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domingo, 31 de julio de 2022
SANTORAL DE HOY DOMINGO 31 DE JULIO DE 2022
Alphonse-Marie Eppinger, Beata Fundadora, 31 de julio |
Francis Solanus Casey, Beato Sacerdote, 31 de julio |
Elena (Elin) de Skövde, Santa Viuda, 31 de julio |
Fabio el Portaestandarte, Santo Mártir, 31 de julio |
Elena (Elin) de Skövde, Santa Viuda, 31 de julio |
Andrés de Palazuelo y 31 compañeros, Beatos Capuchinos Mártires, 31 de julio |
Miguel Goñi Áriz, Beato Sacerdote y Mártir, 31 de julio |
Ciriaco Olarte Pérez de Mendiguren, Beato Sacerdote y Mártir, 31 de julio |
Jaime Buch Canals, Beato Mártir, 31 de julio |
Miguel Ozieblowski, Beato Sacerdote y Mártir, 31 de julio |
Francisco Stryjas, Beato Padre de Familia, 31 de julio |
Dionisio Vicente Ramos y Francisco Remón Játiva, Beatos Mártires, 31 de julio |
Sidonia (Zdenka) Cecilia Schelingová, Beata Virgen y Mártir, 31 de julio |
Justino de Jacobis, Santo Obispo, 31 de julio |
Juan Colombini, Beato Fundador, 31 de julio |
Germán de Auxerre, Santo Obispo, 31 de julio |
Ignacio de Loyola, Santo Memoria Litúrgica, 31 de julio |
EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 31 DE JULIO DE 2022 - SAN IGNACIO DE LOYOLA
Domingo XVIII (C) del tiempo ordinario
Domingo 31 de julio de 2022
1ª Lectura (Ecl 1,2; 2,21-23): ¡Vanidad de vanidades!, —dice Qohélet—. ¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad! Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado. También esto es vanidad y grave dolencia. Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? De día su tarea es sufrir y penar; de noche no descansa su mente. También esto es vanidad.
Salmo responsorial: 89
R/. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Tú reduces el hombre a polvo, diciendo: «Retornad, hijos de Adán». Mil años en tu presencia son un ayer que pasó; una vela nocturna.
Si tú los retiras son como un sueño, como hierba que se renueva que florece y se renueva por la mañana, y por la tarde la siegan y se seca.
Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato. Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo? Ten compasión de tus siervos.
Por la mañana sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo. Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos. Sí, haga prósperas las obras de nuestras manos.
2ª Lectura (Col 3,1-5.9-11): Hermanos: Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él. En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. ¡No os mintáis unos a otros!: os habéis despojado del hombre viejo, con sus obras, y os habéis revestido de la nueva condición que, mediante el conocimiento, se va renovando a imagen de su Creador, donde no hay griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro, escita, esclavo y libre, sino Cristo, que lo es todo, y en todos.
Versículo antes del Evangelio (Mt 5,3): Aleluya. Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Aleluya.
Texto del Evangelio (Lc 12,13-21): En aquel tiempo, uno de la gente le dijo: «Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo». Él le respondió: «¡Hombre!, ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?». Y les dijo: «Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes».
Les dijo una parábola: «Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: ‘¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?’. Y dijo: ‘Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea’. Pero Dios le dijo: ‘¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?’. Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios».
«La vida de uno no está asegurada por sus bienes»
Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells
(Salt, Girona, España)
Hoy, Jesús nos sitúa cara a cara con aquello que es fundamental para nuestra vida cristiana, nuestra vida de relación con Dios: hacerse rico delante de Él. Es decir, llenar nuestras manos y nuestro corazón con todo tipo de bienes sobrenaturales, espirituales, de gracia, y no de cosas materiales.
Por eso, a la luz del Evangelio de hoy, nos podemos preguntar: ¿de qué llenamos nuestro corazón? El hombre de la parábola lo tenía claro: «Descansa, come, bebe, banquetea» (Lc 12,19). Pero esto no es lo que Dios espera de un buen hijo suyo. El Señor no ha puesto nuestra felicidad en herencias, buenas comidas, coches último modelo, vacaciones a los lugares más exóticos, fincas, el sofá, la cerveza o el dinero. Todas estas cosas pueden ser buenas, pero en sí mismas no pueden saciar las ansias de plenitud de nuestra alma, y, por tanto, hay que usarlas bien, como medios que son.
Es la experiencia de san Ignacio de Loyola, cuya celebración tenemos tan cercana. Así lo reconocía en su propia autobiografía: «Cuando pensaba en cosas mundanas, se deleitaba, pero, cuando, ya aburrido lo dejaba, se sentía triste y seco; en cambio, cuando pensaba en las penitencias que observaba en los hombres santos, ahí sentía consuelo, no solamente entonces, sino que incluso después se sentía contento y alegre». También puede ser la experiencia de cada uno de nosotros.
