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a) Los Santos y nosotros
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| 10. Los Santos y nosotros. ¿Podemos tener imágenes? ¿Orar por los difuntos? |  
 Queridos hermanos católicos:
 El 
Santo Padre ha beatificado y canonizado a una gran cantidad 
de hombres y mujeres a lo largo de toda la 
Iglesia Universal. Con esto la Iglesia ha reconocido oficialmente su 
testimonio de santidad. De esta forma ellos se convierten para 
los creyentes en un modelo de santidad y en intercesores 
en favor nuestro. Por supuesto la Iglesia Católica a nadie 
obliga a invocar y tener devoción a los santos. Solamente 
los propone como modelos para ser imitados.
 
 Ahora bien, muchos 
católicos se dan cuenta de que los hermanos no católicos 
rechazan enérgicamente a los santos diciendo que no necesitamos otros 
modelos de santidad, ya que tenemos el modelo de Jesús. 
Y menos necesitamos a los santos como intercesores, pues Cristo 
es el Unico mediador ante el Padre. Muchos católicos no 
saben qué contestar y están dudosos frente a estas opiniones.
 
 1. 
¿Qué debemos contestar a los que piensan así?
 Los hermanos 
evangélicos dicen: No necesitamos otro modelo de santidad si ya 
tenemos el modelo del propio Jesús.
 Queridos hermanos: Esta es 
una verdad a medias. Y enseguida me vienen a la 
mente los textos bíblicos del Apóstol Pablo: «Para mí la 
vida es Cristo, y la muerte es ganancia... Hermanos, sigan 
mi ejemplo y fíjense también en los que viven según 
el ejemplo que nosotros les hemos dado a ustedes» (Fil. 
1, 21 y 3, 17).
 
 En otra parte dice el 
Apóstol: "Sigan ustedes mi ejemplo como yo sigo el ejemplo 
de Cristo Jesús" (1 Tim. 1, 16).
 En estos textos 
vemos claramente que Pablo se pone a sí mismo como 
ejemplo de seguidor de Cristo, e incita a los creyentes 
a ser sus imitadores, como él lo es de Cristo.
 
 Tomemos otro ejemplo de la Biblia: María, la Madre de 
Jesús.
 Ella es la mujer «que Dios ha bendecido más 
que a todas las mujeres» (Lc. 1, 28 y 1, 
42), como dijeron el ángel Gabriel y su prima Isabel. 
Y en el cántico de María (Lc. 1, 46-55); ella 
se presenta también como ejemplo de humilde servidora y de 
esclava, «en adelante todos los hombres me llamarán bienaventurada» (Lc. 
1, 48).
 
 La Biblia, entonces, pone claramente a María como 
modelo de santidad para todas las generaciones. Y es eso 
lo que celebra la Iglesia Católica al venerar a María. 
La veneración a María nunca puede ser culto de adoración; 
la veneración es un culto de honra y de profundo 
respeto hacia la Madre de Jesús.
 
 Cuando leemos con atención 
las Escrituras, nos damos cuenta de que la Biblia nos 
ofrece muchos modelos de santidad; por ejemplo: al apóstol Tomás, 
que era un hombre con grandes dudas sobre la fe 
pero que al fin proclamó a Jesús como su Señor 
y su Dios (Jn. 20, 26-28).
 
 Así también la Iglesia 
católica presenta el ejemplo de Juan Bautista que con gran 
valentía dio testimonio de Jesús hasta derramar su sangre por 
el Señor (Mt. 14, 1-12).
 De igual manera, la Iglesia 
Católica presenta ahora a los santos de nuestros tiempos como 
ejemplos de fe cristiana. Ellos nos señalan un camino y 
muchos ven en ellos la gracia del Señor Jesús, que 
fue tan eficaz en sus vidas. Los santos son para 
nosotros verdaderos modelos a imitar. Ellos tuvieron una clara prioridad 
en su vida: Jesucristo. Y es este modelo de fe 
cristiana el que tocó de diversas maneras el corazón de 
mucha gente. La fe en los santos no es, de 
ninguna manera, un obstáculo a la fe en Jesucristo, como 
piensan los hermanos evangélicos, sino un estímulo para seguir a 
Cristo. Son tres distintos modelos de santidad que Dios ha 
regalado a su Iglesia en este último tiempo.
 
 Por supuesto 
debemos evitar excesos, los santos no son semidioses y la 
santidad de tal o cual persona nunca puede oscurecer el 
seguimiento de Cristo. Al contrario, la verdadera santidad de los 
santos siempre anima hacia una mayor búsqueda de Dios.
 
 2. Los 
santos como intercesores:
 Muchos hermanos evangélicos tienen problemas para aceptar 
a los santos como intercesores en favor nuestro. Simplemente dicen 
que Jesucristo es el único Mediador entre Dios y los 
hombres y que no necesitamos nuevos intercesores: «Hay un solo 
Dios, y un solo Mediador entre Dios y los hombres, 
Cristo Jesús» (1 Tim. 2, 5; Hebr. 8, 6 y 
9, 11-14).
 
 Nosotros, los católicos, proclamamos también que Jesucristo es 
el Unico Mediador entre Dios y los hombres. Pero los 
santos no son un obstáculo para dirigirnos directamente a Jesucristo, 
a Dios Padre o al Espíritu Santo. Los santos no 
nos alejan de Dios; simplemente ellos con sus ejemplos de 
fe cristiana nos estimulan a acercarnos a Dios con la 
sola mediación de Jesucristo.
 
