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domingo, 25 de enero de 2015

EL EVANGELIO DE HOY: DOMINGO 25 DE ENERO DEL 2015


Vocación de los primeros discípulos
Solemnidades y Fiestas


Marcos 1, 14-20. Cristo se presenta a nosotros cuando menos lo esperamos. Él nos ve y nos llama. 


Por: Jorge Molino | Fuente: Catholic.net



Del santo Evangelio según san Marcos 1, 14-20
Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: Decía: -El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertios y creed en la Buena Nueva. Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón, largando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres. Al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; y al instante los llamó. Y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él.

Oración introductoria
Espíritu Santo, que inmerecida misión el poder ser «pescador de hombres». Ilumina mi entendimiento en esta oración para terminar de comprender la grandeza de mi vocación e inflama mi corazón para amarte con toda la pasión y fuerza posible.

Petición
Padre mío, dame tu gracia para que conozca, ame e imite más a Cristo.

Meditación del Papa Francisco
Viendo este mar, la playa y a todos ustedes, me viene a la mente el momento en que Jesús llamó a sus primeros discípulos a orillas del lago de Tiberíades. Hoy Jesús nos sigue preguntando: ¿Quieres ser mi discípulo? ¿Quieres ser mi amigo? ¿Quieres ser testigo del Evangelio? En el corazón del Año de la Fe, estas preguntas nos invitan a renovar nuestro compromiso cristiano. Sus familias y comunidades locales les han transmitido el gran don de la fe. Cristo ha crecido en ustedes. Hoy quiere venir aquí para confirmarlos en esta fe, la fe en Cristo vivo que habita en ustedes, pero he venido yo también para ser confirmado por el entusiasmo de la fe de ustedes. Ustedes saben que en la vida de un obispo hay tantos problemas que piden ser solucionados. Y con estos problemas y dificultades, la fe del obispo puede entristecerse. Qué feo es un obispo triste. Qué feo. Para que mi fe no sea triste he venido aquí para contagiarme con el entusiasmo de ustedes.» (S.S. Francisco, 25 de julio de 2013).

Reflexión
En este pasaje podemos comprobar cómo Jesús pasa a nuestro lado y nos llama. Cristo se presenta a nosotros en las actividades diarias, cuando menos lo esperamos, ya sea en la oficina, ya sea en las labores de casa. Él nos ve y nos llama.

El seguimiento de este llamado requiere dejar las cosas de lado y seguirle a Él totalmente. Esto no significa que haya que dejar de trabajar en ese momento o salir del trabajo para estar con Él (aunque si fuera posible sería maravilloso, como quien atiende a su mejor amigo recibiéndole en casa y no sólo llamando por teléfono). Jesús nos llama sin importarle lo que somos o cómo somos. No le importa si somos un banquero, un albañil, un ama de casa, un pecador o un santo. Eso sí, una vez que le hemos respondido se nos pide dejarlo todo y seguirlo. Escogió a pescadores y a publicanos. Y no fueran los más inteligentes o capaces de su tiempo. Dios escoge a quien quiere. No hay motivos para tener miedo a fallarle, a no ser del todo fieles a Cristo en nuestro trabajo. Los apóstoles también le dejaron pero, sin embargo, tuvieron el valor de levantarse.

Es verdad que en nuestras vidas hemos abandonado a Cristo muchas veces, pero eso a Jesús no le importa. Él nos llama a predicar el evangelio como volvió a llamar a los apóstoles y como un día llamó a san Pablo, cuya conversión celebramos hoy. San Pablo persiguió a los apóstoles y quería borrar el nombre de Jesús de Nazareth de la faz de Israel. Pero Jesús resucitado le convierte de un perseguidor a un precursor de la Buena Nueva y en un apóstol apasionado de este Cristo a quien perseguía. Jesús nos manda a predicar el Evangelio y es el primero que nos da ejemplo convirtiendo al más "temido" de todos los judíos.

La conversión infundió en Saulo una fe que lo hace ser misionero incansable; enciende en su alma un ardor de caridad que le obliga a transmitir a los demás la verdad que ha encontrado; le da la fuerza para ser tanto de palabra como de obra un ferviente testimonio del evangelio. Ahora bien, ¿qué nos diferencia a nosotros de san Pablo? Tenemos la misma fe, la misma caridad, la misma doctrina, el mismo Dios... Pero nos falta su amor apasionado a Cristo, que le llevó a considerar todo basura y estiércol comparado con Cristo.

