martes, 25 de agosto de 2015

SAN LUIS IX, REY DE FRANCIA, 25 DE AGOSTO


Luis IX, Santo

Luis IX, Santo



Rey de Francia, 25 de agosto 



Por: Francisco Martín Hernández | Fuente: Franciscanos.org 




Rey de Francia

Maartirologio Romano: San Luis IX, rey de Francia, que, tanto en tiempo de paz como durante la guerra para defensa de los cristianos, se distinguió por su fe activa, su justicia en el gobierno, el amor a los pobres y la paciencia en las situaciones adversas. Tuvo once hijos en su matrimonio, a los que educó de una manera inmejorable y piadosa, y gastó sus bienes, fuerzas y su misma vida en la adoración de la Cruz, la Corona y el sepulcro del Señor, hasta que, contagiado de peste, murió en el campamento de Túnez, en la costa de África del Norte (1270).

Etimología: Luis = guerrero ilustre. Viene de la lengua alemana.

Fecha de canonización: El Papa Bonifacio VIII lo canonizo en el año 1297

Breve Biografía

San Luis, rey de Francia, es, ante todo, una Santo cuya figura angélica impresionaba a todos con sólo su presencia. Vive en una época de grandes heroísmos cristianos, que él supo aprovechar en medio de los esplendores de la corte para ser un dechado perfecto de todas las virtudes. Nace en Poissy el 25 de abril de 1214, y a los doce años, a la muerte de su padre, Luis VIII, es coronado rey de los franceses bajo la regencia de su madre, la española Doña Blanca de Castilla. Ejemplo raro de dos hermanas, Doña Blanca y Doña Berenguela, que supieron dar sus hijos, más que para reyes de la tierra, para santos y fieles discípulos del Señor. Las madres, las dos princesas hijas del rey Alfonso VIII de Castilla, y los hijos, los santos reyes San Luis y San Fernando.

En medio de las dificultades de la regencia supo Doña Blanca infundir en el tierno infante los ideales de una vida pura e inmaculada. No olvida el inculcarle los deberes propios del oficio que había de desempeñar más tarde, pero ante todo va haciendo crecer en su alma un anhelo constante de servicio divino, de una sensible piedad cristiana y de un profundo desprecio a todo aquello que pudiera suponer en él el menor atisbo de pecado. «Hijo -le venía diciendo constantemente-, prefiero verte muerto que en desgracia de Dios por el pecado mortal».

Es fácil entender la vida que llevaría aquel santo joven ante los ejemplos de una tan buena y tan delicada madre. Tanto más si consideramos la época difícil en que a ambos les tocaba vivir, en medio de una nobleza y de unas cortes que venían a convertirse no pocas veces en hervideros de los más desenfrenados, rebosantes de turbulencias y de tropelías. Contra éstas tuvo que luchar denodadamente Doña Blanca, y, cuando el reino había alcanzado ya un poco de tranquilidad, hace que declaren mayor de edad a su hijo, el futuro Luis IX, el 5 de abril de 1234. Ya rey, no se separa San Luis de la sabia mirada de su madre, a la que tiene siempre a su lado para tomar las decisiones más importantes. En este mismo año, y por su consejo, se une en matrimonio con la virtuosa Margarita, hija de Ramón Berenguer, conde de Provenza. Ella sería la compañera de su reinado y le ayudaría también a ir subiendo poco a poco los peldaños de la santidad.

En lo humano, el reinado de San Luis se tiene como uno de los más ejemplares y completos de la historia. Su obra favorita, las Cruzadas, son una muestra de su ideal de caballero cristiano, llevado hasta las últimas consecuencias del sacrificio y de la abnegación. Por otra parte, tanto en la política interior como en la exterior San Luis ajustó su conducta a las normas más estrictas de la moral cristiana. Tenía la noción de que el gobierno es más un deber que un derecho; de aquí que todas sus actividades obedecieran solamente a esta idea: el hacer el bien buscando en todo la felicidad de sus súbditos.

Desde el principio de su reinado San Luis lucha para que haya paz entre todos, pueblos y nobleza. Todos los días administra justicia personalmente, atendiendo las quejas de los oprimidos y desamparados. Desde 1247 comisiones especiales fueron encargadas de recorrer el país con objeto de enterarse de las más pequeñas diferencias. Como resultado de tales informaciones fueron las grandes ordenanzas de 1254, que establecieron un compendio de obligaciones para todos los súbditos del reino.

El reflejo de estas ideas, tanto en Francia como en los países vecinos, dio a San Luis fama de bueno y justiciero, y a él recurrían a veces en demanda de ayuda y de consejo. Con sus nobles se muestra decidido para arrancar de una vez la perturbación que sembraban por los pueblos y ciudades. En 1240 estalló la última rebelión feudal a cuenta de Hugo de Lusignan y de Raimundo de Tolosa, a los que se sumó el rey Enrique III de Inglaterra. San Luis combate contra ellos y derrota a los ingleses en Saintes (22 de julio de 1242). Cuando llegó la hora de dictar condiciones de paz el vencedor desplegó su caridad y misericordia. Hugo de Lusignan y Raimundo de Tolosa fueron perdonados, dejándoles en sus privilegios y posesiones. Si esto hizo con los suyos, aún extremó más su generosidad con los ingleses: el tratado de París de 1259 entregó a Enrique III nuevos feudos de Cahors y Périgueux, a fin de que en adelante el agradecimiento garantizara mejor la paz entre los dos Estados.

