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El único negocio importante: la santidad |
Los defectos de los santos
Algunos libros de vidas de santos
han omitido las debilidades de sus protagonistas, probablemente porque temían
que nos escandalizáramos al saber que fueron hombres y mujeres
como nosotros.
Pero precisamente es bueno comprobar que los que
están en los altares no son de cera, ni de
yeso, ni de plástico, sino, como todos los mortales, de
carne y hueso, sufren dolores y tienen sus agobios; son
personas comunes que tienen que tomar medicamentos o duermen mal
o se distraen en la oración. Muchos libros han puesto
a los canonizados tan distantes de nosotros, que lo único
que podemos hacer es admirarlos. Los colocan tan lejos, tan
arriba, tan cubiertos de ropajes incómodos y ostentosos, tan desligados
de todo lo nuestro, que no hay forma de imitarlos.
Estas biografías nos convencen que la santidad no es para
nosotros.
Pero las verdaderas biografías de los héroes cristianos son
como nuestras vidas: ellos luchaban y ganaban, luchaban y perdían
y entonces volvían a la lucha.
En la vida de
las almas santas hay algunas veces cosas extraordinarias, acontecimientos sobrenaturales,
intervenciones claras de Dios. Pero no son éstas las que
los llevaron a ser santos, pues las acciones no eran
de ellos, sino de Dios. Lo que los hizo santos
fue la generosidad en la correspondencia al amor de Dios
en su vida ordinaria, en todos los días, los meses,
los años en los que no hubo cosas extraordinarias.
Es
bueno saber que santa Teresita del Niño Jesús tenía una
terquedad invencible desde niña; que san Alfonso María de Ligorio
tenía un genio endemoniado; que san Agustín fue un gran
pecador antes de su conversión y que santa Teresa de
Jesús confesó nunca haber podido rezar un rosario completo sin
distraerse.
Es admirable ver a los santos: hombres muy hombres
y mujeres muy mujeres, con grandes virtudes, acciones heroicas y
fallos garrafales.
La santidad no consiste en subirse a una
columna con una palma en la mano y un crucifijo
en el pecho. Los santos no son inactivos, siempre se
mueven haciendo cosas tan simples como preocuparse por la enfermedad
de un hermano, dar de comer al perro, cumplir con
su trabajo y hacer con alegría los encargos que les
piden. Estos son los santos de hoy, los que van
en el metro, rezan a la Virgen, trabajan en el
campo, escriben a máquina, descansan el fin de semana y
vuelven todos los lunes al mismo trabajo, preocupándose sólo de
hacer extraordinariamente bien aquello que les ha tocado hacer.
Jesús
Urteaga Loidi, Los defectos de los santos.
Tú también puedes
ser santo
Seguramente habrás oído a alguien decir que todos los
cristianos estamos llamados a ser santos y tal vez no
puedes imaginarte a ti mismo como estatua de yeso en
el altar de una Iglesia, rodeado de veladoras y reliquias.
Tal vez te parezca ridículo pensar que se fabriquen estampitas
con tu fotografía, a la que le hayan sobrepuesto una
coronilla refulgente alrededor de la cabeza.
Sin embargo, ser santo no
tiene nada que ver con las estatuas y las estampitas.
Ser santo es llegar al cielo para estar con Dios
y a eso es a lo que estás llamado desde
que fuiste concebido en el seno de tu madre. Seguramente también
habrás oído a algún pesimista decir que este mundo no
tiene remedio, que va directo a la perdición. Pero esto
no será cierto si tú no lo permites. Es verdad que
el ambiente es difícil, que la Iglesia tiene muchos problemas,
que hay muchísima gente caminando por senderos equivocados, pero eso
ha sucedido siempre. Desde el principio de la humanidad, han sido
sólo unos cuantos los que han seguido a Dios y
en ellos Él ha puesto toda su confianza. Dios, el
ser supremo, el omnipotente, el omnipresente, siempre ha querido necesitar
del hombre para salvar al hombre y con unos cuantos
que le han respondido ha podido lograr que la Iglesia
sobreviva, a pesar de todos los ataques que ha sufrido
externa e internamente.
