el mediador de la nueva alianza.

Cuando en la parte final de 1 Tim 2, 5 se dice " Cristo Jesús hombre", se nota la intención del apóstol Pablo por demostrar que es como hombre que Jesús es capaz de ser el reconciliador y mediador para el hombre. Ya que el pecado vino de la desobediencia del ser humano el único que puede redimirlo deberá ser humano. Algunos han querido utilizar este mensaje de Pablo para quitarle el oficio de mediadora a la Iglesia y añaden arbitrariamente la cita de Col 1,18: "Cristo es la cabeza del cuerpo, que es la Iglesia", pero el carácter de mediador en Jesús es parte de su función como hombre y no como cabeza de la Iglesia.

Es importante señalar que algo en lo que católicos y protestantes están de acuerdo sobre el texto es que Pablo subraya que Jesús es verdadero hombre y no sólo un mediador. El texto no va en contraposición de la Iglesia, salvo que se busque un quinto pie al gato.

Los siguientes comentarios tratan el término mediador:

"El que Cristo sea el único mediador no significa que haya terminado el papel de los hombres en la historia de la salvación. La mediación de Jesús reviste acá abajo signos sensibles: son los hombres, a los que Jesús confía una función para con su Iglesia; incluso en la vida eterna asocia Jesucristo, en cierta manera, a su mediación los miembros de su cuerpo que han entrado en la gloria. (...) Los que desempeñan no son, propiamente hablando, intermediarios humanos con una misión idéntica a la que tuvieron los mediadores del AT; no añaden una nueva mediación a la del único mediador: no son sino los medios concretos utilizados por éste para llegar a los hombres. (...) Evidentemente, esta función cesa una vez que los miembros del Cuerpo de Cristo se han reunido con su cabeza en su gloria. Pero entonces, respecto a los miembros de la Iglesia que luchan todavía en la tierra, los cristianos vencedores ejercen todavía una función de otra índole. Asociados a la realeza de Cristo (Rev 2,26s; 3,21; cf. 12,5; 19,15), que es un aspecto de su función mediadora, presentan a Dios las oraciones de los santos de acá abajo (5,8; 11,18), que son uno de los factores del fin de la historia." (Leon-Dufour, Vocabulario de Teología Bíblica)

"Los cristianos comparten la autoridad del rey de reyes, constituyéndose en mediadores sacerdotales en el mundo de la humanidad." ( Harrington, Revelation)

El cristiano cuando reza por otro o a un santo, su oración es en Cristo, no pensando que Cristo no tiene nada que ver en la oración. Nuestra oración no excluye la mediación de Cristo sino que es una mediación participada de su mediación. Así, en la Escritura se demuestra como muchas cualidades de Dios se nos atribuyen a nosotros.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos indica (956):

Por el hecho que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad... no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra... Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad.

Muchos cristianos piensan que los santos y todos los que mueren ya no pueden rezar. Es un error increíble pensar que Dios no permita que el amor de los santos siga viviendo al rezar por sus seres amados pues se olvida que nuestro Padre es Dios de vivos, y no de muertos. "Los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero. Tenía cada uno una cítara y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos" (Ap 5,8).

La mediación de los santos es real y verdaderamente fuerte ya que ellos viven la Gloria de estar con Cristo en los Cielos, y siguiendo de nuevo al apóstol Pablo cuando dice: "Exhorto, pues, ante todo que se hagan rogativas, oraciones, intercesiones y acciones de gracias por todos los hombres (1 Tim 2,1)", los cristianos tenemos la necesidad de orar para vivir el amor reconciliador que nos enseñó Jesús al abrirnos las puertas de la Casa del Padre.


Si tienes alguna consulta utiliza este enlace para escribirle al Dr. Joan Antoni Mateo García. Especialista en Cristología y Mariología. Miembro de la Universidad Balmesiana Santo Tomás

miércoles, 5 de junio de 2013

El único negocio importante: la santidad

Autor: Lucrecia Rego de Planas | Fuente: Catholic.net
El único negocio importante: la santidad
La santidad no consiste en subirse a una columna con una palma en la mano y un crucifijo en el pecho.
 
