viernes, 17 de diciembre de 2021

¡FELIZ CUMPLEAÑOS 85 PAPA FRANCISCO! OREMOS POR EL PAPA FRANCISCO!!

 





 ¡Feliz Cumpleaños 85 Papa Francisco!

POR DIEGO LÓPEZ MARINA | ACI Prensa

Crédito: Daniel Ibañez - ACI Prensa



Ya son las 00:00 horas del 17 de diciembre en Roma y el Papa Francisco cumple 85 años de vida. Millones de fieles se alegran en todo el mundo por el cumpleaños del Pontífice nacido en la Argentina, que siempre pide que se acuerden de rezar por él.

Este 2021, aunque ha sido un año difícil debido a la situación que se vive por la pandemia de COVID-19, hubo momentos memorables para el Papa Francisco.  

Del 5 al 8 de marzo el Papa realizó un viaje apostólico a Irak, donde tuvo como uno de sus objetivos profundizar en el diálogo entre cristianos y musulmanes en un país donde las minorías religiosas han sufrido durante años violencia y persecución.

Durante su estancia, el Santo Padre visitó iglesias que fueron destruidas por el Estado Islámico (ISIS); participó en un encuentro interreligioso en la llanura de Ur, la tierra de Abraham; fue el primer Papa en celebrar una Misa en rito caldeo; y rezó y llevó consuelo, esperanza y alegría a comunidades cristianas afectadas por el terrorismo.

Otro momento importante ocurrió el 1 de mayo, cuando el Papa Francisco presidió el rezo del Rosario para la inauguración de una maratón de oración por el fin de la pandemia. La maratón se  extendió durante todos los días del mes mayo en los santuarios del mundo.

También este año, del 12 al 15 de septiembre, el Papa realizó un viaje apostólico a Budapest y Eslovaquia. El Pontífice decidió visitar la capital de Hungría para clausurar el Congreso Eucarístico Internacional y luego visitó Eslovaquia en donde visitó las ciudades de Bratislava, Košice y Prešov.

Recientemente, del 2 al 6 de diciembre, el Papa realizó su 35 viaje apostólico internacional a Chipre y Grecia, países donde los católicos lo recibieron con alegría pese a ser pocos frente a una mayoría cristiana ortodoxa.

Durante este viaje, el Santo Padre se reunió con los líderes de la iglesia ortodoxa y siguiendo el ejemplo de San Juan Pablo II, pidió perdón por los males ocasionados por los católicos en el pasado y llamó a la unidad y reconciliación. También alentó a la pequeña comunidad católica a crecer juntos en la fe, y llevó consuelo y esperanza a los migrantes.


Biografía

Jorge Mario Bergoglio nació en el seno de una familia católica el 17 de diciembre de 1936, en el barrio porteño de Flores, siendo el mayor de los cinco hijos del matrimonio formado por Mario José Bergoglio y Regina María Sívori, inmigrantes italianos.

Fue bautizado el día de Navidad de 1936 en la Basílica María Auxiliadora y San Carlos del barrio de Almagro en Buenos Aires.

Durante su infancia fue alumno del Colegio Salesiano Wilfrid Barón de los Santos Ángeles y estudió en la Escuela Nacional de Educación Técnica Nº 27 Hipólito Yrigoyen en la que se graduó como técnico químico. Luego trabajó en el laboratorio Hickethier-Bachmann.

Durante su juventud, sufrió una enfermedad a los pulmones por lo que fue sometido a una operación quirúrgica en la que le fue extirpada una porción de pulmón, lo que no le impidió desarrollar sus actividades con normalidad.

El 11 de marzo de 1958 ingresó al noviciado de la Compañía de Jesús en el Seminario de Villa Devoto.  Como novicio de la Compañía de Jesús terminó sus estudios en el Seminario Jesuita de Santiago de Chile.

Entre 1967 y 1070 cursó estudios de teología en la Facultad de Teología del Colegio Máximo de San José. Fue ordenado sacerdote el 13 de diciembre de 1969, casi a los 33 años de edad.

