Cristo comenzó a revelarse a los apóstoles, no proporcionándoles un Credo, sino haciéndoles vivir la experiencia de su encuentro.
Cristo actual es hoy la Iglesia. Aceptar creer en Cristo y rechazar la Iglesia es aferrarse a un recuerdo histórico y a una realidad actual, histórica, contemporánea.
Creer es formar parte de un Pueblo o comunidad de creyentes; creemos conjuntamente; creer no es encerrarse en la soledad de nuestra relación personal con Dios; es entrar en la comunidad de los creyentes: es preciso captar esta dimensión comunitaria de la fe; creer es hacer un Pueblo de hermanos que llevan la Palabra de Dios por el mundo.
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (4,32-37):
EL grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común.
Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y se los miraba a todos con mucho agrado. Entre ellos no había necesitados, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba.
José, a quien los apóstoles apellidaron Bernabé, que significa hijo de la consolación, que era levita y natural de Chipre, tenía un campo y lo vendió; llevó el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 92,1ab.1c-2.5
R/. El Señor reina, vestido de majestad
El Señor reina, vestido de majestad;
el Señor, vestido y ceñido de poder. R/.
Así está firme el orbe y no vacila.
Tu trono está firme desde siempre,
y tú eres eterno. R/.
Tus mandatos son fieles y seguros;
la santidad es el adorno de tu casa,
Señor, por días sin término. R/.
Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (3,5a.7b-15):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
«Tenéis que nacer de nuevo; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu».
Nicodemo le preguntó:
«¿Cómo puede suceder eso?».
Le contestó Jesús:
«¿Tú eres maestro en Israel, y no lo entiendes? En verdad, en verdad te digo: hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio. Si os hablo de las cosas terrenas y no me creéis, ¿cómo creeréis si os hablo de las cosas celestiales? Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.
Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna».
Palabra del Señor
Comentario al Evangelio de hoy martes, 21 de abril de 2020
Eguione Nogeira, Misionero Claretiano
¡Queridos hermanos!
El Evangelio sigue con el dialogo de Jesús con Nicodemo. Hoy nos presenta el tema del nacimiento de lo alto. En el fondo se presenta la necesidad del hombre en participar de las realidades espirituales por medio de la fe.
Para “nacer de lo alto” hace falta una transformación interior del ser humano, abierto a la transcendencia. Esta apertura no significa agotar el conocimiento sobre Dios, sino dejarse empapar por la gracia divina, dejarse tocar por misericordia. Por eso, al utilizar la imagen del viento, Jesús quiere decir que las realidades celestiales permanecen siendo misterio, por lo que no se explican con criterios humanos. Esto se refuerza con la expresión “nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre” (Jn 3,13).
Jesús es el único y verdadero revelador de Dios y lo hace desde su experiencia inmediata con el Padre y en la cruz, signo de contradicción. La cruz se presenta como el lugar por excelencia de la revelación divina, del amor extremo. ¿Pero, cómo comprender esto? La serpiente puesta en un mástil en el desierto (Nm 21,4-9) sirve como una imagen pedagógica para comprender este misterio. Ella prefiguraba la crucifixión del Mesías, pues de maldición pasa a ser instrumento de sanación para el pueblo de Israel. Del mismo modo la cruz, instrumento de condenación y muerte, en Jesús se transforma en símbolo de salvación. Lo que queda evidente es que el amor y el dolor extremos se encuentran en la experiencia del Mesías crucificado.
Muchas personas buscan explicaciones religiosas para lo que estamos viviendo en estos momentos de pandemia y en otras situaciones en las que nuestra vida se encuentra en peligro. Decir que es un castigo de Dios, no es una respuesta que encuentra fundamentación en la revelación que Jesús nos ofrece. Pero, desde esta experiencia que estamos viviendo en todo el mundo, tenemos la oportunidad en hacer una profunda experiencia de encuentro con Dios, pues allí donde el dolor humano se hace fuerte, con más intensidad, el amor y la misericordia de Dios se hacen presentes.
¿Con qué frecuencia recibes la Comunión? ¿Podrías aún más frecuentemente?