El único negocio importante: la santidad
El único negocio importante: la santidad
Los defectos de los santos

Algunos libros de vidas de santos han omitido las debilidades de sus protagonistas, probablemente porque temían que nos escandalizáramos al saber que fueron hombres y mujeres como nosotros.

Pero precisamente es bueno comprobar que los que están en los altares no son de cera, ni de yeso, ni de plástico, sino, como todos los mortales, de carne y hueso, sufren dolores y tienen sus agobios; son personas comunes que tienen que tomar medicamentos o duermen mal o se distraen en la oración.

Muchos libros han puesto a los canonizados tan distantes de nosotros, que lo único que podemos hacer es admirarlos. Los colocan tan lejos, tan arriba, tan cubiertos de ropajes incómodos y ostentosos, tan desligados de todo lo nuestro, que no hay forma de imitarlos. Estas biografías nos convencen que la santidad no es para nosotros.

Pero las verdaderas biografías de los héroes cristianos son como nuestras vidas: ellos luchaban y ganaban, luchaban y perdían y entonces volvían a la lucha.

En la vida de las almas santas hay algunas veces cosas extraordinarias, acontecimientos sobrenaturales, intervenciones claras de Dios. Pero no son éstas las que los llevaron a ser santos, pues las acciones no eran de ellos, sino de Dios. Lo que los hizo santos fue la generosidad en la correspondencia al amor de Dios en su vida ordinaria, en todos los días, los meses, los años en los que no hubo cosas extraordinarias.

Es bueno saber que santa Teresita del Niño Jesús tenía una terquedad invencible desde niña; que san Alfonso María de Ligorio tenía un genio endemoniado; que san Agustín fue un gran pecador antes de su conversión y que santa Teresa de Jesús confesó nunca haber podido rezar un rosario completo sin distraerse.

Es admirable ver a los santos: hombres muy hombres y mujeres muy mujeres, con grandes virtudes, acciones heroicas y fallos garrafales.

La santidad no consiste en subirse a una columna con una palma en la mano y un crucifijo en el pecho. Los santos no son inactivos, siempre se mueven haciendo cosas tan simples como preocuparse por la enfermedad de un hermano, dar de comer al perro, cumplir con su trabajo y hacer con alegría los encargos que les piden.
Estos son los santos de hoy, los que van en el metro, rezan a la Virgen, trabajan en el campo, escriben a máquina, descansan el fin de semana y vuelven todos los lunes al mismo trabajo, preocupándose sólo de hacer extraordinariamente bien aquello que les ha tocado hacer.

Jesús Urteaga Loidi, Los defectos de los santos.


Tú también puedes ser santo


Seguramente habrás oído a alguien decir que todos los cristianos estamos llamados a ser santos y tal vez no puedes imaginarte a ti mismo como estatua de yeso en el altar de una Iglesia, rodeado de veladoras y reliquias. Tal vez te parezca ridículo pensar que se fabriquen estampitas con tu fotografía, a la que le hayan sobrepuesto una coronilla refulgente alrededor de la cabeza.

Sin embargo, ser santo no tiene nada que ver con las estatuas y las estampitas. Ser santo es llegar al cielo para estar con Dios y a eso es a lo que estás llamado desde que fuiste concebido en el seno de tu madre.
Seguramente también habrás oído a algún pesimista decir que este mundo no tiene remedio, que va directo a la perdición. Pero esto no será cierto si tú no lo permites.
Es verdad que el ambiente es difícil, que la Iglesia tiene muchos problemas, que hay muchísima gente caminando por senderos equivocados, pero eso ha sucedido siempre.
Desde el principio de la humanidad, han sido sólo unos cuantos los que han seguido a Dios y en ellos Él ha puesto toda su confianza. Dios, el ser supremo, el omnipotente, el omnipresente, siempre ha querido necesitar del hombre para salvar al hombre y con unos cuantos que le han respondido ha podido lograr que la Iglesia sobreviva, a pesar de todos los ataques que ha sufrido externa e internamente.

