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domingo, 5 de abril de 2015

LOS SANTOS DE HOY: DOMINGO 5 DE ABRIL DEL 2015

Irene de Tesalónica, SantaIrene de Tesalónica, Santa
Virgen y Mártir, 5 de abril


Hoy también se festeja a:

Geraldo de Corbie, SantoGeraldo de Corbie, Santo
Abad, 5 de abril
Alberto de Montecorvino, SantoAlberto de Montecorvino, Santo
Obispo, 5 de abril
Catalina Tomás, SantaCatalina Tomás, Santa
Religiosa, 5 de abril
María Crescencia Höss, SantaMaría Crescencia Höss, Santa
Virgen, 5 de abril
Mariano de la Mata Aparicio, BeatoMariano de la Mata Aparicio, Beato
Sagerdote Agustino, 5 de abril
Juliana de Monte Cornillon, SantaJuliana de Monte Cornillon, Santa
Monja y Reclusa Agustina, 5 de abril
Vicente Ferrer, SantoVicente Ferrer, Santo
Presbítero, 5 de abril

SAN VICENTE FERRER, PRESBÍTERO, 5 DE ABRIL

Vicente Ferrer, Santo
Presbítero, 5 de abril 


Por: P. Ángel Amo | Fuente: Catholic.net



Presbítero

Martirologio Romano: San Vicente Ferrer, presbítero de la Orden de Predicadores, de origen español, que recorrió incansablemente ciudades y caminos de Occidente en favor de la paz y la unidad de la Iglesia, predicando a pueblos innumerables el Evangelio de la penitencia y la venida del Señor, hasta que en Vannes, lugar de Bretaña Menor, entregó su espíritu a Dios. ( 1419)
Fecha de canonización: 3 de junio de 1455 por el Papa Calixto III.
Breve Biografía
"Bebe el agua del maestro Vicente" se dice todavía en España para recomendar el silencio. La expresión se refiere a un sabio consejo que el dominico san Vicente Ferrer dio a una mujer que le preguntaba qué podía hacer para congeniar con el malhumorado marido. "Tome este frasco de agua -contestó el santo- y cuando tu esposo regrese del trabajo, tómate un sorbo y mántenlo en la boca el mayor tiempo posible". Era el mejor modo de hacer que la mujer tuviera la boca cerrada y no contestara al marido.

La anécdota hace ver la humana simpatía de este hombre, acérrimo fustigador de las costumbres, que le mereció de sus contemporáneos el título de "ángel del Apocalipsis", porque en sus sermones acostumbraba amenazar con flagelos y tribulaciones.

Vicente nació en Valencia, España, el 23 de enero de 1350. Hijo de un prestigioso notario, tuvo cinco hermanos. Junto a sus devotos padres experimentó el amor a Cristo y a María desde su más tierna infancia. Ellos le incitaron a realizar alguna penitencia todos los viernes en memoria de la Pasión, y otro tanto hacía los sábados en honor a la Virgen. Estas prácticas las mantuvo vivas hasta el fin de sus días.

Su inclinación a socorrer a los pobres se manifestó en esta temprana edad. En conjunto, su biografía aparece engarzada con las virtudes que le adornaron y numerosos prodigios celestiales con los que fue favorecido. Su trayectoria espiritual discurrió por senderos penitenciales. Y de hecho, no se libró de tentaciones que intentaron perturbar sus altos anhelos. Como el diablo siempre se halla al acecho de la "presa" que puede perder si, como era su caso, se trata de alguien seducido por el amor de Dios, se alió con su aspecto para tratar de inducirle al mal. Porque el muchacho era bien parecido y suscitaba pasiones en algunas mujeres. Dos de dudosa vida se propusieron conquistarle sin éxito y atentaron contra su fama sembrando calumnias.

Las cotas que Vicente se había impuesto no tenían fronteras. Aunaba inteligencia y virtud, todo lo cual no pasó desapercibido para los dominicos que se ocuparon de su formación. Éstos, diezmados por la temible peste negra, pero sobre todo conmovidos por el ejemplo del aplicado joven, no dejaron escapar esta gran vocación que acogieron gozosos en la comunidad. El santo profesó en 1370. Después, satisfactoriamente cursó estudios de filosofía y teología, que culminaron con un doctorado en esta última disciplina obtenido con la máxima calificación. A partir de entonces se dedicó a ejercer la docencia en las universidades de Valencia, Barcelona y Lérida.

