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miércoles, 12 de agosto de 2020

EL EVANGELIO DE HOY MIÉRCOLES 12 DE AGOSTO DE 2020


Lecturas de hoy Miércoles de la 19ª semana del Tiempo Ordinario
Hoy, miércoles, 12 de agosto de 2020



Primera lectura
Lectura de la profecía de Ezequiel (9,1-7;10,18-22):

Oí al Señor llamar en voz alta: «Acercaos, verdugos de la ciudad, empuñando cada uno su arma mortal.»
Entonces aparecieron seis hombres por el camino de la puerta de arriba, la que da al norte, empuñando mazas. En medio de ellos, un hombre vestido de lino, con los avios de escribano a la cintura. Al llegar, se detuvieron junto al altar de bronce. La gloria del Dios de Israel se había levantado del querubín en que se apoyaba, yendo a ponerse en el umbral del templo.
Llamó al hombre vestido de lino, con los avíos de escribano a la cintura, y le dijo el Señor: «Recorre la ciudad, atraviesa Jerusalén y marca en la frente a los que se lamentan afligidos por las abominaciones que en ella se cometen.»
A los otros les dijo en mi presencia: «Recorred la ciudad detrás de él, hiriendo sin compasión y sin piedad. A viejos, mozos y muchachas, a niños y mujeres, matadlos, acabad con ellos; pero a ninguno de los marcados lo toquéis. Empezad por mi santuario.» Y empezaron por los ancianos que estaban frente al templo.
Luego les dijo: «Profanad el templo, llenando sus atrios de cadáveres, y salid a matar por la ciudad.»
Luego la gloria del Señor salió, levantándose del umbral del templo, y se colocó sobre los querubines. Vi a los querubines levantar las alas, remontarse del suelo, sin separarse de las ruedas, y salir. Y se detuvieron junto a la puerta oriental de la casa del Señor; mientras tanto, la gloria del Dios de Israel sobresalía por encima de ellos. Eran los seres vivientes que yo había visto debajo del Dios de Israel a orillas del río Quebar, y me di cuenta de que eran querubines. Tenían cuatro rostros y cuatro alas cada uno, y una especie de brazos humanos debajo de las alas, y su fisonomía era la de los rostros que yo había contemplado a orillas del río Quebar. Caminaban de frente.

Palabra de Dios


Salmo
Sal 112,1-2.3-4.5-6

R/. La gloria del Señor se eleva sobre el cielo

Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre. R/.

De la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.
El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre el cielo. R/.

¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar al cielo y a la tierra? R/.




Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Mateo (18,15-20):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.»

Palabra del Señor





Comentario al Evangelio de hoy miércoles, 12 de agosto de 2020
Eguione Nogueira, cmf



Queridos hermanos:

Vivimos en una sociedad muy polarizada. La lógica del mundo —acusar, condenar, torturar, matar— puede penetrar venenosamente en la comunidad cristiana. La Iglesia necesita desvestirse de la toga de los tribunales y vestirse con el manto del respeto, de la atención, de la escucha, de la caridad y del perdón. Por eso, en el Evangelio de hoy predominan las actitudes del diálogo y del encuentro: “Si tu hermano cometió un error, repréndelo”. Da el primer paso, no te calles en un silencio hostil, busca el diálogo. Alguien puede hacer la siguiente objeción: ¿Y qué me autoriza a intervenir en la vida del otro? ¿La búsqueda de la verdad es suficiente? ¿Eso no me hace sentir superior al otro? ¿Qué criterios tengo para juzgar? La respuesta a todas estas preguntas se encuentra únicamente en esta palabra: “hermano”. Lo que nos permite y nos lleva a dialogar e ir al encuentro del que se equivocó es la fraternidad, no sentirnos poseedores de la verdad o jueces del bien y del mal, sino del deseo de construir la fraternidad.

El diálogo empieza con la menor comunidad: tú y yo, lejos de las instituciones, pero sí en la sinceridad de la vida, del corazón que desea el bien común: “si te hace caso, has ganado a tu hermano”. Es un verbo muy bonito: “ganar al hermano”. Todos ganan cuando la fraternidad se sobrepone a los intereses personales, cuando la corrección fraterna es un modo de vivir con los límites de las relaciones interpersonales.

El Evangelio va más allá: lo que conquistamos en fraternidad aquí en la tierra, llega al cielo: “todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los cielos”. El poder de atar y desatar es para todos los creyentes: todos tenemos el poder de crear comunión o separación. Por eso, el poder de perdonar no es solo de Dios o del sacerdote en el sacramento de la confesión, sino de todos los que son capaces de responder con una presencia transformadora y reconciliadora a los conflictos humanos.

La capacidad de perdonar a los enemigos, acoger al prójimo en su necesidad, son cosas divinas, capaces de hacer de nuestra vida una presencia de transfiguración en la vida de los demás. Hacen falta cristianos capaces de transfigurar relaciones rotas por la discordia, la envidia, el egoísmo…

Es muy bonito pensar que todo lo que unimos —personas, afectos, esperanzas— no se perderá. Lo que atamos en esta vida tendrá comunión para siempre. Lo que desatamos también tendrá un eco en la eternidad. Por eso, es mejor que desatemos la sonrisa y la alegría atadas por las preocupaciones de la vida; que desatemos la propia vida de lo que le aprisiona en las situaciones de muerte, pues tendrá resonancia en la eternidad.

El Evangelio termina con una promesa divina: “donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Esta presencia no solamente se da en la oración, sino también en el amor de dos personas, en la complicidad festiva de los amigos, en aquellos que luchan por justicia, en la reconciliación… No importa donde se encuentren, sino que estén reunidos en el nombre de Dios. Así toda la vida puede tener un toque de la presencia divina. Llevemos esta certeza a lo largo de nuestra jornada: si estamos reunidos en el nombre del Señor, Él mismo se hace presencia amorosa en nuestras vidas.

Vuestro hermano en la fe,

Eguione Nogueira, cmf
eguionecmf@gmail.com

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