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EXPLICACIÓN DEL VIERNES SANTO


Viernes Santo




La tarde del Viernes Santo presenta el drama inmenso de la muerte de Cristo en el Calvario. La cruz erguida sobre el mundo sigue en pie como signo de salvación y de esperanza.

Con la Pasión de Jesús según el Evangelio de Juan contemplamos el misterio del Crucificado, con el corazón del discípulo amado, de la Madre, del soldado que le traspasó el costado. 

San Juan, teólogo y cronista de la pasión nos lleva a contemplar el misterio de la cruz de Cristo como una solemne liturgia. Todo es digno, solemne, simbólico en su narración: cada palabra, cada gesto. La densidad de su Evangelio se hace ahora más elocuente.

Y los títulos de Jesús componen una hermosa Cristología. Jesús es Rey. Lo dice el título de la cruz, y el patíbulo es trono desde donde el reina. Es sacerdote y templo a la vez, con la túnica inconsútil que los soldados echan a suertes. Es el nuevo Adán junto a la Madre, nueva Eva, Hijo de María y Esposo de la Iglesia. Es el sediento de Dios, el ejecutor del testamento de la Escritura. El Dador del Espíritu. Es el Cordero inmaculado e inmolado al que no le rompen los huesos. Es el Exaltado en la cruz que todo lo atrae a sí, por amor, cuando los hombres vuelven hacia Él la mirada.

La Madre estaba allí, junto a la Cruz. No llegó de repente al Gólgota, desde que el discípulo amado la recordó en Caná, sin haber seguido paso a paso, con su corazón de Madre el camino de Jesús. Y ahora está allí como madre y discípula que ha seguido en todo la suerte de su Hijo, signo de contradicción como El, totalmente de su parte. Pero solemne y majestuosa como una Madre, la madre de todos, la nueva Eva, la madre de los hijos dispersos que ella reúne junto a la cruz de su Hijo. Maternidad del corazón, que se ensancha con la espada de dolor que la fecunda.

La palabra de su Hijo que alarga su maternidad hasta los confines infinitos de todos los hombres. Madre de los discípulos, de los hermanos de su Hijo. La maternidad de María tiene el mismo alcance de la redención de Jesús. María contempla y vive el misterio con la majestad de una Esposa, aunque con el inmenso dolor de una Madre. Juan la glorifica con el recuerdo de esa maternidad. Ultimo testamento de Jesús. Ultima dádiva. Seguridad de una presencia materna en nuestra vida, en la de todos. Porque María es fiel a la palabra: He ahí a tu hijo.

El soldado que traspasó el costado de Cristo de la parte del corazón, no se dio cuenta que cumplía una profecía y realizaba un último, estupendo gesto litúrgico. Del corazón de Cristo brota sangre y agua. La sangre de la redención, el agua de la salvación. La sangre es signo de aquel amor más grande, la vida entregada por nosotros, el agua es signo del Espíritu, la vida misma de Jesús que ahora, como en una nueva creación derrama sobre nosotros.

La celebración

Hoy no se celebra la Eucaristía en todo el mundo. El altar luce sin mantel, sin cruz, sin velas ni adornos. Recordamos la muerte de Jesús. Los ministros se postran en el suelo ante el altar al comienzo de la ceremonia. Son la imagen de la humanidad hundida y oprimida, y al tiempo penitente que implora perdón por sus pecados.
Van vestidos de rojo, el color de los mártires: de Jesús, el primer testigo del amor del Padre y de todos aquellos que, como él, dieron y siguen dando su vida por proclamar la liberación que Dios nos ofrece.

Acción litúrgica en la muerte del Señor

1. La Entrada

La impresionante celebración litúrgica del Viernes empieza con un rito de entrada diferente de otros días: los ministros entran en silencio, sin canto, vestidos de color rojo, el color de la sangre, del martirio, se postran en el suelo, mientras la comunidad se arrodilla, y después de un espacio de silencio, dice la oración del día.

2. Celebración de la Palabra

Primera Lectura
Espectacular realismo en esta profecía hecha 800 años antes de Cristo, llamada por muchos el 5º Evangelio. Que nos mete en el alma sufriente de Cristo, durante toda su vida y ahora en la hora real de su muerte. Dispongámonos a vivirla con Él.

Salmo Responsorial
En este Salmo, recitado por Jesús en la cruz, se entrecruzan la confianza, el dolor, la soledad y la súplica: con el Varón de dolores, hagamos nuestra esta oración.

Segunda lectura
El Sacerdote es el que une a Dios con el hombre y a los hombres con Dios... Por eso Cristo es el perfecto Sacerdote: Dios y Hombre. El Único y Sumo y Eterno Sacerdote. Del cual el Sacerdocio: el Papa, los Obispos, los sacerdotes y los Diáconos, unidos a Él, son ministros, servidores, ayudantes...

Versículo antes del Evangelio (Flp 2, 8-9)
Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el "Nombre-sobre-todo-nombre".

Como siempre, la celebración de la Palabra, después de la homilía, se concluye con una ORACIÓN UNIVERSAL, que hoy tiene más sentido que nunca: precisamente porque contemplamos a Cristo entregado en la Cruz como Redentor de la humanidad, pedimos a Dios la salvación de todos, los creyentes y los no creyentes.

3. Adoración de la Cruz
Después de las palabras pasamos a una acción simbólica muy expresiva y propia de este dia: la veneración de la Santa Cruz es presentada solemnemente la Cruz a la comunidad, cantando tres veces la aclamación:

Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. VENID AADORARLO", y todos nos arrodillamos unos momentos cada vez; y entonces vamos, en procesión, a venerar la Cruz personalmente, con una genuflexión (o inclinación profunda) y un beso (o tocándola con la mano y santiguándonos); mientras cantamos las alabanzas a ese Cristo de la Cruz:
"Pueblo mío, ¿qué te he hecho...?" "Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza..." "Victoria, tú reinarás..."

4. La Comunión

Desde 1955, cuando lo decidió Pío Xll en la reforma que hizo de la Semana Santa, no sólo el sacerdote -como hasta entonces - sino también los fieles pueden comulgar con el Cuerpo de Cristo.

Aunque hoy no hay propiamente Eucaristía, pero comulgando del Pan consagrado en la celebración de ayer, Jueves Santo, expresamos nuestra participación en la muerte salvadora de Cristo, recibiendo su "Cuerpo entregado por nosotros".



