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martes, 27 de septiembre de 2016

EL EVANGELIO DE HOY MARTES 27 DE SEPTIEMBRE DEL 2016



He venido a salvar a los hombres
Tiempo Ordinario



Lucas 9, 51-56. Tiempo Ordinario. Perdonemos hoy con humildad a quien nos ofenda, a ejemplo de Cristo. 


Por: P . Clemente González | Fuente: Catholic.net 



Del santo Evangelio según san Lucas 9, 51-56
Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén, y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma? Pero volviéndose, les reprendió y dijo: No sabéis de qué espíritu sois. Porque el Hijo del Hombre no ha venido a perder a los hombres, sino a salvarlos. Y se fueron a otro pueblo. 

Oración Introductoria
Padre bueno, que fácilmente juzgo a los demás en vez de estar más alerta sobre mi propio comportamiento, por eso yo si quiero recibirte hoy en mi corazón, sé que tu presencia en mi vida logrará cambiar las actitudes negativas que me alejan de la santidad.

Petición
¡Ven Señor Jesús! Transforma mi debilidad en fuerza de amor.

Meditación del Papa
Cada uno de ustedes es un regalo de Dios para México y para el mundo. Su familia, la Iglesia, la escuela y quienes tienen responsabilidad en la sociedad han de trabajar unidos para que ustedes puedan recibir como herencia un mundo mejor, sin envidias ni divisiones. Por ello, deseo elevar mi voz invitando a todos a proteger y cuidar a los niños, para que nunca se apague su sonrisa, puedan vivir en paz y mirar al futuro con confianza. Ustedes, mis pequeños amigos, no están solos. Cuentan con la ayuda de Cristo y de su Iglesia para llevar un estilo de vida cristiano. Participen en la Misa del domingo, en la catequesis, en algún grupo de apostolado, buscando lugares de oración, fraternidad y caridad. Eso mismo vivieron los beatos Cristóbal, Antonio y Juan, los niños mártires de Tlaxcala, que conociendo a Jesús, en tiempos de la primera evangelización de México, descubrieron que no había tesoro más grande que él. Eran niños como ustedes, y de ellos podemos aprender que no hay edad para amar y servir.Benedicto XVI, 25 de marzo de 2012.

Reflexión
Podemos llamar a este pasaje “el evangelio del perdón sincero”. Cristo manda a sus apóstoles a prepararle el camino, para avisar a la gente de ese pueblo que iba a parar allí.

Pero esas personas de Samaría, en lugar de descubrir a Cristo entre el grupo de viajeros, sólo se fijaron en que “tenían intención de ir a Jerusalén”. En ese tiempo los samaritanos no se hablaban con los demás judíos que bajaban a Jerusalén. ¡Qué ofensa para Cristo! Por eso los apóstoles le preguntan si quiere que pidan que les caiga fuego del cielo. Esta propuesta de los apóstoles molestó más a Cristo que la ofensa recibida por el pueblo. ¿No vino Cristo a predicar el perdón? ¿No vino Cristo a morir por amor a toda la gente de ayer, de hoy y de siempre, para salvarnos y llevarnos al cielo? ¿Cómo, pues, iba a permitir que una pequeña ofensa mereciera un castigo así de grande? No. Y dice el Evangelio que Cristo les reprendió enérgicamente.

Por tanto, aprendamos de Cristo a perdonar. Pero a perdonar de corazón. Sí, nos cuesta, pero si pedimos ayuda a Cristo, nuestro corazón se liberará de un peso enorme, respirará paz, la paz que sólo Cristo da a los que se la piden y luchan por conseguirla y mantenerla.

Propósito
Perdonemos hoy a aquel que nos ofenda, a ejemplo de Cristo, que murió en esa Cruz y se ofreció como víctima al Padre tanto por los que le iban a amar como por los que le iban a crucificar.

Diálogo con Cristo
Jesucristo, quiero recibirte en mi interior con sencillez, apertura y humildad. Me pongo de rodillas ante Ti y te digo que acepto tu Reino. Quiero configurar toda mi vida con tu Evangelio. Quiero cambiar mis criterios, mis reacciones altaneras, para que todo lo haga por amor. Quiero saber agradecer y valorar a tantas personas santas que has puesto en mi camino. Dame tu gracia para que todo esto sea posible.

