Autor: SS Francisco | Fuente: Catholic.net Capaces de avergonzarse | |
Ir a confesarse «es ir a un encuentro con el Señor que nos perdona, nos ama. Y nuestra vergüenza es lo que nosotros le ofrecemos a Él | |
Fragmento de la homilía celebrada el viernes 25 de octubre, durante la misa celebrada en la capilla de Santa Marta La gracia de la vergüenza es la que experimentamos cuando confesamos a Dios nuestro pecado y lo hacemos hablando «cara a cara» con el sacerdote, «nuestro hermano». Y no pensando en dirigirnos directamente a Dios, como si fuera «confesarse por e-mail». San Pablo, después de haber experimentado la sensación de sentirse liberado por la sangre de Cristo, por lo tanto «recreado», advierte que en él hay algo todavía que le hace esclavo. Y en el pasaje de la carta a los Romanos (7, 18-25) propuesto por la liturgia el apóstol, se define «desgraciado». Por lo demás «Pablo ayer hablaba, anunciaba la salvación en Jesucristo por la fe», mientras que hoy «como hermano cuenta a sus hermanos de Roma la lucha que él tiene dentro de sí: Sé que lo bueno no habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer está a mi alcance, pero hacer lo bueno, no. Pues no hago lo bueno que deseo, sino que obro lo malo que no deseo. Y si lo que no deseo es precisamente lo que hago, no soy yo el que lo realiza, sino el pecado que habita en mí. Se confiesa pecador. Nos dice: Cristo nos ha salvado, somos libres. Pero yo soy un pobre hombre, yo soy un pecador, yo soy un esclavo. Se trata de «la lucha de los cristianos», nuestra lucha de todos los días. «Cuando quiero hacer el bien, el mal está junto a mí. En efecto, en lo íntimo consiento a la ley de Dios; pero en mis miembros veo otra ley, que combate contra la ley de mi razón y me hace esclavo». Y nosotros «no siempre tenemos la valentía de hablar como habla Pablo sobre esta lucha. Siempre buscamos una justificación: "Pero sí, somos todos pecadores". Es contra esta actitud que debemos luchar. Es más, «si nosotros no reconocemos esto, no podemos tener el perdón de Dios, porque si ser pecador es una palabra, un modo de hablar, no tenemos necesidad del perdón de Dios. Pero si es una realidad que nos hace esclavos, necesitamos esta liberación interior del Señor, de aquella fuerza». Y Pablo indica la vía de salida: «Confiesa a la comunidad su pecado, su tendencia al pecado, no la esconde. Esta es la actitud que la Iglesia nos pide a todos nosotros, que Jesús pide a todos nosotros: confesar humildemente nuestros pecados». La Iglesia en su sabiduría indica a los creyentes el sacramento de la reconciliación. Y nosotros, estamos llamados a hacer esto: «Vayamos al hermano, al hermano sacerdote, y hagamos esta confesión interior nuestra: la misma que hace Pablo: "Yo quiero el bien, desearía ser mejor, pero usted sabe, a veces tengo esta lucha, a veces tengo esto, esto y esto..."». Y así como «es tan concreta la salvación que nos lleva a Jesús, tan concreto es nuestro pecado. Hay muchos que rechazan el coloquio con el sacerdote y sostienen confesarse directamente con Dios. Cierto, es fácil, es como confesarse por e-mail... Dios está allí, lejos; yo digo las cosas y no existe un cara a cara, no existe un encuentro a solas». Pablo en cambio «confiesa su debilidad a los hermanos cara a cara. Hay personas a quienes ante el sacerdote «se confiesan de muchas cosas etéreas, que no tienen ninguna concreción»: confesarse así «es lo mismo que no hacerlo. Confesar nuestros pecados no es ir a una sesión psiquiátrica ni tampoco ir a una sala de tortura. Es decir al Señor: "Señor, soy pecador". Pero decirlo a través del hermano, para que este decir sea también concreto; "y soy pecador por esto, por esto y por esto...". Admiro el modo en que se confiesan los niños. Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños (Mateo 11, 25). Los pequeños tienen una cierta sabiduría. Cuando un niño viene a confesarse, jamás dice algo general: "Padre, he hecho esto, he hecho esto a mi tía, he hecho esto a la otra, al otro le he dicho esta palabra" y dicen la palabra. Son concretos, tienen la sencillez de la verdad. Y nosotros tenemos siempre la tendencia a esconder la realidad de nuestras miserias». En cambio, si hay algo bello es «cuando nosotros confesamos nuestros pecados como están en la presencia de Dios. Siempre sentimos esa gracia de la vergüenza. Avergonzarse ante Dios es una gracia. Es una gracia: “Yo me avergüenzo”. Pensemos en lo que dijo Pedro tras el milagro de Jesús en el lago: "Pero Señor, aléjate de mí, que soy un pecador". Se avergüenza de su pecado ante la santidad de Jesucristo. Ir a confesarse es ir a un encuentro con el Señor que nos perdona, nos ama. Y nuestra vergüenza es lo que nosotros le ofrecemos a Él: "Señor, soy pecador, pero mira, no soy tan malo, soy capaz de avergonzarme". Por ello «pidamos esta gracia de vivir en la verdad sin esconder nada a Dios y sin esconder nada a nosotros mismos». |
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martes, 12 de noviembre de 2013
CAPACES DE AVERGONZARSE
Los Santos de hoy martes 12 de noviembre de 2013
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SAN JOSAFAT KUNSEVICH, OBISPO Y MÁRTIR, 12 DE NOVIEMBRE
Autor: . | Fuente: Corazones.org Josafat Kunsevich, Santo | |
Obispo y mártir, 12 de noviembre | |
Su nombre de bautismo era Juan Kunsevich. Su padre, que era un católico de buena familia, puso a su hijo en la escuela de su pueblo natal. Después Juan entró a trabajar como aprendiz en una tienda de Vilna, pero en vista de que el comercio no estaba en su corazón, empleaba sus tiempos libres aprendiendo el eslavo eclesiástico para comprender mejor los divinos oficios y poder recitar diariamente el oficio bizantino. Juan conoció por entones a Pedro Arcudius, rector del colegio oriental de Vilna, así como a los jesuitas Valentín Fabricio y Gregorio Gruzevsky, quienes se interesaron por él y le alentaron a seguir adelante. Al principio, el amo de Juan no veía con muy buenos ojos sus inquietudes religiosas, pero el joven supo cumplir tan bien con sus obligaciones, que el comerciante acabó por ofrecerle que se asociase con él y tomase por esposa a una de sus hijas. Juan rehusó ambas proposiciones, pues estaba decidido a hacerse monje. En 1601 ingresó en el monasterio de la Santísima Trinidad de Vilna. El santo indujo también a seguir su ejemplo a José Benjamín Rutsky, un hombre muy culto, convertido del calvinismo. Los dos jóvenes monjes empezaron juntos a trazar planes para promover la unión y reformar la observancia en los monasterios rutenos. Desde entonces se llamó Josafat, recibió el diaconado, después el sacerdocio y pronto adquirió fama por sus sermones sobre la unión con Roma. Su vida personal era muy austera, ya que añadía a las penitencias acostumbradas en las reglas monásticas del oriente, otras mortificaciones tan severas, que en más de una ocasión le criticaron los mismos monjes. En el proceso de beatificación el burgomaestre de Vilna declaró que "no había en el pueblo ningún religioso más bueno que el P. Josafat." Josafat, al notar que su superior, Samuel, el abad del monasterio de la Santísima Trinidad, manifestaba tendencia a separarse de Roma, se lo advirtió a sus superiores. El arzobispo de Kiev sustituyó a Samuel por Josafat. Bajo su gobierno, el monasterio se repobló. Ello movió a sus superiores a retirarle del estudio de los Padres orientales para que fundase otros monasterios en Polonia. En 1614, Rutsky fue elegido metropolitano de Kiev y Josafat Ie sucedió en el cargo de abad de Vilna. Cuando el nuevo metropolitano fue a tomar posesión de su catedral, Juan le acompañó en el viaje y aprovechó la ocasión para visitar el famoso monasterio de las Cuevas de Kiev. Pero la comunidad de dicho monasterio, que