Dios llama a todos, pero sólo unos cuantos
le responden. Ésos son los santos: hombres y mujeres llenos
de debilidades y defectos que se han puesto a la
disposición de Dios; que han estado dispuestos a darle cinco
panes y dos peces para que Él pueda dar de
comer a cinco mil hombres; que le han prestado una
casa para que Él instaure la Eucaristía; que han quitado
piedras de los sepulcros para que Él resucite a los
muertos. Hombres y mujeres que se han animado a ser
fermento, a ser sal, a ser luz para iluminar a
los demás. El pertenecer a esos pocos que escuchan y responden
a Dios sólo depende de ti. Dios pide tu ayuda,
cuenta contigo para salvar a muchísimos hombres, pero sólo tú
eres el encargado de responderle positiva o negativamente.
Dios te llama
a través de lo diario, de lo cotidiano, de tus
compañeros y maestros, de tus tareas, de tus problemas, éxitos
y fracasos. Todo lo que pasa a tu alrededor es
un mensaje divino que te llama a ser santo ahí
donde Dios te ha puesto, en esa casa, en esa
escuela, en ese trabajo, con esos compañeros y esos hermanos
para que los transformes con tu luz.
¡Te conviene ser santo!
Sin
duda, la santidad es el mejor negocio en el que
puedes invertir, pues te asegura la felicidad no sólo para
unos cuantos años, no sólo para toda tu vida, sino
para toda la eternidad.
Jesús lo dijo a los apóstoles en
cierta ocasión: "No atesoréis bienes en la tierra, donde el orín
y la polilla los corroen y los ladrones los roban.
Atesorad más bien tesoros en el cielo, donde no hay
polilla ni orín, ni ladrones. Pues donde está tu tesoro,
ahí estará tu corazón." (Mt. 6, 19-21)
Formar un tesoro en la
tierra es muy complicado: requiere de tiempo, de grandes cálculos
en las inversiones, de muchas angustias e inseguridades: que si
las tasas de interés bajan; que si la moneda se
devalúa; que si hubo un fraude en la empresa. Para
colmo, cuando por fin consigues tener los bienes materiales que
tanto añorabas, descubres que éstos se descomponen, se rompen, se
pierden, se echan a perder o se vuelven obsoletos.
En cambio,
formar un tesoro en el cielo es muy sencillo, pues
no hay agentes externos que puedan influir en él: tú
eres el único que puede aumentarlo o disminuirlo. Hacer un
tesoro en el cielo es trabajar por ser santo y
esto se consigue con buenos pensamientos y buenas acciones. Todo
lo que ganes con ellos durará para siempre y nada
ni nadie te lo podrá quitar, romper, perder o estropear. Ser
santo es aumentar todos los días y a cada instante
ese tesoro que tienes en el cielo. Ser santo es
tan sencillo como cumplir a la perfección con tus deberes
ordinarios, en el momento y en el lugar en que
debes cumplirlos.
Algunos obstáculos para ser santo
Ser santo es sencillo, pero
requiere de mucha valentía, coraje y fortaleza, porque no es
algo que "esté de moda" y que el ambiente te
ayude a conseguir. Por el contrario, si quieres de verdad
llegar a ser santo, encontrarás miles de obstáculos en el
camino, empezando por ti mismo:
– Tu pasión dominante o "talón
de Aquiles". Si observas un poco tu vida, encontrarás que
miles de veces no has respondido como Dios lo esperaba
de ti. Frente al llamado que te hace Dios a
la perfección, encontrarás en tu vida presunciones, desesperaciones, perezas, enojos,
riñas, odios, gula, impurezas, supersticiones, mentiras, venganzas y omisiones. Luchar
contra todo esto a la vez puede resultar imposible, como
si trataras de matar a miles de mosquitos dando golpes
con una espada en el aire. Lo que tienes que
encontrar es la raíz de estas caídas, tu talón de
Aquiles, el nido de donde provienen los mosquitos, y arremeter
contra él con todas tus fuerzas. Algunos tienen este defecto
dominante en los ojos, otros en la lengua, otros en
la imaginación. Si de verdad quieres ser santo, deberás descubrir
cuál es el origen de tus defectos.