Padre de su pueblo y sembrador de paz y de justicia, serán los títulos que más han de brillar en la corona humana de San Luis, rey. Exquisito en su trato, éste lo extiende, sobre todo, en sus relaciones con el Papa y con la Iglesia. Cuando por Europa arreciaba la lucha entre el emperador Federico II y el Papa por causa de las investiduras y regalías, San Luis asume el papel de mediador, defendiendo en las situaciones más difíciles a la Iglesia. En su reino apoya siempre sus intereses, aunque a veces ha de intervenir contra los abusos a que se entregaban algunos clérigos, coordinando de este modo los derechos que como rey tenía sobre su pueblo con los deberes de fiel cristiano, devoto de la Silla de San Pedro y de la Jerarquía. Para hacer más eficaz el progreso de la religión en sus Estados se dedica a proteger las iglesias y los sacerdotes. Lucha denodadamente contra los blasfemos y perjuros, y hace por que desaparezca la herejía entre los fieles, para lo que implanta la Inquisición romana, favoreciéndola con sus leyes y decisiones.

Personalmente da un gran ejemplo de piedad y devoción ante su pueblo en las fiestas y ceremonias religiosas. En este sentido fueron muy celebradas las grandes solemnidades que llevó a cabo, en ocasión de recibir en su palacio la corona de espinas, que con su propio dinero había desempeñado del poder de los venecianos, que de este modo la habían conseguido del empobrecido emperador del Imperio griego, Balduino II. En 1238 la hace llevar con toda pompa a París y construye para ella, en su propio palacio, una esplendorosa capilla, que de entonces tomó el nombre de Capilla Santa, a la que fue adornando después con una serie de valiosas reliquias entre las que sobresalen una buena porción del santo madero de la cruz y el hierro de la lanza con que fue atravesado el costado del Señor.

A todo ello añadía nuestro Santo una vida admirable de penitencia y de sacrificios. Tenía una predilección especial para los pobres y desamparados, a quienes sentaba muchas veces a su mesa, les daba él mismo la comida y les lavaba con frecuencia los pies, a semejanza del Maestro. Por su cuenta recorre los hospitales y reparte limosnas, se viste de cilicio y castiga su cuerpo con duros cilicios y disciplinas. Se pasa grandes ratos en la oración, y en este espíritu, como antes hiciera con él su madre, Doña Blanca, va educando también a sus hijos, cumpliendo de modo admirable sus deberes de padre, de rey y de cristiano.

Sólo le quedaba a San Luis testimoniar de un modo público y solemne el gran amor que tenía para con nuestro Señor, y esto le impulsa a alistarse en una de aquellas Cruzadas, llenas de fe y de heroísmo, donde los cristianos de entonces iban a luchar por su Dios contra sus enemigos, con ocasión de rescatar los Santos Lugares de Jerusalén. A San Luis le cabe la gloria de haber dirigido las dos últimas Cruzadas en unos años en que ya había decaído mucho el sentido noble de estas empresas, y que él vigoriza de nuevo dándoles el sello primitivo de la cruz y del sacrificio.

En un tiempo en que estaban muy apurados los cristianos del Oriente el papa Inocencio IV tuvo la suerte de ver en Francia al mejor de los reyes, en quien podía confiar para organizar en su socorro una nueva empresa. San Luis, que tenía pena de no amar bastante a Cristo crucificado y de no sufrir bastante por Él, se muestra cuando le llega la hora, como un magnífico soldado de su causa. Desde este momento va a vivir siempre con la vista clavada en el Santo Sepulcro, y morirá murmurando: «Jerusalén».

En cuanto a los anteriores esfuerzos para rescatar los Santos Lugares, había fracasado, o poco menos, la Cruzada de Teobaldo IV, conde de Champagne y rey de Navarra, emprendida en 1239-1240. Tampoco la de Ricardo de Cornuailles, en 1240-1241, había obtenido otra cosa que la liberación de algunos centenares de prisioneros.

Ante la invasión de los mogoles, unos 10.000 kharezmitas vinieron a ponerse al servicio del sultán de Egipto y en septiembre de 1244 arrebataron la ciudad de Jerusalén a los cristianos. Conmovido el papa Inocencio IV, exhortó a los reyes y pueblos en el concilio de Lyón a tomar la cruz, pero sólo el monarca francés escuchó la voz del Vicario de Cristo.

Luis IX, lleno de fe, se entrevista con el Papa en Cluny (noviembre de 1245) y, mientras Inocencio IV envía embajadas de paz a los tártaros mogoles, el rey apresta una buena flota contra los turcos. El 12 de junio de 1248 sale de París para embarcarse en Marsella. Le siguen sus tres hermanos, Carlos de Anjou, Alfonso de Poitiers y Roberto de Artois, con el duque de Bretaña, el conde de Flandes y otros caballeros, obispos, etc. Su ejército lo componen 40.000 hombres y 2.800 caballos.

El 17 de septiembre los hallamos en Chipre, sitio de concentración de los cruzados. Allí pasan el invierno, pero pronto les atacan la peste y demás enfermedades. El 15 de mayo de 1249, con refuerzos traídos por el duque de Borgoña y por el conde de Salisbury, se dirigen hacia Egipto. «Con el escudo al cuello -dice un cronista- y el yelmo a la cabeza, la lanza en el puño y el agua hasta el sobaco», San Luis, saltando de la nave, arremetió contra los sarracenos. Pronto era dueño de Damieta (7 de junio de 1249). El sultán propone la paz, pero el santo rey no se la concede, aconsejado de sus hermanos. En Damieta espera el ejército durante seis meses, mientras se les van uniendo nuevos refuerzos, y al fin, en vez de atacar a Alejandría, se decide a internarse más al interior para avanzar contra El Cairo. La vanguardia, mandada por el conde Roberto de Artois, se adelanta temerariamente por las calles de un pueblecillo llamado Mansurah, siendo aniquilada casi totalmente, muriendo allí mismo el hermano de San Luis (8 de febrero de 1250). El rey tuvo que reaccionar fuertemente y al fin logra vencer en duros encuentros a los infieles. Pero éstos se habían apoderado de los caminos y de los canales en el delta del Nilo, y cuando el ejército, atacado del escorbuto, del hambre y de las continuas incursiones del enemigo, decidió, por fin, retirarse otra vez a Damieta, se vio sorprendido por los sarracenos, que degollaron a muchísimos cristianos, cogiendo preso al mismo rey, a su hermano Carlos de Anjou, a Alfonso de Poitiers y a los principales caballeros (6 de abril).