SAN VICENTE DE PAUL, PATRONO DE LAS OBRAS DE CARIDAD, 27 DE SEPTIEMBRE


Hoy 27 de septiembre celebramos a San Vicente de Paul, patrono de las obras de caridad


 (ACI).- “Si se invoca a la Madre de Dios y se la toma como Patrona en las cosas importantes, no puede ocurrir sino que todo vaya bien y redunde en gloria del buen Jesús, su Hijo”, decía el gran San Vicente de Paul, Patrono de las obras de caridad y fundador de la Congregación de la Misión (Vicentinos) y de las Hijas de la Caridad.

San Vicente nació en Francia en 1581, en una familia  de campesinos. Siendo adolescente fue enviado al colegio de los franciscanos en la próspera ciudad de Dax. Allí se entregó de lleno a los estudios, pero empezó a sentir vergüenza de sus orígenes.

Recibió la tonsura y las órdenes menores para luego ingresar a la universidad de Toulouse, donde estudió teología. Su padre falleció y le dejó parte de la herencia para que pueda pagar sus estudios, pero el joven Vicente rechazó la ayuda y decidió valérselas por sí mismo. Por ello trabajó como educador  en un colegio.

Fue ordenado sacerdote en 1600 con tan solo diecinueve años y prefirió continuar sus estudios, aspirando a ser Obispo. Una anciana dama de Toulouse le dejó una herencia económica que él tuvo que ir a cobrar hasta Marsella. Cuando se embarcó de regreso, el barco fue atacado por los turcos y Vicente cayó prisionero.

Se dice que fue vendido como esclavo y que estuvo al servicio de un pescador, un médico y de un cristiano renegado. A este último logró convertirlo y así pudo emprender su viaje de retorno hasta que llegó a París.

Más adelante sirvió como párroco, pero tuvo que dejarlo para trabajar como preceptor de una ilustre familia. No obstante, en esa vida de riqueza empieza a darse cuenta que el Evangelio exige una caridad radical.

Es así que al atender a un moribundo profundiza en el amor de Dios y empezó a querer ir a todos los campos remotos a expresar que existe un Dios de ternura que no los ha olvidado.

Con el tiempo funda la Congregación de la Misión para dar misiones populares y trabajar en la formación del clero. Asimismo cofunda junto a Santa Luisa de Marillac la Compañía de la Hijas de la Caridad.

Durante su vida, San Vicente conoció al Obispo San Francisco de Sales que luego le pidió hacerse cargo de la capellanía de sus Visitandinas de París y de la dirección espiritual de Santa Juana de Chantal.


Para San Vicente la oración era lo primero y presentó la humildad como la primera cualidad de los sacerdotes misioneros. Siempre buscó la paz y la atención a los necesitados, incluso en medio de las guerras de su época, convirtiéndose en consejero de gobernantes y verdadero amigo de los desposeídos.

Partió a la Casa del Padre el 27 de septiembre de 1660, poco antes de las cuatro de la mañana, la hora a la que solía levantarse para servir a Dios y a los pobres.


Biografía



Nació en Aquitania el año 1581. Fue enviado a los 14 años al colegio de los franciscanos de Dax que está a 5 kilómetros de Pouy. Dax es una ciudad próspera, de amplias calles y bellas mansiones. Vicente toma gusto a sus estudios, desea abandonar la vida rural; se siente con vergüenza sus orígenes y de su mismo padre. "Siendo un muchacho, cuando mi padre me llevaba a la ciudad, me daba vergüenza ir con él y reconocerle como padre, porque iba mal trajeado y era un poco cojo". "Recuerdo que en una ocasión, en el colegio donde estudiaba me avisaron que había venido a verme mi padre, que era un pobre campesino. Yo me negué a salir a verle".

Después de cuatro años de estudios en Dax, marcha a la gran ciudad de Toulose. Su padre acaba de morir en 1598, mientras Vicente tenía 17 años, ha recibido ya la tonsura y las órdenes menores. Su padre le deja parte de la herencia para pagar sus estudios, pero él rechaza esta ayuda; prefiere valérselas por sí mismo.