Continuó sus estudios de 1970 a 1971 en la Universidad de Alcalá Henares (España) y el 22 de abril de 1973 realizó su profesión de jesuita. De regreso a Argentina fue maestro de novicios en la Villa Barilari; profesor en la Facultad de Teología de San Miguel; consultor provincial de la Compañía de Jesús, cargo que ocupó hasta 1979; y rector del Colegio Máximo de la Facultad.

Fue nombrado Obispo Auxiliar de Buenos Aires por el Papa Juan Pablo II el 20 de mayo de 1992. Cuando la salud del entonces Arzobispo de Buenos Aires, Cardenal Antonio Quarracino, empezó a debilitarse, Mons. Bergoglio fue designado Arzobispo Coadjutor el 3 de junio de 1997. Al fallecer el Cardenal Quarracino lo sucedió en el cargo de Arzobispo de Buenos Aires el 28 de febrero de 1998.

Durante el consistorio del 21 de febrero de 2001, el Papa Juan Pablo II lo creó Cardenal. Como Purpurado formó parte de la Comisión para América Latina; la Congregación para el Clero; el Pontificio Consejo para la Familia; la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos; el Consejo Ordinario de la Secretaría General para el Sínodo de los Obispos y la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.

Fue Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, en dos períodos consecutivos desde noviembre de 2005 hasta noviembre de 2011. Integró también el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM).

El Cardenal Bergoglio siempre tuvo un estilo de vida sencillo y austero. Vivía en un apartamento pequeño en vez de la residencia episcopal, renunció a su limosina y a su chofer, se movilizaba en transporte público y preparaba su comida.

El Cardenal Bergoglio disfrutaba de la ópera, el tango y el fútbol, cuya pasión aún disfruta al ser socio el Club Atlético San Lorenzo de Almagro.



miércoles, 15 de diciembre de 2021

MEDITACIÓN DE ADVIENTO: EL SUEÑO DE LA VIRGEN MARÍA

 



EL SUEÑO DE LA VIRGEN MARÍA


José, anoche tuve un sueño muy extraño, como una pesadilla. La verdad es que no lo entiendo. Se trataba de una fiesta de cumpleaños de nuestro Hijo.

La familia se había estado preparando por semanas decorando su casa. Se apresuraban de tienda en tienda comprando toda clase de regalos. Parece que toda la ciudad estaba en en lo mismo porque todas las tiendas estaban abarrotadas. Pero algo me extrañó mucho: ninguno de los regalos era para nuestro Hijo.

Envolvieron los regalos en papeles lindísimos y les pusieron cintas y lazos muy bellos. Entonces los pusieron bajo un árbol. Si, un árbol, José, ahí mismo dentro de su casa. También decoraron el árbol; las ramas estaban llenas de bolas de colores y ornamentos brillantes. Había una figura en el tope del árbol. Parecía un angelito. Estaba precioso.

Por fin, el día del cumpleaños de nuestro Hijo llegó. Todos reían y parecían estar muy felices con los regalos que daban y recibían. Pero fíjate José, no le dieron nada a nuestro Hijo. Yo creo que ni siquiera lo conocían. En ningún momento mencionaron su nombre. ¿No te parece raro, José, que la gente pase tanto trabajo para celebrar el cumpleaños de alguien que ni siquiera conocen? Me parecía que Jesús se habría sentido como un intruso si hubiera asistido a su propia fiesta de cumpleaños.

Todo estaba precioso, José y todo el mundo estaba tan feliz, pero todo se quedó en las apariencias, en el gusto de los regalos. Me daban ganas de llorar que esa familia no conocía a Jesús. ¡Qué tristeza tan grande para Jesús - no ser invitado a Su propia fiesta!Estoy tan contenta de que todo era un sueño, José. ¡Qué terrible si ese sueño fuera realidad!

