Autor: P. Alejandro Pujalski S.D.B.
Domingo Savio, Santo |
Adolescente Santo, Mayo 6 |
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Domingo Savio, Santo |
Adolescente Santo
Martirologio Romano: En Mondonio, en el Piamonte, santo Domingo
Savio, que, dulce y jovial desde la infancia, todavía adolescente
consumó con paso ligero el camino de la perfección cristiana.
Etimología:
Domingo = Aquel que es consagrado al señor, es de
origen latino.
PATRONO de: . Niños y Adolescentes . Niños Cantores . Estudiantes
. Monaguillos . Mamás Embarazadas
Nace
en Riva de Chieri, Italia, en la humilde casita de
los esposos Carlos y Brígida, el 2 de abril de
1842. Al año siguiente toda su familia se traslada a
las colinas de Murialdo. Es un niño del pueblo, nacido
en una familia profundamente cristiana y joven, pobre y
repetidamente probada.
El 8 de abril de 1849 hace su
Primera Comunión. Muy temprano, vestido de fiesta, Domingo se dirige
a la Iglesia parroquial de Castelnuovo. Es el primero en
entrar al templo y el último en salir. Aquel día
fue siempre memorable para él. Arrodillado al pie del altar,
con las manos juntas y con la mente y el
corazón transportados al cielo, pronuncia los propósitos que venía preparando
desde hacía tiempo: "Propósitos que yo, Domingo Savio, hice el
año de 1849, a los siete años de edad, el
día de mi Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo
y recibiré la Sagrada Comunión siempre que el confesor me
lo permita. 2. Quiero santificar los días de fiesta. 3.
Mis amigos serán Jesús y María. 4. Antes morir que
pecar”. Estos recuerdos fueron la norma de todos sus actos
hasta el fin de su vida.
El 2 de
octubre de 1854 conoce a Don Bosco. Este santo sacerdote
lo guiará por el camino de la santidad juvenil, convirtiéndose
en su padre, maestro y amigo. Lo lleva a estudiar
a Turín. Tiene en ese momento12 años y medio. Allí
pasa su adolescencia, viviendo como pupilo con los muchachos pobres
que el mismo Don Bosco recoge en su Oratorio.
El
1 de marzo de 1857 su delicada salud se agrava.
El médico aconseja que vaya a su casa y allí
se reponga. Al despedirse de Don Bosco y de sus
compañeros les dice: “Nos veremos en el paraíso”. Intuía que
muy pronto iba a morir.
Efectivamente, el 9 de marzo, postrado
en la cama, en un momento se incorpora y le
dice a su papá que lo asiste: “Papá, ya es
hora”, y va repitiendo las oraciones de los moribundos que
entre sollozos lee el papá. Luego parece adormecerse. Pasados algunos
minutos entreabre los ojos y con voz clara y sonriente
exclama: “Adiós, querido papá, adiós. ¡Oh, qué hermosas cosas veo!”,
y expira con las manos juntas sobre el pecho, tan
dulcemente que su padre cree que se adormece de nuevo.
Tenía 14 años y 11 meses.
A los dos años de
su muerte Don Bosco escribe un librito narrando la vida
de este su querido alumno. De los hechos allí narrados
son testigos todos sus compañeros; pero lo que no todos
ellos conocen bien son las grandes motivaciones de la fe
que orientaron la vida de Domingo Savio, cosa que sí
conoce Don Bosco, ya que lo atendía en el sacramento
de la Confesión y en la dirección espiritual.
¡Adolescente santo,
de sólo 15 años de edad! El primero que a
tan corta edad, sin ser mártir, fue declarado santo por
el Papa Pío XII el 12 de junio de 1954.
En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con admiración se
descubren en él los maravillosos caminos de la gracia, y
una adhesión permanente y sin reservas a las cosas del
cielo que su fe percibía con rara intensidad”. Su antecesor
el Papa Pío XI dijo de él: “Pequeño, mejor aún,
gran gigante del espíritu”.