Ayuno y Abstinencia en la Iglesia Católica
Fuente: Aciprensa




Es una doctrina tradicional de la espiritualidad Cristiana que es un componente del arrepentimiento, de alejarse del pecado y volverse a Dios, incluye alguna forma de penitencia, sin la cual al Cristiano le es difícil permanecer en el camino angosto y ser salvado ( Jer 18:11, 25:5; Ez 18:30, 33:11-15; Jl 2:12; Mt 3:2; Mt 4:17; He 2:38 ). Cristo mismo dijo que sus discípulos ayunarían una vez que Él partiera ( Lc 5:35 ). La ley general de la penitencia, por ello, es parte de la ley de Dios para el hombre.

La Iglesia por su parte ha especificado ciertas formas de penitencia, para asegurarse de que los católicos hagan algo, como lo requiere la ley divina, y a la vez hacerle más fácil al católico cumplir la obligación. El Código de Derecho Canónico de 1983 especifíca las obligaciones de los católicos de Rito Latino (Los católicos de Rito Oriental tienen sus propias prácticas penitenciales como se especifica en el Código Canónico de las Iglesias Orientales).

Canon 1250 En la Iglesia universal, son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año y el tiempo de cuaresma.

Canon 1251 Todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la abstinencia de carne o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el Miercoles de Ceniza y el Viernes Santo.

Canon 1252 La ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido catorce años; la del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años. Cuiden sin embargo los pastores de almas y los padres de que también se formen en un auténtico espíritu de penitencia quienes, por no haber alcanzado la edad, no están obligados al ayuno o a la abstinencia.

Canon 1253 La Conferencia Episcopal puede determinar con más detalle el modo de observar el ayuno y la abstinencia, así como sustituirlos en todo o en parte por otras formas de penitencia, sobre todo por obras de caridad y prácticas de piedad.

La Iglesia tiene por lo tanto, dos formas oficiales de prácticas penitenciales - tres si se incluye el ayuno Eucarístico de una hora antes de la Comunión.

Abstinencia: La ley de abstinencia exige a un Católico de 14 años de edad y hasta su muerte, a abstenerse de comer carne los Viernes en honor a la Pasión de Jesús el Viernes Santo. La carne es considerada carne y órganos de mamíferos y aves de corral. También se encuentran prohibidas las sopas y cremas de ellos. Peces de mar y de agua dulce, anfibios, reptiles y mariscos son permitidos, así como productos derivados de animales como margarina y gelatina sin sabor a carne.

Los Viernes fuera de Cuaresma, la Conferencia de Obispos de USA obtuvo permiso de la Santa Sede para que los Católicos en los Estados Unidos pudieran sustituir esta penitencia por un acto de caridad o algún otro de su propia escogencia. Ellos deben llevar a cabo alguna práctica de caridad o penitencia en estos Viernes. Para la mayoría de las personas la práctica más sencilla para cumplir con constancia, sería la tradicional de abstenerse de comer carne todos los Viernes del año. En Cuaresma la abstinencia de comer carne los Viernes es obligatoria en Estados Unidos así como en otro lugar.

Ayuno: La ley de ayuno requiere que el Católico desde los 18 hasta los 59 años reduzca la cantidad de comida usual. La Iglesia define esto como una comida más dos comidas pequeñas que sumadas no sobrepasen la comida principal en cantidad. Este ayuno es obligatorio el Miercoles de Ceniza y el Viernes Santo. El ayuno se rompe si se come entre comidas o se toma algún líquido que es considerado comida ( batidos, pero no leche ). Bebidas alcoholicas no rompen el ayuno; pero parecieran contrarias al espíritu de hacer penitencia.

Aquellos excluídos del ayuno y la abstinencia aparte de los ya excluídos por su edad, aquellos que tienen problemas mentales, los enfermos, los frágiles, mujeres en estado o que alimentan a los bebés de acuerdo a la alimentación que necesitan para criar, obreros de acuerdo a su necesidad, invitados a comidas que no pueden excusarse sin ofender gravemente causando enemistad u otras situaciones morales o imposibilidad física de mantener el ayuno.

Aparte de estos requisitos mínimos penitenciales, los católicos son motivados a imponerse algunas penitencias personales a si mismos en ciertas oportunidades. Pueden ser modeladas basadas en la penitencia y el ayuno. Una persona puede por ejemplo, aumentar el número de días de la abstención. Algunas personas dejan completamente de comer carne por motivos religiosos (en oposición de aquellos que lo hacen por razones de salud u otros). Algunas órdenes religiosas nunca comen carne. Igualmente, uno pudiera hacer más ayuno que el requerido. La Iglesia primitiva practicaba el ayuno los Miércoles y Sábados. Este ayuno podía ser igual a la ley de la Iglesia (una comida más otras dos pequeñas) o aún más estricto, como pan y agua. Este ayuno libremente escogido puede consistir en abstenerse de algo que a uno le gusta- dulces, refrescos, cigarillo, ese cocktail antes de la cena etc. Esto se le deja a cada individuo.

Una consideración final. Antes que nada estamos obligados a cumplir con nuestras obligaciones en la vida. Cualquier abstención que nos impida seriamente llevar adelante nuestro trabajo como estudiantes, empleados o parientes serían contrarias a la voluntad de Dios.

¿Por qué los católicos hacen ayuno y abstinencia en Cuaresma?

Es necesario dar una respuesta profunda a esta pregunta, para que quede clara la relación entre el ayuno y la conversión, esto es, la transformación espiritual que acerca el hombre a Dios.

El abstenerse de la comida y la bebida tienen como fin introducir en la existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir como "actitud consumística".

Tal actitud ha venido a ser en nuestro tiempo una de las características de Ia civilización occidental. El hombre, orientado hacia los bienes materiales, muy frecuentemente abusa de ellos. La civilización se mide entonces según Ia cantidad y Ia calidad de las cosas que están en condiciones de proveer al hombre y no se mide con el metro adecuado al hombre.

Esta civilización de consumo suministra los bienes materiales no solo para que sirvan al hombre en orden a desarrollar las actividades creativas y útiles, sino cada vez más para satisfacer los sentidos, Ia excitación que se deriva de ellos, el placer, una multiplicación de sensaciones cada vez mayor.

El hombre de hoy debe abstenerse de muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos: ayunar significa abstenerse de algo. El hombre es él mismo solo cuando logra decirse a sí mismo: No.

No es Ia renuncia por Ia renuncia: sino para el mejor y más equilibrado desarrollo de sí mismo, para vivir mejor los valores superiores, para el dominio de sí mismo.



Meditación de las 7 palabras de Jesús en la Cruz
Fuente: Aciprensa



Oración

Jesús en la Cruz aboga:
da al ladrón: lega su Madre:
quéjase: la sed le ahoga:
cumple: entrega el alma al Padre
Al Calvario hay que llegar
porque Cristo, nuestra Luz,
hoy también nos quiere hablar
desde el ara de la Cruz.

