Páginas

¿QUÉ ES ESO DE SANTIFICAR EL TRABAJO, PUEDO HACERLO SIENDO UN SIMPLE MORTAL?

 



 ¿Qué es eso de santificar el trabajo, puedo hacerlo siendo un simple mortal? ¡Te lo cuento todo!

Escrito por: María Belén Andrada


Hace ya un buen tiempo escribí un artículo sobre cómo santificar el estudio. Pero ¡el mundo no termina después del colegio o la universidad!

Cuando comenzamos a trabajar, es bueno recordar que nuestra actividad diaria es nuestra ruta para hacernos santos. 

El trabajo es santificable y santificador. Es escuela de virtudes (paciencia, diligencia, honestidad, responsabilidad, etc.) y una oportunidad de hacer un inmenso apostolado.

Ya sea con quienes nos rodean, mediante la palabra o el ejemplo. O simplemente, porque por la comunión de los santos, nuestros esfuerzos diarios «ganan» gracia que tantos otros necesitan.


¿Cómo podemos santificar el trabajo?

Enrique Shaw, empresario argentino en proceso de canonización, dijo:

«La vida activa nos ofrece, si queremos, una magnífica oportunidad de vernos a nosotros mismos, de sorprender nuestras cualidades y defectos.

Sin el trabajo exterior resultaría muy difícil conocernos, ya que hay en cada uno de nosotros mucho mal escondido y disimulado bajo un exterior aparentemente calmo.

La observación de la manera de cumplir con nuestro trabajo puede ser un magnífico método de examen de conciencia».

Pero hay algunas consideraciones más que hay que tener en cuenta, para que en nuestro afán por hacer bien las cosas no caigamos en un perfeccionismo desesperado (y desesperante).

Algunas reflexiones para no quemarnos, pero también para recordar el porqué de nuestras luchas. 



1. Santificar el trabajo ≠ una lista de éxitos

Santificar el trabajo es independiente de los resultados que alcancemos. Claro que procuramos hacer todo de la mejor manera, pero como seres humanos, incluso poniendo nuestro 100%, podemos fallar. 

Puede ser que de nuestro 100% de esfuerzo, un 30% no haya salido como esperábamos. O un 20% de equivocaciones, porque aún intentando prestando atención nos despistamos o porque falló nuestro criterio. 

No es tan importante el éxito, como la rectitud de intención. ¿Te has dado cuenta de que Dios no es buen matemático? Está más contento con un 10% de logros pero un 100% de esfuerzo, que un 100% de resultados con un 0% de rectitud de intención. 

Claro que, si ponemos los medios que están a nuestro alcance, por consecuencia lógica evitaremos muchas “chapuzas” y lograremos entregar mejores resultados. 



2. Rectitud de intención («a lo humano»)

¡No somos ángeles! Nuestros buenos propósitos debemos reafirmarlos una y otra vez. Lo mismo con la rectitud de intención.

Puede que empecemos un trabajo con el corazón, la inteligencia y la voluntad «en su lugar», pero a medida que avanzamos nos desviamos de nuestra meta original. Y hay que rectificar. 

Porque en el camino nos cansamos, porque solo queremos terminar, porque hemos perdido la emoción o porque ya no nos importa y queremos «cumplir».

Es en cada uno de estos momentos —y en tantos otros que aparecen mientras trabajamos— cuando debemos rectificar la intención. 

¿Cómo se hace? Es simple. Vuelve a ofrecer a Dios eso que tienes entre manos. Cuéntale que te has cansado, pero que le entregas ese cansancio.

Dile que te has aburrido, pero que continuarás por Él. Háblale de que has perdido el entusiasmo, pero que trabajarás como si la tuvieras, porque tu única ilusión será poder tener algo que entregarle. 



3. Ora et labora

Así lo decía san Benito: «ora y trabaja». Lleva, de tanto en tanto, tu trabajo a la oración y la oración a tu trabajo. No es sinónimo de traer la computadora al templo y empezar a enviar correos, ni tampoco rezar mentalmente el rosario mientras deberías estar atendiendo una reunión. 