se componía de más de 200 monjes, estaba relajada y el reformador católico estuvo a punto de ser arrojado al río Dnieper. Aunque sus esfuerzos por hacer volver a la unidad a la comunidad fracasaron, su ejemplo y sus exhortaciones consiguieron hacer cambiar un tanto la actitud de los monjes. Obispo ejemplar En 1617, el P. Josafat fue consagrado obispo de Vitebsk con derecho de sucesión a la sede de Polotsk. Pocos meses después murió el anciano arzobispo de esa sede y Josafat se halló al frente de una eparquía extensa pero poco fervorosa. Muchos se inclinaban al cisma porque temían que Roma interfiriese en sus ritos y costumbres. Las iglesias estaban en ruinas y se hallaban manos de los laicos. Muchos miembros del clero secular habían contraído matrimonio, algunos varias veces. La vida monástica estaba en decadencia. Josafat pidió ayuda a algunos de sus hermanos de Vilna y emprendió la tarea: reunió sínodos en las ciudades principales, publicó e impuso un texto de catecismo, redactó una serie de ordenaciones sobre la conducta del clero y combatió la interferencia de los "señores" en los asuntos de las iglesias locales. A todo ello añadió el ejemplo de su vida, su celo en la instrucción, la predicación, la administración de sacramentos y la visita a los pobres, a los enfermos, a los prisioneros y a las aldeas más remotas. Hacia 1620, prácticamente toda la eparquía era ya sólidamente católica, el orden estaba restaurado y el ejemplo de aquel puñado de hombres buenos había producido un renacimiento de la vida cristiana. Pero en ese mismo año, disidentes en la región que se había unido a Roma, establecieron obispos paralelos, contrarios a Roma. Así, un tal Melecio Smotritsky fue nombrado arzobispo de Polotsk, sede de San Josafat, y se dedicó enérgicamente a destruir la obra del arzobispo católico, diciendo que Josafat se había "convertido al latinismo", que iba a obligar a sus fieles a seguir su ejemplo y que el catolicismo no era la forma tradicional del cristianismo ruteno. La nobleza y la mayoría del pueblo estaban por la unión, pero habían zonas disidentes. Un monje llamado Silvestre Smotritsky recorrió las poblaciones de Vitebsk, Mogilev y Orcha sublevando a la gente contra el catolicismo. Cuando el rey de Polonia proclamó un decreto afirmando que Josafat era el único arzobispo legítimo de Polotsk, se produjeron desórdenes no sólo en Vitebsk, sino en la misma Vilna. El decreto fue leído públicamente en presencia del santo y éste estuvo a punto de perder la vida. El canciller de Lituania, León Sapieha, que era católico, temeroso de los resultados políticos de la inquietud general, prestó oídos a los rumores esparcidos por los disidentes que, fuera de Polonia, acusaban a San Josafat de haber sido el causante de los desórdenes con su política. Así pues, en 1622, Sapieha escribió al santo acusándole de emplear la violencia para mantener la unión, de exponer el reino al peligro de una invasión de los cosacos, de sembrar la discordia entre el pueblo, de haber clausurado por la fuerza ciertas iglesias no católicas y de otras cosas por el estilo. Tan solo era cierto que Josafat había pedido el auxilio del gobierno para recobrar la iglesia de Mogilev, de la que se habían apoderado los disidentes. El arzobispo tuvo que hacer frente también a la oposición, las críticas y la falta de comprensión de algunos católicos. Una de las razones por la que que una parte del pueblo fácilmente se dejó llevar por las falsas acusaciones era para evitar la disciplina y las exigencias morales del renacimiento católico. En octubre de 1623, sabedor de que Vitebsk era todavía el centro de la oposición, decidió ir allá personalmente. Sus amigos no lograron disuadirle ni convencerle de que llevase una escolta militar. "Si Dios me juzga digno de merecer el martirio, no temo morir´", respondió San Josafat. Así pues, durante dos