Santa Verónica Giuliani
(1660 †1727)
Fiesta: 9 de Julio
Monja clarisa capuchina, fue de niña caprichosa y vivaracha, a la vez que piadosa y de buen corazón. A los 16 años entró en el monasterio de Città di Castello, en el que fue muchos años maestra de novicias y abadesa. Destacó por su vida de oración y alta contemplación, acompañada de fenómenos místicos extraordinarios, relacionados especialmente con la Pasión de Cristo. En el «Diario» que escribió por orden de sus confesores nos ha dejado un elocuente testimonio de sus experiencias místicas.
La vida de la seráfica virgen había transcurrido más en el cielo que en la tierra: el fin de sus días se acercaba, y el espíritu, purificado por el dolor y por el amor, ansiaba dar el salto supremo para descansar eternamente en los brazos de su Esposo divino. Un ataque de apoplejía, momentos después de
una comunión fervorosa, la postró en el lecho. El pobre cuerpo destrozado por la vejez, por las enfermedades y por el martirio de amor, fue insensiblemente perdiendo las fuerzas y el movimiento: sólo el espíritu parecía más joven cada día, más ágil y animoso. Cuando Verónica recibió los últimos sacramentos creyóse que el ímpetu de su santa impaciencia acabaría por transportarla súbitamente al paraíso. Pero la muerte no se apresuraba: la santa quiso apurar hasta las heces el cáliz de todos los sufrimientos, ofreciéndose como víctima expiatoria por los pecados del mundo. Fueron treinta días de nuevos dolores.
En la mañana del día 9 de julio de 1727, el confesor se acercó a la enferma y le dijo: «Sor Verónica, si es del agrado del Señor que vayáis ahora a gozarle, y si quiere Dios que para este trance intervenga la orden de su ministro, yo os la doy». La moribunda, imitadora perfecta de Cristo paciente, quiso imitarle hasta el fin. «Et inclinato capite, tradidit spiritum»: «E inclinando
(con fina capa de cera y color para quitar el color marfil de su piel al natural)
la cabeza, entregó su espíritu». Aquel día era viernes, el día predilecto de su corazón, el día en que Jesús solía regalarla con dolores y consuelos.
Verónica había pasado toda su vida en el amoroso costado de Cristo: el corazón de Jesús había sido su celda, su monasterio y su cielo.