No. Es equivalente a que, cuando te pongas a hacer oración, le cuentes al Señor tus preocupaciones. «Hay un trabajo que no sale como me gustaría, aunque me estoy esforzando…».

«Me han llamado la atención por esto, pero Tú sabes cuánto procuré», «ayúdame a poner buena cara cuando me toca atender a esta persona».

Él quiere escucharte, como un enamorado oye con paciencia las penas y alegrías de quien más ama. 

Y luego, cuando te toque comenzar a trabajar, ofrece esa actividad tuya haciendo un pequeño acto de presencia de Dios. Puede ser una oración introductoria, una jaculatoria, la señal de la cruz, una mirada a un Crucifijo —que te recomiendo tener a mano mientras trabajas—. 

Luego, al acabar, otra oración de acción de gracias. Y cada vez que cambias de tarea o cuando te canses, puedes pensar una breve jaculatoria, un acto de fe y de amor… y recomenzar de la mano de Dios. 

«Cuando uno ama, todo habla de amor, hasta nuestros trabajos que requieren nuestra total atención pueden ser un testimonio de nuestro amor» (Santa María Margarita).

Nuestro trabajo, hecho con pulcritud y esmero, ofrecido a Dios de comienzo a final, es una ofrenda agradable a Él. 



4. El mejor «negocio»

Como te lo dije al comienzo, Dios es perfecto, pero las matemáticas no son lo suyo, aparentemente. El buen ladrón murmuró un «acuérdate de mí…» y Él le regaló el cielo.

Un rosario nuestro puede equivaler a la conversión de un pecador empedernido. Una oración distraída se convierte en fuente inacabable de gracias. 

Pero el «negocio» divino ¡qué buen negocio es! ¡Cuánto «nos conviene» trabajar en él! Me refiero a que, en términos humanos, en una tarea profesional, se nos mide por el desempeño. Puedes cometer un error, y quedas fuera de la nómina. 

Sin embargo, como ya lo dije, Dios mira el corazón. Puede que pongas todo tu empeño en mejorar, y aún no lo logres. Pero Él se alegra igual, porque lo más importante es ese esfuerzo que haces. 



Recomendaciones prácticas

— Reza a tu Ángel Custodio: dile que te muestre tus errores antes de que los cometas y que te ayude a hacer un apostolado profesional fructífero. Pídele que te dé un empujoncito cuando te cansas y necesitas recomenzar cansado. 

— Reza jaculatorias cuando puedas y cuando lo necesites. Te ayudarán a reencauzar el corazón y ponerlo en tu trabajo. 

— Haz pequeñas mortificaciones, que te ayuden a rezar con los sentidos mientras trabajas. Por ejemplo, un rato sin música, o una taza de café menos.

Quizás no escribir o hablar a un colega sobre temas no relacionados, respetando también la concentración ajena. Evitar las redes sociales y distracciones, etc.

—Habla con Dios de tu trabajo, para que tu trabajo hable de Dios. Por tu esmero, tu pulcritud, tu atención a los detalles… ¡una heroica y cristiana lucha!

— No aparentes estar ocupado, ¡llena tu agenda de verdad! Aprovechar el tiempo te ayudará un montón, profesional y espiritualmente. 

— Trabaja sin prisa, pero sin pausa. Y aprende a colocar los paréntesis necesarios para descansar, cuando toca. 

— No «vivir para el viernes» desde el domingo por la noche. Haz que los lunes que cuestan y los miércoles que cansan también cuenten, ¡porque cada día es un don de Dios! Y un peldaño en tu camino al Cielo. 

— Pon intenciones junto a cada tarea. Así, aunque haya algo que no te ilusione hacer, pondrás cariño porque lo harás por una persona que necesita que la encomiendes. 


— Hacer las cosas con orden. Como decía san Josemaría: «Cuando tengas orden se multiplicará tu tiempo, y por tanto, podrás dar más gloria a Dios, trabajando más en su servicio».



«¿Y si no tengo trabajo?»

Antes de terminar, quizás haya personas —más aún en este tiempo— que se encuentran sin trabajo. «¿Qué significa?¿Qué no puedo ser santo? ¡Esto no es para mí!», quizás piensen mientras leen este artículo. 


