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domingo, 25 de julio de 2021
HOY ES FIESTA DE SANTIAGO APÓSTOL, PATRONO DE ESPAÑA, 25 DE JULIO
Biografía de Santiago el Mayor
25 de julio
El nombre Santiago, proviene de dos palabras Sant Iacob. Porque su nombre en hebreo era Jacob. Los españoles en sus batallas gritaban: "Sant Iacob, ayúdenos". Y de tanto repetir estas dos palabras, las unieron formando una sola: Santiago.
Fue uno de los 12 apóstoles del Señor.
Era hermano de San Juan evangelista. Se le llamaba el Mayor, para distinguirlo del otro apóstol, Santiago el Menor, que era más joven que él. Con sus padres Zebedeo y Salomé vivía en la ciudad de Betsaida, junto al Mar de Galilea, donde tenían una pequeña empresa de pesca. Tenían obreros a su servicio, y su situación económica era bastante buena pues podían ausentarse del trabajo por varias semanas, como lo hizo su hermano Juan cuando se fue a estarse una temporada en el Jordán escuchando a Juan Bautista.
Santiago formó parte del grupo de los tres preferidos de Jesús, junto con su hermano Juan y con Simón Pedro. Después de presenciar la pesca milagrosa, al oír que Jesús les decía: "Desde ahora seréis pescadores de hombres", dejó sus redes y a su padre y a su empresa pesquera y se fue con Jesucristo a colaborarle en su apostolado. Presenció todos los grandes milagros de Cristo, y con Pedro y Juan fueron los únicos que estuvieron presentes en la Transfiguración del Señor y en su Oración en el Huerto de Getsemaní. ¿Por qué lo prefería tanto Jesús? Quizás porque (como dice San Juan Crisóstomo) era el más atrevido y valiente para declararse amigo y seguidor del Redentor, o porque iba a ser el primero que derramaría su sangre por proclamar su fe en Jesucristo. Que Jesús nos tenga también a nosotros en el grupo de sus preferidos.
Cuenta el santo Evangelio que una vez al pasar por un pueblo de Samaria, la gente no quiso proporcionarles ningún alimento y que Santiago y Juan le pidieron a Jesús que hiciera llover fuego del cielo y quemara a esos maleducados. Cristo tuvo que regañarlos por ese espíritu vengativo, y les recordó que El no había venido a hacer daño a nadie sino a salvar al mayor número posible de personas. Santiago no era santo cuando se hizo discípulo del Señor. La santidad le irá llegando poquito a poco.
Otro día Santiago y Juan comisionaron a Salomé, su madre, para que fuera a pedirle a Jesús que en el día de su gloria los colocara a ellos dos en los primeros puestos: uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús les dijo: "¿Serán capaces de beber el cáliz de amargura que yo voy a beber?" Ellos le dijeron: "Sí somos capaces". Cristo añadió: "El cáliz de amargura sí lo beberán, pero el ocupar los primeros puestos no me corresponde a Mí el concederlo, sino que esos puestos son para aquellos para quienes los tiene reservado mi Padre Celestial". Los otros apóstoles se disgustaron por esta petición tan vanidosa de los dos hijos de Zebedeo, pero Jesús les dijo a todos: "El que quiera ser el primero, que se haga el servidor de todos, a imitación del Hijo del hombre que no ha venido a ser servido sino a servir". Seguramente que con esta lección de Jesús, habrá aprendido Santiago a ser más humilde.
Después de la Ascensión de Jesús, Santiago el Mayor se distinguió como una de las principales figuras entre el grupo de los Apóstoles. Por eso cuando el rey Herodes Agripa se propuso acabar con los seguidores de Cristo, lo primero que hizo fue mandar cortarle la cabeza a Santiago, y encarcelar a Pedro. Así el hijo de Zebedeo tuvo el honor de ser el primero de los apóstoles que derramó su sangre por proclamar la religión de Jesús Resucitado.
