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domingo, 17 de noviembre de 2013

Los Santos de hoy domingo 17 de noviembre de 2013

Los Santos de hoy domingo 17 de noviembre de 2013
 Isabel de Hungría, Santa
Viuda, 17 de noviembre de 1231 
 Hilda de Whitby (Ilda), Santa
Abadesa, 17 Noviembre
 Lazaro el Pintor, Santo
Monje, 17 de noviembre
 Gregorio de Tours, Santo
Obispo, 17 de noviembre
 Acisclo y Victoria, Santos
Hermanos mártires, Noviembre 17
 Juan del Castillo, Santo
Mártir Jesuita, 17 Noviembre
 Salomé de Cracovia, Beata
Reina de Hungría, 17 Noviembre
 Hugo de Lincoln, Santo
Obispo, 17 Noviembre
 Mártires Rioplatenses, Santos
Mártires, 17 Noviembre
 Jordán Ansalone, Santo
Mártir, 17 Noviembre

SANTA ISABEL DE HUNGRÍA, VIUDA, 17 DE NOVIEMBRE

Autor: . | Fuente: Archidiócesis de Madrid
Isabel de Hungría, Santa
Viuda, 17 de noviembre de 1231
 
Isabel de Hungría, Santa

Viuda
Noviembre 17



A los cuatro años había sido prometida en matrimonio, se casó a los catorce, fue madre a los quince y enviudó a los veinte. Isabel, princesa de Hungría y duquesa de Turingia, concluyó su vida terrena a los 24 años de edad, el I de noviembre de 1231. Cuatro años después el Papa Gregorio IX la elevaba a los altares. Vistas así, a vuelo de pájaro, las etapas de su vida parecen una fábula, pero si miramos más allá, descubrimos en esta santa las auténticas maravillas de la gracia y de las virtudes.

Su padre, el rey Andrés II de Hungría, primo del emperador de Alemania, la había prometido por esposa a Luis, hijo de los duques de Turingia, cuando sólo tenia 11 años. A pesar de que el matrimonio fue arreglado por los padres, fue un matrimonio vivido en el amor y una feliz conjunción entre la ascética cristiana y la felicidad humana, entre la diadema real y la aureola de santidad. La joven duquesa, con su austeridad característica, despertando el enojo de la suegra y de la cuñada al no querer acudir a la Iglesia adornada con los preciosos collares de su rango: “¿Cómo podría—dijo cándidamente—llevar una corona tan preciosa ante un Rey coronado de espinas?”. Sólo su esposo, tiernamente enamorado de ella, quiso demostrarse digno de una criatura tan bella en el rostro y en el alma y tomó por lema en su escudo, tres palabras que expresaron de modo concreto el programa de su vida pública: “Piedad, Pureza, Justicia”.

Juntos crecieron en la recíproca donación, animados y apoyados por la convicción de que su amor y la felicidad que resultaba de él eran un don sacramental: “Si yo amo tanto a una criatura mortal—le confiaba la joven duquesa a una de sus sirvientes y amiga—, ¿cómo debería amar al Señor inmortal, dueño de mi alma?”.

A los quince años Isabel tuvo a su primogénito, a los 17 una niña y a los 20 otra niña, cuando apenas hacía tres semanas había perdido a su esposo, muerto en una cruzada a la que se había unido con entusiasmo juvenil. Cuando quedó viuda, estallaron las animosidades reprimidas de sus cuñados que no soportaban su generosidad para con los pobres. Privada también de sus hijos, fue expulsada del castillo de Wartemburg. A partir de entonces pudo vivir totalmente el ideal franciscano de pobreza en la Tercera Orden, para dedicarse, en total obediencia a las directrices de un rígido e intransigente confesor, a las actividades asistenciales hasta su muerte, en 1231.

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Santa Isabél de Hungría de Jesús Martí Ballester 

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