Propósito
Hoy es un día de conversión. No esperemos más, convirtámonos en esos apóstoles resucitados y pidamos esa fe y ese amor que convirtió a san Pablo para que nos convierta también a nosotros en luz y fuego en medio de la oscuridad del mundo.

Diálogo con Cristo
Señor, tu «síganme» no deja de resonar en mi corazón. Es sencillo entusiasmarme por el llamado, pero mantener ese entusiasmo cuando las exigencias parecen sobrepasarme, es imposible si Tú no estás como centro y motivo de mi vida. Permite que viva cada día como una nueva oportunidad para crecer en el amor. Quiero ser, vivir, pensar, trabajar, gozar y sufrir por Ti. Ayúdame a ser fiel en mis compromisos como miembro del Regnum Christi; dame la gracia de serte fiel en las obligaciones de mi vida diaria, porque la fidelidad se construye en las cosas pequeñas y en el momento presente.

LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO, 25 DE ENERO


La conversión de San Pablo
Fiesta Litúrgica, 25 de enero
Por: Archidiócesis de Madrid | 



Fiesta Litúrgica

Martirologio Romano: Fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol. Viajando hacia Damasco, cuando aún maquinaba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, el mismo Jesús glorioso se le reveló en el camino, eligiéndole para que, lleno del Espíritu Santo, anunciase el Evangelio de la salvación a los gentiles. Sufrió muchas dificultades a causa del nombre de Cristo.

Pablo, llamado Saulo en el uso y rigor judío, afirmaba con vehemencia que el Evangelio que predicaba no lo había aprendido o recibido de los hombres.

Perteneció a la casta de los fariseos. Había nacido en Tarso, ciudad que pertenecía al mundo grecorromano; quien nacía allí tenía la categoría de ciudadano romano y lo era tanto como el centurión, el procurador, el tribuno o magistrado. Necesariamente, por ser judío no le cupo más suerte en la niñez que andar disimulando su condición entre los demás del pueblo, ocultando su creencia, tenida como superstición por los paganos romanos. Es posible que esto le fuera encendiendo por dentro y le afirmara aún más en su fe, cuando iba creciendo en edad y tenía que defenderse marchando contra corriente.

Era más bien bajo, de espaldas anchas y cojeaba algo. Fuerte y macizo como un tronco. Un rictus tenía que le hacía fanático. Conocía los manuscritos viejos escritos con signos que a los griegos y a los romanos les parecían garabatos ininteligibles, pero que encerraban toda la sabiduría y la razón de ser de un pueblo. Listo como un sabio en las escuelas griegas de Tarso, familiarizado con los poetas y filósofos que habían pasado el tiempo escribiendo en tablillas o pensando. Para los griegos solo era un hebreo, miembro de aquellas familias que vivían en un islote social, aislado entre misterios inaccesibles a los de otra raza, uno de los que tenían prohibido el acceso a las clases cultas y dirigentes; era de esos que se hacían despreciables por su puritanismo, por sus rarezas ante los alimentos, su modo de divertirse, de casarse, de entender la vida, de no asistir a los templos ¡un ambiente nada claro!

A los dieciocho años se fue a Jerusalén para aprender cosas del judío verdadero, las de la Ley patria, la razón de las costumbres; ansiaba profundizar en la historia del pueblo y en su culto. Gamaliel lo informó bien por unos cuartos. Aprendió las cosas yendo a la raíz, no como las decía la gente poco culta del pueblo sencillo y llano. Supo más y mejor del poder del Dios único; aprendió a darle honra y alabanza en el mayor de los respetos y malamente soportaba con su pueblo el presente dominio del imponente invasor. Esto le ponía furioso. Los profetas daban pistas para un resurgimiento y los salmos cantaban la victoria de Dios sobre otros pueblos y culturas muy importantes que en otro tiempo subyugaron a los judíos y ya desaparecieron a pesar de su altivez; igual pasaría con los dominadores actuales. El Libertador no podría tardar. Mientras tanto, era preciso mantener la idiosincrasia del pueblo a cualquier costa y no ser como los herodianos, para que la esperanza hiciera posible su supervivencia como nación. No se podía dejar que un ápice lo apartara de la fidelidad a las costumbres patrias. Eso le hizo celoso.

Y mira por donde, aquella herejía estaba estropeando todo lo que necesitaba el pueblo. Locos estaban adorando a un hombre y crucificado. No se podía permitir que entre los suyos se ampliara el círculo de los disidentes. Había que hacer algo. No pasaban, sino que las noticias decían que estaban por todas partes como si se diera una metástasis generalizada de un cáncer nacional. Hacía años que ya estuvo, colaborando como pudo, en la lapidación de uno de aquellos visionarios listos, serviciales, piadosos y caritativos pero que hacían mucho daño al alto estamento oficial judío; fue cuando lo apedrearon por blasfemo a las afueras de Jerusalén, y lastimosamente él sólo pudo guardar los mantos de los que lo lapidaron. Hasta le parecía recordar aún su nombre: Esteban.