Jesús es el Pan del Cielo, el Pan de los ángeles, el Pan de vida; el que come de este Pan vive en el cielo con los ángeles y aumenta en sí la vida de la gracia, que es la vida de la Trinidad, vivida en el corazón del hombre.
Sin pan material no puede vivir el cuerpo humano; sin este Pan celestial no puede vivir el alma; el alimento material recobra las fuerzas gastadas por el tiempo y por el trabajo y con este Pan celestial se consiguen redobladas fuerzas y entusiasmo para la obra de nuestra santificación.
Cómo filtrar las muchas voces que nos hablan, para escuchar lo que nos tiene que decir el Santo Espíritu de Dios.
Por: n/a | Fuente: La-palabra.com
"Se lava la carne para que se purifique el alma; se unge la carne para consagrar el alma; se signa la carne para fortalecer el alma; se imponen las manos sobre la carne para que el alma sea iluminada por el Espíritu; se nutre la carne con el Cuerpo y la Sangre de Cristo para que el alma se sacie de Dios" (Tertuliano, en De Resurrectione, 8).
Esta cita de uno de los Padres de la Iglesia nos permite ver algo de cómo los primeros cristianos entendían el Bautismo y la Confirmación, vale decir, que mientras el Bautismo "nos lava" del pecado original, es a través del don del Espíritu Santo que somos ungidos, sellados e iluminados.
Como sucede con los demás sacramentos, si queremos experimentar completamente las bendiciones de la Confirmación, a nosotros nos toca hacer algo también: creer que el Espíritu Santo vive en nosotros y que quiere hablarnos y actuar en nuestra vida. Tenemos, además, que aprender a escuchar su voz y seguir su guía. Así pues, en los párrafos siguientes, veremos cómo se pueden experimentar con mayor profundidad las bendiciones recibidas en la Confirmación.
Una multitud de voces.
Sí, es cierto que el Espíritu Santo nos quiere hablar, pero a veces nos cuesta escucharle. Esto sucede porque hay muchas otras voces que constantemente nos llegan de todos lados pidiendo atención. Todas quieren penetrar en nuestros razonamientos e influir en las decisiones que tomamos.
Pensemos en todas las voces, unas útiles, otras inútiles, que escuchamos durante el día: voces de familiares, amigos, compañeros de trabajo y vecinos. Está además toda la inmensidad de anuncios y propaganda comercial que nos urge a comprar diversos productos o servicios que supuestamente van a comunicarnos felicidad o satisfacción en la vida. Además están los medios de difusión (periódicos, televisión, radio, internet) que tratan de informarnos y condicionarnos para pensar de una u otra forma. También está la presencia de Satanás, el maligno "que engaña a todo el mundo" (Apocalipsis 12, 9). Y, naturalmente, está nuestro Padre celestial que quiere concedernos su sabiduría y guiarnos hacia el camino de la salvación.
Con todas estas voces que llegan al oído y a la mente, uno tiene que preguntarse: ¿Cómo puedo discernir lo correcto y lo erróneo en todas estas voces? La respuesta radica, en gran parte, en los dones espirituales que recibimos en nuestra Confirmación.
Declarar culpable y convencer.
Cuando fuimos confirmados, fuimos sellados con el Espíritu Santo, recibimos los dones espirituales y fuimos santificados como seguidores del Señor. Recibimos la gracia y el poder que nos permiten centrar la mente en las cosas de Dios y participar en la construcción del Reino en la tierra.
Pero, ¿cómo nos ayuda esta gracia día tras día? En su Evangelio, San Juan nos dice que el Espíritu Santo quiere hacernos reconocer nuestros pecados y convencernos de la santidad y la justicia de Jesús (v. Juan 16, 8-10). Esta doble obra de declararnos culpables y convencernos es parte de la esencia del Sacramento de la Confirmación.
En cuanto a reconocernos culpables de los pecados cometidos, el Espíritu Santo nos habla a la conciencia. Todos hemos pasado por situaciones en las que hemos ocultado o torcido la verdad, manipulado a alguien o desviado la atención de las consecuencias morales de alguna decisión que hayamos tomado.
