Hoy 13 de julio es la fiesta de Enrique II, único emperador declarado santo por la Iglesia
Por Diego López Marina
13 Jul. 16 / (ACI).- San Enrique II fue un rey alemán y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico entre el año 1014 y 1024; asimismo ha sido el único emperador declarado santo por la Iglesia Católica.
Es nieto de Carlomagno, y el último del linaje del emperador Otón I y de la dinastía sajona. También se le considera el más grande apóstol de la paz en los primeros 20 años del siglo XI y uno de los más destacados promotores de la civilización occidental, colaborando a la labor del Papado y de los monjes de Cluny.
Su santidad se fue cultivando desde pequeño al contar con una vasta familia religiosa. Su hermano Bruno fue Obispo, su hermana Brígida fue monja. Mientras que la otra hermana, Gisela, fue esposa de San Esteban, rey de Hungría.
San Enrique nació el 6 de mayo del 973 y sus padres fueron Enrique II el Pendenciero, duque de Baviera, y Gisela, hija del duque Conrado de Borgoña. Esta última lo confió desde muy joven a San Wolfgan, Obispo de Ratisbona, que formó su inteligencia y su voluntad con una esmerada educación cristiana y sólida piedad.
Tras la muerte de su padre heredó el ducado en el 995; y al morir su primo, el Emperador Otón III, sin dejar herederos, los príncipes electores juzgaron que ningún otro estaba mejor preparado para para ser rey Alemania que él. De esta forma fue elegido como soberano en 1002.
Doce años más tarde luego de consolidar sus fronteras sosteniendo campañas militares contra el Principado de Polonia; luchar contra los bizantinos; y restituir en el cargo al Papa Benedicto VIII; Enrique II fue coronado como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico junto con su esposa Santa Cunegunda en la basílica de San Pedro, en Roma.
Enrique II era llamado “el piadoso” porque siempre buscó extender la religión cristiana y el amor hacia Cristo.
Para conceder como esposa a su hermana Gisela al rey Esteban de Hungría, le puso como condición a dicho mandatario que propagara el catolicismo por todo su reino, lo cual cumplió de forma admirable.
Por todas partes levantaba templos, construía conventos para religiosos y apoyaba a cuantos se dedicaban a evangelizar.
Murió repentinamente el 13 de julio de 1024 a los 51 años y fue canonizado en el 1146 por el Papa Eugenio III. Pocos reyes tuvieron en vida tan buena fama, y muchos menos fueron venerados y gozaron del amor de sus súbditos como el nieto de Carlomagno.
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San Enrique
13 de Julio
Nacido en el año 972 y fallecido en 1024. Nieto de Carlomagno y sucesor de los tres Otones, fue el más grande apóstol de la paz en el segundo decenio del siglo XI y uno de los más destacados promotores de la civilización occidental, colaborando a la labor del Papado y de los monjes de Cluny, de cuyo abad San Odilón fue gran amigo.
Seguramente, a la primera impresión nadie habría creído que bajo la pesada armadura de aquel caballero que cabalgaba con sus numerosas tropas por las grandes llanuras del imperio alemán, se escondía un santo.
Pasada ya la gloriosa restauración de Carlomagno, Europa, en el siglo x, vive una época de dejadez y brutalidad. Empiezan a aparecer los desastrosos efectos del feudalismo, la jerarquía eclesiástica está corroída por las investiduras y por doquier impera la ley del más fuerte.
Parece imposible que aún vivan personas santas, y menos aún que lo sea uno de los numerosos príncipes feudales. Nos hallamos en la corte del duque de Baviera Enrique el Batallador y de su esposa Gisela de Borgoña. En el castillo ducal se celebran grandes festejos porque ha nacido el príncipe heredero. Se le impone, como a su padre, el nombre de Enrique.
Los primeros años pasan plácidamente, pero pronto es víctima de la persecución; su padre ha sido vencido en una de las interminables guerras familiares y se ha visto obligado a huir. Sin embargo, las cosas volverán a su lugar; el padre recobrará el ducado con todas sus posesiones y Enrique podrá dedicarse al cultivo de las Letras, bajo la dirección de Wolfgang, el santo obispo de Ratisbona.
Wolfgang no sólo forma su inteligencia, sino también su voluntad, dándole una esmerada educación cristiana y una sólida piedad.
A la muerte de su padre, hereda el ducado y se convierte en uno de los príncipes de más porvenir de Alemania. Con su carácter recto y justiciero atiende a las necesidades de su pueblo, gobierna con mano al mismo tiempo fuerte y suave. Sabe comprender y no es vengativo. Prefiere perdonar que castigar y busca antes el provecho de sus súbditos que sus propios intereses.
En el año 1002, los electores del Sacro Imperio Romano-Germánico le nombran para el cargo imperial. Acaba de morir Otón III, sin sucesión directa.
La fama de Enrique, su sinceridad y nobleza, son reconocidas por todos, y saben que será el emperador ideal. La ascensión al trono imperial es para el duque de Baviera una empresa difícil. Surgen contrincantes que ha de vencer, sublevaciones para dominar, querellas entre los señores feudales, que ha de sofocar, pero Enrique con su fiel ejército atiende a todo.
Vence al rey de Polonia, rechaza a los bizantinos, interviene en los Estados Pontificios defendiendo los derechos de Benedicto VIII, el legítimo sucesor de Pedro. Con su prodigioso genio militar sabe triunfar, pero, diferente de muchos otros de su tiempo, no abusa de la victoria. La justicia rige todos sus actos.
Su actividad se extiende también a la reforma espiritual del clero.
En el año 1007 convoca, de acuerdo con las costumbres de su tiempo, un Concilio general en Francfort. Acuden los numerosos obispos del Imperio, que dictan severas normas disciplinarias. Después, Enrique procurará que se cumplan. Restablecido el orden en el Imperio y protegidas las fronteras, Enrique empezó a reinar con todo su poder. En el año 1014, junto con su esposa, fue ungido y coronado rey por el propio pontífice, en Roma.
Seguramente pocos reyes tuvieron, ya en vida, tan buena fama y muchos menos fueron venerados y gozaron del amor de sus súbditos como este nieto de Carlomagno.
Muestra de su gran virtud es este ejemplo: Al sentirse morir llamó junto a sí a los grandes del reino y, tomando la mano de su esposa Cunegunda, también santa, dijo a los padres de ésta: "He aquí a la que vosotros me habéis dado por esposa ante Cristo; como me la disteis virgen, virgen la pongo otra vez en las manos de Dios y vuestras". Sus restos reposan en la catedral de Bamberg.
San Enrique realizó lo que a muchos puede parecer imposible: ser emperador, vivir continuamente ocupado en los problemas públicos y entre guerras, y llegar a santo.
Si Enrique de Baviera lo llevó a término fue porque en el ejercicio de su cargo vio un servicio al prójimo y a Jesucristo. La historia de Europa nos ofrece pocas vidas tan bellas y útiles como la de Enrique II, el Santo.