Dios llama a todos, pero sólo unos cuantos le responden. Ésos son los santos: hombres y mujeres llenos de debilidades y defectos que se han puesto a la disposición de Dios; que han estado dispuestos a darle cinco panes y dos peces para que Él pueda dar de comer a cinco mil hombres; que le han prestado una casa para que Él instaure la Eucaristía; que han quitado piedras de los sepulcros para que Él resucite a los muertos. Hombres y mujeres que se han animado a ser fermento, a ser sal, a ser luz para iluminar a los demás.
El pertenecer a esos pocos que escuchan y responden a Dios sólo depende de ti. Dios pide tu ayuda, cuenta contigo para salvar a muchísimos hombres, pero sólo tú eres el encargado de responderle positiva o negativamente.

Dios te llama a través de lo diario, de lo cotidiano, de tus compañeros y maestros, de tus tareas, de tus problemas, éxitos y fracasos. Todo lo que pasa a tu alrededor es un mensaje divino que te llama a ser santo ahí donde Dios te ha puesto, en esa casa, en esa escuela, en ese trabajo, con esos compañeros y esos hermanos para que los transformes con tu luz.

¡Te conviene ser santo!


Sin duda, la santidad es el mejor negocio en el que puedes invertir, pues te asegura la felicidad no sólo para unos cuantos años, no sólo para toda tu vida, sino para toda la eternidad.

Jesús lo dijo a los apóstoles en cierta ocasión:
"No atesoréis bienes en la tierra, donde el orín y la polilla los corroen y los ladrones los roban. Atesorad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni orín, ni ladrones. Pues donde está tu tesoro, ahí estará tu corazón."
(Mt. 6, 19-21)

Formar un tesoro en la tierra es muy complicado: requiere de tiempo, de grandes cálculos en las inversiones, de muchas angustias e inseguridades: que si las tasas de interés bajan; que si la moneda se devalúa; que si hubo un fraude en la empresa. Para colmo, cuando por fin consigues tener los bienes materiales que tanto añorabas, descubres que éstos se descomponen, se rompen, se pierden, se echan a perder o se vuelven obsoletos.

En cambio, formar un tesoro en el cielo es muy sencillo, pues no hay agentes externos que puedan influir en él: tú eres el único que puede aumentarlo o disminuirlo. Hacer un tesoro en el cielo es trabajar por ser santo y esto se consigue con buenos pensamientos y buenas acciones. Todo lo que ganes con ellos durará para siempre y nada ni nadie te lo podrá quitar, romper, perder o estropear.
Ser santo es aumentar todos los días y a cada instante ese tesoro que tienes en el cielo. Ser santo es tan sencillo como cumplir a la perfección con tus deberes ordinarios, en el momento y en el lugar en que debes cumplirlos.


Algunos obstáculos para ser santo


Ser santo es sencillo, pero requiere de mucha valentía, coraje y fortaleza, porque no es algo que "esté de moda" y que el ambiente te ayude a conseguir. Por el contrario, si quieres de verdad llegar a ser santo, encontrarás miles de obstáculos en el camino, empezando por ti mismo:

– Tu pasión dominante o "talón de Aquiles". Si observas un poco tu vida, encontrarás que miles de veces no has respondido como Dios lo esperaba de ti. Frente al llamado que te hace Dios a la perfección, encontrarás en tu vida presunciones, desesperaciones, perezas, enojos, riñas, odios, gula, impurezas, supersticiones, mentiras, venganzas y omisiones. Luchar contra todo esto a la vez puede resultar imposible, como si trataras de matar a miles de mosquitos dando golpes con una espada en el aire. Lo que tienes que encontrar es la raíz de estas caídas, tu talón de Aquiles, el nido de donde provienen los mosquitos, y arremeter contra él con todas tus fuerzas. Algunos tienen este defecto dominante en los ojos, otros en la lengua, otros en la imaginación. Si de verdad quieres ser santo, deberás descubrir cuál es el origen de tus defectos.