 Ahora bien, cuando la Iglesia Católica 
dice que los santos son intercesores nuestros delante de Jesucristo, 
eso no quiere decir que ellos son los que hacen 
los milagros. Es siempre Dios Padre, Jesucristo o el Espíritu 
Santo, quienes obran maravillas entre nosotros, aunque sí puede ser 
que los milagros sean hechos “por intercesión” de estos santos.
 
 3. El ejemplo de María
 Veamos el ejemplo de María 
en las bodas de Caná. Es María la Madre de 
Jesús la que invita discretamente a su Hijo a hacer 
un milagro diciendo: “Ya no tienen vino”. Y Jesús le 
hace entender que la hora de hacer signos no ha 
llegado todavía. Sin embargo, por la intercesión de su Madre 
María, Jesús hace su primer milagro (Jn. 2, 1-12).
 
 Este 
es el sentido bíblico de la intercesión de los santos. 
Hay muchos ejemplos más de la intercesión de los santos 
ante Dios. Veamos algunos textos: Moisés ora a Dios por 
intercesión de Abraham, Isaac y de Jacob (Ex. 32, 11-14).
 Jesús manda a sus Apóstoles a sanar enfermos, a resucitar 
muertos, a limpiar leprosos y echar demonios (Mt. 10, 8). 
Pedro y Juan, en nombre de Jesús, sanan a un 
hombre tullido (Hech. 3, 1-10).
 
 En el pueblo de Troáda, 
el apóstol Pablo devuelve la vida a un joven accidentado 
(Hech. 20, 7-11).
 
 Cuando el apóstol Pedro pasaba por la 
calle, la gente sacaba a los enfermos y los ponía 
en camillas para que, al pasar Pedro, por lo menos 
su sombra cayera sobre algunos de ellos, y todos eran 
sanados (Heh. 5, 15-16). Dios hacía grandes milagros por medio 
de Pablo, tanto que hasta los pañuelos o las ropas 
que habían sido tocados por su cuerpo eran llevadas a 
los enfermos y los espíritus malos salían de éstos (Hech. 
19, 11-12).
 
 Todos estos textos nos dicen que Jesucristo hacía 
milagros por medio de sus discípulos. “Ustedes han recibido este 
poder sin costo; úsenlo sin cobrar”, dijo Jesús (Mt. 10, 
8).
 
 4. Dios acepta la oración de los santos
 La 
Biblia nos enseña también que debemos ayudarnos mutuamente con la 
oración. “La oración de los santos es como perfume agradable 
ante el trono de Dios” (Apoc. 8, 4).
 
 “Ahora me 
alegro, dice el Apóstol Pablo, en lo que sufro por 
ustedes, porque de esta manera voy completando en mi propio 
cuerpo lo que falta a los sufrimientos de Cristo por 
la Iglesia, que es su cuerpo»” (Col. 1, 24).
 
 “La 
oración fervorosa del hombre bueno tiene mucho poder. El profeta 
Elías era un hombre tal como nosotros, y cuando pidió 
en su oración que no lloviera, dejó de llover sobre 
la tierra durante tres años y medio y después cuando 
oró otra vez, volvió a llover y la tierra dio 
su cosecha” (Stgo. 5, 16-18).
 “Los cuatro seres vivientes y 
los 24 ancianos se pusieron de rodillas delante del Cordero. 
Cada uno de los ancianos tenía un arpa, y llevaban 
copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones 
de los que pertenecen a Dios” (Apoc. 5, 8).
 
 En 
todos estos textos notamos que la oración fervorosa o la 
intercesión de los santos tiene mucho poder delante del trono 
de Dios. No podemos dudar de que estos santos, que 
ahora están delante de Dios, van a interceder por nosotros, 
como lo hizo Moisés al hablar con Dios para aplacar 
su ira invocando a Abraham, Isaac y Jacob (Ex. 32, 
13).
 
 Al invocar a los santos siempre contemplaremos las virtudes 
que obró Dios en ellos. Dios está siempre en el 
trasfondo de nuestra invocación o veneración a los santos. Los 
santos no nos alejan de Dios, sino que nos invitan 
a ponernos directamente en contacto con El, con la sola 
mediación de Jesucristo.
 
 5. ¿Debemos evitar los excesos en la 
veneración de los santos?
 Por supuesto que en nuestra veneración 
a los santos debemos evitar los excesos. Por ejemplo, hay 
gente que no busca a los santos como un modelo 
de fe cristiana, sino solamente como remedio a sus dolencias, 
angustias y dificultades, o para encontrar un objeto que se 
le ha perdido. Sabemos muy bien que hay gente que 
se acerca a los santos con una fe casi mágica. 
No nos corresponde juzgar los sentimientos de nuestros hermanos que 
tienen una fe débil. Pero estoy seguro de que Dios 
respeta la conciencia de cada uno.
 
