Hoy se celebra a San Pedro de Alcántara, protector de los guardias nocturnos
Redacción ACI Prensa
El 20 de octubre la Iglesia celebra a San Pedro de Alcántara, protector de los celadores y guardias nocturnos, porque pasaba noches enteras rezando, meditando y sin dormir.
Nació en Alcántara en 1499. Estudió en la Universidad de Salamanca e ingresó a la orden Franciscana, donde fue ordenado sacerdote.
Llegó a ser superior de varios conventos, siendo modelo en el exacto cumplimiento de los reglamentos de la comunidad. Sus predicaciones llevaron a la conversión de muchos. Prefería lo auditorios de gente pobre porque consideraba que eran los que tenían más voluntad de convertirse.
En búsqueda de que los religiosos vivieran más la mortificación, la oración y la meditación, San Pedro de Alcántara fundó la rama franciscana de “estricta observancia” o “Alcantarinos”.
Murió de rodillas y diciendo las palabras del Salmo 121: “¡Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor!".
Entre sus amigos se encontraba San Francisco de Borja y Santa Teresa de Ávila, a quien animaba en las persecuciones e incomprensiones que recibía.
Santa Teresa contó que San Pedro de Alcántara se le apareció después de muerto y le dijo: "Felices sufrimientos y penitencias en la tierra, que me consiguieron tan grandes premios en el cielo".
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San Pedro de Alcántara
20 de Octubre
Famoso por sus terribles penitencias, nació en 1499 en la comunidad española de Alcántara. Su padre era gobernador de la región y su madre era de muy buena familia. Ambos se distinguían por su gran piedad y su excelente comportamiento. Estando estudiando en la universidad de Salamanca, el santo se entusiasmó por la vida de los franciscanos debido a que los consideraba personas muy desprendidas de lo material y muy dedicadas a la vida espiritual. Pidió ser admitido como franciscano y eligió para irse a vivir al convento donde estaban los religiosos más observantes y estrictos de esa comunidad.
En el noviciado lo pusieron de portero, hortelano, barrendero y cocinero. Pero en este último oficio sufría frecuentes regaños por ser bastante distraído. Llegó a mortificarse tan ásperamente en el comer y el beber que perdió el sentido del gusto y así todos los alimentos le sabían igual. Dormía sobre un duro cuero en el puro suelo. Pasaba horas y horas de rodillas, y si el cansancio le llegaba, apoyaba la cabeza sobre un clavo en la pared y así dormía unos minutos, arrodillado. Pasaba noches enteras sin dormir ni un minuto, rezando y meditando. Por eso ha sido elegido protector de los celadores y guardias nocturnos. Con el tiempo fue disminuyendo estas terribles mortificaciones porque vio que le arruinaban su salud. Fue nombrado superior de varios conventos y siempre era un modelo para todos sus súbditos en cuanto al cumplimiento exacto de los reglamentos de la comunidad.
Pero el trabajo en el cual más éxitos obtenía era el de la predicación. Dios le había dado la gracia de conmover a los oyentes, y muchas veces bastaba su sola presencia para que muchos empezaran a dejar su vida llena de vicios y comenzaran una vida virtuosa. Prefería siempre los auditorios de gente pobre, porque le parecía que eran los que más voluntad tenían de convertirse. Pidió a sus superiores que lo enviaran al convento más solitario que tuviera la comunidad. Lo mandaron al convento de Lapa, en terrenos deshabitados, y allá compuso un hermoso libro acerca de la oración, que fue sumamente estimado por Santa Teresa y San Francisco de Sales, y ha sido traducido a muchos idiomas.
Deseando San Pedro de Alcántara que los religiosos fueran más mortificados y se dedicaran por más tiempo a la oración y la meditación, fundó una nueva rama de franciscanos, llamados de "estricta observancia". El Sumo Pontífice aprobó dicha congregación y pronto hubo en muchos sitios, conventos dedicados a llevar a la santidad a sus religiosos por medio de una vida de gran penitencia.
Los últimos años de su vida los dedicó a ayudar a Santa Teresa a la fundación de la comunidad de Hermanas Carmelitas que ella había fundado, logrando muchos éxitos en la extensión de la comunidad carmelita.