¿Qué hizo de extraordinario este niño y
adolescente para que la Iglesia lo eleve al honor de
los altares y lo proponga como modelo de vida cristiana?
Veamos los rasgos de su santidad
Perfil de su niñez: Una
vida en la presencia de Dios, a quien sentía vivo
y presente en todo momento. Algunos ejemplos: Se levanta de
la mesa y no quiere comer porque un invitado se
sienta y empieza a comer sin rezar antes. Los domingos
es el primero en llegar a la iglesia, y si
la encuentra cerrada se arrodilla junto a la puerta para
rezar, haya buen tiempo o esté nevando; y luego su
mayor alegría es poder hacer de monaguillo en la santa
misa; y su compostura durante la oración es objeto de
admiración de los que lo ven: manos juntas, ojos fijos
en el sagrario, absorto en la presencia de Jesús. Al
recorrer solo y a pie, entre matorrales, los 18 kilómetros
para ir diariamente a la escuela, un tío le
pregunta: ¿No tienes miedo de ir solo? La respuesta de
Domingo, de 10 años, no se hace esperar: “Yo no
estoy solo; me acompaña el Ángel de la Guarda”.
El amor
personal a Cristo y a su Madre: Esta vida en
la presencia de Dios es puesta en evidencia desde su
temprana Primera Comunión, con aquel propósito que es la clave
de otros tres: “Mis amigos serán Jesús y María”. Los
otros tres los hizo como medios para mantener y
acrecentar dicha amistad, y son el leit-motiv en sus momentos
más importantes. Las lágrimas que vierte tienen su fuente en
este precoz concepto del pecado: así por ejemplo pide perdón
a su mamá en vísperas de su Primera Comunión; pide
perdón cuando cree haber herido su amistad con Cristo por
haber cedido ante la invitación de algunos compañeros a darse
un baño en un arroyo, motivo por el que lloró
repetidamente, y no cedió nunca más a otras invitaciones, como
cuando lo invitaban a “hacerse la rabona” y no concurrir
a la escuela. Por eso decide elegir a amigos que
no le impidan mantener su amistad con Jesús y con
la Virgen María.
El cumplimiento heroico del humilde deber cotidiano: A
sus padres no les daba sino “satisfacciones”. Para ir a
la escuela recorría, con sus 10 años de edad,
18 kilómetros diarios, con cualquier tiempo. Domingo era un chico
de recia voluntad, sostenida por la gracia de la amistad
con Jesús y María. Don Bosco escribe: “Domingo no se
ha hecho notorio en los primeros tiempos del Oratorio por
cosa alguna, fuera de su perfecta docilidad y de una
exacta observancia de las reglas de la casa…y una exactitud
en el cumplimiento de sus deberes más allá de la
cual no sería fácil llegar”. A este respecto, cierta vez
sus compañeros pupilos notaron que Domingo faltaba en el almuerzo;
lo buscaron en vano; le dijeron a Don Bosco, y
él fue a la iglesia donde por la mañana había
participado en la Misa y había comulgado, y allí lo
encontró junto al altar, inmóvil, con los ojos fijos en
el Sagrario desde hacía 7 horas; lo llamó por su
nombre y nada, tuvo que tocarlo en el hombro para
que se diera cuenta; y al enterarse de que ya
estaban almorzando pidió humildemente perdón a Don Bosco por la
trasgresión a las reglas de la casa.
Con sus compañeros sobresale
en dos actitudes: rechaza aprobarlos y seguirlos en sus comportamientos
reprensibles; pero por otro lado irradia simpatía y “es la
delicia de ellos”, a tal punto que acepta en
lugar de quienes lo han acusado falsamente, un humillante castigo.
Es decir: tiene firmeza unida a dulzura.