 Pienso en aquella mujer 
de la Biblia que sufría hemorragias de sangre durante tantos 
años, la que se acercó a Jesús tal vez con 
una fe mágica, pensando que con sólo tocar su manto 
sanaría, y la señora con esta fe que a nosotros 
nos parece medio mágica sanó. Pero luego Jesús buscó a 
aquella mujer y quiso darle más que un simple remedio 
a sus dolencias. Jesús deseaba un encuentro personal con aquella 
enferma y aclarar la verdadera razón de su sanación: La 
fe. "Hija, has sido sanada porque creíste" (Lc. 8, 43-48).
 
 Creo que hay mucha gente católica, entre nosotros que se 
acerca a Cristo y a los santos con esta actitud 
tímida, con esta fe no muy clara, tal vez con 
creencias medio mágicas. Pero no tenemos derecho a humillar o 
aplastar esta poca fe que tiene la gente sencilla. Es 
un pecado muy grave burlarse de la fe débil de 
uno de nuestros hermanos. Debemos ayudarles con mucho amor a 
purificar su fe, como lo hizo Jesús con aquella mujer 
enferma. Un poco de fe basta para que Dios actúe.
 Queridos hermanos católicos, termino esta carta dando gracias a Dios 
por las grandes maravillas que obró en los santos, y 
por habernos hecho el hermoso regalo de nuestros santos latinoamericanos. 
Ojalá que nosotros, contemplando sus ejemplos logremos también la santidad.
 
 Y termino recordando que la Iglesia no obliga a nadie 
a invocar y tener devoción a los santos. Esto depende 
del gusto, de la cultura y de la libertad de 
cada cristiano. Es un camino que se ofrece, y dichosos 
de nosotros si lo aceptamos con humildad y agradecimiento.
 
 Dice 
el CATECISMO
 ¿Somos todos llamados a la santidad?
 Sí, todos los 
bautizados, ya pertenezcan a la Jerarquía, a los laicos, todos 
somos llamados a la santidad.
 
 ¿Quiénes son los santos ?
 Los que llegaron ya a la patria y gozan de 
la presencia del Señor. Ellos no cesan de interceder por 
nosotros presentando a Dios por medio del único Mediador Jesús 
(1, Tim. 2, 5), los méritos que en la tierra 
alcanzaron.
 
 ¿A qué nos llama Dios?
 Dios nos llama a 
responder al deseo natural de felicidad que El mismo ha 
puesto dentro de nosotros. Y esta felicidad sólo la podemos 
lograr con la santidad de vida.
 
 ¿Qué es la comunión 
de los santos?
 La comunión de los santos significa que 
así como todos los creyentes forman entre sí un solo 
cuerpo, así también el bien de unos se comunica a 
otros.
 
 ¿Interceden los santos por nosotros?
 Sí, ellos interceden por 
nosotros al presentar, por medio del Unico Mediador Jesús, los 
méritos que adquirieron en la tierra.
 
 
 
 
 b) ¿Podemos 
tener imágenes?
 
 Queridos hermanos católicos:
 Cuántas veces hemos escuchado esta acusación 
de parte de nuestros hermanos evangélicos: “Los católicos hacen imágenes 
para adorarlas, mientras que la Biblia lo tiene estrictamente prohibido”.
 
 Muchos hermanos nuestros católicos no saben qué contestar, otros se 
dejan influenciar fácilmente por estas verdades a medias y algunos 
sienten la tentación de botar las imágenes de las capillas.
 
 Les quiero aclarar este tema acerca de las imágenes, pero 
con la Biblia en la mano. Antes que nada, debemos 
hacer una clara distinción entre una imagen, un cuadro, un 
adorno religioso y un ídolo, que es “la imagen de 
un falso dios”. La Biblia sí que rechaza enérgicamente el 
culto de adoración a los ídolos (falsos dioses), pero la 
Biblia nunca ha rechazado las imágenes como signos religiosos.
 
 ¿Qué 
es un ídolo según la Biblia?
 Muchos años antes de 
Jesús, en tiempo de Moisés, Dios comenzó a formar a 
su pueblo elegido, el pueblo de Israel. Era gente muy 
primitiva que Dios había sacado del politeísmo para llevarla al 
monoteísmo. Todos estos pueblos antiguos tenían infinidad de dioses, los 
que adoraban y representaban a través de imágenes de baales, 
que tenían la forma de un toro, de un león 
o de otros animales. A esas imágenes, el pueblo de 
Moisés las llamaba “ídolos” o falsos dioses. La gente de 
aquel tiempo pensaba que estas imágenes tenían un poder mágico 
o una fuerza milagrosa. En el fondo estos ídolos eran 
representaciones de poderes o vicios del hombre mismo. Por ejemplo 
la imagen del becerro de oro que aparece en Exodo 
32, era la expresión de la fuerza bruta de la 
naturaleza. También podía representar la encarnación del poder sexual desorientado 
y vicioso. Y el oro del becerro significaba el poder 
de la riqueza que explota y aplasta al hombre, es 
decir, el hombre con sus vicios, representados en el becerro 
de oro, quiere ser dios y no quiere dejar lugar 
al único y verdadero Dios.
 
 Dios llamó al pueblo hebreo 
a avanzar por la senda del monoteísmo, dejando atrás los 
ídolos y dando adoración al verdadero Dios. Pero los israelitas 
de aquel tiempo atraídos por las prácticas de los pueblos 
paganos querían, a veces, volver al politeísmo y a la 
adoración de ídolos. Entonces Moisés, inspirado por Yavé-Dios les prohibió 
estrictamente hacer estos ídolos: “No tengas otros dioses fuera de 
mí, no te hagas estatua, ni imagen alguna de lo 
que hay en el cielo ni en la tierra ni 
te postres ante esos “ídolos”, no les des culto”.
 