Antiguas tradiciones (del siglo VI) dicen que Santiago alcanzó a ir hasta España a evangelizar. Y desde el siglo IX se cree que su cuerpo se encuentra en la catedral de Compostela (norte de España) y a ese santuario han ido miles y miles de peregrinos por siglos y siglos y han conseguido maravillosos favores del cielo. El historiador Pérez de Urbel dice que lo que hay en Santiago de Compostela son unas reliquias, o sea restos del Apóstol, que fueron llevados allí desde Palestina.
Es Patrono de España y de su caballería. Los españoles lo han invocado en momentos de grandes peligros y han sentido su poderosa protección. También nosotros si pedimos su intercesión conseguiremos sus favores.
Oración a Santiago Apóstol para pedir su intercesión
¡Gran Apóstol Santiago, familiar cercano de nuestro Señor y aún más cercano a Él por lazos espirituales! Al ser llamado por Él entre los primeros discípulos y ser favorecido con Su especial intimidad, tu respondiste con gran generosidad, dejándolo todo para seguirle a la primera llamada. También tuviste el privilegio de ser el primero de los Apóstoles en morir por Él, sellando tu predicación con tu sangre.
“Atronador” en el entusiasmo en la tierra desde el cielo, te has mostrado defensor de Su Iglesia una y otra vez, apareciendo en el campo de batalla de los Cristianos para derrotar y dispersar a los enemigos de la Cruz, y llevar a los descorazonados Creyentes a la Victoria. Fuerza de los Cristianos, refugio seguro de aquellos que te suplican con confianza, oh, protégenos ahora en los peligros que nos rodean.
Que por tu intercesión, nuestro Señor nos conceda Su Santo Amor, filial temor, justicia, paz y la victoria sobre nuestros adversarios, tanto visibles como invisibles, y sobre todo, que un día nos conceda la felicidad de verlo y tenerlo con nosotros en el cielo, en tu compañía y la de los ángeles y santos para siempre.
Amén.
EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 25 DE JULIO DE 2021
Hoy, domingo, 25 de julio de 2021
Domingo 17 (B) del tiempo ordinario.
Lecturas del día y Evangelio de hoy, domingo 25 de julio de 2021
XVII Domingo del Tiempo Ordinario
Primera lectura de hoy
Lectura del Segundo libro de los Reyes
2R 4, 42-44
En aquellos días, llegó un hombre de Baal-salisá llevando a Eliseo veinte panes de cebada recién horneados, y trigo fresco en su morral. Eliseo ordenó entonces a su criado:
—Dáselo a la gente para que coma.
Pero el criado respondió:
—¿Cómo voy a dar esto a cien personas? Y Eliseo contestó:
—Dáselo a la gente para que coma, porque el Señor ha dicho que comerán y habrá de sobra.
Así pues, el criado les sirvió, y ellos comieron y hubo de sobra, como el Señor lo había dicho.
P/ Palabra de Dios
R/ Te alabamos Señor
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Salmo responsorial del día
Sal 145 (144),10-11.15-16.17-18
Que todo hombre alabe al Señor
R/. Abres tú la mano, Señor, y nos sacias
Que todas tus criaturas te den gracias,
Señor, que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. R/.
Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente. R/.
El Señor es justo en todos sus caminos,
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente. R/.
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Segunda lectura de hoy
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios
Ef 4,1-6
Conservar la unidad
Hermanos:
Yo, que estoy preso por la causa del Señor, les ruego que se porten como deben hacerlo los que han sido llamados por Dios, como lo fueron ustedes. Sean humildes y amables; tengan paciencia y sopórtense unos a otros con amor; procuren mantener la unidad que proviene del Espíritu Santo, por medio de la paz que une a todos. Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como Dios los ha llamado a una sola esperanza. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos.
P/ Palabra de Dios
R/ Te alabamos Señor
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Lectura del Santo Evangelio según San Juan
Jn 6,1-15
Jesús da de comer a una multitud
En aquel tiempo, 1 Jesús se fue al otro lado del Lago de Galilea, que es el mismo Lago de Tiberiades. Mucha gente lo seguía, porque habían visto las señales milagrosas que hacía sanando a los enfermos. Entonces Jesús subió a un monte, y se sentó con sus discípulos. Ya estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Cuando Jesús miró y vio la mucha gente que lo seguía, le dijo a Felipe:
—¿Dónde vamos a comprar pan para toda esta gente?