Cinco años más tarde fue ordenado sacerdote. El germen del Cisma de Occidente, que ya estaba larvado, no tardaría en saltar a la palestra. Cuando lo hizo, en el año 1378, Vicente sufrió por la gravísima divergencia y confusión creada entre los partidarios de Avignon y los de Roma. Él se había decantado por Benedicto XIII, a quien consideró legítimo pontífice; estaba bajo su amparo en Avignon. Pero este conflicto eclesial le afectó tan seriamente que peligró su vida. Entonces, una locución divina que se produjo el 3 de octubre de 1398 le rescató de una eventual muerte, diciéndole: "¡Vicente! Levántate y vete a predicar". Esta manifestación sobrenatural fue un poderoso resorte que modificó el rumbo de su existencia.

Una de sus grandes inquietudes fue restituir la unidad de la Iglesia. Y si primeramente reconoció al sucesor de Pedro en Benedicto XIII, quien se propuso concederle la dignidad episcopal y la cardenalicia, honores que Vicente rechazó, después mostró inequívoco apoyo al pontífice de Roma. Su intervención en el conflicto propició que altos mandatarios europeos, comenzando por los que estaban al frente de la Corona de Aragón, prestasen fidelidad al legítimo papa. En 1417, un año después de que Vicente culminara su particular campaña, era elegido Martín V.

Contó con un excelente recurso: su gran oratoria. Un poderoso imán para las muchedumbres. Además de su lengua nativa, dominaba el latín y tenía nociones de hebreo. Pero esto hubiera sido insuficiente para haberse hecho entender en las distintas naciones en las que su predicación floreció sino fuera por el hecho prodigioso de que los fieles comprendían perfectamente lo que decía porque le oían en su propia lengua.

El objetivo de Vicente era la conversión de los pecadores. Durante treinta años evangelizó incansablemente por el norte de España, Italia y Suiza, así como en el sur de Francia, siempre en lugares abiertos para acoger a millares de personas, con grandes frutos espirituales. Se cuentan por decenas de miles los musulmanes que convirtió.

Sus sermones se prolongaban durante varias horas seguidas, pero nadie daba muestras de cansancio. Tenía la capacidad de mantener la atención en el auditorio con el tono y modulaciones de su voz. Pero, sobre todo, con la pasión que ponía en lo que decía. Huyendo de lenguajes artificiosos y recargados, supo traslucir a Dios. ¿Cómo? Orando. Es la clave de todos los santos. Antes de predicar se retiraba durante varias horas. Y la gracia se derramaba a raudales. Cada persona se sentía particularmente interpelada e invitada a vivir el amor a Dios. Las conversiones eran públicas, y los penitentes no se avergonzaban de reconocer sus pecados ante la concurrencia. Muchos sacerdotes le acompañaban para poder confesarlos a todos. Alabanzas, lágrimas de arrepentimientos, rezos…, eran el broche de oro de cada una de sus intervenciones.

Tenía autoridad moral porque su vida era sencilla y austera. Era íntegro, auténtico. Ayunaba, dormía en el suelo, y se trasladaba a pie para ir a las ciudades. Solo al final de sus días, como enfermó de una pierna, recorría los lugares en un humilde jumento. Tanta bondad resumida en su persona conmovía de tal modo a la gente que, enardecida por sus palabras, intentaban robarle trozos de su hábito a modo de reliquia. Para evitar males mayores, unos hombres se ocupaban de darle escolta.

Algunos lo denominaron "ángel del Apocalipsis" ya que solía recordar los pasajes del texto evangélico donde se advierte de lo que espera a los impenitentes. Por donde pasaba erradicaba vicios sociales y personales. Él se sabía pecador, y repetía: "Mi cuerpo y mi alma no son sino una pura llaga de pecados. Todo en mí tiene la fetidez de mis culpas". Ya envejecido, débil y lleno de enfermedades, le ayudaban a subir al lugar donde debía impartir el sermón. Entonces se transformaba. Y la gente volvía a ver en él al hombre vital y entusiasta que conocieron y se contagiaban de su ardor apostólico.

Murió en Vannes, Francia, predicando, como había vivido, el 5 de abril de 1419, Miércoles de Ceniza. Tras de sí dejaba también muchos milagros. Fue canonizado por Calixto III el 3 de junio de 1455.

 
ORACIÓN
¡Amantísimo Padre y Protector mío,
San Vicente Ferrer!
Alcánzame una fe viva y sincera
para valorar debidamente las cosas divinas,
rectitud y pureza de costumbres
como la que tú predicabas,
y caridad ardiente para amar a Dios
y al prójimo.
Tú, que nunca dejaste sin consuelo
a los que confían en ti,
no me olvides en mis tribulaciones.
Dame la salud del alma
y la salud del cuerpo.
Remedia todos mis males.
Y dame la perseverancia en el bien
para que pueda acompañarte
en la gloria por toda la eternidad.
Amén.