Es muy importante que nosotros sepamos que el Espíritu Santo nos declara culpables de los pecados que hayamos cometido, pero es más importante aún que estemos dispuestos a reconocer la realidad de Cristo Jesús, porque quiere enseñarnos que el Señor es el fiel Servidor de Dios, que nos ha salvado de nuestros pecados; quiere revelarnos que Cristo es quien nos prodiga su divina misericordia cuando lo buscamos, que nos ama profundamente y que nunca se cansará de nosotros.
Estar conscientes de Dios.
El Señor nos ama a todos por igual. Nos creó a todos con la misma capacidad espiritual, de modo que nadie debe sentirse en desventaja al tratar de escuchar la voz del Espíritu Santo o reconocer la obra de Dios en su vida. La Escritura contiene magníficos relatos acerca de personas como San Pedro, la Virgen María y San Felipe, que percibieron la guía del Espíritu Santo aun cuando esa guía parecía extraña al principio. Por ejemplo, Pedro estuvo dispuesto a dejar de lado la tradición judía que le prohibía entrar en la casa de un gentil, pero haciéndolo dio lugar a la expansión del Evangelio más allá del judaísmo (Hechos 10, 1-49). A su vez, el Espíritu Santo inspiró a la Virgen María, por medio de un ángel, a renunciar a sus propios planes para ser la Madre de Dios (Lucas 1, 26-38), y Felipe fue conducido por el Espíritu para dirigirse hacia el desierto sin saber exactamente por qué, pero su obediencia dio lugar a la conversión de un alto oficial del gobierno etíope (Hechos 8, 26-39).
Del mismo modo, el Espíritu Santo también quiere hablarnos a nosotros. Tal vez no sea de la manera tan dramática que leemos en estos relatos, pero él quiere infundir nuevos pensamientos en nuestra mente. Por ejemplo, tal vez al caminar hacia la Iglesia para ir a misa tú te puedes sentir movido a hablarle a un desconocido y quién sabe si eso te daría la oportunidad de compartir tu fe en Jesucristo. O bien, tal vez estés mirando la televisión cuando sientas el deseo de orar por tu familia o pedirle a Dios perdón por alguna antigua situación de pecado. Estas son ocasiones en que el Espíritu quiere inspirarte tal como inspiró a Pedro, la Virgen María y Felipe para hacer algo inesperado. Estos son ejemplos de lo que hace el Espíritu Santo para que tú seas un instrumento apto para compartir el Evangelio y edificar la Iglesia de Cristo. Y todo esto fluye del Sacramento de la Confirmación.
Sí, es cierto que es necesario asegurarnos de que estos impulsos provengan del Espíritu Santo, pero sucede muy a menudo que descartamos estas inspiraciones como cosas pasajeras sin consecuencia alguna. Naturalmente, también es posible que algunas ideas como éstas provengan sólo de nuestra propia imaginación, pero no es imposible que vengan del Espíritu Santo. Pensemos en lo que sucedió con San Pedro. Un día le dijo a Jesús "Tú eres el Mesías" (Mateo 16, 16), tal vez pensando que era algo que a él solo se le había ocurrido, pero Jesús le corrigió: "Esto no lo conociste por medios humanos, sino porque te lo reveló mi Padre que está en el cielo" (Mateo 16, 17).
¿Por qué Pedro pronunció estas palabras? Porque amaba a Jesús, pasaba horas en su compañía y quería llegar a ser como él. Es claro que la devoción de Pedro lo había cambiado, y al parecer, él ni siquiera se había dado cuenta. Lo mismo puede sucedernos a nosotros. Si pasamos tiempo con Jesús cada día, el amor que le tenemos crecerá y se hará más fuerte, desearemos complacerlo y comenzaremos a escuchar la voz del Espíritu Santo en el corazón. Ya sea que lo reconozcamos o no, nuestra vida comenzará a cambiar y así nos iremos asemejando un poco más al Señor.
Practicar la escucha.
Reconozcamos que el Espíritu Santo quiere hablarnos a todos, hasta ser la voz dominante en nuestra mente, y mientras mejor dispuestos estemos a aceptar la obra del Espíritu de hacernos ver nuestros pecados, convencernos de amar al Señor y edificar la Iglesia, más nos acercaremos a Cristo y avanzaremos por el camino de la santidad. Igualmente, encontraremos que la gracia de la Confirmación tiene una influencia cada vez más poderosa en nuestra vida personal y espiritual.