Era la ocasión para mostrar el gran temple de alma de San Luis. En medio de su desgracia aparece ante todos con una serenidad admirable y una suprema resignación. Hasta sus mismos enemigos le admiran y no pueden menos de tratarle con deferencia. Obtenida poco después la libertad, que con harta pena para el Santo llevaba consigo la renuncia de Damieta, San Luis desembarca en San Juan de Acre con el resto de su ejército. Cuatro años se quedó en Palestina fortificando las últimas plazas cristianas y peregrinando con profunda piedad y devoción a los Santos Lugares de Nazaret, Monte Tabor y Caná. Sólo en 1254, cuando supo la muerte de su madre, Doña Blanca, se decidió a volver a Francia.

A su vuelta es recibido con amor y devoción por su pueblo. Sigue administrando justicia por sí mismo, hace desaparecer los combates judiciarios, persigue el duelo y favorece cada vez más a la Iglesia. Sigue teniendo un interés especial por los religiosos, especialmente por los franciscanos y dominicos. Conversa con San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino, visita los monasterios y no pocas veces hace en ellos oración, como un monje más de la casa.

Sin embargo, la idea de Jerusalén seguía permaneciendo viva en el corazón y en el ideal del Santo. Si no llegaba un nuevo refuerzo de Europa, pocas esperanzas les iban quedando ya a los cristianos de Oriente. Los mamelucos les molestaban amenazando con arrojarles de sus últimos reductos. Por si fuera poco, en 1261 había caído a su vez el Imperio Latino, que años antes fundaran los occidentales en Constantinopla. En Palestina dominaba entonces el feroz Bibars (la Pantera), mahometano fanático, que se propuso acabar del todo con los cristianos. El papa Clemente IV instaba por una nueva Cruzada. Y de nuevo San Luis, ayudado esta vez por su hermano, el rey de Sicilia, Carlos de Anjou, el rey Teobaldo II de Navarra, por su otro hermano Roberto de Artois, sus tres hijos y gran compañía de nobles y prelados, se decide a luchar contra los infieles.

En esta ocasión, en vez de dirigirse directamente al Oriente, las naves hacen proa hacia Túnez, enfrente de las costas francesas. Tal vez obedeciera esto a ciertas noticias que habían llegado a oídos del Santo de parte de algunos misioneros de aquellas tierras. En un convento de dominicos de Túnez parece que éstos mantenían buenas relaciones con el sultán, el cual hizo saber a San Luis que estaba dispuesto a recibir la fe cristiana. El Santo llegó a confiarse de estas promesas, esperando encontrar con ello una ayuda valiosa para el avance que proyectaba hacer hacia Egipto y Palestina.

Pero todo iba a quedar en un lamentable engaño que iba a ser fatal para el ejército del rey. El 4 de julio de 1270 zarpó la flota de Aguas Muertas y el 17 se apoderaba San Luis de la antigua Cartago y de su castillo. Sólo entonces empezaron los ataques violentos de los sarracenos.

El mayor enemigo fue la peste, ocasionada por el calor, la putrefacción del agua y de los alimentos. Pronto empiezan a sucumbir los soldados y los nobles. El 3 de agosto muere el segundo hijo del rey, Juan Tristán, cuatro días más tarde el legado pontificio y el 25 del mismo mes la muerte arrebataba al mismo San Luis, que, como siempre, se había empeñado en cuidar por sí mismo a los apestados y moribundos. Tenía entonces cincuenta y seis años de edad y cuarenta de reinado.

Pocas horas más tarde arribaban las naves de Carlos de Anjou, que asumió la dirección de la empresa. El cuerpo del santo rey fue trasladado primeramente a Sicilia y después a Francia, para ser enterrado en el panteón de San Dionisio, de París. Desde este momento iba a servir de grande veneración y piedad para todo su pueblo. Unos años más tarde, el 11 de agosto de 1297, era solemnemente canonizado por Su Santidad el papa Bonifacio VIII en la iglesia de San Francisco de Orvieto (Italia).

EL EVANGELIO DE HOY: MARTES 25 DE AGOSTO DEL 2015


¡Ay de ustedes escribas y fariseos hipócritas!
Tiempo Ordinario


Mateo 23, 23-26. Tiempo Ordinario. Resistir a la gracia, al Amor, quizás es el pecado más grande. 


Por: Misael Cisneros | Fuente: Catholic.net 



Te adelantamos las Reflexiones del Evangelio de la 21a. Semana del Tiempo Ordinario,  del domingo 23 al sábado 29 de agosto 2015.
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Del santo Evangelio según san Mateo 23, 23-26
En aquel tiempo Jesús habló diciendo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del aneto y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello! hipócritas, que purificáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están llenos de rapiña e intemperancia! ¡Fariseo ciego, purifica primero por dentro la copa, para que también por fuera quede pura!