Y es que las cosas materiales, terrenales, son caducas y pasan; por contraste, las cosas espirituales son eternas, inmortales, duran para siempre, y son las únicas que pueden llenar nuestro corazón y dar sentido pleno a nuestra vida humana y cristiana.
Jesús lo dice muy claro: «¡Necio!» (Lc 12,20), así califica al que sólo tiene metas materiales, terrenales, egoístas. Que en cualquier momento de nuestra existencia nos podamos presentar ante Dios con las manos y el corazón llenos de esfuerzo por buscar al Señor y aquello que a Él le gusta, que es lo único que nos llevará al Cielo.
EL PAPA FRANCISCO ADVIERTE QUE LA CODICIA ES UNA ENFERMEDAD QUE DESTRUYE A LAS PERSONAS
El Papa Francisco advierte que la codicia es una enfermedad que destruye a las personas
POR ALMUDENA MARTÍNEZ-BORDIÚ | ACI Prensa
Crédito: Vatican Media
En el Ángelus de este domingo 31 de julio, un día después de regresar de su viaje apostólico a Canadá, el Papa Francisco advirtió acerca de la codicia, una enfermedad que destruye a las personas.
Desde el Palacio Apostólico del Vaticano, el Santo Padre reflexionó acerca del Evangelio de este domingo y explicó que “la ambición desenfrenada por las posesiones, siempre queriendo enriquecerse, es una enfermedad que destruye a las personas”.
“Porque el hambre de posesiones es adictiva. Especialmente los que tienen mucho nunca están satisfechos: siempre quieren más, y sólo para ellos mismos”, explicó a continuación.
Ante los fieles presentes en la Plaza de San Pedro en esta mañana calurosa de julio, el Papa Francisco lamentó las ocasiones en las que los hermanos se pelean por las herencias y aseguró que “la codicia es también una enfermedad peligrosa para la sociedad”.
“Por su culpa -continuó el Papa-, hemos llegado hoy a otras paradojas, a una injusticia como nunca antes en la historia, donde unos pocos tienen mucho y muchos tienen poco”.
“Pensemos también en las guerras y los conflictos: el ansia de recursos y riqueza está casi siempre implicada. ¡Cuántos intereses hay detrás de una guerra! Sin duda, uno de ellos es el comercio de armas”, apuntó el Papa Francisco.
Posteriormente, el Papa animó a preguntarnos nuestro comportamiento frente a las riquezas y posesiones y advirtió acerca del peligro de convertir el dinero en un culto y en “una verdadera idolatría”.
“Por eso Jesús nos advierte con palabras fuertes. Dice que no se puede servir a dos señores, y -tengamos cuidado- no dice Dios y el diablo, o el bien y el mal, sino Dios y las riquezas (cf. Lc 16,13). Servirse de las riquezas sí; servir a la riqueza no: es idolatría, es ofender a Dios”, aseguró.
Más tarde, el Papa defendió que “es justo desear ser rico”, siempre que uno se haga rico según Dios: “Dios es el más rico de todos: es rico en compasión, en misericordia. Su riqueza no empobrece a nadie, no crea peleas ni divisiones”.
“Es una riqueza que ama dar, distribuir, compartir. Hermanos, hermanas, acumular bienes materiales no es suficiente para vivir bien, porque -repite Jesús- la vida no depende de lo que se posee (cf. Lc 12,15)”.
En cambio, explicó el Santo Padre, “depende de las buenas relaciones: con Dios, con los demás y también con los que tienen menos”.
Por último, el Papa retomó el tema de la herencia e invitó a hacernos algunas preguntas al respecto: ¿Qué herencia quiero dejar? ¿Dinero en el banco, cosas materiales, o gente feliz a mi alrededor, buenas obras que no se olvidan, personas a las que he ayudado a crecer y madurar?
“Que la Virgen nos ayude a comprender cuáles son los verdaderos bienes de la vida, los que permanecen para siempre”, concluyó.
Tras el rezo de esta oración mariana, el Papa Francisco recordó que ayer sábado 30 de julio volvió de su viaje a Canadá.
Agradeció a todos los que han hecho posible esta “peregrinación penitencial”, desde los jefes de poblaciones indígenas como a las autoridades y a aquellos que le han acompañado en oración.
Además, recordó que durante su viaje apostólico no ha dejado de rezar por el pueblo ucraniano, “agredido y martirizado, pidiendo a Dios liberarlo del flagelo de la guerra”.
“Si se viera la verdad observando objetivamente y considerando los daños que cada día provoca la guerra no solo en el pueblo ucraniano sino en todo el mundo, la única cosa razonable sería pararse a negociar”, dijo el Santo Padre, quien pidió una solución concreta de paz.
