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viernes, 31 de diciembre de 2021
ADIÓS A LA NOCHE VIEJA 2021
Adiós a la Noche Vieja
¿Qué me traerá el año que comienza? ¡Lo que Tú quieras, Señor!
Por: Catholic.net | Fuente: Catholic.net
Balance de fin de año
En fin de año se reúnen las familias cristianas, para despedir juntos el año que termina y recibir el que empieza.
Es una oportunidad para hacer un balance de nuestra vida y reflexionar en lo que hemos hecho y lo que dejamos de hacer.
Debemos ir a la Iglesia a dar gracias a Dios por el año que termina y pedir ayuda para el año que comienza.
En familia, se puede platicar acerca de cómo ha sido el año para cada uno y los propósitos que se tienen para el próximo.
Algunas pautas para reflexionar :
-¿Qué cosas buenas he hecho este año para mí?
-¿Qué obras buenas he hecho por los demás?
-¿Con qué no cumplí de la mejor manera?
-¿ En qué puedo mejorar mi vida?
-¿Cuánto aumentó mi amor a Dios y a la Iglesia?
-¿Cómo he cumplido con mi vocación (como hijo de familia, como padre defamilia, como esposo, como cristiano?
-¿Qué propósitos tengo para el siguiente año?
Sugerencias para despedir la Noche Vieja:
Cada miembro de la familia escribe en un papel la actitud que va a tratar de mejorar el próximo año, después queman todos los papeles juntos, en una fogata.
También, pueden decir en voz alta a lo que se comprometen, como miembro de la Iglesia, para hacer que Cristo esté cada día más presente en la comunidad.
Para leer en familia
a) Al despedir el Año Viejo.
Hoy terminas de escribir un capítulo más de la historia de tu vida.
Cuando naciste, este libro era todo tuyo. Te lo puso Dios en tus manos. Podías escribir en él lo que quisieras: un poema, una pesadilla, una aventura, una blasfemia, o una oración. Podías… ahora ya no puedes, ya no es tuyo, ya lo has escrito, ahora es de Dios.
Te lo va a leer Dios, en el día mismo en que te mueras, con todos sus detalles. Ya no puedes corregirlo, ha pasado al dominio de la eternidad.
Piensa unos momentos en esta Noche Vieja. Toma tu libro y hojéalo despacio. Deja pasar sus páginas entre tus manos y entre tu conciencia. ¡Ten el gusto de leerlo a ti mismo!
Lee todo. Repite aquellas páginas de tu vida en las que pusiste tu mejor estilo, no te olvides de que uno de tus mejores maestros, si tienes la conciencia bien formada, eres tú mismo.
Lee también aquellas páginas que nunca quisieras haberlas escrito. ¡No!... ¡no intentes arrancarlas!, es inútil. Ten valor para leerlas. Son Tuyas.
No puedes arrancarlas… pero puedes anularlas cuando escribas las páginas siguientes. Si lo haces así, seguramente Dios las pasará de corrido cuando lea tu libro en tu último día.
Lee tu libro esta Noche Vieja. Hay en él trozos enteros de ti mismo.
Es un drama apasionante en el cual, el primer personaje eres tú: Tú en escena con Dios, con los hombres, con la vida. Tú lo has escrito con el instrumento asombroso de tu libertad sobre la superficie inmensa y movediza del mundo.
Es un libro misterioso que en su mayor parte, la más interesante, no puede leerlo nadie más que tú y Dios.
Esta noche, cuando hayas terminado de leerlo… si te dan ganas de besarlo, bésalo. Si te dan ganas de llorar, llora fuerte sobre tu libro viejo, pero sobre todo… reza sobre tu libro viejo. Tómalo entre tus manos, levántalo hacia el cielo y dile a Dios sólo dos palabras: “gracias” y “perdón”.
Después, dáselo a Cristo, no importa… así como esté, aunque tenga páginas negras… nunca olvides que Cristo sabe perdonar.
Esta noche, Dios te entregará un libro nuevo. Es todo tuyo. Puedes escribir en él lo que quieras. Escribe el nombre de Jesús en la primera página. Después pídele que no te deje escribir a ti solo. Pídele que te lleve siempre de la mano y del corazón.
b) Oración de agradecimiento
¡Gracias, Señor, por todo lo que en este año me diste!
¡Gracias por los días de sol y los nublados tristes!
¡Gracias por las noches tranquilas y por las inquietas horas obscuras!