Tres Padrenuestros a San Vicente Ferrer pidiendo por las necesidades de todos sus devotos.

EL EVANGELIO DE HOY: DOMINGO DE RESURRECCIÓN 5 DE ABRIL DEL 2015



¡Ha resucitado el Señor!
Cuaresma y Semana Santa


Juan 20, 1-9. Domingo de Resurrección. ¡Pidamos a Cristo resucitado poder resucitar junto con Él, ya desde ahora! 


Por: P . Sergio Córdova LC | Fuente: Catholic.net



Del santo Evangelio según san Juan 20, 1-9
El día después del sábado, María Magdalena fue al sepulcro muy de mañana cuando aún era de noche, y vio que la piedra del sepulcro estaba movida. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó.

Oración introductoria
Señor Jesús, por tu resurrección sé que estoy llamado a resucitar, para eso es la vida, para eso he sido creado. Te suplico que seas Tú la luz en mi camino y, en este momento de oración, ayuda a mis sentidos para que sepan recogerse en el silencio interior y exterior, para poder aspirar a contemplar tu gloriosa resurrección.

Petición
¡Pidamos a Cristo resucitado poder resucitar junto con Él, ya desde ahora!

Meditación del PapFrancisco
Esta es la culminación del Evangelio, es la Buena Noticia por excelencia: Jesús, el crucificado, ha resucitado. Este acontecimiento es la base de nuestra fe y de nuestra esperanza: si Cristo no hubiera resucitado, el cristianismo perdería su valor; toda la misión de la Iglesia se quedaría sin brío, pues desde aquí́ ha comenzado y desde aquí́ reemprende siempre de nuevo. El mensaje que los cristianos llevan al mundo es este: Jesús, el Amor encarnado, murió́ en la cruz por nuestros pecados, pero Dios Padre lo resucitó y lo ha constituido Señor de la vida y de la muerte. En Jesús, el Amor ha vencido al odio, la misericordia al pecado, el bien al mal, la verdad a la mentira, la vida a la muerte.
Por esto decimos a todos: “Venid y veréis”. En toda situación humana, marcada por la fragilidad, el pecado y la muerte, la Buena Nueva no es solo una palabra, sino un testimonio de amor gratuito y fiel: es un salir de sí mismo para ir al encuentro del otro, estar al lado de los heridos por la vida, compartir con quien carece de lo necesario, permanecer junto al enfermo, al anciano, al excluido... “Venid y veréis”: El amor es más fuerte, el amor da vida, el amor hace florecer la esperanza en el desierto.»(Homilía de S.S. Francisco, 20 de abril de 2014).
Reflexión
¡Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y, por la victoria de Rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la salvación!. Con estas palabras inicia el maravilloso pregón pascual que el diácono canta, emocionado, la noche solemne de la Vigilia de la resurrección de Cristo. Y todos los hijos de la Iglesia, diseminados por el mundo, explotan en júbilo incontenible para celebrar el triunfo de su Redentor. ¡Por fin ha llegado la victoria tan anhelada!

En una de las últimas escenas de la película de la Pasión de Cristo, de Mel Gibson, tras la muerte de Jesús en el Calvario, aparece allá abajo, en el abismo, la figura que en todo el film personifica al demonio, con gritos estentóreos, los ojos desencajados de rabia y con todo el cuerpo crispado por el odio y la desesperación. ¡Ha sido definitivamente vencido por la muerte de Cristo! En este sentido es verdad –como proclamaba Nietzsche- "que Dios ha muerto". Pero ha entregado libre y voluntariamente su vida para redimirnos, y con su muerte nos ha abierto las puertas de una vida nueva y eterna.

Es muy sugerente el modo como Franco Zeffirelli presenta la escena de la resurrección en su película "Jesús de Nazaret". Los apóstoles Pedro y Juan vienen corriendo al sepulcro, muy de madrugada, y no encuentran el cuerpo del Señor. Luego llegan también dos miembros del Sanedrín para cerciorarse de los hechos, y sólo hallan los lienzos y el sudario, y el sepulcro vacío. Y comenta fríamente uno de ellos: "¡Éste es el inicio!".

Sí. El verdadero inicio del cristianismo y de la Iglesia. De aquí arrancará la propagación de la fe al mundo entero. Porque la Vida ha vuelto a la vida. Cristo resucitado es la clave de todas nuestras certezas. Como diría Pablo más tarde: "Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana es vuestra fe; aún estáis en vuestros pecados… Pero no. Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que duermen" (I Cor 15, 14.17.20). En Él toda nuestra vida adquiere un nuevo sentido, un nuevo rumbo, una nueva dimensión: la eterna.

