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sábado, 17 de febrero de 2018

ORACIÓN A LOS SIETE SANTOS FUNDADORES DE LA ORDEN DE LOS SIERVOS DE MARÍA


Oración a los siete santos fundadores de la orden de los siervos de María



Dios, Padre de misericordia, con inefable designio de tu providencia dispusiste que nuestra Señora, por medio de los siete santos Fundadores, suscitara la familia de los Siervos de María: concédenos que, dedicados plenamente al servicio de la Virgen,
te sirvamos a ti y a nuestros hermanos con mayor fidelidad y entrega.

Por nuestro Señor Jesucristo.

Amén

SANTOS FUNDADORES DE LA ORDEN DE LOS SIERVOS DE MARÍA, 17 FEBRERO



Los 7 Santos Fundadores 
de la Orden de los Siervos de María
17 de Febrero




En el monte Senario se dedicaban a hacer muchas penitencias y mucha oración, pero un día recibieron la visita del Sr. Cardenal delegado del Sumo Pontífice, el cual les recomendó que no se debilitaran demasiado con penitencias excesivas, y que más bien se dedicaran a estudiar y se hicieran ordenar sacerdotes y se pusieran a predicar y a propagar el evangelio. Así lo hicieron, y todos se ordenaron de sacerdotes, menos Alejo, el menor de ellos, que por humildad quiso permanecer siempre como simple hermano, y fue el último de todos en morir.

Un Viernes Santo recibieron de la Sma. Virgen María la inspiración de adoptar como Reglamento de su Asociación la Regla escrita por San Agustín, que por ser muy llena de bondad y de comprensión, servía para que se pudieran adaptar a ella los nuevos aspirantes que quisieran entrar en su comunidad. Así lo hicieron, y pronto esta asociación religiosa se extendió de tal manera que llegó a tener cien conventos, y sus religiosos iban por ciudades y pueblos y campos evangelizando y enseñando a muchos con su palabra y su buen ejemplo, el camino de la santidad. Su especialidad era una gran devoción a la Santísima Virgen, la cual les conseguía maravillosos favores de Dios.

El más anciano de ellos fue nombrado superior, y gobernó la comunidad por 16 años. Después renunció por su ancianidad y pasó sus últimos años dedicado a la oración y a la penitencia. Una mañana, mientras rezaba los salmos, acompañado de su secretario que era San Felipe Benicio, el santo anciano recostó su cabeza sobre el corazón del discípulo y quedó muerto plácidamente. Lo reemplazó como superior otro de los Fundadores, Juan, el cual murió pocos años después, un viernes, mientras predicaba a sus discípulos acerca de la Pasión del Señor. Estaba leyendo aquellas palabras de San Lucas: "Y Jesús, lanzando un fuerte grito, dijo: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!" (Lc. 23, 46). El Padre Juan al decir estas palabras cerró el evangelio, inclinó su cabeza y quedó muerto muy santamente.

Lo reemplazó el tercero en edad, el cual, después de gobernar con mucho entusiasmo a la comunidad y de hacerla extender por diversas regiones, murió con fama de santo.

El cuarto, que era Bartolomé, llevó una vida de tan angelical pureza que al morir se sintió todo el convento lleno de un agradabilísimo perfume, y varios religiosos vieron que de la habitación del difunto salía una luz brillante y subía al cielo.

De los fundadores, Hugo y Gerardino, mantuvieron toda la vida entre sí una grande y santísima amistad. Juntos se prepararon para el sacerdocio y mutuamente se animaban y corregían. Después tuvieron que separarse para irse cada uno a lejanas regiones a predicar. Cuando ya eran muy ancianos fueron llamados al Monte Senario para una reunión general de todos los superiores. Llegaron muy fatigados por su vejez y por el largo viaje. Aquella tarde charlaron emocionados recordando sus antiguos y bellos tiempos de juventud, y agradeciendo a Dios los inmensos beneficios que les había concedido durante toda su vida. Rendidos de cansancio se fueron a acostar cada uno a su celda, y en esa noche el superior, San Felipe Benicio, vio en sueños que la Virgen María venía a la tierra a llevarse dos blanquísimas azucenas para el cielo. Al levantarse por la mañana supo la noticia de que los dos inseparables amigos habían amanecido muertos, y se dio cuenta de que Nuestra Señora había venido a llevarse a estar juntos en el Paraíso Eterno a aquellos dos que tanto la habían amado a Ella en la tierra y que en tan santa amistad habían permanecido por años y años, amándose como dos buenísimos hermanos.