semanas predicó en las iglesias de Vitebsk y visitó a los fieles sin distinción alguna. Sus enemigos le amenazaban continuamente y provocaban a sus acompañantes para poder asesinarle aprovechando el desorden. El día de la fiesta de San Demetrio, una turba enfurecida rodeó al mártir, el cual les dijo: "Sé que queréis matarme y que me acecháis en todas partes: en las calles, en los puentes, en los caminos, en la plaza central. Pero yo estoy entre vosotros como vuestro pastor y quiero que sepáis que me consideraría muy feliz de dar la vida por vosotros. Estoy pronto a morir por la sagrada unión, por la supremacía de San Pedro y del Romano Pontífice." Martirio Smotritsky, fomentador de la agitación, probablemente solo pretendía obligar al santo a salir de la ciudad. Pero sus partidarios empezaron a tramar una conspiración para asesinar a Josafat el 12 de noviembre, a no ser que se excusase ante ellos por haber empleado la violencia. Un sacerdote llamado Elías fue el encargado de penetrar en el patio de la casa del arzobispo e insultar a sus criados por su religión y al amo a quien servían. Como la escena se repitiese varias veces, San Josafat dio permiso a sus criados de arrestar al sacerdote, si volvía a presentarse. En la mañana del 12 de noviembre, cuando el arzobispo se dirigía a la iglesia para el rezo del oficio de la aurora, Elías le salió al encuentro y comenzó a insultarle. El santo dio entonces permiso a su diácono para que mandase encerrar al agresor en un aposento de la casa. Eso era precisamente lo que deseaban sus enemigos que buscaban pretexto para atacarle. Al punto, echaron a vuelo las campanas, y la multitud empezó a clamar que se pusiese en libertad a Elías y se castigase al arzobispo. Después del oficio, San Josafat volvió a su casa y devolvió la libertad a Elías, no sin antes haberle amonestado. A pesar de ello, el pueblo penetró en la casa, exigiendo la muerte de Josafat y golpeando a sus criados. El santo salió al encuentro de la turba y preguntó: "¿Por qué golpeáis a mis criados, hijos míos? Si tenéis algo contra mí, aquí estoy; dejadlos a ellos en paz." (Palabras muy parecidas a las de Santo Tomás Becket en ocasión semejante). La turba comenzó entonces a gritar: "¡Muera el Papista!", y San Josafat cayó atravesado por una alabarda y herido por una bala. Su cuerpo fue arrastrado por las calles y arrojado al río Divna. El martirio del santo produjo como resultado inmediato un movimiento en favor de la unidad católica. Desgraciadamente, la controversia se prolongó con violencia y los disidentes tuvieron también un mártir, el abad Anastasio de Brest, quien fue ejecutado en 1648. Por otra parte, el arzobispo Melecio Smotritsky se reconcilió más tarde con la Santa Sede. La gran reunión rutena existió, con altos y bajos, hasta que, después de la repartición de Polonia, los soberanos rusos obligaron por la fuerza a los rutenos católicos a unirse con la Iglesia Ortodoxa de Rusia. El comunismo favoreció la opresión de la fe católica. Hoy como ayer es necesaria la intercesión y el ejemplo de San Josafat a favor de la unión en la verdad y el amor. San Josafat Kunsevich fue canonizado en 1867 por el Papa Pío IX. Fue el primer santo de la Iglesia de oriente canonizado con proceso formal de la Sagrada Congregación de Ritos. Quince años más tarde, León XIII fijó el 14 de noviembre como fecha de la celebración de su fiesta en toda la Iglesia de occidente. La reforma litúrgica movió la fiesta al 12 de noviembre. El Papa Pío XI declaró a San Josafat Patrón de la Reunión entre Ortodoxos y Católicos el 12 de noviembre de 1923, III centenario de su martirio. El 25 de Noviembre de 1963, durante el Concilio Vaticano II y por petición del Papa Juan XXIII, quién estaba muy interesado en la unidad, el cuerpo de San Josafat finalmente encontró su descanso en el altar de San Basilio en la Basílica de San Pedro. |