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viernes, 21 de diciembre de 2012

El Evangelio Meditado

Autor: P Juan Pablo Menéndez | Fuente: Catholic.net
La Visita de la Virgen a su prima Isabel
Lucas 1, 39-45. Adviento. Estas dos mujeres viven y comparten el mayor secreto que pueda Dios comunicar a los hombres.
 
La Visita de la Virgen a su prima Isabel
Del santo Evangelio según san Lucas 1, 39-45

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!

Oración introductoria

«Dichosa tú, que has creído». María fue llamada dichosa, no por el hecho de ser Madre de Dios, sino por su fe. Ven, Espíritu Santo, para que esta oración aumente mi fe en el amor y en el poder de Dios, y sepa entregarme con amor y sin reservas a mi misión.

Petición

María, Madre mía, ayúdame a imitarte hoy en el servicio a los demás.

Meditación del Papa

La fidelidad del salmista nace de la escucha de la Palabra, de custodiarla en lo más íntimo, meditándola y amándola, como María, que "custodiaba, meditándolas en su corazón" las palabras que le habían sido dirigidas y los sucesos maravillosos en los que Dios se revelaba, pidiendo su sí. Y si nuestro salmo comienza con los primeros versos proclamando "beato" a "quien camina en la Ley del Señor" y a "quien custodia sus enseñanzas", es también la Virgen María la que lleva a cumplimiento la perfecta figura del creyente descrito por el salmista. Es Ella, de hecho, la verdadera "beata", proclamada como tal por Isabel por "haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor", y es de Ella y de su fe de quien el mismo Jesús da testimonio cuando, a la mujer que gritaba "Bendito el seno que te ha llevado", responde: "Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican". Cierto, María es bendita porque en su seno llevó al Salvador, pero sobre todo porque acogió el anuncio de Dios, porque fue una guardiana atenta y amorosa de su Palabra. Benedicto XVI, 9 de noviembre de 2011..

Reflexión

El evangelio de San Lucas nos narra el Anuncio del ángel a María como "de puntillas", con gran respeto, venerando a los protagonistas de este diálogo único. Hoy, sin embargo, asistimos a aquella "segunda anunciación". La que el Espíritu Santo revela a santa Isabel en el momento de reconocer en María a la Madre de su Señor. Estas dos mujeres viven y comparten el mayor secreto que pueda Dios comunicar a los hombres, y lo hacen con una naturalidad sorprendente. Por su parte, María, la llena de gracia, no sólo no se queda ociosa en su casa. Ser Madre de Dios no desdice un ápice de su condición de mujer humilde, de modo que va en ayuda de su prima. Isabel, por su parte, anuncia, inspirada por el Espíritu, una gran verdad: la felicidad está en el creer al Señor.

Cuando alguien se profesa cristiano, su fe y su vida; lo que cree y cómo lo vive, son dos esferas que están íntimamente unidas. Quien piense que "creer" es sólo profesar un credo religioso, adherir a una religión o a unos dogmas, quizás tiene una pobre visión del término. Porque cuando se cree de verdad se empieza a gustar las delicias con que Dios regala a las almas que le buscan con sinceridad. La pedagogía de Dios es tan sabia que sabe impulsarnos, dándonos a saborear su felicidad, -que es inmensa e incomparable-, cuando somos fieles. Es un gozo que, sin casi quererlo, nos lleva a más, nos invita a entregarnos con más generosidad a la realización de un plan que va más allá de nuestra visión humana. Isabel reconoce en su prima esa felicidad porque ha creído, pero además porque en consecuencia, su vida ya no respondía a un plan trazado por ella, sino por su Señor. Ella estaba también encinta ¿por qué era necesario un viaje en las condiciones de aquel tiempo...?

Preguntémonos, si hoy queremos ser felices, ¿cómo va mi fe en la presencia de Dios en mi vida? Si lucho por aceptarla y vivirla ya tengo el primer requisito para mi felicidad. Aunque tenga que trabajar y sufrir, sabré en todo momento que Dios está a mi lado, como lo estuvo de María y de Isabel.

