Curación de un paralítico
Milagros
Marcos 2, 1-12. Tiempo Ordinario. Esforzarnos por conocer profundamente a Cristo, para transmitirlo a los demás.
Por: Miguel Ángel Andrés Ugalde | Fuente: Catholic.net
Del santo Evangelio según san Marcos 2, 1-12
Entró de nuevo en Cafarnaúm; al poco tiempo había corrido la voz de que estaba en casa. Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, y él les anunciaba la Palabra. Y le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro. Al no poder presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados». Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones: «¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?» Pero, al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: "Tus pecados te son perdonados", o decir: "Levántate, toma tu camilla y anda?" Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados - dice al paralítico -: "A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa."» Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: «Jamás vimos cosa parecida».
Oración introductoria
Padre y Señor mío, bien conoces mi fragilidad y lo difícil que me es guardar silencio y apartarme de las distracciones durante mi meditación. Permite que tu Espíritu Santo me lleve ante Ti, como lo logró el paralítico, y que sepa ser dócil a tu gracia.
Petición
Señor, ¡sáname!, para que sea tu discípulo y misionero.
Meditación del Papa Francisco
Entró de nuevo en Cafarnaúm; al poco tiempo había corrido la voz de que estaba en casa. Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, y él les anunciaba la Palabra. Y le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro. Al no poder presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados». Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones: «¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?» Pero, al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: "Tus pecados te son perdonados", o decir: "Levántate, toma tu camilla y anda?" Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados - dice al paralítico -: "A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa."» Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: «Jamás vimos cosa parecida».
Oración introductoria
Padre y Señor mío, bien conoces mi fragilidad y lo difícil que me es guardar silencio y apartarme de las distracciones durante mi meditación. Permite que tu Espíritu Santo me lleve ante Ti, como lo logró el paralítico, y que sepa ser dócil a tu gracia.
Petición
Señor, ¡sáname!, para que sea tu discípulo y misionero.
Meditación del Papa Francisco
Alguien podría preguntar: "Pero, padre, ¿la misericordia no borra los pecados?" No, lo que borra los pecados es el perdón de Dios. La misericordia es la forma como Dios perdona. Porque Jesús podía decir: 'Yo te perdono. ¡Vete!', como le ha dicho a aquel paralítico que le habían bajado desde el techo: '¡Tus pecados te son perdonados!' Aquí dice: '¡Vete en paz!'. Jesús va más allá. Le aconseja de no volver a pecar. Aquí se ve la actitud misericordiosa de Jesús: defiende al pecador de sus enemigos; defiende al pecador de una condena justa. También nosotros, cuántos de nosotros, tal vez deberíamos ir al infierno, ¿cuántos de nosotros? Y esa condena es justa... y Él perdona más allá. ¿Cómo? Con esta misericordia.
La misericordia va más allá y transforma la vida de una persona de tal manera que el pecado sea dejado de lado. Es como el cielo. Nosotros miramos al cielo, tantas estrellas, tantas estrellas; pero cuando llega el sol, por la mañana, con tanta luz, las estrellas no se ven. Y así es la misericordia de Dios: una gran luz de amor, de ternura. Dios no perdona con un decreto, sino con una caricia, acariciando nuestras heridas del pecado. Porque Él está involucrado en el perdón, está involucrado en nuestra salvación. Y así Jesús hace de confesor: no humilla, no dice 'Qué has hecho, dime ¿Y cuándo lo has hecho? ¿Y cómo lo has hecho? ¿Y con quién lo has hecho?' ¡No! 'Vamos y de ahora en adelante ¡no peques más!'. Es grande la misericordia de Dios. ¡Nos perdona acariciándonos!(Cf. S.S. Francisco, 7 de abril de 2014, homilía en Santa Marta).
Reflexión
¡Qué atrayente es la persona de Jesús! ¡Se juntaron tantos que ni aún junto a la puerta cabían!. Es cautivadora su figura porque refleja el amor del Padre. Él les hablaría del amor misericordioso de Dios que perdona al que le ofende y luego de perdonarle le ama como al más querido de sus hijos. No le guarda resentimiento, sino que le da todo lo que daría al hijo fiel y todavía más porque sabe que es débil y necesita de un mayor amor y cuidado.