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE SAN JOSÉ, HOMBRE DEL SILENCIO



Catequesis del Papa Francisco sobre San José, hombre de silencio

POR MERCEDES DE LA TORRE | ACI Prensa

El Papa Francisco en el Vaticano. Foto: Vatican Media




El Papa Francisco continuó en la Audiencia General de este miércoles 15 de diciembre con su serie de catequesis sobre San José y reflexionó en la importancia de cultivar el silencio para dejar espacio a la Presencia de Jesús, “Palabra hecha carne”.

“Aprendamos de San José a cultivar espacios de silencio, en el que pueda emerger otra Palabra, es decir, Jesús, la Palabra: la del Espíritu Santo que habita en nosotros. No es fácil reconocer esta Voz, que muy a menudo se confunde junto a los miles de voces de preocupaciones, tentaciones, deseos, esperanzas que habitan en nosotros; pero sin este entrenamiento que viene precisamente de la práctica del silencio, puede enfermarse también nuestro hablar. Sin la práctica del silencio se enferma nuestro hablar”, advirtió el Santo Padre.

A continuación, la catequesis pronunciada por el Papa Francisco.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Seguimos nuestro camino de reflexión sobre San José. Después de haber ilustrado el ambiente en el que vivió, su papel en la historia de la salvación y su ser justo y esposo de María, hoy quisiera considerar otro aspecto importante de su figura: el silencio. Y muchas veces se necesita el silencio.

El silencio es importante, a mi me impacta un pasaje del libro de la Sabiduría que ha sido leído pensando en la Navidad: cuando la noche está en el más profundo silencio, allí tu Palabra descendió a la tierra. En el momento de más silencio, Dios se manifestó. Es importante pensar en el silencio en esta época en la que, parece que, no tiene valor.

Los Evangelios no relatan ninguna palabra de José de Nazaret. Nada. Nunca ha hablado. Eso no significa que él fuera taciturno, no, hay un motivo más profundo. Con su silencio, José confirma lo que escribe San Agustín: «Cuando el Verbo de Dios crece, es decir el hombre hecho hombre, las palabras del hombre disminuyen»1. En la medida en que Jesús crece, la vida espiritual crece, las palabras disminuyen. Esto que podemos llamar ‘el hablar como loros’, disminuye un poco.

El mismo Juan Bautista, que es «voz que clama en el desierto: preparen del camino del Señor”» (Mt 3,1), dice sobre el Verbo: «Es preciso que Él crezca y que yo disminuya» (Jn 3,30). Esto significa que Él debe hablar y yo estar callado. José con su silencio nos invita a dejar espacio a la Presencia de la Palabra hecha carne, a Jesús.

El silencio de José no es mutismo, no es taciturno; es un silencio lleno de escucha, un silencio trabajador, un silencio que hace emerger su gran interioridad. «Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo – comenta San Juan de la Cruz – una palabra habló el Padre, que fue su Hijo y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma».2

Jesús creció en esta “escuela”, en la casa de Nazaret, con el ejemplo cotidiano de María y José. Y no sorprende el hecho de que Él mismo busque espacios de silencio en sus jornadas (cfr Mt 14,23) e invitará a sus discípulos a hacer tal experiencia: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco» (Mc 6,31).

Qué bonito sería si cada uno de nosotros, en el ejemplo de San José, lograra recuperar esta dimensión contemplativa de la vida abierta de par en par precisamente por el silencio. Pero todos nosotros sabemos por experiencia que no es fácil: el silencio nos asusta un poco, porque nos pide entrar dentro de nosotros mismos y encontrar la parte más verdadera de nosotros. Y muchas personas tienen miedo del silencio, deben hablar, hablar o escuchar radio, televisión, pero no pueden aceptar el silencio, tienen miedo.

El filósofo Pascal observaba que «toda la desgracia de los hombres viene de una sola cosa: el no saber quedarse tranquilos en una habitación».3

Queridos hermanos y hermanas, aprendamos de San José a cultivar espacios de silencio, en el que pueda emerger otra Palabra, es decir, Jesús, la Palabra: la del Espíritu Santo que habita en nosotros. No es fácil reconocer esta Voz, que muy a menudo se confunde junto a los miles de voces de preocupaciones, tentaciones, deseos, esperanzas que habitan en nosotros; pero sin este entrenamiento que viene precisamente de la práctica del silencio, puede enfermarse también nuestro hablar. Sin la práctica del silencio se enferma nuestro hablar.