Propósito

Vivir hoy con la resolución de servir, por amor, a las personas con las que convivo.

Diálogo con Cristo

María, gracias por enseñarme a entregar mi voluntad a Dios, a no querer cumplir todos mis deseos, por muy importantes que me puedan parecer, a saber dejar todo en manos de nuestro Padre y Señor. Quiero imitar tu bondad y disposición para ayudar a los demás. Intercede por mí para que sepa imitar esas virtudes que más agradan a tu Hijo, nuestro Señor.

Venerabla Cayetana Alberta Giménez y Adrover - 21 dicembre

Autor: Pilar Civera | Fuente: Memorias de mi abuela. Ed. Congregación de Colegios de la Pureza de María Q21
Cayetana Alberta Giménez y Adrover, Venerable
Fundadora, 21 de diciembre
 
Cayetana Alberta Giménez y Adrover, Venerable
Cayetana Alberta Giménez y Adrover, Venerable

Fundadora de la Congregación Pureza de María

(Pollensa, 6 de agosto de 1837 - 21 de diciembre de 1922).

Alberta nació un 6 de agosto, hace unos 170 años, en un atractivo pueblecito mallorquín llamado Pollensa. Sus padres se llamaban Alberto y Apolonia. Desde muy temprana edad sus padres se preocuparon de darle una formación sólida, y a ella le gustaba la idea pues sentía una viva inclinación por saber el por qué de las cosas, la naturaleza atraía poderosamente su atención, disfrutaba subiendo una montaña y contemplando una puesta de sol en el silencio de un tarde de verano, le impresionaba muchísimo la inmensidad del mar, su alma se dilataba observando una noche de luna llena o un eclipse, y no le importaba interrumpir su sueño para ver una lluvia de estrellas o el paso de un cometa.

Aseguraba haber nacido en el marco de un hogar disciplinado, este factor fue determinante para forjar su carácter; era alegre, abierta, generosa, segura de sí misma serena y recta, muy recta, de ninguna manera pactaba con la mentira ni con la hipocresía, y decía que los asuntos relevantes, se resolvían con mucha oración y prudencia, y que debían de analizarse detenida y seriamente.

Por razones de trabajo de su padre que era militar, vivió un tiempo en Barcelona, cuando regresó de esta ciudad la familia se estableció en Palma, la capital de Mallorca, entonces recibió unas clases particulares para optar al título de maestra, se las impartió un joven que más tarde

sería parte del plan de Dios en su vida, Francisco Civera; ella era apenas una adolescente que como todas las demás, despertaba a la vida y notaba que su corazón empezaba a latir aceleradamente.

A ella le encantaba ir a Valdemar, un pueblecito muy lindo a unos pocos kilómetros de Palma, a ella le gustaba descansar allí, en el patio de la casa, había un asiento en el que permanecía largo rato cosiendo, rezando o contemplando una flor

Después de algunas clases con el apuesto profesor, descubrió que él, Francisco, era estupendo; no sólo lo admiraba por sus conocimientos sobre las Matemáticas y las ciencias, sino por su nobleza y caballerosidad, algo estaba pasando dentro de ella , se sorprendía pensando en él a cualquier hora , se fijaba en los colores de su camisa, de su corbata, pero además, intuía que también dentro de él había un afecto serio y delicado hacia ella que no se reducía a la simple cortesía de un profesor con su alumna, por aventajada que esta fuese; cuando pasaron unos días no dudó e n contarlo a su madre, que por supuesto, ya había advertido que algo estaba pasando en el corazón de su querida Alberta, recordaba cómo que la abrazó y sonrió , y que este gesto le infundió confianza y seguridad.