Su conversión fue en un día insospechado. Nada propiciaba aquel cambio. Precisamente llevaba cartas de recomendación de los judíos de Jerusalén para los de Damasco; quería poner entre rejas a los cristianos que encontrara. Hasta allí se extendía la autoridad de los sumos sacerdotes y principales fariseos; como eran costumbres de religión, los romanos las reconocían sin hacerles ascos. Saulo guiaba una comitiva no guerrera pero sí muy activa, casi furiosa, impaciente por cumplir bien una misión que suponían agradable a Dios y purga necesaria para la estabilidad de los judíos y para proteger la pureza de las tradiciones que recibieron los padres. Aquello parecía la avanzada de un ejército en orden de batalla, con el repiqueteo de las herraduras en las pezuñas de las monturas sobre el duro suelo de roca ante Damasco donde caracoleaban los caballos. Llevaban ya varios días de caminata; se daban por bien empleados si la gestión terminaba con éxito. Iba Saulo "respirando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor". En su interior había buena dosis de saña.

"Y sucedió que, al llegar cerca de Damasco, de súbito le cercó una luz fulgurante venida del cielo, y cayendo por tierra oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dijo: ¿Quién eres, Señor? Y él: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, y entra en la ciudad y se te dirá lo que has de hacer. Y los hombres que le acompañaban se habían detenido, mudos de espanto, oyendo la voz, pero sin ver a nadie. Se levantó Saulo del suelo y , abiertos los ojos, nada veía. Y llevándole de la mano lo introdujeron en Damasco, y estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió" (Act. 9, 3-9).

Tres días para rumiar su derrota y hacerse cargo en su interior de lo que había pasado. Y luego, el bautismo. Un cambio de vida, cambio de obras, cambio de pensamiento, de ideales y proyectos. Su carácter apasionado tomará el rumbo ahora marcado sin trabas humanas posibles _su rendición fue sin condiciones_ y con el afán de llevar a su pueblo primero y al mundo entero luego la alegría del amor de Dios manifestado en Cristo.

El relato es del historiador Lucas, buen conocedor de su oficio. Se lo había oído veces y veces al mismo protagonista. No hay duda. Vió él mismo al resucitado; y lo dirá más veces, y muy en serio a los de Corinto. Por ello fue capaz de sufrir naufragios en el mar y persecuciones en la tierra, y azotes, y hambre y cárcel y humillaciones y críticas, y juicios y muerte de espada; por ello hizo viajes por todo el imperio, recorriéndolo de extremo a extremo. Y no creas que se lamentaba; le ilusionaba hacerlo porque sabía que en él era mandato más que ruego; el dolor y sufrimiento más bien los tuvo como credenciales y las heridas de su cuerpo las pensaba como garantía de la victoria final en fidelidad ansiada.

Entre tantas conversiones del santoral, la de Pablo es ejemplar, paradigmática. Más se palpa en ella la acción divina que el esfuerzo humano; además, enseña las insospechadas consecuencias que trae consigo una mudanza radical.

BEATO MANUEL DOMINGO Y SOL, SACERDOTE Y FUNDADOR, 25 DE ENERO


Manuel Domingo y Sol, Beato
Manuel Domingo y Sol, Beato

Sacerdote y Fundador, 25 de enero


Por: P. Jesús Pulido sacerdotesoperarios.org | Fuente: Catholic.net



Presbítero y Fundador
de la Sociedad de Sacerdotes Operarios

Martirologio Romano: En la ciudad de Tortosa, en España, beato Manuel Domingo y Sol, presbítero, que instituyó la Sociedad de Sacerdotes Operarios, para fomentar las vocaciones sacerdotales (1909).

Fecha de beatificación: El 29 de marzo de 1987 por el Papa Juan Pablo II.

Breve Biografía

Los orígenes

MANUEL DOMINGO Y SOL nació en Tortosa (Tarragona - España) el día 1 de abril del año 1836. Su vida entera fue una pasión ardiente por el sacerdocio, y lo vivió con toda intensidad. Le atraían, a la vez, todas las facetas del apostolado sacerdotal: “una ilusión santa parecía querernos lanzar al mismo tiempo a todos los campos”, confesaba en cierta ocasión.

