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sábado, 14 de marzo de 2015

EL EVANGELIO DE HOY: SÁBADO 14 DE MARZO DEL 2015


¡Ten compasión de mí, que soy pecador!
Cuaresma y Semana Santa


Lucas 18, 9-14. Cuaresma. Señor, ayúdame a ser humilde para reconocer mis faltas y pecados. 


Por: H. Marco Antonio de la Cruz | Fuente: Catholic.net



Del santo Evangelio según san Lucas 18, 9-14
En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola por algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: "¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias." En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!" Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.

Oración introductoria
Señor, contemplando el amor que nos has tenido y con el que nos has amado, queremos reconocer que sin tu gracias no podemos realizar la buenas obras. Ayudándonos y guiándonos por el camino del amor. Deseamos caminar en este día de tu mano y valorar cada vez más todo lo que haces por nosotros.

Petición
Señor, ayúdame a ser humilde para reconocer mis faltas y pecados. Invoco el auxilio de tu gracia para ser cada día mejor cristiano e imploro tu divina misericordia ante mis caídas y debilidades.

Meditación del Papa Francisco
La del publicano es la oración del pobre, es la oración que agrada a Dios que “sube hasta las nubes", mientras que la del fariseo está marcada por el peso de la vanidad.
A la luz de esta Palabra, quisiera preguntarles a ustedes, queridas familias: ¿Rezan alguna vez en familia? Algunos sí, lo sé. Pero muchos me dicen: ¿Cómo se hace? La oración es algo personal, y además nunca se encuentra el momento oportuno, tranquilo…
Sí, es verdad, pero es también cuestión de humildad, de reconocer que tenemos necesidad de Dios, como el publicano. Y se requiere sencillez. Rezar juntos el "Padrenuestro", alrededor de la mesa, se puede hacer. Y rezar juntos el Rosario, en familia, es muy bello, da mucha fuerza. Y rezar el uno por el otro: el esposo por la esposa, los papás por los hijos, los hijos por los papás, y también por los abuelos. Rezar los unos por los otros, esto es rezar en familia y vuelve fuerte la familia... La oración.» (Homilía de S.S. Francisco, 27 de octubre de 2013).
Reflexión
El escriba, conocedor de las escrituras, se dirige a Dios con orgullo y vanidad. Le ha faltado humildad para reconocerse necesitado de la gracia de Dios. Es necesario tener una clara conciencia de que somos creaturas frágiles para vivir, con sinceridad, de cara a Dios. A nosotros no nos corresponde juzgar y criticar a los demás, pues eso es algo que sólo le compete a Nuestro Señor.
Muy diferente es la actitud publicano. Se queda en la esquina y sin el valor de elevar los ojos a Dios. Es humilde y se reconoce pecador, necesitado de la misericordia de Dios. Los humildes agradan inmensamente a Dios. La humildad del publicano consiste en reconocer sus faltas, pedir perdón y realizar un sincero propósito de enmienda.

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¡Qué es la confesión sino un acercarnos a Dios con la misma actitud del publicano!
En el sacramento de la penitencia buscamos con humildad la misericordia de Dios. Cuando reconozco mis pecados y le pido perdón a Dios en la confesión estoy formando, al mismo tiempo, un corazón más comprensivo y bondadoso para no juzgar ni criticar a los demás. A través de la confesión obtengo, con toda certeza, el perdón de mis pecados y puedo regresar a mi vida diaria con paz y tranquilidad de conciencia porque le he dado el primer lugar a Dios en mi vida.

Propósito
Me confesaré si llevo largo tiempo sin hacerlo y promoveré la participación a este sacramento entre mis familiares y amigos.

Diálogo con Cristo
Jesús, reconozco que tengo muchas carencias y que, en algunas ocasiones, el egoísmo forma parte de mis pensamientos y juicios. Dame el valor y la gracia de prepararme y realizar una buena confesión. Ayúdame, Dios mío, a ser misericordioso y bondadoso con los demás. Te pido que me des la fuerza para no criticar ni juzgar al prójimo. Señor, si mil veces caigo, que mil veces esté dispuesto a levantarme y seguir luchando por Ti.