– El desánimo.
Tal vez empieces a recorrer el camino hacia la
santidad con grandes ilusiones, pero debes estar consciente de que
vas a caer mil veces y vas a tener que
levantarte otras tantas. El desánimo es “guillotina de santos” no
permitas que se apodere de tu vida y te haga
decir o pensar que no sirves para eso, que tienes
demasiados defectos, que no eres capaz. Todos los santos han
tenido defectos y fallos, pero su santidad ha consistido en
saber levantarse a tiempo y seguir adelante.
– El agobio del
trabajo. Puede ser también que al darte cuenta
de las necesidades que tiene la Iglesia, de los problemas
que existen en el mundo, te sientas agobiado, como si
te encontraras solo con una pala ante la misión de
trasladar una montaña a otro lugar. El agobio te vuelve
ineficaz y eso no lo quiere Dios. Hay mucho trabajo
que hacer, pero debes empezar por lo que a ti
te corresponde, en el estado y condición de vida en
donde Dios te ha puesto. Si trabajas en lo que
debes, Dios se encargará de lo demás. El agobio es
el mismo que sintieron los apóstoles cuando Cristo les dijo
que sentaran a las cinco mil personas y les dieran
de comer. Los apóstoles pudieron conseguir solamente cinco panes y
dos peces y Jesús hizo lo demás y todos quedaron
saciados.
– El pesimismo. Los pesimistas no pueden ser
apóstoles y mucho menos santos. Los pesimistas se quejan de
su trabajo, de los pocos frutos que obtienen, de sus
achaques, de sus problemas, del calor y del frío.
El pesimista hace insoportable la vida a los demás, pues
su tristeza se contagia. Los santos son alegres y optimistas,
nada puede nublar su cara, pues saben que están en
las manos de Dios, que es todopoderoso y que los
ama.
– La rutina. Tal vez tu vida te
parezca aburrida por ser igual a la del resto de
los jóvenes que pueblan el mundo: la escuela, el trabajo,
los amigos, las fiestas, la familia. ¡Bah! ¿En qué
se diferencia tu vida de la del resto del mundo?
¿En qué te distingues tú, que quieres ser santo? Hay
una frase que dice: “Con las mismas piedras se puede
adoquinar una calle o construir una catedral” Así es tu
vida, tienes las mismas herramientas que cualquier otro joven de
tu edad, pero si vives con rutina solamente verás piedras
en las piedras. En cambio, si desechas la rutina, podrás
ver en cada piedra la posibilidad de construir una catedral;
empezarás a descubrir los milagros que Dios realiza frente a
ti a cada momento. El secreto está en mantenerte en
contacto con Dios para ver todo con ojos de Dios.
–
El “aborregamiento”. Si observas a los borregos, verás
que caminan en el anonimato: con las orejas caídas sin
mirar al cielo; viendo mecánicamente al que va delante de
ellos. Un santo nunca puede caminar como borrego, en medio
de la multitud haciendo lo que los otros hacen. Tú
eres diferente de los demás y no debes tener miedo
de comportarte de manera diferente a los otros, que sólo
reaccionan ante el aullido del coyote o el silbido del
pastor. Para ser santo debes dejar de ser borrego; atreverte
a caminar contra corriente en tu estilo de vestir, de
divertirte, de hablar y de pensar, comportándote como lo que
eres: un hijo de Dios.
