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domingo, 23 de agosto de 2020

SOBRE LAS MONJITAS


Sobre "Monjitas"
¿Sorprende escuchar que una persona religiosa ha caído en la depresión?


Por: Ignacio Monar García | Fuente: Catholic.net




Suavemente diré que me parece benevolente y paternalista escuchar la palabra "monjitas" en boca de algunos fieles. La cosa empeora en manos de esos calamitosos cristianos que llevan la cuenta de cuántas religiosas y cuántos religiosos se van muriendo. Sabéis que los hay. Ellos se ríen de las vidas entregadas y añaden "el último que apague la luz", "si no se hubieran quitado el hábito...", "con Trento otro gallo nos cantaba..." Cuando leo tales  artículos -nada infrecuentes- dedicados a levantar acta de defunción de órdenes y congregaciones me sienta como una patada en salva sea la parte.

Lo escribiré de forma más amable: alguien que sigue a Cristo y ama a su Iglesia no puede albergar en su corazón tanta insensibilidad.

La vida religiosa, amigos, cambia. Y la femenina, especialmente. No se puede pretender que florezcan algunas comunidades indefensas intelectualmente, infantilizadas, dependientes de la presencia puntual de beneméritos capellanes. No me temblará el pulso al constatar que también algunas religiosas se consideran a ellas mismas como "monjitas". ¡Pues sepan que las mujeres a las que llama Jesús no son marionetas! ¡Muy al contrario, son los valladares firmes del Evangelio y las necesitamos!

Yo tengo estas opiniones: basta de hacernos esclavos de edificios y monumentos, y menos a costa de las mucho más valiosas vidas de nuestras hermanas en la fe. La defensa del patrimonio de siglos que no ahogue fértiles vocaciones. Si hay que reestructurar, se hace. Afortunadamente la Iglesia es creativa.

Tampoco ha de soportarse que los problemas de salud mentales no sean tratados a tiempo dentro de los conventos por falta de orientación adecuada. ¿Sorprende escuchar que una persona religiosa ha caído en la depresión, por ejemplo?Para alguno será una decepción, dado que "nuestras monjitas" son tan buenas y seráficas que nunca enferman y están protegidas por sus altos muros y dietas frugales.

Es penoso también pretender que el mundo seglar quede relegado a, simplemente, llevarles huevos en las bodas, pedirles una novena, comprar repostería...O, no solo que los padres sientan que han perdido una hija, sino que ese dolor lógico se corresponda con la realidad.

Resulta injusto que cuando alguien decide salir del monacato, convento o vida activa, se encuentre en incertidumbre, sin apenas bagajes, dependiente de familiares y algún caritativo obispo. Que haya abandonos en la exigentísima vida religiosa -seamos claros- es lo más normal del mundo. ¿Acaso quien se ve en la dolorosa decisión de dejar los votos pierde de paso la condición de hijo de Dios? ¿Quizás pensamos que ya está condenada a la mediocridad frente a la excelencia de lo espiritual? Entonces, ¿para qué porras sirve el discernimiento de la vocación?

Ante tanta ignorancia y ceguera -o algo peor- no me callo. No, que no me callo. Me leí a ese tal san Pablo cuando dice: "A tiempo y a destiempo". Y traigo anuncio, no solo denuncia.

Porque, frente a todo esto, aviso que el Espíritu sopla de verdad. Insisto: los  profetas del apocalipsis eclesial nos asustan con sus fórmulas huecas. Preguntan teatralmente: "¿dónde está la primavera? ¿Dónde están los frutos del Concilio?" Pues no les escuchéis, amigos. Elegid si queréis plañir o renacer.

Yo ya lo he hecho. Por cierto, que en ese renacer no encuentro espíritus sutiles, melifluos, espiritualoides, azucarados...¡no son monjitas, no! Son personas con una gran formación, capaces de hablar en público con elocuencia. Soportan el dolor y sostienen la esperanza, de veras. Acogen los jirones del alma de los muchos que acuden a ellos. Y ríen, bailan, tocan instrumentos, pintan, escriben, cultivan, gestionan, construyen, alimentan, enseñan, testimonian,...¡Ah, y por si acaso alguno lo duda: siguen a Cristo en su Iglesia!


Es verdad que hay que volver a lo esencial. Solo que lo esencial no tiene que ver con regresar al siglo XIX, ni a las tocas de almidón, ni la huida de ese mundo 'tan peligroso que nos come'. Lo esencial es el amor a Dios, la comunión, la vida en común, la celebración litúrgica bellamente celebrada, la conversión, el respeto a las peculiaridades de cada carisma, -con su clausura o no, según-, no ser melindres en el trato y el sano equilibrio y presencia de sacerdotes y laicos en las comunidades.

Aun voy a ser más concreto: los últimos documentos de la Congregación Vaticana para la Vida Religiosa, han ido en una clara linea. Me congratula que haya quien lidere con criterio este proceso. Es de bien nacidos reconocerlo, aunque suene a peloteo.