¡Virgen de dolores y Madre mía! Que, como Tú, acompañe yo siempre a tu Hijo en vida, redención y muerte. Y después de glorificado en la tierra, le glorifique por toda la eternidad, junto a Él y junto a Ti. Te lo pido por tu aflicción y martirio, al pie de la Cruz. Asísteme siempre especialmente en este último momento del combate cristiano que abrirá la eternidad feliz, en compañía de tu Hijo. Así sea.

Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.


Primera Palabra:
"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34)

Aunque he sido tu enemigo,
mi Jesús: como confieso,
ruega por mí: que, con eso,
seguro el perdón consigo.

Cuando loco te ofendí,
no supe lo que yo hacía:
sé, Jesús, del alma mía
y ruega al Padre por mí

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la cruz para pagar con tu sacrificio la deuda de mis pecados, y abriste tus divinos labios para alcanzarme el perdón de la divina justicia: ten misericordia de todos los hombres que están agonizando y de mí cuando me halle en igual caso: y por los méritos de tu preciosísima Sangre derramada para mi salvación, dame un dolor tan intenso de mis pecados, que expire con él en el regazo de tu infinita misericordia.

Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.


Segunda Palabra:
"Hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23, 43)

Vuelto hacia Ti el Buen Ladrón
con fe te implora tu piedad:
yo también de mi maldad
te pido, Señor, perdón.
Si al ladrón arrepentido
das un lugar en el Cielo,
yo también, ya sin recelo
la salvación hoy te pido.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y con tanta generosidad correspondiste a la fe del buen ladrón, cuando en medio de tu humillación redentora te reconoció por Hijo de Dios, hasta llegar a asegurarle que aquel mismo día estaría contigo en el Paraíso: ten piedad de todos los hombres que están para morir, y de mí cuando me encuentre en el mismo trance: y por los méritos de tu sangre preciosísima, aviva en mí un espíritu de fe tan firme y tan constante que no vacile ante las sugestiones del enemigo, me entregue a tu empresa redentora del mundo y pueda alcanzar lleno de méritos el premio de tu eterna compañía.

Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.


Tercera Palabra:
"He aquí a tu hijo: he aquí a tu Madre" (Jn 19, 26)

Jesús en su testamento a su Madre Virgen da:
¿y comprender quién podrá de María el sentimiento?

Hijo tuyo quiero ser, 
sé Tu mi Madre Señora:
que mi alma desde a ahora 
con tu amor va a florecer.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y , olvidándome de tus tormentos, me dejaste con amor y comprensión a tu Madre dolorosa, para que en su compañía acudiera yo siempre a Ti con mayor confianza: ten misericordia de todos los hombres que luchan con las agonías y congojas de la muerte, y de mí cuando me vea en igual momento; y por el eterno martirio de tu madre amantísima, aviva en mi corazón una firme esperanza en los méritos infinitos de tu preciosísima sangre, hasta superar así los riesgos de la eterna condenación, tantas veces merecida por mis pecados.

Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.


Cuarta Palabra:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"
 (Mt 27, 46)

Desamparado se ve
de su Padre el Hijo amado,
maldito siempre el pecado
que de esto la causa fue.

Quién quisiera consolar
a Jesús en su dolor,
diga en el alma: Señor,
me pesa: no mas pecar.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y tormento tras tormento, además de tantos dolores en el cuerpo, sufriste con invencible paciencia la mas profunda aflicción interior, el abandono de tu eterno Padre; ten piedad de todos los hombres que están agonizando, y de mí cuando me haye también el la agonía; y por los méritos de tu preciosísima sangre, concédeme que sufra con paciencia todos los sufrimientos, soledades y contradicciones de una vida en tu servicio, entre mis hermanos de todo el mundo, para que siempre unido a Ti en mi combate hasta el fin, comparta contigo lo más cerca de Ti tu triunfo eterno.

Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.


Quinta Palabra:
"Tengo sed" (Jn 19, 28)

Sed, dice el Señor, que tiene;
para poder mitigar la sed que así le hace hablar,
darle lágrimas conviene.

Hiel darle, ya se le ha visto: la prueba, mas no la bebe:
¿Cómo quiero yo que pruebe la hiel de mis culpas Cristo?

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y no contento con tantos oprobios y tormentos, deseaste padecer más para que todos los hombres se salven, ya que sólo así quedará saciada en tu divino Corazón la sed de almas; ten piedad de todos los hombres que están agonizando y de mí cuando llegue a esa misma hora; y por los méritos de tu preciosísima sangre, concédeme tal fuego de caridad para contigo y para con tu obra redentora universal, que sólo llegue a desfallecer con el deseo de unirme a Ti por toda la eternidad.

Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.


Sexta Palabra:
"Todo está consumado" (Jn 19,30)

Con firme voz anunció Jesús, ensangrentado,
que del hombre y del pecado
la redención consumó.

Y cumplida su misión,
ya puede Cristo morir,
y abrirme su corazón
para en su pecho vivir.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y desde su altura de amor y de verdad proclamaste que ya estaba concluída la obra de la redención, para que el hombre, hijo de ira y perdición, venga a ser hijo y heredero de Dios; ten piedad de todos los hombres que están agonizando, y de mí cuando me halle en esos instantes; y por los méritos de tu preciosísima sangre, haz que en mi entrega a la obra salvadora de Dios en el mundo, cumpla mi misión sobre la tierra, y al final de mi vida, pueda hacer realidad en mí el diálogo de esta correspondencia amorosa: Tú no pudiste haber hecho más por mí; yo, aunque a distancia infinita, tampoco puede haber hecho más por Ti.

Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.



Séptima Palabra:
"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46)

A su eterno Padre, ya el espíritu encomienda;
si mi vida no se enmienda,
¿en qué manos parará?

En las tuyas desde ahora
mi alma pongo, Jesús mío;
guardaría allí yo confío
para mi última hora.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, aceptaste la voluntad de tu eterno Padre, resignando en sus manos tu espíritu, para inclinar después la cabeza y morir; ten piedad de todos los hombres que sufren los dolores de la agonía, y de mí cuando llegue esa tu llamada; y por los méritos de tu preciosísima sangre concédeme que te ofrezca con amor el sacrificio de mi vida en reparación de mis pecados y faltas y una perfecta conformidad con tu divina voluntad para vivir y morir como mejor te agrade, siempre mi alma en tus manos.

Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí.

