Pedro Orseolo (Urséolo), Santo
Monje eremita, 10 de enero
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Pablo de Tebas, Santo
Ermitaño, 10 de enero
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María Dolores Rodriguez Sopeña, Beata
Fundadora, 10 de enero
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Francisca de Sales (Leonia Aviat), Santa
Fundadora, 10 de enero
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Gil de Lorenzana (Bernardino di Bello), Beato
Eremita Frenciscano, 10 de enero
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Ana de los Ángeles Monteagudo, Beata
Dominica, 10 de enero
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Aldo, Santo
Eremita, 10 de enero
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Agatón, Santo
LXXIX Papa, 10 de enero
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Guillermo de Bourges, Santo
Abad y Obispo, 10 de enero
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Gregorio X, Beato
CLXXXIV Papa, 10 de enero
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Milciades (Melquiades), Santo
XXXII Papa, 10 de enero
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Gregorio de Nisa, Santo
Obispo, 10 de enero
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Gonzalo de Amarante, Beato
Presbìtero Dominico, 10 de enero
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domingo, 10 de enero de 2016
LOS SANTOS DE HOY: DOMINGO 10 DE ENERO 2016
EL BAUTISMO DEL SEÑOR, DOMINGO 10 DE ENERO 2016
Hoy la Iglesia Universal celebra el Bautismo del Señor
(ACI).- “Cuando se lava el Salvador, se purifica toda el agua necesaria para nuestro bautismo y queda limpia la fuente, para que pueda luego administrarse a los pueblos que habían de venir a la gracia de aquel baño”, dijo San Máximo de Turín en el Siglo V al referirse al Bautismo del Señor que la Iglesia celebra hoy.
Con el Bautismo del Señor se concluye la temporada de Navidad y la Iglesia nos invita a mirar la humildad de Jesús que se convierte en una epifanía (manifestación) de la Santísima Trinidad.
“Juan está bautizando, y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo por quien va a ser bautizado; y sin duda para sepultar en las aguas a todo el viejo Adán, santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa; y así, el Señor, que era espíritu y carne, nos consagra mediante el Espíritu y el agua”, manifestó San Gregorio Nacianceno en uno de sus sermones.
“También el Espíritu da testimonio de la divinidad, acudiendo en favor de quien es su semejante; y la voz desciende del cielo, pues del cielo procede precisamente Aquel de quien se daba testimonio”, añadió el Santo.
Evangelio: Lucas 3,15-16.21-22
En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a a todos: - 'Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma, y vino un voz del cielo: - ´'Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco'”.
EL EVANGELIO DE HOY: DOMINGO 10 DE ENERO 2016 - FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR
La maravilla de ser hijos de Dios
Tiempo Ordinario
Lucas 3, 15-16. 21-22. Fiesta del Bautismo del Señor. Vivamos de acuerdo con nuestra condición de hijos de Dios y agradezcamos con nuestro testimonio.
Por: P. Sergio A. Córdova | Fuente: Catholic.net
Del santo Evangelio según san Lucas 3, 15-16. 21-22
En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En un bautismo general Jesús también se bautizó. Y mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto.
En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En un bautismo general Jesús también se bautizó. Y mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto.
Oración introductoria
Jesús, gracias por el don de mi existencia y el don de mi bautismo. Gracias porque tu gracia puedo amar, porque tus mandamientos no son obstáculos sino señales que indican el camino que hay que recorrer para encontrarte. Pongo en esta oración toda mi libertad en tus manos para que Tú me guíes hacia la verdadera vida.
Meditación del Papa Francisco
Esta noche los artistas harán del escenario un lugar desde donde transmitir enseñanzas sobre el amor, sobre la necesidad del otro, sobre la solidaridad, sobre cómo en las dificultades se encuentra el amor del Padre.
La pobreza es la gran enseñanza que nos dio Jesús cuando bajó a las aguas del Jordán para ser bautizado por Juan Bautista. No lo hizo por necesidad de penitencia, de conversión. Lo hizo porque quería ponerse en medio de la gente, la gente necesitada de perdón, en medio de nosotros pecadores, y cargarse el peso de nuestros pecados. Este es el camino que eligió para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Es decir, lo que nos da verdadera libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor lleno de compasión, de ternura y de compartir.
