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martes, 20 de febrero de 2018

SAN FRANCISCO Y SANTA JACINTA MARTO, NIÑOS VIDENTES DE FÁTIMA, 20 FEBRERO


Hoy 20 de febrero la Iglesia celebra a San Francisco y Santa Jacinta Marto, videntes de la Virgen de Fátima
Redacción ACI Prensa





"Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, pues muchas almas van al infierno porque no hay quien se sacrifique y pida por ellas", les pidió la Virgen de Fátima a Francisco, Jacinta y Lucía.

Francisco nació en 1908 y Jacinta, dos años después. Desde pequeños aprendieron a cuidarse de las malas compañías y por eso preferían estar con su prima Lucía, quien solía hablarles de Jesús. Los tres cuidaban las ovejas, jugaban y rezaban juntos.

Del 13 de mayo al 13 de octubre de 1917 la Virgen se les apareció en varias ocasiones en Cova de Iría (Potugal). Durante estos sucesos, soportaron con valentía las calumnias, injurias, malas interpretaciones, persecuciones y la prisión. Ellos decían: “Si nos matan, no importa; vamos al cielo”.

Luego de las apariciones, Jacinta y Francisco siguieron su vida normal. Lucía fue a la escuela, tal como se lo pidió la Virgen, y era acompañada por Jacinta y Francisco. De camino pasaban por la Iglesia y saludaban a Jesús Eucaristía.

Francisco, sabiendo que no viviría mucho tiempo, le decía a Lucía: “Vayan ustedes al colegio, yo me quedaré aquí con Jesús Escondido”. A la salida del colegio, las chicas lo encontraban lo más cerca posible del Tabernáculo y en recogimiento.

El pequeño Francisco era el más contemplativo y quería consolar a Dios, tan ofendido por los pecados de la humanidad. En una ocasión Lucía le preguntó: "Francisco, ¿qué prefieres más, consolar al Señor o convertir a los pecadores?" Él respondió: "Yo prefiero consolar al Señor”.

“¿No viste qué triste estaba Nuestra Señora cuando nos dijo que los hombres no deben ofender más al Señor, que está ya tan ofendido? A mí me gustaría consolar al Señor y después, convertir a los pecadores para que ellos no ofendan más al Señor." Y siguió, "Pronto estaré en el cielo. Y cuando llegue, voy a consolar mucho a Nuestro Señor y a Nuestra Señora."

Jacinta participaba diariamente de la Santa Misa y tenía gran deseo de recibir la Comunión en reparación de los pobres pecadores. Le atraía mucho el estar con Jesús Sacramentado. "Cuánto amo el estar aquí, es tanto lo que le tengo que decir a Jesús", repetía.

Cierto día, poco después de la cuarta aparición, Jacinta encontró una cuerda y acordaron partirla en tres y ponérsela a la cintura, sobre la carne, como sacrificio. Esto los hacía sufrir mucho, contaría Lucía después. La Virgen les dijo que Jesús estaba muy contento con sus sacrificios, pero que no quería que durmieran con la cuerda. Así lo hicieron.

A Jacinta se le concedió la visión de ver los sufrimientos del Sumo Pontífice. "Yo lo he visto en una casa muy grande, arrodillado, con el rostro entre las manos, y lloraba. Afuera había mucha gente; algunos tiraban piedras, otros decían imprecaciones y palabrotas", contó ella.

Por esto y otros hechos, los niños tenían presente al Santo Padre y ofrecían tres Ave María por él después de cada Rosario. Asimismo, las familias acudían a ellos para que intercedieran por sus problemas.

En una ocasión, una madre le rogó a Jacinta que le pidiera por su hijo que se había ido como el hijo pródigo. Días después, el joven regresó a casa, pidió perdón y le contó a su familia que después de haber gastado todo lo que tenía, robado y estado en la cárcel, huyó a unos bosques desconocidos.

Cuando se halló completamente perdido, se arrodilló llorando, y rezó. En eso, vio a Jacinta que lo tomó de la mano y lo condujo hasta un camino. Así pudo regresar a casa. Luego interrogaron a Jacinta si se había encontrado con el muchacho y ella dijo que no, pero que sí había rogado mucho a la Virgen por él.

El 23 de diciembre de 1918, francisco y Jacinta enfermaron de una terrible epidemia de bronco-neumonía. Francisco se fue deteriorando poco a poco durante los meses posteriores. Pidió recibir la Primera Comunión  y para ello se confesó y guardó ayuno. La recibió con gran lucidez y piedad. Luego pidió perdón a todos.

“Yo me voy al Paraíso; pero desde allí pediré mucho a Jesús y a la Virgen para que os lleve también pronto allá arriba”, le dijo a Lucía y Jacinta. Al día siguiente, el 4 de abril de 1919, partió a la casa del Padre con una sonrisa angelical.

Jacinta sufrió mucho por la muerte de su hermano. Más adelante su enfermedad se complicó. Fue llevada al hospital de Vila Nova, pero regresó a casa con una llaga en el pecho. Luego le confiaría a su prima: "Sufro mucho; pero ofrezco todo por la conversión de los pecadores y para desagraviar al Corazón Inmaculado de María".

Antes de ser llevada al hospital de Lisboa le dijo a Lucía: “Ya falta poco para irme al cielo… Di a toda la gente que Dios nos concede las gracias por medio del Inmaculado Corazón de María. Que las pidan a Ella, que el Corazón de Jesús quiere que a su lado se venere el Inmaculado Corazón de María, que pidan la paz al Inmaculado Corazón, que Dios la confió a Ella”.

