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jueves, 18 de noviembre de 2021
HOY SE INICIA LA NOVENA A LA VIRGEN DE LA MEDALLA MILAGROSA - DEL 18 AL 26 DE NOVIEMBRE
ENCUENTRO DEL PAPA FRANCISCO EN ASÍS - JUEVES 17 DE NOVIEMBRE DE 2021
En su discurso a las monjas clarisas de la ciudad de Asís, el Papa compartió 4 reflexiones sobre el perdón, aquí un breve resumen:
1º El equilibrio de los consagrados y el pecado de la corrupción. Siempre con la humildad de sentirse pecador, porque el Señor siempre perdona, mira para otro lado. Lo perdona todo.
2º No perder el hábito de pedir perdón. ¡Pecadores sí, corruptos no!
3º Perdonar es una condición para ser perdonados. Y no te olvides ¡de sonreír!
4º El Perdón y belleza de la caridad fraterna
ESPIRITUALIDAD, PAPA FRANCISCO
Encuentro De Oración En Asís. Foto: Vatican.Va
4 realistas reflexiones sobre el perdón del Papa a monjas (que aplica a todo consagrado y bautizado)
El amplio discurso, sin papeles, que el Santo Padre ofreció a las monjas clarisas de la ciudad de Asís tuvo dos partes.
El amplio discurso, sin papeles, que el Santo Padre ofreció a las monjas clarisas de la ciudad de Asís tuvo dos partes. Uno que trataba acerca de cómo mirar con serenidad la vida y una segunda acerca del perdón. Ofrecemos a continuación en cuatro apartados esas palabras del Papa que se convierten en maravillosas reflexiones que alimentan la vida interior. Hemos realizado una traducción al castellano de esas palabras del Papa.
1º El equilibrio de los consagrados y el pecado de la corrupción
Y así, yo diría que existe el equilibrio del hombre consagrado, de la mujer consagrada, de las hermanas. Es un equilibrio apasionado, no es un equilibrio frío: está lleno de amor y pasión. Y es fácil darse cuenta cuando el Señor pasa, y no dejarlo pasar sin escuchar lo que quiere decir. Este es tu trabajo. Lleváis sobre vuestros hombros los problemas de la Iglesia, los dolores de la Iglesia y también -me atrevería a decir- los pecados de la Iglesia, nuestros pecados, los pecados de los obispos, somos obispos pecadores, todos nosotros; los pecados de los sacerdotes; los pecados de las almas consagradas… Y los lleváis ante el Señor: ‘Son pecadores, pero déjalo, perdónalos’, siempre con la intercesión por la Iglesia.
El peligro no está en ser pecadores. Si ahora preguntara: «¿Quién de vosotros no es pecador?», nadie hablaría. Lo decimos: todos somos pecadores. El peligro es que el pecado se vuelva habitual, como una actitud normal; porque cuando el pecado, una actitud pecaminosa se vuelve así, ya no es pecado, se convierte en corrupción. Y el corrupto es incapaz de pedir perdón, incapaz de darse cuenta de que ha hecho mal. El camino de la corrupción sólo tiene un billete de ida, apenas de vuelta. En cambio, la vida de los pecadores siente la necesidad de pedir perdón. Nunca pierdas ese sentimiento de necesidad de pedir perdón, siempre.
¿Qué significa esto? Que somos pecadores, que no somos corruptos. Si en un momento dado alguien dice: «No, no siento que tenga que pedir perdón», cuidado: estás entrando en el camino de la corrupción. Pedir que la Iglesia no se corrompa, ¡porque la corrupción de la Iglesia es fea! Es de «alta calidad»: ¡los sacerdotes, obispos y monjas corruptos son de la más alta calidad! Piensa en esas monjas jansenistas, por ejemplo, en Port Royal: eran tan puras como los ángeles, pero decían que eran tan soberbias como los demonios. Esto es corrupción de la más alta calidad, la corrupción de la gente buena. Hay un dicho que dice: «Corruptio optimi pessima», es decir, la corrupción de lo mejor es lo peor. Siempre con la humildad de sentirse pecador, porque el Señor siempre perdona, mira para otro lado. Lo perdona todo.