A la edad de 15 años ingresó en el seminario diocesano. Fue ordenado sacerdote en Tortosa el día 2 de Junio de 1860 a la edad de 24 años. Celebró su primera Misa en Iglesia de S. Blas, el día 9 de Junio de 1860. Su primer destino fue a La Aldea (Tortosa), el 7 de Marzo 1862 y un año más tarde se hace cargo de la parroquia de Santiago de Tortosa. Durante los primeros 13 años de su sacerdocio, fue misionero diocesano, párroco, confesor de Religiosas -levantó tres conventos de religiosas de clausura- y profesor del Instituto de Tortosa. Se dedicó, sobre todo, al apostolado con la juventud. Construyó de nueva planta un Centro para jóvenes, y fundó la primera revista juvenil católica de España: El Congregante.

Pero nada de esto colmaba sus aspiraciones. Necesitaba un punto de apoyo definitivo para aunarlo todo, influir en todo, y restaurarlo todo. Dios respondió a sus deseos: “El Señor, sin merecerlo, sin advertirlo nosotros casi, sin pensarlo ni poderlo prever, descorrió la cortina, y nos mostró un campo vastísimo, de facilísimo cultivo, de resultados indudables, campo en el cual, y con una vida puramente sacerdotal, pudiéramos impulsar, coadunados, todos los intereses de su máxima gloria, que nuestra piadosa imaginación y nuestro ardiente celo pudiera soñar jamás".

La formación de los futuros sacerdotes

Un día del mes de febrero del año 1873, se encontró con el seminarista Ramón Valero, pobre y humilde, que vivía de limosna con otros seminaristas en una buhardilla. El Seminario de Tortosa había sido destrozado por la Revolución del año 1868, y los pocos seminaristas que aún quedaban vivían diseminados por la ciudad, con hambre y sin formación. Ramón Valero contó a don Manuel las estrecheces en que vivía, sin pan, sin luz para estudiar, sin orientación.

Don Manuel vio muy claro y para siempre: la clave de sus anhelos era dar pan y cariño, ilusión sacerdotal y formación adecuada a los futuros sacerdotes. Había encontrado la "perla preciosa" de la parábola, y vendió todas las cosas para comprarla. Desde entonces vivió convencido de que “la formación del Clero es lo que podríamos decir la llave de la cosecha en todos los campos de la gloria de Dios. Nosotros más que apóstoles parciales, hemos de ser moldeadores y formadores de apóstoles”, decía a sus operarios.

En el mes de septiembre de 1873 comenzó la tarea ingente de su vida con la humilde “Casa de San José”, donde reunió a 24 seminaristas pobres. Muy pronto hubo de adquirir una casa más amplia para los 98 alumnos que tenía el año 1876. E1 día 11 de abril de 1878 puso la primera piedra del nuevo “Colegio de San José para Vocaciones Eclesiásticas”, y lo inauguró el 11 de abril de 1879 con 300 seminaristas. Educaba y mantenía, además, gratuitamente a otros 100 seminaristas en el Palacio de San Rufo.

La fundación de la Hermandad

Durante los primeros años de funcionamiento del Colegio de San José, D. Manuel fue madurando ideas y vio que los esfuerzos individuales no tenían garantía de perennidad: el hombre pasa y los problemas permanecen. Quería dar consistencia a su "Obra" e irradiar su actividad a otras diócesis. Así, e1 29 de enero de 1883, después de celebrar la Santa Misa, recibió la luz de lo alto, y “estuvo dos días bajo la influencia de aquella inspiración sobrenatural”. Vio con claridad la fundación de una Hermandad de Sacerdotes Operarios que, con acendrado espíritu de Reparación, se dedicaría a la formación de futuros sacerdotes. La Hermandad será aprobada por el Obispo de Tortosa el día 17 de mayo del año 1883. Con un puñado de sacerdotes buenos y entregados, don Manuel se sintió capaz de llevar a cabo su empresa.

Los Colegios de San José

La situación de los Seminarios españoles era bastante precaria: “No es posible comprender cómo estaba la formación de los jóvenes en mi época, y algo anterior y bastante posteriormente, en estudios, en piedad y disciplina y vigilancia y pruebas de vocación”. Don Manuel supo elevar el nivel espiritual, disciplinar e intelectual de tal manera que resaltaba la formación dada en el Colegio de Vocaciones y comenzaron a llover sobre él peticiones de los Obispos para que los Sacerdotes Operarios fueran a sus diócesis.

1884: Funda el Colegio de Vocaciones en Valencia.
1888: Murcia.
1889: Orihuela.
1893: Plasencia.
1894: Burgos.
1896: Almería.
1896: Lisboa (Portugal).
1898:Toledo.