Oración introductoria
Oh, Espíritu Santo, Espíritu de Verdad, limpia mi conciencia para que pueda convivir permanente con tu gracia, te lo pido por intercesión de la Inmaculada Virgen María que supo actuar siempre de cara a la verdad.

Petición
Jesús, ayúdame a vivir según esta regla: «Es bueno lo que me ayuda a cumplir la voluntad de Dios, y malo lo que me estorba».

Meditación del Papa Francisco
El pueblo se lamenta delante del Señor porque no escucha sus ayunos. Es necesario distinguir entre el ayuno formal y el real. Para el Señor no es ayuno no comer carne y después pelear y explotar a los trabajadores. Por esto Jesús condenó a los fariseos porque hacían muchas observancias externas, pero sin la verdad del corazón.
Sin embargo, el ayuno que quiere Jesús es el que rompe las cadenas injustas, libera a los oprimidos, viste a los desnudos, hace justicia. Este es el verdadero ayuno, el ayuno que no es solamente externo, una observancia externa, sino que es un ayuno que viene del corazón. […] No es buen cristiano el que no es justo con las personas que dependen de él. Y no es buen cristiano el que no se despoja de lo necesario para él para dar al que lo necesita. Es esto, es doble, a Dios y al prójimo, es decir, es real, no es meramente formal. No es no comer carne solamente el viernes, hacer algo, y después hacer crecer el egoísmo, la explotación del prójimo, la ignorancia de los pobres. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 20 de febrero de 2015, en Santa Marta).
Reflexión
Las severas advertencias de Jesús contrastan con la imagen que todos tenemos de Él. El buen pastor, el que va en busca de los pecadores y cura enfermedades, el que da el pan a los que tienen hambre, el que no juzga sino que perdona, incluso a sus enemigos y a los que le maltratan... ¿cómo es posible que sea Él mismo el que se muestre inflexible y hasta agresivo ante los fariseos y escribas?

¡Hasta cuándo he de soportaros! Exclamó Jesús... y no es para menos. Porque cuando juzgamos excesiva la reacción del maestro, ¿no será acaso porque no tenemos en cuenta todo lo que Él ha hecho por aquellos hombres? Sin embargo, su respuesta fue la incredulidad más hiriente y ciega. Resistir a la gracia, al Amor, quizás es el pecado más grande...

A veces, nos salta la tentación de juzgar también nosotros al Señor. No creemos que lo que nos ocurre sea justo. Nos parece excesivo, insoportable un problema, una enfermedad o la situación familiar de un amigo. Culpamos a Dios de todo esto y le negamos en nuestro interior porque Él no evitó tal circunstancia o no escuchó nuestras oraciones.

Quizás, si somos de verdad sinceros con nosotros mismos, nos comportamos con la misma dureza con la que creemos se comportó Jesús.

Propósito
Buscar «ser» más y mejor persona, en vez de hacer cosas para «parecer» buen cristiano.

Diálogo con Cristo 
Oh, Espíritu de santidad, ven y renueva mi corazón en esta oración. Ven, Espíritu de amor, de paz, y enséñame a ser auténtico y coherente con mi fe para llegar a ser benevolente, lleno siempre de amor y comprensión con todos, especialmente con los más cercanos. Ayúdame a corresponderte con un amor fiel, verdadero y apasionado.

lunes, 24 de agosto de 2015

EL EVANGELIO DE HOY: LUNES 24 DE AGOSTO DEL 2015


El encuentro de Jesús con Natanael
Solemnidades y Fiestas



Juan 1, 45-51. Fiesta Bartolomé apóstol. Bartolomé permaneció vacilante hasta que escuchó las palabras de Jesús... ¡alabándole! 



Por: P Clemente González | Fuente: Catholic.net 




Te adelantamos las Reflexiones del Evangelio de la 21a. Semana del Tiempo Ordinario,  del domingo 23 al sábado 29 de agosto 2015.
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Del santo Evangelio según san Juan 1, 45-51
En aquel tiempo, Felipe encuentra a Natanael y le dice: Aquel de quien escribieron Moisés y la Ley y los Profetas lo hemos encontrado: a Jesús, hijo de José, de Nazaret. Natanael le replicó: ¿De Nazaret puede salir algo bueno? Felipe le contestó: Ven y verás. Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño. Natanael le contesta: ¿De qué me conoces? Jesús le responde: Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. Natanael respondió: Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Jesús le contestó: ¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores. Y le añadió: Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre.

Oración introductoria
Jesús, eres el hijo de Dios, el rey de mi vida y mi mejor amigo, maestro y pastor. Me tomas de la mano y me conduces al Padre. Me insistes en la conversión, pues sólo un corazón decidido puede a orar en la fe. Ayúdame a orar disponiendo mi corazón para hacer la voluntad del Padre.

Petición
Señor, concédeme buscar la santidad en la coherencia y en el cumplimiento de tu voluntad.