Creamos pues que podemos estar conscientes de la presencia de Dios; creamos que el Espíritu Santo realmente nos habla y tratemos de percibir lo que nos trata de decir cada día, para que estemos más atentos a sus inspiraciones.
Al mismo tiempo, comprometámonos a poner en práctica al menos una buena acción que nos parezca percibir en la mente cada día de este mes. Cuando estés haciendo oración o justo después de recibir la Sagrada Eucaristía, pídele al Espíritu Santo que te hable y te conceda los dones que quiera darte. Luego, pon atención a los pensamientos que lleguen a tu mente, escribe lo que te parezca que te dice el Espíritu Santo y busca la manera de ponerlo en práctica. Después de unos días, reflexiona y ve qué tipo de resultados han surgido de lo que te pareció escuchar o de lo que hiciste.
Papa Francisco: Ser buen cristiano no es solamente cumplir mandamientos
POR MERCEDES DE LA TORRE | ACI Prensa
Foto: Vatican Media
El Papa Francisco señaló que “ser cristiano no es solamente cumplir los mandamientos” sino permitir que el Espíritu Santo conduzca con docilidad y libertad.
“Ser cristiano no es solamente cumplir los mandamientos: hay que cumplirlos, eso es verdad; pero si te detienes allí, no eres un buen cristiano. Ser buen cristiano es dejar que el Espíritu entre en nosotros y te conduzca donde Él quiere. Esta es la libertad del Espíritu. Que el Señor nos ayude a ser siempre dóciles al Espíritu Santo”, así lo indicó el Santo Padre durante su homilía de la Misa en la Casa Santa Marta este lunes 20 de abril.
Al reflexionar en el pasaje del Evangelio de San Juan (Jn 3:1-8) que relata el encuentro de Jesús con Nicodemo, el Pontífice comentó que “en nuestra vida cristiana, muchas veces nos detenemos como Nicodemo, delante el ‘por lo tanto’, no sabemos qué paso dar, no sabemos cómo hacerlo, no tenemos la confianza en Dios para dar ese paso y dejar entrar al Espíritu”.
Por ello, el Papa Francisco invitó a “nacer de nuevo, dejar que el Espíritu Santo entre en nosotros y que sea el Espíritu para guiar y no yo, y aquí, libre, con esta libertad del Espíritu que nunca sabrás dónde acabarás”.
“El salto que la confesión que Nicodemo debe hacer es (…) él no sabe cómo hacerla, porque el Espíritu es imprevisible, la definición del Espíritu que Jesús da aquí es interesante: el viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu, es decir, libre, persona que se deja llevar de una parte a la otra por el Espíritu Santo. Esta es la libertad del Espíritu y quien hace esto es una persona dócil, y aquí se habla de la docilidad al Espíritu”, advirtió.
En esta línea, el Papa describió que cuando “los apóstoles estaban en el cenáculo, cuando vino el Espíritu, salieron a predicar esa valentía, con aquella franqueza, no sabían que esto iba a suceder; y lo hicieron, porque el Espíritu los estaba guiando”.
“El cristiano no debe nunca detenerse solamente en el cumplimiento de los Mandamientos: hay que cumplirlos, pero, ir más allá, hacia este nacimiento nuevo, que es el nacimiento en el Espíritu y te da la libertad del Espíritu”, afirmó.
Además, el Santo Padre comentó también la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles (Hechos 4:23-31) para referir que “esto es lo que sucedió a esta comunidad cristiana, en la primera lectura, después de que Juan y Pedro regresaron de aquel interrogatorio que tuvieron con los sacerdotes”.
“Fueron a ver a sus hermanos en esta comunidad y reportaron lo que los jefes de los sacerdotes y los ancianos les había dicho. Y la comunidad, cuando escucharon esto, todos juntos, se asustaron un poco ¿Y qué hicieron? Rezaron. No se detuvieron en las medidas de precaución, ‘no, hagamos esto ahora, vayamos un poco más tranquilos’: no. Rezar”.