El Pontificio Colegio Español de Roma

Lo fundó el Beato Manuel Domingo y Sol el año 1892 y es, sin lugar a dudas, una de las más importantes realizaciones suyas. Es indiscutible la influencia de este Centro en la renovación espiritual e intelectual de los seminarios y del clero español.

Desde entonces, en el Pontificio Colegio Español de San José de Roma se han formado más de 3.000 alumnos, ha dado más de 70 obispos a las diócesis españolas, y son muchísimos los antiguos alumnos que han trabajado y trabajan en cargos de dirección y de enseñanza en los centros de formación sacerdotal.

Dirección de los seminarios diocesanos

El nuevo estilo de los Colegios de San José se iba imponiendo poco a poco. “Su método se determina por una selección delicada de los alumnos, candidatos al sacerdocio, un ambiente de familia y de comprensión entre educando y superior y una vida de piedad sincera y profunda, donde se ponen de relieve las máximas cualidades del sacerdocio, unido todo ello a una ferviente adhesión al Vicario de Cristo”. Y por ello muchos obispos se empeñaron en confiar Don Manuel y a su Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos la dirección de sus respectivos Seminarios.

1897: se hizo cargo del Seminario de Astorga.
1898: Toledo.
1898: Chilapa (México).
1899: Zaragoza.
1900: Cuernavaca (México).
1901: Sigüenza y Cuenca.
1902: Badajoz y Puebla de los Angeles (México).
1903: Baeza.
1904: Jaén, Ciudad Real, Málaga.
1905: Barcelona.
1906: Segovia.
1907: Almería.
1908: Tarragona.

Su legado espiritual

La espiritualidad del Beato Manuel Domingo y Sol se cifra en el espíritu de Reparación al Corazón de Jesús, principalmente en la Santísima Eucaristía. Era un ardiente enamorado de la Eucaristía. Decía: “una de las cosas que nos avergonzarían en el cielo, si pudiese haber con fusión, sería el pensar que le hemos tenido en la tierra, y no nos absorbió toda la vida, todo nuestro corazón”. Legó a la Hermandad ese espíritu como uno de sus fines principales.

Este amor a Jesús en la Eucaristía, este espíritu de Reparación, es el manantial de su entrega para trabajar en la delicada y difícil misión de formar a los futuros sacerdotes. Escribe: “si descendiéramos al fondo, al manantial de los sentimientos de nuestra piedad, tal vez encontraríamos lo que no habíamos reparado ni discurrido: que el origen de nuestro deseo por el bien y fomento de las vocaciones eclesiásticas, de que Dios tenga muchos y buenos sacerdotes, ha sido nuestro instintivo amor a Jesús Sacramentado”.

Este amor a Jesucristo en la Eucaristía le hacía arder en ansias de levantar Templos de Reparación. Pudo aceptar el Templo Nacional Expiatorio de San Felipe de Jesús, en México, el año 1889. Pero su ilusión era levantar uno en cada diócesis. E1 año 1903 pudo realizar el sueño de edificar el nuevo Templo de Reparación de Tortosa, donde descansan sus restos mortales.

Dice su última misa el 18 de Enero de 1909. Muere el día 25 de Enero de 1909, dejando a los 75 operarios que componían la Hermandad 10 colegios de vocaciones, 17 seminarios, 2 templos de reparación y el Colegio Español de Roma. Es declarado venerable por el Papa Pablo VI, el 4 de Mayo de 1970, con la denominación de "Santo Apóstol de las Vocaciones".

LOS SANTOS DE HOY: DOMINGO 25 DE ENERO DEL 2015



Hoy también se festeja a:

María Antonia (Teresa) Grillo. BeataMaría Antonia (Teresa) Grillo. Beata
Viuda y Fundadora, 25 de enero
Manuel Domingo y Sol, BeatoManuel Domingo y Sol, Beato
Sacerdote y Fundador, 25 de enero
Arcángela Girlani, BeataArcángela Girlani, Beata
Virgen Carmelita, 25 de enero
Popón, SantoPopón, Santo
Abad, 25 de enero
Bretanión de Tomis, SantoBretanión de Tomis, Santo
Obispo, 25 de enero
Artemio, SantoArtemio, Santo
Mártir, 25 de enero
Ananías, SantoAnanías, Santo
Bautizó a San Pablo, 25 de enero
Enrique Suso, BeatoEnrique Suso, Beato
Presbítero Dominico, 25 de enero
La conversión de San PabloLa conversión de San Pablo
Fiesta Litúrgica, 25 de enero