Demetrio de Chipre, Santo Obispo, Noviembre 6 |
Pablo de Constantinopla, Santo Mártir, 6 Noviembre |
Cristina de Stommeln, Beata Mística, 6 Noviembre |
Leonardo de Noblac (o de Limoges), Santo Ermitaño, 6 de noviembre |
Severo, Santo Mártir, 6 de noviembre |
Demetrio de Chipre, Santo Obispo, Noviembre 6 |
Pablo de Constantinopla, Santo Mártir, 6 Noviembre |
Cristina de Stommeln, Beata Mística, 6 Noviembre |
Leonardo de Noblac (o de Limoges), Santo Ermitaño, 6 de noviembre |
Severo, Santo Mártir, 6 de noviembre |
Lecturas de hoy Viernes de la 31ª semana del Tiempo Ordinario
Hoy, viernes, 6 de noviembre de 2020
Primera lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (3,17–4,1):
Seguid mi ejemplo, hermanos, y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en nosotros. Porque, como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos, hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran a cosas terrenas. Nosotros, por el contrario, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo. Así, pues, hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mí corona, manteneos así, en el Señor, queridos.
Palabra de Dios
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Salmo
Sal 121,1-2.4-5
R/. Vamos alegres a la casa del Señor
¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén. R/.
Allá suben las tribus, las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David. R/.
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Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Lucas (16,1-8):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: "¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido." El administrador se puso a echar sus cálculos: "¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa." Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: "¿Cuánto debes a mi amo?" Éste respondió: "Cien barriles de aceite." Él le dijo: "Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta." Luego dijo a otro: "Y tú, ¿cuánto debes?" Él contestó: "Cien fanegas de trigo." Le dijo: "Aquí está tu recibo, escribe ochenta." Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.»
Palabra del Señor
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Comentario al Evangelio de hoy viernes, 6 de noviembre de 2020
Fernando Torres cmf
Siempre que leo o escucho esta parábola siento una gran desazón. Al primer golpe, me parece imposible que Jesús propusiese como modelo a un señor que es un ladrón y un estafador. Y que, sobre todo, ha quebrado la confianza que su amor y patrón había puesto en él. Porque fue ladrón antes de despedirle y más aún todavía en ese corto tiempo que medio entre el anuncio del despido y el despido efectivo. Desde el punto de vista de la justicia, de la honradez, de la moral social, las actitudes y acciones de este administrador son inadmisibles.
Pero, por otra parte, también siento una cierta admiración por él. El hombre había vivido sisando mucho tiempo. Dice el diccionario que “sisar” es “hurtar algo o a alguien mediante sisa, cuando se maneja dinero ajeno, especialmente en la compra diaria.” Y que la “sisa” es la “parte que se defrauda o se hurta, especialmente en la compra diaria de comestibles y otras cosas.” Es decir, el administrador llevaba toda vida “sisando”, defraudando a su amo. Pero no en la compra del pan o del arroz sino en cosas de mucha mayor importancia. Había convertido esa “sisa” en su forma de ganarse la vida.
El desastre viene cuando le pillan y, como consecuencia, le despiden. El problema es que se queda sin recursos. El salario que recibía lo pierde. Y pierde también el sobresueldo que era la sisa. Se queda sin nada.
Pues bien, le admiro porque en situación tan difícil y complicada, encuentra rápidamente una salida. No se queda de brazos cruzados, sentado en el suelo y llorando. Piensa y actúa rápidamente, antes de que su patrón se de cuenta de lo que está haciendo. Y se arregla el futuro. Ya no va a tener sueldo ni sobresueldo. Eso se ha terminado. Pero, al menos, va a tener a unos cuantos clientes de su patrón agradecidos a él y que, por el favor que les ha hecho, no dejarán que de con sus huesos en la calle. El administrador injusto y malo fue astuto. Y supo buscar una salida a una situación desesperada.
Creo que este es el punto central de la parábola en el que Jesús quiere que pongamos nuestra mirada. Jesús no quiere que ante las dificultades de la vida nos quedemos tirados en una esquina llorando. Nos urge a que actuemos, a que busquemos una salida. Cuando sabemos que nuestra vida, y lo que más queremos, está en juego, hay que salir adelante para defenderlo, para evitar que el desastre se lleve todo eso que hace que nuestra vida sea valiosa.
El administrador se preocupó de asegurarse el dinero para el futuro inmediato. Para él, el dinero era lo más importante. Quizá desde el punto de vista del Evangelio haya otros valores más importantes: la fraternidad, la misericordia, la familia, la dignidad de los hijos e hijas de Dios. Tenemos que ser astutos para defender todo eso que es lo más importante de nuestra vida. O quizá deberíamos pensar qué es lo verdaderamente valioso en nuestra vida, lo que nos gustaría defender a toda costa.
