lunes, 25 de febrero de 2013

Beato Sebastian de Aparicio

Autor: Juan Escobar, o.f.m. | Fuente: Franciscanos.org
Sebastián de Aparicio, Beato
Religioso Franciscano, 25 de febrero
 
Sebastián de Aparicio, Beato

Religioso Franciscano

Martirologio Romano: En Puebla de los Ángeles, en México, beato Sebastián Aparicio, que, siendo pastor de ovejas, pasó de España a México, donde reunió con su trabajo una notable fortuna con la que ayudó a los pobres y, habiendo enviudado dos veces, fue recibido como hermano en la Orden de los Hermanos Menores, en la cual falleció casi centenario (1600).

Etimológicamente: Sebastián = Aquel que es digno de respeto, es de origen griego,

Fecha de beatificación: 17 de mayo de 1789 por el Papa Pío VI.
El año de 1533 llegaba a las playas mexicanas, confundido entre los numerosos viajeros, un joven, de nombre Sebastián, que había nacido el 20 de enero de 1502 en el pueblo de Gudiña, de la provincia de Orense (España). Su niñez transcurrió junto a sus padres, Juan de Aparicio y Teresa del Prado, ambos cristianos de vieja cepa, caritativos y de nobles costumbres; su mocedad y parte de su juventud pasó en medio del campo, entregado a las labores agrícolas para ganar el sustento diario y reunir la dote suficiente para sus dos hermanas. Salamanca, Zafra de Extremadura y Sanlúcar de Barrameda vieron a Sebastián trabajar afanosamente y pudieron admirar sus grandes virtudes –pese a sus años mozos–, entre las que sobresalían su simplicidad, rectitud de corazón y su amor por la castidad.

De la antigua Veracruz donde desembarcó Sebastián, se dirigió a la ciudad de La Puebla, recién fundada por el franciscano fray Toribio de Benavente, conocido más bien con el sobrenombre de Motolinía. Las grandes extensiones de terreno baldío y la seguridad que daba la Audiencia Real a todos los españoles que quisieran residir en la dicha ciudad, atrajeron a Sebastián y lo indujeron a dedicarse a la labranza. Dotado, empero, de un ingenio natural poco común y de una mirada de vastos horizontes, Sebastián concibió la idea de adaptar el camino de México a Veracruz para que por él pasasen las carretas que muy pronto construyó con un amigo suyo español. Esas carretas fueron las primeras que, tiradas por toros o novillos amansados por el mismo Sebastián, hollaron el suelo de México. Con esa obra resolvía dos problemas fundamentales: primero, el difícil transporte de mercancías, y el segundo, aliviar a los indios de la fatiga que padecían al tener que transportar todo sobre sus requemadas espaldas.

Pasados algunos años, Sebastián se dirigió nuevamente a la Real Audiencia de México para pedir permiso de abrir un nuevo camino que traería prosperidad y progreso para todos. Se propuso nada menos que abrir un camino que fuese de la capital mejicana hasta Zacatecas, que empezaba a manar plata de sus entrañas. Hoy en día admira aún la obra titánica de Sebastián por sus vastas y grandiosas proporciones: tuvo que allanar hondonadas, rodear montes, construir puentes de madera, llevar provisiones para sus trabajadores y, sobre todo, lograr la amistad con las tribus chichimecas, tristemente célebres por su ferocidad y canibalismo. Ante esta obra de gigantes y de santos, Sebastián no se arredró. Su mente y su corazón aspiraban a mayores cosas y en pocos años vio terminada la obra que lo inmortalizaría para siempre. Sus cuadrillas de carretas recorrieron aquellas larguísimas distancias sin ser molestadas por los chichimecas, quienes al ver la mansedumbre y caridad con que los trataba Sebastián le amaron, le protegieron y nunca le hicieron mal alguno. Esas mismas cuadrillas se convirtieron también en seguro refugio para los pasajeros y gracias también a los esfuerzos de Sebastián los pequeños poblados aumentaron considerablemente, como la ciudad de Querétaro.

Durante unos dieciocho años Sebastián había entregado lo mejor de sus fuerzas para abrir caminos y fomentar el comercio en México; pero ya en 1552 decidió dejar su oficio, que pingües ganancias le había acarreado, y compró unas tierras por las afueras de la capital mexicana, entre Atzcapotzalco y Tlanepantla. Sus nuevos proyectos fueron provechosos para todos, ya que sus campos eran una escuela práctica donde aprendían los indios la labranza; su hogar se convirtió en asilo seguro donde no sólo encontraban los pobres y menesterosos refugio, sino el pan diario y consejos para volver a amar la vida y el trabajo, y donde podían aprender las virtudes cristianas que Sebastián no dejaba nunca de ejercitar. Entre estas virtudes sobresalía su amor ardiente al Santísimo Sacramento y a la Virgen María, cuyo rosario no omitió en todos los días de su vida.