 Queridos 
hermanos, estos textos bíblicos son muy claros en su prohibición 
de hacer imágenes o estatuas de falsos dioses. Pero otra 
cosa muy distinta es aplicar estos textos a las imágenes 
como adornos o signos religiosos. Estos signos (imágenes) nunca han 
sido prohibidos por Dios ni por la Biblia.
 
 Textos aclaratorios:
 La Sagrada Escritura siempre hace la distinción entre imágenes como 
“ídolos” e imágenes como “adornos o signos religiosos”. Leamos algunos 
textos en los cuales Dios mismo manda a Moisés hacer 
imágenes como símbolos religiosos: “Harán dos querubines de oro macizo, 
labrados a martillo y los pondrán en las extremidades del 
lugar del perdón, uno a cada lado... Allí me encontraré 
contigo y te hablaré desde el lugar del perdón, desde 
en medio de los querubines puestos sobre el arca del 
Testimonio...” (Ex. 25,18-22). Estos dos querubines parecidos a imágenes de 
ángeles, eran adornos religiosos para el lugar más sagrado del 
templo. Pues bien, estas imágenes, hechas por manos de hombres, 
estaban en el templo, en el lugar más sagrado y 
nunca fueron consideradas como ídolos, sino todo lo contrario, el 
mismo Dios ordenó construirlos.
 
 Leamos otro texto del A. T.: 
Números 21, 8-9. Ahí se nos narra como en aquel 
tiempo los israelitas murmuraban contra Dios y contra Moisés. Entonces 
Dios mandó contra el pueblo serpientes venenosas que los mordían, 
de modo que murió mucha gente.
 
 Moisés intercedió por el 
pueblo y Dios le respondió: “Haz una serpiente de bronce, 
ponla en un palo y todo el que la mire 
se salvará». Nos damos cuenta otra vez de que esta 
serpiente de bronce era una imagen hecha por manos de 
hombre, pero no para adorar, sino que era un «signo 
religioso” para invocar a Dios con fe.
 
 Hay otros textos 
en la Biblia que nos hacen ver que en el 
templo de Jerusalén había varias imágenes o esculturas que no 
fueron prohibidas, menos aun consideradas como ídolos. Dice el Salmo 
74, 4-5: “Tus enemigos rugieron dentro de tu santuario como 
leñadores en el bosque, derribaron con hacha las columnas y 
esculturas en el templo”. Eso significa que en el templo 
de Jerusalén había también esculturas o imágenes.
 
 Queridos hermanos católicos, 
esas indicaciones de la Biblia son suficientes para decir que 
la Biblia, sí, prohíbe la fabricación de imágenes como dioses 
falsos, (ídolos) pero nunca ha prohibido las imágenes o esculturas 
como adornos religiosos. Que nadie entonces los venga a molestar 
por tener una imagen o adorno en su templo o 
en su casa. Es por falta de conocimientos bíblicos, o 
por mala voluntad, que los hermanos evangélicos les meten estas 
cosas en la cabeza.
 
 
 Las imágenes en nuestra vida diaria.
 Ahora bien, hermanos, en nuestros tiempos vemos por todos lados 
imágenes y estatuas. Cada país tiene sus propios símbolos patrios 
y estatuas a sus héroes.
 
 En nuestras casas tenemos cuadros 
que representan la imagen de alguna persona. Tengo en mi 
velador, por ejemplo, una foto de mi madre que ya 
está en el cielo; y contemplando esta foto me acuerdo 
de ella. Incluso puedo colocar esta foto en un lugar 
bien bonito y adornarlo con una flor y una velita... 
Y si alguien viene a mi casa a visitarme y 
me dice, refiriéndose a la foto: «Qué mono más feo», 
por supuesto que me siento muy ofendido. Así también tenemos 
cuadros e imágenes en nuestras capillas que representan algunas personas 
religiosas, como la Virgen María, la Madre de Jesús, algún 
santo patrono de nuestros pueblos. Y ningún católico va a 
pensar que estas imágenes son ídolos o falsos dioses. Estas 
imágenes simplemente nos hacen pensar en el mismo Jesús o 
en tal o cual santo que está en la presencia 
de Dios y nos ayudan a pensar en la belleza 
de Dios.
 
 La Iglesia Católica acepta el respeto y la 
veneración a estas imágenes en nuestros templos, pero nunca ha 
enseñado la adoración a una imagen. A veces, dicen los 
hermanos de otra religión que nosotros adoramos a las imágenes. 
Están muy, pero muy equivocados y debemos, eso sí, perdonarles 
sus expresiones.
 
 La Iglesia Católica acepta que guardemos imágenes o 
cuadros en nuestros templos siempre que no sea en forma 
exagerada. ¿Qué quiero decir con ello? Quiero decir que a 
veces nuestras iglesias parecen una exposición de santos y en 
algún caso están tan mal colocados, que no hay espacio 
ni para la imagen de Cristo. Ahí sí que exageramos. 
Por eso el Concilio Vaticano pidió que no se repitiera 
más de una imagen por cada santo y que el 
lugar central de la Iglesia, a ser posible, esté reservado 
siempre para la imagen de Cristo.
 
