Autor: P. Sergio Córdova LC | Fuente: Catholic.net Aquel día en que Jesús lloró | |
Juan 11, 1-45 5o. Domingo de Cuaresma. Jesús llora con nosotros y por nosotros, sus lágrimas son de un amor infinito, de ternura y compasión. | |
En aquel tiempo, se encontraba enfermo Lázaro, en Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que una vez ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera. El enfermo era su hermano Lázaro. Por eso las dos hermanas le mandaron a decir a Jesús: "Señor, el amigo a quien tanto quieres está enfermo". Al oír esto, Jesús dijo: "esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella". Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo cuando se enteró de que Lázaro estaba enfermo, se detuvo dos días más en el lugar en que se hallaba. Después dijo a sus discípulos: "Vayamos otra vez a Judea". Los discípulos le dijeron: "Maestro, hace poco que los judíos querían apedrearte ¿y tu vas a volver allá?" Jesús les contestó: "¿Acaso no tiene doce horas el día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo, en cambio, el que camina de noche tropieza, porque le falta luz". Dijo esto y luego añadió: "Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido; pero yo voy ahora a despertarlo." Entonces le dijeron sus discípulos: "Señor, si duerme, es que va a sanar". Jesús hablaba de la muerte, pero ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les dijo abiertamente: "Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado ahí, para que crean. Ahora, vamos allá". Entonces Tomás, por sobrenombre el Gemelo, dijo a los demás discípulos: "Vayamos también nosotros, para morir con Él". Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania quedaba cerca de Jerusalén, como a unos dos kilómetros y medio, y muchos judíos habían ido a ver a Marta y María para consolarlas por la muerte de su hermano. Apenas oyó Marta que Jesús llegaba, salió a su encuentro; pero María se quedó en casa. Le dijo Marta a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí , no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas". Jesús dijo: "Tu hermano resucitará". Marta respondió: "Ya sé que resucitará en la resurrección del último día": Jesús le dijo: "Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?" Ella le contestó: "Sí, Señor, creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo". Después de decir estas palabras, fue a buscar a su hermana María y le dijo en voz baja:"Ya vino el Maestro y te llama". Al oír esto, María se levantó en el acto y salió hacia donde estaba Jesús, porque Él no había llegado aún al pueblo, sino que estaba en el lugar donde marta lo había encontrado. Los judíos estaban con María en la casa, consolándola, viendo que ella se levantaba y salía de prisa, pensaron que iba al sepulcro para llorar ahí y la siguieron. Cuando llegó Mará adonde estaba Jesús, al verlo, se echó a sus pies y le dijo: "Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano". Jesús, al verla llorar y al ver llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió hasta lo más hondo y preguntó: “¿Dónde lo han puesto?” Le contestaron: "Ven, Señor, y lo verás". Jesús se puso a llorar y los judíos comentaban: "De veras ¡cuánto lo amaba!". Algunos decían: "¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego de nacimiento, hacer que Lázaro no muriera?". Jesús profundamente conmovido todavía, se detuvo ante el sepulcro, que era una cueva sellada con una losa. Entonces dijo Jesús: "Quiten la losa". Pero Marta, la hermana del que había muerto, le replicó: "Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días". Le dijo Jesús: "¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?" Entonces quitaron la piedra. Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: "Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo ya sabía que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho a causa de esta muchedumbre que me rodea, para que crean que tú me has enviado". Luego gritó con voz potente: "¡Lázaro, sal de ahí!". Y salió el muerto, atados con vendas las manos y los pies, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: "Desátenlo, para que pueda andar". Muchos de los judíos que habían ido a casa de Marta y María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en Él. Oración introductoria Cristo, al igual que Marta, me resulta difícil aceptar los sucesos contrarios a mi voluntad. Por eso inicio mi oración pidiendo tu gracia para saber abrir mi mente, mi corazón, y vaciarme de mi yo, de mi egoísmo, para confiar en tu Providencia. Petición Jesús, ayúdame a dejarme guiar sólo por Ti, para crecer en el amor a los demás. Meditación del papa Francisco He aquí, entonces, la inquietud del amor: buscar siempre, sin descanso, el bien del otro, de la persona amada, con esa intensidad que lleva incluso a las lágrimas. Me vienen a la mente: Jesús que llora ante el sepulcro del amigo Lázaro; Pedro que, tras haber negado a Jesús, encuentra la mirada rica de misericordia y de amor y llora amargamente; el padre que espera en la terraza el regreso del hijo y cuando aún está lejos corre a su encuentro; me viene a la mente la Virgen María que con amor sigue a su Hijo Jesús hasta la Cruz. ¿Cómo estamos con la inquietud del amor? ¿Creemos en el amor a Dios y a los demás? ¿O somos nominalistas en esto? No de modo abstracto, no sólo las palabras, sino el hermano concreto que encontramos, ¡el hermano que tenemos al lado! ¿Nos dejamos inquietar por sus necesidades o nos quedamos encerrados en nosotros mismos, en nuestras comunidades, que muchas veces es para nosotros "comunidad-comodidad"? A veces se puede vivir en una vecindad sin conocer a quien tenemos al lado; o bien se puede estar en comunidad sin conocer verdaderamente al propio hermano: con dolor pienso en los consagrados que no son fecundos, que son "solterones". La inquietud del amor impulsa siempre a salir al encuentro del otro, sin esperar que sea el otro quien manifieste su necesidad. La inquietud del amor nos regala el don de la fecundidad pastoral, y nosotros debemos preguntarnos, cada uno de nosotros: ¿cómo va mi fecundidad espiritual, mi fecundidad pastoral? (S.S. Francisco, 28 de agosto de 2013). Reflexión El pasaje de la resurrección de Lázaro es impresionante. A mí siempre me ha impactado mucho, y creo que deberíamos meditar bastante más para llegar a comprender el misterio que aquí se esconde. El texto evangélico es riquísimo y me parece imposible tratar de comentarlo en unas cuantas cuartillas. Martín Descalzo, en su libro "Vida y misterio de Jesús de Nazaret" dedica todo un capítulo a este pasaje. Son páginas de una gran intuición humana y penetración espiritual, y su lectura resulta deliciosa y conmovedora. Me gustaría mucho tratar de profundizar en el binomio muerte-vida, que es tan sobresaliente en el evangelio y en las cartas de san Juan; o en el tema de Cristo, Resurrección y Vida. Pero he preferido detenerme hoy en otro aspecto que, en mi opinión, no es menos importante, en cuanto que es también una revelación del alma de nuestro Señor. Y me refiero a las lágrimas de Jesús. Podría parecer un tema secundario o "sentimental". Pero, cuando es Dios mismo el que llora, creo que la cosa es bastante diferente y muy digna de tomarla en gran consideración. En España y en muchos países de América Latina, se suele decir que "los hombres no lloran", y se nos ha educado con esta mentalidad. Se nos ha dicho que las lágrimas son una debilidad, más propias de la mujer que del sexo "fuerte". Pero yo siempre he considerado las lágrimas como un signo de grandeza de alma y no tanto como una debilidad. El