El último en morir fue el hermano Alejo, que llegó hasta la edad de 110 años. De él dijo uno que lo conoció: "Cuando yo llegué a la Comunidad, solamente vivía uno de los Siete Santos Fundadores, el hermano Alejo, y de sus labios oímos la historia de todos ellos. La vida del hermano Alejo era tan santa que servía a todos de buen ejemplo y demostraba como debieron ser de santos los otros seis compañeros". El hermano Alejo murió el 17 de febrero del año 1310.




Los siete amigos



Bonfiglio:

Nació en Firenze, Italia y más tarde fue conocido como comerciante. Como miembro de la cofradía de los Laudesi, iba semanalmente al Templo a cantar con alma devota y voz enamorada, himnos y loas en honor de la Gran Madre, hasta que Ella un día, lo llamó.

Fue entonces, cuando lo dejo todo: familia, ciudad, bienes amores y blasones. Alegre de espíritu y ligero equipaje, ascendió con sus amigos hasta la cumbre del Monte Sonoro. Allá sus hermanos lo nombraron primer Siervo; Prior de la Naciente Familia por la Virgen engendrada.

Ni él mandaba, ni los hermanos obedecían; todos estaban ocupados en servir. En la misma cima del Monte, por amor a Nuestra Gloriosa Señora alzaron un modesto templo, que fulgente bajo los rayos del sol, quería ser signo de paz para un mundo dividido.

La oración, hecha de cantos y silencio, marcaba los ritmos de sus jornadas laboriosas y austeras y la brisa que cantaba en el bosque, despertaba infinitas melodías en el alma y los envolvía con un manto de serena calma el Espíritu que los había convocado. Día a día se empeñaron en emular a la Sierva del Señor y trataban de imitar a su Hijo, manso y humilde de corazón.

Amadeo:

Comenzó su peregrinar por la tierra en la Comuna de Firenze, Italia cuando ésta crecía como lugar de hombres libres; el comercio llegaba a su apogeo, inventaron la letra de cambio y el banco para asegurar los bienes de los grandes señores de este mundo y ponerlos al amparo de la codicia de los bandoleros que asechaban en los caminos.

En su juventud se dedicó con empeño a comerciar lanas, paños, sedas y brocados. Acumulaba florines y buscaba la fama, el halago y el amor. Sobre todo, el amor. Su inquieto corazón anhelaba verse colmado. Era como una herida abierta necesitada de un bálsamo refrescante; como una sed ardiente deseosa de encontrar refrigerio.

Cierto día le invitaron a cantar a la Virgen Madre en la Compañía Mayor y la Virgen, abrió su corazón de par en par al amor de Dios que lo invadió como un diluvio. Entonces renunció a todo para, libre de toda atadura, dedicarse con ahínco a la búsqueda de la Perla preciosa.
En esta búsqueda, fue patente el auxilio de la Virgen Madre. Ella los llamó, junto con sus compañeros y así como hace la gallina con sus polluelos, los juntó bajo sus alas y los cuidó con infinita ternura.

Cuando comenzaron a vivir en el Monte Sonoro, sentían el corazón ardiendo del amor divino. Los coloquios iniciados con Dios en la modesta Capilla construida en honor a Nuestra gloriosa Señora, los continuaba en la intimidad silenciosa de la gruta donde moraba y a la cual el viento llevaba los ecos del suave rumor del bosque y de los cantos de sus otros seis Hermanos que se difundían por el valle como mensajes de amor, de tolerancia y paz.

Sólo bajaba del monte para llevar consuelo y cooperación redentora a los pobres y afligidos como humilde obsequio de servicio a la Madre Misericordiosa. Un día, al volver entró en la gruta curvado por el peso de tanto dolor y de tanta humana miseria, la caverna se inundó de luz y en ella quedó su cuerpo tendido.

Manetto:

El Buen Dios le regaló una voz cálida, potente y de timbre melodioso. Siempre le gustó cantar y fue cantando a la Virgen, que en la Compañía Mayor conoció a sus seis amigos. Juntos entonaban hermosas melodías a la Madre del Redentor y fue por eso que en la Comuna de Firenze, dieron en llamarlos los Trovadores de la Reina Celestial.