Oración Final

1 Padre Nuestro, 1 Ave María, 1 Gloria

Fuente: Churchforum.org




La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo
Extractos del libro "La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo" de la Mística alemana, Venerable Ana Catalina Emmerich
Fuente: Capilla de Oración Católica


1

Ayer tarde fue cuando tuvo lugar la última gran comida del Señor y sus amigos, en casa de Simón el Leproso, en Betania, en donde María Magdalena derramó por la última vez los perfumes sobre Jesús. Los discípulos habían preguntado ya a Jesús dónde quería celebrar la Pascua. Hoy, antes de amanecer, llamó el Señor a Pedro, a Santiago y a Juan: les habló mucho de todo lo que debían preparar y ordenar en Jerusalén, y les dijo que cuando subieran al monte de Sión, encontrarían al hombre con el cántaro de agua. Ellos conocían ya a este hombre, pues en la última Pascua, en Betania, él había preparado la comida de Jesús: por eso San Mateo dice: cierto hombre. Debían seguirle hasta su casa y decirle: "El Maestro os manda decir que su tiempo se acerca, y que quiere celebrar la Pascua en vuestra casa". Después debían ser conducidos al Cenáculo, y ejecutar todas las disposiciones necesarias. Yo vi los dos Apóstoles subir a Jerusalén; y encontraron al principio de una pequeña subida, cerca de una casa vieja con muchos patios, al hombre que el Señor les había designado: le siguieron y le dijeron lo que Jesús les había mandado. Se alegró mucho de esta noticia, y les respondió que la comida estaba ya dispuesta en su casa (probablemente por Nicodemus); que no sabía para quién, y que se alegraba de saber que era para Jesús. Este hombre era Elí, cuñado de Zacarías de Hebrón, en cuya casa el año anterior había Jesús anunciado la muerte de Juan Bautista. Iba todos los años a la fiesta de la Pascua con sus criados, alquilaba una sala, y preparaba la Pascua para las personas que no tenían hospedaje en la ciudad. Ese año había alquilado un Cenáculo que pertenecía a Nicodemus y a José de Arimatea. Enseñó a los dos Apóstoles su posición y su distribución interior.


2

Sobre el lado meridional de la montaña de Sión, se halla una antigua y sólida casa, entre dos filas de árboles copudos, en medio de un patio espacioso cercado de buenas paredes. Al lado izquierdo de la entrada se ven otras habitaciones contiguas a la pared; a la derecha, la habitación del mayordomo, y al lado, la que la Virgen y las santas mujeres ocuparon con más frecuencia después de la muerte de Jesús. El Cenáculo, antiguamente más espacioso, había servido entonces de habitación a los audaces capitanes de David: en él se ejercitaban en manejar las armas. Antes de la fundación del templo, el Arca de la Alianza había sido depositada allí bastante tiempo, y aún hay vestigios de su permanencia en un lugar subterráneo. Yo he visto también al profeta Malaquías escondido debajo de las mismas bóvedas; allí escribió sus profecías sobre el Santísimo Sacramento y el sacrificio de la Nueva Alianza. Cuando una gran parte de Jerusalén fue destruida por los babilonios, esta casa fue respetada: he visto otras muchas cosas de ella; pero no tengo presente más que lo que he contado. Este edificio estaba en muy mal estado cuando vino a ser propiedad de Nicodemus y de José de Arimatea: habían dispuesto el cuerpo principal muy cómodamente y lo alquilaban para servir de Cenáculo a los extranjeros, que la Pascua atraía a Jerusalén. Así el Señor lo había usado en la última Pascua. El Cenáculo, propiamente, está casi en medio del patio; es cuadrilongo, rodeado de columnas poco elevadas. Al entrar, se halla primero un vestíbulo, adonde conducen tres puertas; después de entra en la sala interior, en cuyo techo hay colgadas muchas lámparas; las paredes están adornadas, para la fiesta, hasta media altura, de hermosos tapices y de colgaduras. La parte posterior de la sala está separada del resto por una cortina. Esta división en tres partes da al Cenáculo cierta similitud con el templo. En la última parte están dispuestos, a derecha e izquierda, los vestidos necesarios para la celebración de la fiesta. En el medio hay una especie de altar; en esta parte de la sala están haciendo grandes preparativos para la comida pascual. En el nicho de la pared hay tres armarios de diversos colores, que se vuelven como nuestros tabernáculos para abrirlos y cerrarlos; vi toda clase de vasos para la Pascua; más tarde, el Santísimo Sacramento reposó allí. En las salas laterales del Cenáculo hay camas en donde se puede pasar la noche. Debajo de todo el edificio hay bodegas hermosas. El Arca de la Alianza fue depositada en algún tiempo bajo el sitio donde se ha construido el hogar. Yo he visto allí a Jesús curar y enseñar; los discípulos también pasaban con frecuencia las noches en las laterales.


3

Vi a Pedro y a Juan en Jerusalén entrar en una casa que pertenecía a Serafia (tal era el nombre de la que después fue llamada Verónica). Su marido, miembro del Consejo, estaba la mayor parte del tiempo fuera de la casa atareado con sus negocios; y aun cuando estaba en casa, ella lo veía poco. Era una mujer de la edad de María Santísima, y que estaba en relaciones con la Sagrada Familia desde mucho tiempo antes: pues cuando el niño se quedó en el templo después de la fiesta, ella le dio de comer. Los dos apóstoles tomaron allí, entre otras cosas, el cáliz de que se sirvió el Señor para la institución de la Sagrada Eucaristía. El cáliz que los apóstoles llevaron de la casa de Verónica, es un vaso maravilloso y misterioso. Había estado mucho tiempo en el templo entre otros objetos preciosos y de gran antigüedad, cuyo origen y uso se había olvidado. Había sido vendido a un aficionado de antigüedades. Y comprado por Serafia había servido ya muchas veces a Jesús para la celebración de las fiestas, y desde ese día fue propiedad constante de la santa comunidad cristiana. El gran cáliz estaba puesto en una azafata, y alrededor había seis copas. Dentro de él había otro vaso pequeño, y encima un plato con una tapadera redonda. En su pie estaba embutida una cuchara, que se sacaba con facilidad. El gran cáliz se ha quedado en la iglesia de Jerusalén, cerca de Santiago el Menor, y lo veo todavía conservado en esta villa: ¡aparecerá a la luz como ha aparecido esta vez! Otras iglesias se han repartido las copas que lo rodeaban; una de ellas está en Antioquía; otra en Efeso: pertenecían a los Patriarcas, que bebían en ellas una bebida misteriosa cuando recibían y daban la bendición, como lo he visto muchas veces. El gran cáliz estaba en casa de Abraham: Melquisedec lo trajo consigo del país de Semíramis a la tierra de Canaán cuando comenzó a fundar algunos establecimientos en el mismo sitio donde se edificó después Jerusalén: él lo usó en el sacrificio, cuando ofreció el pan y el vino en presencia de Abraham, y se lo dejó a este Patriarca.