Esto, en lugar de hacer que brille la verdad, se puede convertir en un arma peligrosa, el hablar. De hecho, nuestras palabras se pueden convertir en adulación, vanagloria, mentira, maledicencia, calumnia. Es un dato de experiencia que, como nos recuerda el Libro del Eclesiástico, «muchos han caído a filo de espada, mas no tantos como los caídos por la lengua» (28,18). Jesús lo dijo claramente: quien habla mal del hermano y de la hermana, quien calumnia al prójimo, es homicida (cfr Mt 5,21-22), asesina con la lengua. Nosotros no creemos en esto, pero es la verdad, pensemos un poco las veces que nosotros hemos asesinado con la lengua, nos avergonzaremos, pero nos hará mucho bien, mucho bien.

La sabiduría bíblica afirma que «muerte y vida estarán en poder de la lengua, el que la ama comerá su fruto» (Pr 18,21). Y el apóstol Santiago, en su Carta, desarrolla este antiguo tema del poder, positivo y negativo, de la palabra con ejemplos deslumbrantes: «Si alguno no cae hablando, es un hombre perfecto, capaz de poner freno a todo su cuerpo. [...] también la lengua es un miembro pequeño y puede gloriarse de grandes cosas. [...] Con ella bendecimos al Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, hecho a imagen de Dios; de una misma boca proceden la bendición y la maldición» (3,2-10).

Este es el motivo por el cual debemos aprender de José a cultivar el silencio: ese espacio de interioridad en nuestras jornadas en las que damos la posibilidad al Espíritu de regenerarnos, de consolarnos, de corregirnos. No digo el caer en un mutismo, no, silencio. Muchas veces, cada uno de nosotros mire en el interior, muchas veces estamos haciendo un trabajo y cuando terminamos inmediatamente a buscar el celular para hacer algo más, siempre estamos así… y esto no ayuda, esto nos hace deslizar en la superficialidad.

La profundidad del corazón crece con el silencio. Silencio que no es mutismo como he dicho, pero que da espacio a la sabiduría, a la reflexión y al Espíritu Santo. No tengamos miedo a los momentos de silencio, no tengamos miedo, nos hará mucho bien.

Y el beneficio del corazón que tendremos sanará también nuestra lengua, nuestras palabras y sobre todo nuestras elecciones. De hecho, José ha unido la acción al silencio. Él no ha hablado, pero ha hecho, y nos ha mostrado así lo que un día Jesús dijo a sus discípulos: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial» (Mt 7,21). Silencio. Palabras fecundas cuando hablemos. Nosotros tenemos recuerdo de esa canción ‘palabras, palabras, palabras’, y nada de sustancial. Silencio, hablar lo justo, morderse un poco la lengua, que hace bien algunas veces en lugar de decir estupideces.




Concluimos con una oración:

San José, hombre de silencio, tú que en el Evangelio no has pronunciado ninguna palabra, enséñanos a ayunar de las palabras vanas, a redescubrir el valor de las palabras que edifican, animan, consuelan, sostienen. Hazte cercano a aquellos que sufren a causa de las palabras que hieren, como las calumnias y las maledicencias, y ayúdanos a unir siempre los hechos a las palabras. Amén.


---


1 Sermón 288, 5: PL 38, 1307.


2 Dichos de luz y amor, BAC, Madrid, 417, n. 99.


3 Pensamientos, 139. 

EL EVANGELIO DE HOY MIÉRCOLES 15 DE DICIEMBRE DE 2021

 



 Miércoles 3 de Adviento

Miércoles 15 de diciembre



 Ver 1ª Lectura y Salmo

1ª Lectura (Is 45,6b-8.18.21b-25): «Yo soy el Señor, y no hay otro, el que forma la luz, y crea las tinieblas; yo construyo la paz y creo la desgracia. Yo, el Señor, hago todo esto. Cielos, destilad desde lo alto la justicia, las nubes la derramen, se abra la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia. Yo, el Señor, lo he creado».