Y, sin embargo, no siempre resulta fácil creer en Cristo resucitado, aunque nos parezca una paradoja. Una de las cosas que más me llaman la atención de los pasajes evangélicos de la Pascua es, precisamente, la gran resistencia de todos los discípulos para creer en la resurrección de su Señor. Nadie da crédito a lo que ven sus ojos: ni las mujeres, ni María Magdalena, ni los apóstoles -a pesar de que se les aparece en diversas ocasiones después de resucitar de entre los muertos-, ni Tomás, ni los discípulos de Emaús. Y nuestro Señor tendrá que echarles en cara su incredulidad y dureza de corazón. El único que parece abrirse a la fe es el apóstol Juan, tal como nos lo narra el Evangelio de hoy.

Pedro y Juan han acudido presurosos al sepulcro, muy de mañana, cuando las mujeres han venido a anunciarles, despavoridas, que no han hallado el cuerpo del Señor. Piensan que alguien lo ha robado y les horroriza la idea. Los discípulos vienen entonces al monumento, y no encuentran nada. Todo como lo han dicho las mujeres. Pero Juan, el predilecto, ya ha comenzado a entrar en el misterio: ve las vendas en el suelo y el sudario enrollado aparte. Y comenta: “Vio y creyó”. Y confiesa ingenuamente su falta de fe y de comprensión de las palabras anunciadas por el Señor: "Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él debía de resucitar de entre los muertos".

¿Qué fue lo que vio esa mañana? Seguramente la sábana santa en perfectas condiciones, no rota ni rasgada por ninguna parte. Intacta, como la habían dejado en el momento de la sepultura. Sólo que ahora está vacía, como desinflada; como si el cuerpo de Jesús se hubiera desaparecido sin dejar ni rastro. Entendió entonces lo sucedido: ¡había resucitado! Pero Juan vio sólo unos indicios, y con su fe llegó mucho más allá de lo que veían sus sentidos. Con los ojos del cuerpo vio unas vendas, pero con los ojos del alma descubrió al Resucitado; con los ojos corporales vio una materia corruptible, pero con los ojos del espíritu vio al Dios vencedor de la muerte.

Lo que nos enseñan todas las narraciones evangélicas de la Pascua es que, para descubrir y reconocer a Cristo resucitado, ya no basta mirarlo con los mismos ojos de antes. Es preciso entrar en una óptica distinta, en una dimensión nueva: la de la fe. Todos los días que van desde la resurrección hasta la ascensión del Señor al cielo será otro período importantísimo para la vida de los apóstoles. Jesús los enseñará ahora a saber reconocerlo por medio de los signos, por los indicios. Ya no será la evidencia natural, como antes, sino su presencia espiritual la que los guiará. Y así será a partir de ahora su acción en la vida de la Iglesia.

Eso les pasó a los discípulos. Y eso nos ocurre también a nosotros. Al igual que a ellos, Cristo se nos "aparece" constantemente en nuestra vida de todos los días, pero muy difícilmente lo reconocemos. Porque nos falta la visión de la fe. Y hemos de aprender a descubrirlo y a experimentarlo en el fondo de nuestra alma por la fe y el amor.

Y esta experiencia en la fe ha de llevarnos paulatinamente a una transformación interior de nuestro ser a la luz de Cristo resucitado. "El mensaje redentor de Pascua -como nos dice un autor espiritual contemporáneo- no es otra cosa que la purificación total del hombre, la liberación de sus egoísmos, de su sensualidad, de sus complejos; purificación que, aunque implica una fase de limpieza y saneamiento interior -por medio de los sacramentos- sin embargo, se realiza de manera positiva, con dones de plenitud, como es la iluminación del Espíritu, la vitalización del ser por una vida nueva, que desborda gozo y paz, suma de todos los bienes mesiánicos; en una palabra, la presencia del Señor resucitado".

En efecto, san Pablo lo expresó con incontenible emoción en este texto, que recoge la segunda lectura de este domingo de Pascua: "Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con Él, en gloria" (Col 3, 1-4).

Propósito
Poner especial atención a la convivencia familiar, para que este día esté caracterizado por la alegría.

Diálogo con Cristo
Jesús, qué alegría poder celebrar la Pascua de Resurrección, con júbilo festejo que has vencido el miedo al sufrimiento y a la muerte... y todo para enseñarme un estilo de vida que me puede llevar a la plenitud el amor. ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! Rebosa mi corazón de esa auténtica emoción que da una paz inigualable. Confío que no se apagará por los problemas y contrariedades que hoy se puedan presentar, sé que depende de mi actitud porque tu gracia lo hace posible.