4

Por la mañana, mientras los dos Apóstoles se ocupaban en Jerusalén en hacer los preparativos de la Pascua, Jesús, que se había quedado en Betania, hizo una despedida tierna a las santas mujeres, a Lázaro y a su Madre, y les dio algunas instrucciones. Yo vi al Señor hablar solo con su Madre; le dijo, entre otras cosas, que había enviado a Pedro, el Apóstol de la fe, y a Juan, el Apóstol del amor, para preparar la Pascua en Jerusalén. Dijo que María Magdalena, cuyo dolor era muy violento, que su amor era grande, pero que todavía era un poco según la carne, y que por ese motivo el dolor la ponía fuera de sí. Habló también del proyecto de Judas, y la Virgen Santísima rogó por él. Judas había ido otra vez de Betania a Jerusalén con pretexto de hacer un pago. Corrió todo el día a casa de los fariseos, y arregló la venta con ellos. Le enseñaron los soldados encargados de prender al Salvador. Calculó sus idas y venidas de modo que pudiera explicar su ausencia. Volvió al lado del Señor poco antes de la cena. Yo he visto todas sus tramas y todos sus pensamientos. Era activo y servicial; pero lleno de avaricia, de ambición y de envidia, y no combatía estas pasiones. Había hecho milagros y curaba enfermos en la ausencia de Jesús. Cuando el Señor anunció a la Virgen lo que iba a suceder, Ella le pidió de la manera más tierna que la dejase morir con Él. Pero Él le recomendó que tuviera más resignación que las otras mujeres; le dijo también que resucitaría, y el sitio donde se le aparecería. Ella no lloró mucho, pero estaba profundamente triste. El Señor le dio las gracias, como un hijo piadoso, por todo el amor que le tenía. Se despidió otra vez de todos, dando todavía diversas instrucciones. Jesús y los nueve Apóstoles salieron a las doce de Betania para Jerusalén; anduvieron al pie del monte de los Olivos, en el valle de Josafat y hasta el Calvario. En el camino no cesaba de instruirlos. Dijo a los Apóstoles, entre otras cosas, que hasta entonces les había dado su pan y su vino, pero que hoy quería darles su carne y su sangre, y que les dejaría todo lo que tenía. Decía esto el Señor con una expresión tan dulce en su ara, que su alma parecía salirse por todas partes, y que se deshacía en amor, esperando el momento de darse a los hombres. Sus discípulos no lo comprendieron: creyeron que hablaba del cordero pascual. No se puede expresar todo el amor y toda la resignación que encierran los últimos discursos que pronunció en Betania y aquí. Cuando Pedro y Juan vinieron al Cenáculo con el cáliz, todos los vestidos de la ceremonia estaban ya en el vestíbulo. En seguida se fueron al valle de Josafat y llamaron al Señor y a los nueve Apóstoles. Los discípulos y los amigos que debían celebrar la Pascua en el Cenáculo vinieron después.


5

Jesús y los suyos comieron el cordero pascual en el Cenáculo, divididos en tres grupos: el Salvador con los doce Apóstoles en la sala del Cenáculo; Natanael con otros doce discípulos en una de las salas laterales; otros doce tenían a su cabeza a Eliazim, hijo de Cleofás y de María, hija de Helí: había sido discípulo de San Juan Bautista. Se mataron para ellos tres corderos en el templo. Había allí un cuarto cordero, que fue sacrificado en el Cenáculo: éste es el que comió Jesús con los Apóstoles. Judas ignoraba esta circunstancia; continuamente ocupado en su trama, no había vuelto cuando el sacrificio del cordero; vino pocos instantes antes de la comida. El sacrificio del cordero destinado a Jesús y a los Apóstoles fue muy tierno; se hizo en el vestíbulo del Cenáculo. Los Apóstoles y los discípulos estaban allí cantando el salmo CXVIII. Jesús habló de una nueva época que comenzaba. Dijo que los sacrificios de Moisés y la figura del Cordero pascual iban a cumplirse; pero que, por esta razón, el cordero debía ser sacrificado como antiguamente en Egipto, y que iban a salir verdaderamente de la casa de servidumbre. Los vasos y los instrumentos necesarios fueron preparados. Trajeron un cordero pequeñito, adornado con una corona, que fue enviada a la Virgen Santísima al sitio donde estaba con las santas mujeres. El cordero estaba atado, con la espalda sobre una tabla, por el medio del cuerpo: me recordó a Jesús atado a la columna y azotado. El hijo de Simeón tenía la cabeza del cordero. El Señor lo picó con la punta de un cuchillo en el cuello, y el hijo de Simeón acabó de matarlo. Jesús parecía tener repugnancia de herirlo: lo hizo rápidamente, pero con gravedad; la sangre fue recogida en un baño, y le trajeron un ramo de hisopo que mojó en la sangre. En seguida fue a la puerta de la sala, tiñó de sangre los dos pilares y la cerradura, y fijó sobre la puerta el ramo teñido de sangre. Después hizo una instrucción, y dijo, entre otras cosas, que el ángel exterminador pasaría más lejos; que debían adorar en ese sitio sin temor y sin inquietud cuando Él fuera sacrificado, a Él mismo, el verdadero Cordero pascual; que un nuevo tiempo y un nuevo sacrificio iban a comenzar, y que durarían hasta el fin del mundo. Después se fueron a la extremidad de la sala, cerca del hogar donde había estado en otro tiempo el Arca de la Alianza. Jesús vertió la sangre sobre el hogar, y lo consagró como un altar; seguido de sus Apóstoles, dio la vuelta al Cenáculo y lo consagró como un nuevo templo. Todas las puertas estaban cerradas mientras tanto. El hijo de Simeón había ya preparado el cordero. Lo puso en una tabla: las patas de adelante estaban atadas a un palo puesto al revés; las de atrás estaban extendidas a lo largo de la tabla. Se parecía a Jesús sobre la cruz, y fue metido en el horno para ser asado con los otros tres corderos traídos del templo. Los convidados se pusieron los vestidos de viaje que estaban en el vestíbulo, otros zapatos, un vestido blanco parecido a una camisa, y una capa más corta de adelante que de atrás; se arremangaron los vestidos hasta la cintura; tenían también unas mangas anchas arremangadas. Cada grupo fue a la mesa que le estaba reservada: los discípulos en las salas laterales, el Señor con los Apóstoles en la del Cenáculo. Según puedo acordarme, a la derecha de Jesús estaban Juan, Santiago el Mayor y Santiago el Menor; al extremo de la mesa, Bartolomé; y a la vuelta, Tomás y Judas Iscariote. A la izquierda de Jesús estaban Pedro, Andrés y Tadeo; al extremo de la izquierda, Simón, y a la vuelta, Mateo y Felipe. Después de la oración, el mayordomo puso delante de Jesús, sobre la mesa, el cuchillo para cortar el cordero, una copa de vino delante del Señor, y llenó seis copas, que estaban cada una entre dos Apóstoles. Jesús bendijo el vino y lo bebió; los Apóstoles bebían dos en la misma copa. El Señor partió el cordero; los Apóstoles presentaron cada uno su pan, y recibieron su parte. La comieron muy de prisa, con ajos y yerbas verdes que mojaban en la salsa. Todo esto lo hicieron de pie



¿Por qué la cruz?
Fuente: Aciprensa





"Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre" (Mt 24,30). La cruz es el símbolo del cristiano, que nos enseña cuál es nuestra auténtica vocación como seres humanos.