No me encontraréis a mí donde se dedican a tirar piedras a la orden, congregación o instituto de enfrente. Yo no diré que sea tramposo o erróneo acoger a jóvenes de otros países para repoblar conventos. A mí me parece, humildemente, que esto de seguir a Jesús es luminoso, radical y transformador. Y es que Cristo vive. Ante eso nada podrán  hacer los profetas de las webs, esos especuladores que dicen saber tanto. A los que, por supuesto, seguiré leyendo para no dormirme en mis complacencias.

15 MINUTOS EN COMPAÑÍA DE JESÚS SACRAMENTADO



15 minutos en compañía de Jesús Sacramentado
Visitas al Stmo. Sacramento, 1. ¿Qué podemos platicarle a Jesús Sacramentado?


Por: San Alfonso Mª de Ligorio | Fuente: Catholic.net








No es menester, hijo mío, saber mucho para agradarme; basta que me ames con fervor. Háblame sencillamente, como hablarías al más íntimo de tus amigos, o a tu madre, o a tu hermano.

I. ¿Necesitas hacerme en favor de alguien una súplica cualquiera? Dime su nombre, bien sea el de tus padres, bien el de tus hermanos y amigos: dime al punto qué quisieras hiciese actualmente por ellos. Pide mucho, mucho; no vaciles en pedir; me gustan los corazones generosos, que llegan a olvidarse en cierto modo de sí mismos para atender a las necesidades ajenas. Háblame con sencillez, con llaneza, de los pobres a quienes quisieras consolar, de los enfermos a quienes ves padecer, de los extraviados que anhelas volver al buen camino, de los amigos ausentes que quisieras ver otra vez a tu lado. Dime por todos una palabra de amigo, entrañable y fervorosa. Recuérdame que prometí escuchar toda súplica salida del corazón, ¿y no ha de salir del corazón el ruego que me dirijas por aquellos que tu corazón ama especialmente?

II.Y para ti ¿no necesitas alguna gracia? Hazme, si quieres, una lista de tus necesidades y léela en mi presencia.

Dime francamente que sientes soberbia, amor a la sensualidad y al regalo; que eres tal vez, egoísta, inconsciente, negligente..., y pídeme luego que venga en ayuda de los esfuerzos, pocos o muchos, que haces para sacudir de encima de ti tales miserias.

No te avergüences, ¡pobre alma! ¡Hay en el cielo tantos justos, tantos santos de primer orden, que tuvieron esos mismos defectos! Pero rogaron con humildad..., y poco a poco se vieron libres de ellos.

Ni menos vaciles en pedirme bienes espirituales y corporales: salud, memoria, éxito feliz en tus trabajos, negocios o estudios; todo eso puedo darlo, y lo doy, y deseo que me lo pidas en cuanto no se oponga, antes favorezca y ayude a tu santificación. Por hoy, ¿qué necesitas? ¿Qué puedo hacer en tu bien? ¡Si supieras los deseos que tengo de favorecerte! ¿Traes ahora mismo entre manos algún proyecto? Cuéntamelo todo minuciosamente. ¿Qué te preocupa? ¿Qué piensas? ¿Qué deseas? ¿Qué quieres haga por tu hermano, hermana, por tu amigo, por tu superior? ¿Qué desearías hacer por ellos?

¿Y por mí? ¿No sientes deseos de mi gloria? ¿No quisieras poder hacer algún bien a tus prójimos, a tus amigos, a quienes amas mucho y que viven quizá olvidados de mí? Dime qué cosa solicita hoy particularmente tu atención, qué anhelas más vivamente y con qué medios cuentas para conseguirlo. Dime si te sale mal tu empresa, y Yo te diré las causas del mal éxito. ¿No quisieras que me interesase algo en tu favor? Hijo mío, soy dueño de los corazones, y dulcemente los llevo, sin perjuicio de su libertad, adonde me place.

III. ¿Sientes acaso tristeza o mal humor? Cuéntame, cuéntame, alma desconsolada, tus tristezas con todos sus pormenores. ¿Quién te hirió? ¿Quién lastimó tu amor propio? ¿Quién te ha despreciado? Acércate a mi Corazón, que tiene bálsamo eficaz para curar todas esas heridas del tuyo. Cuéntamelo todo, y acabarás en breve por decirme que, a semejanza de Mí, todo lo perdonas, todo lo olvidas, y en pago recibirás mi consoladora bendición.

¿Temes por ventura? ¿Sientes en tu alma aquellas vagas melancolías que, no por ser infundadas, dejan de ser desgarradoras? Échate en brazos de mi Providencia. Contigo estoy; aquí, a tu lado me tienes; todo lo veo, todo lo oigo, ni un momento te desamparo.

¿Sientes desvío de parte de personas que antes te quisieron bien, y ahora, olvidadas, se alejan de ti sin que les hayas dado el menor motivo? Ruega por ellas, y yo las volveré a tu lado, si no han de ser obstáculo a tu santificación.

