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miércoles, 28 de agosto de 2013

Los Santos de hoy miércoles 28 de agosto de 2013




Los Santos de hoy miércoles 28 de agosto de 2013
 Agustín, Santo
Doctor de la Iglesia, 28 de agosto 
 Junípero Serra, Beato
Presbítero, 28 de agosto
 Florentina de Cartagena, Santa
Abadesa, 28 de agosto
 Celia Guerin, Beata
Madre y Esposa, 28 de agosto
 Moisés el Etíope, Santo
Mártir, 28 de agosto
 Alfonso María del Espíritu Santo (Jósé Mazurek), Beato
Presbítero y Mártir, 28 de agosto
 Aurelio de Vinalesa (José Ample Alcaide), Beato
Presbítero y Mártir, 28 de agosto
 Juan Bautista Faubel Cano, Beato
Mártir Laico, 28 de agosto
 Joaquina de Vedruna, Santa
Viuda y Fundadora, 28 de agosto
 Edmundo Arrowsmith, Santo
Presbítero y Mártir, 28 de agosto
 Vicinio de Sarsina, Santo
Obispo, 28 de agosto
 Alejandro de Constantinopla, Santo
Obispo, 28 de agosto
 Agapito Modesto (Modesto Pamplona Falguera), Beato
Religioso lasallista y Mártir, 28 de agosto 

MEDITACIONES SOBRE SAN AGUSTÍN



Algunos motivos para leer una de las obras cumbre de San Agustín
Es de esas cuatro o cinco obras que han definido el pensamiento occidental y han convertido a su autor, africano de nacimiento (cuando el Magreb era cristiano), en padre de Europa
 


Algunos motivos para leer una de las obras cumbre de San Agustín
13 de mayo de 2007. Agustín de Hipona (Tagaste, 354-Hipona, 430) es Padre de la Iglesia e "hijo de las lágrimas de su madre", Santa Mónica, verdadera inspiradora del núcleo central de la personalidad de nuestro escritor, el cual muy pronto destacó por la agudeza de su inteligencia y por una sagaz imaginación, que le permitió plasmar un pensamiento muy original mediante una gran literatura.

Vivió en Madaura, Cartago (allí despertó su gran afición al teatro y a la retórica), Roma y Mediolanum (Milán), donde maduró su conversión y donde fue bautizado por su maestro San Ambrosio a la edad de 33 años. Su inquietud por la verdad fue una constante durante toda su vida. Lo que se rastrea muy bien en la lectura de las Confesiones (debo decir que los dos principales análisis de la memoria los harán Agustín de Hipona y Marcel Proust).

Primero por descubrir esa verdad, y más tarde por defenderla. El Hortensius de Cicerón fue quien le impulsó muy pronto al estudio voraz de la filosofía. Es conocido su maniqueísmo y su posterior escepticismo. Pero la influencia más decisiva será la neoplatónica, con Plotino como principal valedor.

En Agustín hay dos conversiones -que son una en el amor de Cristo-. Una conversión intelectual (con los neoplatónicos en vanguardia) y otra espiritual (con San Ambrosio). Todo ello podría decirse que fue cuajando en una visión existencialista del amor, en un análisis de la santidad como esencia de Dios y plenitud del hombre.

No otra cosa sostiene su obra La ciudad de Dios: el Amor como origen, explicación, evolución y sostén de la realidad y de la historia. Un texto que es a la vez apologético y dogmático, y que a su manera es deudor de las Repúblicas de Platón y de Cicerón. En La ciudad de Dios la cuestión de la relación entre razón y fe se trata bajo el aspecto de la relación entre fe y cultura. Agustín, que tanto hizo por fundar y promover una cultura cristiana, lo resuelve desarrollando tres grandes argumentos: la exposición fiel de la doctrina cristiana; la atenta recuperación de la cultura pagana (en lo que tenía de recuperable); y la demostración insistente de la presencia en la enseñanza cristiana de cuanto verdadero y válido había en aquella cultura. Eso sí, con la ventaja de encontrarse perfeccionado y sublimado.

Esta obra merece ser leída atentamente hoy como ejemplo y estímulo para profundizar el encuentro del cristianismo con las culturas de los pueblos. Vale la pena transcribir un importante texto de la misma: "La ciudad celeste... convoca a los ciudadanos de todas las naciones sin preocuparse de las diferencias de costumbres, leyes o instituciones... no suprime ni destruye cosa alguna de éstas; al contrario, las acepta y conserva todo lo que, aunque diverso en las diferentes naciones, tiende a un mismo fin: la paz terrena, pero con la condición de que no impida la religión que enseña a adorar a un solo Dios, sumo y verdadero".


Autor: Guillermo Urbizu | Fuente: Catholic.net

SAN AGUSTÍN, DOCTOR DE LA IGLESIA, 28 DE AGOSTO

 
Autor: . | Fuente: Archidiócesis de Madrid
Agustín, Santo
Doctor de la Iglesia, 28 de agosto


 
Agustín, Santo
Obispo de Hipona y Doctor de la Iglesia

Martirologio Romano: Memoria de san Agustín, obispo y doctor eximio de la Iglesia, el cual, después de una adolescencia inquieta por cuestiones doctrinales y libres costumbres, se convirtió a la fe católica y fue bautizado por san Ambrosio de Milán. Vuelto a su patria, llevó con algunos amigos una vida ascética y entregada al estudio de las Sagradas Escrituras. Elegido después obispo de Hipona, en África, siendo modelo de su grey, la instruyó con abundantes sermones y escritos, con los que también combatió valientemente contra los errores de su tiempo e iluminó con sabiduría la recta fe (430).

