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miércoles, 8 de enero de 2020

SAN SEVERINO, 8 DE ENERO, PREDICADOR


8 de Enero
San Severino,
predicador

Nuestro Señor en la Sagrada EucaristíaMurió el 9 de enero del año 482, pronunciado la última frase del último salmo de la S. Biblia (el 150): "Todo ser que tiene vida, alabe al Señor".

Había nacido probablemente en Roma el año 410. Es patrono de Viena (Austria) y de Baviera (Alemania).

Su biografía la escribió su discípulo Eugipio.

A nadie decía que era de Roma (la capital del mundo en ese entonces) ni que provenía de una familia noble y rica, pero su perfecto modo de hablar el latín y sus exquisitos modales y su trato finísmo lo decían.

San Severino tenía el don de profecía (anunciar el futuro) y el don de consejo, dos preciosos dones que el Espíritu Santo regala a quienes le rezan con mucha fe.

Se fue a misionar en las orillas del río Danubio en Austria y anunció a las gentes de la ciudad de Astura que si no dejaban sus vicios y no se dedicaban a rezar más y a hacer sacrificios, iban a sufrir un gran castigo. Nadie le hizo caso, y entonces él, declarando que no se hacía responsable de la mala voluntad de esas cabezas tan duras, se fue a la ciudad de Cumana. Pocos días después llegaron los terribles "Hunos", bárbaros de Hungría, y destruyeron totalmente la ciudad de Astura, y mataron a casi todos sus habitantes.

En Cumana, el santo anunció que esa ciudad también iba a recibir castigos si la gente no se convertía. Al principio nadie le hacía caso, pero luego llegó un prófugo que había logrado huir de Astura y les dijo: "Nada de lo terrible que nos sucedió en mi ciudad habría sucedido si le hubiéramos hecho caso a los consejos de este santo. El quiso liberarnos, pero nosotros no quisimos dejarnos ayudar". Entonces las gentes se fueron a los templos a orar y se cerraron las cantinas, y empezaron a portarse mejor y a hacer pequeños sacrificios, y cuando ya los bárbaros estaban llegando, un tremendo terremoto los hizo salir huyendo. Y no entraron a destruir la ciudad.

En Faviana, una ciudad que quedaba junto al Danubio, había mucha carestía porque la nieve no dejaba llegar barcos con comestibles. San Severino amenazó con castigos del cielo a los que habían guardado alimentos en gran cantidad, si no los repartían. Ellos le hicieron caso y los repartieron. Entonces el santo, acompañado de mucho pueblo, se puso a orar y el hielo del río Danubio se derritió y llegaron barcos con provisiones.

Su discípulo preferido, Bonoso, sufría mucho de un mal de ojos. San Severino curaba milagrosamente a muchos enfermos, pero a su discípulo no lo quiso curar, porque le decía: "Enfermo puedes llegar a ser santo. Pero si estás muy sano te vas a perder." Y por 40 años sufrió Bonoso su enfermedad, pero llegó a buen grado de santidad.

El santo iba repitiendo por todas partes aquella frase de la S. Biblia: "Para los que hacen el bien, habrá gloria, honor y paz. Pero para los que hacen el mal, la tristeza y castigos vendrán" (Romanos 2). Y anunciaba que no es cierto lo que se imaginan muchos pecadores: "He pecado y nada malo me ha pasado". Pues todo pecado trae castigos del cielo. Y esto detenía a muchos y les impedía seguir por el camino del vicio y del mal.

San Severino era muy inclinado por temperamento a vivir retirado rezando y por eso durante 30 años fue fundando monasterios, pero las inspiraciones del cielo le mandaban irse a las multitudes a predicar penitencia y conversión. Buscando pecadores para convertir recorría aquellas inmensas llanuras de Austria y Alemania, siempre descalzo, aunque estuviera andando sobre las más heladas nieves, sin comer nada jamás antes de que se ocultara el sol cada día; reuniendo multitudes para predicarles la penitencia y la necesidad de ayudar al pobre y sanando enfermos, despertando en sus oyentes una gran confianza en Dios y un serio temor a ofenderle; vistiendo siempre una túnica desgastada y vieja, pero venerado y respetado por cristianos y bárbaros, y por pobres y ricos, pues todos lo consideraban un verdadero santo.

Se encontró con Odoacro, un pequeño reyezuelo, y le dijo proféticamente: "Hoy te vistes simplemente con una piel sobre el hombro. Pronto repartirás entre los tuyos los lujos de la capital del mundo". Y así sucedió. Odoacro con sus Hérulos conquistó Roma, y por cariño a San Severino respetó el cristianismo y lo apoyó.