Un día decidió hacerle un regalo a Francisco, y se lo comunicó a su madre, ella compartió su ilusión y le compró un pluma para obsequiarle, Francisco, impresionado por aquel detalle, respondió con unos versos que comienza así:

Gracias mil el alma mía Te rinde, Alberta, en verdad, Por tu fina cortesía, Por la pluma que me envía Tu dulce y tierna amistad…

El amor entre los dos se iba consolidando, Francisco cada vez se sentía más atraído por su madurez , inteligencia y la belleza de su alma limpia, el noviazgo se formalizó y contando con la probación de las dos familias, el 7 de abril de 1860, el Señor bendijo su matrimonio en la Iglesia de San Nicolás de Palma, fue un día maravillosos, los recuerdos le venían a borbotones; al recordar este día, que ella calificaba como inolvidable, a sus ojos se asomaban dos tímidas lágrimas , como si decirlo, le restara encanto.

El hogar supo pronto de la alegría indecible de la llegada del primer hijo que lo bautizaron con el nombre de Bernardo, todo era luminoso, ni una nube se interponía en su incipiente felicidad, pero después de una año,, la vida del niño se apagó. Alberta y su esposo se abrazaron fuerte y desde lo profundo de sus corazones doloridos preguntaron ¿ Por qué Dios mío?, ¿Por qué?, pero sólo el silencio encontraban por respuesta.

Al cabo de un año, la alegría regresó de nuevo a sus corazones con el nacimiento de Catalina, pero dos años más tarde una epidemia de cólera se la llevó también al cielo.

A Alberta le costaba mucho recordar esas cosas, las decía despacio, se notaba que el dolor la había marcado, hacía breves pausas, como para descansar y tomar fuerzas.

Después, nacieron otros dos niños Bernardo y Alberto. Francisco y ella tenían mucho miedo de que la muerte se los arrebatara, estaban muy unidos, su amor había crecido muchísimo y todas las noches, después de cenar y acostar a los niños, ante la imagen de la Virgen que tenían sobre la cómoda de su habitación, rezaban, y su oración se mezclaba con el llanto y el dolor.

Bernardo también murió a los pocos años de nacer, sólo les quedó Alberto con una salud muy precaria que exigía muchos cuidados y atenciones.

Francisco y ella no entendían nada de todo lo que sucedía, en la oración encontraban la paz y la fuerza para seguir. Albertito iba creciendo y alegraba sus vidas, hacían proyectos…

Se entregó de lleno al colegio que con Francisco había fundado y en el desplegó todo su bagaje pedagógico, todo les iba bien.

Un día Francisco se sintió mal, lo vio el médico y comprobó que padecía de unas fiebres muy altas que no pudo controlarle, ningún esfuerzo por aliviarle tuvo éxito, Francisco también se iba, era el 17 de junio de 1869, esta muerte la sumió en una tristeza muy honda, experimentó una soledad muy grande y sólo en la oración encontraba sosiego; en nueve años había perdido tres hijos y el esposo, ¡había pasado rápido el tiempo!, parecía ayer que se habían conocido… ¿Quién entiende los designios de Dios?. Sin Francisco todo parecía carecer de sentido, pero ella buscaba… su fe la invitaba a rastrear en su interior y en el recuerdo de los acontecimientos alguna luz que le permitiera descubrir su nuevo camino; cuidaba de Alberto, atendía a sus padres que se iban haciendo mayores, Saturnino, su hermano, era de gran ayuda y apoyo, con él conversaba largos ratos de todo lo sucedido, tratando de vislumbrar el querer de Dios para ella.

A su mente acudió le idea hacerse monja salesiana, de las que tenían un convento en Palma, iría a hablar, tal vez ese era su lugar. Llegó el día de la cita, se levantó haciendo lo de un día normal y pensando en lo que debía explicar, y mientras estaba en su habitación arreglando cosas, le anunciaron que el Señor Alcalde y el Vicario de la diócesis, Dn. Tomás Rullán la esperaban en el salón para hacerle una propuesta de parte del Señor Obispo, Dn. Manuel Salvá. Ella se sorprendió enormemente de aquella vivita, le pedían hacerse cargo del Real Colegio de la Pureza, aquella invitación era claramente la voz de Dios, no tenía ninguna duda.