No queremos otro don que Jesús, no suspiramos por otro amor que por el suyo. Mons. Luis María Martínez

 
Preguntas o comentarios al autor  Marco Antonio de la Cruz


LOS SANTOS DE HOY: SÁBADO 14 DE MARZO DEL 2015

Eva de San Martín de Lieja, BeataEva de San Martín de Lieja, Beata
Monja de claustro, 14 de marzo


Hoy también se festeja a:

Paulina de Fulda, SantaPaulina de Fulda, Santa
Religiosa, 14 de marzo
Giacomo Cusmano, BeatoGiacomo Cusmano, Beato
Sacerdote y Fundador, 14 de marzo
Arnaldo, BeatoArnaldo, Beato
Abad, 14 de marzo
Matilde, SantaMatilde, Santa
Reina, 14 de marzo
Leobino de Chartres, SantoLeobino de Chartres, Santo
Obispo, 14 de marzo
Lázaro de Milán, SantoLázaro de Milán, Santo
Obispo, 14 de marzo

SANTA MATILDE, REINA, 14 DE MARZO



Matilde, Santa
Reina, 14 de marzo


Por: n/a | Fuente: Corazones.org




Reina
Martirologio Romano: En Quedlinburg, Sajonia, Alemania, santa Matilde, esposa fidelísima del rey Enrique I, la cual, conspicua por la humildad y la paciencia, se dedicó a aliviar a los pobres y a fundar hospitales y monasterios. († 968)

Breve Biografía

Matilde era descendiente del célebre Widukind, capitán de los sajones en su larga lucha contra Carlomagno, como hija de Dietrich, conde de Westfalia y de Reinhild, vástago de la real casa de Dinamarca. Cuando la niña nació en el año 895, fue confiada al cuidado de su abuela paterna, la abadesa del convento de Erfut. Allí, sin apartarse mucho de su hogar, Matilde se educó y creció hasta convertirse en una jovencita que sobrepasaba a sus compañeras en belleza, piedad y ciencia, según se dice. A su debido tiempo se casó con Enrique, hijo del duque Otto de Sajonia, a quien llamaban "el cazador". El matrimonio fue excepcionalmente feliz y Matilde ejerció sobre su esposo una moderada, pero edificante influencia. Precisamente después del nacimiento de su primogénito, Otto, a los tres años de casados, Enrique sucedió a su padre en el ducado. Más o menos a principios del año 919, el rey Conrado murió sin dejar descendencia y el duque fue elevado al trono de Alemania. No cabe duda de que su experiencia de soldado valiente y hábil le resultó muy útil, puesto que su vida fue una lucha constante en la que triunfó muchas veces de manera notable.

El mismo Enrique y sus súbditos atribuyeron sus éxitos, tanto a las oraciones de la reina, como a sus propios esfuerzos. Esta seguía viviendo en la humildad que la había distinguido de niña. A sus cortesanos y a sus servidores, más les parecía una madre amorosa que su reina y señora; ninguno de los que acudieron a ella en demanda de ayuda quedó defraudado. Su esposo rara vez le pedía cuentas de sus limosnas o se mostraba irritado por sus prácticas piadosas, con la absoluta certeza de su bondad y confiando en ella plenamente. Después de veintitrés años de matrimonio, el rey Enrique murió de apoplejía, en 936. Cuando le avisaron que su esposo había muerto, la reina estaba en la iglesia y ahí se quedó, volcando su alma al pie del altar en una ferviente oración por él. En seguida pidió a un sacerdote que ofreciera el santo sacrificio de la misa por el eterno descanso del rey y, quitándose las joyas que llevaba, las dejó sobre el altar como prenda de que renunciaba, desde ese momento, a las pompas del mundo.

