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sábado, 16 de julio de 2016

VIRGEN DEL CARMEN, ADVOCACIÓN MARIANA, 16 DE JULIO


Hoy celebramos a la Virgen del Carmen, la más bella flor del jardín de Dios
Por Abel Camasca





 16 Jul. 16 /  (ACI).- Según la tradición, un 16 de julio de 1251, San Simón Stock, superior en ese entonces de los Carmelitas, se encontraba en profunda oración rogando por sus religiosos perseguidos cuando la Virgen se le apareció con el hábito de la Orden en la mano y le entregó el escapulario.

Tiempo después la devoción a la Virgen del Carmen fue floreciendo y la espiritualidad carmelita se extendió por varios lugares del mundo.

La Fiesta de Nuestra Señora del Carmen, que se celebra cada 16 de julio, es además símbolo del encuentro entre la Antigua y la Nueva Alianza porque fue en el monte Carmelo (que en vocablo hebreo significa jardín) donde el profeta Elías defendió la fe del pueblo escogido contra los paganos.

Se dice que Elías y Eliseo permanecieron en el Monte Carmelo y con sus discípulos vivieron de manera contemplativa, como eremitas en oración. A mediados del siglo XII de nuestra era, San Bertolo fundó la ermita de la Orden del Carmelo y varios sacerdotes latinos fueron a vivir al Carmelo como eremitas.

Por el 1205 San Alberto, patriarca de Jerusalén, entregó a los eremitas del Carmelo una regla de vida, que fue aprobada por el Papa Honorio III en 1226. Ellos tenían la misión de vivir en la forma de Elías y de María Santísima, a quien veneraban como la Virgen del Carmen.

En el Siglo XIII, el Papa Inocencio IV concedió a los carmelitas el privilegio de ser incluidos entre las órdenes mendicantes junto con los franciscanos y dominicos. Los carmelitas han pasado por algunas reformas, siendo la más grande la que hicieran Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. A través de los siglos esta espiritualidad ha dado muchos santos a la Iglesia.

EL EVANGELIO DE HOY SÁBADO 16 DE JULIO, VIRGEN DEL CARMEN


Texto del Evangelio (Mt 12,46-50): 

En aquel tiempo, mientras Jesús estaba hablando a la muchedumbre, su madre y sus hermanos se presentaron fuera y trataban de hablar con Él. Alguien le dijo: «¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte». Pero Él respondió al que se lo decía: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».

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Fray Valentí SERRA i Fornell 
(Barcelona, España)


Hoy recordamos a la Virgen bajo la popular advocación del Carmen. La Sagrada Escritura celebra la belleza de la montaña del Carmelo donde el profeta Elías defendió la pureza de la fe. En el fragmento evangélico de esta jornada, Jesús —el Señor— elogia indirectamente la pureza de la fe de su Madre Santísima la cual, de manera perfecta, cumplió la voluntad del Padre del cielo (cf. Mt 12,50), tanto que Ella ha llegado a ser para todas las generaciones de discípulos el modelo más perfecto de cómo escuchar y vivir fructuosamente la Palabra divina.

Esta Palabra no puede permanecer escondida, sino que ha de resplandecer e iluminar a todo el mundo. Por esto, los cristianos hemos de ser una suerte de “portalámparas” del Evangelio a través del cumplimiento fiel y asiduo de la voluntad del Padre celestial, tal como diariamente nos lo enseña a hacer nuestra Madre Santísima, quien, de modo semejante a nosotros, también tuvo que «peregrinar por los caminos de la fe» (Concilio Vaticano II).

A propósito de la fe de María y de su docilidad en el cumplimiento de la voluntad del Padre, el beato Pablo VI, en una alocución de mayo de 1967, manifestó que María «tenía la fe que suponía no la evidencia directa del conocimiento, sino la aceptación de la verdad por la Palabra de Dios que la revela». En el Reino de Dios, que Jesús ha inaugurado, el motivo de gloria o de pertenencia, no se ha de poner en el parentesco según la sangre, ya que se trata de un reino espiritual donde las relaciones de parentesco con Jesús se forjan a partir de la obediencia a su Palabra, lo cual ha de conducirnos a amar y servir a los hermanos. 

¡Que Ella, María, nos confirme en nuestra vocación cristiana y nos aumente el gusto para saborear las cosas espirituales y, que bajo su guía y protección, podamos ascender a las cimas más elevadas de la montaña que es Cristo, su Hijo!