 Está claro, entonces, que 
nunca podemos dar culto de adoración a una imagen, nunca 
podemos ponernos de rodillas delante de una imagen para adorarla, 
pero sí podemos ponernos de rodillas ante una imagen para 
pedir perdón por nues-tros pecados y para suplicar que el 
santo interceda ante Dios por nosotros.
 
 En todas estas discusiones, 
hermanos míos, guardemos el amor. ¿Quién eres tu para juzgar 
a tú hermano? (Stgo. 4, 12). Cada uno puede arrodillarse 
en cualquier parte para invocar a Dios, en el patio 
de su casa, en el campo. En la noche antes 
de acostarse uno puede arrodillarse delante de un crucifijo para 
así hablar con Dios. A veces hay gente que piensa 
que tal imagen es milagrosa y le atribuyen un poder 
mágico. Debemos corregir estas actitudes y explicarles que sólo Dios 
hace mila-gros. Por supuesto aceptamos que Dios puede actuar por 
intercesión de los santos.
 
 Hermanos: no aplastemos la fe de 
nuestros hermanos que tal vez tienen poca formación cristiana, no 
critiquemos y no hablemos mal de otros. Ofender al hermano 
es un pecado muy grave. Es triste constatar el lenguaje 
ofensivo de nuestros hermanos evangélicos hacia los católicos. Tratemos de 
devolver bien por mal.
 
 Martín Lutero, el fundador del protestantismo 
y de las iglesias evangélicas, nunca rechazó las imágenes, todo 
lo contrario él dijo que las imágenes eran “el Evangelio 
de los pobres”. ¿A quién de nosotros no le gusta 
contemplar un lindo cuadro o una hermosa imagen? Muchas veces 
mirando un cuadro o una imagen podemos más fácilmente entrar 
en oración y en un profundo contacto con Dios. ¿Quién 
puede negar por ejemplo la belleza de la Piedad de 
Miguel Angel? Pues bien, según los evangélicos habría que destruirla 
porque va contra la Biblia ¡Qué disparate tan grande! Ello 
es hacer decir a la Biblia lo que nunca la 
Biblia ha dicho. Ello es una distorsión de lo que 
Dios nos quiere decir en la Biblia. Una regla de 
oro para interpretar la Biblia es mirar siempre el contexto 
de una frase y no aferrarse a la letra, porque 
en este caso, sin el contexto, hasta se puede hacer 
decir a la Biblia que «Dios no existe» porque la 
Biblia pone esta frase en labios del tonto (Sal. 10, 
4).
 
 
 Los falsos dioses o ídolos de este mundo moderno.
 Hermanos, los ídolos o falsos dioses de este mundo moderno 
no están en los templos, sino que son poderes que 
dominan al hombre moderno por dentro. Son poderes falsos que 
destruyen las buenas relaciones con el prójimo y con Dios. 
Estos ídolos modernos están a veces en nuestras calles, en 
nuestras instituciones, en nuestras comunidades y familias. Esta es la 
idolatría que hemos de desterrar.
 
 Pienso, por ejemplo, en el 
falso dios del poder y de la dominación que quiere 
aplastar tu libertad y engañar pueblos enteros; en el falso 
dios «poder» que provoca guerras y matanzas de gente inocente. 
Este es el «ídolo» moderno que se pasea por el 
mundo. Pienso en el falso dios «dinero» que domina tu 
corazón, que comienza con mentiras, engaños, robos, tráfico de drogas 
etc. y que pareciera que en nombre de este dios 
dinero todo está permitido. Pienso en el falso dios del 
sexo desorientado, en el dios que destruye la unión familiar, 
en el dios de la pasión que engaña al hombre 
y a la mujer, es el falso dios que deja 
los niños desamparados, en el falso dios que destruye el 
verdadero amor y que se resiste a servir a una 
comunidad.
 
 El lugar desde donde estos falsos dioses comienzan a 
brotar está en nuestro corazón. Es el demonio mismo que 
quiere destruir nuestro corazón como templo de Dios. Y mucha 
gente entre nosotros, sin darse cuenta, está bajo el poder 
de estos falsos dioses y no dan lugar en su 
corazón al único y verdadero Dios del amor.
 
 Hermanos, no 
debemos buscar ídolos o falsos dioses en cosas de madera 
o de yeso, en imágenes o cuadros, sino en nuestro 
corazón. Si volviera ahora Moisés a nosotros, no se referiría 
a las imágenes ya que hoy no está el peligro 
de la idola-tría, sino que gritaría: “No te hagas falsos 
dioses dentro de tu corazón, destruye los vicios fuente de 
toda idolatría”. Esto es lo que ya hicieron los profetas 
que vinieron después de Moisés.
 
 Los primeros misioneros que evangelizaron 
América Latina trajeron de España y del Perú numerosas imágenes 
del Señor, de la Virgen y de los santos. Son 
imágenes religiosas cargadas de historia que penetraron hondamente en el 
alma de nuestro pueblo y que aparte de su valor 
escultórico tienen el mérito de que ante ellas oraron nuestros 
antepasados. Y cada capilla tiene las imágenes de sus patronos. 
Todas ellas nos recuerdan los misterios centrales de la encarnación 
e ilustran de alguna manera la Historia de la Salvación 
realizada por Dios a favor nuestro.
 