– El desánimo. Tal vez empieces a recorrer el camino hacia la santidad con grandes ilusiones, pero debes estar consciente de que vas a caer mil veces y vas a tener que levantarte otras tantas. El desánimo es “guillotina de santos” no permitas que se apodere de tu vida y te haga decir o pensar que no sirves para eso, que tienes demasiados defectos, que no eres capaz. Todos los santos han tenido defectos y fallos, pero su santidad ha consistido en saber levantarse a tiempo y seguir adelante.

– El agobio del trabajo. Puede ser también que al darte cuenta de las necesidades que tiene la Iglesia, de los problemas que existen en el mundo, te sientas agobiado, como si te encontraras solo con una pala ante la misión de trasladar una montaña a otro lugar. El agobio te vuelve ineficaz y eso no lo quiere Dios. Hay mucho trabajo que hacer, pero debes empezar por lo que a ti te corresponde, en el estado y condición de vida en donde Dios te ha puesto. Si trabajas en lo que debes, Dios se encargará de lo demás. El agobio es el mismo que sintieron los apóstoles cuando Cristo les dijo que sentaran a las cinco mil personas y les dieran de comer. Los apóstoles pudieron conseguir solamente cinco panes y dos peces y Jesús hizo lo demás y todos quedaron saciados.

– El pesimismo. Los pesimistas no pueden ser apóstoles y mucho menos santos. Los pesimistas se quejan de su trabajo, de los pocos frutos que obtienen, de sus achaques, de sus problemas, del calor y del frío. El pesimista hace insoportable la vida a los demás, pues su tristeza se contagia. Los santos son alegres y optimistas, nada puede nublar su cara, pues saben que están en las manos de Dios, que es todopoderoso y que los ama.

– La rutina. Tal vez tu vida te parezca aburrida por ser igual a la del resto de los jóvenes que pueblan el mundo: la escuela, el trabajo, los amigos, las fiestas, la familia. ¡Bah! ¿En qué se diferencia tu vida de la del resto del mundo? ¿En qué te distingues tú, que quieres ser santo? Hay una frase que dice: “Con las mismas piedras se puede adoquinar una calle o construir una catedral” Así es tu vida, tienes las mismas herramientas que cualquier otro joven de tu edad, pero si vives con rutina solamente verás piedras en las piedras. En cambio, si desechas la rutina, podrás ver en cada piedra la posibilidad de construir una catedral; empezarás a descubrir los milagros que Dios realiza frente a ti a cada momento. El secreto está en mantenerte en contacto con Dios para ver todo con ojos de Dios.

– El “aborregamiento”. Si observas a los borregos, verás que caminan en el anonimato: con las orejas caídas sin mirar al cielo; viendo mecánicamente al que va delante de ellos. Un santo nunca puede caminar como borrego, en medio de la multitud haciendo lo que los otros hacen. Tú eres diferente de los demás y no debes tener miedo de comportarte de manera diferente a los otros, que sólo reaccionan ante el aullido del coyote o el silbido del pastor. Para ser santo debes dejar de ser borrego; atreverte a caminar contra corriente en tu estilo de vestir, de divertirte, de hablar y de pensar, comportándote como lo que eres: un hijo de Dios.

– Las omisiones. Los santos no saben cruzar los brazos con una sonrisa y encogerse de hombros para contemplar cómo los demás caminan por senderos erróneos. Los santos están alerta para corregir, defender, enmendar los daños que otros puedan provocar; los santos buscan la ocasión de ayudar, no esperan que ésta les caiga encima, no se quejan de la situación del mundo: sino que luchan por hacerla mejor.


Medios para llegar a ser santo

La oración humilde

A estas alturas ya sabes cuán importante es la oración en la vida de un cristiano, pero justamente porque ya lo sabes y estás trabajando por ser mejor cada día, puede ser que caigas en la oración del fariseo, que daba gracias a Dios por no ser tan malo como los otros. No hacía mas que jactarse de sus avances ante Dios. Este tipo de oración no sirve para alcanzar la santidad. La oración útil es aquella en la que reconoces que sin Dios no puedes hacer nada y pones toda tu confianza en Él.