¡Gracias por la salud y la enfermedad, por las penas y las alegrías!
¡Gracias por todo lo que me prestaste y después me pediste!
¡Gracias por la sonrisa amable y la mano amiga, por el amor y todo lo hermoso y dulce!
¡Por las flores y las estrellas y la existencia de los niños y de las almas buenas!
¡Gracias por la soledad, por el trabajo, por las dificultades y las lágrimas,
por todo lo que me acercó a Ti más íntimamente!
¡Gracias por tu presencia en el Sagrario y la gracia de tus Sacramentos!
¡Por haberme dejado vivir, gracias Señor!
¿Qué me traerá el año que comienza?
¡Lo que Tú quieras, Señor!
Te pido fe para mirarte en todo; esperanza para no desfallecer;
caridad perfecta en todo lo que haga, piense y quiera.
Dame paciencia y humildad.
Dame desprendimiento y un olvido total de mí mismo.
Dame, Señor, lo que Tú sabes me conviene y yo no sé pedir: suficientes pruebas que me mantengan fuerte, suficientes tristezas que me mantengan humano, suficientes fracasos que me mantengan humilde, suficiente determinación para hacer cada día mucho mejor que ayer.
¡Que pueda yo amarte cada vez más y hacerte amar por los que me rodean!
¡Derrama, Señor, tus gracias sobre mí y todos los que quiero, para que en este año que empieza, tengamos siempre el corazón alerta, el oído atento, las manos y la mente activas y el pie dispuesto para extender tu Reino!
EL EVANGELIO DE HOY SÁBADO 1 DE ENERO DE 2022 - SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
Navidad: 1 de Enero Santa María, Madre de Dios
Sábado 1 de enero de 2021
1ª Lectura (Núm 6,22-27): En aquel tiempo, el Señor habló a Moisés y le dijo: «Di a Aarón y a sus hijos: ‘De esta manera bendeciréis a los israelitas: El Señor te bendiga y te proteja, haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda su favor. Que el Señor te mire con benevolencia y te conceda la paz’. Así invocarán mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré».
Salmo responsorial: 66
R/. Ten piedad de nosotros, Señor, y bendícenos.
Ten piedad de nosotros, y bendícenos; vuelve, Señor , tus ojos a nosotros. Que conozca la tierra tu bondad y los pueblos tu obra salvadora.
Las naciones con júbilo te canten, porque juzgas al mundo con justicia; con equidad tú juzgas a los pueblos y riges en la tierra a las naciones.
Que te alaben, Señor, todos los pueblos, que los pueblos te aclamen todos juntos. Que nos bendiga Dios y que le rinda honor el mundo entero.
2ª Lectura (Gál 4,4-7): Hermanos: Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estábamos bajo la ley, a fin de hacernos hijos suyos. Puesto que ya son ustedes hijos, Dios envió a sus corazones el Espíritu de su Hijo, que clama “¡Abbá!”, es decir, ¡Padre! Así que ya no eres siervo, sino hijo; y siendo hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.
Versículo antes del Evangelio (Heb 1,1-2): Aleluya. En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres, por boca de los profetas. Ahora, en estos tiempos, nos ha hablado por medio de su Hijo. Aleluya.
Texto del Evangelio (Lc 2,16-21): En aquel tiempo, los pastores fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno.
«Los pastores fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre»
Rev. D. Manel VALLS i Serra
(Barcelona, España)
Hoy, la Iglesia contempla agradecida la maternidad de la Madre de Dios, modelo de su propia maternidad para con todos nosotros. Lucas nos presenta el “encuentro” de los pastores “con el Niño”, el cual está acompañado de María, su Madre, y de José. La discreta presencia de José sugiere la importante misión de ser custodio del gran misterio del Hijo de Dios. Todos juntos, pastores, María y José, «con el Niño acostado en el pesebre» (Lc 2,16) son como una imagen preciosa de la Iglesia en adoración.
“El pesebre”: Jesús ya está ahí puesto, en una velada alusión a la Eucaristía. ¡Es María quien lo ha puesto! Lucas habla de un “encuentro”, de un encuentro de los pastores con Jesús. En efecto, sin la experiencia de un “encuentro” personal con el Señor no se da la fe. Sólo este “encuentro”, el cual ha comportado un “ver con los propios ojos”, y en cierta manera un “tocar”, hace capaces a los pastores de llegar a ser testigos de la Buena Nueva, verdaderos evangelizadores que pueden dar «a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño» (Lc 2,17).