 Así que cuando lleguen 
los evangélicos a las puerta de sus casas y les 
digan que los católicos somos unos idólatras porque adoramos las 
imágenes ya saben qué contestarles. Díganles que no es correcto 
sacar frases de la Biblia fuera de su con-texto para 
hacer decir a la Biblia lo que nunca dijo. Y 
que la Biblia nunca ha prohibido las imágenes como adornos 
religiosos.
 
 Finalmente hay que tener presente que en el A. 
T. no podía representarse a Dios porque el Verbo no 
había tomado cuerpo ni forma humana. Pero en el N. 
T. es distinto. Con la Encarnación, el Verbo Dios tomó 
forma humana y si El mismo se hizo hombre hace 
dos mil años y nos mandó guardar su memoria es 
que quiere que nosotros lo representemos así, como hombre, para 
recordar que “el Verbo se encarnó y habitó entre nosotros”. 
Y si representarlo en una pintura o en una imagen 
ayuda a recordar su memoria ¿qué de malo hay en 
ello?
 
 Pero por sobre todo hay que entender la evolución 
gradual que hay entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. 
Algunas sectas dan la impresión que quedaron petrificadas en el 
Antiguo Testamento y sólo por ignorancia o mala voluntad pueden 
decir lo que dicen. Es decir, se aferran de textos 
aislados, los sacan de su verdadero contexto, y confunden a 
los no iniciados en la Biblia. Y aquí le viene 
recordar que el mismo Jesús confirmó esta progresiva evolución entre 
el Antiguo y el Nuevo Testamento cuando dijo: “Antes se 
les dijo... ahora les digo”.
 
 
 
 c) ¿Podemos orar 
por los difuntos?
 
 Queridos hermanos:
 Les voy a contar un caso 
que me sucedió hace algún tiempo. Un día se murió 
un amigo mío que en cuanto a religión no era 
ni chicha ni limonada, unas veces iba a misa y 
otras iba al culto de los evangélicos. Cuando murió, los 
evangélicos lo velaron con muchos cantos y alabanzas, y al 
día siguiente lo llevaron al cementerio. Como era amigo mío, 
quise ir al cementerio a orar por él. Una vez 
allá, le pregunté al pastor, si me dejaba hacerle un 
responso, y me contestó: “El finado era oveja de nuestro 
rebaño y nosotros no les rezamos a los muertos porque 
a estas alturas de nada le sirven las oraciones”. Total 
que no me permitieron rezarle el responso y tuve que 
contentarme con orar en silencio.
 
 Esta anécdota nos da pie 
para preguntarnos: ¿Podemos orar por los difuntos? ¿Les sirven nuestras 
oraciones? ¿Cuál es la doctrina católica y la evangélica al 
respecto?
 
 La Doctrina católica
 La Biblia nos dice que después 
de la muerte viene el juicio: “Está establecido que los 
hombres mueran una sola vez y luego viene el juicio” 
(Hebr. 9, 27). Después de la muerte viene el juicio 
particular donde “cada uno recibe conforme a lo que hizo 
durante su vida mortal” (2 Cor. 5, 10).
 
 Al fin 
del mundo tendrá lugar el “juicio universal” en el que 
Cristo vendrá en gloria y majestad a juzgar a los 
pueblos y naciones.
 
 Es doctrina católica que en el juicio 
particular se destina a cada persona a una de estas 
tres opciones: Cielo, Purgatorio o Infierno.
 
 -Las personas que en 
vida hayan aceptado y correspondido al ofrecimiento de salvación que 
Dios nos hace y se hayan convertido a El, y 
que al morir se encuentren libres de todo pecado, se 
salvan. Es decir, van directamente al Cielo, a reunirse con 
el Señor y comienzan una vida de gozo indescriptible “Bienaventurados 
los limpios de corazón -dice Jesús- porque ellos verán a 
Dios” (Mt. 5, 8).
 
 -Quienes hayan rechazado el ofrecimiento de 
salvación que Dios hace a todo mortal, o no se 
convirtieron mientras su alma estaba en el cuerpo, recibirán lo 
que ellos eligieron: el Infierno, donde estarán separados de Dios 
por toda la eternidad.
 
 -Y finalmente, los que en vida 
hayan servido al Señor pero que al morir no estén 
aún plenamente purificados de sus pecados, irán al Purgatorio. Allá 
Dios, en su misericordia infinita, purificará sus almas y, una 
vez limpios, podrán entrar en el Cielo, ya que no 
es posible que nada manchado por el pecado entre en 
la gloria: “Nada impuro entrará en ella (en la Nueva 
Jerusalén)” (Ap. 21, 27).
 
 Aquí surge espontánea una pregunta cuya 
respuesta es muy iluminadora: ¿Para qué estamos en este mundo? 
Estamos en este mundo para conocer, amar y servir a 
Dios y, mediante esto, salvar nuestra alma. Dios nos coloca 
en este mundo para que colaboremos con El en la 
obra de la creación, siendo cuidadores de este «jardín terrenal» 
y para que cuidemos también de los hombres nuestros hermanos, 
especialmente de aquellos que quizás no han recibido tantos dones 
y «talentos» como nosotros. Este es el fin de la 
vida de cada hombre: Amar a Dios sobre todas las 
cosas y salvar nuestra alma por toda la eternidad.
 