Habían tenido cinco hijos: Otto, más tarde emperador; Enrique el Pendenciero; San Bruno, posteriormente arzobispo de Colonia; Gerberga que se casó con Luis IV, rey de Francia y Hedwig, la madre de Hugo Capeto. A pesar de que el rey había manifestado su deseo de que su hijo mayor, Otto, le sucediera en el trono, Matilde favoreció a su hijo Enrique y persuadió a algunos nobles para que votaran por él; no obstante, Otto, resultó electo y coronado. Enrique no aceptó de buena gana renunciar a sus pretensiones y promovió una rebelión contra su hermano, pero fue derrotado y solicitó la paz. Otto lo perdonó y, por la intercesión de Matilde, le nombró duque de Baviera. La reina llevó desde entonces una vida de completo auto-sacrificio; sus joyas habían sido vendidas para ayudar a los pobres y era tan pródiga en sus dádivas, que dio motivo a críticas y censuras. Su hijo Otto la acusó de haber ocultado un tesoro y de mal gastar los ingresos de su corona; le exigió que rindiera cuentas de todo cuanto había gastado y envió espías a vigilar sus movimientos y registrar sus donativos.

Su sufrimiento más amargo fue descubrir que Enrique instigaba y ayudaba a su hermano en contra de ella. Lo sobrellevó todo con paciencia inquebrantable, haciendo notar, con un toque de patético humor, que por lo menos la consolaba ver que sus hijos estaban unidos, aunque sólo fuera para perseguirla. "Gustosamente soportaré todo lo que puedan hacerme, siempre que lo hagan sin pecar, si es que con ello se conservan unidos", solía decir, según se afirma.

Para darles gusto, Matilde renunció a su herencia en favor de sus hijos y se retiró a la residencia campestre donde había nacido. Pero poco tiempo después de su partida, el duque Enrique cayó enfermo y comenzaron a llover los desastres sobre el Estado. El sentimiento general era que tales desgracias se debían al trato que los príncipes habían dado a su madre; Edith, la esposa de Otto, lo convenció para que fuera a solicitar su perdón y le devolviera todo lo que le habían quitado. Sin que se lo pidieran, Matilde los perdonó y volvió a la corte, donde reanudó sus obras de misericordia. Pero no obstante que Enrique había cesado de importunarla, su conducta continuó causándole gran aflicción. El nuevamente se volvió contra Otto y, posteriormente castigó una insurrección de sus propios súbditos en Baviera con increíble crueldad; ni aun los obispos escaparon a su cólera.

En 955, cuando Matilde lo vio por última vez, le profetizó su próxima muerte y lo instó a arrepentirse, antes de que fuera demasiado tarde. En efecto, al poco tiempo, murió Enrique y la noticia causó un dolor muy profundo en la reina.

Emprendió la construcción de un convento en Nordhausen; hizo otras fundaciones en Quedlinburg, en Engern y también en Poehlen, donde estableció un monasterio para hombres. Es evidente que Otto jamás volvió a resentirse porque su madre gastara los ingresos en obras religiosas, pues cuando él fue a Roma para ser coronado emperador, dejó el reino a cargo de Matilde.

La última vez que Matilde tomó parte en una reunión familiar fue en Colonia, en la Pascua de 965, cuando estuvieron con ella el emperador Otto "el Magno", sus otros hijos y nietos. Después de esta reaparición, prácticamente se retiró del mundo, pasando su tiempo en una y otra de sus fundaciones, especialmente en Nodhausen. Cuando se disponía a tratar ciertos asuntos urgentes que la reclamaban en Quedlinburg, se agravó una fiebre que había venido sufriendo por algún tiempo y comprendió que pronto iba a llegar su último momento. Envió a buscar a Richburg, la doncella que la había ayudado en sus caridades y que era abadesa en Nordhausen. Según la tradición, la reina procedió a hacer una escritura de donación para todo lo que hubiera en su habitación, hasta que no quedó nada más que el lienzo de su sudario. "Den eso al obispo Guillermo de Mainz (que era su nieto). El lo necesitará primero que yo". En efecto, el obispo murió repentinamente, doce días antes de que ocurriera el deceso de su abuela, acaecido el 14 de marzo de 968. El cuerpo de Matilde fue sepultado junto con el de su esposo, en Quedlinburg, donde se la venera como santa desde el momento de su muerte.