Se nos señala aquí un primer fruto del “encuentro” con Cristo: «Todos los que lo oyeron se maravillaban» (Lc 2,18). Hemos de pedir la gracia de saber suscitar este “maravillamiento”, esta admiración en aquellos a quienes anunciamos el Evangelio.
Hay todavía un segundo fruto de este encuentro: «Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto» (Lc 2,20). La adoración del Niño les llena el corazón de entusiasmo por comunicar lo que han visto y oído, y la comunicación de lo que han visto y oído los conduce hasta la plegaria de alabanza y de acción de gracias, a la glorificación del Señor.
María, maestra de contemplación —«guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19)— nos da Jesús, cuyo nombre significa “Dios salva”. Su nombre es también nuestra Paz. ¡Acojamos en el corazón este sagrado y dulcísimo Nombre y tengámoslo frecuentemente en nuestros labios!
LA ÚLTIMA HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO DEL AÑO 2021
La última homilía del Papa Francisco del año 2021
POR WALTER SÁNCHEZ SILVA | ACI Prensa
El Papa Francisco pronunció este viernes 31 de diciembre, en el Vaticano, su última homilía del año 2021, durante el rezo de las Vísperas por la Solemnidad de María Madre de Dios que se celebra el 1 de enero.
A continuación el texto completo de la homilía del Santo Padre:
En estos días la Liturgia nos invita a despertar en nosotros el estupor por el misterio de la Encarnación.
La fiesta de la Navidad es tal vez aquella que mayormente suscita esta actitud interior: el estupor, la maravilla, el contemplar, como los pastores de Belén, que primera reciben el luminoso anuncio angélico y luego corren y encuentran efectivamente el signo que se les había indicado: el Niño envuelto en pañales dentro de un pesebre.
Con lágrimas en los ojos se arrodillan ante el Salvador recién nacido. Pero no solo ellos, también María y José están llenos de santa maravilla por aquello que los pastores cuentan haber oído del ángel sobre el Niño.
Es así: no se puede celebrar la Navidad sin estupor, pero un estupor que no se limite a una emoción superficial –esto no es estupor–, una emoción ligada a la exterioridad de la fiesta, o peor aún, al frenesí consumista. Si la Navidad se reduce a esto, nada cambia: mañana será igual que ayer, el próximo año será como el pasado, y así.
Sería como calentarse por unos instantes ante el fuego de una sartén y no exponernos con todo nuestro ser ante la fuerza del Acontecimiento, no captar el centro del misterio del nacimiento de Cristo. Esto es el centro: ‘El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros’ (Jn 1, 14).
Lo escuchamos repetir en esta liturgia vespertina con la que se abre la Solemnidad de María Madre de Dios. Ella es la primera testigo, la primera y la más grande, y al mismo tiempo la más humilde. La más grande porque es la más humilde. Su corazón está lleno de estupor, pero sin sombra de romanticismos, ni edulcorantes ni espiritualismos. No.
La Madre nos devuelve a la realidad, a la verdad de la Navidad, que está contenida en estas tres palabras de San Pablo: ‘nacido de mujer’ (Gal 4,4).
El estupor cristiano no se origina en los efectos especiales ni en mundos fantásticos sino en el misterio dela realidad: ¡no hay nada más maravilloso y asombroso que la realidad! Una flor, un poco de tierra, una historia de vida, un encuentro, el rostro arrugada de un viejo y el rostro recién florecido de un niño. Una mamá que tiene en brazos a su niño y lo amamante.
El misterio brilla allí. Hermanos, hermanas, el estupor de María, el estupor de la Iglesia, está lleno de gratitud. La gratitud de la Madre que, contemplando al Hijo, siente la cercanía de Dios, siente que Dios no ha abandonado a su pueblo, ha venido, está cerca, es Dios-con-nosotros.
Los problemas no han desaparecido, las dificultades y las preocupaciones no faltan, pero no estamos solos: el Padre ‘ha enviado a su Hijo’ (Gal 4,4) para rescatarnos de la esclavitud del pecado y restituirnos la dignidad de hijos.
Él, el Unigénito, se ha hecho primogénito entre muchos hermanos, para reconducirnos a todos nosotros, perdidos y dispersos, a la Casa del Padre. Este tiempo de pandemia ha incrementado en todo el mundo el sentido de pérdida.