Cuando Odoacro desde Roma le mandó ofrecer toda clase de regalos y de honores, el santo lo único que le pidió fue que respetara la religión y que a un pobre hombre que habían desterrado injustamente, le concediera la gracia de poder volver a su patria y a su familia. Así se hizo.

Giboldo, rey de los bárbaros alamanos, pensaba destruir la ciudad de Batavia, San Severino le rogó por la ciudad y el rey bárbaro le perdonó por el extraordinario aprecio que le tenía a la santidad de este hombre.

En otra ciudad predicó la necesidad de hacer penitencia. La gente dijo que en vez de enseñarles a hacer penitencia les ayudara a comerciar con otras ciudades. El les respondió: "¿Para qué comerciar, si esta ciudad se va a convertir en un desierto a causa de la maldad de sus habitantes?". Y se alejó de la ciudad. Poco después llegaron los bárbaros y destruyeron la ciudad y mataron a mucha gente.

En Tulnman llegó una terrible plaga que destruía todos los cultivos. La gente acudió a San Severino, el cual les dijo: "El remedio es rezar, dar limosnas a los pobres y hacer penitencia". Toda la gente se fue al templo a rezar con él. Menos un hacendado que se quedó en su campo por pereza de ir a rezar. A los tres días la plaga se había ido de todas las demás fincas, menos de la inca del haciendo perezoso, el cual vio devorada por plagas toda su cosecha de ese año.

En Kuntzing, ciudad a las orillas del Danubio, este río hacía grandes destrozos en sus inundaciones, y le hacía mucho daño al templo católico que estaba construido a la orilla de las aguas. San Severino llegó, colocó una gran cruz en la puerta de la Iglesia y dijo al Danubio: "No te dejará mi Señor Jesucristo que pases del sitio donde está su santa cruz". El río obedeció siempre y ya nunca pasaron sus crecientes del lugar donde estaba la cruz puesta por el santo.

El 6 de enero del año 482, fiesta de la Epifanía, sintió que se iba a morir, llamó entonces a las autoridades civiles de la ciudad y les dijo: "Si quieren tener la bendición de Dios respeten mucho los derechos de los demás. Ayuden a los necesitados y esmérense por ayudar todo lo más posible a los monasterios y a los templos". Y entonando el salmo 150 se murió, el 8 de enero.

A los seis años fueron a sacar sus restos y lo encontraron incorrupto, como si estuviera recién enterrado. Al levantarle los párpados vieron que sus bellos ojos azules brillaban como si apenas estuviera dormido.

Sus restos han sido venerados por muchos siglos, en Nápoles.

En Austria todavía se conserva en uno de los conventos fundados por él, la celda donde el santo pasaba horas y horas rezando por la conversión de los pecadores y la paz del mundo.

Señor Jesús: que no nos suceda nunca ser castigados por la justicia Divina como aquellos pueblos que no quisieron escuchar la invitación de San Severino a convertirse. Recuérdanos la frase del libro santo: "Hoy si escucháis la voz de Dios no endurezcáis vuestro corazón" (Salmo 94). Que escuchemos siempre a los profetas que nos llaman a la conversión, y que dejando nuestra mala vida pasada, salvemos nuestra alma. Amén.

¿POR QUÉ SE HIZO BAUTIZAR JESÚS?


¿Por qué se hizo bautizar Jesús?
En el gesto de Jesús descubrimos su solidaridad redentora. Se hace uno de los nuestros, para compartir hasta el fondo nuestra suerte y así poder transformarla.


Por: P. Guillermo Juan Morado | Fuente: Infocatolica




Jesús no tenía necesidad de ser bautizado. Juan Bautista acertaba plenamente al decir: "Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias" (cf Mc 1,7-11). El bautismo de Juan, que no es todavía el sacramento cristiano del bautismo, era un bautismo de penitencia, que expresaba el deseo de ser purificado de los pecados. Ningún pecado había en Jesús. Él es el Santo, el Inocente, el Hijo de Dios.

¿Por qué, entonces, quiso Jesús ser contado entre los pecadores y, como algunos de ellos, dejarse bautizar por Juan? En el gesto de Jesús descubrimos su solidaridad redentora. Se hace uno de los nuestros, para compartir hasta el fondo nuestra suerte y así poder transformarla. En realidad, no es el agua del Jordán la que purifica a Jesús, sino que es Él, dejándose sumergir en el agua, quien confiere al agua el poder de santificar.