Para subsistir, enseña humanidades en el colegio de Buñet y sigue a la vez con sus estudios de Teología. En 1598 recibe el subdiaconado y el diaconado, y el 23 de Septiembre de 1600, en Chateau-l'Eveque, es ordenado sacerdote por el anciano obispo de Périgueux. "Si yo hubiera sabido, como lo he sabido después, lo que era el sacerdocio cuando cometí la temeridad de aceptarlo, habría preferido dedicarme a trabajar la tierra antes de ingresar en un estado tan temible," escribirá más tarde.

El obispo de Dax le ofrece una parroquia, pero hay otro candidato. Vicente renuncia, prefiere proseguir con sus estudios y apuntar más alto: aspira a ser obispo.  



Estudios y Doctorado
En 1604 obtiene el doctorado en Teología. Se dirige a Burdeos. Acude a Marsella a un viaje bastante interesado. Una anciana dama de Toulose le ha dejado una herencia de 400 escudos, pero la anciana tiene a un deudor, a quien Vicente persigue hasta Marsella, donde consigue recuperar 300 escudos, para regresar a continuación a Toulose por Narbona.

En Marsella Vicente embarca para Narbona. Se va en barco, el cual es atacado por los turcos y Vicente cae prisionero. Los años 1605-1607 son en realidad muy misteriosos. Se cuenta que vendido como esclavo en Túnez, estuvo sucesivamente al servicio de cuatro distintos señores: un pescador, un médico, el sobrino de éste y, por último, un cristiano renegado. Por fin, convirtió a su amo, se escapó llegando a Avignon y desde allí a Roma. Luego fue a París hacia el 1608.

En 1609, poco después de su llegada a París, Vicente encontró a Pierre de Bérulle, sin duda en el hospital de la Caridad, adonde ambos iban a visitar enfermos. Bérulle tenía una doble vocación: la cura de las almas y la fundación de un grupo de sacerdotes espirituales. El clero salía en un estado lamentable de las guerras de religión; los decretos del Concilio de Trento referentes a la formación de los sacerdotes no se cumplen (de lo contrario, Vicente no habría sido ordenado a los 19 años, ya que el Concilio exigía 25 años de edad mínima para la ordenación sacerdotal) Eran muchos los obispos que vivían como grandes señores, alejados de sus diócesis.

Se está abriendo paso un nuevo movimiento. En Italia, Felipe Neri ha fundado la congregación sacerdotal del Oratorio, que al igual que los oblatos fundados en Milán por Carlos Borromeo, desea vivir un sacerdocio fervoroso. Bérulle trata de convencer a Francisco de Sales para que funde el Oratorio en Francia, el cual rechaza la oferta. Entonces éste, a instancias del Arzobispo de París, Henri de Gondi, fundará en 1611 el Oratorio de París, "una congregación de eclesiásticos en la que se practicara la pobreza, en contra del lujo; se hiciera el voto de no pretender beneficio o dignidad alguna, en contra de la ambición, y se viviera igualmente el voto de dedicarse a las funciones eclesiásticas, en contra de la inútil inactividad.



Párroco de Clichy


Bérulle deseaba que Vicente ingresara en el Oratorio, pero Vicente por diferentes razones no acepta, en cambio acepta la proposición de reemplazar en su puesto a un sacerdote que desea ingresar en el Oratorio; y de ese modo, en mayo de 1612, Vicente toma posesión de la parroquia de "Clichy la Garenne", a una legua de París. Se trata de una parroquia de 600 habitantes, de carácter semi-rural (habitada sobre todo por hortelanos donde Vicente se encuentra a gusto Allí enseña el catecismo, repara el mobiliario de la Iglesia. Hace doce años que es sacerdote y es la primera vez que ejerce un ministerio sacerdotal.

Bérulle que sigue soñando con grandes cosas para Vicente, hace que lo nombren preceptor de la ilustre familia de Gondi, Phillipe de Gondi, sobrino del Arzobispo de París. Vicente llega allí en Septiembre de 1613: "Me aleje con pena de mi pequeña iglesia de Clichy", escribe a un amigo.

Ya tenemos a Vicente provisto de un excelente "reducto". Da algunos cursos y lecciones a los niños y lleva una vida palaciega en Montmirail, en Joigny, en París, en Folleville... Ya podía darse por contento. Sin embargo no era feliz. Durante los numerosos viajes de Gondi, vuelve a entrar en contacto con los campesinos y con las pobres gentes que viven en los dominios de la noble familia. Y se da cuenta de que el Evangelio exige la caridad radical.