Cuando constituyeron la primigenia Comunidad en el Monte, donde también el viento cantaba en las grutas y los abetos se sumaban a la liturgia con sus verdes armonías, sus hermanos lo nombraron Maestro de coro. Desde la modesta Capilla la oración comunitaria ascendía en enamorados arpegios hasta el trono del altísimo.

Comenzaba la jornada al canto del Ave y concluía al canto de la Salve. No podía ser de otra manera, pues de la misma Virgen aprendieron el canto; de Ella, que fue a paso de danza hasta la casa de Isabel para entonar el gran himno de gratitud y alabanza.

Fue siempre un asiduo escrutador de la Palabra dedicando horas al estudio de la Santa Escritura, pues, era lámpara para sus pasos y luz en su camino, el medio por el cual le hablaba Dios de manera particular, puesto que también le hablaba mediante la creación. Toda la naturaleza es como un libro abierto que canta las grandezas del Creador...

En la cima del Monto Sonoro, "regada por una fuente de agua abundante; rodeada por un hermoso bosque de árboles; embellecida por un prado de hierba verde; dotada por Dios de un aire salubre", había encontrado el lugar ideal para la intimidad con el Señor de la cual Santa María era maestra y guía. Por eso sus hermanos le llamaban el Teólogo y le eligieron para representarlos en un Concilio.

Fue él quien alentó a los Siervos a bajar del Monte para llevar la Buena Nueva a ciudades y poblados. Su vida estuvo marcada por el gozo, el gozo de servir a la más noble y grande Reina y a su Hijo el Señor de la Historia, el dueño de la vida.

Bonayunta:

Tenía 27 años cuando impulsado por el deseo de configurarse con Cristo subió al Monte Sonoro en compañía de sus seis amigos.

Su vida estuvo siempre marcada por la lucha: el cuerpo oponía una tenaz resistencia a sus ansias de perfección, los sentidos le quemaban como candentes brasas y, la mente dividida por pensamientos encontrados y antagónicos, parecía un enjambre de abejas que con su zumbido atentaba contra el necesario silencio que requería la oración.

El enemigo no le daba tregua e incluso llegó a personalizarse para hacerle desistir en su empeño de seguir a Cristo. Pero él perseveraba unánime con sus hermanos y con María la Madre del Señor.

Jamás confió en sus propias fuerzas sino que puso en el Señor su confianza y Él le socorrió y le libró porque le amaba. Fue patente su auxilio cierta vez que quisieron envenenarle. Salió ileso del atentado, gracias a la protección de la Madre Misericordiosa.

Sus hermanos, aun conociendo cuanto era tentado, le eligieron para suceder a Bonfiglio como guía de la familia de Nuestra Gloriosa Señora y, así animado por su oración y confortado por el amor fraterno, se dedicó a servir con ánimo sereno y generoso.

Un día, al término de celebrar el sacrificio Eucarístico, sintió que la Reina le llamaba; abrió entonces los brazos y dijo: Heme aquí.
Vestido con los paramentos sagrados quedó su cuerpo tendido en el pavimento de la modesta Capilla del Monte y su alma entró en el gozo del Señor.

Alejo:

Perteneció a la familia de los Falconieri, muy conocida en Firenze, Italia por los bienes de fortuna y de virtud. También de joven se dedicó al comercio y se le conocía por ser alegre y sociable.

En su Comuna natal, era muy sentida la filial devoción, hacía la Virgen María y él no era ajeno a las prácticas que se realizaban en honor de tan buena Madre. Formaba parte de la gran cofradía que por el número de sus integrantes y por las virtudes de los mismos, era llamada la Compañía Mayor. En ese ambiente caldeado por la oración y alegrado por el canto, conoció a muchos integrantes, pero se unió con vínculos de afecto y amistad, con otros seis trovadores, que se distinguían por "amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con la mente, y por amar al prójimo", externando su íntima compasión, socorriendo a los menesterosos, en todas sus necesidades espirituales y materiales, de acuerdo a sus posibilidades.

Inspirados por la Madre de Misericordia a quien, amaban con sincero corazón y trataban de imitar, como a perfecto modelo, de todas las virtudes, se alejaron de la tierra y del propio parentesco, es decir del placer corporal y de la incertidumbre de sus decisiones y acordaron salir de la casa del padre dejando toda relación con el mundo, a fin de llegar sin tropiezos a la tierra de los vivos, que Dios los había indicado.

Ardingo, monje cisterciense y obispo de Firenze, sentía hacía ellos gran estima y, como amaba profundamente a la Gran Madre de Dios y estaba al tanto de su proyecto de vida, les proporcionó el Monte Sonoro, que era de su propiedad, para que fueran a morar en él y levantaran allí su tabernáculo.