Perfil de su adolescencia: La
edad de la adolescencia: se caracteriza por la inestabilidad, que
Domingo supo domarla a fuerza de dominio de sí mismo
y de docilidad a las directivas de Don Bosco, y
más que nada con su habitual recogimiento en Dios. Y
las otras características propias de esta edad también las puso
al servicio de su santidad de adolescente: afirmación de sí
mismo, llamado a grandes horizontes, fervor de sentimiento. Esto se
hace evidente en el exaltante descubrimiento y en el apasionado
deseo de la santidad (“¡Yo quiero hacerme santo!”), en su
viva ternura demostrada para con la Virgen María, como también
con sus amigos más íntimos, en su voluntad de acción,
de dominio, de construcción de alguna “obra” (funda la Compañía
de La Inmaculada: grupo de compañeros buenos que se comprometen
a ayudarse mutuamente y a ayudar a Don Bosco en
la educación de los chicos del Oratorio, que los había
artesanos rústicos y jóvenes burgueses y aristocráticos, chicos que se
peleaban a pedradas, que faltaban a clase, que tenían costumbres
de blasfemar, que con placer se entretenían con revistas pornográficas,
que no se hacían problemas de tomar a golpes de
puño y puntapiés a los otros, que se enfurecían por
nada). En medio de éstos es como Domingo ha vivido
y ha construido su santidad: con cuatro viajes diarios por
las calles de Turín para ir a la escuela; con
un Reglamento y un horario de Internado cristiano. En resumen,
se halla inmerso en nuestro mundo moderno (aunque no hay
todavía bicicletas y televisores), metido en todo aquello que aún
hoy es la sustancia de la vida de un estudiante
de 15 años.
Aparecen turbaciones y arranques bruscos, como el
endurecimiento para consigo que sigue al descubrimiento de que la
santidad es posible, las dudas de conciencia que lo llevan
a querer confesarse cada tres o cuatro días, el ansia
de penitencias extraordinarias (“¡para unirme –dice- a los sufrimientos de
Jesús en la cruz!”). También aparece lo trágico de algunas
circunstancias: el desgarrón hiriente de sus truncadas amistades, la alarma
por su endeble salud, la dolorosa partida del Oratorio… Todo
esto hace de Domingo un verdadero y simpático adolescente. Un
santo “joven estudiante”.
La presencia de un guía: La adolescencia es
una etapa de conquista de la personalidad, a la vez
que de gran necesidad de guía y formación individual.
Domingo tuvo la suerte de encontrar un guía espiritual en
Don Bosco y de saber aprovecharlo. Y así se encuentran
la generosidad de un adolescente con la luz de un
verdadero sacerdote amigo del alma. Cuando llegó al Oratorio leyó
el cartel puesto sobre la puerta del cuarto de Don
Bosco: “¡Denme almas, y llévense lo demás!”; y con espontaneidad
le dijo: “Don Bosco, aquí se trata de un negocio,
la salvación de las almas. Pues bien, yo seré la
tela y usted será el sastre. Haga de mí un
hermoso traje para el Señor”. A esta docilidad en
dejarse guiar, atribuye Don Bosco la orientación de Domingo hacia
su santidad de estudiante. En este contexto aparece la función
decisiva de la Confesión frecuente. Así va descubriendo el misterio
de la redención: Jesús es comprendido como el Salvador; María
como La Inmaculada y La Dolorosa. Su alma y la
de sus compañeros deben ser salvadas…a través del misterio de
la cruz.
