miércoles, 27 de mayo de 2020

LECTURAS BÍBLICAS DE HOY MIÉRCOLES 27 DE MAYO DE 2020


Lecturas de hoy Miércoles de la 7ª semana de Pascua
Hoy, miércoles, 27 de mayo de 2020



Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (20,28-38):

En aquellos días, decía Pablo a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso: «Tened cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre. Ya sé que, cuando os deje, se meterán entre vosotros lobos feroces, que no tendrán piedad del rebaño. Incluso algunos de vosotros deformarán la doctrina y arrastrarán a los discípulos. Por eso, estad alerta: acordaos que durante tres años, de día y de noche, no he cesado de aconsejar con lágrimas en los ojos a cada uno en particular. Ahora os dejo en manos de Dios y de su palabra de gracia, que tiene poder para construiros y daros parte en la herencia de los santos. A nadie le he pedido dinero, oro ni ropa. Bien sabéis que estas manos han ganado lo necesario para mí y mis compañeros. Siempre os he enseñado que es nuestro deber trabajar para socorrer a los necesitados, acordándonos de las palabras del Señor Jesús: “Hay más dicha en dar que en recibir.”»
Cuando terminó de hablar, se pusieron todos de rodillas, y rezó. Se echaron a llorar y, abrazando a Pablo, lo besaban; lo que más pena les daba era lo que había dicho, que no volverían a verlo. Y lo acompañaron hasta el barco.

Palabra de Dios


Salmo
Sal 67,29-30.33-35a.35b.36c

R/. Reyes de la tierra, cantad a Dios

Oh Dios, despliega tu poder,
tu poder, oh Dios, que actúa en favor nuestro.
A tu templo de Jerusalén
traigan los reyes su tributo. R/.

Reyes de la tierra, cantad a Dios,
tocad para el Señor,
que avanza por los cielos,
los cielos antiquísimos,
que lanza su voz, su voz poderosa:
«Reconoced el poder de Dios.» R/.

Sobre Israel resplandece su majestad,
y su poder, sobre las nubes.
¡Dios sea bendito! R/.



Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (17,11b-19):

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: «Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad.»

Palabra del Señor




Comentario al Evangelio de hoy miércoles, 27 de mayo de 2020
Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf


SANTIFICADO, SANTIFICADOR, SANTIFICADOS


     Jesús, elevando los ojos al cielo, comienza su oración pronunciando: «Padre Santo». Una invocación con la que recuerda y subraya que su origen (Padre) está en el Dios trascendente, «fuera» o diferente del mundo y de sus criterios (Santo). Y también que ese Padre Santo es su destino definitivo («ahora voy a ti»).  Fue el Padre quien le envió al mundo para salvarlo («tanto amó Dios al mundo»), y a tal fin, Jesús mismo fue «santificado», es decir, que recibió el Espíritu del Amor (recordemos su Bautismo en el Jordán, y de paso también nuestro propio bautismo), que le hizo experimentarse en todo momento como «hijo amado del Padre». Así Jesús queda «santificado» o «consagrado» a Dios, para poder llevar a cabo la misión encomendada: hacer presente en el mundo el Amor de Dios, y transformarlo todo con los criterios, y los deseos de Dios, ese proyecto que llamamos «Reino». Así también él será «santificador», como su Padre. Jesús santificado, consagrado por el Padre será santificador, encargado de consagrar el mundo.



     Cuando decimos que algo (o alguien) es «santo», estamos diciendo que pertenece al ámbito de Dios, que Dios se hace allí presente de alguna forma, que a través de ese algo o alguien encontramos a Dios. Jesús es el «Santo» por excelencia, porque él es la presencia y la revelación de Dios en nuestro mundo, que llegará a su punto culminante en la «hora» de su muerte y resurrección. 

Entonces se mostrará lo que significa que Dios es Amor, que Dios es Vida, que Dios Salva... y también sabremos cuál es la plenitud y el destino del hombre, al ser totalmente «santificado», lleno de Dios. Es lo que aquí se llama «la Verdad»: santifícalos en la Verdad.

     Por eso, cuando Jesús ora pidiendo al Padre Santo que los suyos sean consagrados en la verdad, está pidiendo por una parte que entren en nosotros, hasta el fondo, transformándonos, los valores y criterios del  Evangelio y haciéndonos evangelizadores, portadores de Dios... Pero a la vez está rogando para que haya una profunda intimidad personal, una comunión plena con el propio Jesús, que es la Verdad.

    Dicho con otras palabras: perteneceremos a Dios, seremos santificados, santos y santificadores, como el mismo Jesús, y mantendremos en nosotros los criterios y valores de Dios... en la medida en que mantengamos la comunión, el Amor de Dios en nosotros (precisamente ese Amor es el Espíritu). Como dice el propio Jesús: Tu «palabra» es verdad (el Evangelio), pero también tu «Palabra» (Jesucristo) es verdad.

     Así entendemos la oración y el deseo de Jesús: «Que sean uno». La intimidad-unidad de Jesús con el Padre Santo le ha resguardado, apoyado y guiado en su tarea en el mundo. Y los que somos enviados por Jesús y en su nombre, sólo saldremos adelante en nuestra misión si mantenemos la unidad con el Padre y el Hijo en el Espíritu... y ¡también la unidad entre nosotros! Mañana lo meditaremos.

     Palabras densas, profundas, gozosas... no tanto para pensarlas o razonarlas, cuanto  contemplarlas,  orarlas, saborearlas despacio,  y descubrirlas como claves de nuestro caminar cristiano de santificación. Para que ninguno de nosotros «se pierda».


Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 

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