Luego de una primera fase de reacción, en la que nos hemos sentido solidarios en la misma marca, se ha difundido la tentación del ‘sálvese quien pueda’, pero gracias a Dios hemos reaccionado de nuevo con el sentido de responsabilidad.
Verdaderamente podemos y debemos decir ‘gracias a Dios’ porque la elección de la responsabilidad solidaria no viene del mundo: viene de Dios, de hecho viene de Jesucristo, que ha impreso una vez y para siempre en nuestra historia la ‘ruta’ de su vocación originaria: ser todos hermanas y hermanos, hijos del único Padre.
Roma, esta vocación, la lleva escrita en el corazón. En Roma todos se sienten hermanos, en un cierto sentido, todos se sienten en casa, porque esta ciudad custodia en sí una apertura universal. Me atrevo a decir: Es la Ciudad Universal.
Le viene de su historia, de su cultura, le viene principalmente del Evangelio de Cristo, que aquí ha echado raíces profundas fecundadas por la sangre de los mártires.
Pero también en este caso, estamos atentos: una ciudad acogedora y fraterna no se reconoce por la “fachada”, por los bellos discursos, los eventos altisonantes. No. Se reconoce por la atención cotidiana, “ferial” a quienes tienen fatiga, a las familias que sienten más el peso de la crisis, a las personas con discapacidad grave y a sus familiares, a cuantos tienen necesidad cada día de transporte público para ir al trabajo, a cuantos viven en las periferias, a quienes están complicados por cualquier falla en su vida y necesitan servicios sociales, y así.
Roma es una ciudad maravillosa que no termina de encantar, pero para quien vive aquí es también una ciudad fatigosa, tal vez no siempre digna para los ciudadanos y los huéspedes, una ciudad que a veces descarta.
Espero ahora que todos los que viven y están aquí por trabajo, peregrinación o turismo, todos puedan apreciarla siempre más por la acogida, el cuidado de la dignidad de la vida, la casa común, los más frágiles y vulnerables.
Que cada uno puede asombrarse descubriendo en esta ciudad una belleza que diría “coherente” y que suscita gratitud. Este es mi deseo para este año.
Hermanas y hermanos, hoy la Madre, la Madre María y la Madre Iglesia, nos muestra al Niño. Nos sonríe y nos dice: ‘Él es el camino. Síganlo, tengan confianza’. Sigámoslo en el camino cotidiano.
Él da plenitud al tiempo, da sentido a las obras y a los días. Tengamos confianza, en los momentos alegres y en los dolorosos, la esperanza que Él nos da es la esperanza que no defrauda.
SIETE DATOS PARA ENTENDER LA SOLEMNIDAD DE MARÍA, MADRE DE DIOS, LA THEOTOKOS
7 datos para entender la Solemnidad de María, Madre de Dios, la “Theotokos”
Redacción ACI Prensa
“Desde los tiempos más antiguos, la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios”, dice la Constitución Dogmática Lumen Gentium (Num. 66) de la Iglesia.
Aquí 7 datos sobre la "Solemnidad de Santa María, Madre de Dios" que se celebra cada primero de enero.
1. Con esta solemnidad concluye la Octava de Navidad
Con esta Solemnidad se concluye la Octava de Navidad, un conjunto de ocho días, desde el 25 de diciembre, en los que la Iglesia actualmente celebra el Nacimiento de Jesús.
En el Antiguo Testamento (Gen. 17,9-14) se puede leer que hace muchos siglos Dios hizo una alianza con Abraham y su descendencia cuyo signo era la circuncisión al octavo día después del nacimiento.
El Hijo de Dios así también lo vivió y recibió en ese momento el nombre anunciado a la Virgen María.
“Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción” (Lc. 2,21).
2. María era llamada "Theotokos" por los primeros cristianos
Los primeros cristianos solían llamar a la Virgen María como la “Theotokos”, que en griego significa “Madre de Dios”.
Este título aparece en las catacumbas debajo de la ciudad de Roma y en antiguos monumentos de oriente (Grecia, Turquía, Egipto).
Los Obispos reunidos en el Concilio de Éfeso (431), ciudad donde según la tradición la Virgen pasó sus últimos años antes de ser asunta al cielo, declararon: “La Virgen María sí es Madre de Dios porque su Hijo, Cristo, es Dios".
3. El título de Madre de Dios proviene de las primeras oraciones cristianas
“Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios” dice una de las antiguas oraciones marianas de los cristianos de Egipto del siglo III.