La inmersión de Jesús en el Jordán prefigura su inmersión en la muerte. El Señor no sólo se dejó contar entre los pecadores, sino se apropió de todo el pecado de los hombres y asumió la consecuencia de ese pecado, la muerte. Haciendo suya la muerte la destruyó desde dentro, trasformándola en vida, al igual que convirtió el agua del Jordán en agua de vida.

El Señor, que posee el Espíritu en plenitud, puede comunicarlo a los suyos por medio de un Bautismo que ya no es, como el de Juan, un mero signo de penitencia, sino una participación sacramental en su Pascua. Al recibir el sacramento del Bautismo por el agua y el Espíritu Santo somos verdaderamente regenerados; morimos al hombre viejo, al pecado, y renacemos como hombres nuevos, como hijos adoptivos de Dios por la gracia, como miembros de la Iglesia.

El evangelio dice que apenas salió Jesús del agua se "rasgó el cielo". Los cielos se abrieron, comenta Santo Tomás de Aquino, para mostrar los elementos que pertenecen a la eficacia de nuestro Bautismo. Una eficacia que proviene, no de las fuerzas humanas, sino de la virtud del cielo. Una eficacia relacionada con la fe del que se bautiza y con la fe de la Iglesia, mediante la cual "contemplamos las cosas del cielo, que superan los sentidos y la razón humanos". Y, además, "se abrieron los cielos, para manifestar que el camino del cielo queda abierto para los bautizados" (STh III 39 5).

Debemos perseverar en la oración para que este nuevo nacimiento, que ha tenido lugar en nuestro Bautismo, llegue a su plenitud, a su cumplimiento, que no es otro que el cielo; la amistad con Dios, la comunión con Él y con todos los bienaventurados.

ORAR EN MEDIO DE LA TEMPESTAD


Orar en medio de la Tempestad
El temor es una de las situaciones emotivas que todo ser humano enfrenta durante su vida, más tarde o más temprano. El temor puede convertirse en pánico, el temor de alta intensidad que paraliza la persona o la lleva hacia una huida irracional de la situación en que se encuentra.


Por: P. Pedro Barrajón, LC | Fuente: www.la-oracion.com




Pánico en medio de la tempestad

Los momentos de pánico pueden ser pocos o pueden por el contrario manifestarse con frecuencia en la vida de los hombres. Hay situaciones humanas donde predominan los vientos fuertes y las mareas y las tempestades se alzan impetuosas sobre la barca de nuestra vida. En el Evangelio encontramos algunos episodios en donde los discípulos de Jesús son presa del pánico en medio a la tempestad. San Mateo nos narra una tempestad que de modo imprevisto se alzó en medio del lago de Galilea, normalmente tranquilo. “De pronto se levantó en el mar una tempestad” (Mt 8, 24). También en la vida humana se levantan tempestades sin previo aviso. Nadie las espera, pero aparecen como resultado de varias causas que se entrecruzan por permisión divina. Cuando todo parece sereno, se levanta una tempestad, un problema, una dificultad, una situación que nos hace perder el equilibrio. “La barca quedaba tapada por las olas” (Mt 8, 24). Y esas olas no dejan ver el horizonte, llenan el corazón de aprensión, no se ven con facilidad las soluciones, la mente se oscurece, la lógica que había funcionado bien hasta entonces, deja de ser luz en la conciencia. Y todo aparece como un caminar en medio de un túnel negro sin salida.

Lo peor de todo no es tanto que aparezcan estos signos negativos que no sabemos dominar; lo peor es que puede ocurrir que Jesús no se halle en el corazón, no se le encuentre, aparezca lejano, duerma cuando más falta nos hacía: “Él estaba dormido” (ibid.). Entonces Jesús parece insensible a nuestra necesidad; parece que no le importamos: él duerme mientras nosotros sentimos que estamos a punto de perecer.

Sálvanos, Señor, que perecemos

Nuestra oración en estas circunstancias puede que no sea muy diferente de la de los discípulos que acompañaban a Jesús en la barca: “¡Sálvanos, Señor, que perecemos!” (Mt 8, 25). Esta oración sencilla y dramática podrá ser la nuestra en las ocasiones en las que también nosotros nos vemos abandonados por las fuerzas contrarias a Dios, cuando las pasiones se levantan como olas que amenazan con hundir la barca. Y esa ausencia de Dios puede asumir proporciones desgarradoras para el alma, como fue la experiencia de la Madre Teresa de Calcuta en su noche oscura: “Padre, le decía a su director espiritual, quiero contarle cuánto deseo –cuánto mi alma desea a Dios– lo desea solamente a Él y lo doloroso que es estar sin Él”. Madre Teresa por un período largo de su vida se sintió sin Dios, como abandonada y desolada. ¿Cómo fue su oración en estos momentos? Seguramente también que en ella su oración habrá asumido tonos llenos de dramatismo como la oración de los discípulos, pero también es probable que esta prueba de la fe haya llenado su alma de fortaleza y haya dado a su vida esa luminosidad que se desprendía en su rostro.