En este sentido, el Papa aconsejó: “dejar que sea el Espíritu quien les diga qué hacer. Levantaron sus voces a Dios diciendo: ‘Señor’ y rezaron. Esta hermosa oración de un momento obscuro, de un momento en el que tienen que tomar decisiones y no saben qué hacer. Quieren nacer del Espíritu, abrir sus corazones al Espíritu: que sea Él quien lo diga… Y preguntan: ‘Señor, Herodes y Poncio Pilato con las naciones y los pueblos de Israel se han aliado contra tu Espíritu Santo y contra Jesús’. Cuentan la historia y dicen: ¡Señor, haz algo!”
“Y ahora, Señor, dirige tu mirada a aquel grupo de sacerdotes, aquel el de las amenazas y concede a tus siervos, de proclamar, con toda franqueza tu palabra, piden la franqueza, la valentía, el no tener miedo, extendiendo su mano hasta que se realicen ‘curaciones, señales y prodigios en el nombre de Jesús’. Y cuando terminaron su oración, el lugar donde estaban reunidos tembló, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaron la Palabra de Dios con franqueza. Un segundo Pentecostés ocurrió aquí”, expresó.
Finalmente, el Papa subrayó que “ante las dificultades, delante a una puerta cerrada, que no sabían cómo ir hacia adelante, van hacia el Señor, abren sus corazones y el Espíritu viene y les da lo que necesitan y salen a predicar con valentía, y hacia adelante. Esto es nacer del Espíritu, esto no se detiene en el ‘por lo tanto’, en el ‘por lo tanto’ de las cosas que siempre se ha hecho, en el ‘por lo tanto’, después de los Mandamientos, en el ‘por lo tanto’ después de las costumbres religiosas: ¡no! Esto es nacer de nuevo”.
“¿Y cómo se prepara uno para nacer de nuevo? Con la oración. La oración es la puerta que nos abre al Espíritu y nos da esta libertad, esta franqueza, esta valentía del Espíritu Santo. Que nunca sabrás a dónde te llevará, pero es el Espíritu” y concluyó pidiendo al Señor que “nos ayude a estar siempre abiertos al Espíritu, porque será Él quien nos llevará hacia adelante, en nuestra vida de servicio al Señor”.
Lecturas comentadas por el Papa Francisco:
Juan 3:1-8
1 Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judío. 2 Fue éste donde Jesús de noche y le dijo: «Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las señales que tú realizas si Dios no está con él.» 3 Jesús le respondió: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios.» 4 Dícele Nicodemo: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?» 5 Respondió Jesús: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. 6 Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu. 7 No te asombres de que te haya dicho: Tenéis que nacer de lo alto. 8 El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu.»
Hechos 4:23-31
23 Una vez libres, vinieron a los suyos y les contaron todo lo que les habían dicho los sumos sacerdotes y ancianos.24 Al oírlo, todos a una elevaron su voz a Dios y dijeron: «Señor, tú que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, 25 tú que has dicho por el Espíritu Santo, por boca de nuestro padre David, tu siervo: ¿A qué esta agitación de las naciones, estos vanos proyectos de los pueblos? 26 Se han presentado los reyes de la tierra y los magistrados se han aliado contra el Señor y contra su Ungido. 27 «Porque verdaderamente en esta ciudad se han aliado Herodes y Poncio Pilato con las naciones y los pueblos de Israel contra tu santo siervo Jesús, a quien has ungido, 28 para realizar lo que en tu poder y en tu sabiduría habías predeterminado que sucediera. 29 Y ahora, Señor, ten en cuenta sus amenazas y concede a tus siervos que puedan predicar tu Palabra con toda valentía, 30 extendiendo tu mano para realizar curaciones, señales y prodigios por el nombre de tu santo siervo Jesús.» 31 Acabada su oración, retembló el lugar donde estaban reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la Palabra de Dios con valentía.
Lectura del Libro de los Hechos de los apóstoles (4,23-31):
EN aquellos días, Pedro y Juan, puestos en libertad, volvieron a los suyos y les contaron lo que les habían dicho los sumos sacerdotes y los ancianos.
Al oírlo, todos invocaron a una a Dios en voz alta, diciendo:
«Señor, tú que hiciste el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos; tú que por el Espíritu Santo dijiste, por boca de nuestro padre David, tu siervo:
“¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos planean proyectos vanos? Se presentaron los reyes de la tierra, los príncipes conspiraron contra el Señor y contra su Mesías”.