Su devoción a la Virgen María: La estadía
con Don Bosco coincide con el acontecimiento mundial de la
proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. Como santo “adolescente”,
Domingo es el fruto de aquel 8 de diciembre de
1854. En ese día hace una confesión general, y
delante del altar de la Inmaculada se consagra personalmente a
Ella. De aquí en adelante ve a María con su
rostro de “Inmaculada”, y su propósito de la Primera Comunión
adquiere una nueva dimensión: “el pecado al que preferirá la
muerte es ahora, de manera más precisa, la impureza”. Los
esfuerzos heroicos de adolescente para conservar intacta su pureza, especialmente
con el control de los ojos, se deben a su
gran devoción hacia La Inmaculada vivida con espíritu caballeresco y
con ardiente ternura. Había días que terminaba con dolor de
cabeza, por el esfuerzo de controlar la curiosidad y no
mirar cosas que perturbaban su alma limpia y ponían en
peligro su amistad con Jesús y María, exponiéndolo a dejarse
llevar por pensamientos y deseos impuros (tan comunes en esa
edad).
También contempla a la Virgen con su rostro de
“Dolorosa”: todos los miércoles hace la comunión en su honor
y por la conversión de los pecadores; cada viernes se
hace acompañar por algunos compañeros para rezar en la capilla
la Corona de los Siete Dolores; más de una vez
es visto en extática oración ante el altarcito del dormitorio,
donde campea una imagen de la Dolorosa; cada sábado hubiera
querido ayunar a pan y agua por Ella (Don Bosco
no le permite esto último).
Esta doble devoción es la inspiradora
de su apostolado, especialmente en la Compañía de la Inmaculada,
que exige de sus miembros una verdadera consagración de sí
mismos a María.
Algunos años después de su muerte se aparece
a Don Bosco en uno de sus famosos sueños. Éste
le pregunta: “Domingo, ¿qué es lo que más te consoló
en el momento de tu muerte?”. Y la respuesta de
Domingo: “La asistencia de la poderosa y amable Madre del
Salvador”.
Su amor a Jesús. La misa y la comunión cotidiana
(cuyos efectos se prolongan a través de frecuentes visitas a
la capilla que está junto al patio de juegos), enseñan
a Domingo a considerarlo como Salvador de su alma y
de la de sus compañeros. Su odio por el pecado
crece a medida que comprende el precio que por él
ha pagado Cristo y su Madre. Su espíritu de penitencia
lo lleva a sufrir para asemejarse a Jesús, por ejemplo
cuando es calumniado, cuando se cubre con una sola frazada
en pleno invierno o pone piedritas entre las sábanas (al
enterarse Don Bosco le prohíbe esta penitencia), cuando transforma sus
sabañones en llagas, cuando se le suministran medicinas amargas… Su
celo apostólico se ve alimentado en la misma fuente: quiere
impedir o reparar el pecado porque arruina el fruto de
la sangre de Cristo, y quiere hacer el bien a
sus compañeros para asegurar el fruto de esta sangre divina.
Este es el sentido de varias de sus intervenciones, como
la de impedir el desafío a pedradas de dos compañeros,
interponiéndose entre ellos con un crucifijo en la mano y
pidiendo que arrojen la primera piedra contra él; el de
narrar cosas edificantes o bien enseñar a hacer bien la
señal de la cruz durante los tiempos de recreo... (su
preocupación era atender de modo particular a los compañeros díscolos,
a los recién llegados al Oratorio y a los solitarios,
a los compañeros de clase con dificultades y a los
enfermos).
Obsesión por la santidad en la alegría: A partir de
una predicación de Don Bosco sobre la santidad se desata
en su alma una verdadera efervescencia. Realiza un gran descubrimiento:
¡Dios le quiere santo! Y da su explicación: “Yo quiero
entregarme todo al Señor. Yo debo y quiero pertenecer todo
al Señor”. Por un momento Domingo piensa imitar a los
santos en sus prácticas de penitencia y en unas prolongadas
y extraordinarias prácticas de piedad. Pero aquí interviene su guía
espiritual Don Bosco: “Domingo, lo que Dios quiere de ti,
como adolescente, es que cumplas siempre bien tus deberes de
estudiante, trates de hacer el bien a tus compañeros y
estés siempre alegre”. Y cosa maravillosa: este nuevo impulso de
querer ser santo y de que es posible lograrlo, le
proporciona una profunda alegría, y de tal modo la suscita
que la alegría viene a definir esta santidad tan salesiana
y juvenil: “Nosotros hacemos consistir la santidad en estar siempre
alegres, haciendo bien las cosas que tenemos que hacer, porque
Jesús lo quiere”.