Las riquezas que honrada y justamente había adquirido Sebastián atrajeron las miradas codiciosas de varios vecinos suyos para persuadirle a contraer matrimonio. Las proposiciones no podían ser sino ventajosas; y con todo, Sebastián las rechazó constantemente, hasta que un día él mismo resolvió casarse con una joven pobre, pero de muy nobles virtudes. Era el año 1562. Sebastián se comportó con su esposa en público como marido que era de ella, mas en privado la persuadió a guardar la virginidad. A la hora del descanso, ella dormía en el lecho y él tendía una estera en el suelo, donde se acostaba. Un año había apenas transcurrido y Sebastián se encontró viudo. Dos años después, movido de su caridad en favorecer a otra pobre joven, de nombre María Esteban, contrajo con ella matrimonio, sin cambiar por ello su antiguo modo de dormir en el suelo y de mortificarse en todo lo que podía. A pesar del tenor de vida que Sebastián llevaba, no le faltaron dificultades y pruebas que soportó cristianamente. Una enfermedad que lo puso a un pie del sepulcro y la muerte inesperada de su segunda mujer fueron los vendavales que sacudieron hasta sus raíces aquel fuerte árbol, que, desprendiéndose más y más de los bienes terrenales, empezó a meditar consigo mismo de qué modo serviría más perfectamente al Señor y alcanzaría con menores peligros su salvación eterna.

Pasó todavía algún tiempo trabajando en sus campos, hasta que, guiado por los consejos de su confesor, resolvió dejarlo todo. Vendió sus bienes, entregó el precio a las religiosas de Santa Clara de México, tomó el hábito de donado franciscano y pasó a servir a las mismas religiosas en calidad de mozo. Contaba ya en aquella sazón setenta y un años de edad. La gracia divina siguió moviendo suavemente aquel corazón que desde pequeño le pertenecía y lo envió al convento de San Francisco de México, donde tomó el hábito y, a pesar de las inmensas dificultades que encontró en su resolución, profesó el 13 de junio de 1575.

Durante aquel año de recogimiento, oración y mortificación, Fr. Sebastián meditó sobre las virtudes de San Francisco: su obediencia, su pobreza, su amor a la Pasión del Señor, su amor hacia todas las cosas por ser criaturas de Dios, y con mejores alas remontó su alma a una entrega cada vez más perfecta en las manos de la Madre de Dios, cuyo rosario traía siempre consigo y devotamente recitaba varias veces al día. Apenas habían pasado unos dos meses de su profesión, la obediencia le mandó al convento de Tecali, donde había necesidad de un hermano que cuidase de la cocina, portería y huerta pequeña. Los religiosos admiraron la virtud del humilde hermano lego, que atendía todos los menesteres del convento con alegría y prontitud; mas poco tiempo estuvo en aquel lugar, pues recibió nuevas órdenes de trasladarse al convento de Las Llagas de Nuestro Seráfico Padre San Francisco de Puebla de los Angeles. Partió al punto con la misma alegría y contento que había manifestado y, llegado que hubo, le encargaron de un oficio por lo demás penoso y duro, tenida cuenta de su avanzada edad: el de limosnero. Con su acostumbrada alegre obediencia tomó sobre sí el nuevo cargo. Tenía que recorrer la extensa campiña de Puebla en busca de alimentos y demás provisiones, que serían el sustento de más de cien religiosos que moraban en ese convento.

Pidió de limosna algunos toros y construyó carretas, que fueron sus inseparables compañeros hasta los últimos días de su vida. Los labradores de los pueblos circunvecinos tuvieron oportunidad de admirar su paciencia, mortificación, caridad y desprendimiento de todas las cosas. Tiraba su viejo manto sobre el suelo y dormía debajo de las carretas sin interesarle que lloviera, hiciera frío o cayera nieve. Además de esto añadía dolorosas penitencias para tener sujeto y a raya al «hermano asno», que pronto y sujeto le obedecía en el servicio del Señor. En la ciudad de Puebla repartía sigilosa y caritativamente limosnas a familias vergonzantes y jamás el convento notó la falta de lo necesario. La simplicidad de Fr. Sebastián pasó a ser proverbial. Ésta no era más que el fruto precioso de su amor a Dios y de su obediencia inmediata a las órdenes de sus superiores. Tal simplicidad de corazón le abrió un camino nuevo en la vía de la santidad. Todo lo veía a través de su «fe de acero», como solía repetir, y su preocupación era «no perder a Dios de vista». Por amor a Dios llevó a cabo hasta los mínimos actos de su vida religiosa y Dios le premió con favores inauditos. En cierta ocasión el padre guardián le ordenó ir a traer madera al monte de La Malinche, distante unos 25 kilómetros de la ciudad de Puebla. Al tener ya cargada la carreta se le rompió el eje de una rueda. Fray Sebastián no dudó en emprender el camino en esas condiciones desastrosas. Apenas había llegado al convento y se disponía a componer la carreta, el padre Guardián le ordenó que fuera a Tepeaca, distante unos 36 kilómetros, a traer unas limosnas. El fraile obedeció al punto. Tomó su carreta, que de hecho no tenía más que una sola rueda, y así fue y regresó sin lamentar cosa alguna. Por cumplir la obediencia Dios obró el prodigio de que la carreta cargada de leña y el mismo Fr. Sebastián volaran sobre la barranca de Quautzazaloyan (hoy en día: Barranca de los Pilares), obstruida en aquellos momentos por otras carretas descompuestas.

