Día litúrgico: 13 de Mayo: La Virgen de Fátima
Texto del Evangelio (Mt 12,46-50): En aquel tiempo, mientras Jesús estaba hablando a la muchedumbre, su madre y sus hermanos se presentaron fuera y trataban de hablar con Él. Alguien le dijo: «¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte». Pero Él respondió al que se lo decía: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».
«Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre»
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Hoy celebramos la fiesta de la Virgen de Fátima, recodando las apariciones de la Virgen María a los tres pequeños pastores: Lucía, Jacinta y Francisco. Podríamos decir que aquellas manifestaciones —paradigmáticas en la historia de la Iglesia— son como “horas extras” que, en los últimos tiempos, ha hecho Santa María.
¡Y no es para menos! Tal como Pío XII advirtió, el gran pecado de la modernidad es la pérdida del sentido del pecado. ¡Esto no sale gratis! En efecto, el mundo ha sufrido recientemente las peores guerras de toda la historia de la humanidad: nunca se había matado y maltratado a tanta gente en este mundo como en el siglo XX. La descripción que trazó Joseph Ratzinger —después, Benedicto XVI— es elocuente: «Ninguna época ha librado guerras tan crueles, tan sangrientas, como la nuestra. Han sucedido cosas peores que todo cuanto haya acaecido antes».
Pero Dios es misericordioso, Padre de bondad que no nos abandona, ni que los hombres nos hayamos alejado mucho de su voluntad. Precisamente en este siglo de los “horrores y holocaustos” (en expresión de san Juan Pablo II), Dios ha querido consolar a la humanidad de diversas maneras. Una de ellas han sido las apariciones de María Santísima.
A finales del siglo XIX destaca Lourdes; a comienzos del XX, sobresalen las apariciones de Fátima. Los hechos muestran unos paralelismos providenciales. Por un lado, los interlocutores de la Virgen María han sido muy jóvenes —de condición sencilla, incluso analfabetos—, pero dispuestos a hacer la voluntad del Padre del cielo: a éstos Jesús los reconoce como «mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mt 12,50). En segundo lugar, el tema de la petición de María era la reparación por los pecados de los hombres, la penitencia y la oración por los pecadores.
Roguemos, hoy especialmente, para que los hombres y mujeres de este mundo hagamos la voluntad del Padre del cielo y, así, lleguemos a ser más hermanos de Cristo, más hijos del Padre y más hermanos entre nosotros.
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
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