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Oración a San Pedro de Alcántara
¡Oh Santísima anima, en cuyo tránsito feliz los ciudadanos del cielo salen al encuentro! El coro de los ángeles se alegra y la Trinidad Santísima te convida, diciendo con amorosas palabras: "Permanece, Pedro, y está con nosotros para siempre"
V. Ruega por nosotros, Pedro dichoso.
R. Para que seamos dignos de las promesas de Jesucristo.
Oración. ¡Oh Dios y Señor mío! que te dignaste ilustrar al bienaventurado San Pedro de Alcántara, tu confesor, con el don de una penitencia admirable y de una contemplación altísima, concédenos piadosísimo que ayudados de sus méritos, merezcamos, mortificados en la carne, ser participantes de los dones celestiales. Por Nuestro Señor Jesucristo, Hijo tuyo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.
20 de Octubre
Famoso por sus terribles penitencias, nació en 1499 en la comunidad española de Alcántara. Su padre era gobernador de la región y su madre era de muy buena familia. Ambos se distinguían por su gran piedad y su excelente comportamiento. Estando estudiando en la universidad de Salamanca, el santo se entusiasmó por la vida de los franciscanos debido a que los consideraba personas muy desprendidas de lo material y muy dedicadas a la vida espiritual. Pidió ser admitido como franciscano y eligió para irse a vivir al convento donde estaban los religiosos más observantes y estrictos de esa comunidad.
En el noviciado lo pusieron de portero, hortelano, barrendero y cocinero. Pero en este último oficio sufría frecuentes regaños por ser bastante distraído. Llegó a mortificarse tan ásperamente en el comer y el beber que perdió el sentido del gusto y así todos los alimentos le sabían igual. Dormía sobre un duro cuero en el puro suelo. Pasaba horas y horas de rodillas, y si el cansancio le llegaba, apoyaba la cabeza sobre un clavo en la pared y así dormía unos minutos, arrodillado. Pasaba noches enteras sin dormir ni un minuto, rezando y meditando. Por eso ha sido elegido protector de los celadores y guardias nocturnos. Con el tiempo fue disminuyendo estas terribles mortificaciones porque vio que le arruinaban su salud. Fue nombrado superior de varios conventos y siempre era un modelo para todos sus súbditos en cuanto al cumplimiento exacto de los reglamentos de la comunidad.
Pero el trabajo en el cual más éxitos obtenía era el de la predicación. Dios le había dado la gracia de conmover a los oyentes, y muchas veces bastaba su sola presencia para que muchos empezaran a dejar su vida llena de vicios y comenzaran una vida virtuosa. Prefería siempre los auditorios de gente pobre, porque le parecía que eran los que más voluntad tenían de convertirse. Pidió a sus superiores que lo enviaran al convento más solitario que tuviera la comunidad. Lo mandaron al convento de Lapa, en terrenos deshabitados, y allá compuso un hermoso libro acerca de la oración, que fue sumamente estimado por Santa Teresa y San Francisco de Sales, y ha sido traducido a muchos idiomas.
Deseando San Pedro de Alcántara que los religiosos fueran más mortificados y se dedicaran por más tiempo a la oración y la meditación, fundó una nueva rama de franciscanos, llamados de "estricta observancia". El Sumo Pontífice aprobó dicha congregación y pronto hubo en muchos sitios, conventos dedicados a llevar a la santidad a sus religiosos por medio de una vida de gran penitencia.
Los últimos años de su vida los dedicó a ayudar a Santa Teresa a la fundación de la comunidad de Hermanas Carmelitas que ella había fundado, logrando muchos éxitos en la extensión de la comunidad carmelita.
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Oración a San Pedro de Alcántara
¡Oh Santísima anima, en cuyo tránsito feliz los ciudadanos del cielo salen al encuentro! El coro de los ángeles se alegra y la Trinidad Santísima te convida, diciendo con amorosas palabras: "Permanece, Pedro, y está con nosotros para siempre"
V. Ruega por nosotros, Pedro dichoso.
R. Para que seamos dignos de las promesas de Jesucristo.
Oración. ¡Oh Dios y Señor mío! que te dignaste ilustrar al bienaventurado San Pedro de Alcántara, tu confesor, con el don de una penitencia admirable y de una contemplación altísima, concédenos piadosísimo que ayudados de sus méritos, merezcamos, mortificados en la carne, ser participantes de los dones celestiales. Por Nuestro Señor Jesucristo, Hijo tuyo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.