Cuando ya viviendo en el Sacro Monte, Nuestra Señora dio inicio a la Orden, pues no fue su intención, ni la de sus compañeros fundar una familia religiosa, sino que fue Nuestra Señora, la Virgen, la única fundadora y por tal se debe atender y venerar siempre. Él no accedió al sacerdocio, sino que permaneció siempre como hermano, pues, no quiso ser señalado, ni siquiera involuntariamente como hombre de poder, y porque no se sentía digno de representar al Sumo y Eterno Sacerdote.

En una gruta del Monte, tenía los más profundos coloquios de amor, con el Redentor y con su Madre Santa. Salía de su retiro para ir a mendigar el cotidiano sustento y para pedir ayuda a las personas caritativas, para bien de los estudiantes, entusiastas jóvenes que se preparaban en las universidades, para servir con decoro y ciencia al pueblo de Dios, como Siervos de María.

Llevó una vida austera, sencilla y penitente. Sus vestidos eran pobres y de paño vil, su lecho era de leño y sus sábanas ásperas; se alimentaba de verduras y era solícito en orar.

Tenía ya los 110 años, cuando un día vio su celda inundada de luz, hasta su camastro, se acercaron pájaros blanquecimos y ángeles que formaban un círculo en medio del cual, Cristo, en figura de hermoso niño le ofrecía una corona de oro. Así fue su tránsito de esta vida mortal a la eterna.

Sosteño:

En su juventud fue orgulloso caballero, amante de las gestas y torneos, de las maneras nobles y del holgado vivir. Por las calles de Firenze, Italia que ya se vislumbraba cuna del arte, gustaba de pasear en alegres jolgorios a ritmo de danza y canto.

Su gran amigo Hugo, conocedor de su ideal caballeresco, lo invitó a cantar a la más bella y noble de todas las mujeres, para ello se unió a otros muchos devotos trovadores que se juntaban en la Compañía Mayor para ensalzar con el canto a la Reina de los Cielos.

Una tarde de viernes santo en el año del ALELUYA, sintió al igual que Hugo y otros cinco cofrades, que el corazón latía con inusual ritmo y que el alma se bañaba en una paz y una gracia hasta entonces desconocidas. El cielo los preparaba para escuchar la voz suave y hermosa de la Virgen Nazarena que los invitaba a dejarlo todo, para iniciar una nueva vida en la que Cristo Jesús sería su único modelo, camino y meta.

Después del voluntario despojo cumplido con generosa prontitud, se encaminaron gozosos hacía el Monte Sonoro; "descubrieron en su cima una hermosa explanada, aunque reducida; a un lado una fuente de agua pura, y en las inmediaciones un bosque bien arreglado, como se hubiera sido plantado por el hombre". Ese era verdaderamente el Monte preparado por la divina providencia, para cumplir en todo su voluntad como era su deseo.

Como ya la naturaleza había preparado las grutas que les servirían como lugar del descanso y del silencio contemplativo, se dieron a la alegre tarea de levantar en la cima la blanca Capilla en honor de Nuestra Gloriosa Señora, que los había convocado para dar inicio a su Orden, la cepa plantada por su diestra.

Como el Padre Bueno le dio el don de una voz clara y potente, puso ese carisma a su servicio y se dedicó a predicar la Buena Nueva del Reino, con entusiasmo y con ardor; y sus predicas tuvieron siempre buen resultado, gracias también a las oraciones y penitencias de su amigo Hugo y al apoyo fraterno de sus otros cinco hermanos.

Un día de mayo, cuando en el Monte era todavía esplendorosa primavera, la Reina lo llamó y, alegre, fue a su encuentro. Entro en el gozo del Señor acompañado de Fray Hugo, pues la amistad que durante la vida los unió, no los separó en la muerte.

Hugo:

La Comuna de Firenze lo vio nacer, crecer y empeñar todas sus cualidades en el arte de mercader. Compraba, vendía, canjeaba y acumulaba florines, admiración y envidias.

No era malo, pero tampoco bueno. Pensaba y actuaba según los criterios de este mundo según los patrones de conducta de la sociedad en la que vivía.