Etimológicamente: Agustín = Aquel que es venerado, es de origen latino.

Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma, el Papa.

San Agustín es doctor de la Iglesia, y el más grande de los Padres de la Iglesia, escribió muchos libros de gran valor para la Iglesia y el mundo.

Nació el 13 de noviembre del año 354, en el norte de África. Su madre fue Santa Mónica. Su padre era un hombre pagano de carácter violento.

Santa Mónica había enseñado a su hijo a orar y lo había instruido en la fe. San Agustín cayó gravemente enfermo y pidió que le dieran el Bautismo, pero luego se curó y no se llegó a bautizar. A los estudios se entregó apasionadamente pero, poco a poco, se dejó arrastrar por una vida desordenada.

A los 17 años se unió a una mujer y con ella tuvo un hijo, al que llamaron Adeodato.
Estudió retórica y filosofía. Compartió la corriente del Maniqueísmo, la cual sostiene que el espíritu es el principio de todo bien y la materia, el principio de todo mal.

Diez años después, abandonó este pensamiento. En Milán, obtuvo la Cátedra de Retórica y fue muy bien recibido por San Ambrosio, el Obispo de la ciudad. Agustín, al comenzar a escuchar sus sermones, cambió la opinión que tenía acerca de la Iglesia, de la fe, y de la imagen de Dios.

Santa Mónica trataba de convertirle a través de la oración. Lo había seguido a Milán y quería que se casara con la madre de Adeodato, pero ella decidió regresar a África y dejar al niño con su padre.
Agustín estaba convencido de que la verdad estaba en la Iglesia, pero se resistía a convertirse.

Comprendía el valor de la castidad, pero se le hacía difícil practicarla, lo cual le dificultaba la total conversión al cristianismo. Él decía: “Lo haré pronto, poco a poco; dame más tiempo”. Pero ese “pronto” no llegaba nunca.

Un amigo de Agustín fue a visitarlo y le contó la vida de San Antonio, la cual le impresionó mucho. Él comprendía que era tiempo de avanzar por el camino correcto. Se decía “¿Hasta cuándo? ¿Hasta mañana? ¿Por qué no hoy?”. Mientras repetía esto, oyó la voz de un niño de la casa vecina que cantaba: “toma y lee, toma y lee”. En ese momento, le vino a la memoria que San Antonio se había convertido al escuchar la lectura de un pasaje del Evangelio. San Agustín interpretó las palabras del niño como una señal del Cielo. Dejó de llorar y se dirigió a donde estaba su amigo que tenía en sus manos el Evangelio. Decidieron convertirse y ambos fueron a contar a Santa Mónica lo sucedido, quien dio gracias a Dios. San Agustín tenía 33 años.

San Agustín se dedicó al estudio y a la oración. Hizo penitencia y se preparó para su Bautismo. Lo recibió junto con su amigo Alipio y con su hijo, Adeodato. Decía a Dios: “Demasiado tarde, demasiado tarde empecé a amarte”. Y, también: “Me llamaste a gritos y acabaste por vencer mi sordera”. Su hijo tenía quince años cuando recibió el Bautismo y murió un tiempo después. Él, por su parte, se hizo monje, buscando alcanzar el ideal de la perfección cristiana.

Deseoso de ser útil a la Iglesia, regresó a África. Ahí vivió casi tres años sirviendo a Dios con el ayuno, la oración y las buenas obras. Instruía a sus prójimos con sus discursos y escritos. En el año 391, fue ordenado sacerdote y comenzó a predicar. Cinco años más tarde, se le consagró Obispo de Hipona. Organizó la casa en la que vivía con una serie de reglas convirtiéndola en un monasterio en el que sólo se admitía en la Orden a los que aceptaban vivir bajo la Regla escrita por San Agustín. Esta Regla estaba basada en la sencillez de vida. Fundó también una rama femenina.
Fue muy caritativo, ayudó mucho a los pobres. Llegó a fundir los vasos sagrados para rescatar a los cautivos. Decía que había que vestir a los necesitados de cada parroquia. Durante los 34 años que fue Obispo defendió con celo y eficacia la fe católica contra las herejías. Escribió más de 60 obras muy importantes para la Iglesia como “Confesiones” y “Sobre la Ciudad de Dios”.

Los últimos años de la vida de San Agustín se vieron turbados por la guerra. El norte de África atravesó momentos difíciles, ya que los vándalos la invadieron destruyéndolo todo a su paso.

A los tres meses, San Agustín cayó enfermo de fiebre y comprendió que ya era el final de su vida. En esta época escribió: “Quien ama a Cristo, no puede tener miedo de encontrarse con Él”.

Murió a los 76 años, 40 de los cuales vivió consagrado al servicio de Dios.

Con él se lega a la posteridad el pensamiento filosófico-teológico más influyente de la historia.
Murió el año 430.

¿Qué nos enseña su vida?

A pesar de ser pecadores, Dios nos quiere y busca nuestra conversión.
Aunque tengamos pecados muy graves, Dios nos perdona si nos arrepentimos de corazón.
El ejemplo y la oración de una madre dejan fruto en la vida de un hijo.
Ante su conflicto entre los intereses mundanos y los de Dios, prefirió finalmente los de Dios.
Vivir en comunidad, hacer oración y penitencia, nos acerca siempre a Dios.
A lograr una conversión profunda en nuestras vidas.
A morir en la paz de Dios, con la alegría de encontrarnos pronto con Él.