IV. ¿Y no tienes tal vez alguna alegría que comunicarme? ¿Por qué no me haces partícipe de ella a fuer de buen amigo?

Cuéntame lo que desde ayer, desde la última visita que me hiciste, ha consolado y hecho como sonreír tu corazón. Quizá has tenido agradables sorpresas, quizá viste disipados negros recelos, quizá recibiste faustas noticias, alguna carta o muestra de cariño; has vencido alguna dificultad o salido de algún lance apurado. Obra mía es todo esto, y Yo te lo he proporcionado: ¿por qué no has de manifestarme por ello tu gratitud y decirme sencillamente, como hijo a su padre: ¡Gracias, Padre mío, gracias! El agradecimiento trae consigo nuevos beneficios, porque al bienhechor le agrada verse correspondido.

V. ¿Tampoco tienes alguna promesa que hacerme? Leo, ya lo sabes, en el fondo de tu corazón. A los hombres se les engaña fácilmente, a Dios no; háblame, pues, con toda sinceridad. ¿Tienes firme resolución de no exponerte ya más a la ocasión aquella de pecado? ¿De privarte de aquel objeto que te dañó? ¿De no leer más aquel libro que avivo tu imaginación? ¿De no tratar más a la persona que turbó la paz de tu alma? ¿Volverás a ser dulce, amable y condescendiente con aquella otra a quien, por haberte faltado, has mirado como enemiga?

Ahora bien, hijo mío: vuelve a tus ocupaciones habituales; al taller, a la familia, al estudio...; pero no olvides los quince minutos de grata conversación que hemos tenido aquí los dos, en la soledad del santuario. Guarda en cuanto puedas silencio, modestia, recogimiento, resignación, caridad con el prójimo. Ama a mi Madre, que lo es también tuya, y vuelve otra vez mañana con el corazón más amoroso, más entregado a mi servicio. En mi Corazón hallarás cada día nuevo amor, nuevos beneficios, consuelos nuevos.

EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 23 DE AGOSTO DE 2020



XXI Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo A
Domingo 23 de Agosto de 2020
“¿Quién decís que soy yo?“



Primera lectura
Lectura del libro de Isaías (22,19-23):

Así dice el Señor a Sobná, mayordomo de palacio: «Te echaré de tu puesto, te destituiré de tu cargo. Aquel día, llamaré a mi siervo, a Eliacín, hijo de Elcías: le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda, le daré tus poderes; será padre para los habitantes de Jerusalén, para el pueblo de Judá. Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá. Lo hincaré como un clavo en sitio firme, dará un trono glorioso a la casa paterna.»

Palabra de Dios



Salmo
Sal 137,1-2a.2bc-3.6.8bc

R/. Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos

Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario,
daré gracias a tu nombre. R/.

Por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama;
cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R/.

El Señor es sublime,
se fija en el humilde
y de lejos conoce al soberbio.
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R/.


Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (11,33-36):

¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dado primero, para que él le devuelva? Él es el origen, guía y meta del universo. A él la gloria por los siglos. Amén.

Palabra de Dios


Lectura del santo evangelio según san Mateo (16,13-20):


En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

Palabra del Señor



ADHESIÓN VIVA A JESUCRISTO


No es fácil intentar responder con sinceridad a la pregunta de Jesús: «¿Quién decís que soy yo?». En realidad, ¿quién es Jesús para nosotros? Su persona nos llega a través de veinte siglos de imágenes, fórmulas, devociones, experiencias, interpretaciones culturales… que van desvelando y velando al mismo tiempo su riqueza insondable.

Pero, además, cada uno de nosotros vamos revistiendo a Jesús de lo que somos nosotros. Y proyectamos en él nuestros deseos, aspiraciones, intereses y limitaciones. Y casi sin darnos cuenta lo empequeñecemos y desfiguramos, incluso cuando tratamos de exaltarlo.

Pero Jesús sigue vivo. Los cristianos no lo hemos podido disecar con nuestra mediocridad. No permite que lo disfracemos. No se deja etiquetar ni reducir a unos ritos, unas fórmulas o unas costumbres.

Jesús siempre desconcierta a quien se acerca a él con postura abierta y sincera. Siempre es distinto de lo que esperábamos. Siempre abre nuevas brechas en nuestra vida, rompe nuestros esquemas y nos atrae a una vida nueva. Cuanto más se le conoce, más sabe uno que todavía está empezando a descubrirlo.

Jesús es peligroso. Percibimos en él una entrega a los hombres que desenmascara nuestro egoísmo. Una pasión por la justicia que sacude nuestras seguridades, privilegios y egoísmos. Una ternura que deja al descubierto nuestra mezquindad. Una libertad que rasga nuestras mil esclavitudes y servidumbres.

Y, sobre todo, intuimos en él un misterio de apertura, cercanía y proximidad a Dios que nos atrae y nos invita a abrir nuestra existencia al Padre. A Jesús lo iremos conociendo en la medida en que nos entreguemos a él. Solo hay un camino para ahondar en su misterio: seguirlo.

Seguir humildemente sus pasos, abrirnos con él al Padre, reproducir sus gestos de amor y ternura, mirar la vida con sus ojos, compartir su destino doloroso, esperar su resurrección. Y, sin duda, orar muchas veces desde el fondo de nuestro corazón: «Creo, Señor, ayuda a mi incredulidad».

Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
Mt (16,13-20)