2º No perder el hábito de pedir perdón
Un confesor que estaba en Buenos Aires, de 92 años – todavía confiesa, con 94 años, siempre tiene cola en el confesionario, es capuchino, tiene cola de gente, cola de hombres, mujeres, niños, jóvenes, trabajadores, sacerdotes, obispos, monjas, todo, todo el rebaño del pueblo de Dios va a confesarse con él porque es un buen confesor…- Un día vino al palacio episcopal, todavía no era tan viejo, debía tener 84 años, se acercó y me dijo: «Sabes -me llamó por mi nombre de pila, llama a todos por su nombre de pila- sabes, hay un problema…» – «Dime, dime» – «Es que a veces me siento mal porque perdono demasiado… Y siento algo por dentro…». Era un hombre de alta oración, de alta contemplación. «Y dime, ¿qué haces, Luigi, cuando te sientes así?» – «Eh, voy a la capilla y rezo, y digo: ‘Señor, perdóname, porque he perdonado demasiado'» – «¿Pero eres un hombre de mente amplia?» – «No, no, yo digo las cosas serias, pero perdono porque me nace perdonar». Una vez le dije, no en ese momento, sino antes: «¿Pero a veces te acuerdas de no haber perdonado?». – «No, no me acuerdo». Es un buen confesor, ¿no? «¿Y qué haces tú?» – «Entro en la capilla, miro el tabernáculo: ‘Señor, perdóname, he perdonado demasiado’. Pero en un momento dado le digo: ‘Pero ten cuidado: ¡porque fuiste tú quien me dio el mal ejemplo!». Dios lo perdona todo. Sólo pide nuestra humildad para pedir perdón. Por eso es importante no perder esta costumbre de pedir perdón, que es una virtud. En cambio, los corruptos la pierden. ¡Pecadores sí, corruptos no!
3º Perdonar: condición para ser perdonados. Y sonreír
Recuerdo, volviendo al perdón -me gusta hablar del perdón, porque es algo positivo: más que el pecado, el perdón-, cuando Pedro le preguntó al Señor: «¿Pero cuántas veces tengo que perdonar? ¿Está bien siete veces?» – «Setenta veces siete», es decir, siempre. De hecho, cuando el Padre Nuestro nos enseña, perdonar a los demás es una condición para ser perdonado. Tú, en capítulo, por ejemplo -pasará, no creo que aquí, pero pensemos en otro convento-, una de vosotras está enfadada, tiene un poco de cara de vinagre, digamos, «porque me enfadé con aquella otra, pero que me pida perdón porque fue ella…». Todos conocemos las pequeñas cosas de la comunidad, yo también he estado en la comunidad y sé cómo es la comunidad. Incluso en la Curia pasan estas cosas… ¡Pero da el primer paso! Sonríe, sólo sonríe Es un hermoso día…
4º Perdón y belleza de la caridad fraterna
No sé si mencioné la otra vez a Teresina. Cuando tuvo que salir del coro, antes de la cena, diez minutos antes, para llevar a la madre San Pietro al refectorio porque la pobre cojeaba de todo; era un poco impaciente, y si Teresina la tocaba le decía: «¡No me toques! Si me tocas es un pecado». A veces esta amargura ocurría. ¿Y qué hizo Teresina? Una sonrisa siempre. La hizo pasar, la sentó, le cortó el pan, todo, para que cuando llegaran las otras hermanas estuviera todo listo para empezar a cenar. Y una vez eran tan insistente la queja de la Madre San Pietro que Teresina escuchó la música de un baile [en la casa contigua al monasterio] y dijo: ‘Hay gente bailando, gente feliz, gente disfrutando… Pero yo no cambio esto por aquello, para mí esto es más bonito’. La belleza de la caridad fraterna.
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Traducción del original realizada por el P. Jorge Enrique Mújica, LC
miércoles, 17 de noviembre de 2021
EL EVANGELIO DE HOY MIÉRCOLES 17 DE NOVIEMBRE DE 2021
Miércoles 33 del tiempo ordinario
Miércoles 17 de noviembre de 2021
1ª Lectura (2Mac 7,1.20-31): En aquellos días, arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley. Pero ninguno más admirable y digno de recuerdo que la madre. Viendo morir a sus siete hijos en el espacio de un día, lo soportó con entereza, esperando en el Señor. Con noble actitud, uniendo un temple viril a la ternura femenina, fue animando a cada uno, y les decía en su lengua: «Yo no sé cómo aparecisteis en mi seno; yo no os di el aliento ni la vida, ni ordené los elementos de vuestro organismo. Fue el creador del universo, el que modela la raza humana y determina el origen de todo. Él, con su misericordia, os devolverá el aliento y la vida, si ahora os sacrificáis por su ley».
Antíoco creyó que la mujer lo despreciaba, y sospechó que lo estaba insultando. Todavía quedaba el más pequeño, y el rey intentaba persuadirlo, no sólo con palabras, sino que le juraba que si renegaba de sus tradiciones lo haría rico y feliz, lo tendría por amigo y le daría algún cargo. Pero como el muchacho no hacía ningún caso, el rey llamó a la madre y le rogaba que aconsejase al chiquillo para su bien. Tanto le insistió, que la madre accedió a persuadir al hijo; se inclinó hacia él y, riéndose del cruel tirano, habló así en su idioma: «Hijo mío, ten piedad de mí, que te llevé nueve meses en el seno, te amamanté y crie tres años y te he alimentado hasta que te has hecho un joven. Hijo mío, te lo suplico, mira el cielo y la tierra, fíjate en todo lo que contienen y verás que Dios lo creó todo de la nada, y el mismo origen tiene el hombre. No temas a ese verdugo, no desmerezcas de tus hermanos y acepta la muerte. Así, por la misericordia de Dios, te recobraré junto con ellos».