mismo Dios no tuvo reparo en llorar ni sintió vergüenza alguna por ello. Y es que las lágrimas –cuando son sinceras— descubren los sentimientos más nobles del ser humano y revelan los misterios más profundos de su corazón. A través de ellas se puede atisbar un poco la intimidad de la persona. Y eso es algo muy sagrado. ¿Por qué llora el ser humano o qué es lo que quiere expresar con las lágrimas? Dolor físico y sufrimiento moral, tristeza, pena, aflicción. Pero también se puede llorar de alegría. Y hay lágrimas de amor, de ternura, de compasión, de piedad, de gratitud, de arrepentimiento. Lloramos cuando experimentamos un sentimiento muy vivo, muy íntimo y profundo, y que no podemos expresar con palabras. Pues Jesús... ¡también lloró aquel día de la resurrección de Lázaro! "Viéndola Jesús llorar –a María, la hermana de Lázaro— y que lloraban también los judíos que venían con ella –nos dice el evangelista- se conmovió hondamente, y se turbó, y dijo: "¿Dónde le habéis puesto?". Le dijeron: "Señor, ven y ve". Jesús lloró" Jn 11, 33-35). Es impresionante ese "Jesús lloró". Es el versículo más breve de todas las Escrituras: dos palabras. ¡Pero de cuán misteriosa profundidad! Nuestro Señor siempre se caracterizó por el equilibrio de su carácter y por un autocontrol extraordinario. ¿Qué es lo que hay en el corazón de Jesús en estos momentos que no puede contenerse? Si llora ahora, es porque algo muy importante debe de estar sucediendo allá, en el sagrario de su intimidad. Los evangelios sólo nos refieren tres ocasiones en las que Jesús también lloró. Y ésta es una de ellas. ¿Podremos, a través de sus lágrimas, penetrar un poco en el misterio insondable de su Corazón, de su humanidad y de su divinidad? Recuerdo una anécdota que me contó hace tiempo una señora, aquí en Italia, y que me impresionó mucho. Se refería a un sacerdote. Y me decía, toda conmovida, que nunca iba a olvidar a aquel padre. ¿Por qué? Porque era sumamente humano y bondadoso, un hombre de Dios y un gran sacerdote. Cuando este sacerdote escuchaba los problemas de las personas, se compenetraba y se solidarizaba tanto que ¡lloraba con ellas! Pues así era el Corazón de Jesús. Pero infinitamente más bueno y misericordioso. Jesús llora porque nos ama y porque hace suyos nuestros dolores y sufrimientos. Llora por amor y por compasión. "¡Mirad cómo le amaba!" –exclaman los judíos impresionados, al ver llorar al Señor (Jn 11, 36)-. Y no se avergüenza por ello. Si no se avergonzó de asumir nuestra naturaleza humana, con todas nuestras miserias, mucho menos se iba a avergonzar de derramar lágrimas. Además, llorar no es pecado, ni delito, ni un motivo de deshonor. Jesús se ha solidarizado y se ha hecho uno de nosotros en todo para redimirnos y darnos vida eterna. El autor de la carta a los hebreos nos dice que Cristo "quiso asemejarse en todo a sus hermanos, a fin de hacerse Pontífice misericordioso y fiel en las cosas que tocan a Dios, para expiar los pecados del pueblo" (Hb 2, 17). Y, un poco más adelante, añade: "no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras flaquezas, pues se hizo en todo semejante a nosotros, menos en el pecado" i<>(Hb 4, 15). Sí. Jesús llora con nosotros y por nosotros. Sus lágrimas son de un amor infinito, de una ternura y compasión que no somos capaces de comprender suficientemente. Aquí está el motivo más profundo de la Encarnación y de la Redención. Por eso quiso abrazar la cruz, los dolores más amargos y las más crueles torturas de su Pasión: por amor a cada uno de nosotros. Nos encaminamos ya hacia la Semana Santa. Allí veremos que sus lágrimas y su amor no son un estéril sentimiento, sino la entrega más total de su propia vida, de toda su Sangre, de su Ser entero por cada uno de nosotros: "Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Ojalá que valoremos este regalo tan precioso e incomparable de su amor hacia nosotros. Que esta Semana Santa lo acompañemos en los diversos momentos de su Pasión con todo el afecto de nuestra fe y de nuestro amor. Y ojalá que no nos quedemos en un sentimiento vacío e inoperante, sino que, como Él, le demostremos nuestro amor con la propia vida y lo llevemos a la práctica hasta las últimas consecuencias, incluso en las circunstancias más pequeñas de cada día: "Obras son amores, que no buenas razones". |