La oración es posible, aún en medio de las dificultades

Es posible orar en medio de las tempestades de la vida. Es posible perseverar en la oración aunque el miedo invada nuestro espíritu y lo llene de angustia. Es posible vivir con la convicción de que Dios no nos deja aunque en apariencia parezca como dormido.

En el contacto con el mar comprendemos mejor la majestuosidad de la creación divina y cómo somos pequeños en medio de las aguas. Allí también, en medio de las tempestades que puedan surgir mientras navegamos en el mar de la vida, podremos comprender cómo, aunque Jesús duerma en apariencia, Él nunca nos abandona y ante la oración que nace del corazón en medio de la dificultad para pedirle ayuda, también podemos oír su voz que manda con autoridad calmarse a los vientos y sobrevenir una gran bonanza.

“¡Hombres de poca fe!”, dirá Jesús a sus discípulos, nerviosos y asustados en medio de la tempestad. Entonces el Señor nos invita a creer más y con mayor profundidad. Toda prueba permitida por Dios es una ocasión para que nuestra oración crezca en una fe más intensa, más luminosa, más confiada, más concreta.

LECTURAS BÍBLICAS DE HOY MIÉRCOLES 8 DE ENERO DE 2020


Lecturas de hoy 8 de Enero. Feria de Navidad
Hoy, miércoles, 8 de enero de 2020



Primera lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (4,7-10):

Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación para nuestros pecados.

Palabra de Dios


Salmo
Sal 71,1-2.3-4ab.7-8

R/. Que todos los pueblos de la tierra
se postren ante ti, Señor

Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud. R/.

Que los montes traigan paz,
y los collados justicia;
que él defienda a los humildes del pueblo,
socorra a los hijos del pobre. R/.

Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
que domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra. R/.



Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,34-44):

En aquel tiempo, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.
Cuando se hizo tarde se acercaron sus discípulos a decirle: «Estamos en despoblado, y ya es muy tarde. Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de comer.»
Él les replicó: «Dadles vosotros de comer.»
Ellos le preguntaron: «¿Vamos a ir a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?»
Él les dijo: «¿Cuántos panes tenéis? Id a ver.»
Cuando lo averiguaron le dijeron: «Cinco, y dos peces.»
Él les mandó que hicieran recostarse a la gente sobre la hierba en grupos. Ellos se acomodaron por grupos de ciento y de cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran. Y repartió entre todos los dos peces. Comieron todos y se saciaron, y recogieron las sobras: doce cestos de pan y de peces. Los que comieron eran cinco mil hombres.

Palabra del Señor




Comentario al Evangelio de hoy miércoles, 8 de enero de 2020
Luis Manuel Suarez, cmf


Queridos amigos:

El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús preocupado por dos dimensiones del ser humano: sus necesidades espirituales y sus necesidades materiales.

En el comienzo del relato, Jesús mira y siente. Es porque mira con los ojos de Dios, y ante lo que ve, siente lo que todo padre sentiría: ante los que están desorientados, cansados, extraviados, sin rumbo -“como ovejas sin pastor”-, siente compasión de ellos, y les da lo que necesitan: su Palabra.

Es la Palabra de Dios que es capaz de recordarnos quiénes somos y a dónde vamos: venimos del Padre, somos hijos suyos y hermanos de los demás, y estamos llamados a volver juntos a la casa del Padre. Es la Palabra que cuando lo necesitamos nos reconduce en nuestros extravíos… como la palabra de un buen padre o una buena madre, que quiere lo mejor para sus hijos. Es la Palabra que se ha seguido encarnando en la historia en forma de catequesis, predicación, educación, formación… para que tengamos vida, y vida en abundancia.

A la vez, en la segunda parte del relato, Jesús se muestra sensible a otro tipo de demandas del ser humano: las necesidades materiales. Porque cuando los discípulos querían que el Maestro despidiera a la gente, para que se fueran a los pueblos de alrededor a comprarse lo que necesitaran para comer, Jesús les responde: “Dadles vosotros de comer”. Y recogiendo lo que hay, bendiciéndolo y repartiéndolo, hubo para todos en aquella tarde.