Asimismo, recordó que este domingo la Iglesia Católica celebra el día de San Ignacio de Loyola y envió un saludo especial a todos los jesuitas: “Continuar caminando con celo y alegría en el servicio del Señor. ¡Ser valientes!”, exclamó el Santo Padre.
HOY CELEBRAMOS A SAN IGNACIO DE LOYOLA, FUNDADOR DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS - 31 DE JULIO
9 datos que quizás no sabías sobre la vida de San Ignacio de Loyola
Redacción ACI Prensa
Con motivo de la fiesta litúrgica de San Ignacio de Loyola, que la Iglesia Católica celebra el 31 de julio, te presentamos algunos datos sobre la vida y obra del fundador de la Compañía de Jesús, llamados “jesuitas”, y creador de los ejercicios espirituales.
1. Perteneció a la nobleza
San Ignacio nació en el castillo de Loyola, en Guipúzcoa, al norte de España. Fue bautizado con el nombre de Iñigo de Loyola, y después de estudiar en París (Francia), tomó el nombre de “Ignacio”. Los padres del santo pertenecían a antiguas familias nobles del País Vasco.
2. Antes de su conversión, tenía una vida libertina
En el siglo XVI, la situación sociopolítica era sumamente violenta en el País Vasco, ubicado al límite con Francia. Como algunos nobles de la época, Ignacio era conflictivo, violento y vivía una sexualidad irresponsable.
Antes de convertirse al catolicismo, el santo era un soldado español con antecedentes policiales relacionados a peleas nocturnas.
3. Casi muere en una batalla
En el año 1519, cuando tenía 28 años, San Ignacio exigió que su pequeño grupo de soldados luchara contra 12 mil tropas francesas en Pamplona, España.
Durante la batalle, recibió una bala de cañón en las piernas, que le destrozó una de sus extremidades y dañó gravemente la otra. Sus heridas lo obligaron a pasar un largo período de recuperación en la casa familiar Loyola, tiempo en el que cambió su vida para siempre.
4. Se convirtió leyendo libros espirituales
Durante su convalecencia, el santo leyó textos sobre la vida de Cristo y los santos y decidió imitarlos. Una noche se le apareció la Virgen María con Cristo y desde entonces decidió servir a Dios.
Un dato curioso es que el santo copió pasajes de la vida de Cristo y de los santos: las palabras de Jesús fueron escritas en color rojo y las de su Santísima Madre en color azul.
5. La congregación de San Ignacio iba a llamarse la “Compañía de María”
Después de su conversión, la Virgen se le apareció hasta en treinta ocasiones. Debido a ello, en un inicio San Ignacio quiso llamar “la Compañía de María” a la hoy llamada “Compañía de Jesús”.
Al recuperarse de sus heridas, el santo peregrinó al famoso Santuario de la Virgen de Monserrat, donde se propuso hacer penitencia por sus pecados: cambió sus lujosos vestidos por los de un pordiosero, se consagró a la Virgen Santísima y se confesó.
6. Vivió como un mendigo
Durante su vida, San Ignacio reflexionó mucho sobre los “espíritus”: los espíritus que conducen a Dios y los espíritus nacidos del diablo. Esta inquietud lo estimuló a vivir lo que llaman los historiadores un período de peregrinación, un tiempo en el que decidió renunciar a los placeres mundanos y vistió un sayal y zapatos con suela de cuerda.
7. Quiso convertir a los musulmanes
Luego de terminar de escribir los ejercicios espirituales, San Ignacio declaró que “¡Dios quiere que convierta a los musulmanes!”. Así que viajó a Tierra Santa en 1523 y predicó el Evangelio en las calles por un año. Luego, regresó a España y estudió latín, lógica, física y teología.
8. Sus compañeros fueron llamados “diablos”
Un historiador inglés en el siglo XIX llamó los “Siete Diablos Españoles” a los primeros seis compañeros que tuvo San Ignacio en la Compañía de Jesús, fundada en 1540.
Sus compañeros, que no eran todos españoles, conocieron a San Ignacio durante sus estudios en París, y se reunieron en Roma para ser parte de la Compañía de Jesús. En menos de un siglo, San Ignacio y San Francisco Xavier, uno de los seis compañeros, fueron canonizados.
9. Al morir el santo, ya existían miles de jesuitas
San Ignacio vivió sus últimos años en una pequeña habitación en Roma. Desde allí lideró la Compañía de Jesús y fue testigo de su crecimiento: de solo 6 jesuitas en 1541 pasaron a 10 mil en 1556, el año de su fallecimiento. Los jesuitas se expandieron por toda Europa, India y Brasil durante esos años.