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miércoles, 3 de agosto de 2016

BEATO AGUSTÍN KAZOTIC, OBISPO DE LUCERA, 3 DE AGOSTO


Hoy 3 de agosto es la fiesta del Beato Agustín Kazotic, Obispo de Lucera
Por Diego López Marina




 (ACI).- El Beato Agustín Kazotic fue un Obispo dominico del municipio italiano de Lucera, sede donde desarrolló una gran obra de ayuda en favor de los pobres y necesitados; y donde fundó varios conventos de la orden de los predicadores (dominicos).

Nació en el 126 en Trogir, ciudad de la Dalmacia (actual Croacia). Su nombre proveniente del latín significa “consagrado a los augurios”.

Sus padres no se opusieron a que ingresara a los 15 años al convento de los dominicos y se hiciera uno de ellos.


Al terminar sus estudios al cumplir 20 años, fue enviado a París y luego a Hungría, donde entabló una profunda amistad con Nicolás Boccasini, quien más tarde llegaría a ser el Papa Benedicto XI.

En 1303, el Cardenal Boccasini consagró a Agustín como Obispo de Zagreb en Croacia. En aquel territorio existían luchas internas provocadas por el tema de la sucesión al trono y los nobles hacían estragos en la diócesis.

Tuvo que aguardar cerca de 20 años para que aquellos enfrentamientos desaparecieran y comenzara un nuevo florecer entre los cristianos. En 1318 viajó a Aviñón para solicitar la asistencia del Papa y solucionar los conflictos en curso con el rey de Croacia y Hungría, Carlos I de Hungría.

Tiempo después, en 1322, el Papa le asignó a la diócesis de Lucera en el sur de Italia. La ciudad había sido el hogar de miles de musulmanes sarracenos deportados desde Sicilia.

A Agustín Kazotic se le dio la tarea de reconstruir la presencia cristiana en Lucera.

Después de un año, tanto había logrado con su trabajo que algunos miembros de la población musulmana se enojaron con él. Un sarraceno le golpeó en la cabeza con un eje de hierro y falleció a causa de las heridas el 3 de agosto de 1323.

Sus reliquias se encuentran en la Basílica de Santa María de la Asunción en Lucera, Italia. Su fiesta se celebra el 3 de agosto.

EL EVANGELIO DE HOY MIÉRCOLES 3 DE AGOSTO 2016


Cuando parece que Dios desoye las plegarias
Milagros de Jesús



Mateo 15, 21-28. Tiempo ordinario. Espera un poco. Insiste. Dios permite esa angustia para purificar tu intención. 


Por: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net 



Del santo Evangelio según san Mateo 15, 21-28 
En aquel tiempo saliendo de Genesaret, Jesús se retiró hacia la región de Tiro y de Sidón. En esto, una mujer cananea, que había salido de aquel territorio, gritaba diciendo: «¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada». Pero Él no le respondió palabra. Sus discípulos, acercándose, le rogaban: «Concédeselo, que viene gritando detrás de nosotros». Respondió Él: «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel». Ella, no obstante, vino a postrarse ante él y le dijo: «¡Señor, socórreme!» Él respondió: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». «Sí, Señor - repuso ella -, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos». Entonces Jesús le respondió: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas». Y desde aquel momento quedó curada su hija. 

Oración introductoria
Mi fe, frente a las dificultades, se debilita, cuando debería crecer. Humildemente recurro a ti, Señor y Padre mío, suplicando la intercesión de san José, para que esta oración me ayude a aumentar mi fe, acrecentar mi esperanza y, sobre todo, sea el medio para crecer en mi caridad, en mi amor a Ti y a los demás.

Petición
¡Señor, hazme un testigo fiel de mi fe!
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
La fe auténtica, todo lo puede.
Es conmovedor el contemplar la escena que presenta este Evangelio. Aunque más que la presentación de una escena es el retrato de un corazón. Es como una pintura del corazón del Señor. Caminaba Cristo, se encontraba en el tiempo de su vida pública, visitaba gente, se movía de un pueblo a otro. En un traslado más en que su mente se hallaría en el Padre, en la misión, en las almas, llega una mujer que le «interrumpe». Y Él comienza a escucharla gritar.
Una persona que había sufrido, una persona que imploraba compasión, una que a muchos seguramente había molestado ya, era una mujer despreciada, pero no vencida: pues no descansaba y no descansaría hasta alcanzar la bendición de Dios para su hija a quien tanto amaba. Hasta tal punto llega el amor de una madre, hasta el punto de olvidar su propia imagen, olvidar el “qué dirán” con tan sólo conseguir aquello que sus hijos necesitan y que sin duda llegaría más lejos si fuese necesario. Y, finalmente, una mujer así conmovió un corazón…
Qué sensibilidad de Cristo, que supo acoger los comentarios de sus apóstoles que, aun andando en pos de la «misión», se quejaron por un alma que sufría.  Y me impresiona su corazón , que comenzó por presentarse grande y digno de las súplicas de una mujer, pero que terminó por engrandecerla y encumbrar su fe hasta que incluso le otorgó su gracia.


¿Qué puedo aprender de este Evangelio? Tengo tres modelos: tengo a los apóstoles, que aún no comprendían en qué consistía extender tu Reino. Tengo a una mujer cuyo amor el mismo Cristo enalteció. Y tengo tu corazón, Señor, del que nunca alcanzaré a aprenderlo todo, pero el cual puedo imitar también el día de hoy.
«Cada uno de nosotros, de hecho, puede tener fe en “Cristo, Hijo de Dios, enviado por el Padre para salvarnos: sí, salvarnos de la enfermedad, el Señor ha hecho y nos ayuda a hacer muchas cosas buenas”; pero sobre todo hay que tener fe en que Él ha venido para “salvarnos de nuestros pecados, salvarnos y llevarnos al Padre”»
 (Homilía de S.S. Francisco, 15 de enero de 2016).
Reflexión
Cuántas angustias y necesidades experimentamos en la vida. El dolor nos visita, los problemas abundan, las tristezas nos sofocan. ¡Ten compasión de mí, Señor! Es el grito del alma a un Dios que siente lejano.

Sin duda, buscamos una respuesta inmediata. Y nos desalentamos si no llega. ¡Cuántas veces pedimos y, quizás, sin resultado! ¿Por qué Dios no nos escucha?

Nos desconcertamos, llegamos a dudar de Dios y hasta nos desesperamos. ¿No será que Dios nos pone a prueba? ¿Hasta cuánto resiste nuestra fe?

Espera un poco. Insiste. Dios permite esa angustia para purificar tu intención, para que sigas creyendo en Él aunque no te atienda a la primera. La mujer cananea del evangelio seguía a Jesús gritando. Los discípulos perdieron la paciencia y obligaron a Jesús a detenerse para atenderla. Nos sorprende la primera reacción de Cristo.

¿Acaso no se conmovió su Corazón, lleno de misericordia? Desde luego que sí. Pero prefirió esperar y ver hasta qué punto la mujer confiaba en Él. Como su fe era grande, Jesús le dijo finalmente: "que se cumpla lo que deseas".

Propósito
En las dificultades de este día, hacer un acto de fe y pedir con confianza la ayuda de Dios.

Diálogo con Cristo 
Señor, sólo con la fe, la humildad, la confianza y la perseverancia en nuestra oración, a pesar de todas las dificultades –como la mujer cananea– es como penetramos hasta el corazón de Dios y sólo así es como escuchas nuestras plegarias.