Al irse los distinguidos visitantes, lo comunicó a su familia. Humanamente hablando, la oferta no era absolutamente halagadora, pues se trataba de un colegio en ruinas en todos los aspectos, por lo tanto, requería de un temple gigante para volverlo a la normalidad.

Más que una invitación, aquello era un reto a su fe y a su confianza en Dios. Canceló su visita a las Salesas y por las noches después de dormir a Albertito, se retiró a su habitación a orar, en el silencio y a solas con Dios, aceptó, dijo Sí, iría al Colegio de la Pureza, tenía la certeza, de que allí, le esperaba Dios. Su familia la apoyó, Alberto pasaría al cuidado de su tío Saturnino.

El 23 de abril de 1870 fue la fecha elegida para ingresara a aquel viejo caserón llamado Can Clapers. La situación del centro tanto en su personal como en su mobiliario era lamentable, pero una fuerza interior la impulsaba a no dejarse vencer por el pesimismo y el cansancio, y así, en septiembre de ese mismo año, se inició el nuevo curso escolar, a los pies del Sagrario y de la Virgen de la Pureza, depositaba todas las noches sus preocupaciones, sus ilusiones, sus planes.

El Colegio crecía, los patios y pasillos rebosaban de rostros infantiles juguetones y alegres, impartía clases de gramática., historia, labores… en pocos años el Colegio se había recuperado, fue entonces cuando las autoridades de Palma le ofrecieron la rectoría de la primera Normal de Maestras que deseaba establecer en la capital, ella aceptó; el nombramiento oficial se hizo el 2 de mayo de 1872 y así , en el Colegio de la Pureza, con Alberta Jiménez al frente, el 13 de mayo del mismo año comenzó a funcionar la primer Escuela de Magisterio en la Isla.

Para esta época de su vida, tuvo que estudiar muchísimo, la prensa de Palma hacía eco de todo cuanto en Can Clapers sucedía.

Una vez que lograron la primera promoción de maestras, algunas de ellas pidieron quedarse para ejercer su profesión bajo la dirección de Alberta, a ella esto le satisfizo grandemente, las acogió con el mismo cariño que suele hacerlo las madres.

Al llegar a este punto de su vida, ella se encontraba feliz de hacer lo que hacía, sentía que ese era su camino, pero decía ella, que aún le faltaba algo, que muchas veces en su trato íntimo con el Señor experimentaba un deseo grande de entregarse definitivamente a ÉL.

Cuando se presentó la ocasión, no dudó en comunicarlo a las personas que con ella formaban el grupo de maestras, todas acogieron la idea con inmensa alegría, ya que era un anhelo deseado por todas, oportunamente se lo hicieron saber a Don Tomás, le pareció una idea excelente y comenzaron a redactar unas bases y unos estatutos, casi no podía creer lo que estaba pasando, pues con ese trabajo se estaba iniciando lo que sería la Congregación de Religiosas de la Pureza de María.

La autorización del Señor Obispo no se hizo esperar y el 19 de septiembre de 1874 quedó constituida la Primera Comunidad, los nombres de las Hermanas eran: Alberta Gimenez, María Aloy, Catalina Fornés, Magdalena Frau, Dolores Guardiola, y Catalina Togores.

Después de establecerse la Primera Comunidad, el trabajo pedagógico se intensificó, pues ella decía que la educación es una obra que siempre debe estar renovándose, le gustaba vivir informada, buscaba siempre nuevas forma de enseñar, la gente decía que era una pedagoga de vanguardia.

El 2 de agosto de 1892 se aprobaron las Constituciones, la obra iba viento en popa. En 1897 un nuevo visitador de la Congregación hace su estreno, se llamaba Don Enrique Reig, era secretario del Obispo y simpatizante de la Enseñanza, fue un gran apoyo para Alberta, siempre mostró interés por todo lo de La Pureza, y la animó a fundar Colegios fuera de Mallorca, pues ya entonces había en las ciudades de Manacor y de Inca. Valencia, fue la primogénita en la Península.