Cabe resaltar que ese título de “Madre de Dios” (“Theotokos”) no existía y que fue creado por los cristianos para expresar su fe.
4. Es una de las más antiguas fiestas marianas
La “Maternidad de María” es una de las primeras fiestas marianas que se dio en la cristiandad. Se dice que por el siglo V, en Bizancio, había una “memoria de la Madre de Dios” que se celebraba el 26 de diciembre, al día siguiente de la Navidad.
Poco a poco se fue introduciendo en la liturgia romana en un día de la Octava de Navidad y ya por el siglo VIII se encuentran para esta conmemoración antifonales con el título de “Natale Sanctae Mariae”, así como oraciones y responsorios con los que se honraba la divina “Maternidad de María”.
5. En el mismo día también se celebra la Jornada de la Paz
Con el tiempo, esta memoria de la Virgen fue desplazada para conmemorar la “Circuncisión del Señor”, pero se mantendría el acento mariano. En 1931 el Papa Pío XI la reestableció para el 11 de octubre con ocasión del XV centenario del Concilio de Éfeso y le dio una categoría equivalente a la Solemnidad actual.
Años después, en esta fecha, San Juan XXIII inauguró el Concilio Vaticano II (1962).
Con la reforma litúrgica de 1969, la “Maternidad de María” pasó a celebrarse al 1 de enero, día en que se inicia el “calendario civil”. Un año antes, en 1968, el Beato Pablo VI instituyó para este día la Jornada Mundial de la Paz. Es así que el primer día del año se celebra a María y se ora por la paz.
6. Es el dogma mariano más importante
El título “Madre de Dios” es el principal y el más importante dogma sobre la Virgen María y todos los demás dogmas marianos encuentran su sentido en esta verdad de fe.
Los otros dogmas marianos son que María tuvo una Inmaculada Concepción, Perpetua Virginidad y que fue llevada en cuerpo y alma al cielo (Asunción).
Asimismo, Nuestra Señora tiene los siguientes títulos: Madre de los hombres, Madre de la Iglesia, Abogada nuestra, Corredentora, Medianera de todas las gracias, Reina y Señora de todo lo creado y todas las alabanzas contenidas en las letanías del Santo Rosario.
7. María dio su consentimiento para ser la Madre de Dios
En noviembre de 1996 San Juan Pablo II explicó que “la expresión ‘Madre de Dios’ nos dirige al Verbo de Dios, que en la Encarnación asumió la humildad de la condición humana para elevar al hombre a la filiación divina”.
“Pero ese título, a la luz de la sublime dignidad concedida a la Virgen de Nazaret, proclama también la nobleza de la mujer y su altísima vocación. En efecto, Dios trata a María como persona libre y responsable y no realiza la encarnación de su Hijo sino después de haber obtenido su consentimiento”, afirmó.
PAPA FRANCISCO: MARÍA SONRÍE Y NOS PIDE SEGUIR A SU HIJO QUE NO DEFRAUDA JAMAS
Papa Francisco: María sonríe y nos pide seguir a su Hijo que no defrauda jamás
POR WALTER SÁNCHEZ SILVA | ACI Prensa
En su última homilía de este año 2021, antes del inicio del Año Nuevo 2022, el Papa Francisco afirmó que la Virgen María sonríe a todos, muestra al Niño Jesús que ha nacido en Navidad, y alienta a seguirlo en la vida cotidiana con confianza y esperanza.
Así lo indicó el Santo Padre en la homilía de las Vísperas de la Solemnidad de María Madre de Dios, oración presidida por el Cardenal Giovanni Battista Re, este viernes 31 de diciembre en la Basílica de San Pedro.
“Hermanas y hermanos, hoy la Madre, la Madre María y la Madre Iglesia, nos muestra al Niño. Nos sonríe y nos dice: ‘Él es el camino. Síganlo, tengan confianza’. Sigámoslo en el camino cotidiano”, dijo el Papa Francisco en su homilía.
“Él da plenitud al tiempo, da sentido a las obras y a los días. Tengamos confianza, en los momentos alegres y en los dolorosos, la esperanza que Él nos da es la esperanza que no defrauda jamás”, resaltó.
El Papa precisó que “los problemas no han desaparecido, las dificultades y las preocupaciones no faltan, pero no estamos solos: el Padre ‘ha enviado a su Hijo’ (Gal 4,4) para rescatarnos de la esclavitud del pecado y restituirnos la dignidad de hijos”.