Pero lo dijo por ver qué contestaría Felipe, porque Jesús mismo sabía bien lo que había de hacer. Felipe le respondió:
—Ni siquiera el salario de doscientos días bastaría para comprar el pan suficiente para que cada uno recibiera un poco.
Entonces Andrés, que era otro de sus discípulos y hermano de Simón Pedro, le dijo:
—Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados; pero, ¿qué es esto para tanta gente?
Jesús respondió:
—Díganles a todos que se sienten.
Había mucha hierba en aquel lugar, y se sentaron. Eran unos cinco mil hombres. Jesús tomó en sus manos los panes y, después de dar gracias a Dios, los repartió entre los que estaban sentados. Hizo lo mismo con los pescados, dándoles todo lo que querían. Cuando ya estuvieron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos:
—Recojan los pedazos sobrantes, para que no se desperdicie nada.
Ellos los recogieron, y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada. La gente, al ver esta señal milagrosa hecha por Jesús, decía:
—De veras éste es el profeta que había de venir al mundo.
Pero como Jesús se dio cuenta de que querían llevárselo a la fuerza para hacerlo rey, se retiró otra vez a lo alto del cerro, para estar solo.
P/ Palabra del Señor
R/ Gloria a ti, Señor Jesús
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Hoy, podemos contemplar cómo se forja en nuestro interior tanto el amor humano como el amor sobrenatural, ya que tenemos un mismo corazón para amar a Dios y a los otros.
Generalmente, el amor va abriéndose paso en el corazón humano cuando se descubre el atractivo del otro: su simpatía, su bondad. Es el caso del «muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces» (Jn 6,9). Da a Jesús todo lo que lleva, los panes y los peces, porque se ha dejado conquistar por el atractivo de Jesús. ¿He descubierto el atractivo del Señor?
A continuación, el enamoramiento, fruto de sentirse correspondido. Dice que «mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos» (Jn 6,2). Jesús les escuchaba, les hacía caso, porque sabía lo que necesitaban.
Jesucristo siente un poderoso atractivo por mí y quiere mi realización humana y sobrenatural. Me ama tal como soy, con mis miserias, porque pido perdón y, con su ayuda, sigo esforzándome.
«Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte Él solo» (Jn 6,15). Les dirá al día siguiente: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado» (Jn 6,26). Escribe san Agustín: «¡Cuántos hay que buscan a Jesús, guiados solamente por intereses temporales! (...) Apenas se busca a Jesús por Jesús».
La plenitud del amor es el amor de donación; cuando se busca el bien del amado, sin esperar nada a cambio, aunque sea al precio del sacrificio personal.
Hoy, yo le puedo decir: «Señor, que nos haces participar del milagro de la Eucaristía: te pedimos que no te escondas, que vivas con nosotros, que te veamos, que te toquemos, que te sintamos, que queramos estar siempre a tu lado, que seas el Rey de nuestras vidas y de nuestros trabajos» (San Josemaría).
* Rev. D. Pere CALMELL i Turet (Barcelona, España)
HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN PRIMERA JORNADA MUNDIAL DE LOS ABUELOS Y PERSONAS MAYORES
Homilía del Papa Francisco en primera Jornada Mundial de los abuelos y personas mayores
Redacción ACI Prensa
Foto: Captura Vatican Media
Más de 2.000 personas participaron este domingo 25 de julio a una Misa en la Basílica de San Pedro del Vaticano con ocasión de la primera Jornada Mundial de los abuelos y de las personas mayores que se celebrará cada año el cuarto domingo de julio, en la cercanía a la fiesta de los santos Joaquín y Ana, los abuelos de Jesús.
El tema de esta primera Jornada Mundial de los abuelos y de las personas mayores fue “Yo estoy contigo todos los días” y para la ocasión el Papa Francisco escribió un mensaje y el Dicasterio para los Laicos, Familia y Vida preparó una oración.