Meditación del Papa Francisco
La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más. Pero ¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer? Si no sentimos el intenso deseo de comunicarlo, necesitamos detenernos en oración para pedirle a Él que vuelva a cautivarnos. Nos hace falta clamar cada día, pedir su gracia para que nos abra el corazón frío y sacuda nuestra vida tibia y superficial.
Puestos ante Él con el corazón abierto, dejando que Él nos contemple, reconocemos esa mirada de amor que descubrió Natanael el día que Jesús se hizo presente y le dijo: “Cuando estabas debajo de la higuera, te vi”. ¡Qué dulce es estar frente a un crucifijo, o de rodillas delante del Santísimo, y simplemente ser ante sus ojos! ¡Cuánto bien nos hace dejar que Él vuelva a tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar su vida nueva! Entonces, lo que ocurre es que, en definitiva, “lo que hemos visto y oído es lo que anunciamos”.
La mejor motivación para decidirse a comunicar el Evangelio es contemplarlo con amor, es detenerse en sus páginas y leerlo con el corazón. Si lo abordamos de esa manera, su belleza nos asombra, vuelve a cautivarnos una y otra vez. Para eso urge recobrar un espíritu contemplativo, que nos permita redescubrir cada día que somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva. No hay nada mejor para transmitir a los demás. (S.S. Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, n. 264).
Reflexión
¿De este pueblo tan pequeño puede salir algo bueno? Estas fueron las palabras que San Bartolomé, también llamado Natanael, dijo a Felipe, sorprendido ante la noticia de que había un gran hombre venido desde Nazaret.

Natanael permaneció vacilante hasta que escuchó las palabras de Jesús, alabándole. Cristo demuestra que conoce perfectamente el interior del hombre, y por eso se permite elogiarle en público. ¿Y qué diría Jesús de nosotros? ¿Podría repetir las palabras que dirigió al santo que hoy contemplamos? Y tú, ¿qué opinión tienes de ti mismo?

Lo que en realidad somos está recogido en nuestra conciencia. Ella nos avisa ante la bondad o maldad de nuestros actos, antes y después de hacerlos. Por eso, el que actúa guiado por una conciencia recta, tiene la seguridad de llevar una vida honrada, ante sí mismo, ante los hombres y ante Dios.

Formar una buena conciencia es gran parte del secreto de nuestro obrar. ¿Y cómo se forma? Con criterios objetivos, válidos para todos y siempre. Por ejemplo, los diez mandamientos son la ayuda básica para saber qué debemos hacer y qué hay que evitar. Y una vez que hemos establecido fuertemente los principios, es necesario mantenerse firme en ellos.

Propósito
Restar importancia a mis puntos de vista, para estar más abierto a la opinión de los demás.

Diálogo con Cristo 
Jesús, frecuentemente soy escéptico y desconfío en que puedo alcanzar la santidad, porque no me dejo transformar por tu gracia y no cumplo la voluntad de Dios. Por eso te pido, hoy, que abras mi espíritu, mi corazón, mi entendimiento, para que sepa reconocerte siempre y darte el lugar que te corresponde en mi vida.

LOS SANTOS DE HOY: LUNES 26 DE AGOSTO DEL 2015

Emilia de Vialar, SantaEmilia de Vialar, Santa
Fundadora, 24 de agosto
María Encarnación Rosal, BeataMaría Encarnación Rosal, Beata
Fundadora, 24 de agosto
Fortunato Velasco Tobar, BeatoFortunato Velasco Tobar, Beato
Sacerdote y Mártir, 24 de agosto
Miroslav Bulešić, BeatoMiroslav Bulešić, Beato
Sacerdote y Mártir, 24 de agosto
Audeno de Rouen, SantoAudeno de Rouen, Santo
Obispo, 24 de agosto
Juana Antide Thouret, SantaJuana Antide Thouret, Santa
Fundadora, 24 de agosto
Bartolomé, SantoBartolomé, Santo
Apóstol, 24 de agosto

SAN BARTOLOMÉ, APÓSTOL, 26 DE AGOSTO


Bartolomé, Santo
Apóstol, 24 de agosto
Fuente: Centro de Espiritualidad Santa María 




Apóstol y Mártir

Martirologio Romano: Fiesta de san Bartolomé, apóstol, al que generalmente se identifica con Natanael. Nacido en Caná de Galilea, fue presentado por Felipe a Cristo Jesús en las cercanías del Jordán, donde el Señor le invitó a seguirle y lo agregó a los Doce. Después de la Ascensión del Señor, es tradición que predicó el Evangelio en la India y que allí fue coronado con el martirio (s. I)

Etimológicamente: Bartolomé = hijo de Tolomé” (Bar =hijo. Tolomé = “cultivador y luchador”).. Viene de la lengua hebrea.

Breve Biografía
A este santo (que fue uno de los doce apóstoles de Jesús) lo pintaban los antiguos con la piel en sus brazos como quien lleva un abrigo, porque la tradición cuenta que su martirio consistió en que le arrancaron la piel de su cuerpo, estando él aún vivo.

Parece que Bartolomé es un sobrenombre o segundo nombre que le fue añadido a su antiguo nombre que era Natanael (que significa "regalo de Dios") Muchos autores creen que el personaje que el evangelista San Juan llama Natanael, es el mismo que otros evangelistas llaman Bartolomé. Porque San Mateo, San Lucas y San Marcos cuando nombran al apóstol Felipe, le colocan como compañero de Felipe a Natanael.

El encuentro más grande de su vida.

El día en que Natanael o Bartolomé se encontró por primera vez a Jesús fue para toda su vida una fecha memorable, totalmente inolvidable. El evangelio de San Juan la narra de la siguiente manera: "Jesús se encontró a Felipe y le dijo: "Sígueme". Felipe se encontró a Natanael y le dijo: "Hemos encontrado a aquél a quien anunciaron Moisés y los profetas. Es Jesús de Nazaret". Natanael le respondió: " ¿Es que de Nazaret puede salir algo bueno?" Felipe le dijo: "Ven y verás". Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: "Ahí tienen a un israelita de verdad, en quien no hay engaño" Natanael le preguntó: "¿Desde cuando me conoces?" Le respondió Jesús: "antes de que Felipe te llamara, cuando tú estabas allá debajo del árbol, yo te vi". Le respondió Natanael: "Maestro, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel". Jesús le contestó: "Por haber dicho que te vi debajo del árbol, ¿crees? Te aseguró que verás a los ángeles del cielo bajar y subir alrededor del Hijo del Hombre." (Jn. 1,43 ).