Ustedes no son un peso para nosotros, sino la riqueza sin la cual nuestros intentos de descubrir el rostro del Señor son vanos. Recordando la carta que recibí de ustedes a los pocos días después de mi elección como Pontífice, les confirmo, como les respondí en su momento, que los llevo en el corazón y estoy a vuestra disposición. (Cf Video mensaje del Papa Francisco dirigido a los huéspedes de los centros de acogida de la Cáritas diocesana de Roma, 28 de abril de 2015).
Reflexión
En algunas ocasiones –pocas, por fortuna— he escuchado decir a ciertas parejas: “A nuestro hijo no lo vamos a bautizar porque no queremos imponerle nada; mejor, cuando crezca, que él escoja qué religión quiere tener”. La verdad es que a mí me causan una grandísima pena quienes así piensan porque, además de reflejar la poca fe que ellos mismos tienen y su escasa formación religiosa, hacen ver con esos comentarios que no tienen ni idea de lo que es realmente el bautismo. Si dicen que no quieren imponer la fe a sus hijos, entonces, ¿por qué no les preguntaron también si querían venir a esta vida o no, si querían nacer o preferían no haber vivido nunca?
A lo mejor puede sonar esto un poco duro. Pero así es. Esos padres de familia no se dan cuenta de que, así como la vida es un don gratuito que se ofrece al hijo, sin condiciones, sólo por amor, con el bautismo sucede algo bastante semejante. La fe es un inmenso regalo, un don de Dios de un valor incalculable, y los padres –si son de verdad cristianos— consideran que es la mejor herencia que pueden dar a sus hijos. Es como si un señor muy rico quisiera regalar a un niño un millón de dólares y sus padres se opusieran rotundamente dizque para no "obligar" a su hijo a recibir algo sin su consentimiento. ¿Verdad que sería el absurdo más grande del mundo, aunque se hiciera en nombre de una supuesta "libertad"?
Cuentan que san Luis, rey de Francia, cuando alguno de sus hijos pequeños recibía el bautismo, lo estrechaba con inmensa alegría entre sus brazos y lo besaba con gran amor, diciéndole: “¡Querido hijo, hace un momento sólo eras hijo mío, pero ahora eres también hijo de Dios!”. El apóstol san Juan se expresa así, con inmensa emoción: "Mirad qué gran amor nos ha mostrado el Padre para llamarnos hijos de Dios. ¡Y lo somos realmente!" (I Jn 3,2). Y un poco más adelante dice también: "Quien ha nacido de Dios no peca, porque la semilla de Dios está en él, y no puede pecar" (I Jn, 3,9).
El Evangelio de hoy nos narra el bautismo de Cristo, y nos refiere san Lucas que mientras Jesús era bautizado, "se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma y se dejó oír la voz del Padre que venía del cielo: Tú eres mi Hijo, el amado, mi predilecto". Es entonces cuando el Padre da ante el mundo ese maravilloso testimonio a favor de Cristo, ratifica solemnemente la condición divina de Jesús e inaugura con su sello la misión que su Hijo estaba para iniciar sobre la tierra.
Jesús es el Hijo eterno del Padre, el Hijo por naturaleza, el predilecto por antonomasia. Pero también nosotros, por una especialísima dignación de Dios y una predilección de su amor, a través del bautismo, también quedamos constituidos “hijos en el Hijo” y llegamos a ser hijos de Dios por adopción.
El bautismo es, pues, el sacramento por el que nacemos a la vida eterna y el que nos abre las puertas del cielo. El mismo Juan nos refiere en su evangelio aquellas profundas palabras que dirigió Jesús a Nicodemo: "En verdad te digo que quien no naciere del agua y del Espíritu, no podrá entrar en el reino de los cielos. Lo que nace de la carne, es carne; pero lo que nace del Espíritu, es espíritu" (Jn 3, 5-6).