Pero ¡sí tienes un trabajo! Lo que puedes santificar y en lo que puedes santificarte, en este momento es… ¡hacer lo que puedas hacer! Buscar trabajo, perfeccionar tus habilidades y aptitudes, estudiar y formarte en tu profesión. 


O tal vez sea quedarte en casa, pero no en un sofá empachándote con una maratón de series. Sino aprovechando el tiempo para lavar la ropa, limpiar, quizás hacer arreglos que se postergaban.


Como dije al comienzo, a Dios no le importa tanto el trabajo que realizamos, sino cómo nosotros nos hacemos santos en él y ayudamos a otros  —quienes nos rodean —a lograrlo también.


El trabajo es un medio, no un fin. El fin siempre es Dios. 

HOY 8 DE AGOSTO ES LA FIESTA DE SANTO DOMINGO DE GUZMÁN, A QUIEN LA VIRGEN LE ENTREGÓ EL ROSARIO

  


15 datos curiosos de santo Domingo de Guzmán que seguro no conocías

Escrito por: Nory Camargo


Hoy celebramos la fiesta de santo Domingo de Guzmán. Este gran santo de la Iglesia católica nació el 8 de agosto de 1170 en Caleruega, España y murió el 6 de agosto de 1221, a la edad de 51 años.

Fue el fundador de la Orden de Dominicos y el hombre a quien la Virgen María eligió para otorgarle el Santo Rosario. En la entrega de este grandísimo regalo, María Santísima le enseñó cómo rezarlo y le encomendó la misión de propagar la devoción por el mundo entero.

En honor a este admirable santo, hoy queremos compartir contigo algunos datos que tal vez no conocías sobre su vida.

1. Santo Domingo era el menor de los hermanos. Tenía dos mayores y uno de ellos fue Manés, el primer beato de los dominicos.

2. Estudió arte, humanidades superiores, filosofía y teología.

3. Se ordenó sacerdote a los 24 años.

4. Se ofreció a ser vendido como esclavo para redimir a cristianos cautivos y vendió todos sus libros para ayudar a los pobres.

5. En 1215 establece la primera casa masculina de su Orden de Predicadores y le solicita al papa Honorio III la aprobación como organización religiosa de canónigos regulares.

6. Sus restos están sepultados en Bolonia (Italia), en una basílica que lleva su nombre.

7. Fue canonizado en 1234 por el papa Gregorio IX.

8. La capital de República Dominicana, lleva su nombre en su honor.

9.  Juana Garcés, madre de Santo Domingo, eligió este nombre para su hijo en honor a Santo Domingo de Silos. Quien le reveló que el significado de su sueño en donde un perro llevaba una antorcha en su hocico era que su hijo encendería el fuego de Jesucristo en el mundo entero por medio de la predicación. De allí que a Santo Domingo se le represente junto a un perro.

10. Su nombre significa «el perro del Señor» o «el vigilante de la viña del Señor».

11. Estas fueron las últimas palabras de Santo Domingo antes de morir: «Gracias a Dios, cuya misericordia me ha conservado en perfecta virginidad hasta este día; si deseáis guardar la castidad, evitad todas las conversaciones peligrosas y vigilad vuestros corazones».

12. En ocasiones Santo Domingo es representado con azucenas, en honor a su pureza y castidad.

13. Se dice que durante su bautismo apareció una estrella en su frente, razón por la que también se le representa junto a una. Además era reconocido como faro que guiaba a las almas al Señor.

14. La cruz, el estandarte y el rosario son los tres elementos con los que se le identifican. La cruz como fundador de grandes familias religiosas, el estandarte como emblema dominicano y el rosario regalo divino de María Santísima.

15. En una visión santo Domingo pudo ver a san Pablo y san Pedro, quienes le decían: «Ve y predica, porque has sido llamado para este ministerio», esta es la razón por la que llevaba siempre consigo el Evangelio de san Mateo y las Cartas de san Pablo.