Hoy parecemos asistir a la desaparición progresiva del símbolo de la cruz. Desaparece de las casas de los vivos y de las tumbas de los muertos, y desaparece sobre todo del corazón de muchos hombres y mujeres a quienes molesta contemplar a un hombre clavado en la cruz. Esto no nos debe extrañar, pues ya desde el inicio del cristianismo San Pablo hablaba de falsos hermanos que querían abolir la cruz: "Porque son muchos y ahora os lo digo con lágrimas, que son enemigos de la cruz de Cristo" (Flp 3, 18).

Unos afirman que es un símbolo maldito; otros que no hubo tal cruz, sino que era un palo; para muchos el Cristo de la cruz es un Cristo impotente; hay quien enseña que Cristo no murió en la cruz. La cruz es símbolo de humillación, derrota y muerte para todos aquellos que ignoran el poder de Cristo para cambiar la humillación en exaltación, la derrota en victoria, la muerte en vida y la cruz en camino hacia la luz.

Jesús, sabiendo el rechazo que iba producir la predicación de la cruz, "comenzó a manifestar a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho... ser matado y resucitar al tercer día. Pedro le tomó aparte y se puso a reprenderle: '¡Lejos de ti, Señor, de ningún modo te sucederá eso!' Pero Él dijo a Pedro: ¡Quítate de mi vista, Satanás!¡...porque tus pensamientos no son de Dios, sino de los hombres!" (Mt 16, 21-23).
Pedro ignoraba el poder de Cristo y no tenía fe en la resurrección, por eso quiso apartarlo del camino que lleva a la cruz, pero Cristo le enseña que el que se opone a la cruz se pone de lado de Satanás.

Satanás el orgulloso y soberbio odia la cruz porque Jesucristo, humilde y obediente, lo venció en ella "humillándose a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz", y así transformo la cruz en victoria: "...por lo cual Dios le ensalzó y le dio un nombre que está sobre todo nombre" (Flp 2, 8-9).

Algunas personas, para confundirnos, nos preguntan: ¿Adorarías tú el cuchillo con que mataron a tu padre?

¡Por supuesto que no!

1º. Porque mi padre no tiene poder para convertir un símbolo de derrota en símbolo de victoria; pero Cristo sí tiene poder. ¿O tú no crees en el poder de la sangre de Cristo? Si la tierra que pisó Jesús es Tierra Santa, la cruz bañada con la sangre de Cristo, con más razón, es Santa Cruz.

2º. No fue la cruz la que mató a Jesús sino nuestros pecados. "Él ha sido herido por nuestras rebeldías y molido por nuestros pecados, el castigo que nos devuelve la paz calló sobre Él y por sus llagas hemos sido curados". (Is 53, 5). ¿Cómo puede ser la cruz signo maldito, si nos cura y nos devuelve la paz?

3º. La historia de Jesús no termina en la muerte. Cuando recordamos la cruz de Cristo, nuestra fe y esperanza se centran en el resucitado. Por eso para San Pablo la cruz era motivo de gloria (Gál 6, 14).

Nos enseña quiénes somos

La cruz, con sus dos maderos, nos enseña quiénes somos y cuál es nuestra dignidad: el madero horizontal nos muestra el sentido de nuestro caminar, al que Jesucristo se ha unido haciéndose igual a nosotros en todo, excepto en el pecado. ¡Somos hermanos del Señor Jesús, hijos de un mismo Padre en el Espíritu! El madero que soportó los brazos abiertos del Señor nos enseña a amar a nuestros hermanos como a nosotros mismos. Y el madero vertical nos enseña cuál es nuestro destino eterno. No tenemos morada acá en la tierra, caminamos hacia la vida eterna. Todos tenemos un mismo origen: la Trinidad que nos ha creado por amor. Y un destino común: el cielo, la vida eterna. La cruz nos enseña cuál es nuestra real identidad.

Nos recuerda el Amor Divino

"Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en Él no perezca sino que tenga vida eterna". (Jn 3, 16). Pero ¿cómo lo entregó? ¿No fue acaso en la cruz? La cruz es el recuerdo de tanto amor del Padre hacia nosotros y del amor mayor de Cristo, quien dio la vida por sus amigos (Jn 15, 13). El demonio odia la cruz, porque nos recuerda el amor infinito de Jesús. Lee: Gálatas 2, 20.

Signo de nuestra reconciliación

La cruz es signo de reconciliación con Dios, con nosotros mismos, con los humanos y con todo el orden de la creación en medio de un mundo marcado por la ruptura y la falta de comunión.

La señal del cristiano

Cristo, tiene muchos falsos seguidores que lo buscan sólo por sus milagros. Pero Él no se deja engañar, (Jn 6, 64); por eso advirtió: "El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí" (Mt 7, 13).

Objeción: La Biblia dice: "Maldito el que cuelga del madero...".

Respuesta: Los malditos que merecíamos la cruz por nuestros pecados éramos nosotros, pero Cristo, el Bendito, al bañar con su sangre la cruz, la convirtió en camino de salvación.

El ver la cruz con fe nos salva

Jesús dijo: "como Moisés levantó a la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado (en la cruz) el Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna" (Jn 3, 14-15). Al ver la serpiente, los heridos de veneno mortal quedaban curados. Al ver al crucificado, el centurión pagano se hizo creyente; Juan, el apóstol que lo vio, se convirtió en testigo. Lee: Juan 19, 35-37.

Fuerza de Dios

"Porque la predicación de la cruz es locura para los que se pierden... pero es fuerza de Dios para los que se salvan" (1 Cor 1, 18), como el centurión que reconoció el poder de Cristo crucificado. Él ve la cruz y confiesa un trono; ve una corona de espinas y reconoce a un rey; ve a un hombre clavado de pies y manos e invoca a un salvador. Por eso el Señor resucitado no borró de su cuerpo las llagas de la cruz, sino las mostró como señal de su victoria. Lee: Juan 20, 24-29.

