Matilde  era descendiente del célebre Widukind, capitán de los sajones en su  larga lucha contra Carlomagno, como hija de Dietrich, conde de Westfalia  y de Reinhild, vástago de la real casa de Dinamarca. Cuando la niña  nació en el año 895, fue confiada al cuidado de su abuela paterna, la  abadesa del convento de Erfut. Allí, sin apartarse mucho de su hogar,  Matilde se educó y creció hasta convertirse en una jovencita que  sobrepasaba a sus compañeras en belleza, piedad y ciencia, según se  dice. A su debido tiempo se casó con Enrique, hijo del duque Otto de  Sajonia, a quien llamaban "el cazador". El matrimonio fue  excepcionalmente feliz y Matilde ejerció sobre su esposo una moderada,  pero edificante influencia. Precisamente después del nacimiento de su  primogénito, Otto, a los tres años de casados, Enrique sucedió a su  padre en el ducado. Más o menos a principios del año 919, el rey Conrado  murió sin dejar descendencia y el duque fue elevado al trono de  Alemania. No cabe duda de que su experiencia de soldado valiente y hábil  le resultó muy útil, puesto que su vida fue una lucha constante en la  que triunfó muchas veces de manera notable.  
El mismo Enrique y sus súbditos atribuyeron sus éxitos, tanto a las  oraciones de la reina, como a sus propios esfuerzos. Esta seguía  viviendo en la humildad que la había distinguido de niña. A sus  cortesanos y a sus servidores, más les parecía una madre amorosa que su  reina y señora; ninguno de los que acudieron a ella en demanda de ayuda  quedó defraudado. Su esposo rara vez le pedía cuentas de sus limosnas o  se mostraba irritado por sus prácticas piadosas, con la absoluta certeza  de su bondad y confiando en ella plenamente. Después de veintitrés años  de matrimonio, el rey Enrique murió de apoplejía, en 936. Cuando le  avisaron que su esposo había muerto, la reina estaba en la iglesia y ahí  se quedó, volcando su alma al pie del altar en una ferviente oración  por él. En seguida pidió a un sacerdote que ofreciera el santo  sacrificio de la misa por el eterno descanso del rey y, quitándose las  joyas que llevaba, las dejó sobre el altar como prenda de que  renunciaba, desde ese momento, a las pompas del mundo.  
Habían tenido cinco hijos: Otto, más tarde emperador; Enrique el  Pendenciero; San Bruno, posteriormente arzobispo de Colonia; Gerberga  que se casó con Luis IV, rey de Francia y Hedwig, la madre de Hugo  Capeto. A pesar de que el rey había manifestado su deseo de que su hijo  mayor, Otto, le sucediera en el trono, Matilde favoreció a su hijo  Enrique y persuadió a algunos nobles para que votaran por él; no  obstante, Otto, resultó electo y coronado. Enrique no aceptó de buena  gana renunciar a sus pretensiones y promovió una rebelión contra su  hermano, pero fue derrotado y solicitó la paz. Otto lo perdonó y, por la  intercesión de Matilde, le nombró duque de Baviera. La reina llevó  desde entonces una vida de completo auto-sacrificio; sus joyas habían  sido vendidas para ayudar a los pobres y era tan pródiga en sus dádivas,  que dio motivo a críticas y censuras. Su hijo Otto la acusó de haber  ocultado un tesoro y de mal gastar los ingresos de su corona; le exigió  que rindiera cuentas de todo cuanto había gastado y envió espías a  vigilar sus movimientos y registrar sus donativos.  
Su sufrimiento más amargo fue descubrir que Enrique instigaba y  ayudaba a su hermano en contra de ella. Lo sobrellevó todo con paciencia  inquebrantable, haciendo notar, con un toque de patético humor, que por  lo menos la consolaba ver que sus hijos estaban unidos, aunque sólo  fuera para perseguirla. "Gustosamente soportaré todo lo que puedan  hacerme, siempre que lo hagan sin pecar, si es que con ello se conservan  unidos", solía decir, según se afirma.  
Para darles gusto, Matilde renunció a su herencia en favor de sus  hijos y se retiró a la residencia campestre donde había nacido. Pero  poco tiempo después de su partida, el duque Enrique cayó enfermo y  comenzaron a llover los desastres sobre el Estado. El sentimiento  general era que tales desgracias se debían al trato que los príncipes  habían dado a su madre; Edith, la esposa de Otto, lo convenció para que  fuera a solicitar su perdón y le devolviera todo lo que le habían  quitado. Sin que se lo pidieran, Matilde los perdonó y volvió a la  corte, donde reanudó sus obras de misericordia. Pero no obstante que  Enrique había cesado de importunarla, su conducta continuó causándole  gran aflicción. El nuevamente se volvió contra Otto y, posteriormente  castigó una insurrección de sus propios súbditos en Baviera con  increíble crueldad; ni aun los obispos escaparon a su cólera.  
En 955, cuando Matilde lo vio por última vez, le profetizó su  próxima muerte y lo instó a arrepentirse, antes de que fuera demasiado  tarde. En efecto, al poco tiempo, murió Enrique y la noticia causó un  dolor muy profundo en la reina.   
Emprendió la construcción de un convento en Nordhausen; hizo otras  fundaciones en Quedlinburg, en Engern y también en Poehlen, donde  estableció un monasterio para hombres. Es evidente que Otto jamás volvió  a resentirse porque su madre gastara los ingresos en obras religiosas,  pues cuando él fue a Roma para ser coronado emperador, dejó el reino a  cargo de Matilde. 
La última vez que Matilde tomó parte en una reunión familiar fue en  Colonia, en la Pascua de 965, cuando estuvieron con ella el emperador  Otto "el Magno", sus otros hijos y nietos. Después de esta reaparición,  prácticamente se retiró del mundo, pasando su tiempo en una y otra de  sus fundaciones, especialmente en Nodhausen. Cuando se disponía a tratar  ciertos asuntos urgentes que la reclamaban en Quedlinburg, se agravó  una fiebre que había venido sufriendo por algún tiempo y comprendió que  pronto iba a llegar su último momento. Envió a buscar a Richburg, la  doncella que la había ayudado en sus caridades y que era abadesa en  Nordhausen. Según la tradición, la reina procedió a hacer una escritura  de donación para todo lo que hubiera en su habitación, hasta que no  quedó nada más que el lienzo de su sudario. "Den eso al obispo Guillermo  de Mainz (que era su nieto). El lo necesitará primero que yo". En  efecto, el obispo murió repentinamente, doce días antes de que ocurriera  el deceso de su abuela, acaecido el 14 de marzo de 968. El cuerpo de  Matilde fue sepultado junto con el de su esposo, en Quedlinburg, donde  se la venera como santa desde el momento de su muerte.