A comienzos de 1617, visita Vicente a un moribundo en Gannes, en el distrito del Oise, cerca del palacio de los Gondi; aquel hombre, que tenía fama de ser un hombre de bien, reveló a Vicente unos pecados que jamás se había atrevido a confesar a su párroco, tanto por vergüenza como por amor propio. El moribundo que experimentaba una extrema soledad moral, que padecía la noche, el frío y la imposibilidad de hablar con Dios; era un hombre cerca de la muerte sin haber encontrado una mirada sacerdotal lo bastante dulce y lo bastante humana para poder salirse de sí mismo y atreverse a creer en la ternura de Dios. He ahí la vocación de Vicente: la ternura. Su corazón ha sido tocado. Quería ir a los campos más remotos a expresar a todos los que se sienten perdidos que existe un Dios de ternura que no les ha olvidado. Quiere ser testimonio de ese amor divino. Estar presente con la ternura de Dios.

Vicente queda impresionado y el 25 de enero predicó en Folleville, cerca de Amiens, proponiendo a todos los fieles de Folleville la idea de que vayan allá algunos sacerdotes ante quienes puedan hacer una confesión general de toda su vida. Este sermón que fue el origen de la "Congregación de la Misión", instituida para dar misiones populares y trabajar en la formación del clero de Francia y en otros países. A los sacerdotes y hermanos de la Congregación de la Misión se les conoce en Francia como "Lazaristas" por su casa madre, San Lázaro.

En agosto de ese mismo año 1617, en Chatillón-les-Domes, San Vicente se encuentra con la miseria material de los campesinos. San Vicente relata los hechos: "Mientras me revestía para celebrar la santa Misa, vinieron a decirme... que en una casa apartada de todas las demás, como a un cuarto de legua, estaban todos enfermos, hasta el punto de que no había una sola persona que pudiera atender a las demás, las cuales se hallaban en un estado de necesidad indescriptible. Esto me ocasionó una tremenda impresión." A la llamada de Vicente acuden todos los feligreses en ayuda de esa familia. Pero, para Vicente, este movimiento espontáneo no es bastante, porque corre el peligro de no tener continuidad: "Una enorme caridad, sí; pero mal organizada".




Fundación de las hijas de la Caridad


Vicente pone manos a la obra y muy pronto, el 23 de agosto, lee ante unas cuantas mujeres cuyo corazón se ha visto afectado igual que el suyo por aquella miseria, un texto que constituye todo un programa de ayuda a los enfermos. Dicho texto servirá de modelo, en adelante, a todos los posteriores textos fundacionales de las "Confréries de Charité" (Hermandades de Caridad). Las Cofradías se multiplicaron; hoy en algunos países se les llama "equipos de San Vicente". La Fundación de la Compañía de las Hijas de la Caridad siguió unos años más tarde (1633). La co-fundadora fue Santa Luisa de Marillac.

Vicente no quiere permanecer por más tiempo con los Gondi y así se lo hace saber a Bérulle en mayo de 1617. Se traslada el 1 de agosto de aquel mismo año a una pequeña parroquia entre Lyon y Ginebra, en la región de Bresse: Chatillon-des-Dombes, donde ejerce como párroco.

Los Gondi, y con ellos Bérulle, desean que Vicente se reintegre a su puesto y resuma sus funciones de capellán y preceptor. Le llaman a París. Vicente llega a casa de los Gondi la víspera de Navidad de 1617, tras un año decisivo en el que ha encontrado su camino, el camino de la compasión y la ternura para con quienes se hallan sumidos en el abandono. Utilizando su puesto como base de operaciones, empieza a establecer sus pequeñas asociaciones de caridad.

En noviembre de 1618 se encuentra en París Francisco de Sales. El Obispo de Annecy, que tiene ya cincuenta y un años, ha publicado dos años antes su Tratado del Amor de Dios. Francisco de Sales es célebre por la inmensa dulzura en sus discusiones con los protestantes y por su bondad para con los pobres y enfermos a quienes les daba todo, incluso lo que no era suyo y lo tomaba prestado. En 1610, el Obispo de Sales funda la Visitación, congregación religiosa femenina y desea que se consagren al cuidado de los enfermos. Las primeras Visitandinas se ocupan de los enfermos de Annecy.