Síntesis del Evangelio

San Pablo resumía el Evangelio como la predicación de la cruz (1 Cor 1,17-18). Por eso el Santo Padre y los grandes misioneros han predicado el Evangelio con el crucifijo en la mano: "Así mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos (porque para ellos era un símbolo maldito) necedad para los gentiles (porque para ellos era señal de fracaso), mas para los llamados un Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1Cor 23-24).

Hoy hay muchos católicos que, como los discípulos de Emaús, se van de la Iglesia porque creen que la cruz es derrota. A todos ellos Jesús les sale al encuentro y les dice: ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria? Lee: Lucas 24, 25-26. La cruz es pues el camino a la gloria, el camino a la luz. El que rechaza la cruz no sigue a Jesús. Lee: Mateo 16, 24

Nuestra razón, dirá Juan Pablo II, nunca va a poder vaciar el misterio de amor que la cruz representa, pero la cruz sí nos puede dar la respuesta última que todos los seres humanos buscamos: «No es la sabiduría de las palabras, sino la Palabra de la Sabiduría lo que San Pablo pone como criterio de verdad, y a la vez, de salvación» (JP II, Fides et ratio, 23).



Examen forense al “cuerpo” de Jesús
Fuente: Aciprensa




El forense José Antonio Lorente ha analizado para el Magazine de El Mundo, a raíz de la polémica desatada por la película de Mel Gibson La Pasión, las agresiones recibidas durante las últimas ocho horas de la vida de Cristo muestra que le causaron un sufrimiento indescriptible y que tenían un propósito criminal.

Con el respeto y admiración que siempre me ha causado la figura de Jesús, especialmente marcada por mi condición de católico creyente, analizo desde una perspectiva estrictamente profesional y en base a datos objetivos, cuál podría haber sido, a la luz de los conocimientos de hoy, el resultado de la autopsia médico-forense de una persona que hubiese muerto tras sufrir las lesiones infligidas a Jesús. Todos los datos en los que me baso han sido obtenidos (por José Manuel Vidal, corresponsal religioso de El Mundo) de las Sagradas Escrituras, por lo que nada se deja a la improvisación ni a la imaginación de los autores.

La autopsia forense va encaminada a determinar la causa de la muerte y las circunstancias de la misma, cuestiones a veces muy complejas de establecer, como veremos a continuación tras una breve introducción genérica a la autopsia médico-legal.

La causa de la muerte, en el contexto médico-legal, es de dos tipos, ambos estrechamente relacionados entre sí: la causa inmediata y la causa fundamental. La vida tiene un trípode vital (ya descrito por Bichat) que hace que la misma exista por el funcionamiento coordinado de las funciones cardiaca, respiratoria y nerviosa; el motivo por el cual cesa al menos una de estas tres funciones y acaba la vida es la causa inmediata de la muerte. Esta causa inmediata está a su vez basada en una serie de alteraciones generales más graves y genéricas, que es la causa fundamental. Así, por ejemplo, una persona que fallece por un infarto de miocardio tiene como causa inmediata la isquemia cardiaca con necrosis miocárdica, y como causa fundamental, por ejemplo, una grave ateroesclerosis con reducción drástica de la luz o diámetro de una serie de arterias coronarias. Estas causas se recogen siempre en los certificados médicos de defunción y en las declaraciones o informes de autopsia.

Las circunstancias de la muerte tratan de explicar básicamente si la misma ha sido criminal (homicida), accidental o suicida, ya que este tipo de conclusiones son básicas para la investigación judicial. Para ello, el médico forense estudia minuciosamente el cadáver, primero la parte exterior (examen externo), y posteriormente las cavidades y órganos internos ubicados en el cráneo, en el tórax y en el abdomen.

Se usan cuantas técnicas complementarias o auxiliares sean necesarias (histopatológicas, toxicológicas, genéticas, etcétera), ya que de estos datos no sólo se puede deducir si la muerte es homicida o accidental, sino que a veces se consiguen datos sobre los autores del crimen o de ciertas lesiones (por ejemplo, recuperando semen del cuerpo de una víctima que puede servir para identificar al autor) y en otras ocasiones sirve hasta para identificar a un cadáver previamente no identificado (por ejemplo, observando cicatrices o tatuajes).

He aquí, pues, la declaración de autopsia que podemos deducir con rigor de las descripciones encontradas en las Sagradas Escrituras, con mínimas licencias formales de estilo, nunca de contenido.

La autopsia. Sobre la mesa de autopsia se encuentra el cadáver de un varón, de aproximadamente 30 a 35 años de edad, identificado por un nutrido grupo de seguidores como Jesús de Nazaret, del que aseguran que tiene 33 años, hijo de José y de María, crucificado tras ser condenado.

En el examen externo se aprecia un buen estado físico, pese a las lesiones que ha sufrido. En la cabeza destacan múltiples pequeñas heridas punzantes (pinchazos), incisas (cortes) e inciso-contusas (cortes unidos a golpes o cortes producidos por instrumentos no cortantes), de disposición en forma de coronal o de circunferencia, que abarca la parte superior de la frente y se continúa hacia atrás por ambos lados de la cabeza, afectando a los huesos parietales, temporal y al occipital.

Las heridas son profundas, afectando a toda la galea capitis (cuero cabelludo) y llegando hasta la tabla externa de los huesos mencionados. Los pabellones auriculares se hallan igualmente perforados por la acción de instrumentos punzantes (pinchos). A consecuencia de las profusas hemorragias provocadas por las múltiples heridas, es de mencionar que casi todo el cabello se encuentra, en toda su longitud, empapado en sangre húmeda o con costras originadas al secarse. Todas las lesiones sufridas son compatibles con las que produciría una corona de espinas como la que se describe que llevó el finado.

En el tronco, tanto en su parte anterior (pecho) como en la posterior (espalda) se aprecian múltiples lesiones, donde predominan las contusiones en forma de equimosis, equimomas y hematomas (cardenales), algunas de ellas de carácter longitudinal en forma figurada que reproducen los objetos que las produjeron, muy probablemente por una o varios flagrum (especie de látigo de correas o tiras). Por la violencia de los golpes y/o por la reiteración de los mismos en ciertas zonas, se han producido soluciones de continuidad, apareciendo heridas contusas longitudinales, erosiones (arañazos superficiales) y excoriaciones (arañazos profundos, donde aparece sangre).

En algunos puntos del cuerpo las heridas contusas son especialmente profundas, produciendo un gran desgarramiento muscular y también hemorragias profusas. Todas estas lesiones predominan sobre todo en la parte posterior del tronco. Finalmente, en la zona costal derecha, anterolateralmente, destaca una herida incisa profunda, con evidentes signos de haber producido una abundante hemorragia.