Pues en verdad se aliaron en esta ciudad Herodes y Poncio Pilato con los gentiles y el pueblo de Israel contra tu santo siervo Jesús, a quien tú ungiste, para realizar cuanto tu mano y tu voluntad habían determinado que debía suceder. Ahora, Señor, fíjate en sus amenazas y concede a tus siervos predicar tu palabra con toda valentía; extiende tu mano para que realicen curaciones, signos y prodigios por el nombre de tu santo siervo Jesús».
Al terminar la oración, tembló el lugar donde estaban reunidos; los llenó a todos el Espíritu Santo, y predicaban con valentía la palabra de Dios.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 2,1-3.4-6.7-9
R/. Dichosos los que se refugian en ti, Señor
¿Por qué se amotinan las naciones
y los pueblos planean un fracaso?
Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
«Rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo». R/.
El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
«Yo mismo he establecido a mi Rey
en Sion, mi monte santo». R/.
Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho: «Tú eres mi hijo:
yo te he engendrado hoy.
Pídemelo:
te daré en herencia las naciones;
en posesión, los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás con jarro de loza». R/.
Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (3,1-8):
HABÍA un hombre del grupo de los fariseos llamado Nicodemo, jefe judío. Este fue a ver a Jesús de noche y le dijo:
«Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él».
Jesús le contestó:
«En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios».
Nicodemo le pregunta:
«¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?».
Jesús le contestó:
«En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: “Tenéis que nacer de nuevo”; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabemos de dónde viene ni adónde va. Así es todo lo que ha nacido del Espíritu».
Palabra del Señor
Comentario al Evangelio de hoy lunes, 20 de abril de 2020
Eguione Nogeira, Misionero Claretiano
¡Queridos hermanos!
El salmo empieza con un ruido, una sublevación de los reyes, como si la orientación histórica, el futuro de la humanidad, estuviera en manos de los hombres, de los que gobiernan las naciones, incluso en contra de Dios. Lo que estamos viviendo en estos momentos de pandemia nos lleva percibir que el futuro no está garantizado: no somos omnipotentes; nuestros proyectos, programaciones, rutinas… se han escapado de nuestras manos; nuestra finitud se muestra, ahora más que nunca, a flor de piel.
Pero esto no significa que hay que rendirse. El refrán del salmo “Dichosos los que se refugian en ti, Señor” proclama la dicha de quien se acoge a Dios. Buscar refugio o acogida en el Señor es un acto de confianza total en Dios, en cuyas manos están los hilos de la Historia y de nuestra historia particular, de nuestra vida. Lo mismo dice, con la imagen del viento, el Evangelio: “el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabemos de dónde viene ni adónde va”. Él es el “punto omega” hacia el que se encamina todo lo creado.
Por eso, orar con este salmo es situarse ante Dios, deponer la rebeldía y el deseo de omnipotencia y saberse acogido desde nuestra fragilidad en las manos de Dios. Este es, en el fondo, el tema del dialogo de Jesús con Nicodemo, que nos acompañará en los próximos días: ¿la salvación es fruto del cumplimiento de la Ley o es un don gratuito de Dios?
El Evangelio nos sitúa en la noche. Muchos de nosotros nos sentimos como en una larga noche. Necesitamos una luz que alumbre nuestras preguntas, nuestros miedos, nuestras incertidumbres. Nicodemo, trae consigo muchas dudas, pero busca la respuesta. Y la encuentra. No de la forma que buscaba, en un Mesías poderoso, que todo puede solucionar como por arte de magia, sino en el Hijo del hombre elevado en la cruz, prueba suprema del amor del Padre hacia la humanidad.
Para comprender esto es necesario nacer de lo alto, es decir, aceptar la vida como don, del que no podemos disponer por nosotros mismos. Aceptar nuestra existencia como don es, en definitiva, acoger la filiación divina regalada por el Hijo de Dios y vivirla con en fraternidad, que es consecuencia de esta filiación.