En representación del Santo Padre, la Misa fue presidida por el presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, Mons. Rino Fisichella, quien leyó la homilía preparada por el Papa Francisco.
A continuación, el texto completo de la homilía del Papa Francisco y pronunciada por Mons. Fisichella:
Mientras estaba sentado enseñando, «al levantar la vista, Jesús vio que una gran multitud acudía a él, y le preguntó a Felipe: “¿Dónde compraremos pan para que coma esta gente?”» (Jn 6,5). Jesús no se limita a enseñar, sino que se deja interrogar por el hambre que anida en la vida de la gente. Y, de ese modo, da de comer a la multitud distribuyendo los cinco panes de cebada y los dos pescados que un muchacho le ofreció. Al final, como sobraron bastantes pedazos de pan, les dijo a los suyos que los recogieran, «para que no se pierda nada» (v. 12).
En esta Jornada, dedicada a los abuelos y a los mayores, quisiera detenerme precisamente en estos tres momentos: Jesús que ve el hambre de la multitud; Jesús que comparte el pan; Jesús que ordena recoger los pedazos sobrantes. Tres momentos que se pueden resumir en tres verbos: ver, compartir, custodiar.
Ver. El Evangelista Juan, al principio de la narración, señala este particular: Jesús levanta los ojos y ve a la multitud hambrienta después de haber caminado mucho para encontrarlo. Así inicia el milagro, con la mirada de Jesús, que no es indiferente ni está atareado, sino que advierte los espasmos del hambre que atormentan a la humanidad cansada. Él se preocupa por nosotros, nos cuida, quiere saciar nuestra hambre de vida, de amor y de felicidad. En los ojos de Jesús descubrimos la mirada de Dios: una mirada que es atenta, que escudriña los anhelos que llevamos en el corazón, que ve la fatiga, el cansancio y la esperanza con las que vamos adelante. Una mirada que sabe captar la necesidad de cada uno. A los ojos de Dios no existe la multitud anónima, sino cada persona con su hambre. Jesús tiene una mirada contemplativa, es decir, capaz de detenerse ante la vida del otro y descifrarla.
Esta es también la mirada con la que los abuelos y los mayores han visto nuestra vida. Es el modo en el que ellos, desde nuestra infancia, se han hecho cargo de nosotros. Habiendo tenido una vida a menudo muy sacrificada, no nos han tratado con indiferencia ni se han desentendido de nosotros, sino que han tenido ojos atentos, llenos de ternura. Cuando estábamos creciendo y nos sentíamos incomprendidos o asustados por los desafíos de la vida, se fijaron en nosotros, en lo que estaba cambiando en nuestro corazón, en nuestras lágrimas escondidas y en los sueños que llevábamos dentro. Todos hemos pasado por las rodillas de los abuelos, que nos han llevado en brazos. Y es gracias también a este amor que nos hemos convertido en adultos.
Y nosotros, ¿qué mirada tenemos hacia los abuelos y los mayores? ¿Cuándo fue la última vez que hicimos compañía o llamamos por teléfono a un anciano para manifestarle nuestra cercanía y dejarnos bendecir por sus palabras? Sufro cuando veo una sociedad que corre, atareada e indiferente, afanada en tantas cosas e incapaz de detenerse para dirigir una mirada, un saludo, una caricia. Tengo miedo de una sociedad en la que todos somos una multitud anónima e incapaces de levantar la mirada y reconocernos. Los abuelos, que han alimentado nuestra vida, hoy tienen hambre de nosotros, de nuestra atención, de nuestra ternura, de sentirnos cerca. Alcemos la mirada hacia ellos, como Jesús hace con nosotros.
Compartir. Después de haber visto el hambre de aquellas personas, Jesús desea saciarlas. Y lo hace gracias al don de un muchacho joven, que ofrece sus cinco panes y los dos peces. Es muy hermoso que un muchacho, un joven, que comparte lo que tiene, esté en el centro de este prodigio del que se benefició tanta gente adulta —unas cinco mil personas—.