En ambas extremidades superiores, casi a la altura de las manos, en la zona carpiana, se aprecia una herida punzante transfixiante (que atraviesa), con bordes contusos y signos de desgarramiento por haber soportado gran peso, probablemente el del cuerpo. En las manos, en la palma y en la eminencia tenar, se aprecian erosiones y excoriaciones, compatibles con las producidas al apoyarse en el suelo tras una caída. En las extremidades inferiores se aprecia, en ambos pies, una herida punzante transfixiante de bordes contusos. Las rodillas aparecen con erosiones y excoriaciones, probablemente por haberse caído y golpeado sobre las mismas.

En el examen interno (podemos deducir) se apreciarían signos propios de una hipoxia-anoxia, hemorragia masiva, shock hipovolémico, con palidez de mucosas y de órganos internos como los pulmones, el hígado y los riñones. Además se encuentra una cantidad muy limitada de sangre en cavidades cardiacas y en los grandes vasos arteriovenosos. Existirían signos de asfixia en cerebro y pulmones, todo ello compatible con una agonía prolongada.

Es necesario ahora realizar una serie de razonamientos (llamados consideraciones médico-legales) antes de concluir con las circunstancias de la muerte.

Comenzamos constatando que no se han descrito lesiones mortales, o sea, aquéllas que por afectar a un órgano o función vital, son causa inmediata y fundamental de muerte. Todo ello nos lleva a considerar la muerte de Jesús de Nazaret como el resultado de un largo proceso agónico.

Desde las nueve de la noche del jueves 12 (al acabar la Última Cena y ser detenido) hasta las tres de la tarde del viernes 13 en que murió, transcurren un total de 18 horas. Desde el momento de su detención, parece que no ingirió ningún tipo de alimento o líquido. Los castigos (excepto el bastonazo propiciado por un criado de Caifás poco después de su detención) comenzaron sobre las siete de la mañana del viernes, por lo que hasta el momento de la muerte transcurren unas ocho horas. Las otras lesiones proceden de la flagelación, y son múltiples latigazos en el pecho y la espalda. Estas lesiones provocan hemorragias que en principio no tienen por qué ser muy profusas al no ser profundas y por tanto no afectar a grandes arterias y venas.

Sin embargo, al ser una extensión muy amplia del cuerpo (pecho y espalda) la pérdida sanguínea se va acumulando y puede ser significativa, pudiendo producir (a lo largo de las más de ocho horas de castigo) la pérdida de uno o dos litros de sangre y plasma (sinceramente no creemos que se pudiese perder más, ya que esas lesiones en vasos de diámetro pequeño y mediano tienden a cerrarse per se).

Una hemorragia produce una pérdida del volumen de sangre (que se denomina volemia), por lo que la pérdida de sangre se llama hipovolemia. Una gran hipovolemia origina una crisis o shock en el funcionamiento del organismo, que en este caso se llama shock hipovolémico.

Paralelamente, habida cuenta la gran cantidad de golpes que impactan en los mismos lugares, se producen una serie de graves lesiones similares a las de un aplastamiento o machacamiento, lo que se conoce en medicina como síndrome de aplastamiento (crush syndrome) y que implica la liberación de sustancias al interior de la sangre, entre ellas mioglobina procedente de los músculos, que provoca alteraciones en los procesos renales de filtración.

Tan masiva cantidad de golpes en el tórax es también causa de un gran dolor, enorme e incalificable sufrimiento. Entre los mecanismos de defensa que de modo automático o inconsciente utiliza el organismo está el de reducir la movilidad al mínimo (cuando, por ejemplo, una persona se hace daño en un dedo, lo primero que hace inmediatamente después es cogerlo con la otra mano y no moverlo); la reducción de la movilidad en el tórax se traduce en respiraciones superficiales que originan una hipoxia (falta de oxigenación de la sangre por no respirar adecuadamente), que se asocia a una hipercapnia (exceso de dióxido de carbono por el mismo motivo) y a una serie de alteraciones del equilibrio ácido-base.

A esto hay que unir que, por la postura existente en la cruz, donde el cuerpo cuelga literalmente de las extremidades superiores a través de una tensión que se transmite al tórax y a sus músculos, que ven dificultada sus funciones, entre ellas la de facilitar los movimientos respiratorios.

Las graves lesiones traumáticas en el tórax bien pudieron producir una irritación de las membranas que rodean los pulmones (pleuras), ocasionando una pleuritis con una acumulación de líquido llamado exudado en el espacio interpleural. Esto puede explicar perfectamente por qué salió “sangre y agua” al pinchar en el lado derecho de su costado: sangre de las lesiones propias de las arterias y venas de la zona, y “agua” que sería el exudado acumulado entre las pleuras (interpleural).

Las lesiones producidas por los clavos en ambas manos (zona carpiana) y en los pies no deben estar en principio relacionadas con la causa de la muerte, ya que no afectan órganos vitales y una posible infección grave no se desarrolla en tan corto plazo de tiempo. La única posible influencia –no descrita en las Sagradas Escrituras– es la producción de una gran hemorragia porque se hubiesen afectado arterias o venas de gran calibre, lo cual hubiese redundado en el posible shock hipovolémico mencionado.

Las lesiones producidas por la corona de espinas en la cabeza no están probablemente relacionadas con la causa de la muerte (no afectan órganos vitales al no penetrar en el cerebro ni producen gran hemorragia).

Una nota final para destacar que la posición en la cruz (ortostática, de pie) hace difícil la llegada de oxígeno al cerebro, ya que la sangre tiende a acumularse en las partes inferiores del organismo (por efecto de la gravedad), sobre todo cuando el corazón funciona débilmente, por lo que la oxigenación del órgano que más lo necesita (el cerebro o sistema nervioso central) es deficiente.

Conociendo la lenta agonía y el mantenimiento de la conciencia casi hasta el último instante, en base a todas las consideraciones anteriormente expuestas, obtenemos las siguientes conclusiones médico-legales como las más probables:

Causa inmediata de la muerte: hipoxia-anoxia (hipoxia es disminución de la concentración de oxígeno en la sangre, y anoxia es la ausencia total de oxígeno en la misma) cerebral consecuencia de hipovolemia (disminución del volumen de sangre) post-hemorrágica, de insuficiencia respiratoria mecánica (incapacidad para respirar adecuadamente por falta de movilidad) por graves lesiones en músculos intercostales, y de insuficiencia cardiaca.

Causa fundamental de la muerte: múltiples heridas inciso-contusas, equimosis, erosiones, excoriaciones y hematomas en la parte anterior y posterior del tronco.

Origen de la muerte: criminal.


El doctor José Antonio Lorente Acosta es especialista en Medicina Legal y Forense y profesor titular de Medicina Legal de la Universidad de Granada.