Estaba todavía hablando, cuando el muchacho dijo: «¿Qué esperáis? No me someto al decreto real. Yo obedezco los decretos de la ley dada a nuestros antepasados por medio de Moisés. Pero tú, que has tramado toda clase de crímenes contra los hebreos, no escaparás de las manos de Dios».
Salmo responsorial: 16
R/. Al despertar, Señor, me saciaré de tu semblante.
Señor, escucha mi apelación, atiende a mis clamores, presta oído a mi súplica, que en mis labios no hay engaño.
Mis pies estuvieron firmes en tus caminos, y no vacilaron mis pasos. Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras.
Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme. Pero yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante.
Versículo antes del Evangelio (Jn 15,16): Aleluya. Yo os he elegido del mundo, dice el Señor, para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca. Aleluya.
Texto del Evangelio (Lc 19,11-28): En aquel tiempo, Jesús estaba cerca de Jerusalén y añadió una parábola, pues los que le acompañaban creían que el Reino de Dios aparecería de un momento a otro. Dijo pues: «Un hombre noble marchó a un país lejano, para recibir la investidura real y volverse. Habiendo llamado a diez siervos suyos, les dio diez minas y les dijo: ‘Negociad hasta que vuelva’. Pero sus ciudadanos le odiaban y enviaron detrás de él una embajada que dijese: ‘No queremos que ése reine sobre nosotros’.
»Y sucedió que, cuando regresó, después de recibir la investidura real, mandó llamar a aquellos siervos suyos, a los que había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno. Se presentó el primero y dijo: ‘Señor, tu mina ha producido diez minas’. Le respondió: ‘¡Muy bien, siervo bueno!; ya que has sido fiel en lo mínimo, toma el gobierno de diez ciudades’. Vino el segundo y dijo: ‘Tu mina, Señor, ha producido cinco minas’. Dijo a éste: ‘Ponte tú también al mando de cinco ciudades’. Vino el otro y dijo: ‘Señor, aquí tienes tu mina, que he tenido guardada en un lienzo; pues tenía miedo de ti, que eres un hombre severo; que tomas lo que no pusiste, y cosechas lo que no sembraste’. Dícele: ‘Por tu propia boca te juzgo, siervo malo; sabías que yo soy un hombre severo, que tomo lo que no puse y cosecho lo que no sembré; pues, ¿por qué no colocaste mi dinero en el banco? Y así, al volver yo, lo habría cobrado con los intereses’.
»Y dijo a los presentes: ‘Quitadle la mina y dádsela al que tiene las diez minas’. Dijéronle: ‘Señor, tiene ya diez minas’. ‘Os digo que a todo el que tiene, se le dará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y aquellos enemigos míos, los que no quisieron que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí’».
Y habiendo dicho esto, marchaba por delante subiendo a Jerusalén.
«Negociad hasta que vuelva»
P. Pere SUÑER i Puig SJ
(Barcelona, España)
Hoy, el Evangelio nos propone la parábola de las minas: una cantidad de dinero que aquel noble repartió entre sus siervos, antes de marchar de viaje. Primero, fijémonos en la ocasión que provoca la parábola de Jesús. Él iba “subiendo” a Jerusalén, donde le esperaba la pasión y la consiguiente resurrección. Los discípulos «creían que el Reino de Dios aparecería de un momento a otro» (Lc 19,11). Es en estas circunstancias cuando Jesús propone esta parábola. Con ella, Jesús nos enseña que hemos de hacer rendir los dones y cualidades que Él nos ha dado, mejor dicho, que nos ha dejado a cada uno. No son “nuestros” de manera que podamos hacer con ellos lo que queramos. Él nos los ha dejado para que los hagamos rendir. Quienes han hecho rendir las minas —más o menos— son alabados y premiados por su Señor. Es el siervo perezoso, que guardó el dinero en un pañuelo sin hacerlo rendir, el que es reprendido y condenado.