Junto a muchos otros cofrades de la Sociedad Mayor, se dirigía semanalmente al templo para los Oficios de canto y alabanza en honor de la Virgen María. La Palabra del Señor comenzó a barrenarle el alma y una inquietud inexpresable se anidó en su corazón. A medida que pasaba el tiempo se hacía cada vez más urgente en él la necesidad de cambio; era necesario dar un vuelco total a su vida y encausarla hacia los valores perennes propuestos en el Evangelio. A su derredor todo era vanidad de vanidades y tan sólo vanidad.

Con loco afán se encaminaban sus pasos al sepulcro. Un día habló con Sosteño, su gran amigo, su alter ego, y se expresó en la intimidad de la confidencia, desahogando su corazón. La palabra sapiente de Sosteño y su gesto solidario, lo ayudaron a discernir y juntos oraron pidiendo al Señor una señal. Y la señal llegó; la más bella señal: "la Mujer vestida de Sol" vino a iluminar no sólo su vida sino también la de Sosteño y la de otros cincos cofrades de Compañía Mayor. Ella los invitó a dejarlo todo para seguir desde la pobreza a su Hijo y los nombro Siervos, Siervos pobres, de Dios y de los Hermanos.

Después de venderlo todo, aseguró a su familia un futuro digno y repartió lo restante entre los más pobres, para encaminarse al Monto Sonoro. Oración y canto, silencio y trabajo y largos diálogos con Sosteño, su amigo y los demás Hermanos, jalonaban sus jornadas. Por su parte acudió a la penitencia y el silicio para domeñar la carne y mantener vigilante el espíritu. Hasta que el Señor lo llamó a su Morada, o mejor dicho, los llamó, pues el mismo día, su gran Amigo Sosteño lo siguió a la gloria.


EL EVANGELIO DE HOY SÁBADO 17 DE FEBRERO 2018


Lecturas de hoy Sábado después de Ceniza
Hoy, sábado, 17 de febrero de 2018


Primera lectura
Lectura del libro de Isaías (58,9b-14):

ESTO dice el Señor:
«Cuando alejes de ti la opresión,
el dedo acusador y la calumnia,
cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo
y sacies al alma afligida,
brillará tu luz en las tinieblas,
tu oscuridad como el mediodía.
El Señor te guiará siempre,
hartará tu alma en tierra abrasada,
dará vigor a tus huesos.
Serás un huerto bien regado,
un manantial de aguas que no engañan.
Tu gente reconstruirá las ruinas antiguas,
volverás a levantar los cimientos de otros tiempos;
te llamarán “reparador de brechas”,
“restaurador de senderos”,
para hacer habitable el país.
Si detienes tus pasos el sábado,
para no hacer negocios en mi día santo,
y llamas al sábado “mi delicia”
y lo consagras a la gloria del Señor;
si lo honras, evitando viajes,
dejando de hacer tus negocios y de discutir tus asuntos,
entonces encontrarás tu delicia en el Señor.
Te conduciré sobre las alturas del país
y gozarás del patrimonio de Jacob, tu padre.
Ha hablado la boca del Señor».

Palabra de Dios


Salmo
Sal 85,1-2.3-4.5-6

R/. Enséñame, Señor, tu camino, 
para que siga tu verdad

V/. Inclina tu oído, Señor, escúchame,
que soy un pobre desamparado;
protege mi vida, que soy un fiel tuyo;
salva, Dios mío, a tu siervo, que confía en ti. R/.

V/. Piedad de mí, Señor,
que a ti te estoy llamando todo el día;
alegra el alma de tu siervo,
pues levanto mi alma hacia ti, Señor. R/.

V/. Porque tú, Señor, eres bueno y clemente,
rico en misericordia con los que te invocan.
Señor, escucha mi oración,
atiende a la voz de mi súplica. R/.


Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Lucas (5,27-32):

EN aquel tiempo, vio Jesús a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:
«Sígueme».
Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros. Y murmuraban los fariseos y sus escribas diciendo a los discípulos de Jesús:
«¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?»
Jesús les respondió:
«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan».

Palabra del Señor



Comentario al Evangelio de hoy sábado, 17 de febrero de 2018
Severiano Blanco, misionero claretiano



Queridos hermanos:

Los publicanos constituían el sector más aborrecido en tiempos de Jesús. Y na faltaban razones objetivas para ello, pues Palestina había sido conquistada por Roma y los publicanos eran los representantes de ese poder de ocupación. Eran colaboracionistas, por tanto antipatriotas; y frecuentemente eran tramposos y aprovechados en el cobro de los impuestos supuestamente para Roma. Además eran religiosamente impuros: tenían contacto frecuente con los paganos (los “perros”), a quienes debían hacer entrega de lo recaudado.