Hoy tenemos necesidad de una nueva alianza entre los jóvenes y los mayores, de compartir el común tesoro de la vida, de soñar juntos, de superar los conflictos entre generaciones para preparar el futuro de todos. Sin esta alianza de vida, de sueños y de futuro, nos arriesgamos a morir de hambre, porque aumentan los vínculos rotos, las soledades, los egoísmos, las fuerzas disgregadoras. Frecuentemente, en nuestras sociedades hemos entregado la vida a la idea de que “cada uno se ocupe de sí mismo”. Pero eso mata.
El Evangelio nos exhorta a compartir lo que somos y lo que tenemos, ese es el único modo en que podemos ser saciados. He recordado muchas veces lo que dice a este propósito el profeta Joel (cf. Jl 3,1): Jóvenes y ancianos juntos. Los jóvenes, profetas del futuro que no olvidan la historia de la que provienen; los ancianos, soñadores nunca cansados que trasmiten la experiencia a los jóvenes, sin entorpecerles el camino. Jóvenes y ancianos, el tesoro de la tradición y la frescura del Espíritu. Jóvenes y ancianos juntos. En la sociedad y en la Iglesia: juntos.
Custodiar. Después de que todos comieron, el Evangelio refiere que sobraron muchos pedazos de pan. Ante esto, Jesús da una indicación: «Recojan los pedazos que han sobrado, para que no se pierda nada» (Jn 6,12). Es así el corazón de Dios, no sólo nos da mucho más de lo que necesitamos, sino que se preocupa también de que nada se desperdicie, ni siquiera un fragmento. Un pedacito de pan podría parecer poca cosa, pero a los ojos de Dios nada se debe descartar. Es una invitación profética que hoy estamos llamado a hacer resonar en nosotros mismos y en el mundo: recoger, conservar con cuidado, custodiar.
Los abuelos y los mayores no son sobras de la vida, desechos que se deben tirar. Ellos son esos valiosos pedazos de pan que han quedado sobre la mesa de nuestra vida, que pueden todavía nutrirnos con una fragancia que hemos perdido, “la fragancia de la memoria”. No perdamos la memoria de la que son portadores los mayores, porque somos hijos de esa historia, y sin raíces nos marchitaremos. Ellos nos han custodiado a lo largo de las etapas de nuestro crecimiento, ahora nos toca a nosotros custodiar su vida, aligerar sus dificultades, estar atentos a sus necesidades, crear las condiciones para que se les faciliten sus tareas diarias y no se sientan solos.
Preguntémonos: “¿He visitado a los abuelos? ¿a los mayores de la familia o de mi barrio? ¿Los he escuchado? ¿Les he dedicado un poco de tiempo?”. Custodiémoslos, para que no se pierda nada. Nada de su vida ni de sus sueños. Depende de nosotros, hoy, que no nos arrepintamos mañana de no haberles dedicado suficiente atención a quienes nos amaron y nos dieron la vida.
Hermanos y hermanas, los abuelos y los mayores son el pan que alimenta nuestras vidas. Estemos agradecidos por sus ojos atentos, que se fijaron en nosotros, por sus rodillas, que nos acunaron, por sus manos, que nos acompañaron y alzaron, por haber jugado con nosotros y por las caricias con las que nos consolaron. Por favor, no nos olvidemos de ellos. Aliémonos con ellos. Aprendamos a detenernos, a reconocerlos, a escucharlos. No los descartemos nunca. Custodiémoslos con amor. Y aprendamos a compartir el tiempo con ellos. Saldremos mejores. Y, juntos, jóvenes y ancianos, nos saciaremos en la mesa del compartir, bendecida por Dios.
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Así se vivió en Vaticano la primera Jornada Mundial de los abuelos y las personas mayores
POR MERCEDES DE LA TORRE | ACI Prensa
El Papa Francisco invitó en la Jornada Mundial de los abuelos y las personas mayores de este 25 de julio a aprender a compartir el tiempo con los ancianos, a cuidarlos con amor, a estar agradecidos por todo lo que hicieron por nosotros.