Felipe, lo primero que hizo al experimentar el enorme gozo de ser discípulo de Jesús fue ir a invitar a un gran amigo a que se hiciera también seguidor de tan excelente maestro. Era una antorcha que encendía a otra antorcha. Pero nuestro santo al oír que Jesús era de Nazaret (aunque no era de ese pueblo sino de Belén, pero la gente creía que había nacido allí) se extrañó, porque aquél era uno de los más pequeños e ignorados pueblecitos del país, que ni siquiera aparecía en los mapas. Felipe no le discutió a su pregunta pesimista sino solamente le hizo una propuesta: "¡Ven y verás que gran profeta es!"

Una revelación que lo convenció.

Y tan pronto como Jesús vio que nuestro santo se le acercaba, dijo de él un elogio que cualquiera de nosotros envidiaría: "Este si que es un verdadero israelita, en el cual no hay engaño". El joven discípulo se admira y le pregunta desde cuándo lo conoce , y el Divino Maestro le añade algo que le va a conmover: "Allá, debajo de un árbol estabas pensando qué sería de tu vida futura. Pensabas: ¿Qué querrá Dios que yo sea y que yo haga? Cuando estabas allá en esos pensamientos, yo te estaba observando y viendo lo que pensabas". Aquélla revelación lo impresionó profundamente y lo convenció de que este sí era un verdadero profeta y un gran amigo de Dios y emocionado exclamó: "¡Maestro, Tú eres el hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de Israel! ¡Maravillosa proclamación! Probablemente estaba meditando muy seriamente allá abajo del árbol y pidiéndole a Dios que le iluminara lo que debía de hacer en el futuro, y ahora viene Jesús a decirle que El leyó sus pensamientos. Esto lo convenció de que se hallaba ante un verdadero profeta, un hombre de Dios que hasta leía los pensamientos. Y el Redentor le añadió una noticia muy halagadora. Los israelitas se sabían de memoria la historia de su antepasado Jacob, el cuál una noche, desterrado de su casa, se durmió junto a un árbol y vio una escalera que unía la tierra con el cielo y montones de ángeles que bajaban y subían por esa escalera misteriosa. Jesús explica a su nuevo amigo que un día verá a esos mismos ángeles rodear al Hijo del Hombre, a ese salvador del mundo, y acompañarlo, al subir glorioso a las alturas.

Desde entonces nuestro santo fue un discípulo incondicional de este enviado de Dios, Cristo Jesús que tenía poderes y sabiduría del todo sobrenaturales. Con los otros 11 apóstoles presenció los admirables milagros de Jesús, oyó sus sublimes enseñanzas y recibió el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego.
El libro muy antiguo, y muy venerado, llamado el Martirologio Romano, resume así la vida posterior del santo de hoy: "San Bartolomé predicó el evangelio en la India. Después pasó a Armenia y allí convirtió a muchas gentes. Los enemigos de nuestra religión lo martirizaron quitándole la piel, y después le cortaron la cabeza".

Para San Bartolomé, como para nosotros, la santidad no se basa en hacer milagros, ni en deslumbrar a otros con hazañas extraordinarias, sino en dedicar la vida a amar a Dios, a hacer conocer y amar mas a Jesucristo, y a propagar su santa religión, y en tener una constante caridad con los demás y tratar de hacer a todos el mayor bien posible.

Oración

Oh, Dios omnipotente y eterno, que hiciste este día tan venerable día con la festividad de tu Apóstol San Bartolomé, concede a tu Iglesia amar lo que el creyó, y predicar lo que él enseñó. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén

¡Felicidades a los Bartolomés!

domingo, 23 de agosto de 2015

LOS SANTOS DE HOY: DOMINGO 23 DE AGOSTO DEL 2015

Tidfil, SantaTidfil, Santa
Patrona de Merthyr, 23 de agosto
Cipriano José (Julián Iglesias Bañuelos), BeatoCipriano José (Julián Iglesias Bañuelos), Beato
Religioso y Mártir, 23 de agosto
Serafina de Ochovi, BeataSerafina de Ochovi, Beata
Mártir, 23 de agosto
Resario de Soano, BeataResario de Soano, Beata
Mártir, 23 de agosto
Ladislao Findysz, BeatoLadislao Findysz, Beato
Sacerdote y Mártir, 23 de agosto
Felipe Benizi (o Benicio), SantoFelipe Benizi (o Benicio), Santo
Servita, 23 de agosto

SAN FELIPE BENIZI O BENICIO, SERVITA, 23 DE AGOSTO


Felipe Benizi (o Benicio), Santo
Felipe Benizi (o Benicio), Santo


Servita, 23 de agosto 


Fuente: www.aciprensa.com 



Sacerdote

Martirologio Romano: En Todi, de la Umbría, san Felipe Benizi, presbítero de Florencia, varón de gran humildad y propagador de la Orden de los Siervos de María, que consideraba a Cristo crucificado su único libro (1285).

El hijo más ilustre y el más ardiente propagador de la congregación de los servitas en Italia nació en el seno de una noble familia de Florencia el 15 de agosto de 1233. A los 13 años fue a vivir a París a estudiar medicina. De París pasó a Padua donde a los 19 años obtuvo el grado de doctor en medicina y filosofía, regresando a su ciudad natal y ejerciendo por un año su profesión. Durante ese tiempo, estudió las Sagradas Escrituras y, frecuentaba las iglesias de su ciudad natal, especialmente La Anunciata, que estaba a cargo de la Orden de los Servitas (siervos de María), así llamados por la gran devoción que tenían a nuestra Señora, que allí era particularmente reverenciada.