Operaron a Jacinta, le quitaron dos costillas del lado izquierdo y quedó una llaga ancha como de una mano. Los dolores eran espantosos, pero ella invocaba a la Virgen y ofrecía sus dolores por la conversión de los pecadores.

El 20 de febrero de 1920 pidió los últimos sacramentos, se confesó y rogó que le llevaran el Viático porque pronto moriría, pero poco después partió a la Casa del Padre con diez años de edad. Entre las cosas que le dictó a su madrina están:


Los pecados que llevan más almas al infierno son los de la carne

Las guerras son consecuencia del pecado del mundo. Es preciso hacer penitencias para que se detengan.

No hablar mal de nadie y huir de quien habla mal.

Tener mucha paciencia porque la paciencia nos lleva al cielo.

Los cuerpos de Francisco y Jacinta fueron trasladados al Santuario de Fátima. Cuando abrieron el sepulcro de Francisco, vieron que el Rosario que le colocaron sobre su pecho estaba enredado entre los dedos de sus manos. Mientras que el cuerpo de Jacinta, 15 años después de su muerte, estaba incorrupto.

"Contemplar como Francisco y amar como Jacinta", fue el lema con el que estos dos videntes de la Virgen de Fátima fueron beatificados por San Juan Pablo II el 13 de mayo del año 2000.

El Papa Francisco los canonizó el 13 de mayo del 2017 en Fátima, dentro del marco de las celebraciones por el 100 aniversario de las Apariciones de la Virgen.

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SANTORAL DE HOY MARTES 20 FEBRERO 2018

Francisco y Jacinta Marto, SantosFrancisco y Jacinta Marto, Santos
Fiesta, 20 de febrero
Pedro de Treia, BeatoPedro de Treia, Beato
Presbítero Franciscano, 20 de febrero
León de Catania, SantoLeón de Catania, Santo
Obispo, 20 de febbrero
Julia Rodzinska, BeataJulia Rodzinska, Beata
Religiosa y Mártir, 20 de febrero
Jacinta Marto, SantaJacinta Marto, Santa
Laica, 20 de febrero
Cinco Mártires de Tiro, BeatosCinco Mártires de Tiro, Beatos
Mártires, 20 de febrero
Eusquerio de Orleans, SantoEusquerio de Orleans, Santo
Obispo, 20 de febrero
Eleuterio de Tournai,  SantoEleuterio de Tournai, Santo
Obispo, 20 de febrero

EL EVANGELIO DE HOY MARTES 20 FEBRERO 2018


Lecturas de hoy Martes de la 1ª semana de Cuaresma
 Hoy, martes, 20 de febrero de 2018



Primera lectura
Lectura del libro de Isaías (55,10-11):

ESTO dice el Señor:
«Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo,
y no vuelven allá sino después de empapar la tierra,
de fecundarla y hacerla germinar,
para que dé semilla al sembrador
y pan al que come,
así será mi palabra que sale de mi boca:
no volverá a mí vacía,
sino que cumplirá mi deseo
y llevará a cabo mi encargo».

Palabra de Dios


Salmo
Sal 33,4-5.6-7.16-17.18-19

R/. El Señor libra de sus angustias a los justos

V/. Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R/.

V/. Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
El afligido invocó al Señor,
él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R/.

V/. Los ojos del Señor miran a los justos,
sus oídos escuchan sus gritos;
pero el Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria. R/.

V/. Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias;
el Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos. R/.

Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Mateo (6,7-15):

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros orad así:
“Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo,
danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden,
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal”.
Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».

Palabra del Señor




Comentario al Evangelio de hoy martes, 20 de febrero de 2018
 Juan Lozano, cmf
Querido amigo/a:

¡Qué mala es la apariencia! Sobre todo cuando uno se acostumbra a ella, pues te engaña a tí mismo antes que a los demás. No hay nada más falso que la apariencia ni nada que provoque más pena que ver a una persona esclavizada por este engaño de mostrar lo que no se es. ¡Cuidado! porque no estamos libres del todo. La tentación del quedar bien, de decir pero no hacer, siempre estará al acecho. Que duro sería si Jesús dijera de nosotros lo que critica hoy de los gentiles, que por hablar mucho…

Jesús nos llama a la autenticidad y a la sencillez en uno de los ejercicios esenciales en la vida cristiana y que en este tiempo somos llamados a intensificar: la oración. Para orar no son necesarias palabras bonitas ni muchas palabras; precisamente de lo que estamos necesitados en un mundo tan ruidoso y con tantos estímulos, es de silencio. Sobretodo del corazón, que es el más difícil de conseguir; acallar la cantidad de ruidos afectivos que nos impiden escuchar el susurro de Dios: rencores, afectos desordenados, heridas del pasado… Son los primeros fantasmas que acuden a la oración y que intentan desanimar nuestra práctica. Hay que dejarlos salir a escena, que fluyan, que se manifiesten aunque sean incómodos, porque aún siendo los primeros en aparecer cuando uno se pone a orar, no tienen la última palabra, y tras ellos surgen las mociones del Espíritu, la consolación de Dios.

Orar nunca ha sido fácil, pero es necesario. Para ello hay que sentarse y silenciar una y otra vez, las que hagan falta, sin desanimarse. “Velad y orar para no caer”, dice Jesús a sus discípulos la noche de Getsemaní. Sólo el ejercicio constante, paciente, abierto y sin ansiedad, nos lleva a saborear y gozar de la oración. Sin prisa, con paz, en confianza, diciendo: “Padre nuestro…”

Vuestro hermano en la fe:  
Juan Lozano, cmf.