A su llegada a París, Francisco de Sales es objeto de una entusiasta acogida; con su palabra evangélica y sencilla, conoce a la Madre Angélica Arnauld, a Bérulle y a Vicente, que queda impresionado por su dulzura: "Tan suave era su bondad, que las personas favorecidas por sus conversaciones la sentían cuando ésta penetraba dulcemente en sus corazones. Yo mismo he soñado tales delicias".

No es posible entender el entusiasmo que despierta Francisco de Sales en París y en todas partes si no se tiene en cuenta la situación de Europa en estos comienzos del siglo XVII. Las poblaciones no han dejado de verse afligidas por grandes males, lo cual ha provocado en ellas un enorme trauma; la angustia y la desesperación se generalizan, y la Iglesia señala con el dedo los diversos chivos expiatorios: los turcos, las brujas, los judíos, los herejes...; e insiste además continuamente en ese otro peligro, distinto del que aflige al cuerpo: el peligro de perder el alma. Francisco de Sales, rebosante de bondad, es un mensaje que, para liberar; los temores, no apela al iluminismo ni a remedios vanos, sino al realismo y al sentido común del hombre; para los hombres de comienños del siglo XVII se trata de una inmensa convocatoria a la esperanza. Este mensaje y su eficañ puesta en práctica muestran al hombre que la verdadera bondad humana procede de Dios y que, a la veñ, la bondad de Dios es muy superior a toda bondad humana: ahí radica el secreto de la vida de Vicente y de Francisco. Su Dios es un Dios de ternura y de bondad; y al haberlo experimentado así, desean expresarlo por medio de su propia vida. Francisco de Sales será para Vicente un punto de referencia constante. Por su parte, Francisco de Sales, que ha reconocido en Vicente, le pide que se haga cargo de la capellanía de las Visitandinas de París y de la dirección espiritual de Juana de Chantal.




Capellán de las galeras

En 1619, Vicente es nombrado capellán general de las Galeras, de las que es responsable el señor de Gondi. Los galeotes son entonces los más pobres de entre los pobres. Vicente les visita primero en las mazmorras de La Conciergerie (antigua prisión de París), encuentra allí a hombres dominados por el odio y la desesperación; y pide y obtiene de M. de Gondi que se les conceda un trato más humano. El capellán general de las Galeras baja después a Marsella, donde los galeotes son más numerosos, y se presenta "de incógnito" en el lugar en que están encerrados; aquello le impresiona terriblemente: es "el espectáculo más triste que se puede imaginar", "una verdadera imagen del infierno". "Herido, pues, por un sentimiento de compasión hacia aquellos miserables forzados, me impuse a mí mismo la obligación de consolarles y asistirles lo mejor que pudiera". Pero Vicente no se limita sólo a buenas palabras, sino que pasa a la acción y se ocupa de mejorar en lo que puede las estructuras, como de costumbre. En el viaje que en 1623 realiza a Burdeos, donde se halla una flotilla de galeras se da a conocer como sacerdote a los galeotes; les dice, "os encontráis en la más absoluta indigencia; os creéis abandonados y rechazados por todos. Pero vuestro Padre de los Cielos os ama y os bendice".

Desde Burdeos, Vicente se dirige a su aldea natal, en las Landas. Los suyos habrían deseado obtener algún provecho de Vicente. Este les dice que no esperen nada de él: "porque aun cuando poseyera cofres llenos de oro y plata, no les daría nada, porque todo cuanto posee un eclesiástico se lo debe a Dios y a los pobres".

Vicente experimenta su profunda conversión en el momento en que se inicia en Europa una larga serie de conflictos. La guerra de los Treinta Años, que comienza en 1618, es la conclusión lógica de una enorme crisis acaecida en Europa, había tenido origen en la oposición entre católicos y protestantes dentro del imperio germánico. La crisis ideológica del cristianismo que había dado lugar a dos reformas antagónicas (la de Lutero y Calvino por un lado, y la del Concilio de Trento por otro) hay que verla dentro del contexto general de la crisis del siglo XVI.