Sin embargo, no todos los presentes le escuchaban por primera vez, al menos así parece por la forma de actuar. Quizá le estaban siguiendo desde tiempo atrás, quizá le habían visto obrar y habían convivido con Él. No lo sabemos. El hecho es que aparecen cuatro personas que conducen a un enfermo a Cristo. ¿Por qué lo hacen? Lo más seguro es que ya conocían al Maestro y también conocían el amor que en ese momento enseñaba a los demás. Quizá habían sido objetos de su bondad divina y ahora se dedican a pregonar la gran novedad del amor de Dios. Ha sido tan grande su experiencia y es tan grande la felicidad que han sacado de ella, que se dedican a comunicarla a los demás y a tratar de hacerla partícipe al mayor número de personas posibles. Es tan grande su deseo de transmitirla que rompen el techo de la casa para que un hombre más goce de la felicidad que da ser blanco del amor divino.
Así debemos hacer cada uno de nosotros en nuestras vidas: Esforzarnos por conocer profundamente a Cristo, para transmitirlo al mayor número de personas posible, por encima del cansancio o del sacrificio que ello pueda implicar. La verdadera felicidad de muchas personas depende de nuestro mensaje. No lo reservemos para nosotros mismos.
Propósito
En mi oración, pedir a Dios que aumente mi fe.
Diálogo con Cristo
Sólo Tú puedes devolver a nuestras vidas el estado de gracia. Sólo Tú curas nuestras heridas con el bálsamo de tu amor. ¡Qué afortunados somos, pues no tenemos que desmantelar tejados para obtener tu perdón!
Nosotros mismos podemos acudir sin que nadie tenga que llevarnos...
¡Qué atrayente es la persona de Jesús! ¡Se juntaron tantos que ni aún junto a la puerta cabían!. Es cautivadora su figura porque refleja el amor del Padre. Él les hablaría del amor misericordioso de Dios que perdona al que le ofende y luego de perdonarle le ama como al más querido de sus hijos. No le guarda resentimiento, sino que le da todo lo que daría al hijo fiel y todavía más porque sabe que es débil y necesita de un mayor amor y cuidado.
Sin embargo, no todos los presentes le escuchaban por primera vez, al menos así parece por la forma de actuar. Quizá le estaban siguiendo desde tiempo atrás, quizá le habían visto obrar y habían convivido con Él. No lo sabemos. El hecho es que aparecen cuatro personas que conducen a un enfermo a Cristo. ¿Por qué lo hacen? Lo más seguro es que ya conocían al Maestro y también conocían el amor que en ese momento enseñaba a los demás. Quizá habían sido objetos de su bondad divina y ahora se dedican a pregonar la gran novedad del amor de Dios. Ha sido tan grande su experiencia y es tan grande la felicidad que han sacado de ella, que se dedican a comunicarla a los demás y a tratar de hacerla partícipe al mayor número de personas posibles. Es tan grande su deseo de transmitirla que rompen el techo de la casa para que un hombre más goce de la felicidad que da ser blanco del amor divino.
Así debemos hacer cada uno de nosotros en nuestras vidas: Esforzarnos por conocer profundamente a Cristo, para transmitirlo al mayor número de personas posible, por encima del cansancio o del sacrificio que ello pueda implicar. La verdadera felicidad de muchas personas depende de nuestro mensaje. No lo reservemos para nosotros mismos.
Propósito
En mi oración, pedir a Dios que aumente mi fe.
Diálogo con Cristo
Sólo Tú puedes devolver a nuestras vidas el estado de gracia. Sólo Tú curas nuestras heridas con el bálsamo de tu amor. ¡Qué afortunados somos, pues no tenemos que desmantelar tejados para obtener tu perdón!
Nosotros mismos podemos acudir sin que nadie tenga que llevarnos...