Así dice el Señor, creador del cielo —él es Dios—, él modeló la tierra, la fabricó y la afianzó, no la creó vacía, sino que la formó habitable: «Yo soy el Señor, y no hay otro. —No hay otro Dios fuera de mí—. Yo soy un Dios justo y salvador, y no hay ninguno más. Volveos hacia mí para salvaros, confines de la tierra, pues yo soy Dios, y no hay otro. Yo juro por mi nombre, de mi boca sale una sentencia, una palabra irrevocable: Ante mí se doblará toda rodilla, por mí jurará toda lengua»; dirán: «Sólo el Señor tiene la justicia y el poder». A él vendrán avergonzados los que se enardecían contra él; con el Señor triunfará y se gloriará la estirpe de Israel».



Salmo responsorial: 84

R/. Cielos, destilad desde lo alto al Justo, las nubes lo derramen.

Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos». La salvación está cerca de los que lo temen, y la gloria habitará en nuestra tierra.


La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.


El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, y sus pasos señalarán el camino.

Versículo antes del Evangelio (Is 40,9.10): Aleluya. Levanta tu voz para anunciar la buena nueva: ya viene el Señor, nuestro Dios, con todo su poder. Aleluya.

Texto del Evangelio (Lc 7,19-23): En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus discípulos a decir al Señor: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?». Llegando donde Él aquellos hombres, dijeron: «Juan el Bautista nos ha enviado a decirte: ‘¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?’».

En aquel momento curó a muchos de sus enfermedades y dolencias, y de malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos. Y les respondió: «Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!».





«Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios...»

Rev. D. Bernat GIMENO i Capín

(Barcelona, España)


Hoy, cuando vemos que en nuestra vida no sabemos qué hemos de esperar, cuando a veces perdemos la ilusión porque no nos atrevemos a mirar más allá de nuestras deficiencias, cuando estamos alegres por ser fieles a Jesucristo y, a la vez, inquietos o lánguidos por no saborear los frutos de nuestra misión apostólica, el Señor quiere que nos preguntemos como Juan Bautista: «¿Debemos esperar a otro?» (Lc 7,20).

Está claro, el Señor es “listo”, y quiere aprovechar esta incertidumbre —por cierto, de lo más normal— para que hagamos examen de toda nuestra vida, veamos nuestras deficiencias, nuestros esfuerzos, nuestras enfermedades... y, así, nos reafirmemos en nuestra fe y multipliquemos “infinitamente” nuestra esperanza.

El Señor no tiene límites a la hora de cumplir su misión: «Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios...» (Lc 7,22). ¿Dónde tengo puesta mi esperanza? ¿Dónde tengo situada mi alegría? Porque la esperanza está íntimamente relacionada con la alegría interior. El cristiano, como es natural, ha de vivir como una persona normal de la calle, pero siempre con los ojos puestos en Cristo, que no falla nunca. Un cristiano no puede vivir su vida al margen de la de Cristo y de su Evangelio. Centremos nuestra mirada en Él, que todo lo puede, absolutamente todo, y no pongamos límites a nuestra esperanza. «En Él encontrarás mucho más de lo que puedes desear o pedir» (San Juan de la Cruz).

La liturgia no es un “juego sagrado”, y la Iglesia nos da este tiempo de Adviento porque quiere que cada creyente reanime en Cristo la virtud de la esperanza en su vida. Frecuentemente, la perdemos porque confiamos demasiado en nuestras fuerzas y no queremos reconocernos “enfermos”, necesitados de la mano sanadora del Señor. Pero así ha de ser, y como Él nos conoce y sabe que todos estamos hechos de la misma “pasta”, nos ofrece su mano salvadora. —Gracias, Señor, por sacarme del barro y llenarme de esperanza el corazón.

IMÁGENES DE PESEBRES NAVIDEÑOS, IMÁGENES DEL NIÑO JESÚS

 






































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