La doctrina elaborada en el Concilio de Trento, en contraste a la tesis protestante, rehabilitaba la naturaleza humana y llevaba, de un modo lógico, a insistir en los sacramentos. Por otra parte el Concilio pedía a los sacerdotes que predicasen el Evangelio. La aplicación de los decretos del Concilio requería tiempo, y puede observarse cómo Vicente se referirá constantemente a ellos y se esforzará para que sean puestos en práctica.




Misioneros para la guerra

Se suceden guerras, se triplican los impuestos y los pobres siempre son los perdedores. La miseria es espantosa. Un sacerdote de la Misión que acaba de llegar a Champagne escribe a Vicente: "No hay lengua que pueda decir, ni pluma capaz de expresar, ni oído que se atreva a escuchar lo que hemos contemplado desde los primeros días de nuestra estancia en estas tierras... Todas las iglesias y los más santos misterios han sido profanados; los ornamentos saqueados; las pilas bautismales destrozadas; los sacerdotes asesinados, torturados u obligados a huir; las viviendas demolidas; las cosechas robadas; las tierras están sin labrar ni sembrar; el hambre y la mortandad son casi absolutas; los cadáveres se hallan sin sepultar y, en su mayor parte, sirven de pasto a los lobos. Los pobres que sobreviven a esta ruina se ven obligados a recoger por los campos los granos de trigo o de avena semipodridos. El pan que consiguen fabricar es como barro y la vida que llevan es tan insana que más parece una muerte viviente. Casi todos están enfermos, ocultos en miserables chozas o en cuevas a las que uno no sabe cómo llegar, la mayor parte tumbados en el suelo desnudos o sobre paja podrida, sin más ropa que unos miserables harapos. Sus rostros ennegrecidos y desfigurados, más parecen rostros de fantasmas que de hombres".

Vicente envía allá doce de sus sacerdotes para organizar la ayuda. No había más que un modo de poner fin a la miseria de las poblaciones: la paz. Y Vicente no lo duda un momento: se atreve a enfrentarse a Richelieu y pedirle enérgicamente que ponga término a tan enormes conflictos.

El camino de Vicente son los pobres, tanto espiritual como materialmente. "La Iglesia de Cristo no puede abandonar a los pobres. Ahora bien, hay diez mil sacerdotes en París, mientras que en el campo los pobres se pierden en medio de una espantosa ignorancia". Vicente quiere sacerdotes para la "misión", para ser enviados a las zonas rurales.

La congregación puede fundarse el 17 de abril de 1625. La Congregación es reconocida un año más tarde por el Arzobispo de París; los primeros misioneros firman su acta de asociación el 4 de septiembre de 1626. Pero es entonces cuando comienzan las dificultades. El señor Gondi, influenciado por Bérulle, pretende retirar el dinero que ha entregado para la fundación. Saint-Cyran consigue disuadirle. A pesar de todo, Roma, igualmente a instancias de Bérulle, se niega dos veces a dar su aprobación a la Congregación de la Misión. Habrá que esperar ocho largos años -hasta 1633- para conseguir dicha aprobación.

En julio de 1628 el obispo de Beauvais pide a Vicente que acuda allí en septiembre a dar un retiro a los futuros sacerdotes. Es precisamente en esta tarea de formación de futuros sacerdotes en lo que piensa el Arzobispo de París cuando, en 1631, ofrece a Vicente un conjunto de edificios mucho más importantes que el "College des Bons-Enfants": la antigua leprosería de Saint-Lañare (que dará a los sacerdotes de la Misión el nombre de Lañaristas). Lo que desea el arzobispo es que Vicente contribuya a la reforma del sacerdocio y sirva a la formación de los futuros sacerdotes. En el siglo XVII hay dos tipos de reformadores del clero, Vicente prefiere ante todo la formación por la práctica, sobre el terreno, según el método más experimental. Lo que a él le preocupa es la situación concreta de los sacerdotes.

Saint-Lañare viene a ser, más concretamente, un centro de encuentros. Cada martes se reúnen allí los sacerdotes, que se dedican a orar, a reflexionar y a escuchar a Vicente en sus famosas "conferencias de los martes"; entre el auditorio se hallan veintidós futuros obispos, que de este modo reciben su formación de los evangélicos labios de Vicente de Paúl.

