4 de mayo
Madre mía, tú que estabas al pie de la cruz con un dolor tan inmenso, no te olvides de mí; yo me acerco a ti con el más lúcido amor y la más serena piedad y te doy gracias, dulce Señora del dolor sin llanto, porque nos has dejado el mejor aliento y consuelo para las horas de sequedad y aridez del espíritu.
Yo me llego a ti, Madre, con mi razón no turbada, seguro de que tú posarás sobre mí los tranquilos luceros de tus ojos.
Nada más sedante para las penas del alma que la mirada tierna y compasiva de María; por algo le pedimos en la Salve: "Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos"
Madre de misericordia, no te olvides de que somos tuyos.
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