¿Por qué este adolescente es Patrono de las
mamás embarazadas?
Estando Domingo en el Oratorio en Turín, un
día le pide a Don Bosco que le deje ir
a ver a su mamá porque está enferma. Don Bosco
no sabe explicarse, pues nadie se lo había dicho, ni
él mismo lo sabía; pero ante la insistencia de Domingo
se lo permite. Al llegar cerca de la casa los
familiares le quieren impedir que entre a ver a su
mamá, pues está luchando por dar a luz a un
nuevo hijo y corre grave peligro de morir en el
intento. Domingo no hace caso y entra, se arroja sobre
la mamá, la abraza, la besa y disimuladamente deja sobre
el pecho de ella un escapulario de la Virgen María.
Regresa después al oratorio y se presenta a Don Bosco
para agradecerle el permiso y para decirle que su madre
está perfectamente bien. Efectivamente la mamá pudo dar a luz
sin ningún problema a su hijito. Todos vieron que esto
fue un milagro. La mamá conservó este escapulario. Y lo
prestaba a las vecinas y a las mismas hermanas de
Domingo cuando tenían dificultades en el embarazo. Los médicos, enterados,
lo recomendaban a sus pacientes. Fueron muchas las gracias conseguidas
con aquel milagroso escapulario.
El escapulario se lo puede adquirir en
las librerías y/o santerías salesianas, con la imagen del Patrono
Domingo Savio, junto con la oración y la historia detallada
de este milagro.
El 9 de marzo se recuerda el nacimiento
al cielo de Santo Domingo Savio, siendo el 6 de
mayo la fecha fijada para la celebración litúrgica de su
fiesta.
Además de la Vida de Domingo Savio escrita por Don
Bosco, hay abundante bibliografía y estudios sobre este adolescente santo.
Hay libritos escritos para niños, para adolescentes, para educadores,
para todos. Los que no lo conocen se van a
sorprender de su santidad extraordinaria viviendo lo ordinario de su
vida de estudiante cristiano.
ORACIÓN DE LA MADRE
EN LA ESPERA DE UN
HIJO
Señor Jesús, por intercesión de Santo Domingo Savio te
ruego con amor por esta dulce esperanza que llevo en
mi seno.
Me has concedido el inmenso don de esta pequeña
vida que alienta en la mía; te doy humildemente gracias por
haberme escogido como instrumento de tu amor. En esta dulce espera,
ayúdame a vivir en continuo abandono a tu divina voluntad.
Concédeme un
corazón de madre, puro, fuerte y generoso.
Te ofrezco las preocupaciones
del porvenir: las ansias, los temores, los deseos en favor de
la criatura que no conozco aún. Haz que nazca sana en
el cuerpo, aparta de ella todo mal físico y todo peligro
para el alma.
Tú, María, que gozaste las inefables alegrías de
una maternidad santa, dame un corazón capaz de transmitir una fe
viva y ardiente.
Santifica mi espera, bendice mi gozosa esperanza, haz que el
fruto de mi seno sea fecundo en virtud y santidad, como
le concediste al adolescente Santo Domingo Savio. Amén.
ORACIÓN A SANTO
DOMINGO SAVIO
Santo Domingo Savio, que en la escuela de Don Bosco aprendiste
a recorrer los caminos de la santidad juvenil: enséñanos a imitar
tu amor a Jesús y a María, y tu ansia de
llevar a tus compañeros a ser sus amigos; alcánzanos del Señor
que, practicando tu lema “Antes morir que pecar”, podamos conseguir nuestra salvación
eterna. Amén.
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