La melancolía negativa ante la muerte es un sentimiento alejado de la fe, advierte el Papa
Redacción ACI Prensa
Foto: EWTN-ACI Prensa Photo/Daniel Ibáñez/Vatican Pool
El Papa Francisco afirmó que la “melancolía negativa” ante un ser querido fallecido que lleva a pensar que “todo termina con la muerte” es “un sentimiento alejado de la fe”.
Se trata de un sentimiento “que se añade al miedo humano de tener que morir” y del que, reconoció, “nadie puede decir que es completamente inmune”.
Por ello, “ante el enigma de la muerte”, invitó a todos, también a los creyentes, a “convertirse continuamente”.
El Pontífice expuso esta enseñanza este jueves 5 de noviembre durante la Misa en sufragio por los Cardenales y Obispos difuntos en el curso de este año, que presidió en el altar de la Cátedra de la basílica de San Pedro del Vaticano.
En su homilía, el Papa reflexionó sobre las palabras de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre”.
Francisco explicó que esa revelación de Cristo interpela a todos: “Estamos llamados a creer en la resurrección no como una especie de espejismo en el horizonte, sino como algo que está presente y nos involucra misteriosamente ya desde ahora”.
Sin embargo, esa fe en la resurrección no quita importancia al “desconcierto” humano que se experimenta ante la muerte. El mismo Cristo, recordó el Papa, ante la muerte de su amigo Lázaro, “no sólo no ocultó su sentimiento, sino que incluso se echó a llorar”.
El Santo Padre insistió en que “al rezar por los cardenales y obispos que han fallecido durante este último año, pedimos al Señor que nos ayude a considerar su parábola existencial de la manera correcta”.
“Le pedimos que disuelva esa melancolía negativa que a veces nos penetra, como si todo terminara con la muerte. Es un sentimiento alejado de la fe, que se añade al miedo humano de tener que morir, y del que nadie puede decir que es completamente inmune”.
Por esta razón, “ante el enigma de la muerte, incluso el creyente debe convertirse continuamente. Cada día estamos llamados a ir más allá de la imagen que instintivamente tenemos de la muerte como aniquilación total de una persona; a trascender lo evidente, los pensamientos sistemáticos y obvios, las opiniones comunes, a encomendarnos enteramente al Señor”.
“Recordemos, pues, con gratitud el testimonio de los cardenales y obispos difuntos que vivieron en la fidelidad a la voluntad divina; recemos por ellos, tratando de seguir su ejemplo”, concluyó el Papa Francisco su homilía.
Lecturas de hoy Jueves de la 31ª semana del Tiempo Ordinario
Hoy, jueves, 5 de noviembre de 2020
Primera lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Fílipenses (3,3-8a):
Los circuncisos somos nosotros, que damos culto con el Espíritu de Dios, y que ponemos nuestra gloria en Cristo Jesús, sin confiar en la carne. Aunque, lo que es yo, ciertamente tendría motivos para confiar en la carne, y si algún otro piensa que puede hacerlo, yo mucho más, circuncidado a los ocho días de nacer, israelita de nación, de la tribu de Benjamín, hebreo por los cuatro costados y, por lo que toca a la ley, fariseo; si se trata de intransigencia, fui perseguidor de la Iglesia, si de ser justo por la ley, era irreprochable. Sin embargo, todo eso que para mí era ganancia lo consideré pérdida comparado con Cristo; más aún, todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 104,2-3.4-5.6-7
R/. Que se alegren los que buscan al Señor
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas;
gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor. R/.
Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro.
Recordad las maravillas que hizo,
sus prodigios, las sentencias de su boca. R/.
¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R/.
Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Lucas (15,1-10):
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle.
Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.»
Jesús les dijo esta parábola: «Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido." Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido." Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.»
Palabra del Señor
Comentario al Evangelio de hoy jueves, 5 de noviembre de 2020
Fernando Torres cmf
El cielo es un lugar alegre. Y los que están allí están deseando que les demos razones para alegrarse más. Es la alegría del padre de la parábola del hijo pródigo. Y es la alegría de estas parábolas del texto evangélico de hoy.
Durante demasiado tiempo hemos convertido a la vivencia cristiana en algo triste. Se hablaba sobre todo del pecado. Lo más importante que tenía que hacer el cristiano era penitencia. Tenía que pagar por sus pecados, por sus errores. Porque había ofendido a Dios. Daba la impresión de que la entrega generosa de Cristo, de su vida entera culminada en su muerte, no era suficiente para tapar/ocultar/disimular la multitud de nuestros pecados. Dios se había sentido tan ofendido que, buscando un camino, un medio, para salvarnos, no había hallado otro mejor que entregar su hijo a la muerte, como reparación por nuestras faltas. Pero en la práctica parecía que eso no era suficiente. Y el cristiano debía andar toda su vida pagando por sus pecados, haciendo sacrificios y mortificaciones. Hasta el amor a los hermanos era entendido como una forma de penitencia. La duda sobre la propia salvación hacia de la vida del cristiano una especie de esfuerzo continuo e imposible por estar a bien con Dios, por estar, como se decía, en gracia de Dios. Había que estar atento porque el más mínimo desliz destruía esa gracia y dejaba al cristiano en situación de pecado. Convertimos la vida cristiana en una vida triste. Y en una triste vida.