De 1630 a 1650 Francia atraviesa una época de guerras desastrosas para el pueblo sencillo. Vicente mira de frente las desgracias de su época, se niega a cerrar los ojos y lucha contra la miseria a brazo partido. Esta miseria impide a los hombres vivir como seres humanos. Si tomamos las cosas más elementales de la existencia, el nacimiento, por ejemplo, vemos que cada una de siete mujeres moría después del parto. Las que no se morían pasaban por el momento más grave, el período post-parto: las fiebres y los problemas de infección. Por otra parte un hecho que se repite constantemente: "Una gran cantidad de huérfanos que tiene que ser dejados a cargo de los que sobreviven, y que son adoptados durante un tiempo por la comunidad de la aldea o barrio, hasta que el padre contrae nuevo matrimonio.



Espiritualidad

La espiritualidad de Vicente posee la solidez del corazón que la vive sin reservas. Podemos ver la expresión de esta espiritualidad en una conferencia que da el 19 de septiembre de 1649 a las Hijas de la Caridad, donde concreta y analiza "los dos amores": el amor afectivo y el amor eficaz. El primero es "la ternura hacia las cosas que se ama", "la ternura del amor". Este amor, dirá más tarde, hace que uno se vuelva hacia Cristo "tierna y afectuosamente, como un niño que no puede separarse de su madre y grita "¡mamá!", cuando la ve alejarse" (notemos que Vicente habla aquí de Cristo como una madre).

Pero este amor efectivo es para él el más pequeño de los dos, es el amor de los comienzos; y compara los dos amores con dos hijos de un mismo padre; pero resulta que el amor efectivo "es el hijo pequeño al que el padre acaricia, con quien se entretiene jugando y cuyos balbuceos le encanta oír"; pero el amor eficaz, es mucho mayor; es un hombre de veinticinco o treinta años, dueño de su voluntad, que va adonde le place y regresa cuando quiere, pero que a pesar de ello, se ocupa de los asuntos familiares".

Vicente insiste mucho en este segundo amor y en el "quehacer" que conlleva: "Si hay alguna dificultad, es el hijo quien la soporta; si el padre es labrador, el hijo cuidará de que estén en orden las tierras y arrimará el hombro". En este segundo amor apenas se siente que se es amado y se ama: "Parece como si el padre no sintiera por el hijo ninguna ternura y no le amará". Sin embargo -afirma Vicente-. a este hijo mayor el padre "le ama más que al pequeño". Y añade Vicente: "Hay entre vosotras algunas que no sienten a Dios en absoluto, que jamás le han sentido, que no saben lo que es sentir gusto en la oración, que no tienen la menor devoción, o al menos así lo creen... Hacen lo que hacen las demás, y lo hacen con un mayor que es tanto más fuerte cuanto menos lo sienten. Este es el amor eficaz que no deja de actuar, aun cuando no se deje ver".

Vicente quiere que se pase al amor eficaz, porque teme la nostalgia propia de las resoluciones demasiado generales y de las efusiones afectivas; a propósito de las resoluciones, puestas incluso por escrito por una determinada dama, escribe a Luisa de Marillac que tales resoluciones le parecen "buenas", pero que le "parecerían aún mejores si (la tal dama) descendiera un poco más a lo concreto", porque lo importante para él son los actos, mientras que "lo demás no es sino producto del espíritu, que habiendo hallado cierta facilidad y hasta cierta dulzura en la consideración de una virtud, se deleita con el pensamiento de ser virtuosos"; es preciso, pues, llegar a los "actos" porque, de lo contrario, se queda uno en la "imaginación".

Para Vicente, la oración es lo primero; era muy práctico pero esa práctica se fundamentaba en una profunda intimidad con Jesucristo, o sea, en la vida interior de oración.

Vicente encuentra en su camino a los jansenistas. Jansenio había comenzado a escribir su Augustinus en 1628; Roma lo condena en 1641; pero Vicente, antes incluso de esta condena, ya había tomado postura contra el jansenismo.

En lugar de ponerse en tensión y tratar de que Dios se adapte a unos determinados moldes para el alma, Vicente, en oposición a los jansenistas, no dejará de proponer abandonarse tranquilamente a Dios. La gracia tiene sus momentos. Abandonémonos a la Providencia de Dios y guardémonos muy mucho de anticiparnos a ella.