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sábado, 5 de abril de 2014
EL EVANGELIO DE HOY: DOMINGO 6 DE ABRIL DEL 2014
SAN PEDRO DE VERONA, MÁRTIR DOMINICO, 6 DE ABRIL
Autor: . | Fuente: ACI Prensa Pedro de Verona, Santo | |
Mártir Dominico, 6 de abril | |
Mártir DominicoFecha de canonización: 25 de marzo de 1253 por el Papa Inocencio IV. Pedro ha crecido. La Universidad de Bolonia tiene fama merecida; pero todavía goza de mayor influencia Santo Domingo de Guzmán, el Fundador de los dominicos y sus seguidores que cautivan tanto a estudiantes como a profesores. Son muchos los que se incorporan a la recientemente fundada Orden de Predicadores. Pedro con 16 años, queda fascinado por la palabra ardiente de fray Domingo de Guzmán y recibe el hábito dominicano de sus manos. Con ímpetu juvenil se dedica al estudio, la oración y vive la austeridad y la penitencia con radicalidad; en todo es fiel imitador de Domingo de Guzmán. Terminada la formación eclesiástica, es ordenado sacerdote y nombrado Predicador del Evangelio de Jesús. Pronto la Región Toscana, el Milanesado y la Romaña conocen a este fogoso predicador y formidable polemista; se dedicó a la predicación especialmente entre los cátaros. Una Característica importante es que siempre fue hombre de diálogo. Pedro es piadoso, austero y corre la voz de su santidad por todas partes. Se preocupó de la defensa de la fe, para ello instituyo las "Asociaciones de la fe" y la "Cofradía para la alabanza de la Virgen María". Fue solícito de bien espiritual de las hermanas a quienes brindó su consejo y ayuda espiritual. Como buen religioso es un convencido de la vida de comunidad Ama a Jesucristo y como Él, experimenta la prueba, el menosprecio de algunos sectores y el ataque de quienes pensaban distinto. Su presencia evangelizadora a través de la Predicación continúa con intensidad, su capacidad organizadora le lleva a coordinar y fundar muchos mas pequeños grupos organizados. Pero todo esto no hubiera sido posible sin la intensa oración. Se comenta que un día en su contemplación, en su celda dominicana, recibe la visita de las Santas Mártires: Inés, Cecilia y Catalina que dialogan en su habitación. Otros frailes llevan la noticia al Padre Prior. En el Capítulo Conventual es reprendido y corregido porque ha violado la clausura y ha recibido a mujeres en su celda religiosa. Su respuesta es un prudente silencio y es enviado al Convento de la Marca Ancona donde intensifica su estudio y oración... Un día se desahoga ante un crucifijo: "¿Qué mal he hecho, Señor, para verme como estoy?". Cristo Crucificado le dice: "Y, yo, Pedro, ¿qué mal hice?". Estas atribuciones que la tradición le dan, son fiel reflejo de la intensa comunicación que con Dios tenía a través de la Oración. Algo que había trascendido a los demás. La gente de Oración profunda transpira esa experiencia y no hace falta que publique sus experiencias místicas. Por lo general, éstas se convierten en reflexiones profundas y acciones apostólicas. El Papa Gregorio IX le conoce y le nombra en 1232 Inquisidor General: Roma, Florencia y Milán conocerán a este apóstol de Cristo. Los milagros refrendan su vida abnegada por Cristo y por los hombres. Sucesivamente es superior de los Conventos de Piaccenza, Como y Génova. En 1243 Inocencio IV confirma a Pedro