El plan de vida

Consiste en trazar un plan concreto de acción para vencer tu defecto dominante.
En él tendrás que incluir metas a corto y largo plazos, así como los medios que utilizarás para alcanzarlas.

La frecuencia en los sacramentos

Como seguirás teniendo caídas, debes estar siempre cerca del sacramento de la confesión para levantarte inmediatamente. De la misma manera, necesitarás fuerzas sobrenaturales para vencer todos los obstáculos que se te presenten y sólo las encontrarás en la Eucaristía. Recuerda que la fuerza está en Dios, que tú puedes conseguir cinco panes, pero Dios, con ellos, puede alimentar a 5,000 hombres.


Reflexiones y decisiones para ser santo


Para meditar personalmente

– Imagina que escribieras una autobiografía que se titulara “La vida de san X”, que incluyera tus datos de nacimiento, familia y cómo ha sido tu vida hasta el día de hoy. Imagina qué escribieras en ella cómo sería tu vida de aquí en adelante, el momento en que empezaste a trabajar por ser santo, poniendo todo lo que te gustaría hacer por el mundo y por las almas. ¿Te das cuenta de lo maravilloso que sería hacer realidad esa biografía y de que algo dentro de ti te dice que puede ser posible?

– ¿Cómo elaborarías un plan de vida para combatir tu defecto dominante? Podrías escribir en él el nombre de tu defecto, sus principales manifestaciones, las metas que quieres conseguir a corto plazo y unos cuantos medios concretos para conseguirlas.

– ¿Qué impresión tiene la gente acerca de los santos cuando ve las estatuas en las iglesias o cuando lee sus biografías? Después de leer este artículo, ¿tú que opinas de los santos?

Ideas para Recordar

– Los santos han sido hombres y mujeres con las mismas debilidades que cualquiera de nosotros. La única diferencia es que ellos han puesto esas debilidades en las manos de Dios.

– Por muy extraño que parezca, cada uno de nosotros está llamado a ser santo ahí donde Dios lo ha puesto.

– La santidad es el mejor negocio en el que podemos invertir, pues nos garantiza la felicidad, no para un día ni un año, sino para toda la eternidad.

– Para ser santos encontraremos muchos obstáculos que debemos vencer: nuestra pasión dominante, el desánimo, el agobio, el pesimismo, la rutina, el “aborregamiento” y las omisiones.

– Los mejores medios para alcanzar la santidad son la lucha continua, la oración y los sacramentos.

Decisiones

En ti está la decisión de cambiar y ser santo; para ayudarte, aquí te proponemos algunas líneas de acción:

– Pondré en práctica mi plan de vida para que no se quede en un papel, recordando siempre la frase que dice: “el infierno está lleno de gente con buenos propósitos”.

– Empezaré a ser santo el día de hoy haciendo las cosas ordinarias extraordinariamente bien.

Comentarios al autor

lunes, 3 de junio de 2013

HACIA LA SANTIDAD

Autor: P. Ángel Peña O. A.R. | Fuente: Catholic.net
Hacia la Santidad
Los santos son los frutos más hermosos de la humanidad, son la riqueza de la Iglesia.
 
Los santos son los frutos más hermosos de la humanidad, son la riqueza de la Iglesia. Son los que más han contribuido a la felicidad de la humanidad, porque la verdadera felicidad sólo se encuentra en Dios, y ellos han contribuido con su vida y su ejemplo a hacer un mundo mejor, más humano y más feliz.

Los santos son nuestros hermanos, no son seres de otras galaxias. Nacen y viven y mueren como nosotros, pero con la diferencia de que ellos viven inmersos en Dios. Por eso, su vida es una obra maestra de la gracia divina. Ellos son los hombres de Dios por excelencia, los amigos de Dios, sus hijos predilectos.