“Hermanos y hermanas, los abuelos y los mayores son el pan que alimenta nuestras vidas. Estemos agradecidos por sus ojos atentos, que se fijaron en nosotros, por sus rodillas, que nos acunaron, por sus manos, que nos acompañaron y alzaron, por haber jugado con nosotros y por las caricias con las que nos consolaron”, dijo el Papa en la homilía preparada para la Misa que se celebró en la Basílica de San Pedro del Vaticano y a la que acudieron más de 2.000 fieles.
La Eucaristía fue concelebrada por el presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, Mons. Rino Fisichella, el prefecto del Dicasterio para los Laicos, Familia y Vida, Cardenal Kevin Farrell y el vicario del Papa para la Diócesis de Roma, Cardenal Angelo De Donatis.
En la homilía preparada por el Papa Francisco y pronunciada, en su representación por Mons. Fisichella, el Santo Padre comentó el pasaje del Evangelio de San Juan que relata el episodio de la multiplicación de los panes.
En esta línea, el Pontífice escribió que “los abuelos y los mayores no son sobras de la vida, desechos que se deben tirar” sino que “son esos valiosos pedazos de pan que han quedado sobre la mesa de nuestra vida, que pueden todavía nutrirnos con una fragancia que hemos perdido, la fragancia de la memoria”.
“No perdamos la memoria de la que son portadores los mayores, porque somos hijos de esa historia, y sin raíces nos marchitaremos. Ellos nos han custodiado a lo largo de las etapas de nuestro crecimiento, ahora nos toca a nosotros custodiar su vida, aligerar sus dificultades, estar atentos a sus necesidades, crear las condiciones para que se les faciliten sus tareas diarias y no se sientan solos”, invitó el Papa.
Por ello, el Santo Padre invitó a preguntarse: “¿He visitado a los abuelos? ¿A los mayores de la familia o de mi barrio? ¿Los he escuchado? ¿Les he dedicado un poco de tiempo?” y añadió “custodiémoslos, para que no se pierda nada. Nada de su vida ni de sus sueños. Depende de nosotros, hoy, que no nos arrepintamos mañana de no haberles dedicado suficiente atención a quienes nos amaron y nos dieron la vida”.
“Por favor, no nos olvidemos de ellos. Alíémonos con ellos. Aprendamos a detenernos, a reconocerlos, a escucharlos. No los descartemos nunca. Custodiémoslos con amor. Y aprendamos a compartir el tiempo con ellos. Saldremos mejores. Y, juntos, jóvenes y ancianos, nos saciaremos en la mesa del compartir, bendecida por Dios”, destacó.
Además, el Santo Padre se detuvo en el relato y los personajes que narra el Evangelista San Juan en el Capítulo 6 en el que Jesús se encuentra con un joven, que no tiene nombre, y que ofreció todo lo que tenía -cinco panes de cebada y dos pescados- y el milagro de la multiplicación de los panes gracias al que comió una multitud de personas.
En este sentido, el Papa dijo que en esta Jornada, dedicada a los abuelos y a las personas mayores, se detuvo en tres momentos: “Jesús que ve el hambre de la multitud; Jesús que comparte el pan; Jesús que ordena recoger los pedazos sobrantes. Tres momentos que se pueden resumir en tres verbos: ver, compartir, custodiar”.
En primer lugar, el Santo Padre resaltó “la mirada de Jesús, que no es indiferente ni está atareado, sino que advierte los espasmos del hambre que atormentan a la humanidad cansada” porque “Él se preocupa por nosotros, nos cuida, quiere saciar nuestra hambre de vida, de amor y de felicidad”.
“Esta es también la mirada con la que los abuelos y los mayores han visto nuestra vida. Es el modo en el que ellos, desde nuestra infancia, se han hecho cargo de nosotros. Habiendo tenido una vida a menudo muy sacrificada, no nos han tratado con indiferencia ni se han desentendido de nosotros, sino que han tenido ojos atentos, llenos de ternura”, afirmó.