Después de las hermosas fiestas navideñas que todos hemos podido pasar estos días en familia, hoy la Iglesia quiere celebrando con todos sus hijos la fiesta del bautismo del Señor. De esta forma, así como Cristo inició su vida pública con su bautismo, nosotros ahora iniciamos nuevamente la vida "ordinaria" recordando y reviviendo el bautismo del Señor.
Pero no es sólo una celebración para iniciar el tiempo ordinario. La Iglesia, como buena Madre, quiere atraer nuestra atención hacia las verdades más esenciales y fundamentales de nuestra vida. Nos remonta hasta los orígenes de nuestra fe.
Se cuenta que san Francisco Solano, siendo ya religioso franciscano, fue un día a visitar su pueblo natal de Montilla, en España. Y, entrando a la iglesia de Santiago, en donde había sido bautizado, se fue derecho a la pila bautismal, se arrodilló en el suelo con la frente apoyada sobre la piedra y rezó en voz alta el Credo para dar gracias a Dios por el don de su fe. Algo casi idéntico repitió San Juan Pablo II, cuando visitó Polonia por primera vez como Papa, en el año 1979. Acudió de peregrinación a su natal Wadowice y, entrando a la iglesia parroquial, encontró rodeada de flores la pila bautismal donde fue bautizado en 1920. Entonces se arrodilló ante ella y la besó con profunda devoción y reverencia. ¡Los santos sí saben lo que es el bautismo!
Gracias a Dios, también nosotros hemos recibido este don maravilloso. Pero, ¿cuántos de nosotros somos conscientes de este regalo tan extraordinario y nos acordamos de él con frecuencia para darle gracias al Señor, para renovar nuestra fe con el rezo del Credo y ratificar nuestro compromiso cristiano? El Vaticano II nos recuerda que, por el bautismo, todos los cristianos tenemos el deber de tender a la santidad y de ser auténticos apóstoles de Cristo en el mundo: con nuestra palabra, nuestro testimonio y nuestra acción. ¿Somos cristianos de verdad? ¿De vida y de obras, y no sólo de nombre, de cultura o tradición?
¡Ojalá que cada día vivamos más de acuerdo con nuestra condición y agradezcamos a Dios, con nuestro testimonio, el maravilloso privilegio de ser sus hijos predilectos!
En algunas ocasiones –pocas, por fortuna— he escuchado decir a ciertas parejas: “A nuestro hijo no lo vamos a bautizar porque no queremos imponerle nada; mejor, cuando crezca, que él escoja qué religión quiere tener”. La verdad es que a mí me causan una grandísima pena quienes así piensan porque, además de reflejar la poca fe que ellos mismos tienen y su escasa formación religiosa, hacen ver con esos comentarios que no tienen ni idea de lo que es realmente el bautismo. Si dicen que no quieren imponer la fe a sus hijos, entonces, ¿por qué no les preguntaron también si querían venir a esta vida o no, si querían nacer o preferían no haber vivido nunca?
A lo mejor puede sonar esto un poco duro. Pero así es. Esos padres de familia no se dan cuenta de que, así como la vida es un don gratuito que se ofrece al hijo, sin condiciones, sólo por amor, con el bautismo sucede algo bastante semejante. La fe es un inmenso regalo, un don de Dios de un valor incalculable, y los padres –si son de verdad cristianos— consideran que es la mejor herencia que pueden dar a sus hijos. Es como si un señor muy rico quisiera regalar a un niño un millón de dólares y sus padres se opusieran rotundamente dizque para no "obligar" a su hijo a recibir algo sin su consentimiento. ¿Verdad que sería el absurdo más grande del mundo, aunque se hiciera en nombre de una supuesta "libertad"?