Una epístola de la semana de pascua refiere que uno de los discípulos y diácono de la primitiva comunidad de Jerusalén, llamado FeIipe, recibió de Dios el encargo de acercarse al carruaje del mayordomo de la reina de Etiopía e intentar convertirla a la fe católica. Dijo el Espíritu Santo: "Acércate y sube a este carro".

Pues bien, estando Felipe Benicio, el l6 de abril de 1254, jueves de pascua, oyendo la misa conventual en la cercana ciudad de Fiésole, al proclamarse aquellas palabras: "Felipe, acércate y sube a este carro", tomadas de los Hechos de los apóstoles, interpretó que iban dirigidas a él. Y después en su casa, orando, tuvo una visión en medio de un éxtasis: vio venir a su encuentro a la Virgen, Madre de Dios, quien mostrándole el hábito negro de los servitas, le sonrió diciéndole: "Felipe, acércate y sube a este carro". Comprendió entonces que la reina del cielo lo invitaba a ponerse bajo su protección.

Ocultando su condición de noble y su profesión, Felipe pidió la admisión en Monte Senario y recibió de manos de San Bonfilio el hábito de los hermanos lego. Los superiores le ordenaron trabajar en el huerto, pedir limosna y algunas faenas duras y difíciles del campo. El santo se entregó por completo a dichas labores, orando incansablemente durante todas ellas. En 1258 fue enviado al convento de Siena, y durante el camino intervino en una polémica discusión sobre los dogmas de la fe, en la cual Felipe supo intervenir brillantemente aclarando y dando el verdadero sentido sobre lo dicho. Dos miembros de su congregación, que viajaban con él, dieron cuenta al prior general, quien al constatar la sabiduría del santo, lo ordenó sacerdote, y en 1262, fue nombrado maestro de novicios del convento de Siena, y Vicario asistente del prior general. En 1267, por voto unánime, el santo fue elegido prior general de la orden religiosa. Como primera labor, visitó todos los conventos de la orden que estaban en el norte de Italia invitando a las gentes a convertirse y someterse a la protección de la Virgen Madre. Luego, y al finalizar un intenso y largo retiro espiritual, San Felipe decidió visitar los conventos de Alemania y Francia.

En el Concilio de Lyon, San Felipe impresionó a todos por su sabiduría y don de las lenguas, don que fue utilizado por el santo para la conversión de los pecadores y reconciliación de los cismáticos de muchos lugares del mundo a donde iba a predicar el Evangelio; sin embargo, toda su fama no era suficiente para obtener la aprobación pontificia para la Orden de los Siervos de María.

En 1284, San Alejo puso bajo la dirección de San Felipe a su sobrina Santa Juliana, la cual fundó la tercera orden de las Siervas de María. El santo se encargó también de enviar a los primeros misioneros servitas al oriente, algunos de ellos, derramaron su sangre por mantenerse firmes en su fe a Cristo.

Cuando comprendió que se acercaba la hora de su muerte, en el año 1285, San Felipe decidió retirarse descansar al convento más sencillo y humilde de la orden religiosa, donde pasó sus últimos días, orando y postrado ante la imagen de la Virgen María. Falleció durante el angelus vespertino, y en 1761 fue canonizado. Su fiesta fue extendida a toda la Iglesia occidental en 1694.

EL EVANGELIO DE HOY: DOMINGO 23 DE AGOSTO DEL 2015


¿También ustedes quieren marcharse?
Tiempo Ordinario



Juan 6, 55. 60-69. Domingo 21o.Tiempo Ordinario B. Maestro, ¿a quién vamos a seguir si no te seguimos a ti? Tú tienes palabras de vida eterna. 


Por: P. Sergio A. Córdova LC | Fuente: Catholic.net 



Te adelantamos las Reflexiones del Evangelio de la 21a. Semana del Tiempo Ordinario,  del domingo 23 al sábado 29 de agosto 2015.
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Del santo Evangelio según san Juan 6, 55. 60-69
Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?» Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: «¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?... «El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. «Pero hay entre vosotros algunos que no creen.» Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y decía: «Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre.» Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.» 

Oración introductoria

Espíritu Santo, dulce huésped del alma, muéstrame el sentido profundo de la oración, dispón mi espíritu para rezar con fe. Ayúdame a orar con la esperanza que nunca defrauda y en la caridad que no espera recompensa, porque quiero crecer en mi amor y ser fiel. No quiero dejar nunca a Jesús, que tiene la Palabra que me muestra el camino para la vida eterna.

Petición
Señor, que sea fiel a tu gracia. Lléname de tu amor.