Luego, el Papa invitó a cuestionarse “y nosotros, ¿qué mirada tenemos hacia los abuelos y los mayores? ¿Cuándo fue la última vez que hicimos compañía o llamamos por teléfono a un anciano para manifestarle nuestra cercanía y dejarnos bendecir por sus palabras?” y reconoció que “sufro cuando veo una sociedad que corre, atareada e indiferente, afanada en tantas cosas e incapaz de detenerse para dirigir una mirada, un saludo, una caricia”.
“Tengo miedo de una sociedad en la que todos somos una multitud anónima e incapaces de levantar la mirada y reconocernos. Los abuelos, que han alimentado nuestra vida, hoy tienen hambre de nosotros, de nuestra atención, de nuestra ternura, de sentirnos cerca. Alcemos la mirada hacia ellos, como Jesús hace con nosotros”, advirtió.
En segundo lugar, el Santo Padre se detuvo en la generosidad del joven “que comparte lo que tiene” y que está “en el centro de este prodigio del que se benefició tanta gente adulta, unas cinco mil personas”.
Ante esto, el Papa invitó nuevamente a realizar “una nueva alianza entre los jóvenes y los mayores, de compartir el común tesoro de la vida, de soñar juntos, de superar los conflictos entre generaciones para preparar el futuro de todos” porque “sin esta alianza de vida, de sueños y de futuro, nos arriesgamos a morir de hambre, porque aumentan los vínculos rotos, las soledades, los egoísmos, las fuerzas disgregadoras”.
“El Evangelio nos exhorta a compartir lo que somos y lo que tenemos, ese es el único modo en que podemos ser saciados. He recordado muchas veces lo que dice a este propósito el profeta Joel (cf. Jl 3,1): Jóvenes y ancianos juntos. Los jóvenes, profetas del futuro que no olvidan la historia de la que provienen; los ancianos, soñadores nunca cansados que trasmiten la experiencia a los jóvenes, sin entorpecerles el camino. Jóvenes y ancianos, el tesoro de la tradición y la frescura del Espíritu. Jóvenes y ancianos juntos. En la sociedad y en la Iglesia: juntos”, exhortó el Papa.
Por último, el Santo Padre advirtió la importancia de que “el Evangelio refiere que sobraron muchos pedazos de pan” y que Jesús pidió recoger “los pedazos que han sobrado, para que no se pierda nada” y añadió que “es así el corazón de Dios, no sólo nos da mucho más de lo que necesitamos, sino que se preocupa también de que nada se desperdicie, ni siquiera un fragmento”.
Se trata de una invitación profética de Jesús, que nos recuerda que “los abuelos y los mayores no son sobras de la vida, desechos que se deben tirar” porque “ellos son esos valiosos pedazos de pan que han quedado sobre la mesa de nuestra vida”.
“Ahora nos toca a nosotros custodiar su vida, aligerar sus dificultades, estar atentos a sus necesidades, crear las condiciones para que se les faciliten sus tareas diarias y no se sientan solos”, concluyó el Papa en la homilía.
Al finalizar la Misa, el Cardenal Farrell y Mons. Fisichella se colocaron delante de un cuadro de la Virgen María junto a un grupo de personas mayores, entre ellos, dos mujeres africanas con trajes típicos, y todos, junto a la asamblea presente, entonaron una canción a la Virgen María.
El Santo Padre instituyó esta Jornada Mundial de los abuelos y de las personas mayores que se celebrará cada año el cuarto domingo de julio, en la cercanía a la fiesta de los santos Joaquín y Ana, los abuelos de Jesús.
El tema de esta primera Jornada Mundial de los abuelos y de las personas mayores fue “Yo estoy contigo todos los días” y para la ocasión el Papa Francisco escribió un mensaje, el Dicasterio para los Laicos, Familia y Vida preparó también una oración. y la Penitenciaría Apostólica concedió Indulgencia Plenaria a quienes visiten a un anciano por esta Jornada y cumplan con las condiciones establecidas por la Iglesia Católica.