¿QUÉ SIGNIFICA QUE JESÚS ES EL PAN DE VIDA? PAPA FRANCISCO LO EXPLICA

 



¿Qué significa que Jesús es el pan de vida?, el Papa Francisco lo explica

POR MERCEDES DE LA TORRE | ACI Prensa

 Foto: Vatican Media



Al dirigir el rezo del Ángelus este domingo 8 de agosto, el Papa Francisco explicó el significado de que Jesús se describa a sí mismo como el “pan de vida” y cuáles son las implicaciones concretas en la vida de todo cristiano.

“¿Qué significa pan de vida? Para vivir es necesario el pan. Quien tiene hambre no pide alimentos refinados y costosos, sino pan. Quien está sin trabajo no pide enormes salarios, sino el ‘pan’ de un empleo. Jesús se revela como el pan, es decir lo esencial, el necesario para la vida de cada día. No un pan entre muchos otros, sino el pan de la vida”, señaló el Papa.

Como es habitual, el Santo Padre reflexionó en el pasaje del Evangelio de la liturgia dominical, en esta ocasión, el relato de San Juan cuando Jesús se describe como “yo soy el pan de la vida”.

De este modo, el Papa invitó desde la ventana del palacio apostólico del Vaticano a los numerosos fieles reunidos en la plaza de San Pedro a recordar que Jesús “es el pan esencial de la vida”.

“Yo soy el pan de la vida, dice. Permanezcamos en esta bella imagen de Jesús. Había podido hacer un razonamiento, una demostración, pero -lo sabemos- Jesús habla en parábolas, y en esta expresión ‘Yo soy el pan de la vida’, resume verdaderamente todo su ser y toda su misión: ‘Yo soy el pan de la vida’”, afirmó el Santo Padre.

En esta línea, el Pontífice  subrayó “en otras palabras, que nosotros, sin Él, más que vivir, ‘vamos tirando’: porque solo Él nos nutre el alma” y añadió que “solo Él nos perdona de aquel mal que solos no conseguimos superar, solo Él nos hace sentir amados incluso si todos nos decepcionan, solo Él nos da la fuerza de amar, solo Él nos da la fuerza de perdonar en las dificultades, solo Él da al corazón aquella paz que se busca, solo Él, solo Jesús da la vida para siempre cuando la vida de aquí termina”.

Por ello, el Santo Padre recordó también el pasaje de la Última Cena momento en el cual “Jesús sabe que el Padre le pide no solamente dar de comer a la gente, sino darse a sí mismo, de partirse a sí mismo, su propia vida, su propia carne, su propio corazón porque nosotros podemos tener la vida”.


Adorar a Jesús en la Eucaristía

“Estas palabras del Señor despiertan en nosotros el asombro por el don de la Eucaristía. Ninguno en este mundo, por cuanto ames a otra persona, puede hacerse ‘comida’ por ti. Dios lo ha hecho, y lo hace, por nosotros. Renovemos este asombro. Hagámoslo adorando el Pan de vida, porque la adoración llena la vida de asombro”, destacó el Papa.

Por último, el Santo Padre advirtió que el Evangelio también relata que algunas personas “en lugar de asombrarse” se escandalizan “se rasgan las vestiduras” porque piensan “a este Jesús nosotros lo conocemos, conocemos a su familia, ¿cómo puede decir: ‘soy el pan bajado del cielo’?” y agregó que “también nosotros, quizá, nos escandalizamos: sería más cómodo un Dios que está en el Cielo sin entrometerse, mientras que nosotros podemos gestionar las cosas de aquí...”.

“En cambio, Dios se ha hecho hombre para entrar en lo concreto del mundo, para entrar en lo concreto. Dios se ha hecho hombre por ti, por mí, para entrar en nuestra vida. Y le interesa todo de nuestra vida. Le podemos contar los afectos, el trabajo, el día, los dolores, las angustias, muchas cosas. Le podemos decir todo, porque Jesús desea esta intimidad con nosotros. ¿Qué no desea? Ser dejado en un rincón -Él, que es el pan-, ser desatendido, colocado en un costado, o invocado solo cuando lo necesitamos”, concluyó el Papa.