Jesús no creó una panadería, ni una asociación de ayuda, ni una ONG… pero su Palabra, igual que sacia la sed interior del hombre, es capaz de movilizar los recursos para que la justicia del Reino comience a hacerse presente. Es su misma Palabra la que anuncia esa posibilidad y la que denuncia toda injusticia, con expresiones especialmente duras para aquellos que buscan la seguridad de su vida en acumular y atesorar… para, al final, morirse tal cual vinieron al mundo.

Así el Maestro sigue hoy enviando a su Iglesia: a dar sentido a la vida y a alentar al mundo para que siga acogiendo el Reino, donde hay pan y palabra para todos.

Vuestro hermano en la fe:

Luis Manuel Suárez CMF (@luismanuel_cmf)

EL PAPA FRANCISCO SE SOLIDARIZA CON LAS VÍCTIMAS DE LOS INCENDIOS EN AUSTRALIA


El Papa Francisco se solidariza con las víctimas de los incendios en Australia
Redacción ACI Prensa
 Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa



El Papa Francisco se dirigió este miércoles 8 de enero al finalizar la Audiencia General en el Aula Pablo VI del Vaticano a un grupo de peregrinos australianos y les mostró su solidaridad por los catastróficos incendios forestales que desde el inicio de año están asolando Australia.

“Entre vosotros hay un grupo de Australia: Quiero pediros a todos que recéis al Señor para que ayude al pueblo en este momento difícil, con una oración muy fuerte. Estoy cercano al pueblo de Australia”, fueron las palabras del Pontífice.

Australia está sufriendo desde el pasado mes de septiembre una virulenta ola de incendios forestales que ha alcanzado especial intensidad en las últimas semanas.

La zona más afectada es el Estado de Victoria, donde han ardido 800.000 hectáreas con 70 focos activos. La ciudad de Mallacoota, donde hasta el 31 de diciembre más de 4000 personas quedaron atrapadas en la playa al tratar de escapar del fuego, ha sido evacuadas, al igual que otras poblaciones tanto del Estado de Victoria como de Nueva Gales del Sur. En total, en todo el país se han quemado 8 millones de hectáreas de bosque desde septiembre.

La catástrofe ha causado también la muerte a 25 personas, ha destruido 2000 viviendas y ha causado grandes estragos en los ecosistemas locales, con la muerte de cientos de millones de animales. En concreto, según expertos de la Universidad de Sídney, han muerto más de 480 millones de animales afectados de forma directa o indirecta por los incendios.

Entre las especies afectadas se encuentran algunas endémicas de Australia y en peligro de extinción, como canguros, koalas y wombats.

Además, el humo causado por los incendios ha disparado los niveles de contaminación del aire. Muchas ciudades australianas, entre ellas Sídney, se han visto particularmente afectadas con su cielo cubierto por una espesa niebla naranja causada por el fuego.

Según reconocieron las autoridades del país, estos incendios forestales son los más graves de toda la historia del país. La extensión quemada es ya más del doble de la de los incendios de la Amazonía en el último año.

Los incendios son también motivo de preocupación para la Iglesia local. El Arzobispo Sídney, Mons. Anthony Fisher, destacó el trabajo de los bomberos para hacer frente a los incendios forestales y pidió a los católicos que recen a la Virgen “por todos los que están en peligro en este momento difícil”.

Asimismo, el Arzobispo de Melbourne, Mons. Peter Comensoli, lamentó que el inicio de 2020 esté marcado por “pérdidas, destrucción, separación y profunda tristeza; y parece que hay más por venir”.

ORACIÓN POR LA PAZ DEL MUNDO


Oración por la paz en el mundo



Señor Jesús, tú guías sabiamente
la historia de tu Iglesia y de las naciones,
escucha ahora nuestra súplica.
Nuestros idiomas se confunden
como antaño en la torre de Babel.
Somos hijos de un mismo Padre
que tú nos revelaste
y no sabemos ser hermanos,
y el odio siembra más miedo y más muerte.
Danos la paz que promete tu Evangelio,
aquella que el mundo no puede dar.
Enséñanos a construirla como fruto
de la Verdad y de la Justicia.
Escucha la imploración de María Madre
y envíanos tu Espíritu Santo,
para reconciliar en una gran familia
a los corazones y los pueblos.
Venga a nosotros el Reino del Amor,
y confírmanos en la certeza
de que tú estás con nosotros
hasta el fin de los tiempos. Amén.

Autor: Padre Ignacio Larrañaga