“Él, el Unigénito, se ha hecho primogénito entre muchos hermanos, para reconducirnos a todos nosotros, perdidos y dispersos, a la Casa del Padre. Este tiempo de pandemia ha incrementado en todo el mundo el sentido de pérdida”.
Francisco destacó que “luego de una primera fase de reacción, en la que nos hemos sentido solidarios en la misma marca, se ha difundido la tentación del ‘sálvese quien pueda’, pero gracias a Dios hemos reaccionado de nuevo con el sentido de responsabilidad”.
“Verdaderamente podemos y debemos decir ‘gracias a Dios’ porque la elección de la responsabilidad solidaria no viene del mundo: viene de Dios, de hecho viene de Jesucristo, que ha impreso una vez y para siempre en nuestra historia la ‘ruta’ de su vocación originaria: ser todos hermanas y hermanos, hijos del único Padre”.
El Papa también dedicó parte de su homilía a alentar a Roma a ser acogedora y solidaria, especialmente para con quienes están en las periferias de la llamada “Ciudad Universal”, como la llamó hoy el Santo Padre.
La Navidad
El Papa recordó que “en estos días la Liturgia nos invita a despertar en nosotros el estupor por el misterio de la Encarnación. La fiesta de la Navidad es tal vez aquella que mayormente suscita esta actitud interior: el estupor, la maravilla, el contemplar, como los pastores de Belén, que primera reciben el luminoso anuncio angélico y luego corren y encuentran efectivamente el signo que se les había indicado: el Niño envuelto en pañales dentro de un pesebre”.
En la Iglesia Católica, la Navidad se celebrar durante ocho días en lo que se conoce como Octava de Navidad, desde la tarde del 24 de diciembre hasta el 1 de enero, Solemnidad de María Madre de Dios.
Además, el tiempo de Navidad se extiende hasta la fiesta del Bautismo del Señor, en el domingo siguiente a la Epifanía que suele celebrarse el 6 de enero.
En su homilía, el Papa dijo que los pastores de Belén “con lágrimas en los ojos se arrodillan ante el Salvador recién nacido. Pero no solo ellos, también María y José están llenos de santa maravilla por aquello que los pastores cuentan haber oído del ángel sobre el Niño”.
“Es así: no se puede celebrar la Navidad sin estupor, pero un estupor que no se limite a una emoción superficial, ligada a la exterioridad de la fiesta, o peor aún, al frenesí consumista. Si la Navidad se reduce a esto, nada cambia: mañana será igual que ayer, el próximo año será como el pasado, y así”, advirtió el Santo Padre.
Hacer esto, dijo, “sería como calentarse por unos instantes ante el fuego de una sartén y no exponernos con todo nuestro ser ante la fuerza del Acontecimiento, no captar el centro del misterio del nacimiento de Cristo. Esto es el centro: ‘El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros’ (Jn 1, 14)”.
“Lo escuchamos repetir en esta liturgia vespertina con la que se abre la Solemnidad de María Madre de Dios. Ella es la primera testigo, la primera y la más grande, y al mismo tiempo la más humilde. La más grande porque es la más humilde. Su corazón está lleno de estupor, pero sin sombra de romanticismos, ni edulcorantes ni espiritualismos. No”.
El Papa resaltó luego que “la Madre nos devuelve a la realidad, a la verdad de la Navidad, que está contenida en estas tres palabras de San Pablo: ‘nacido de mujer’ (Gal 4,4)”.
“El estupor cristiano no se origina en los efectos especiales ni en mundos fantásticos sino en el misterio dela realidad: ¡no hay nada más maravilloso y asombroso que la realidad! Una flor, un poco de tierra, una historia de vida, un encuentro, el rostro arrugada de un viejo y el rostro recién florecido de un niño. Una mamá que tiene en brazos a su niño y lo amamanta”.
Francisco destacó que “el misterio brilla allí. Hermanos, hermanas, el estupor de María, el estupor de la Iglesia, está lleno de gratitud. La gratitud de la Madre que, contemplando al Hijo, siente la cercanía de Dios, siente que Dios no ha abandonado a su pueblo, ha venido, está cerca, es Dios-con-nosotros”.
Luego del rezo de las Vísperas, se realizó la adoración del Santísimo, la bendición y se entonó el tradicional Te Deum en acción de gracias por el fin del año 2021. La celebración concluyó con el villancico “Cristianos vayamos” en latín.