El cristiano, pues, ha de esperar —¡claro está!— el regreso de su Señor, Jesús. Pero con dos condiciones, si se quiere que el encuentro sea amistoso. La primera es que aleje la curiosidad malsana de querer saber la hora de la solemne y victoriosa vuelta del Señor. Vendrá, dice en otro lugar, cuando menos lo pensemos. ¡Fuera, por tanto, especulaciones sobre esto! Esperamos con esperanza, pero en una espera confiada sin malsana curiosidad. La segunda es que no perdamos el tiempo. La espera del encuentro y del final gozoso no puede ser excusa para no tomarnos en serio el momento presente. Precisamente, porque la alegría y el gozo del encuentro final será tanto mejor cuanto mayor sea la aportación que cada uno haya hecho por la causa del reino en la vida presente.
No falta, tampoco aquí, la grave advertencia de Jesús a los que se rebelan contra Él: «Aquellos enemigos míos, los que no quisieron que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí» (Lc 19,27).
ORACIÓN A SAN JOSÉ
SANTORAL DE HOY MIÉRCOLES 17 DE NOVIEMBRE DE 2021
Gregorio el Taumaturgo, Santo Obispo, 17 de noviembre |
Jordán Ansalone, Santo Mártir, 17 Noviembre |
Mártires Rioplatenses, Santos Mártires, 17 Noviembre |
Hugo de Lincoln, Santo Obispo, 17 Noviembre |
Salomé de Cracovia, Beata Reina de Hungría, 17 Noviembre |
Juan del Castillo, Santo Sacerdote y Mártir, 17 Noviembre |
Acisclo y Victoria, Santos Hermanos mártires, Noviembre 17 |
Gregorio de Tours, Santo Obispo, 17 de noviembre |
Lazaro el Pintor, Santo Monje, 17 de noviembre |
Hilda de Whitby (Ilda), Santa Abadesa, 17 Noviembre |
Isabel de Hungría, Santa Memoria Litúrgica, 17 de noviembre |
PAPA FRANCISCO PROPONE A SAN JOSÉ COMO GUÍA DEL MUNDO PARA SUPERAR LA CRISIS GLOBAL
Papa Francisco propone a San José como guía del mundo para superar la “crisis global”
POR MIGUEL PÉREZ PICHEL | ACI Prensa
Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa
El Papa Francisco presidió este miércoles 17 de noviembre la Audiencia General en la que hizo hincapié en la importancia de San José como guía para superar la “crisis global” que padece el mundo de hoy.
El Santo Padre inició este miércoles un nuevo ciclo de catequesis sobre la figura de San José. El Papa recordó que “el 8 de diciembre de 1870, el Beato Pío IX proclamó a San José patrono de la Iglesia universal”.
Recordó, también, que “a 150 años de aquel evento, estamos viviendo un año especial dedicado a San José”, una iniciativa muy oportuna en “un tiempo marcado por una crisis global de diversos elementos”. En ese contexto, la figura de San José “puede sernos de ayuda, de consuelo y de guía”.
El Papa explicó que el nombre de José, en hebreo, significa “Dios acreciente, Dios haga crecer”. En ese sentido, San José “es un hombre lleno de fe en Dios, en su providencia. Toda acción suya narrada en el Evangelio está marcada por la certeza de que Dios hace crecer, que aumenta, añade. Es decir, que Dios se encarga de hacer avanzar su plan de salvación”.
En su catequesis, el Pontífice puso de relieve que no por casualidad Jesús nació en Belén y vivió en Nazaret. “El Hijo de Dios no elige Jerusalén como lugar de su encarnación, sino Belén y Nazaret, dos pueblos periféricos alejados de los clamores de la historia y del poder”.
Francisco destacó que la elección de Belén y de Nazaret “nos dice que la periferia y la marginalidad son predilectas de Dios. No tomar en serio esta realidad equivale a no tomar en serio el Evangelio y la obra de Dios que continúa manifestándose en las periferias geográficas y existenciales”.
“Jesús siempre acude a las periferias, y esto nos debe dar mucha confianza, porque el Señor conoce las periferias de nuestro corazón, las periferias de nuestra alma, las periferias de nuestra sociedad, de nuestra ciudad, de nuestra familia. Es decir, esa parte un poco oscura que nosotros no mostramos, tal vez por vergüenza”.
Aseguró que “bajo este punto de vista la sociedad de entonces no es muy diferente de la nuestra. También hoy existe un centro y una periferia. Y la Iglesia está llamada a llamar y anunciar la buena noticia a partir de las periferias”.
“José, que es un carpintero de Nazaret que se fía del proyecto de Dios en la joven esposa con la que se ha prometido, recuerda a la Iglesia que debe fijar la mirada en aquello que el mundo ignora de forma deliberada”.
“Nos recuerda a cada uno de nosotros que se debe dar importancia a aquello que los demás descartan. En ese sentido, es un verdadero maestro de lo esencial: nos recuerda que aquello que verdaderamente vale no llama nuestra atención, pero exige un paciente discernimiento para pueda descubrirse y ponerse en valor”, concluyó su catequesis el Papa Francisco.