– Las omisiones. Los
santos no saben cruzar los brazos con una sonrisa y
encogerse de hombros para contemplar cómo los demás caminan por
senderos erróneos. Los santos están alerta para corregir, defender, enmendar
los daños que otros puedan provocar; los santos buscan la
ocasión de ayudar, no esperan que ésta les caiga encima,
no se quejan de la situación del mundo: sino que
luchan por hacerla mejor.
Medios para llegar a ser santo
La oración
humilde
A estas alturas ya sabes cuán importante es la
oración en la vida de un cristiano, pero justamente porque
ya lo sabes y estás trabajando por ser mejor cada
día, puede ser que caigas en la oración del fariseo,
que daba gracias a Dios por no ser tan malo
como los otros. No hacía mas que jactarse de sus
avances ante Dios. Este tipo de oración no sirve para
alcanzar la santidad. La oración útil es aquella en la
que reconoces que sin Dios no puedes hacer nada y
pones toda tu confianza en Él.
El plan de vida
Consiste en
trazar un plan concreto de acción para vencer tu defecto
dominante. En él tendrás que incluir metas a corto y largo
plazos, así como los medios que utilizarás para alcanzarlas.
La frecuencia
en los sacramentos
Como seguirás teniendo caídas, debes estar siempre cerca
del sacramento de la confesión para levantarte inmediatamente. De la
misma manera, necesitarás fuerzas sobrenaturales para vencer todos los obstáculos
que se te presenten y sólo las encontrarás en la
Eucaristía. Recuerda que la fuerza está en Dios, que tú
puedes conseguir cinco panes, pero Dios, con ellos, puede alimentar
a 5,000 hombres.
Reflexiones y decisiones para ser santo
Para meditar personalmente
–
Imagina que escribieras una autobiografía que se titulara “La vida
de san Xâ€, que incluyera tus datos de nacimiento, familia
y cómo ha sido tu vida hasta el día de
hoy. Imagina qué escribieras en ella cómo sería tu vida
de aquí en adelante, el momento en que empezaste a
trabajar por ser santo, poniendo todo lo que te gustaría
hacer por el mundo y por las almas. ¿Te das
cuenta de lo maravilloso que sería hacer realidad esa biografía
y de que algo dentro de ti te dice que
puede ser posible?
– ¿Cómo elaborarías un plan de vida para
combatir tu defecto dominante? Podrías escribir en él el nombre
de tu defecto, sus principales manifestaciones, las metas que quieres
conseguir a corto plazo y unos cuantos medios concretos para
conseguirlas.
– ¿Qué impresión tiene la gente acerca de los santos
cuando ve las estatuas en las iglesias o cuando lee
sus biografías? Después de leer este artículo, ¿tú que opinas
de los santos?
Ideas para Recordar
– Los santos han sido hombres
y mujeres con las mismas debilidades que cualquiera de nosotros.
La única diferencia es que ellos han puesto esas debilidades
en las manos de Dios.
– Por muy extraño que parezca,
cada uno de nosotros está llamado a ser santo ahí
donde Dios lo ha puesto.
– La santidad es el mejor
negocio en el que podemos invertir, pues nos garantiza la
felicidad, no para un día ni un año, sino para
toda la eternidad.
– Para ser santos encontraremos muchos obstáculos que
debemos vencer: nuestra pasión dominante, el desánimo, el agobio, el
pesimismo, la rutina, el “aborregamiento” y las omisiones.
– Los
mejores medios para alcanzar la santidad son la lucha continua,
la oración y los sacramentos.
Decisiones
En ti está la decisión
de cambiar y ser santo; para ayudarte, aquí te proponemos
algunas líneas de acción:
– Pondré en práctica mi plan de
vida para que no se quede en un papel, recordando
siempre la frase que dice: “el infierno está lleno de
gente con buenos propósitos”.
– Empezaré a ser santo el
día de hoy haciendo las cosas ordinarias extraordinariamente bien.
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