Cuentan que san Luis, rey de Francia, cuando alguno de sus hijos pequeños recibía el bautismo, lo estrechaba con inmensa alegría entre sus brazos y lo besaba con gran amor, diciéndole: “¡Querido hijo, hace un momento sólo eras hijo mío, pero ahora eres también hijo de Dios!”. El apóstol san Juan se expresa así, con inmensa emoción: "Mirad qué gran amor nos ha mostrado el Padre para llamarnos hijos de Dios. ¡Y lo somos realmente!" (I Jn 3,2). Y un poco más adelante dice también: "Quien ha nacido de Dios no peca, porque la semilla de Dios está en él, y no puede pecar" (I Jn, 3,9).
El Evangelio de hoy nos narra el bautismo de Cristo, y nos refiere san Lucas que mientras Jesús era bautizado, "se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma y se dejó oír la voz del Padre que venía del cielo: Tú eres mi Hijo, el amado, mi predilecto". Es entonces cuando el Padre da ante el mundo ese maravilloso testimonio a favor de Cristo, ratifica solemnemente la condición divina de Jesús e inaugura con su sello la misión que su Hijo estaba para iniciar sobre la tierra.
Jesús es el Hijo eterno del Padre, el Hijo por naturaleza, el predilecto por antonomasia. Pero también nosotros, por una especialísima dignación de Dios y una predilección de su amor, a través del bautismo, también quedamos constituidos “hijos en el Hijo” y llegamos a ser hijos de Dios por adopción.
El bautismo es, pues, el sacramento por el que nacemos a la vida eterna y el que nos abre las puertas del cielo. El mismo Juan nos refiere en su evangelio aquellas profundas palabras que dirigió Jesús a Nicodemo: "En verdad te digo que quien no naciere del agua y del Espíritu, no podrá entrar en el reino de los cielos. Lo que nace de la carne, es carne; pero lo que nace del Espíritu, es espíritu" (Jn 3, 5-6).
Después de las hermosas fiestas navideñas que todos hemos podido pasar estos días en familia, hoy la Iglesia quiere celebrando con todos sus hijos la fiesta del bautismo del Señor. De esta forma, así como Cristo inició su vida pública con su bautismo, nosotros ahora iniciamos nuevamente la vida "ordinaria" recordando y reviviendo el bautismo del Señor.
Pero no es sólo una celebración para iniciar el tiempo ordinario. La Iglesia, como buena Madre, quiere atraer nuestra atención hacia las verdades más esenciales y fundamentales de nuestra vida. Nos remonta hasta los orígenes de nuestra fe.
Se cuenta que san Francisco Solano, siendo ya religioso franciscano, fue un día a visitar su pueblo natal de Montilla, en España. Y, entrando a la iglesia de Santiago, en donde había sido bautizado, se fue derecho a la pila bautismal, se arrodilló en el suelo con la frente apoyada sobre la piedra y rezó en voz alta el Credo para dar gracias a Dios por el don de su fe. Algo casi idéntico repitió San Juan Pablo II, cuando visitó Polonia por primera vez como Papa, en el año 1979. Acudió de peregrinación a su natal Wadowice y, entrando a la iglesia parroquial, encontró rodeada de flores la pila bautismal donde fue bautizado en 1920. Entonces se arrodilló ante ella y la besó con profunda devoción y reverencia. ¡Los santos sí saben lo que es el bautismo!
Gracias a Dios, también nosotros hemos recibido este don maravilloso. Pero, ¿cuántos de nosotros somos conscientes de este regalo tan extraordinario y nos acordamos de él con frecuencia para darle gracias al Señor, para renovar nuestra fe con el rezo del Credo y ratificar nuestro compromiso cristiano? El Vaticano II nos recuerda que, por el bautismo, todos los cristianos tenemos el deber de tender a la santidad y de ser auténticos apóstoles de Cristo en el mundo: con nuestra palabra, nuestro testimonio y nuestra acción. ¿Somos cristianos de verdad? ¿De vida y de obras, y no sólo de nombre, de cultura o tradición?
¡Ojalá que cada día vivamos más de acuerdo con nuestra condición y agradezcamos a Dios, con nuestro testimonio, el maravilloso privilegio de ser sus hijos predilectos!
Propósito
Hoy evitaré hacer juicios temerarios y moralizantes respecto a otros, para disponer mi corazón a la misericordia de Cristo.
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