El trato de Jesús con publicanos, sobre todo el hecho de comer alguna vez con ellos (un judío no puede juntarse con cualquiera, y menos a comer, cf. Hch 10,28), tuvo que desconcertar en extremo a quienes, por otra parte, le veían como un profeta, que solo sabía hablar de la vida en fidelidad al Dios de la alianza.

La llamada de Leví es un paso “fuerte” en el proceder de Jesús. Ya no será un juntársele eventualmente, sino un convivir. Los evangelistas han sabido describir la escena con simplicidad pero con un gran mensaje catequético: Jesús es el que pasa, mira y llama, eso sí, con autoridad irresistible. Leví es el que, ante la mirada y llamada de Jesús, deja todo y le sigue. Jesús es el gran valor, como el tesoro escondido en el campo por cuya adquisición uno se desprende de todo (cf. Mt 13,44).

Surge el seguimiento, concepto central en la vida de Jesús y la del discípulo. “Seguir” no es un mero compartir camino, sino sobre todo compartir sentimientos e ideales, compartir la vida. El seguidor se convierte en otro Jesús, se compromete como él, asume el camino hacia Jerusalén, expone su vida. Surge ese “ya no vivo yo, pues es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20).

Con la llamada de Leví a su seguimiento, Jesús crea comunidad y comunión de vida donde era impensable. Los marginados son acogidos; y “en gran número”. Y la escena constituye el contexto para que Jesús haga una de sus afirmaciones solemnes: “he venido a llamar a los pecadores”. En aquel ambiente social y religioso significa: “lo que teníais por irrecuperable no lo es”.  

Si unimos este mensaje al del profeta Isaías, surge una conclusión a la vez elemental y fascinante: las cosas pueden ser de otra manera. Es un adelanto del mundo futuro, aquel que se anuncia al final del Nuevo Testamento: “He aquí que hago nuevas todas las cosas”  (Apocalipsis 21,5).

En este tiempo fuerte, en esta cuaresma, Jesús nos llama a colaborar en la nueva creación, a que no seamos quienes murmuran de su proyecto y le buscan las vueltas, sino quienes encuentran en el Señor su delicia y en sus planes la pasión de su vida.

Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf 

SANTORAL DE HOY SÁBADO 17 DE FEBRERO 2018

Leonella Sgorbati, Sierva de DiosLeonella Sgorbati, Sierva de Dios
Religiosa y Mártir, 17 de febrero
Isabel (Elisabetta) Sanna, BeataIsabel (Elisabetta) Sanna, Beata
Laica, 17 de febrero
Federico de Berga y 25 compañeros, BeatosFederico de Berga y 25 compañeros, Beatos
Mártires Capuchinos, 17 de febrero
Pedro Yu Chong-nyul, SantoPedro Yu Chong-nyul, Santo
Mártir Laico, 17 de febrero
Antonio Lesczewicz, BeatoAntonio Lesczewicz, Beato
Sacerdote y Mártir, 17 de febrero
Matías Shóbara, BeatoMatías Shóbara, Beato
Mártir Laico, 17 de febrero
Evermodo de Ratzerburg, SantoEvermodo de Ratzerburg, Santo
Obispo, 17 de febrero
Finán de Lindisfarne, SantoFinán de Lindisfarne, Santo
Obispo y Abad, 17 de febrero
Fintán de Clonenagh, SantoFintán de Clonenagh, Santo
Abad, 17 de febrero
Mesrob, SantoMesrob, Santo
Monje, 17 de febrero
Flaviano, SantoFlaviano, Santo
Obispo y Mártir, 17 de febrero
Lucas Belludi, BeatoLucas Belludi, Beato
Presbítero Franciscano, 17 de febrero
Constable, SantoConstable, Santo
Abad, 17 de febrero
Silvino de Auchy, SantoSilvino de Auchy, Santo
Obispo, 17 de febrero
Teodoro de Amasea, SantoTeodoro de Amasea, Santo
Mártir, 17 de febrero
Eutropio de Fregenal , SantoEutropio de Fregenal , Santo
Obispo, 17 de febrero
Fundadores de la Orden de los Servitas, SantosFundadores de la Orden de los Servitas, Santos
Memoria Litúrgioca, 17 de febrero
Teodoro de Heraclea, SantoTeodoro de Heraclea, Santo
Mártir, 17 de febrero