Nos ha dicho Jesús que él es el Pan de la vida que ha bajado del cielo para traer la vida al mundo; sin ese Pan eucarístico el mundo se moriría de hambre: hambre de verdad, hambre de bondad, hambre de santidad que solamente pueden satisfacerse con ese Pan celestial, que es Jesús Eucaristía.
Jesús ha venido al mundo para traerle la vida divina. Tu vida eucarística has de vivirla con proyección a todas tus obras del día, que de una u otra forma han de acusar la influencia que en ellas se recibe de tu comunión.
Homilía del Papa Francisco en el Domingo de la Divina Misericordia
Redacción ACI Prensa
El Papa Francisco presidió este domingo 19 de abril la celebración de la Misa en 20º aniversario de la canonización de Santa Faustina Kowalska y de la institución del Domingo de la Divina Misericordia, que se celebra hoy.
A continuación, la homilía completa del Papa Francisco:
“El domingo pasado celebramos la resurrección del Maestro, y hoy asistimos a la resurrección del discípulo. Había transcurrido una semana, una semana que los discípulos, aun habiendo visto al Resucitado, vivieron con temor, con ‘las puertas cerradas’ (Jn 20,26), y ni siquiera lograron convencer de la resurrección a Tomás, el único ausente”.
“¿Qué hizo Jesús ante esa incredulidad temerosa? Regresó, se puso en el mismo lugar, ‘en medio’ de los discípulos, y repitió el mismo saludo: ‘Paz a vosotros’ (Jn 20,19.26). Volvió a empezar desde el principio. La resurrección del discípulo comenzó en ese momento, en esa misericordia fiel y paciente, en ese descubrimiento de que Dios no se cansa de tendernos la mano para levantarnos de nuestras caídas”.
“Él quiere que lo veamos así, no como un patrón con quien tenemos que ajustar cuentas, sino como nuestro Papá, que nos levanta siempre. En la vida avanzamos a tientas, como un niño que empieza a caminar, pero se cae; da pocos pasos y vuelve a caerse; cae y se cae una y otra vez, y el papá lo levanta de nuevo. La mano que siempre nos levanta es la misericordia. Dios sabe que sin misericordia nos quedamos tirados en el suelo, que para caminar necesitamos que vuelvan a ponernos en pie”.
“Y tú puedes objetar: ‘¡Pero yo sigo siempre cayendo!’. El Señor lo sabe y siempre está dispuesto a levantarnos. Él no quiere que pensemos continuamente en nuestras caídas, sino que lo miremos a Él, que en nuestras caídas ve a hijos a los que tiene que levantar y en nuestras miserias ve a hijos a los que tiene que amar con misericordia”.
“Hoy, en esta iglesia que se ha convertido en santuario de la misericordia en Roma, en el Domingo que veinte años atrás san Juan Pablo II dedicó a la Divina Misericordia, acojamos con confianza este mensaje. Jesús le dijo a santa Faustina: ‘Yo soy el amor y la misericordia misma; no existe miseria que pueda medirse con mi misericordia’ (Diario, 14 septiembre 1937)”.
“En otra ocasión, la santa le dijo a Jesús, con satisfacción, que le había ofrecido toda su vida, todo lo que tenía. Pero la respuesta de Jesús la desconcertó: ‘Hija mía, no me has ofrecido lo que es realmente tuyo’. ¿Qué cosa había retenido para sí aquella santa religiosa? Jesús le dijo amablemente: ‘Hija, dame tu miseria’ (10 octubre 1937)”.
“También nosotros podemos preguntarnos: ‘¿Le he entregado mi miseria al Señor? ¿Le he mostrado mis caídas para que me levante?’. ¿O hay algo que todavía me guardo dentro? Un pecado, un remordimiento del pasado, una herida en mi interior, un rencor hacia alguien, una idea sobre una persona determinada... El Señor espera que le presentemos nuestras miserias, para hacernos descubrir su misericordia”.
“Volvamos a los discípulos. Habían abandonado al Señor durante la Pasión y se sentían culpables. Pero Jesús, cuando fue a encontrarse con ellos, no les dio largos sermones. Sabía que estaban heridos por dentro, y les mostró sus propias llagas. Tomás pudo tocarlas y descubrió lo que Jesús había sufrido por él, que lo había abandonado. En esas heridas tocó con sus propias manos la cercanía amorosa de Dios”.