como Inquisidor General; pero una conjura pesa sobre él para asesinarle. Su martirio es como un eco de la muerte de Cristo, pues es fruto de 40 libras (moneda de Milán) . Era el 6 de abril de 1252. Regresaba de Milán a su Convento de Como, donde era Prior. Cerca de la aldea de Barsalina recibe dos golpes de hacha en la cabeza, comienza a recitar en voz alta el credo, las fuerzas le faltan y mojando un dedo en su sangre escribe en el suelo "CREO" El Credo es la síntesis de su vida, de su abnegada entrega, de una fidelidad emocionante a Cristo Crucificado a quien ama. Tenía 46 años. Su cuerpo es trasladado al convento de Milán. El 25 de marzo del año siguiente Inocencio IV le canoniza. Es el protomártir de la Orden Dominicana Su fiesta se celebra, de acuerdo al actual Martirologio Romano el 6 de abril. |
Los Santos de hoy domingo 6 de abril de 2014
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EL EVANGELIO DE HOY:: SÁBADO 5 DE ABRIL DEL 2014
Autor: P. Francisco Javier Arriola | Fuente: Catholic.net Nadie habló jamás como este hombre | |
Juan 7, 40-53. Cuaresma. Quien escucha a Jesús, quien lo conoce de cerca y oye sus palabras, no puede quedar igual. | |
En aquel tiempo, algunos de la multitud que lo habían oído, opinaban: «Este es verdaderamente el Profeta». Otros decían: «Este es el Mesías». Pero otros preguntaban: «¿Acaso el Mesías vendrá de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David y de Belén, el pueblo de donde era David?». Y por causa de él, se produjo una división entre la gente. Algunos querían detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él. Los guardias fueron a ver a los sumos sacerdotes y a los fariseos, y estos les preguntaron: «¿Por qué no lo trajeron?». Ellos respondieron: «Nadie habló jamás como este hombre». Los fariseos respondieron: «¿También ustedes se dejaron engañar? ¿Acaso alguno de los jefes o de los fariseos ha creído en él? En cambio, esa gente que no conoce la Ley está maldita». Nicodemo, uno de ellos, que había ido a ver a Jesús, les dijo: «¿Acaso nuestra Ley permite juzgar a un hombre sin escucharlo antes para saber lo que hizo?». Le respondieron: «¿Tú también eres galileo? Examina las Escrituras y verás que de Galilea no surge ningún profeta». Y cada uno regresó a su casa. Oración introductoria María, Madre de Misericordia, te pido tu maternal ayuda para poder reflexionar y meditar en las Palabras de tu Hijo Jesucristo, que son palabras de vida eterna. Ayúdame, Madre, a guardar todas estas reflexiones en mi corazón, como Tú lo hacías también, para que sean la tierra fecunda donde Cristo pueda sacar fruto para mi vida. Me pongo enteramente en tus maternales manos para que me lleves a Dios. Pongo también mi ser, mi poseer, mi familia, mis seres queridos y cuantos se han encomendado a mis oraciones para que también a ellos les asistas en sus dificultades. Petición Concédeme, Jesús, la sencillez de corazón para que no tenga que pedirte pruebas de tu amor, para que nunca deje de creer en ti. Concédeme la gracia de conocerte, amarte e imitarte. Meditación del Papa Francisco Cuando un cristiano ora, no se aparta de la fe, habla con Jesús. Cuando digo orar, no digo decir oraciones, porque estos maestros de la ley decían muchas oraciones para dejarse ver. En cambio, Jesús dice: «Cuando ores, entra en tu habitación y ora al Padre en secreto, de corazón a corazón. Una cosa es orar y otra es decir oraciones». Estos no oran, abandonan la fe y la convierten en ideología moralista, en casuística, sin Jesús. Y cuando un profeta o un buen cristiano los regaña, les hacen lo mismo que hicieron con Jesús: «Cuando salió de allí, los escribas y los fariseos comenzaron a tratarlo de una manera hostil, estos ideólogos son hostiles, y a hacerlo hablar sobre muchos temas, tendiéndole trampas, son