Jesús nos invita a vivir de otra manera: en la alegría y el gozo de los que se saben salvados por gracia y por amor. Dios no está disgustado con nosotros. ¡Cómo podido llegar a pensar que somos tan importantes como para que nuestros actos ofendan a Dios! Es curioso ver cómo en el sacramento de la penitencia, en la confesión, muchísimos cristianos piensan que lo más importante, el centro del sacramento, es la lista de nuestros pecados. ¡Qué capacidad para colocarnos en el centro de todo! Hay que desviar la mirada. No somos el centro del universo. El centro es Dios y su amor. El centro de la vida cristiana es Dios Padre, que en Jesús nos manifiesta su amor, más allá de nuestras limitaciones y miserias y pobrezas. Eso es lo más importante de nuestra vida. Como dice Pablo en la primera lectura, “todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo”.
Es importante vivir en la alegría, en el gozo, del que sabe que es amado y querido por Dios. Del que sabe que ese amor es compartido con todos los hermanos y hermanas del mundo. Del que sabe que en Dios la misericordia triunfa sobre el juicio, que nuestras miserias no le ofenden. Como mucho le apenan porque sabe lo que nos estamos perdiendo. En el cielo hay alegría por cada pecador que se convierte porque es uno más que vuelve a casa y que entra en el gozo de Dios. Se le acoge con los brazos abiertos y sin condiciones y se le invita a gozar de la vida, de la satisfacción y la alegría de saberse querido y amado y perdonado.
Hoy es la fiesta de San Zacarías y Santa Isabel, padres de Juan Bautista
Redacción ACI Prensa
“Ambos eran justos a los ojos de Dios y seguían en forma irreprochable todos los mandamientos y preceptos del Señor”, dice el Evangelio (Lc. 1,6) sobre San Zacarías y Santa Isabel -padres de San Juan Bautista y tíos de Jesús-, cuya fiesta litúrgica se celebra cada 5 de noviembre.
Tal como describe San Lucas, Zacarías pertenecía a la clase sacerdotal de Abdías, mientras Isabel era descendiente de Aarón. Ambos eran de edad avanzada y no habían podido tener hijos porque Isabel era estéril.
Cierto día, a Zacarías le tocó ingresar al “Santuario del Señor” para ofrecer la oración. De pronto, un ángel se le apareció y le dijo que su esposa le daría un hijo al que llamarían Juan. “Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto”, le dijo el ángel a Zacarías. Este preguntó al ángel cómo podía estar seguro de lo que decía, si él y su esposa ya eran ancianos. A lo que el ángel contestó “Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios”, y que había sido enviado para anunciar esta buena noticia. Luego, sentenció “quedarás mudo por no haber creído”.
Así, Isabel quedaría embarazada. De manera que la que habían llamado estéril, ahora exultaba de gozo y gratitud a Dios: “Esto es lo que el Señor ha hecho por mí, cuando decidió librarme de lo que me avergonzaba ante los hombres”.
Después de que el ángel Gabriel se le apareció a la Virgen María, esta fue a casa de su prima Isabel para ayudarla. Isabel, al verla, exclamó: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.
Cuando Juan nació, todos se alegraron en casa de Zacarías por la acción misericordiosa de Dios. El día de la circuncisión de Juan, los familiares de Zacarías pidieron que el recién nacido se llame como su padre, de acuerdo a la costumbre. Sin embargo, Isabel se opuso y dijo que se llamaría Juan, de acuerdo a lo escrito por Zacarías en una tablilla. Una vez hecho esto, Zacarías recuperó el habla al instante y pronunció su célebre cántico -incorporado por la tradición de la Iglesia en la Liturgia de las Horas (Laudes u oración de la mañana)-:
“Cántico de Zacarías” (Benedictus)
Lucas 1,68-79
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por la boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando su misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de los pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gregorio (Hryhorij) Lakota, Beato Obispo y mártir, 5 de noviembre |
Maria Carmela Viel Ferrando, Beata Mártir, 5 de noviembre |
Guido Maria Conforti, Santo Obispo y Fundador, 5 de noviembre |
Gomidas Keumurjian (Cosme de Carboniano), Beato Mártir, Noviembre 5 |
Bernard Lichtenberg, Beato Sacerdote Mártir, Noviembre 5 |