Tuvo un gran dominio sobre los toros y animales indómitos. Cierto día, el superior le ordenó acarrear piedra del río –que pasa cerca del convento– sobre un mulo que nadie había podido domar, pero ni siquiera acercarse a él. Fray Sebastián fue al bruto animal y le dijo que era menester trabajar. El antes salvaje y rudo mulo a las palabras del fraile dócilmente se sujetó. Otra vez venía de Atlixco a Puebla y pernoctó en un lugar donde había enjambres de hormigas. Sucedió que durante la noche se llevaron el trigo que traía. Al día siguiente, al notar Fr. Sebastián la merma del trigo, ordenó a las hormigas que lo devolviesen, cosa que ellas cumplieron al punto.

Los labradores le buscaban para que conjurara las tempestades o acabara con las plagas que azotaban sus sementeras, lo que siempre hacía llevado de su gran caridad. Su cuerda se hizo famosa en muchísimas partes. Al contacto de ella sanaban enfermos y las mujeres en difíciles partos daban a luz felizmente. Uno de los más antiguos biógrafos del beato Sebastián, la llama el «sánalotodo» o medicamento universal. No podemos menos de citar el milagro que Dios obró por medio de su siervo. Aconteció que un niño de catorce meses de edad, hijo de unos bienhechores del convento, radicados en Huejotzingo, se metió debajo de una carreta tirada por bravos toros. Asustados éstos arrancaron y la pesada rueda pasó sobre el niño, enterrándolo en la tierra. Poco después llegó Fr. Sebastián y los padres del niño se lo presentaron muerto, rogándole hiciese algo por ellos. El fraile rogó a Dios y el niño resucitó por sus súplicas.

Después de veinticuatro años que sirvió al convento como limosnero, Fr. Sebastián oyó la voz de Dios que lo invitaba a descansar en su reino. Llegó el 20 de febrero de 1600 atacado por fuertes dolores de la hernia que por muchos años le martirizó. Cinco días después, tirado en el suelo sobre una cobija, esperó a la «hermana muerte corporal» con toda la alegría de su espíritu. A las ocho de la noche del día 25 entregó su espíritu en las manos del Señor.

Apenas muerto, los prodigios se multiplicaron y es fama constante que hoy en día aún no cesan. Su cuerpo quedó incorrupto y despidiendo un aroma exquisito, que todavía en nuestros tiempos se percibe.

La fama de sus virtudes y milagros llegó a Roma y el papa Pío VI lo declaró Beato el 17 de mayo de 1789, concediendo al mismo tiempo oficio y misa a la Orden franciscana.

Los años han volado, pero la fama del taumaturgo poblano sigue aumentando y su culto propagándose por toda la República mejicana y fuera de ella. Los conductores de toda clase de vehículos consideran al Beato Sebastián como a celestial patrón. Esperamos que no esté lejano el día en que la inmortal Roma inscriba en el catálogo de los santos al «fraile carretero», que trabajó como pocos en Méjico, y dio pruebas de acrisoladas virtudes y lustre a la Orden de San Francisco de Asís.
 
Los Santos de hoy lunes 25 de febrero de 2013
Valerio, Santo
Eremita, 25 de febrero
Sebastián de Aparicio, Beato
Religioso Franciscano, 25 de febrero
Avertano de Lucca, Beato
Religioso Carmelita, 25 de febrero
Cesáreo de Nazianzo, Santo
Médico, 25 de febrero
Calixto Caravario, Santo
Presbítero y Mártir, 25 de febrero
Toribio Romo González, Santo.
El santo protector de los "mojados", 25 de febrero
Romeo de Lucca, Beato
Religioso Carmelita, 25 de febrero
Luis Versiglia, Santo
Obispo y Mártir, 25 de febrero
Domingo (Doménico) Lentini, Beato
Presbítero, 25 de febrero
María Adeodata Pisani, Beata
Abadesa Benidictina, 25 de febrero
María Ludovica de Angelis, Beata
Religiosa Misionera, 25 de febrero
Waldburgis de Heidenheim, Santa
Abadesa, 25 de febrero
Néstor de Magido, Santo
Obispo y Mártir, 25 de febrero
Roberto de Arbrissel, Beato
Presbítero y Fundador, 25 de febrero
Otros Santos y Beatos
Completando el santoral de este día, 25 de febrero
Ciriaco María Sancha y Hervás, Beato
Cardenal, 25 de febrero
Aldetrudis, Santa
Abadesa, 25 de febrero
 