Pues bien, Dios quiere que seamos santos, porque quiere que seamos felices, y las personas más felices son, precisamente, los santos. Y tú ¿quieres ser feliz? ¿Y no quieres ser santo? ¿No te parece una contradicción? ¿O quieres ser feliz solamente con placeres y comodidades de este mundo, que pasa como nube mañanera? ¿No quieres ser feliz para siempre?

Recuerda que los santos son los que más aman. La santidad es amor. ¿Estás dispuesto a amar a Dios y a los demás sin condiciones, con una entrega total? Si es así, este libro es para ti. Te felicito por tus deseos de santidad. Vale la pena intentarlo. Cuento contigo.
 
 
 

miércoles, 29 de mayo de 2013

¡TE CONVIENE SER SANTO¡

Autor: Lucrecia Rego de Planas | Fuente: Catholic.net
¡Te conviene ser santo!
Sin duda, la santidad es el mejor negocio en el que puedes invertir, pues te asegura la felicidad para toda la eternidad.
 
¡Te conviene ser santo!
¡Te conviene ser santo!
Sin duda, la santidad es el mejor negocio en el que puedes invertir, pues te asegura la felicidad no sólo para unos cuantos años, no sólo para toda tu vida, sino para toda la eternidad.

Jesús lo dijo a los apóstoles en cierta ocasión:
"No atesoréis bienes en la tierra, donde el orín y la polilla los corroen y los ladrones los roban. Atesorad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni orín, ni ladrones. Pues donde está tu tesoro, ahí estará tu corazón."
(Mt. 6, 19-21)

Formar un tesoro en la tierra es muy complicado: requiere de tiempo, de grandes cálculos en las inversiones, de muchas angustias e inseguridades: que si las tasas de interés bajan; que si la moneda se devalúa; que si hubo un fraude en la empresa. Para colmo, cuando por fin consigues tener los bienes materiales que tanto añorabas, descubres que éstos se descomponen, se rompen, se pierden, se echan a perder o se vuelven obsoletos.

En cambio, formar un tesoro en el cielo es muy sencillo, pues no hay agentes externos que puedan influir en él: tú eres el único que puede aumentarlo o disminuirlo. Hacer un tesoro en el cielo es trabajar por ser santo y esto se consigue con buenos pensamientos y buenas acciones. Todo lo que ganes con ellos durará para siempre y nada ni nadie te lo podrá quitar, romper, perder o estropear.

Ser santo es aumentar todos los días y a cada instante ese tesoro que tienes en el cielo. Ser santo es tan sencillo como cumplir a la perfección con tus deberes ordinarios, en el momento y en el lugar en que debes cumplirlos.

Comentarios al autor: lplanas@catholic.net

Tú también puedes ser santo

Autor: Lucrecia Rego de Planas/Jesús Urteaga Loidi | Fuente: Catholic.net
Tú también puedes ser santo
Dios te llama a través de lo diario, de lo cotidiano, de tus compañeros y maestros, de tus tareas, de tus problemas, éxitos y fracasos
 
Tú también puedes ser santo
Tú también puedes ser santo
Los defectos de los santos

Algunos libros de vidas de santos han omitido las debilidades de sus protagonistas, probablemente porque temían que nos escandalizáramos al saber que fueron hombres y mujeres como nosotros.

Pero precisamente es bueno comprobar que los que están en los altares no son de cera, ni de yeso, ni de plástico, sino, como todos los mortales, de carne y hueso, sufren dolores y tienen sus agobios; son personas comunes que tienen que tomar medicamentos o duermen mal o se distraen en la oración.

Muchos libros han puesto a los canonizados tan distantes de nosotros, que lo único que podemos hacer es admirarlos. Los colocan tan lejos, tan arriba, tan cubiertos de ropajes incómodos y ostentosos, tan desligados de todo lo nuestro, que no hay forma de imitarlos. Estas biografías nos convencen que la santidad no es para nosotros.

Pero las verdaderas biografías de los héroes cristianos son como nuestras vidas: ellos luchaban y ganaban, luchaban y perdían y entonces volvían a la lucha.