insidiosos, para sorprenderlo ante cualquier palabra que salga de su boca». No son transparentes. ¡Oh, pobres!, son gente sucia por la soberbia. Pidamos al Señor la gracia, primero: de no dejar de orar, para no perder la fe, y de permanecer humildes. Y así no nos volveremos personas cerradas, que cierran el camino hacia el Señor... (Cf. S.S. Francisco, 17 de octubre de 2013, homilía en la capilla de Santa Marta). Reflexión En este pasaje no aparece ninguna palabra de Cristo, pero se descubren los pensamientos sobre Jesús que hay en muchos corazones (Lc 2, 35). Muchos se maravillan de la humilde procedencia de Jesús, pero porque no lo conocen. En nuestra vida nos puede pasar del mismo modo, el maravillarnos de lo que se dice de Dios, malo o bueno, pero nosotros no decimos nada porque le conocemos muy poco y no lo hemos experimentado. Precisamente quien escucha a Jesús, quien lo conoce de cerca, queda maravillado. Quien oye las palabras de Cristo no puede quedar igual. Por eso en el texto evangélico los soldados que habían sido enviados a apresar al Señor, vuelven asombrados diciendo que nadie antes había hablado como Él. Esto hace que el enojo de los fariseos se agudice más porque no pueden realizar sus artimañas malintencionadas. Nosotros en cambio debemos acercarnos a Cristo, dejar que Él nos hable al corazón por medio del Evangelio, de la Eucaristía, de la Reconciliación. Poco a poco irá transformando nuestra alma e irá convenciéndonos suavemente con su amor, con su bondad, con su alegría. Si escuchar la Palabra de Dios puede cambiar el corazón, cuánto más no podrá hacer Él cuando le tenemos dentro. Conocer a Cristo es una empresa apasionante que sólo experimentan quienes quieren hacer esta experiencia. Uno sale transformado de cada encuentro con el Señor, no porque nosotros hagamos o digamos algo, sino porque es Él el primer interesando en nuestra santificación y en nuestro bien. Y cuando a Cristo le abrimos la puerta del corazón, silenciosamente va invadiendo toda la casa hasta llenarla y poseerla toda, entonces es cuando como San Pablo podemos decir "y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí" (Gal. 2, 20). Pero poseer a Cristo es también transmitirlo, y al transmitirlo a los demás corremos el riesgo de no ser tomados en cuenta, o de ser tachados por los demás de cualquier cosa. Así le pasó a Nicodemo al querer hacer ver que se cometería una injusticia al juzgar a Jesús sin antes oírlo. Estas son las injusticias que sufren los amigos del Señor, pero Él ya lo había anunciado en el sermón de las bienaventuranzas: "Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y con mentira digan contra vosotros todo género de mal por mí. Alegraos y regocijaos, porque grande será en los cielos vuestra recompensa..." (Mt 5, 11). Y nadie que haya querido ser amigo verdadero de Jesús ha quedado defraudado ni se ha arrepentido porque Dios siempre cumple sus promesas. Propósito Haré una breve oración por las personas que pasan por alguna necesidad o problema, pidiendo a Dios y a la Santísima Virgen que les haga experimentar su presencia y les ayude a solucionar y sobrellevar con fortaleza sus dificultades. Diálogo con Cristo Señor mío y Dios mío, Tú sabes que soy débil y muchas veces me dejo llevar por las cosas que a veces no te agradan. Dame tu fuerza para luchar cada día y buscar agradarte. Ayúdame para poder ayudar a los demás. Haz que siempre dé testimonio de Ti y de mi fe en Ti, para que pueda escuchar un día en el cielo tus palabras: “adelante, siervo bueno y fiel, entra a tomar parte del banquete de tu Señor”. Jesús, confío en Ti; María, soy todo tuyo. Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti (Confesiones de San Agustín, 1,1,1) |
Los Santos de hoy sábado 5 de abril de 2014
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