“Tomás, que había llegado tarde, cuando abrazó la misericordia superó a los otros discípulos; no creyó sólo en su resurrección, sino también en el amor infinito de Dios. E hizo la confesión de fe más sencilla y hermosa: ‘¡Señor mío y Dios mío!’ (v. 28). Así se realiza la resurrección del discípulo, cuando su humanidad frágil y herida entra en la de Jesús. Allí se disipan las dudas, allí Dios se convierte en mi Dios, allí volvemos a aceptarnos a nosotros mismos y a amar la propia vida.
“Queridos hermanos y hermanas: En la prueba que estamos atravesando, también nosotros, como Tomás, con nuestros temores y nuestras dudas, nos reconocemos frágiles. Necesitamos al Señor, que ve en nosotros, más allá de nuestra fragilidad, una belleza perdurable. Con Él descubrimos que somos valiosos en nuestra debilidad, nos damos cuenta de que somos como cristales hermosísimos, frágiles y preciosos al mismo tiempo”.
“Y si, como el cristal, somos transparentes ante Él, su luz, la luz de la misericordia brilla en nosotros y, por medio nuestro, en el mundo. Ese es el motivo para alegrarse, como nos dijo la Carta de Pedro, ‘alegraos de ello, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas’ (1 P 1,6)”.
“En esta fiesta de la Divina Misericordia el anuncio más hermoso se da a través del discípulo que llegó más tarde. Sólo él faltaba, Tomás, pero el Señor lo esperó. La misericordia no abandona a quien se queda atrás”.
“Ahora, mientras pensamos en una lenta y ardua recuperación de la pandemia, se insinúa justamente este peligro: olvidar al que se quedó atrás. El riesgo es que nos golpee un virus todavía peor, el del egoísmo indiferente, que se transmite al pensar que la vida mejora si me va mejor a mí, que todo irá bien si me va bien a mí”.
“Se parte de esa idea y se sigue hasta llegar a seleccionar a las personas, descartar a los pobres e inmolar en el altar del progreso al que se queda atrás. Pero esta pandemia nos recuerda que no hay diferencias ni fronteras entre los que sufren: todos somos frágiles, iguales y valiosos. Que lo que está pasando nos sacuda por dentro. Es tiempo de eliminar las desigualdades, de reparar la injusticia que mina de raíz la salud de toda la humanidad”.
“Aprendamos de la primera comunidad cristiana, que se describe en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Había recibido misericordia y vivía con misericordia: ‘Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno’ (Hch 2,44-45). No es ideología, es cristianismo”.
“En esa comunidad, después de la resurrección de Jesús, sólo uno se había quedado atrás y los otros lo esperaron. Actualmente parece lo contrario: una pequeña parte de la humanidad avanzó, mientras la mayoría se quedó atrás. Y cada uno podría decir: ‘Son problemas complejos, no me toca a mí ocuparme de los necesitados, son otros los que tienen que hacerse cargo’”.
“Santa Faustina, después de haberse encontrado con Jesús, escribió: ‘En un alma que sufre debemos ver a Jesús crucificado y no un parásito y una carga… [Señor], nos ofreces la oportunidad de ejercitarnos en las obras de misericordia y nosotros nos ejercitamos en los juicios’ (Diario, 6 septiembre 1937)”.
“Pero un día, ella misma le presentó sus quejas a Jesús, porque: ser misericordiosos implica pasar por ingenuos. Le dijo: ‘Señor, a menudo abusan de mi bondad’, y Jesús le respondió: ‘No importa, hija mía, no te fijes en eso, tú sé siempre misericordiosa con todos’ (24 diciembre 1937)”.
“Con todos, no pensemos sólo en nuestros intereses, en intereses particulares. Aprovechemos esta prueba como una oportunidad para preparar el mañana de todos. Porque sin una visión de conjunto nadie tendrá futuro”.
“Hoy, el amor desarmado y desarmante de Jesús resucita el corazón del discípulo. Que también nosotros, como el apóstol Tomás, acojamos la misericordia, salvación del mundo, y seamos misericordiosos con el que es más débil. Sólo así reconstruiremos un mundo nuevo”.