Don Enrique trabajaba con ahínco para la Congregación, el 10 de mayo de 1901, envió un telegrama desde Roma, en el que se informaba que La Pureza había tenido la probación del Papa León XIII para funcionar como Congregación de Derecho Pontificio.

Por estas fechas, Alberto, era un joven y vivía en Zaragoza, se relacionaba con frecuencia con Alberta, y la mantenía informada de sus planes, a su vez, ella le escribía con asiduidad y le hacía sentir el amor que como madre guardaba para él, en varias ocasiones se lo manifestaba a través de poesías sencillas y llenas de ternura. Un día ella recibió una carta en la que le participaba su noviazgo y su decisión de contraer matrimonio con una joven llamada Joaquina Llonch, en el corazón de Alberta se hicieron presente muchos recuerdos ya lejanos pero que parecía que habían sucedido ayer. Leyó la carta más de una vez y se retiró a la capilla, aquella noticia necesitaba ser compartida con Dios.

Pocos años después, Alberto enfermó, y Alberta tuvo que acudir de manera inmediata a su lado, acompañada por H. Ferrá, al llegar, pudo comprobar que realmente su salud estaba muy deteriorada, los médicos y toda la familia le prodigaban cuidados y atenciones.

Después de una leve mejoría, sufrió una recaída muy fuerte que no pudo superar. Murió la noche del 18 de junio de 1908; Alberta, naturalmente lloró, pero estaba serena.

El 22 de julio de 1912, una orden ministerial le arrebató la rectoría de la Normal, fue un sufrimiento grande para ella, pues le había dedicado mucho tiempo, esfuerzo y cariño, la gente de Palma que la conocía, no daba crédito a lo que leían en los diarios, ella estaba tranquila, muchas ex alumnas y padres de familia llegaron a darle su apoyo y le hicieron ver la injusticia que se estaba cometiendo, y ella los calmaba diciéndoles : "Dios permite las cosas para nuestro bien, no se mueve una hoja del árbol sin su voluntad, yo había pedido varias veces que me quitasen el cargo, y ahora Dios, por otros caminos, me ha concedido lo que tantas veces pedí".

En agosto llegaron Hermanas de las otras casas ya que se celebraba el capítulo general, ella puso su renuncia como Superiora General de la Congregación, argumentaba su falta de salud y lo avanzado de su edad. La renuncia fue aceptada, Alberta estaba muy enferma, pero esto no le impedía ayudar en los menesteres de la casa, siempre estaba ocupada, rezaba muchos rosarios y pasaba largas horas en la capilla…

Entraba el año 1920, por todos los rincones del Colegio se comentaba que en mayo serían las bodas de oro, se preparó una fiesta por todo lo alto, acudieron todas las antiguas alumnas, el día esperado era el 1º de mayo, se despertó con una diana, luego Misa solemne, almuerzo, tarde literaria, música, fuegos artificiales, fiesta mucha fiesta, llegaron flores y regalos de amigos, de padres de familia, de autoridades de Palma, todos reconocían su labor y en un acto oficial se le concedió la Gran Cruz de Alfonso XII, ella se dejó festejar con la serena alegría de siempre, lógicamente se emocionó pues no esperaba tanto, en todo momento se mostró atenta, fina y muy agradecida con la sencillez que la caracterizaba.

Su vida se fue gastando entre las paredes del viejo caserón que desde que ella llegó le dio sabor a hogar, se le vio muy contenta con las fundaciones del Puerto de la Cruz y de Santa Cruz en las Islas Canarias, sin embargo, sus movimientos eran cada vez más lentos y veía con mucha dificultad , todas las Religiosas, ex alumnas y alumnas que la visitaban estaban conscientes de que el final estaba cerca, llegaban Sacerdotes a animarla, a orar con ella, a darle el Sacramento de los Enfermos, algunos días los pasaba mejor que otros, la sentaban en un sillón que tenía en su habitación, decía que así estaba más cómoda , y en la madrugada del 21 de diciembre de 1922, dormida en el sillón, sin ruido, sin palabras, entregó su alma a Dios ,