 ¿Qué acontece, 
entonces, con los que mueren?
 Ya lo dijimos: Los que 
mueren en gracia de Dios se salvan. Van derechamente al 
cielo. Los que rechazan a Dios como Creador y a 
Jesús como Salvador durante esta vida y mueren en pecado 
mortal se condenan. También aquí la respuesta es clara y 
coincidente entre católicos y evangélicos.
 
 -Pero, ¿qué ocurre con los 
que mueren en pecado venial o que no han satisfecho 
plenamente por sus pecados? Ahí está la diferencia entre católicos 
y evangélicos. Los católicos creemos en el Purgatorio. Según nuestra 
fe católica, el Purgatorio es el lugar o estado por 
medio del cual, en atención a los méritos de Cristo, 
se purifican las almas de los que han muerto en 
gracia de Dios, pero que aún no han satisfecho plenamente 
por sus pecados. El Purgatorio no es un estado definitivo 
sino temporal. Y van allá sólo aquellos que al morir 
no están plenamente purificados de las impurezas del pecado, ya 
que en el cielo no puede entrar nada que sea 
manchado o pecaminoso.
 
 Ahora bien, según los evangélicos no hay 
Purgatorio porque no figura en la Biblia y Cristo salva 
a todos, menos a los que se condenan.
 
 Para nosotros, 
los católicos hay Purgatorio y en cuanto a su duración 
podemos decir que después que venga Jesús por segunda vez 
y se ponga fin a la historia de la humanidad, 
el Purgatorio dejará de existir y sólo habrá Cielo e 
Infierno.
 
 Por consiguiente, según nuestra fe católica, se pueden ofrecer 
oraciones, sacrificios y Misas por los muertos, para que sus 
almas sean purificadas de sus pecados y puedan entrar cuanto 
antes a la gloria a gozar de la presencia divina. 
Los evangélicos insisten en que la palabra “Purgatorio” es una 
pura invención de los católicos y que ni siquiera este 
nombre se halla en la Biblia. Nosotros argumentamos que tampoco 
está en la Biblia la palabra “Encarnación” y, sin embargo, 
todos creemos en ella. Tampoco está la palabra “Trinidad” y 
todos, católicos y evangélicos, creemos en este misterio. Por tanto, 
su argumentación no prueba nada.
 
 En definitiva, el porqué de 
esta diferencia es muy sencillo. Ellos sólo admiten la Biblia, 
en cambio para nosotros, los católicos, la Biblia no es 
la única fuente de revelación. Nosotros tenemos la Biblia y 
la Tradición. Es decir, si una verdad se ha creído 
en forma sostenida e ininterrumpida desde Jesucristo hasta nuestros días 
es que es dogma de fe y porque el Pueblo 
de Dios en su totalidad no puede equivocarse en materia 
de fe porque el Señor ha comprometido su asistencia. Es 
el mismo caso de la Asunción de la Virgen a 
los cielos, que si bien no está en la Biblia, 
la Tradición cristiana la ha creído y celebrado desde los 
primeros tiempos, por lo que se convierte en un dogma 
de fe. Además esto lo ha reafirmado la doctrina del 
Magisterio durante los dos mil de fe de la Iglesia 
Católica.
 
 
 La Tradición de la Iglesia Católica
 La Tradición constante 
de la Iglesia, que se remonta a los primeros años 
del cristianismo, confirma la fe en el Purgatorio y la 
conveniencia de orar por nuestros difuntos. San Agustín, por ejemplo, 
decía: “Una lágrima se evapora, una rosa se marchita, sólo 
la oración llega hasta Dios”. Además, el mismo Jesús dice 
que “aquel que peca contra el Espíritu Santo, no alcanzará 
el perdón de su pecado ni en este mundo ni 
en el otro” (Mt. 12, 32). Eso revela claramente que 
alguna expiación del pecado tiene que haber después de la 
muerte y eso es lo que llamamos el Purgatorio. En 
consecuencia, después de la muerte hay Purgatorio y hay purificación 
de los pecados veniales.
 
 El Apóstol Pablo dice, además, que 
en el día del juicio la obra de cada hombre 
será probada. Esta prueba ocurrirá después de la muerte: «El 
fuego probará la obra de cada cual. Si su obra 
resiste al fuego, será premiado, pero si esta obra se 
convierte en cenizas, él mismo tendrá que pagar. El se 
salvará pero como quien pasa por el fuego” (1 Cor. 
3, 15). La frase: “tendrá que pagar» no se puede 
referir a la condena del Infierno, ya que de ahí 
nadie puede salir. Tampoco puede significar el Cielo, ya que 
allá no hay ningún sufrimiento. Sólo la doctrina y la 
creencia en el Purgatorio explican y aclaran este pasaje. Pero, 
además, en la Biblia se demuestra que ya en el 
Antiguo Testamento, Israel oró por los difuntos. Así lo explica 
el Libro II de los Macabeos (12, 42-46), donde se 
dice que Judas Macabeo, después del combate oró por los 
combatientes muertos en la batalla para que fueran liberados de 
sus pecados. Dice así: “Y rezaron al Señor para que 
perdonara totalmente de sus pecados a los compañeros muertos». Y 
también en 2 Timoteo 1, 1-18, San Pablo dice refiriéndose 
a Onesíforo: «El Señor le conceda que alcance misericordia en 
aquel día”.
 