Meditación del Papa Francisco
Las Bienaventuranzas de Jesús son portadoras de una novedad revolucionaria, de un modelo de felicidad opuesto al que habitualmente nos comunican los medios de comunicación, la opinión dominante. Para la mentalidad mundana, es un escándalo que Dios haya venido para hacerse uno de nosotros, que haya muerto en una cruz. En la lógica de este mundo, los que Jesús proclama bienaventurados son considerados “perdedores”, débiles. En cambio, son exaltados el éxito a toda costa, el bienestar, la arrogancia del poder, la afirmación de sí mismo en perjuicio de los demás.
Queridos jóvenes, Jesús nos pide que respondamos a su propuesta de vida, que decidamos cuál es el camino que queremos recorrer para llegar a la verdadera alegría. Se trata de un gran desafío para la fe. Jesús no tuvo miedo de preguntar a sus discípulos si querían seguirle de verdad o si preferían irse por otros caminos. Y Simón, llamado Pedro, tuvo el valor de contestar: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”. Si sabéis decir “sí” a Jesús, entonces vuestra vida joven se llenará de significado y será fecunda. (S.S. Francisco, Mensaje para la XXIX Jornada Mundial de la Juventud, 2014).
Reflexión
El discurso eucarístico de Jesús llega a su fin. Pero, como hemos ido meditando en estas últimas semanas, cuando no se escuchan las palabras de nuestro Señor con fe, sino que se las interpreta de un modo humano, demasiado "carnal", "tierra-tierra", las cosas acaban mal. Querer interpretarlas al pie de la letra es un absurdo y una locura. Y es lo que les pasó a los judíos. Pero no por culpa de Jesús, sino por las malas disposiciones de sus oyentes. Ya El se lo había anunciado y les había insistido, más de una ocasión, en la necesidad ineludible de la fe. Pero fue inútil. Y ahí tenemos los resultados...: el escándalo, la deserción y el abandono del Señor: "Duras son estas palabras –concluyen escandalizados-. ¿Quién puede oírlas? Es inaceptable este discurso. ¿Cómo hacerle caso?".

Pero a nuestro Señor no le preocupa "la opinión pública", ese tirano que esclaviza a tantos hombres, incluso a aquellos que se consideran más inteligentes y libres. ¡Cuántos de nosotros somos víctimas de la opinión de los demás! Jesús no se retracta ni mitiga sus palabras para que sus discípulos no se le vayan. El quiere gente convencida, no admiradores fáciles, y menos aún aduladores engañosos y frívolos.

Se cuenta que cuando Cronwell hacía su entrada triunfal en Londres, alguien le hizo notar la enorme afluencia de pueblo que acudía de todas partes para verle. "La misma habría -respondió él fríamente- y mucha más aún para verme ahorcar". ¡Así de veleidosas son las multitudes! Jesús lo sabía muy bien y, por eso, no se dejaba impresionar por la respuesta de las masas: ni el aplauso de los hombres le hacía sentirse más "importante", ni se alteraba por la más o menos frecuente "impopularidad" de su mensaje. Por ello gozaba de tanta libertad de espíritu: porque no se peocupaba por lo que los demás pensasen de El.

Nuestro Señor sabía que mucha gente -incluso entre sus discípulos- no creía en El. Sabía que era piedra de escándalo para muchos y "signo de contradicción". Pero eso no lo amedrentaba ni le hacía echar marcha atrás: "¿Esto os hace dudar? ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?". Y enseguida invita a sus oyentes a "subir" otra vez a la esfera de la fe: "El espíritu es el que da la vida; la carne no aprovecha para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Pero algunos de vosotros no creéis". Volvemos otra vez a la primera condición, indispensable, para seguir a Jesús: tener FE en El, querer creer en El, tener el valor de jugarse el todo por el todo por El.

En la santa Misa, inmediatamente después de la consagración, el sacerdote dice: "Mysterium fidei, ¡Este es el sacramento de nuestra fe!". Y enseguida toda la asamblea aclama: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven, Señor Jesús!". La Eucaristía es, ante todo, un misterio y un sacramento de fe en la Pasión, muerte y resurrección del Señor. Juan Pablo II, en su última encíclica, dedicada al tema de la Eucaristía, nos dice que estas palabras se refieren a Cristo en el misterio de su Pasión, pero revelan también el misterio de la Iglesia. Ella, en efecto, tiene su fundamento y su fuente en el "Triduo pascual", pero éste está como incluido, anticipado y "concentrado" en el don de la Eucaristía.

Pero tener fe no es un mero sentimiento de la presencia de Dios, ni creer solamente en los dogmas y verdades que nos enseña la Iglesia Católica. Creer es confiar ciegamente en Jesús, entregarse a El, ponerse en sus manos, sabiendo que con El estamos seguros, en medio de todas las dificultades de la vida. Como la historia de aquel equilibrista de Nueva York. Para sus espectáculos solía atar un cable entre dos edificios, a gran altura, y luego caminaba por dicho cable con una barra de equilibrio. Al bajar, era ovacionado por todo el mundo. En una ocasión, durante uno de sus espectáculos, dice a los presentes: "Subiré nuevamente, pero ahora con una carretilla. Sólo necesito que crean que lo puedo hacer". Hay un silencio sepulcral entre la multitud. Al fin, uno grita: "Sí, adelante, yo creo que tú puedes". A lo cual el equilibrista responde: "Si en verdad crees que lo puedo hacer, ¡ven y súbete en la carretilla!"... Algo así es la fe.

¿Serías capaz de subirte tú a la carretilla con Jesús? Si de verdad creemos en Cristo, debemos ser capaces de hacerlo, sin pensarlo dos veces. El no falla. Sólo entonces podremos afirmar, como Pedro al final del discurso de Jesús: "Maestro, ¿a quién vamos a ir si no te seguimos a ti? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos que tú eres el Mesías, el Santo de Dios".

Propósito
Visitar al Santísimo sacramento para confirmar mi fe y mi fidelidad a Dios, además de agradecerle su amor.

Diálogo con Cristo 
Señor, tengo necesidad de ti, de tu gracia, de tu amor, de tu amistad, de tu protección y de tu perdón. No permitas que me separe de ti. Dame tu ayuda y tu gracia para vivir unido a ti en todo momento: que inicie mi día poniéndome humildemente ante tu presencia, que te recuerde y te visite durante la jornada y que no me duerma sin agradecerte tu amor.


 
Preguntas o comentarios al autor  P. Sergio Cordova LC
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