A continuación, el Evangelio comentado por el Papa Francisco:

San Juan 6, 41-51

41 Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: Yo soy el pan que ha bajado del cielo. 42 Y decían: ¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: he bajado del cielo?»

43 Jesús les respondió: «No murmuren entre ustedes. 44 Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día.

45 Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. 46 No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. 47 En verdad, en verdad les digo: el que cree, tiene vida eterna. 48 Yo soy el pan de la vida.

49 Sus padres comieron el maná en el desierto y murieron; 50 este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. 51 Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo. 

EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 8 DE AGOSTO DE 2021

 



 Domingo 19 (B) del tiempo ordinario

Domingo 8 de agosto de 2021


1ª Lectura (1Re 19,4-8): En aquellos días, Elías continuó por el desierto una jornada de camino, y, al final, se sentó bajo una retama y se deseó la muerte: «¡Basta, Señor! ¡Quítame la vida, que yo no valgo más que mis padres!». Se echó bajo la retama y se durmió. De pronto un ángel lo tocó y le dijo: «¡Levántate, come!». Miró Elías, y vio a su cabecera un pan cocido sobre piedras y un jarro de agua. Comió, bebió y se volvió a echar. Pero el ángel del Señor le volvió a tocar y le dijo: «¡Levántate, come!, que el camino es superior a tus fuerzas». Elías se levantó, comió y bebió, y, con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios.



Salmo responsorial: 33

R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor.

Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren.

Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias.

Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias.

El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege. Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él.

2ª Lectura (Ef 4,30—5,2): No pongáis triste al Espíritu Santo de Dios con que él os ha marcado para el día de la liberación final. Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo. Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor.

Versículo antes del Evangelio (Jn 6,51): Aleluya. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, dice el Señor; el que coma de este pan vivirá para siempre. Aleluya.

Texto del Evangelio (Jn 6,41-51): En aquel tiempo, los judíos murmuraban de Él, porque había dicho: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo». Y decían: «¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?». Jesús les respondió: «No murmuréis entre vosotros. Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: ‘Serán todos enseñados por Dios’. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre.

»En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo».




«Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae»

Fray Lluc TORCAL Monje del Monasterio de Sta. Mª de Poblet

(Santa Maria de Poblet, Tarragona, España)


Hoy, el Evangelio presenta el desconcierto en el que los connacionales de Jesús vivían en su presencia: «¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?» (Jn 6,42). La vida de Jesús entre los suyos había sido tan normal que, el comenzar la proclamación del Reino, quienes le conocían se escandalizaban de lo que entonces les decía.

¿De qué Padre les hablaba Jesús, que nadie había visto? ¿Quién era este pan bajado del cielo que quienes lo comen vivirán para siempre? Él negaba que fuera el maná del desierto porque, quienes lo comieran, morirían. «El pan que yo (...) voy a dar, es mi carne por la vida del mundo» (Jn 6,51). ¿Su carne podía ser un alimento para nosotros? El desconcierto que sembraba Jesús entre los judíos podía extenderse entre nosotros si no respondemos a una pregunta central para nuestra vida cristiana: ¿Quién es Jesús?

Muchos hombres y mujeres antes que nosotros se han hecho esta pregunta, la han respondido personalmente, han ido a Jesús, lo han seguido y ahora gozan de una vida sin fin y llena de amor. Y a los que vayan a Jesús, Él los resucitará el último día (cf. Jn 6,44). Juan Casiano exhortaba a sus monjes diciéndoles: «‘Acercaos a Dios, y Dios se acercará a vosotros’, porque ‘nadie puede ir a Jesús si el Padre que lo ha enviado no lo atrae’ (...). En el Evangelio escuchamos al Señor que nos invita para que vayamos hacia Él: ‘Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os haré reposar’». Acojamos la Palabra del Evangelio que nos acerca a Jesús cada día; acojamos la invitación del mismo Evangelio a entrar en comunión con Él comiendo su carne, porque «éste es el verdadero alimento, la carne de Cristo, el cual, siendo la Palabra, se ha hecho carne para nosotros» (Orígenes).