 Resumiendo, entonces, digamos que con nuestras oraciones podemos 
ayudar a los que están en el Purgatorio para que 
pronto puedan verse libres de sus sufrimiento y ver a 
Dios.
 
 No obstante, como que en la práctica, cuando muere 
una persona, no sabemos si se salva o se condena, 
debemos orar siempre por los difuntos, porque podrían necesitar de 
nuestra oración. Y si ellos no la necesitan, le servirá 
a otras personas, ya que en virtud de la Comunión 
de los Santos existe una comunicación de bienes espirituales entre 
vivos y difuntos. Esto explica aquella costumbre popular de orar 
“por el alma más necesitada del Purgatorio”.
 
 
 Las catacumbas
 En 
las catacumbas o cementerios de los primeros cristianos, hay aún 
esculpidas muchas oraciones primitivas, lo que demuestra que los cristianos 
de los primeros siglos ya oraban por sus muertos. Del 
siglo II es esta inscripción: “Oh Señor, que estás sentado 
a la derecha del Padre, recibe el alma de Nectario, 
Alejandro y Pompeyo y proporciónales algún alivio”. Tertuliano (año 160-222) 
dice: “Cada día hacemos oblaciones por los difuntos”. San Juan 
Crisóstomo (344-407) dice: “No en vano los Apóstoles introdujeron la 
conmemoración de los difuntos en la celebración de los sagrados 
misterios. Sabían ellos que esas almas obtendrían de esta fiesta 
gran provecho y gran utilidad” (Homilía a Filipo, Nro. 4).
 
 Amigos y hermanos míos, creo que les quedará bien claro 
este punto tan importante de nuestra fe. Quien se profese 
católico no sólo puede sino que debe orar por sus 
difuntos
 
 Y aquí cabe una pregunta: ¿Cómo queremos que nos 
recuerden nuestros amigos y familiares cuando nos muramos, con o 
sin oración?
 
 Por lo menos entre los católicos, todos dirán 
que su deseo es que oren por ellos y que 
se les recuerde con la Santa Misa, porque aunque un 
católico muera con todos los sacramentos, siempre puede quedar en 
su alma alguna mancha de pecado y por eso conviene 
orar por ellos. Este es el sentir de la Iglesia 
Católica desde sus comienzos.
 
 En lo que se refiere al 
Purgatorio hay que agregar que no es como una segunda 
oportunidad para que la persona establezca una recta relación con 
Dios. La conversión y el arrepentimiento deben darse en esta 
vida.
 
 Los católicos, pues, no nos contentamos solamente con cantar 
alabanzas y glorificar a Dios, sino que elevamos plegarias a 
Dios y a la Santísima Virgen por nuestros difuntos y 
con más razón en los días inmediatos a su muerte.
 
 
 La oración por los difuntos
 Los primeros misioneros que evangelizaron 
América introdujeron la costumbre, que aún perdura en algunos lugares, 
de reunirse y hacer un velorio que se prolonga por 
una semana o nueve días. Se reza aún una Novena 
en la que los familiares se congregan para acompañar a 
los deudos y ofrecen a Dios oraciones por el difunto. 
También la Iglesia, desde tiempo inmemorial, introdujo la costumbre de 
celebrar el día 2 de Noviembre dedicado a los difuntos, 
día en el que los católicos vamos a los cementerios 
y, junto con llevar flores, elevamos una oración por nuestros 
seres queridos.
 
 Los evangélicos, por lo general, sólo alaban a 
Dios por los favores que Dios le concedió al difunto. 
Pocas son las sectas que oran por ellos. En materia 
doctrinal, hay mucha variedad entre una secta y otra, ya 
que, como interpretan la Biblia según su libre albedrío, cada 
iglesia y cada persona tienen su propio criterio.
 
 En cambio, 
entre los católicos sabemos que cualquier texto de la Escritura 
no debe ser objeto de interpretación personal, sino que la 
Iglesia, inspirada por el Espíritu Santo, nos revela a través 
de sus pastores el verdadero sentido de cada texto. Y 
en este sentido, el Papa es el garante la verdad 
revelada, es decir, del depósito de la Fe. Así, el 
Papa nos confirma en que nuestra Fe es la misma 
de los primeros cristianos, y la misma que perdurará hasta 
el fin de los tiempos.
 
 Digamos, para terminar, que los 
católicos no sólo podemos orar por los difuntos, sino que 
éste es un deber cristiano que obliga, especialmente, a los 
familiares y a los amigos más cercanos.
 
 Orar por los 
vivos y por los difuntos es una obra de misericordia. 
De la misma manera que ayudaríamos en vida a sus 
cuerpos enfermos, así, después de muertos, debemos apiadarnos de ellos 
rezando por el descanso eterno de sus almas.
 
 Ente los 
católicos la tradición es orar por los difuntos y en 
lo posible celebrar la Santa Misa por su eterno descanso.
 
 Dice la Liturgia: "dales, Señor, el descanso eterno y brille 
para ellos la luz eterna"
 
 Y san Agustín dijo:"Una lágrima 
se evapora, una flor se marchita, sólo la oración llega 
al trono de Dios".
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