Toda Palma la lloró , todos querían acercarse a ella para darle el último adiós ; su nieta repasaba en silencio todos los momentos felices que había compartido con ella, recordaba sus consejos, sus gestos bondadosos, todo se le agolpaba en la mente y en el corazón, sentía que algo de ella se iba con su abuela Alberta y calaba hondo en su alma, aquella frase que tantas veces la escuchó pronunciar:

"Nací para el Cielo y a Él todas mis aspiraciones"


El 22 de marzo de 1986 fue declarada Venerable por el Papa Juan Pablo II.
 
Los Santos de hoy viernes 21 de diciembre de 2012
Pedro Canisio, Santo
Doctor de la Iglesia, 21 de diciembre
Temístocles de Licia, Santo
Mártir, 21 de diciembre
Delfín, Santo
Obispo, 21 de diciembre
Cayetana Alberta Giménez y Adrover, Venerable
Fundadora, 21 de diciembre
Pedro Friedhofen, Beato
Fundador, 21 Diciembre
Domingo Spadafora, Beato
Presbítero dominíco, Diciembre 21
 

San Pedro Canisio - 21 diciembre

Autor: P. Ángel Amo | Fuente: Catholic.net
Pedro Canisio, Santo
Doctor de la Iglesia, 21 de diciembre
 
Pedro Canisio, Santo

Doctor de la Iglesia


San Pedro Kanijs nació en Nimega, Holanda, en 1521, y puede ser definido como un hierrro colocado entre el yunque y el martillo, es decir, blanco de la irritación que su clara predicación suscitaba en los ambientes protestantes, y de la malevolencia que la envidia le procuraba entre los mismos compañeros de religión. Hijo del alcalde de Nimega, Pedro Kanijs, latinamente Canicius, tuvo la posibilidad de frecuentar óptimas escuelas: derecho canónico en Lovaina y derecho civil en Colonia.

En esta ciudad le gustaba pasar el tiempo libre en el monasterio de los cartujos. Nadie sospechaba que el joven abogado, al que el padre le habia garantizado apoyo en su profesión, llevara debajo del vestido un cilicio. La lectura del breve opúsculo de los Ejercicios Espirituales, que hacía poco había escrito San Ignacio, determinó el cambio decisivo de su vida: terminada la piadosa práctica en Maguncia bajo la dirección del Padre Faber, entró en la compañia de Jesús y fue el octavo jesuita en profesar los votos solemnes. En la joven congregación pudo cultivar sus estudios preferidos y su amor por la erudición; a él se debe la publicación de las obras de San Cirilo de Alejandria, San León Magno, San Jerónimo y Osio de Córdoba.

Vivió en pleno clima de reforma y contrarreforma. Tomó parte activa en el concilio de Trento, como teológo del cardenal Truchsess y consejero del Papa. Se distinguió por la profundidad de su cultura teológica, por su celo y actividad, pero también por el espíritu concialiador. San Ignacio lo llamó a Italia, luego lo envió a Sicilia a fundar el primero de los famosos colegios, después a Bolonia a enseñar teología, para volverlo a enviar a Alemania, en donde durante treinta años, como superior provincial, empleó sus mejores energias en una época tan difícil marcada por la ruptura de la iglesia protestante. Se lo llamó con razón segundo apóstol de Alemania (el primero fue San Bonifacio).

Como escritor no sólo se dedicó a las obras de erudición, sino también y sobre todo a las catequéticas, adaptando la enseñanza a las capacidades de pequeños y de grandes. San Pio V le ofreció el cardenalato, pero Pedro Canisio 1e pidió al Papa que lo dejara en su humilde servicio a la comunidad, empleando el tiempo en la oración y en la penitencia. Murió en Friburgo (Suiza) el 21 de diciembre de 1597. En 1925 fue canonizado y declarado doctor de la Iglesia.