En la vida de las almas santas hay algunas veces cosas extraordinarias, acontecimientos sobrenaturales, intervenciones claras de Dios. Pero no son éstas las que los llevaron a ser santos, pues las acciones no eran de ellos, sino de Dios. Lo que los hizo santos fue la generosidad en la correspondencia al amor de Dios en su vida ordinaria, en todos los días, los meses, los años en los que no hubo cosas extraordinarias.

Es bueno saber que santa Teresita del Niño Jesús tenía una terquedad invencible desde niña; que san Alfonso María de Ligorio tenía un genio endemoniado; que san Agustín fue un gran pecador antes de su conversión y que santa Teresa de Jesús confesó nunca haber podido rezar un rosario completo sin distraerse.

Es admirable ver a los santos: hombres muy hombres y mujeres muy mujeres, con grandes virtudes, acciones heroicas y fallos garrafales.

La santidad no consiste en subirse a una columna con una palma en la mano y un crucifijo en el pecho. Los santos no son inactivos, siempre se mueven haciendo cosas tan simples como preocuparse por la enfermedad de un hermano, dar de comer al perro, cumplir con su trabajo y hacer con alegría los encargos que les piden.

Estos son los santos de hoy, los que van en el metro, rezan a la Virgen, trabajan en el campo, escriben a máquina, descansan el fin de semana y vuelven todos los lunes al mismo trabajo, preocupándose sólo de hacer extraordinariamente bien aquello que les ha tocado hacer.

por Jesús Urteaga Loidi


Tu también puedes ser santo

Seguramente habrás oído a alguien decir que todos los cristianos estamos llamados a ser santos y tal vez no puedes imaginarte a ti mismo como estatua de yeso en el altar de una Iglesia, rodeado de veladoras y reliquias. Tal vez te parezca ridículo pensar que se fabriquen estampitas con tu fotografía, a la que le hayan sobrepuesto una coronilla refulgente alrededor de la cabeza.

Sin embargo, ser santo no tiene nada que ver con las estatuas y las estampitas. Ser santo es llegar al cielo para estar con Dios y a eso es a lo que estás llamado desde que fuiste concebido en el seno de tu madre.
Seguramente también habrás oído a algún pesimista decir que este mundo no tiene remedio, que va directo a la perdición. Pero esto no será cierto si tú no lo permites.
Es verdad que el ambiente es difícil, que la Iglesia tiene muchos problemas, que hay muchísima gente caminando por senderos equivocados, pero eso ha sucedido siempre.
Desde el principio de la humanidad, han sido sólo unos cuantos los que han seguido a Dios y en ellos Él ha puesto toda su confianza. Dios, el ser supremo, el omnipotente, el omnipresente, siempre ha querido necesitar del hombre para salvar al hombre y con unos cuantos que le han respondido ha podido lograr que la Iglesia sobreviva, a pesar de todos los ataques que ha sufrido externa e internamente.

Dios llama a todos, pero sólo unos cuantos le responden. Ésos son los santos: hombres y mujeres llenos de debilidades y defectos que se han puesto a la disposición de Dios; que han estado dispuestos a darle cinco panes y dos peces para que Él pueda dar de comer a cinco mil hombres; que le han prestado una casa para que Él instaure la Eucaristía; que han quitado piedras de los sepulcros para que Él resucite a los muertos. Hombres y mujeres que se han animado a ser fermento, a ser sal, a ser luz para iluminar a los demás.
El pertenecer a esos pocos que escuchan y responden a Dios sólo depende de ti. Dios pide tu ayuda, cuenta contigo para salvar a muchísimos hombres, pero sólo tú eres el encargado de responderle positiva o negativamente.

Dios te llama a través de lo diario, de lo cotidiano, de tus compañeros y maestros, de tus tareas, de tus problemas, éxitos y fracasos. Todo lo que pasa a tu alrededor es un mensaje divino que te llama a ser santo ahí donde Dios te ha puesto, en esa casa, en esa escuela, en ese trabajo, con esos compañeros y esos hermanos para que los transformes con tu luz.


Comentarios al autor: lplanas@catholic.net

Todos llamados a ser santos
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