sábado, 23 de febrero de 2013

San Policarpio de Esmira

Autor: P. Ángel Amo | Fuente: Catholic.net
Policarpo de Esmirna, Santo
Obispo y Mártir, 23 de febrero
 
Policarpo de Esmirna, Santo

Obispo y Mártir

Martirologio Romano: Memoria de san Policarpo, obispo y mártir, discípulo de san Juan y el último de los testigos de los tiempos apostólicos, que en tiempo de los emperadores Marco Antonino y Lucio Aurelio Cómodo, cuando contaba ya casi noventa años, fue quemado vivo en el anfiteatro de Esmirna, en Asia, en presencia del procónsul y del pueblo, mientras daba gracias a Dios Padre por haberle contado entre los mártires y dejado participar del cáliz de Cristo (c. 155).
San Policarpo, obispo de Esmirna, conoció de cerca al apóstol Juan y a los otros que habían vista al Señor", y fue "instruido por testigos oculares de la vida del Verbo". Por eso él se presenta a nosotros como el testigo de la vida apostólica y como el hombre de la tradición viva "siempre de acuerdo con las Escrituras". Los trozos citados pertenecen a una carta suya a los cristianos de Filipos en Macedonia, que le habían pedido alguna exhortación y la copia de eventuales cartas del santo obispo de Antioquía, Ignacio, del que él había sido amigo.

Policarpo era sobre todo un hombre de gobierno. No tenía la cualidad de escritor y pensador como San Ignacio, ni deseaba como él ser "triturado" por las fieras del circo para "llegar a Dios". Al contrario, se mantuvo escondido "a causa de la humilde desconfianza en sí mismo". Era anciano y sabía que no se podía confiar mucho en sus fuerzas. Pero cuando fue descubierto en un granero y reconducido a la ciudad, demostró la serena valentía de su fe.

Conocemos la conmovedora conclusión de su vida gracias a un documento fechado un año después del martirio de San Policarpo, que tuvo lugar el 23 de febrero del año 155. Es una carta de la "Iglesia de Dios peregrinante en Esmirna, a la Iglesia de Dios peregrinante en Filomelio y también a todas las parroquias de cualquier lugar de la Iglesia santa y católica". Es una narración muy importante bajo el aspecto histórico, hagiográfico y litúrgico. A1 procónsul Stazio Quadrato, que lo exhorta a renegar de Jesús, contesta moviendo la cabeza: "Desde hace 86 años lo sirvo y nunca me ha hecho ningún mal: ¿cómo podría blasfemar de mi Rey que me ha redimido?". "Te puedo hacer quemar vivo", insiste el procónsul. Y Policarpo: "EL fuego con que me amenazas quema por un momento, después pasa; yo en cambio temo el fuego eterno de la condenación".

Mientras en el anfiteatro de Esmirna se está quemando vivo, "no como una carne que se asa, sino como un pan que se cocina", el mártir eleva al Señor una estupenda oración, breve pero intensa: "Bendito seas siempre, oh Señor; que tu nombre adorable sea glorificado por todos los siglos, por Jesucristo pontífice eterno y omnipotente, y que se te rinda todo el honor con él y con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos". De improviso ese cuerpo quemado quedó reducido a cenizas. "A pesar de esto – escribe el autor de esa carta, que recomienda hacer leer a las otras Iglesias – nosotros recogimos uno que otro hueso, que conservamos como oro y piedras preciosas". 
 
 
Los Santos de hoy sábado 23 de febrero de 2013
Policarpo de Esmirna, Santo
Obispo y Mártir, 23 de febrero
Rafaela Ybarra de Villalonga, Beata
Fundadora, 23 de febrero
Sireno, Santo
Mártir, 23 de febrero
Romina o Romana, Santa
Virgen, 23 de febrero
Otros Santos y Beatos
Completando el santoral de este día, 23 de febrero
Josefina Vannini, Beata
Fundadora, 23 de febrero
Esteban Vicente Frelichowski, Beato
Sacerdote y Mártir, 23 de febrero
Luis Mzyk, Beato
Sacerdote y Mártir, 23 de febrero
Milburga, Santa
Abadesa, 23 de febero
Juan Theristes, Santo
Monje, 23 de febrero
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