Vicente era enemigo de la actividad compulsiva. Si dio mucho fruto es porque utilizaba muy bien el tiempo guiado y movidas sus velas por la fuerza del Espíritu Santo. A partir de 1645 dicta o redacta personalmente unas diez cartas por día -tiene dos secretarios-, sigue de cerca la actividad de todas las casas de caridad y de todos los sacerdotes de la Misión; afluyen las vocaciones y se abren nuevas casas en Génova, Turín y Roma. En 1646 se funda una casa en Argel (donde estallará la peste en 1647) y se pide a la congregación que acuda a Marruecos; aquel mismo año se envían sacerdotes a Irlanda y Escocia. En 1648 va un grupo de misioneros a Madagascar. En 1651 parte un grupo para Polonia. En 1660, justamente antes de su muerte, Vicente concibe un proyecto de misiones en América y en China.

Entre 1650 y 1660 son particularmente tres regiones de Francia las que perciben mayor ayuda: la Ile-de-France, la Champagne y la Picardie cuyas provincias han sido saqueadas y devastadas por los soldados. A partir de 1652, las consecuencias de la guerra afectan a todas las familias de Francia. Pero Vicente prosigue su actividad sin descanso, entregando siempre toda su persona. Lo único que exigía a los suyos era bondad, constancia y dulzura.




Su muerte


El 18 de abril de 1659, un año antes de su muerte, Vicente escribe unas largas consideraciones sobre la humildad, que presenta como la primera cualidad de un sacerdote de la Misión.

En julio de 1660 se ve obligado a guardar cama. Toda su vida había sido una persona fuerte y robusta; el típico campesino de pequeña estatura - medía 1 metro y 62 centímetros-, poseía una enorme resistencia, como si estuviera hecho de cal y canto. Entre julio y septiembre de 1644 se teme por su vida, pero sale bien, aunque se le prohibe montar a caballo; tenía las piernas inflamadas y tenía que caminar con un bastón. En el invierno de 1658 y 1660 el frío vuelve a abrir las llagas de sus piernas y poco a poco, se ve forzado a permanecer inmóvil. Se queda en Saint-Lañare, en medio de los pobres.

Su corazón y su espíritu se mantienen totalmente despiertos, pero en septiembre las piernas vuelven a supurar y el estómago no admite ya el menor alimento. El 26 de septiembre, domingo, le llevan a la capilla, donde asiste a Misa y recibe comunión. Por la tarde se encuentra totalmente lúcido cuando se le administra la extremaunción; a la una de la mañana bendice por última vez a los sacerdotes de la Misión, a las Hijas de la Caridad, a los niños abandonados y a todos los pobres. Esta sentado en su silla, vestido y cerca del fuego. Así es como muere el 27 de septiembre de 1660, poco antes de las cuatro de la mañana, a la hora que solía levantarse para servir a Dios y a los pobres. Multitudes habían conocido los beneficios de su caridad.

San Vicente fue consejero de gobernantes y verdadero amigo de los pobres. "Monsieur Vincent", como se le llamaba, estimulaba y guiaba la actividad de Francia en favor de todas las pobrezas: envió misioneros a Italia, Irlanda, Escocia, Túnez, Argel, Madagascar, así como a Polonia donde luego fueron las Hijas de la Caridad. Se rodeó de numerosos colaboradores, sacerdotes y seglares y, en nombre de Jesucristo, los puso al servicio de los que sufren.

Fue proclamado santo por el Papa Clemente XII, el 16 de junio de 1737. Su fiesta se celebra el 27 de septiembre. En 1712, 52 años más tarde su cuerpo fue exhumado por el Arzobispo de París, dos obispos, dos promotores de la fe, un doctor, un cirujano y un número de sacerdotes de su orden, incluyendo al Superior General, Fr. Bonnet.

"Cuando abrieron la tumba todo estaba igual que cuando se depositó. Solamente en los ojos y nariz se veía algo de deterioro. Se le contaban 18 dientes. Su cuerpo no había sido movido, se veía que estaba entero y que la sotana no estaba nada dañada. No se sentía ningún olor y los doctores testificaron que el cuerpo no había podido ser preservado por tanto tiempo por medios naturales.


FUENTE: ACIPRENSA